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Tan pronto salió su padre, fue a rogar enternecida al verdugo para que cesara
el cruel tormento y lo pusieran en libertad. Esa súplica, que no era una orden,
no podía aceptarla el vil soldado porque conocía perfectamente el carácter
enérgico, intransigente e irascible de su superior, más sin embargo no pudo
negarse al ruego dulce y lastimero de esa niña encantadora.
La joven española de unos quince años, de ojos azules, ostentaba una larga
cabellera dorada, que más parecía una capa de artiseda amarilla por la finura
de su pelo. La bella dama miraba ansiosamente al joven cacique, fascinada
por la estructura hercúlea de aquel ejemplar semisalvaje.
La linda rubia que sigue buscando a su querido hijo por los siglos de los siglos,
es la MADRE DEL AGUA. La diosa o divinidad de las aguas; o el alma
atormentada de aquella madre que no ha logrado encontrar el fruto de su
amor.