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E l olor a huesos quemados se extendía por todo el castillo. A Ireth le

gustaba observar el proceso, le relajaba contemplar las llamas consumiendo el calcio,


aunque el proceso era demasiado lento y ella era bastante inquieta. ¿Cuántas noches
habían pasado ya desde que Caín se había marchado a Infernalia? No quería pensar en
él, pero tenía que admitir que estaba preocupada. Si algo malo le hubiese pasado…
Había sido incapaz de dormir nada todo este tiempo, por si él volvía, que ella estuviese
lista para poder verle. Desde que había conocido a ese ángel apenas le había prestado
atención a ella y ya comenzaba a echarla de menos. Aunque luego entre ellos dos nunca
sucediese nada, pero necesitaba sus caricias, necesitaba volver a oírle susurrar canciones
en su oído…Si eso sólo se lo hacía a ella o si por el contrario, lo hacía con todas, era
una duda que asaltaba su corazón constantemente. Caín no era el típico hombre que va
regalando abrazos así porque así, sin embargo con ella siempre se había portado de
forma especial. ¿Y por qué entonces se negaba a probar sus labios? No tenía ningún
inconveniente en cubrirle de besos el cuello, las mejillas, la frente…pero nunca iba más
allá. Lo peor es que él no hacía nada, pero tampoco le dejaba a ella hacer. Cada vez que
notaba que alguien la estaba mirando con deseo, le amenazaba de por vida. Así habían
sido sus últimos siglos, los únicos de los que ella tenía memoria. Había estado viviendo
en el castillo de Caín desde que éste la había resucitado en algún ritual extraño. Y desde
ese día, ella se había enamorado perdidamente de él. Se había enamorado de un maldito
cabrón que no tenía ningún reparo en acostarse con cinco mujeres a la vez, pero que era
incapaz de darle un puñetero beso a ella.

Eso ya estaba. Añadió las cenizas que acababa de obtener a un enorme cuenco.
Removió y removió hasta conseguir que la masa líquida que había en su interior se
volviese negra azabache.
<<Más oscura, más oscura>> —se decía a sí misma mientras seguía removiendo
rítmicamente la mezcla. El fuerte olor a pintura le estaba comenzando a marear. Era un
olor que detestaba y por mucho que estuviese acostumbrada a él, no podía dejar de darle
náuseas. Era lo que menos le gustaba de todo aquello.

Cuando el líquido alcanzó el color deseado, dejó deslizarse por su cuerpo la bata azul
oscuro que solía llevar cuando estaba completamente sola. Se recogió su cabello
anaranjado para evitar manchárselo. Sumergió su blanca mano en aquel pequeño océano
negro. Al sacarla, lágrimas negras resbalaban por su piel de akasha tiñéndola del más
oscuro de los negros. Sentía su piel endureciéndose por el frío. Pasó delicadamente su
mano negra sobre su pecho. Untó su mano con más pintura y siguió acariciando su
cuerpo formando delicados trazos por su pecho y abdomen. Le gustaba jugar a
encontrarle sentido a los dibujos que creaba. Se descubrió a sí misma escribiendo el
nombre de Caín. Lo borró rápidamente restregándose una buena cantidad de pintura.
Odiaba el color blanco, no podía soportar contemplar la blancura de su piel. Tenía que
cubrirla completamente de negro para poder ocultar la verdad, para que los demás no la
rechazasen por ser un semiángel. Porque eso es lo que era ella. En otros tiempos ella era
un ángel más, pero el hechizo que la trajo de vuelta al mundo material no había podido
convertirla completamente en un demonio. La mitad derecha de su cuerpo poesía piel
negra, su iris era rojo y lucía un suave plumaje negro. Incluso su pelo tiraba a un color
más oscuro, más cenizo que el de su otra mitad, que era entre anaranjado y castaño
claro. Su ojo izquierdo brillaba de un intenso azul celeste, su piel era blanca como la
nieve y su ala izquierda resplandecía en un intenso blanco.
Al principio había intentado demostrarles a todos que ya no era ningún ángel, pero sólo
conseguía meter a Caín en líos. Por lo que había optado por el disfraz. Era un proceso
pesado, pero al menos lo del color de ojos y pelo tenía fácil solución. En cambio, tenía
que teñir todo su cuerpo de negro constantemente. Aquello era más divertido cuando él
la ayudaba. Con la palma de su mano abierta y apuntando hacia abajo, la arrastró por su
rostro desde abajo hasta arriba. Saboreó con la lengua una gota que le resbalaba por la
comisura de sus labios. El intenso olor a pintura le estaba dando náuseas. La lluvia
golpeaba intensamente los cristales. Pasaron las horas y ella siguió coloreando su
cuerpo. Le gustaba acariciar su espalda, era tersa y suave. Su pierna era larga y
esterilizada. Por el antebrazo sentía cosquillas. Cuando cada centímetro de su piel se
había vuelto completamente del color del ébano, extendió sus alas. Agarró el cuenco
con las dos manos y lo volcó sobre su ala blanca. Hilillos negros se hacían paso por los
surcos que marcaban las plumas, juntándose y abriendo nuevas desembocaduras. La
pintura caía lentamente ocultando cualquier símbolo de falsa pureza. No pudo evitar
llevarse la mano al cuello y al acariciarlo, palpó con las yemas de sus dedos dos
pequeñas marcas. La mordedura le había comenzado a arder y Caín no estaba cerca para
poder darle su medicina. Una brisa de aire frío la hizo estremecerse. La ventana se había
abierto.
—Cuánto tiempo sin vernos.
Ese maldito vampiro tenía la odiosa costumbre de aparecer siempre por detrás.
—Lárgate de aquí, Nosferatus.
—¿Y por qué iba a tener que obedecerte? ¿Acaso Caín me obedece a mí? —el vampiro
se acercó hacia ella clavando sus garras en su brazo. La pintura aún no se había
terminado de secar. Ireth le intentó asestar un rodillazo en sus partes bajas, pero él la
detuvo con su otra mano. Poseía una fuerza sobrenatural. La atrajo hacia sí
bruscamente. Su mirada bicolor la inquietaba, mucho más que sus afilados colmillos. Le
estaba examinando su cuello con los labios. Se detuvo al encontrar la antigua
mordedura—.Veo que Caín hizo un buen trabajo creando un antídoto, pero no el
definitivo—sonrió malévolamente.

Le estaba entrando una profunda sed, sentía su boca reseca, tan seca que le estaba
volviendo loca. Además, un intenso deseo se estaba apoderando de todo su cuerpo.
Tenía que pensar, recordar las palabras que Caín le susurraba para calmarla cada vez
que le daba un ataque. El recuerdo de su voz le hizo sentirse mejor. No podía permitir
que ese vampiro volviera a salirse con la suya. Intentó lanzarle todas las maldiciones
que conocía: paralización, petrificación, ceguera, confusión…pero ninguna de ellas
parecía surtir efecto.
—No lo intentes. Desde que te mordí soy invulnerable a tus ataques.
Ireth se retorcía desesperada sin obtener resultado alguno.
—Eres muy molesta —arrimó su boca a su rostro y exhaló una nube de vapor rojiza.
Olía intensamente a sangre. A sangre ácida. Al respirarlo la dejó aturdida. Sin apenas
ser consciente de ello, la había empujado hasta la cama—. ¿Qué te absorbo primero? —
bajó su cabeza hasta situarla entre sus piernas. Ireth quería cerrarlas, pero no tenía
fuerzas ni siquiera para ello—.Veo que ese imbécil sigue sin aprovecharte. Por lo visto
prefiere a mi mujer…y no me extraña, ella tiene más pecho que tú, y no es tan irritante.
La verdad es que no comprendo por qué se empeña en protegerte, si ni siquiera eres un
demonio completo. Hasta los diablos son superiores a ti —hincó sus dientes en la tierna
carne. Ya no le interesaba su cuello, iba a devorarla por completo. Sentía la sangre
gotear por sus muslos—¿Pero sabes qué? —continuaba hablando mientras se relamía
del carmesí fluido—. Tu sangre es casi tan deliciosa como la de ella. Desde que la probé
por primera vez, me he vuelto mucho más poderoso. Tal vez se trata de eso, que en
realidad eres más de lo que aparentas. Quizás me interese más tu alma…

Subió de nuevo hacia su rostro y posó su boca fuertemente sobre la de ella. Ireth pudo
saborear el sabor de su propia sangre. Sentía como algo tiraba de su interior. El
devorador de almas, Nosferatus el insaciable. Así le llamaban. No importaba cuanto
bebiese, siempre tendría más sed. De pronto la giró bruscamente poniéndola bocabajo.
Sintió el peso de él encima suyo. Comenzó a desgarrar la piel de su espalda con sus
afiladas garras. La sangre no cesaba de brotar y él la lamía con su húmeda lengua. La
horrorizaba pensar en aquello, pero por la forma en que la acariciaba y besaba, le
recordaba mucho a Caín. La misma sensualidad, la misma forma de estimular… Por fin
se dispuso a tomarla con brusquedad. Ireth agradeció que estuviese del revés, así no
vería su cara envuelta en lágrimas.
—Deberías aceptarlo de una vez. Él no va a volver. Ha sido elegido para sustituir a
Lucifer. Deberá entregar su sangre y cuerpo para poder fortalecer Infernalia. Ese es el
trabajo del Señor de los Siete Infiernos, mantener aquel lugar. Y por lo visto, él ha
decidido emplear el tiempo que le queda en despedirse de ese ángel. Sí…ha ido a verla
a ella en vez de a ti.

()
En la Tierra solo existía un monumento con forma de ángel: La columna de la victoria,
en Alemania. Amara lo sabía bien, se lo habían hecho estudiar para un trabajo.

—Señor Raphael, ¿puedo hacerle una pregunta?


—¿Cuánto tiempo vas a seguir llamándome “señor”?
—Usted es un arcángel, debo dirigirme con el mayor respeto posible.
—Amara…
—¿Qué fecha tienen hoy en la Tierra?
—Seis de junio de 6666, depende de la zona horaria.
—Vaya fecha tan…
—¿Por qué te preocupa eso?
—Tenía curiosidad… ¡sí que ha pasado tiempo ya! Pero, ¿no será un día peligroso?
Seguro que los demonios tienen preparado algo…
—Seguramente…no paran de llegarnos oraciones y rezos para que les protejamos.
Supongo que será algo parecido al caos que se produce cada año en la noche de
Halloween… —esto le bastó para confirmar sus sospechas. Lo que había visto era el
futuro. Le había mostrado el lugar y la fecha de la cita—. Hoy te has puesto muy guapa.
Me gusta como te queda el pelo así —acarició uno de sus ondulados mechones de
dorado cabello—.Pareces una diosa.
La muchacha sonrío tímidamente.
—Gracias…
Un grupo de guardias pasaron corriendo por donde estaban ellos.
—¿Ha ocurrido algo? —le preguntó el arcángel a uno de ellos.
—Gran Raphael, tres ángeles llevan desaparecidos desde hace dos días. No tenían
ninguna misión encomendada así que no deberían estar más allá de Shejakim.

¿Ángeles desaparecidos? Posiblemente fuesen infectados…cada vez había más. Pero


Amara no podía preocuparse ahora por ello. Tenía algo mucho más importante que
hacer.

()
Las campanadas del familiar reloj anunciaron la llegada de la media noche. Las pares
sonaban más agudas que las impares, como en su visión. Sabía que bajo aquella
impresionante torre, yacían las tumbas de los héroes que habían hecho realidad el sueño
de la victoria. La única diferencia entre lo que había visto y la realidad era que las calles
no estaban desiertas. Pararse en medio de la calzada como antes había hecho, era un
suicidio. Los conductores tocaban el claxon al verla pasar y algunos le gritaban cosas
obscenas. Un borracho iba recitando los diez mandamientos casi a grito pelado y un
grupo de adolescentes cegados por el alcohol y sustancias de dudosa legalidad,
rompieron unas botellas de cristal. La alarma de uno de los coches se activó. Las
siniestras calles estaban plagadas de gatos negros. Esa siniestra atmósfera no la
tranquilizaba en absoluto. El diablo se estaba haciendo de rogar. ¿Y si al final todo
resultaba ser una trampa? Pero no se acobardaría. Simplemente tenía que permanecer
alerta, alerta y acechante. Se acercó más a la escultura, siempre preparada para que
aquellos focos de luz no la pillasen desprevenida. Se colocó justo debajo de la torre.
Desde aquella perspectiva, el ángel resultaba aún más increíble e imponente.

Por fin escuchó el rugido que estaba esperando. Se giró hacia la calzada sabiendo ya lo
que la esperaba. Dos potentes focos de luz la deslumbraron. Una increíble moto negra
se había detenido ante ella. Alemania era un país que hacía poco que había comenzado a
industrializarse, por lo que su tecnología no estaba muy desarrollada. Eso podía
apreciarse en los coches sobretodo. Por el contrario, ese monstruo de la calzada parecía
estar dotado con los mejores avances. Un hombre de aspecto fibroso y completamente
vestido de cuero negro, descabalgó de su montura. Llevaba el rostro cubierto por un
casco de motorista. Se dirigió hacia ella y cuando estuvo en frente, se quitó el casco,
liberando a la fría brisa nocturna su oscura melena. Dos ojos grises la observaban
fijamente.

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