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—¡Ay! ¡Que me miran! ¡Nos están mirando! ¡Me voy! ¡Me escondo!

¡Trágame, tierra! —exclamaba Nieves.


El joyero no salía de su asombro y preguntó a Nieves si podía repetir
lo que había hecho.
—¡Ay, que no! ¡Que me da mucha vergüenza! ¡Que no, que no!
—¿Qué le pasa a esta chica? —preguntaba el acaudalado joyero— ¿A
qué viene la vergüenza? Si fuese desagraciada, tuerta, fea, raquítica... lo
entendería. Pero no puedo entenderlo en una chica tan guapa, simpática y
con esa sonrisa abierta.
—¿Quieres dejar de ser niña? —dijo Leire a su amiga—. Todos nos
hacemos los niños, yo la primera, pero no debemos hacerlo. Mira, aquí todos
tenemos nuestros problemas. Itziar que es una descarada; Carlos que no
piensa más que en trabajar; Ekaitz y Miguel que se pasan la vida haciendo
amigos, pero no saben hacer una suma ni escribir una nota; Mari Mar que
está plof y no se altera por nada. Noemí que se pasa el día haciéndome
carantoñas; Akaitz que no sabe más que desvivirse por todas, salvo por
Itziar; Elena que nunca se atreve a hablar y pasa de las notas. Todos
tenemos nuestros problemas y tenemos que trabajarlos. Tú tienes que
trabajarte el no quedarte callada. Échale valor a la vida. Ahora es el
momento.
—¡Inténtalo! —saltó entonces Ekaitz— ¡Que tú puedes! ¡Que eres una
tía estupenda! ¡Y lo sabes!
Las palabras de Ekaitz resultaron mágicas. Nieves respiró, se
levantó y, mostrando a los visitantes del bazar toda su belleza, gritó:
—¡Turcos! ¡Va por vosotros, habitantes de esta preciosa ciudad!
Dicho esto, volvió a murmurar sus palabras mágicas. El milagro volvió a
suceder. Todo se iluminó nuevamente. El joyero se puso loco de contento.
Nieves, al recibir el aplauso del público y ver cómo le miraban con
admiración, se dio cuenta de que triunfaba, de que era como todas las
personas y de que no tenía motivos para temer hablar o relacionarse. Loca
de contenta, gritó:
—¡Gora el PIPE de Ibaialde!
—¡Goraaa! —corearon los turcos presentes que lo habían aprendido en
el último partido de la Real contra el Galatasaray.
El joyero, emocionado y barruntando un gran éxito comercial, propuso
a Nieves que le acompañara a la Feria de Joyas de Moscú.
—Iría encantada —aseguró Nieves, que se sentía feliz tras superar su
miedo—, pero estoy con mis amigos y somos muchos.
—Es igual —repuso el comerciante—. Tengo un pequeño avión
particular y puedo llevar a todos. Corro con todos los gastos.
Así fue como al siguiente día en un Jumbo-taxi todos volaban en
dirección norte, hacia Moscú, capital de Rusia.
Sin esperarlo, casi sin darse cuenta y en pantaloneta y top, se vieron
en el aeropuerto de Moscú.
El termómetro señalaba doce grados bajo cero. El joyero turco
instaló a los amigos en su mismo hotel y facilitó al grupo, como anticipo, un
buen fajo de rublos, la moneda rusa, por el éxito que estaba seguro iba a
obtener en la Feria de Joyería.
Como aún quedaban dos días para la inauguración de la Feria, se
dedicaron a conocer la capital de Rusia. Sobre un suelo helado visitaron el

Kremlin y la Plaza Roja. Eso sí, envueltos en gruesos abrigos y gorros


de cosacos, no parecían ellos. Les pareció bellísima la Catedral de San
Basilio cuyas cúpulas fascinaron a todos.
Y empezó a nevar. Nevar y nevar. La nieve fue subiendo en calzadas y
aceras hasta rebasar el metro. Los partes metereológicos anunciaban más
nieve.
La Feria fue suspendida. En consecuencia, el turco abandonó la
ciudad, a Nieves y a sus compañeros.
Tampoco les importó demasiado a los once amigos. Se quedaron.
Frente al Kremlim se deslizaron por una improvisada pista de patinaje
Noemí, Nieves, Elena, Ekaitz y Dámaris se lucieron sobre patines de
cuchilla. En cambio Arkaitz, Leire, Carlos y Mari Mar apenas separaron del
hielo su trasero. Eso sí, todos se desternillaron de risa.
Al día siguiente dejó de nevar e incontables máquinas quitanieves iban
despejando el centro de la ciudad. El frío era intenso. Recorrieron la ciudad
en metro y contemplaron sus lujosas estaciones adornadas con arañas de
cristal, mármoles y pinturas de oro. Aprovecharon para escuchar un
concierto de Coros Rusos en el Teatro Bolshoi que emocionó a Miguel,
Arkaitz e Ekaitz. A la salida fueron Carlos y Mari Mar quienes se
emocionaron al descubrir que, por muy pocos rublos alquilaban por un día
trineos con sus perros. ¡A los trineos!

Retratos
Formas de vida

Comida
Ingredientes

500 g carne de sobras (de cocido, embutido, etc.)


1 pimiento rojo
1 pimiento verde
1 cebolla
4 pepinillos (a gusto)
1 diente de ajo
1 cucharada de azúcar
1 cucharada de vinagre
1 cucharada de pimentón picante
1 tarrina de Crème Fraîche o requesón
Sobras al gusto (otras verduras, carne)

Preparación

Hacer un sofrito con el ajo y la cebolla. Añadir después la carne de sobras.


Naturalmente si no se hace para aprovechar las sobras, esta sopa puede
prepararse con todo tipo de carnes y embutidos, preferiblemente carne de
ternera para guisado. Añadir la cucharada de azúcar y el vinagre e
inmediatamente después toda la verdura, incluidos los pepinillos, cortados
en dados y trozos pequeños. Finalmente añadir unos 700 ml de agua o de
fondo de ternera. Dejar cocer a fuego lento el tiempo necesario para que
la carne utilizada esté bien tierna. Antes servir sazonar al gusto y una vez
en el plato coronar con una cucharadita de la crema fresca.

Esta receta sigue siendo en la actualidad típica de la región que


comprendía la antigua República Democrática Alemana o Alemania oriental
y es aún desconocida por muchos en la Alemania del Oeste actual. Como se
ve es una receta típica hecha con sobras, por lo que puede variar
libremente según lo que se tenga en la nevera. Los pepinillos que se
utilizan en Alemania suelen ser más dulces que los que encontramos en
España y son éstos los que le dan el sabor agridulce típico a esta sopa

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