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Se
encontraba cerca, y era posible que en la tarde no hiciera más que tomar
gaseosa y ver algún canal de la televisión nacional.
Cifuentes, como queriendo olvidar lo sucedido, camina sin ver el cuerpo inerte
hacia su auto. Dos enfermeros alzan el cadáver a una camilla, que trasladan a
la ambulancia que acaba de llegar. El conductor, quien también está
consternado por lo sucedido, sube a un auto que lo llevará a la estación de
policía.
Es ahí cuando Cifuentes nota que este no será un caso más. Este será el caso
que redefinirá su vida.
- - - -
La consola de sonido se enciende y, como si siempre hubiera estado ahí, una
voz anuncia que es hora de despertar.
-Y el tema del día de hoy en "Rockeando la mañana" es "Las razones para vivir
un poco más", pues estamos recordando al hombre que en el día de ayer se
suicidó en el centro de la ciudad.
En ese momento, y aún medio dormido, Camilo abre completamente los ojos y
piensa en lo que acaba de oír. Es extraño que algo así no lo haya notado,
piensa, y se da cuenta que, tal vez, no pone demasiado cuidado en las noticias
del día.
Pone un pie en el piso, luego el otro. Mira hacia la pantalla del computador, en
la que parpadea un mensaje de advertencia recordándole que su hermana
cumple años hoy.
Después que el jabón ha hecho lo suyo y se ha vuelto espuma bajo sus pies,
Camilo sale de la ducha, toma una toalla y levanta el teléfono.
- Si, me parece bien. Hablamos más tarde que tengo cosas que hacer.
Con los dedos toca el teclado, y en la pantalla solo queda la imagen de una
foto, dos personas, dos mujeres que él aún extraña.
La luz de la mañana entra por el ventanal sur del piso tercero de la estación, y
Cifuentes despierta. Recuerda que no fue a su casa, que trabajó hasta muy
tarde y que no encontró información acerca del suicida del día de ayer.
Como todas las mañanas, Cifuentes enciende el televisor para ver las noticias.
Unos agentes entran a la oficina, lo saludan efusivamente (aunque no son sus
amigos, pero lleva años con ellos) y la presentadora del noticiero habla de
nuevo sobre el hombre desconocido.
- Señor, creo que alguien quiere hablar con usted – dice el agente que entra
con un hombre.
Cifuentes nunca lo había visto, pero esta entrevista será el siguiente paso para
encontrar a la culpable.
-Creo que sé algo de la persona que se suicidó ayer - respondió el hombre que
acababa de entrar a la mirada inquisidora de Cifuentes.
-Bueno, sea lo que me diga, será de gran ayuda - respondió Cifuentes a aquella
sorpresa necesaria.
-Verá, yo vi una vez al hombre que murió - prosiguió, y sin que nadie se lo
dijera, tomó una silla y sacó una botella de agua del bolsillo. Se veía afanado,
como si no debiera estar allí.
-Lo escucho, pero dígame todo lo que recuerde sobre, al que llamaremos, el
"personaje"
-No será necesario, el "personaje", como usted le dice, se llamaba Carlos. No
tengo mucho que decir sobre ese hombre.
Soy un conductor de taxi. Vivo en el sur de la ciudad. Hace unas semanas salí
de mi casa , y a las pocas cuadras recogí al hombre. Parecía extranjero,
aunque no puedo decir de donde.
Me dijo que fuera hacia el norte, hacia esa zona de la ciudad conocida como "El
Remanso". Mientras íbamos hacia allá conversamos sobre algo que pasaba en
la calle. Un hombre llevaba un cuadro grandísimo de una mujer mirando el
horizonte, el opinó que el cuadro era malo, a lo que yo respondí que, aunque no
sabía mucho de arte, el cuadro me parecía interesante y me gustaba. Carlos
(como dijo que se llamaba), me contó que era un artista de otro país, que venía
a publicar una exposición, y que llevaba pocos días en la ciudad.
- ¿Y no dijo nada más acerca de él, tal vez el lugar donde estaba viviendo?
- Teniente Beltrán. Hoy será un día atareado. Hoy debemos saber quien era
Carlos, porqué se suicidó, y porqué no le dijo nada a nadie que lo iba a hacer. Y
algo más importante, necesitamos saber con quien se iba a encontrar.
- Hola Marina, está temprano para llamar - dice Cifuentes, aunque no muy
decidido.
- Ay niña, no sé. Parece que estaré muy ocupado hoy. Te llamo luego.
- Adiós.
La mirada de Cifuentes se dirigió hacia otra parte, donde Beltrán no podía notar
la expresión de alegría en su rostro. No sabía si era el hecho de que ella lo
hubiera vuelto a llamar, o que se conocían tan poco que podía esperar
cualquier cosa.
El auto giró en una calle desierta, algo especial para esa hora del día en el sur
de la ciudad. Un barrio poco residencial, frecuentado por los turistas que no
tenían mucho dinero, porque los hoteles eran baratos y sencillos. Alguna vez,
cuando Cifuentes recién llegaba a la ciudad, durmió varias noches en uno de
esos lugares, llenos de personas distintas, tanto amables como displicentes,
pero allí aprendió muchas cosas.
El semáforo se pone en rojo, y Beltrán saca una libreta gastada por los muchos
casos que ha vivido con Cifuentes. En esta se encuentran anotaciones del
caso del doctor que mataba a sus pacientes de tristeza, o la mujer que en un
día normal desapareció para convertirse en la amante de su propio esposo.
Beltrán anota algo, seguramente la dirección que había dado el taxista. Con
una seña Cifuentes le indica que estacionará el auto bajo un árbol, que,
extrañamente, hace parte del paisaje triste de la calle.
- - - -
Tal vez Beltrán se había vuelto un poco así de sistemático. Entre ellos surgió
una comunicación simple pero inesperada el día que llegó a la estación recién
graduado de su cargo.
Ese día, Cifuentes estaba muy pensativo. Llevaba semanas definiendo el perfil
del hombre de los cigarrillos, tan vacilante en sus aficiones como en la manera
de terminar sus robos. Necesitaba algo más, algo que no había notado, pero el
hecho de que los robos eran tan impredecibles como de recio su carácter lo
desesperaba a cada momento.
- Si señor, y con todo respeto, creo saber donde puede encontrar al criminal y
como atraparlo.
Cifuentes no esperaba que le dijera eso, ahí, una persona que ni siquiera había
entrado aún a su oficina. Pensó que era una broma, pero en la mirada seria del
teniente notó la expresión de quien no bromea.
Esa muestra de lealtad, del sentido del deber creó una unión sólida, capaz de
convertirlos en amigos a pesar de la diferencia de edades y gustos. Álvaro era
una persona de la calle, hijo de un ladrón profesional que desapareció un día y
volvió a aparecer en otro continente, acusado de intentar robar un tesoro
nacional más caro que su vida. Nunca tuvieron una prueba real, por lo que
salió libre, y, al parecer tuvo una vida cómoda en el occidente de Europa. En
cuanto a su madre, desde muy joven fue profesora de filosofía, y enseñó a
Beltrán los aspectos básicos de la justicia y el deber.
- Lo vi una o dos veces acá. Tenía un acento extraño, se notaba que no era de
la ciudad, pero no sé si era del país. Las dos veces pidió algo de tomar, pero
no sabía que escoger y le di un jugo, que es lo que menos se vende acá -
Beltrán vuelve a sonreír - y le pregunté quien era.
- No mucho. Se veía triste, pero solo dijo que se encontraría con alguien, que
era lo que tenía que hacer. Raro el tipo. Eso fue hace unas semanas. Nunca
antes lo había visto, pero hace como cinco o seis días vino y pidió una cerveza.
Esta vez si se veía mal. Tomó mucho, como pudo pago la cuenta y se marchó.
- Hacia abajo por la calle - señalando hacia la dirección donde iba Cifuentes -
iba bastante borracho. No puedo decirle más.
En una mesa del fondo, un niño llora pues no quiere lo que le da la mamá, pero
ella lo regaña y le da una cucharada más.
- Gracias, usted ha sido de gran ayuda. Una pregunta, ¿porqué no dijo nada a
la policía? se ha sabido en toda la ciudad sobre esto.
- Pues, no puedo salir mucho de aquí. Además, creo que lo que le he dicho no
sea de mucha ayuda.
- Créame, señora. Lo que usted me ha dicho ayudará mucho. Y aún más, ahí
viene mi jefe.
- Por alguna razón, esto ha sido muy fácil. Encontré el lugar donde se
quedaba, pero tendremos que registrar la habitación. Hay algo que no me gusta
aquí. Esto ha sido demasiado fácil.
- Allá sabremos quien era Carlos. Tengo un presentimiento malo sobre esto.
- - - -
Un hombre alto, viejo aparece detrás de la puerta. Su cara indica varios años
de más, y una expresión aburrida que no espera nada anormal en su vida.
Cifuentes nota que los saluda sin ninguna expresión de sorpresa.
- Ah, Carlos Tremond, sí, ese hombre se está quedando en este hotel.
El hostelero levanta una ceja, y su señal de asombro tan vana demuestra que
no le sorprende.
- Bien, pues si había oído algo, pero nunca pensé que fuera él. Imagino que
querrán seguir.
- Bien, muy bien - dice Cifuentes, mientras el teniente anota todo lo que parece
importante - pero dígame más, necesito algún dato de su familia.
- Eso está más difícil. Hablé muy pocas veces con él. Una vez me dijo que era
de México, pero su padre de alguna zona de Europa.
- Entiendo. Explica su raro aspecto extranjero. ¿Algo más que me pueda decir?
- No sabría decirle. Con todo lo que he visto acá, diría que la culpable es una
mujer.
- Verá. Uno acá se da cuenta de todo. Él solo hablaba por teléfono con una
mujer, creo que se llama Sofía. Hablaban siempre acerca de encontrarse y
sobre el avance de la exposición, pero de eso, no más.
- Bien, vayamos al cuarto. Creo que ya no podrá decir nada si entro sin avisar -
dice el hombre, y a pesar de la situación sonríe un poco.
- ¿Porqué, acaso le dijo algo? ¿Usted, entró sin "su" permiso? - dice el policía, y
pone especial acento en la palabra "su".
- Es extraño que, siendo el dueño de este lugar yo tenga que pedir permiso
para entrar, pero si pasó algo hace unos días. Una tarde extrañamente este
Carlos había salido, y decidí entrar a arreglar un poco el cuarto - mientras dice
esto, el hostelero empieza a caminar hacia el fondo de un largo pasillo, oscuro.
En una de las últimas puertas, mete la llave en la cerradura 23, y empuja la
puerta.
La habitación se ve mucho más clara que el resto del hotel, puesto que por un
ventanal ingresa la luz desde un patio central.
Una pequeña cama, arrinconada contra una pared azul se encuentra muy
desordenada. Cifuentes detiene al hostelero, quien iba a entrar, y empieza a
caminar por la habitación. El teniente Beltrán anota en su libreta la disposición
de las cosas, y el hostelero, que sigue con su cara aburrida, trata de ver lo que
escribe. El teniente lo mira, sonríe un poco y le muestra las notas:
- Ahora tendré que limpiar todo esto - dice el hostelero, señalando las manchas
de pintura en el piso, la pared y la cama.
- Sí, pero aún no- dice Cifuentes, y agrega sonriendo - por cierto, no nos hemos
presentado. Soy el capitán Óscar Cifuentes, él es el teniente Álvaro Beltrán.
El hostelero piensa en algo. Tal vez le suena conocido alguno de los nombres,
o piensa en que quitará las manchas de los óleos en la cobija.
Cifuentes saca una bolsa de la gabardina. Allí guarda todo, dejando el cajón
vacío. Beltrán hace lo mismo con las cosas de la billetera, pero organizando
todo mucho mejor.
- Haremos esto como debe ser. Beltrán y usted, salgamos por favor.
Los tres salen. Cifuentes va hasta su auto y vuelve con una cinta perimetral,
"Por si acaso" dice, y cierra la puerta de la habitación. Pone una X grandísima
al frente con la cinta.
- Volveré en una hora, o menos. Teniente, quédese acá, iré a traer la orden.
Baja del auto sin mucho afán, sin el ahínco que le ponía a los casos cuando
comenzaba como inspector en esa extraña estación, donde pasaban días
enteros sin que llegara algo realmente interesante, algo que pusiera a prueba
su capacidad para atrapar al criminal. Era frustrante estar pendiente de las
nimiedades básicas de su trabajo, sabiendo que afuera había alguien
esperando no ser atrapado.
Fueron momentos angustiantes para Cifuentes. La gente corría por todo lado,
intentando resguardarse de la lluvia de escombros que caía sin cesar. Ese día
él llegó por error al juzgado, pero quedó paralizado al ver en las calle los carros
chocando, las personas angustiadas, el árbol que destruyó una casa como si
fuera un cuchillo en el queso de la noche anterior.
Pero ahora todo eso son recuerdos, de los cuales quedaron marcas casi
imborrables en su mente y en la ciudad. Ahora camina hacia la oficina de su
viejo amigo juez.
- En ese caso, necesito una orden para las cosas de la víctima. He encontrado
donde vivía, y lo mejor será hacer las cosas legalmente.
El juez piensa un poco, luego se levanta y saca una gran carpeta con el título
"Especiales".
- Debo tener algo similar acá. Estas cosas no pasan muy a menudo, pero creo
que no tendré problema. Mientras tanto, cuéntame que ha pasado con esa
"Marina" que me decías la otra vez.
- No, aunque creo que esta noche será. ¿Has encontrado algo?
Extiende una carta algo amarillenta en las esquinas, con esa firma tan
característica del juez que tiene al frente. Cifuentes parece recordar algo del
caso, pero sabe que en ese momento él ni siquiera era policía, y la lee varias
veces cerciorándose que el contenido se ajuste a el caso.
El policía lee, todo está ahí, tan claro, pero como siempre en esos casos, la
verdad no se sabe hasta el final.
Intenta decir algo, explicar que no hay ningún indicio de tal crimen, pero
recuerda que muchas veces el juez ha tenido razón. Ese mismo juez, aquel
que ahora rehace la carta con los datos suministrados por Cifuentes, ha sido el
mejor aliado en tantos de sus éxitos.
Cifuentes no entiende, pero en el rostro perspicaz del juez nota una ligera
sonrisa.
Sale de aquel lugar tan lleno de recuerdos, dispuesto a hacer lo posible para
desentrañar el misterio de Carlos. Pero el juez le ha dado muchas pistas, sus
corazonadas a veces son la base de sus largas investigaciones.
En el cielo ya se nota el sol del mediodía, y a lo lejos una nube un poco oscura
anuncia que lloverá como siempre. El policía a quien tantos colegas saludan
sube a su auto con la esperanza de una tarde provechosa. Como tantas veces
ya sabe como procederá, pero nunca está seguro de los resultados de su
investigación.
- - - -
- Pues, dos hombres salieron de la habitación del lado. He hablado con ellos y
me contaron que no sabían mucho del hombre. Son hermanos, llegaron acá
hace una semana y trabajan en el centro, pero ayer estaban en el norte y no
sabían nada de lo ocurrido. También interrogué a las demás personas del lugar.
Un hombre llegó ayer, no sabía nada de un pintor, aunque sí había sentido el
olor a trementina. Una mujer de dudosa reputación lo había visto varias veces,
pero solo pudo decir que era calmado, y que solo una vez lo oyó gritar.
- Hace como una semana. Otras personas están acá hace una semana o
menos, y solo sabían que allí vivía alguien, pero nada más. ¡Ah, y algo
importante! Por las noches hablaba en francés y cantaba algo seguramente de
amor pero muy bajo, me dijo el hostelero.
Con el cuidado que el momento requiere, Beltrán y Cifuentes recogen los libros,
los papeles, el trapo en el piso con muchos colores de óleos, el atril con la
pintura sin terminar y muchos pinceles. Un portaplanos también tiene otras
obras del muerto. En un armario negro encuentran pocas prendas de vestir,
todas del mismo estilo y en colores pálidos, sin el trozo de vida que
normalmente tiene la ropa que se ha puesto alguien.
Los policías se suben al auto, y piensan casi al unísono que las posibilidades
de ver una sonrisa en el rostro del hostelero son nulas.
- ¿Alguna novedad?
Pero eso no era lo más especial de la estación. Cada persona, cada policía
desde que llegaba allí notaba algo distinto. Tal vez fuera el toque misterioso
que le ponía Cifuentes al lugar, mezcla de una película en blanco y negro (con
sus silencios repentinos y extrañamente largos) y un poco de agitación derivada
de los líos mentales que se armaban los detectives.
Cifuentes se sienta en una silla, mira su computador y nota que las nimiedades
administrativas llenaran su agenda del día siguiente. Eso no le preocupa. Es
más importante para él el hecho de un pintor extranjero muriendo en el centro
de la ciudad sin ninguna explicación, sin un grito de desesperación como
alguien que no quiere vivir un segundo más.
Abre el atril, aún con los guantes puestos, y extiende una a una las pinturas
encontradas en la habitación. Todas son expresiones sencillas de alguien
solitario, sin más esperanza que la de mostrar su interior a través de los colores
y las formas de sus cuadros.
Y vuelve a su análisis.
Llega a la conclusión de que no sacará nada más de ahí. Empieza a sacar de
las bolsas las pertenencias de Tremond, y las pone una por una en una mesa
vacía que ha arrastrado hasta allí para tal fin. Levanta el teléfono y llama a un
forense, quien en pocos minutos está allí tomando fotos, haciendo mediciones,
verificando cualquier dato posible.
- ¿Usted me asegura que todas esas pertenencias son del suicida de ayer?
- Estoy casi seguro, pero como le digo, tendría que examinar más a fondo.
El forense vuelve a poner las cosas en las bolsas, guiña un ojo al inspector que
le hace una señal de “adiós” y se va.
- Lo sé, pero ya sabe usted como se pondrá cuando le diga que necesito de su
ayuda.
- - - -
Muchos años atrás, cuando era una señorita y empezaba a destacarse en las
manualidades, un profesor le preguntó:
- ¿Porqué lo dices?
- Porque para ver el arte, hay que ser artista en algún aspecto. Usted solo es
un profesor.
- Un momento, tengo que ver esto - dice antes de que hable Cifuentes, y pone
el dedo en la boca como señal de silencio.
Ningún agente en esa oficina había visto alguna vez que callaran a su jefe, pero
todos hacían silencio. Sara permanece ahí, quieta, mirando la pintura
demasiado tiempo. Tal vez pasen cinco minutos o un poco menos, y después
de eso quita el dedo.
- ¿Seudónimo?
- Por lo que sé, ninguno. Tenemos otras pinturas, y todas firmadas con su
nombre.
- Que extraño, no había visto una obra así. Tal vez hayan notado que la pintura
está sin terminar, pero lo hizo a propósito.
- Varias cosas, pero empecemos por que usted saque una hoja y anote lo que
le voy a decir.
Los agentes más jóvenes, que no estaban cuando el caso de las pinturas, los
miran con un poco de estupefacción. Ella lo trata como si fuera su jefe, y él no
dice nada. Beltrán se da cuenta de aquello, y les hace un gesto como de "luego
les explicaré".
La mujer lleva un vestido largo color beige. Tiene la cabeza baja, como
mirando el piso o pensando en lo arrepentida que está. No hay escenografía
adicional. Puede ocurrir cualquier cosa en el siguiente momento, pero ella
sigue así, quieta, esperando el momento para voltear y realizar su actuación.
Detrás del telón derecho, un poco escondido parece estar el pintor, haciendo
parte de la escena.
En las manos tiene una hoja, puede ser una carta, un recorte de papel, un
pedazo de un libro. No lo sé.
- Eso es todo.
- Claro que no le dice nada. Usted es como esos computadores nuevos, que
resuelven conflictos laborales con darles los datos de la situación, pero no dan
una opinión, no razonan con el corazón, con los sentimientos. Dese cuenta que
todo lo que nos dice esta pintura está ahí, y usted no lo ha querido ver.
- Yo creo que eso es lo que hay que decir de la pintura. Lo demás es cuestión
de imaginar algunas cosas: El hombre, el pintor de esta obra, era una persona
solitaria, aburrida, pendiente solo del día de mañana. No necesito ver las otras
obras para saber esto, Cifuentes. Los colores, los matices, la disposición de las
personas en el escenario, todo lo indica. Pero aún hay algo más.
- No puede tocarlas, es una evidencia - y le ayuda, aún con los guantes, a abrir
el portaplanos y sacar una de las pinturas, que pone en el bastidor.
- Si, es como yo pensaba. Note usted que en esta pintura todo se describe,
todo tiene su propio significado. Es su misma actitud, metódico, dicente, va
siempre al punto y no da tantos rodeos. Pero en la pintura de la mujer sentada
hay cosas escondidas. Por ejemplo, la hoja que sostiene la mujer tal vez diga
algo, pero a simple vista no se ve. El pintor supo algo que cambió su manera
de pintar, pero a último momento, por eso la pintura está incompleta.
El silencio, que es algo tan normal en esta oficina, poco a poco hace que las
caras de los agentes giren hacia donde está Sara. Incluso un policía que acaba
de entrar voltea a mirarla, esa mirada burlona, ese gesto de satisfacción al
saber que sabe algo más, esa sonrisa un poco fingida y un poco buscada.
- - - -
Siempre recibieron la mayor ayuda del consulado, y aunque hubo intentos por
parte del cónsul para trasladar el cadáver nadie lo recibiría en México. Carlos
era una persona con pocos amigos, y quienes lograron relacionarse con él lo
recordaban como alguien aislado, distante y un poco aburrido.
Después de tres días de agotar los recursos posibles, Cifuentes se decidió por
hacer un muy modesto entierro en el cementerio de la policía, autorizado por
sus superiores y con muchos "problemas presupuestales", solucionados por él
mismo y la visión triste que tenía del suicida.
- Sí, y no me sorprende que sepa de mí. Acabo de hablar con el señor Cónsul
allá en Colombia. Fue difícil encontrarme, pues hace poco cambié de
residencia, incluso de ciudad, y mi mamá fue la que supo.
- Pues, no mucho realmente. Era una persona solitaria, de muy pocos amigos.
Sé que se hablaba con un primo lejano de Francia, y lo conocí como pintor en
una galería. No le iba muy bien con la profesión, pero le encantaba pasarse
horas recreando imágenes. Mi cuate era gracioso cuando realmente lo quería,
pero vivía con lo básico y se la pasaba haciendo encargos de pinturas y arreglo
de interiores.
- Pues, no lo podría jurar, pero por lo poco que me contó conoció a alguien de
allá hace algunos años. Creo que se llamaba Sofía. Hace unos meses se
encontró por casualidad en la calle con ella. Le contó de un proyecto en
Colombia, y desde esos días no supe más de él.
- Podría decir que era bonita, se notaba en los ojos de Carlos. Había algo que
no me gustaba en lo que me contó, y era que siempre parecían coincidencias
las veces que se encontraban, pero ya sabe usted como son esas cosas. A
pesar de que las ciudades sean tan pequeñas, uno termina encontrarse con
alguien cuando le toca.
- Entiendo. ¿Ese es su número de teléfono?
- Sí. Le parecerá raro que, aún en estos días me quede difícil llamarlo desde mi
casa, pero no estoy en la mejor situación. Me dedico también al arte, pero en
otros aspectos.
- Una última pregunta. ¿Sabe algo acerca de una pintura de Carlos, en que
aparece una mujer de espaldas al público?
- No, no lo creo. El estilo de Carlos era muy simplista, trataba de explicar todo
en sus pinturas, y sin embargo lo consideraba único.
- No, muchas gracias. Llámeme si sabe algo más, pero no creo que lo
encuentre. La vida de Carlos era tan simple...