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N athan ya estaba bien, eso es lo que le había dicho Gabriel. Iba a volver

a ver el brillo de sus ojos y a escuchar su cálida voz. Se estremecía de alegría con tan
solo pensarlo. Se detuvo ante la puerta de su habitación. Estaba muy nerviosa, no sabía
cómo iba a reaccionar. Quizás la odiase por todo lo que había hecho. Recordó la flecha
de Chamuel. ¿Y si al no sentir ya nada por ella esa calidez con que ls trataba había
desaparecido? ¿Y si ahora la trataba con toda la indiferencia con que la trataban todos
los demás? Si eso era así, estaba en su derecho de odiarla. Se quedó ahí parada frente a
la puerta, inmóvil, como una tonta, frenada por sus temores. Finalmente reunió valor y
se dispuso a agarrar el pomo. La puerta se abrió sola sin que ella empujase. Raphael se
sorprendió de verla ahí parada.
—¡Amara!
—¿Y Nathan?
—Ya no está aquí, me desobedeció y se marchó… ¿Y tú? ¿Estás bien? Me han
contado que te han visto con Gabriel…
—¿Dónde se ha ido?
—No lo sé, supongo que a su casa… —el arcángel pudo percibir la decepción en el
rostro de la joven—¿No te alegras de que ya esté bien?
—Sí claro, muchas gracias, señor Raphael. Es sólo que me había hecho ilusiones de
verlo…Voy a buscarle.
Y dicho esto se marchó corriendo. Esa niña le estaba ocultando algo y si algo le pasara,
no sería capaz de perdonarse a sí mismo. No había querido agobiarla hasta ese
momento, pero la situación estaba cambiando. Estaban pasando muchas cosas y se
acercaba un cambio muy grande. Y parecía ser que Dios ya se había fijado en ella.

()
Inhaló una enorme bocanada de aire. Estaba cansado de pasar tanto tiempo tumbado en
una cama. Sentir de nuevo los rayos de sol acariciando su piel y el aire fresco le hizo
sentirse mucho mejor. ¿Cuánto tiempo había estado allí encerrado? Maldito demonio, se
lo haría pagar algún día. Volvió a contemplar la cicatriz que se le había quedado en el
pecho, pero no le importaba. La luciría con orgullo, como prueba de que se enfrento a él
y había protegido a Amara…porque lo había hecho, ¿no? Al menos Gabriel le había
dicho que ella estaba bien. Eso era lo único que le importaba. Su estado era lo de
menos, pero ella…
Unas voces familiares interrumpieron sus pensamientos. Se levantó y vio que se había
formado un coro en medio de aquella colina, pero no era él el centro de atención. Se
aproximó hacia sus compañeros de clase para ver qué era lo que estaban admirando.
—¡Nathan, tío! ¿Qué haces aquí? — preguntaron al unísono Ancel y Yael.
—Ya véis, me dieron el alta. ¿Qué estáis haciendo?
Le señalaron con la cabeza hacia el centro. Lisiel cabalgaba a lomos de un espectacular
pegaso, un caballo alado de pelaje blanco perla y crines violetas. Sus compañeros
estaban alabando a la magnífica criatura y entre ellos, destacaba Evanth, pidiéndola
constantemente que la dejase montar.
—¡Ey, que Nathan está aquí!—comenzó a gritar Ancel.
La gente dejó las admiraciones y empezó a prestarles atención. Al caer en la presencia
de Nathan corrieron a verle. Lisiel también se acercó a él cabalgando en su pegaso.
—Nathan, ¿qué te parece Saeta? Me lo ha regalado mi familia, aunque yo hubiese
preferido una cría de dragón plateado… —la familia de Lisiel era famosa por ser los
mejores cuidadores y entrenadores de criaturas mágicas. Los dragones del ejército del
Cielo pertenecían a ellos.
—Es precioso —exclamó el chico mientras acariciaba la cabeza del animal. A éste
parecía gustarle porque cerraba los ojos y se relajaba.
—¿Es cierto que derrotaste tú solo a un Señor del Infierno?
—No creo que ese mal nacido fuese tan poderoso…
—¡Nathan, eres increíble!—exclamó una impresionada Evanth—Sí que eres modesto,
cualquier otro—y ese otro lo dijo mirando de reojo a Yael y Ancel—ya hubiese ido por
ahí alardeando.
—Bueno, bueno, no creo que fuese para tanto. No creo que le derrotara puesto que no
hemos visto su cadáver.
Haziel, un ángel apuesto y fibroso de cabellos oscuros se hizo notar entre el resto. Se
aproximó hacia donde estaba Nathan con aires de superioridad. Al llegar ante el joven
ángel, le examinó de abajo hacia arriba. A Nathan le entraron ganas de pegarle un buen
puñetazo, pero no tenía ganas de armar otro espectáculo.
—Pero Haziel, Nathan fue muy valiente, no todo el mundo se atrevería a plantarle cara
—le replicó Evanth.
Al chico pareció molestarle que ella defendiese al otro.
—¡Pero si casi muere! ¿Qué clase de victoria es esa?
—¡Porque arriesgó su vida! Yo lo tengo muy claro, estoy segura que él es un ángel
azul: entrará en el ejército azul y llegará tan lejos o más como el gran Mikael.
Haziel estalló en cólera. Apretó su puño e hizo aparecer una enorme lanza azul y
plateada.
—Muy bien, tú lo has querido. ¡Te reto a un combate! Así demostraremos quien es el
mejor.
—¡Serás cobarde! ¡Si todavía no se ha recuperado del todo!
—Si es tan fuerte y valiente eso no debería ser un pretexto.

Se creó una gran expectación. Los observadores comenzaron a murmurar entre sí


emocionados. Shejakim solía estar siempre muy tranquilo y momentos como estos no se
solían dar.
—Nathan, si te conviertes en fuego se quemarán tus vendajes—le recordó Ancel.
—Tranquilo, contra alguien así no necesitaré llegar tan lejos.
Nathan preparó también su espada, pero su contrincante no esperó a que estuviese
preparado. Se desprendieron chispas al chocarse ambos aceros. Siguieron así, dándose
unas cuantas embestidas más. Nathan estaba tanteando a su rival, sin embargo éste
parecía estar atacando con todo lo que tenía. Sus golpes eran fuertes y la herida le dolía
al intentar resistirlos. Además, su lanza era más larga por lo que podía atacarle a larga
distancia mientras que él tenía que acercarse demasiado. Creó una llama del tamaño de
su puño y la hizo flotar alrededor de Haziel. Éste, distraído esquivándola, no vio que
Nathan se le aproximaba por el otro lado. Nathan le golpeó con la parte roma de su
espada con la suficiente fuerza que le arrojó contra el tronco de un árbol.
Algunos empezaron a aplaudir, pero Haziel no parecía haber aceptado la derrota. Se
levantó haciendo que la punta de su lanza comenzase a brillar y trazó un círculo con ella
creando una onda expansiva que incluso le llegó al público. El pegaso se asustó y salió
a galope.
—¡Saeta! ¡Ven aquí! —el animal en vez de obedecer a su ama, desplegó sus alas y
echó a volar—¡Mirad lo que habéis conseguido! —les gritó a los dos, pero ellos seguían
a lo suyo.
La temperatura corporal de Nathanael comenzó a elevarse provocando que la hierba de
alrededor suyo se quemase. Haziel también estaba acumulando poder en su arma. El
siguiente golpe sería el definitivo.
Se lanzaron a la velocidad de la luz pero el efecto del impacto fue absorbido por algo.
Al principio se quedaron paralizados por la sorpresa. Tardaron unos segundos en
percatarse de la piedra verde que refulgía bajo los rayos de sol interponiéndose entre
ambos. Yael se había puesto en medio y su gema mágica había retenido ambos ataques.
—Ya es suficiente. No queremos que vuelvas al hospital otra vez. Aquí el único que se
está poniendo en evidencia es él—le reprochó su amigo—. No le sigas el juego.

Todo el mundo se quedó en silencio sin saber cómo reaccionar.


—Ni siquiera fuiste capaz de impedir que tentase a Amarael—escupió Haziel.
—A Amara no le hizo nada.
—Pues ella va presumiendo de lo guapo que es—añadió Evanthel.
—¡Sí!—corroboró Lisiel—Va presumiendo de que un demonio guapísimo quería
seducirla.
Nathan sabía que Amara no era de esas, aunque últimamente estaba tan rara…
—¡Se acercan unos guardias!—les avisó uno.
—Vámonos antes de que nos metamos en un lío—le susurró Ancel al elemental de
fuego.
—¡Pero si en el valle sí está permitido hablar!
—Pero no destrozar la obra de Dios…
—Qué raro que vosotros no estuvieseis metiendo cizaña, con lo que os gustan estas
cosas…
—Claro que nos gustaría ver como le das una paliza a ese chulo putas, lo pondríamos
en la portada. Pero no queremos verte en el hospital tan pronto.
Los dos estaban serios de verdad. ¿Tan mal había estado? La verdad es que se había
encontrado dispuesto a morir en aquel momento. Por eso le dijo aquello a Amara…se
ruborizó al recordarlo. A saber qué habría pensado ella…Anhelaba volverla a ver, pero
por algún motivo había una parte de él que no quería encontrarse con ella. Imaginársela
con ese demonio le daba náuseas. Algo tenía que haberle hecho para que actuase de esa
forma. La Amara que él conocía jamás le habría utilizado de esa forma. Ella era tan
pura… ¿o quizás siempre la había idealizado? Tal vez lo que sentía por ella
simplemente era lástima. Siempre estaba tan melancólica…Creía que ella era fuerte,
pero que le faltaba confianza en sí misma, por eso él la protegía, para que se diese
cuenta de que había alguien al que le importaba. Y ella había abusado de esa confianza.
Le había traicionado y en lo más profundo de su corazón le dolía, le dolía muchísimo.
Aunque ese demonio le hubiese engañado…pensaba que su amistad estaba por encima
de todo… ¿Tan desesperada estaba que en cuanto alguien más le había propuesto a
saber qué, había aceptado? ¿Prefería confiar en un maldito diablo antes que en él que
siempre había estado a su lado? Se sorprendió a sí mimo pensando en aquello. Hace
tiempo se había dicho a sí mismo que a ella le perdonaría cualquier cosa con tal de verla
feliz. ¿Qué había cambiado entonces?

Sus amigos se detuvieron de repente. Nathanael ya iba a preguntar que qué pasaba
cuando la vio. Allí estaba ella, mirándole a través del chorro de agua que emanaba de la
enorme fuente de la plaza. Las pequeñas gotas de agua descomponían las partículas de
luz en fragmentos multicolores formando un arco-iris.
—Os dejamos solos—le murmuró Ancel al oído.Y los dos se marcharon dejándoles a
solas. La muchacha simplemente se sentó en el borde de la fuente. Le costó mucho
reprimir sus ganas de abrazarle, debía contenerse. Él la imitó sentándose a su lado.
Estaba muy serio y Amara se temía lo peor. Allí estaba prohibida la comunicación, pero
si susurraban en voz muy baja, el agua de la fuente ahogaría sus palabras. Aún así
prefirieron mantener el silencio. Nathan hizo materializarse en su mano una pluma
blanca. Amara la reconoció al instante. Era una de sus propias plumas, una de las
muchas que se había arrancado para intentar curarle la herida. El chico se la tendió para
devolvérsela a su dueña. El akasha era algo muy valioso en esos días.

Se la estaba devolviendo, no quería nada de ella. Pero no podía aceptarla. Hizo ademán
de ir a coger la pluma, pero le cerró suavemente el puño para hacerle ver que quería que
se la quedase él. El simple contacto con su mano le había estimulado todos sus sentidos.
¡Necesitaba abrazarle! Necesitaba decirle lo mucho que se alegraba de que estuviese
bien. Nathan fue a protestar, pero ella le silenció posando su dedo índice sobre sus
labios en señal de silencio. Cualquier escusa para tocarle era válida. Nathan comprendió
que era una causa perdida pelear por aquello así que volvió a guardársela. No quería
romper el silencio porque sabía que no se contendría y acabaría diciendo alguna
burrada, aunque por otro lado había muchas cosas que le gustaría que le explicase.

()
Raphael iba a ocupar su lugar en la mesa cuando, al verle a él sentado en el asiento del
arcángel blanco con los pies sobre la sagrada mesa de mármol, se irritó muchísimo.
—¿Qué te crees que estás haciendo?
—Me han llamado, igual que a ti.
—Pero eso no es motivo para semejante falta de respeto, Gabriel. El cuerpo de nuestro
señor Metatrón yace ante nosotros.
—Me han dicho que me pusiera cómodo.
Ese ángel conseguía sacarle de sus casillas. Él no era nadie para permitirse esa
arrogancia ante alguien superior.
—Yo le he llamado—aclaró Serafiel.
—Espero que sea para reprocharle su comportamiento como ángel. No sé qué imagen
va a dar a sus alumnos. Todo el mundo sabe lo suyo con Iraiael…
—No deberías tirar la piedra si no estás limpio de pecado, Raphael—le amenazó
Jofiel, el arcángel de la sabiduría—.Todos sabemos que solicitaste ser tú el que
acompañara a la valquiria de vuelta a su universo…
—Gabriel, ¿sabes por qué se te permite todo esto?—se dirigió hacia él el seraphín.
—No sabía que esto era un juicio. Esperad, que llamo a mi abogado.
—Porque la gente ve en ti una especie de Mikael. Donde quiera que vayas tú, se
sienten seguros. Eres necesario para mantener la calma en un periodo tan difícil. Por
algo eres el ángel de la muerte, porque para ese trabajo se necesita a alguien que inspire
confianza, para que las almas no teman abandonar el plano de los vivos. Estabas en la
habitación de Nathanael cuando éste despertó, ¿verdad? —admitió el silencio como
respuesta—.Pues ahora van diciendo que ha sido un milagro, que se debe a tu presencia.
¿Entiendes lo importante que eres?
Gabriel miró de reojo al oscuro semblante de Raphael.
—¡Eso es absurdo! Si Nathanael está vivo es gracias a los cuidados de Raphael, a que
el diablo no quiso matarle y a que Amara tapó la hemorragia con sus propias plumas.
—Ya lo sabemos, pero la plebe es así…
—Por cierto, ¿qué pasa con ese diablo?
—Eso es algo que no te incumbe, Gabriel—le espetó el primer ministro—.Ocurrió
hace mucho tiempo. Faltaban unos cuantos milenios para que nacieras.
La sala se quedó en silencio. El recuerdo de aquel incidente se reproducía de nuevo en
sus mentes.
—¿Y para qué me habéis hecho venir?
—Tengo que encomendarte una cosa.
—El entrenamiento se acerca…
—Lo sé, por eso mismo. Este año va a ser más importante que nunca. Metatrón es
consciente de que necesitamos un dios y él no está lo suficientemente recuperado como
para desempeñar esta función.- todos le estaban prestando más atención de la usual.-
Quiere que su suplente sea alguien joven, alguien que durante el entrenamiento va a
destacar sobre los demás.
—¡Eso es una locura!-exclamó Jofiel.
Al arcángel del Rayo verde tampoco le había hecho mucha gracia aquella idea. No
podía aparar de pensar en Amarael y sus sospechas se confirmaban.
—Por eso quiero que seas consciente de la responsabilidad que acarreas. Confío en tu
trabajo, y nuestro señor Metatrón, también.
—No os defraudaré…
—Hay algo más —Gabriel seguía mirándole a los ojos, dándole a entender que le
escuchaba—.Como vas a ir a la Tierra quiero que aproveches la ocasión. No podemos
permitirnos enviar demasiados ángeles allí.
—¿Y de qué se trata?
—Selene está viva —aquellas palabras le dejaron helado. No podía ser verdad, había
pasado demasiado tiempo…él la había visto morir en sus brazos. Había sentido sus
últimos latidos, su último aliento extinguirse—.Sé que suena increíble, pero nuestro
sagrado Metatrón me lo ha confiado.
Gabriel no pudo evitar levantarse de golpe. Apoyó fuertemente las dos manos la mesa.
El cabreo de Raphael parecía ir en aumento.
—¿Dónde está?
—En la Tierra. Eso es lo único que sé. Tu hermana era muy importante y necesitamos
más que nunca su habilidad. Ella es la única que podía generar akasha de la nada. Si la
traes al Cielo serás reconocido como arcángel del Rayo blanco.
—Traerla al Cielo…
—Sí, si lleva todo este tiempo en la Tierra, lo más seguro es que su akasha se haya
solidificado y por tanto será una humana, con poderes especiales, pero humana al fin de
cuentas. Para traerla aquí deberás liberar su alma.

()
Al final decidió romper el silencio. Tenía que hacerlo.
—Amara, ¿te hizo algo ese indeseable?
La joven acercó sus rosados labios a su oído para susurrarle en voz muy baja y evitar
que les escuchasen.
—Sabes que no, se marchó antes de que te desmayases —se había acercado tanto que
casi besaba su lóbulo.
—¿Quién es él?
—No lo sé. No sé ni su nombre, ni apodo, ni nada… Raphael lo sabe, pero se niega a
hablar del tema. Algo raro pasa.
Nathan no aguantaba más. Tenía que formular la pregunta que carcomía su corazón. Al
hacerlo se sintió liberado.
—¿Por qué me mentiste?
—Porque si hubieses sabido la verdad, no me hubieses ayudado.
—¡Y nada de esto habría pasado!
La culpabilidad terminó por desbordarla. Se escapaba por sus ojos en forma de lágrimas
silenciosas. Estaba demasiado cerca del cuerpo de él como para no abrazarlo, demasiado
cerca de su cuello como para no alzarse y rodearlo con sus brazos. Se volcó al calor de
su pecho en busca de consuelo.
Unos soldados de la guardia celestial pasaban por allí en su rutinaria ronda de guardia.
La plaza estaba solitaria, lo normal a esas horas; los ángeles preferían lugares más
ruidosos. No percibieron la figura que se ocultaba tras la cascada de agua, la imagen
borrosa de dos seres unidos en un abrazo.

Nathan la apartó bruscamente. La chica se le quedó mirando esperando una explicación


a su reacción.
—Lo siento… —el joven agachó la cabeza lleno de culpabilidad—.Yo no puedo darte
lo que necesitas —y dicho esto se alejó de allí. Amara solo pudo quedarse
contemplando como a cada paso que daba un abismo se abría ante ellos.
<<Me odia>>
No podía reprochárselo. Se lo había ganado. Al fin y al cabo eso es lo que quería.
Apartarle de ella, cuanto más lejos de ella estuviese, más seguro se encontraría. No
sabía en qué estaba pensando con esa forma tan vergonzosa de actuar. Era el único
amigo que tenía y no quería perderlo. Pero si permanecía a su lado solo le causaría más
sufrimiento. Alejarse de él para salvarle. Eso era lo importante.
Dio media vuelta hacia Zevul; no quería que nadie la viese llorando.

()
La reunión había terminado. Los arcángeles ya habían abandonado su asiento y se
disponían a abandonar la sala. Raphael se acercó a Chamuel y le tendió un frasco de
cristal con un extraño líquido negro en su interior.
—Espera, tengo una cosa para ti —Chamuel se dio la vuelta para ver de qué se trataba.
—Toma, por fin pude hacerte más, que ya se te había gastado, ¿no?
Chamuel miró el frasco mientras lo aceptaba entre sus manos y asintió con la cabeza.
Los cascabeles de su cabello resonaron melódicamente.
—Gracias compañero, aunque por lo que estoy viendo últimamente, creo que no lo
necesito.
—¿Ya no acuden a ti?
—Sí que lo hacen, pero no saben que no me quedaba ungüento para untar en la punta
de las flechas. Sin él mis flechas son normales, pero quedan igualmente satisfechos, por
lo que sale más económico…

()
¿Cómo había sido tan estúpido? Al sentirla apoyada sobre su pecho lo había
comprendido todo. Lo que le pasaba es que estaba celoso, tremendamente celoso. Aquel
bastardo, de alguna forma, había conseguido comprenderla mucho mejor de lo que
había hecho él en todo este tiempo. Amara se ahogaba, llevaba ahogándose todo este
tiempo. Pensaba que él podía ayudarla, ¡pero qué equivocado estaba! No entendía su
sufrimiento ni nunca lo haría, por lo que nunca será capaz de salvarla. Sin embargo, ese
bastardo había sabido cómo tenderle la mano, aunque fuese con fines malvados, pero
había sabido llegar a su corazón. Se había aprovechado de esta vulnerabilidad. ¿Quién
le ha hecho más daño? ¿Aquel demonio o él? La obligación de él como amigo suyo que
era, tenía que ser comprenderla. Hace unos instantes podía haberla besado. Podía
haberla hecho feliz por una vez y no se había atrevido. No se había atrevido porque para
él eran más importantes unos principios morales que su amiga. Con él ella no sería feliz.

()
Gabriel se quitó su abrigo en cuanto hubo cerrado la puerta. Al fin en casa. Llevaba
unos días trabajando sin apenas descansar y encima no habían cesado de suceder cosas.
Liberó sus cabellos dejándolos caer desordenadamente sobre sus hombros desnudos. Se
sorprendió al ver que no estaba Iraia esperándole. Sobre el aparador de la entrada
descubrió una nota. Reconoció al instante la inmaculada caligrafía de ella.

“Hola, cielo. Espero que la misión te haya ido bien. Estaré unos días sin volver porque
me han encomendado una misión especial. ¡Tengo que escoltar a una valquiria hasta
su universo! Pero no te preocupes, vamos bien preparados. A mi regreso te contaré
todo lo que he vivido. Cuídate, y no te mates a pajas en mi ausencia, que a la vuelta
quiero que me hagas un masaje de los tuyos. Te amo.”

No pudo evitar dibujar una sonrisa. Esta mujer, siempre pensando mal de él. Se dejó
caer con todo su peso sobre la cama. Había contado con que su compañía femenina le
mantendría despejado, pero estaba visto que no iba a poder ser. De todas formas
tampoco se encontraba con ganas de hacer nada. No podía olvidar las palabras de
Serafiel. ¿Acaso eso podía ser verdad? Se acercó hacia el cajón de su mesilla y lo abrió.
En su interior había un marco de fotos bañado en plata. Se quedó contemplando la foto
durante horas, los primeros rayos de luna se filtraban ya a través de la ventana. Selene…
Los tiempos en los que escuchar su voz era una realidad parecían tan lejanos…como si
nunca hubiesen existido realmente más allá de su imaginación.

<<Estoy aquí, Selene. Estoy aquí como tú querías. Soy yo el que debería haber muerto
en vuestro lugar y en cambio, soy el único que está vivo>> —O eso había creído hasta
ese día.
Selene, la primera mujer a la que había amado. La primera que le había enseñado que la
vida era mucho más que acero y sangre, que también existía el placer. Y estaba viva. El
marco se escurrió entre sus dedos, ahora sin fuerzas, rajándose el cristal al chocar contra
el suelo. Una sacudida golpeó su cuerpo frenéticamente. La respiración se le cortó.
Sentía latigazos en el interior de su cuerpo.
<<No…>>—Ahora no…

El ADN de cada célula latía más rápido que su propio corazón. No era posible. Hace
tanto que no sentía aquello…había incluso llegado a pensar que esa pesadilla hace
tiempo que se había acabado. Ocultó su rostro entre sus sudorosas manos. Y allí se
quedó, tendido entre las sábanas de franela y raso, hundiéndose entre sus plumas
mientras se estremecía y aullaba de dolor.

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