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A l otro lado del mundo, dos ojos rojos brillaban en la oscuridad.

—¿Ocurre algo, Caín?


—Tranquila, todo va perfectamente —Me encanta contemplar su cuerpo desnudo
tendido sobre mí. Jugueteé con uno de sus suaves mechones de cabello celeste—.
¿Sabes, Zad? Me sorprende que todavía no te haya convertido en vampira.
—¡No me llames así!...Sí que ha probado mi sangre…pero dice que se está reservando
el momento de devorarme entera.
—¿Y qué pasará cuándo ese momento llegue?
—Todo seguirá igual, seguiré adorando a mi marido y podré seguir viendo a Agnis…
—Curiosa la forma en que “adoras” a tu marido.
Antes de que me diese tiempo a reaccionar, sentí el frío akhasa de su mano
abofeteándome. Qué fácil resultaba hacerla enfurecer. Seguro que a Mikael le mantenía
a raya… Ya más calmada siguió hablando.
—Con el tiempo me he dado cuenta de lo afortunada que soy. Soy la envidia de los
Siete Infiernos. Cualquiera se entregaría a él como el mayor de los placeres concebidos.
Sí…claro que lo noto, lo siento en sus miradas. Sobretodo en las de esa Viento…no
soporta verme junto a él. Infernalia es un sitio mejor desde que ella no está aquí. ¿Y
sabes? Tu piel es tan áspera comparada con la de él…y tus labios no están tan jugosos...
—¿En serio? —no pude evitar enarcar una ceja.
Mientras decía todo aquello no había cambiado ni un ápice su expresión. Seguía con el
mismo semblante sólido de siempre. Y además no se mostraba nada satisfecha…lo
mínimo sería que se mostrase de mejor humor y qué menos que agradecida... Tampoco
estaba muy seguro de cómo habíamos llegado a esa situación. Ella se me había acercado
para decirme que quería felicitarme en persona por mi ascenso, por lo que ya se había
enterado de lo de Mikael. Aún así accedí, puesto que no pensaba irme de allí sin haber
logrado hablar con ella. Como había supuesto, casi me rebana el pescuezo con esa
afilada daga suya. Intenté explicárselo todo, pero ella no parecía muy dispuesta a querer
escucharme. Hasta que la mencioné aquello. La situación cambió completamente. Ella
se me entregó en busca de ¿consuelo? Las veces que la había visto anteriormente, había
tenido la impresión de que sus ojos reflejaban una profunda tristeza, pero ahora que
había podido sumergirme en ellos detenidamente, no estaba tan convencido de aquello.
Aquellos cristalinos representaban un muro impenetrable. Había intentado descifrar su
mente, sin éxito alguno. Su corazón se había endurecido. Como el mío.

Unos repiqueteos contra la vidriera interrumpieron la tensa atmósfera que se había


formado. A través del cristal coloreado, un cuervo batía sus negras alas cuan ángel
caído.
—Bien hecho, preciosa.
—¿Es necesario meter a alguien así en esto?
—Zadquiel, ella estaba metida en esto desde que nació.
—Pero es tan joven…
Le agarré de la barbilla para obligarla a mirarme a los ojos.
—Confía en mí.
Había pensado que quizás en esa situación sí que podría leerle la mente, pero seguía
resistiéndose.
—Deja de intentar penetrar en mi mente, todavía puedo arrojarte a mis vampiresas…
—Quién iba a decir que sería más fácil penetrarte por otro sitio…
Sentí un hilo de sangre acariciar mi cuello. La daga de akasha hundida en mi piel me
producía un inmenso dolor.
—Eres igual de arrogante que todos. No sé qué diferencia hay entre confiar en ti, o en
Nosferatus.
—Que yo no voy por ahí arruinando bodas… —me costaba hablar manteniendo la
compostura. El akasha resultaba realmente molesto. Por fin retiró la maldita daga de mi
cuello sin consideración alguna, provocando que más sangre saliese de la herida y
arrancándome casi un grito.
—El olor a sangre les vuelve locas.
Apresuré a limpiarme, aunque sabía que eso no ayudaría mucho.
—Vete antes de que Nosferatus vuelva, si es que puedes salir entero, claro.
Miré preocupado hacia la puerta, sabía a lo que se refería. Al otro lado había un pasillo
infestado de estas sedientas criaturas. Claudia seguía graznando y golpeando el cristal.
Sabía qué era lo que tenía que hacer y el cuervo también lo había captado por lo que se
apartó rápidamente de la ventana. De un gesto con la mano hice estallar en cientos de
fragmentos la vidriera que se interponía ante mi libertad. Zadquiel observaba inmóvil
mientras me arrojaba al abismo realizando el salto del ángel desde una de las torres más
altas. Nosferatus reconocería el aroma de mi sangre maldita, pero ya no podía hacerme
nada.

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—Mi mamá me contó una vez que en el jardín del Paraíso, existía un rosal. Y que de
su primera rosa nació un pájaro, un ave blanca. La sangre de Eva, la primera mujer, tiñó
las flores de rojo carmesí, y una chispa de fuego de la espada del ángel Samael, cayó
sobre su nido, y la pobre criatura murió abrasada. Pero de su rojo huevo, nació un ave
única y echó a volar desplegando sus radiantes y flamígeras alas. Su canto es especial y
cada cien años, se purifica en sus propias llamas, para volver a renacer más
resplandeciente que antes, pues es única en el mundo: el fénix.

Amara se fue incorporando lentamente. Un niño de rubizos cabellos e inocente mirada


azul se encontraba junto a ella. Su vestido seguía siendo blanco intenso, sin mancha
alguna de sangre.
—¿Pero qué...?
—Tú no eres mi ángel. Yo quería verle a ella… Eres verdaderamente muy hermosa —
su tono de voz había cambiado en aquella última frase. Ahora sonaba hueca y distante.
—¿Sigo estando en la misma pesadilla?
—Tú no puedes tener pesadillas—hizo una pausa antes de continuar—. Él quiere la
Corona de Espinas.
—Ya lo sé, pero… —volvió a contemplar la marca, que parecía haber vuelto a la
normalidad—. ¿Debería dársela a él?
—En cuanto los demás sepan que la tienes, te la querrán arrebatar.
—¿Debería ponérmela yo?
—La corona está maldita. Otorga mucho poder, pero nunca serías feliz con ella. Ese
poder no lo necesitas, puesto que ya posees uno mayor, sin embargo, la felicidad sí que
te hace falta.
—Él se piensa que soy una frágil mariposa…y él, un temible cuervo. ¡Quiero
demostrarle que yo no soy ninguna presa débil!
—Las mariposas no renacen del fuego.
—¿Puedo salvar a todos?
—Puedes hacerlo. Ahora que sabes la verdad.
Aquellas visiones volvieron a ella estremeciendo todo su ser. Es cierto, lo había visto,
pero ¿no formaba todo parte de su retorcido juego? Incluso aquel niño…sonaba tan
irreal…
—Hagas lo que hagas yo te apoyaré. Estés donde estés yo te protegeré. Eres la
estrella más brillante del firmamento, no te perderé de vista. Pronto, los demás te
descubrirán también; no, ya lo saben, por eso te envidian. Pero a ti no pueden afectarte
sus falacias, tú eres superior a ellos.
—Si fuese tan superior no necesitaría que otros me protejan.
—Te protegen porque te aman.
—Yo no hecho nada para merecerme el afecto de nadie…
-En este mundo existen cuatro clases de seres: los que te protegen porque te aman, los
que lo hacen porque eres importante, los que te odian por envidia y los que te temen.
—¿Puedo odiar a alguien simplemente por el hecho de que ellos me odien a mi?
—No, tú estás por encima de todo eso. Amarael, todo en esta vida tiene su propio
punto de vista, desde la perspectiva de cada uno. Por tanto, ninguna es la correcta,
todas lo son desde ese punto de vista. La única forma de entenderlo todo es juntando
todas esas perspectivas. Entonces, te darás cuenta que pocos son malvados de verdad.
—Eso siempre lo he sabido, no pueden ser tan malos como nos dicen…
—Otra prueba más de que eres más inteligente que ellos. El odio y el engaño son el
arma de los dioses. Pero tú no necesitas combatir con sus mismas armas, tú tienes las
tuyas propias… Se me acaba el tiempo.
—Espera, hay tanto que no…
—Nunca apagues tu luz.

Amara iba a reprochar, pero el niño empezó a desvanecerse, todo parecía disolverse.
Hasta que sintió el aire acariciar su piel. No parecía encontrarse en el cielo, la atmósfera
era más pesada y el aire resultaba difícil de respirar. Eso solo podía significar que estaba
en una ciudad industrializada de la Tierra. Se encontraba en medio de una calzada
pavimentada y ante ella se alzaba una inmensa torre de unos sesenta y nueve metros de
altura, sobre la cuál, posaba un ángel dorado con las alas extendidas hacia el cielo. No
cabía duda, solo podía tratarse de la Columna de la victoria, construida por los alemanes
tras derrotar a los demonios con ayuda de la Inquisición. Para los humanos sería una
experiencia única contemplar su ciudad desde aquella altura, seguramente se sentirían
libres, como lo que ella sentía cuando volaba entre las nubes. Aunque solo fuese una
falsa ilusión, aquella sensación merecía la pena. Pero seguía sin entender cómo había
llegado hasta allí. Todo parecía desierto, ni un alma se avistaba en toda la avenida. Se
acercó a un quiosco abandonado repleto de periódicos preparados para ser repartidos.
La fecha le llamó la atención: seis de junio de 6666. No había caído en que los humanos
se encontraban en ese año, en el Cielo el tiempo se medía de forma distinta. Las
campanadas de un reloj llamaron su atención ya que sonaban de forma muy curiosa: las
campanadas pares sonaban más agudas que las impares. Había pensado que por una
extraña casualidad, serían las seis y seis minutos, pero las campanadas sólo anunciaban
la medianoche. Volvió a echarle una última mirada al monumento. Desde aquella
distancia seguía siendo impresionante. El ruido de un vehículo aproximándose le
sobresaltó. Al darse la vuelta, dos focos de luz la deslumbraron. Al abrir de nuevo los
ojos, se topó con la cara de un hombre de que la miraba preocupado.
—¿Amara?
Aquella voz le resultaba familiar, ya la había oído ese mismo día…
—¡¿Señor Gabriel?!
—No me llames señor.
—¿Cómo…?
Se incorporó rápidamente para descubrir que se hallaba tumbada sobre la mullida cama
de su cueva.
—Menos mal que despertaste, ya estaba por llamar a Raphael…
—¡A Raphael no!
—Ya imaginaba que no querrías…Por cierto, vives como los hombres del cromañón,
pero con sábanas rosas…
—¿Qué haces aquí?
—Antes no teníamos intimidad…además, ya me temía que algo raro pasaba… ese
tatuaje, ¿quién te lo hizo? —la joven contempló la marca que lucía siniestramente en su
mano. Miró con cara de culpabilidad a Gabriel—¿Pensabas que no me había dado
cuenta? ¿Ves este tatuaje? —le enseñó el dibujo que lucía en su costado izquierdo—.Me
lo hizo un demonio, reaccionó en cuanto me acerqué a ti.
Amara estaba mareada por todos aquellos sucesos. Primero la maldita marca, después
las alucinaciones y ahora Gabriel le revelaba estas cosas sentado sobre su cama.
—¿Te lo hizo él? El que os atacó—se apresuró a aclarar.
—No lo sé…todo empezó desde que vi a ese cuervo… —todo le daba vueltas. Volvió
a recordar todo lo que había visto y el miedo volvió a invadirla.
—Tranquila, no pasa nada —la arrimó hacia su cálido pecho y la rodeó con sus
fornidos brazos—¿Sigues teniendo frío?
Amara se apresuró a apartarse de él.
—No es un tatuaje…apareció de repente…el laboratorio…la manzana…aquel niño…
—las palabras se le apelmazaban en su boca y se sentía estúpida al formularlas. Nada
tenía sentido…
—Me has pegado un susto…cuando llegué estabas pintando con tu propia sangre la
pared y no reaccionabas a mis palabras, ¡parecías un zombie!
—¿Qué estaba haciendo qué? —se acercó a la pared done había señalado, asustada. Se
sorprendió cuando vio el dibujo de un ave envuelto en llamas.
—¿Esto lo he hecho yo?
—Estabas poseída, algo había entrado en tu mente. Intenté salvarte, pero una extraña
fuerza me lo impidió. Nunca había sentido algo como eso…
Permanecieron un momento en silencio, sin saber qué decir. Había tantas cosas
incomprensibles…
—Amara, todos hemos pasado por algo similar, aquí nadie está limpio como se intenta
hacer creer. Pero te digo por experiencia propia que te alejes de él. Son expertos en esto,
sólo te confundirá más hasta obtener de ti lo que quiera.
Eso es lo que le decía la razón, pero su corazón reaccionaba de forma contraria. Quizás
en Gabriel sí que podía confiar. Tal vez él era el único al que podía contarle todos sus
miedos. Pero eso conllevaba meterle en esto, y no quería que nadie más saliese mal
parado por su culpa. Además, ella no necesitaba la ayuda nadie…
—¿Conoces la corona de espinas?
—Se dice que es un objeto sagrado, pero nunca ha sido encontrado.
—¿Qué importancia tiene un objeto sagrado?
—Hay siete, uno para cada rayo, pero olvídate de ellos, están malditos. O eso es lo que
se dice… La corona de espinas es el regalo que el ángel Agneta iba a regalarle a su
hermana Zadquiel como regalo de bodas. Se sabe que la corona sí que fue forjada, pero
nadie la encontró jamás. No se sabe si Zadquiel llegó a ponérsela y si la tragedia que
sucedió después formaba parte de la maldición.
—¿Cómo se sabe que es un objeto sagrado si…?
—Agneta anunció por todo lo alto que estaba forjando la más bella y delicada diadema
jamás creada. Muchos orfebres de gran prestigio se mostraron deseosos de participar en
el proyecto. El propio Serafiel dijo que sería bendecido para convertirse en el objeto
sagrado del Rayo violeta. Pero al final parece ser que es verdad que están malditos…
Pero hay tantas historias… —se apresuró a añadir al contemplar la cara que estaba
poniendo la chica—. Hasta se dice que Zadquiel pensaba quitarle el trono a Metatrón y
que con esa corona gobernaría a toda la Creación…
—¿Estabas allí cuando todo eso pasó?
—Lo recuerdo perfectamente, a pesar de lo joven que era. ¡Cómo iba a olvidar a
Mikael! Cuando llegó a la catedral estaba increíble, irradiaba un aura de magnificencia
que más quisiera un seraphín… Gracias a él ahora soy quien soy.
La muchacha parecía muy interesada en oír la historia. Gabriel se encontraba
sorprendido de estar hablando sobre estas cosas a esas alturas…nunca lo había contado,
ni siquiera a Iraiael. Dio unos pasos mientras divagaba por las agua de su pasado y
volvió a sentarse sobre la cama. Hacía mucho tiempo que no echaba la vista atrás hacia
esos días. No le costó nada visualizarse.
—Tras la muerte de mis padres me quedé trastocado psicológicamente. Sí, también los
demonios mataron a mis padres, eso fue un año después de lo de mi hermana. En estos
casos resulta mucho más simple volcar todo tu odio en alguien. Es un mecanismo de
defensa, una forma de aliviar el dolor…y yo me cegué por la venganza.
>> Me convertí en un asesino despiadado de criaturas del infierno, me encargué de que
cualquier demonio temblase cuando escuchara mi nombre. Jamás solté un arma, se
había vuelto mi obsesión y el único motivo por el que permanecía vivo. Entrené mi
cuerpo hasta llevarlo al límite, lo forcé para conseguir todo el poder posible. La ira era
mi único alimento y la furia, mi compañera. Durante las pocas horas de sueño que tenía,
las pasaba aniquilando más demonios —a Amara le resultaba extraño imaginarse a
aquel mismo ángel cubierto de la sangre de sus enemigos, matándolos de la forma más
dolorosa posible. Era imposible imaginar un atisbo de crueldad en aquella mirada
bondadosa—…Entonces fue verle a él y lo comprendí todo. Mikael, el arcángel azul, el
único que fue capaz de derrotar a Lucifer…él no desprendía esa aura oscura que
desprendía yo. Me hizo comprender que por el camino de la venganza y la ira, sólo se
llegaba a donde los demonios pretendían llevarme. Me prometí a mí mismo que algún
día sería como él. Entonces fui dejando de lado mi obsesión y comencé a socializarme.
Conocí a Menadel y a los demás, y a Iraia…y aquí estoy —le dedicó una amplia sonrisa
para restarle importancia al asunto.
—¿Entonces tú también te casarás con Iraiael?
—¡Ey, un momento! Que me quiera parecer a Mikael no significa que me tenga que
teñir de rubio y hacer exactamente todo lo que hizo él…
—Pero si la quieres…
—Por llevarla al altar no voy a quererla más…mira a los humanos, ellos se casan por
conveniencia.
—Ya… —parecía que por fin todo había cesado de darle vueltas. Había llegado un
momento que incluso había dudado de que aquella conversación fuera real. La voz de
Gabriel le resultaba muy agradable, podía estar escuchándola eternamente sin llegarse a
cansar de ella. Pero tenía que aterrizar en el suelo. La realidad era que ella tenía en su
poder un objeto muy poderoso y ese diablo quería quitárselo…
—Gabriel…tengo que pedirte una cosa…
—Dispara.
—Mátame. Aquí y ahora.
—Sí claro, y después Raphael me matará a mi…después de resucitarte, por supuesto
—la chica le seguía rogando con la mirada que lo hiciese—. Amara, no voy a matar a
una joven tan guapa como tú y menos por haberse visto en secreto con un diablo…
—No he quedado con él en secreto…
—¡Ni siquiera has hecho nada con él, entonces!
—Pero antes de que cometa una estupidez…
—Si algo malo te pasara, a Nathan le daría algo…
—¿A Nathan?
—Sí, por él estoy aquí. Fui a visitarle, y lo primero que hizo al despertarse fue
hacerme jurar que estabas bien…y como no me gusta jurar en vano vine a asegurarme
de que así fuese.
—¿Ha despertado? —una enorme cara de alegría remplazó todos sus temores. Tenía
que ir a verlo.
—Deberías ir a verle, le hará mucha ilusión.
—Gracias, Gabriel
Le dio un rápido abrazo y se inmaterializó en luz para ir más deprisa. Gabriel se quedó
un tiempo contemplando el dibujo del fénix que la propia Amara había hecho.
<<Estás falta de cariño, ¿verdad?>>

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