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Florence Baker: Esclava, exploradora y dama

Por: Patricia Díaz Terés


“La única posibilidad de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más
allá de ellos, hacia lo imposible”.
Arthur C. Clarke
Lograr proezas consideradas imposibles es uno de los sellos característicos de
todos los exploradores que resultaron atraídos por el misterio que encerraba el
continente africano durante el siglo XIX.
Así, en la historia del descubrimiento de todas las maravillas contenidas en el
llamado Continente Negro, surgen irremediablemente nombres como David
Livingstone, John Speke o James Grant o Roderick Murchison. Pero las aventuras en
las selvas y desiertos africanos no fueron exclusivas de los caballeros de la época,
existieron también algunas damas aventureras que tuvieron emocionantes
experiencias en aquellas tierras.
Encontramos de esta manera a misioneras como Mary Slessor quien vivió
como una nativa africana, científicas que se enfrentaron con remos y paraguas a
cocodrilos e hipopótamos como Mary Kingsley o excéntricas aristócratas como
Alexinne Tinne quien, en su recorrido por el Nilo, cargó con cualquier cantidad de
objetos innecesarios como una bañera de latón, diversas colecciones o vajillas de
porcelana para no alejarse demasiado de las comodidades del hogar.
Desde luego, también recorrieron el África algunas esposas que se negaron
terminantemente a dejar solos en la aventura a sus maridos, como es el caso de Mary
Livingstone, Isabel de Urquiola o Juana Smith.
Sin embargo, una de las historias más apasionantes es la protagonizada por
Florence y Samuel Baker, quienes lograron descubrir una de las fuentes del río Nilo, el
lago Alberto, en 1864.
Florence Baker, cuyo nombre de soltera fue Florenz Barbara Maria Von Saas,
de origen húngaro; era una rubia y asustada jovencita de dieciocho años a punto de
ser vendida en una subasta de esclavos, en la ciudad de Vidin (Bulgaria), cuando la
encontró el cazador y explorador escocés Samuel Baker, quien sin dudarlo compró a
la mujer que lo ayudaría posteriormente a cumplir el sueño de su vida: adentrarse en
los confines africanos.
Corría el año de 1861 cuando Samuel Baker, quien para entonces era ya viudo,
comunicó en una carta a sus hijas y hermana, que pretendía seguir los pasos de su
amigo John Speke, quien habiendo emprendido una expedición hacia las fuentes del
río Nilo, se encontraba presuntamente desaparecido.
Es así como en 1862 Samuel y su inseparable Florence abandonaron el último
asentamiento civilizado del continente africano, Jartum, capital de Sudán y partieron
con rumbo al sur hacia Gondokoro, adentrándose en territorio cada vez más hostil.
A partir de entonces la pareja tuvo que enfrentarse a una casi inimaginable
cantidad de obstáculos, combatiendo por igual a fieras salvajes como leones, hienas e
hipopótamos, y a peligrosos comerciantes de esclavos; sufriendo con las inclemencias
del clima y por supuesto tratando de vencer a uno de los enemigos más acérrimos de
los exploradores victorianos: la fiebre malaria.
En ocasiones, el estado de salud de Sam Baker estuvo en condición tal que
Florence prácticamente debió hacerse cargo por completo de la expedición, tratando
de controlar así a porteadores y sirvientes nativos, renuentes a someterse a la
autoridad de una mujer.
Pero también durante su largo viaje, Baker dio muestras contundentes del amor
que sentía por su joven y hermosa compañera. Un ejemplo de esto fue el momento en
el que un rey salvaje llamado Kamrasi trató de apoderarse de Florence, ante lo cual
Sam no dudó un instante en sacar su revólver y apuntar directamente al pecho del
abusivo monarca, haciéndolo desistir de su intento.
Tiempo después y habiendo soportado tantas penurias, Samuel y Florence
vieron recompensados sus sacrificios cuando pudieron por fin contemplar la magnífica
extensión del Luta N’Zige, el lago Alberto (nombrado así por el Consorte de la Reina
Victoria), al que Florence llegó con grandes esfuerzos e igual determinación, apoyada
trabajosamente sobre un improvisado bastón, ya que pocos días antes había estado al
borde de la muerte por un grave ataque de fiebre.
Después de un no poco complicado regreso a la civilización y de sopesar
largamente la decisión final, Samuel Baker resolvió llevar consigo a Florence de vuelta
a Londres y hacerla su esposa.
El matrimonio, del cual Samuel no informó a su familia sino hasta pasada la
ceremonia, se llevó a cabo en forma discreta el 4 de noviembre de 1865 y poco
después Baker hizo de conocimiento público todos los pormenores de su exitosa
expedición. A partir de ese momento Florence tuvo que enfrentar, si bien con gran
entereza, numerosas y contradictorias situaciones.
Así, por un lado la prensa británica alabó su carácter, fortaleza y tenacidad
considerándola una heroína; mientras que la Reina Victoria, debido a sus estrictos
cánones, se negó terminantemente a recibir en audiencia a la valiente exploradora,
alegando que no consideraba a la ahora Lady Baker como una persona moralmente
intachable.
Sin embargo, a pesar de las críticas y conflictos, los Baker continuaron en los
años siguientes viajando a otros rincones del África, aunque con metas un poco
menos ambiciosas que las de su primera y más famosa travesía.
Sin duda Florence Baker ha sido una de las figuras femeninas más
representativas en los registros de la exploración del continente africano, ya que
constituye un buen ejemplo del carácter y valor que demostraron muchas mujeres que
desafiaron, ya sea por necesidad o preferencia, los rígidos estereotipos de la época
victoriana, logrando así ocupar un digno y merecido lugar en la historia.
Referencias:
“Las reinas de África: viajeras y exploradoras por el continente negro”. Aut. Cristina
Morató. Ed. Plaza y Janés. 2003
“Los amantes del Nilo”. Aut. Richard Hall. Ed. Mondadori. 2002

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