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Epílogo con Orson Welles

Paseando una tarde por Madrid, encontré entre los papeles y viejas revistas de un
chamarilero, un reportaje fotográfico sobre el rodaje en Ávila de «Campanadas a
Media Noche» (1965). Rodeado a distancia por la curiosidad de extras y especta-
dores, elevado por las grúas, realizando las tomas o departiendo con los actores,
aparecía siempre la oronda figura de Orson Welles.
Disfrazado de Falstaff, el personaje vividor y jactancioso creado por
Shakeaspeare, Welles alternaba los papeles delante y detrás de la cámara, prota-
gonizando y dirigiendo un deseado film para el que no le fue fácil hallar productor.
Convertido este guión en una obsesión, tras buscar financiación en varios países,
encontró en España al empresario Emiliano Piedra dispuesto a asumir los riesgos
de un proyecto que entonces requirió cincuenta millones de pesetas.
Debido a una lesión de tobillo, que arrastraba desde años antes, el genio
caminaba al final del rodaje con una muleta. Los rumores sobre su forma de vida

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tampoco cesaban, semanas antes había padecido un trastorno hepático que le obli-
gó a guardar reposo. Los problemas continuaron al finalizar la película, a pesar de
haber recibido buenas críticas, su recaudación fue escasa. Entre una escena y otra
puede versele disfrutando de sus habanos. Inmerso en su mundo, anda abstraído y
solitario, aun rodeado de la multitud, como un dios irreverente de pobladas barbas
blancas, que reinase sobre todo con su sola presencia.
Nada guarda esta ciudad a la memoria de uno de los grandes talentos del siglo
XX. Welles encontró en Ávila los escenarios idóneos para ambientar el mejor de sus
trabajos sobre Shakeaspeare. Se deleitaba contemplando los más bellos escenarios
de la antigüedad, por ello recreó alrededor de la muralla y San Vicente el drama del
film. Extinguidas en campanadas, las vanaglorias que consumen a los hombres que-
dan tan vacías, como el ego ciego que las alimenta. Efímera existencia de vidas y

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monumentos que irán desapareciendo ine-
xorablemente con el paso del tiempo.
En un largometraje que rodó nueve años
más tarde sobre los procesos, a veces des-
concertantes, de la autoría en el arte, el direc-
tor insertó una sincera reflexión que resultaría
ser una nota autobiográfica. Ante la contem-
plación de la catedral de Chartres, al paso de
planos y detalles del monumento, la voz grave
de Welles resuena lenta y severamente. Sus
pensamientos intemporales, como los argu-
mentos que razona, profetizan el destino del
hombre y sus obras; una parábola sobre la
vida y la muerte que también fue el argumento
de las escenas rodadas aquí en Campanadas
a Media Noche. Meditaciones que podrían ser-
vir para la contemplación de estos monumen-
tos de Ávila, declarados también patrimonio
de la humanidad, especialmente a la sombra
de San Vicente:
«Ha estado aquí durante siglos. Quizá la
mayor obra del hombre occidental. Y no
tiene firma.
La celebración de la Gloria de Dios, que
dignifica al hombre, desnudo, pobre,
miserable. Ya no hay celebraciones. El
nuestro, nos dicen los científicos, es un
mundo desechable.
Quizá sea esta la gloria anónima, entre
todas las demás cosas, este rico bosque
de piedra, este canto épico, este gozo,
este grandioso salmo de afirmación, lo
que elijamos cuando nuestras ciudades
sean sólo polvo, y que permaneciendo
intacto, indique donde estuvimos y que
muestre donde hemos llegado.
Nuestras obras de piedra, pintadas o
impresas, apenas perdurarán unas déca-
das o un milenio o dos. Pero todo debe
caer finalmente, bajo tierra o consumién-
dose hasta el final en ceniza universal.
Los triunfos y los engaños, los tesoros y
los fraudes, como es ley de vida, todos,
tenemos que morir. Sed honestos, cla-
man los artistas muertos desde el vivo
pasado. Nuestros cantos serán silencia-
dos, pero ¿y qué importa?. Seguid can-
tando. Quizá el nombre de uno, no impor-
te tanto.»

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ESTE LIBRO SE ACABÓ DE IMPRIMIR
EN LOS TALLERES DE MIJÁN
EL DIA 3 DE DICIEMBRE AÑO MCMXCVIII.
SE HICIERON MIL EJEMPLARES EN PAPEL ESTUCADO ARTE.
TODOS ELLOS VAN NUMERADOS DEL 1 AL 1.000.

EJEMPLAR Nº 00000

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