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Gregorio Cabello Porras

DEL MITO A LA NOVELA [II]


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DEL MITO A LA NOVELA [II]

V
Sobre esta tradición se reelabora la fabulación narrativa del ciclo bretón de la Edad
Media, en el que se combinan elementos ya preexistentes en la tradición clásica, a la vez
que se cristianiza lo que podría considerarse una nueva genealogía mítica, que de
heroica pasa a ser caballeresca.
- partimos de una situación de caos y desorden donde reinan las fuerzas del mal,
los siglos oscuros que suceden a la desintegración del imperio romano,
situación, de resonancias cristianas, que sólo podrá ser resuelta por la
aparición del ser elegido y destinado por Dios que restituirá la perdida
convivencia de la edad dorada. Arturo, caballero entre caballeros, aquéllos
que junto a él redimensionan las mitológicas asambleas de dioses en torno a
Zeus / Júpiter, devuelve el sentido cívico a la organización social sobre la
que reina.
- pero la armonía y la paz absolutas, el retorno definitivo a la edad dorada, sólo
serán posibles si se cumplen dos condiciones básicas: por una parte, desde el
ámbito privado, los caballeros deberán profesar una pureza intachable, estar
atentos a cualquier asechanza de las fuerzas del Mal en cualesquiera de sus
manifestaciones (mundo, demonio y carne). Esta pureza sin mácula les
permitirá emprender la búsqueda a través de innúmeros viajes, aventuras,
peligros y tentaciones, del Santo Grial, objeto cuyo valor trasciende lo
puramente simbólico: la posesión de la copa con la que Jesucristo ofició la
última cena con sus apóstoles significa la restitución de la legitimidad y el
origen divinos, entiéndase cristiano, de la sociedad ideal que Arturo y sus
caballeros han construido, amenazados constantemente por la presencia de
fuerzas enemigas y hostiles al Bien. El Santo Grial disipará las sombras de
este mundo y el hombre regresará a su pureza primigenia.
- la transgresión moral que supone el adulterio de la reina Ginebra con el
caballero Lancelot tendrá como consecuencia la disolución y destrucción de
la sociedad ideal creada por Arturo, la vuelta de la tierra al reino de las
tinieblas, y el desplazamiento de su corte a un lugar utópico e ideal, Avalón,
desde el que el día en que vuelva la Luz a la tierra regresará para habitar el
nuevo mundo.
LR
- CARLOS GARCÍA GUAL, Primeras novelas europeas, Madrid, Istmo, 1974

La progresiva transición en los siglos XIII y XIV hacia una sociedad en la que la
nobleza se adentra en una dilatada época en la que la división interna en clanes y
familias desemboca en una continua guerra civil, enfrentándose además a cualquier
establecimiento de un poder monárquico central que unificara bajo una sola legislación
un reino del que todos serían súbditos, tal como ocurrirá en España en el caso de
Alfonso X; el progresivo ascenso y consolidación de una burguesía urbana interesada en
apoyar los intentos centralizadores de la figura del monarca frente a las arbitrariedades y
a las leyes particulares que cada noble desea hacer valer en sus territorios; el estado de
caos permanente en que se sumen no sólo las Españas de Alfonso X y sus sucesores,
sino el resto de Europa: todos estos son factores que abonan el terreno para el
surgimiento, unido a la difusión de unos nuevos modos de ser y de pensar que lleva
aparejados la profesión del amor cortés, de la figura individual del superhéroe, el
caballero andante, que de forma individual, recorre los caminos intentando que la
justicia y la verdad vuelvan a reinar. Las aventuras, el viaje, las empresas, las batallas
están ya vaciadas de su contenido trascendente original: sólo se trata de hacer valer la
honra del caballero, su valentía, su condición moral, que le puedan hacer merecedor de
la dama que ha escogido como rectora de su destino. Aunque para ello las acciones y las
pruebas a las que se someten rocen lo más absurdamente arbitrario: jurarse a sí mismo
que nadie pasará por un determinado puente y luchar contra todo aquél que lo intente.
Estamos ya en el ciclo del Caballero Zifar, en el Amadís y en el Palmerín. Lo heroico
queda como una estructura significante vacía de significado.

A continuación extracto algunos fragmentos procedentes de la monografía de GARCÍA


GUAL , citada anteriormente, para que puedan tener una serie de referencias que ayuden
a explicar la ulterior evolución hacia el romance renacentista y la novela barroca. Como
en el caso de la novela griega y el texto de Carlos Miralles, no hago uso de marcas
distintivas para resaltar las citas literales. Entre corchetes figuran las aportaciones y
comentarios, las indicaciones y orientaciones que creo conveniente añadir]
1
Al contrastar este segundo nacimiento o aparición europea de la novela como género
literario, con la creación de la novela en la Antigüedad, podríamos destacar en resumen
ciertos rasgos:
a) La novela aparece bajo la forma de relato histórico, para irse independizando después
de ese fondo como un decorado anecdótico. La ficción se desliza bajo el nombre más
honorable de «historia», en una confusión propia de la época medieval. Hay un proceso
de «romantización» de temas de la Historia Antigua en su origen, y la introducción de la
temática bretona se hace también con ese barniz ambiguo de la historia medieval.
b) Las primeras novelas están próximas a la épica, y esta cercanía se refleja en su
temática. Sus protagonistas tienen la heroicidad de los de la epopeya. Se enfrentan al
mundo y persiguen la aventura con un ánimo decidido, a diferencia de los protagonistas
de las novelas de la Antigüedad, pacientes y zarandeados mártires de una cruel fortuna.
El amor, tema fundamental en la novela, recibe en uno y otro ámbito matices muy
diferentes (la novela medieval idílica, por ejemplo, Flores y Blancaflor o Auscassin y
Nicolette, se aproxima más a la visión antigua).
c) En ambos casos la aparición de un público especial, con menor interés político y
religioso, y más femenino y con intereses privados, ha influido en la creación de un
romanticismo [la utilización indiscriminada por parte del autor del término «romántico»
debe asimilarse a lo que, desde una óptica más rigurosa, E. C. RILEY y otros autores
identifican con el marbete de «idealismo» y con todos los elementos conexionados a la
invención cultural del fenómeno del «amor cortés» y de los códigos caballerescos y
cortesanos que de él se desprenden. Véanse las lecturas más rigurosas que proponen
MARTÍN DE RIQUER o J. E. RUIZ-DOMÈNEC]. Pero en la Edad Media conocemos mejor
la situación social de ese público como una clase privilegiada. Esa determinación ha
influido decisivamente en la estilización ideal del mundo mítico de las novelas. La
situación social de los personajes novelescos del mundo antiguo estaba mucho menos
definida. La novela está dedicada a una lectura en privado [afirmación que actualmente
está abiertamente cuestionada desde diversos ámbitos de la crítica de la recepción].
Tiende a una idealización moral y facilita la evasión a un universo fantástico, donde las
peripecias tienen final feliz para complacer a su emotivo lector.
d) A diferencia de las antiguas, las primeras novelas medievales están en verso, pero es
un verso cercano a la prosa por su estilo poco elevado, y la novela concluye por
prosificarse, como la historia, en oposición a la épica. La novela es una forma abierta
[no desde lo que podría considerarse una programación retórica e ideólogica], y el
peregrinar de sus héroes manifiesta esa apertura [lo que realmente muestra es que, dada
su estructura retórica, cada novela podría contar con tantas aventuras como quisiera
idear el autor, dado que se sigue una organización paratáctica (acumulativa y adicional)
y no hipotáctica (acontecimientos que van subordinándose en amalgamas más
complejas que determinan el acontecer de las peripecias en un sentido acotado y
preciso)]. También la novela medieval recoge mitos degradados para modernizarlos y
ofrecerlos como ejemplos morales a su lector. Pero lo hace con mayor idealización que
las antiguas, con esa cercanía a la epopeya de que hablamos, pero a una epopeya
fantástica y moral.

2
El Renacimiento del siglo XII.
Resulta ya tópico el calificativo de «renacimiento» para la renovación cultural del siglo
XII, aplicado por primera vez en un libro famoso del medievalista americano Ch.
Haskins [The Renaissance of the Twelfth Century, Cambridge:Mas, Cambridge Univ.
Press, 1927; véase el ya citado de ERWIN PANOFSKY, Renacimiento y renacimientos en
el arte occidental]. En él se destacaba fundamentalmente el progreso de los estudios
clericales, de las bibliotecas y de la literatura latina, de la teología, la historiografía, el
derecho y las ciencias, junto a los inicios de las primeras universidades. Otros estudios
posteriores han ampliado la aplicación del término, al incluir la renovación en el arte en
general y la progresión de las literaturas en lenguas vulgares [este fenómeno tendrá
lugar en España en el siglo XIII: desde la «copia» del Cantar de Mio Cid, el
surgimiento del mester de clerecía al calor de los Estudios Generales de Palencia, la
labor en todos los campos, desde la historia al derecho, la ciencia a las actividades
lúdicas, con la obra magna que coordinaría Alfonso X, etc.].
Conviene subrayar que «renacimiento» significa aquí menos retorno a los orígenes que
reviviscencia de un poder de invención y de «adaptación». Este carácter progresista
destaca de un modo especial si comparamos la difusión de este «segundo renacimiento»
medieval con el anterior, el carolingio del siglo IX, que fue meramente conservador de
la tradición latina y estuvo reducido a unos centros eclesiásticos aislados por Europa.
Ahora una serie de rasgos parecen anunciar «una nueva era», sirviéndose en muchos
puntos de «la reconquista del capital de la civilización antigua», e integrándolo en un
panorama complejo por sus múltiples facetas.
Recojamos algunos de esos rasgos más significativos: decadencia de la nobleza feudal y
primer esbozo de monarquías tradicionales, reforma monástica, resurgimiento del
dualismo maniqueo, movimiento de las cruzadas [en España se traduce en la
reconquista de Córdoba y Sevilla a manos de Fernando III], depuración del latín, interés
por el árabe y el griego [la denominada Escuela de Traductores de Toledo jugará un
papel crucial], retorno al derecho romano [la labor legislativa de Alfonso X con las
Partidas], nuevo avance de la ciencia médica, la sistematización de la filosofía y de la
teología, desarrollo de las escuelas, primer esbozo de lo que serán las univeridades [los
Estudios Generales de Palencia, donde encontraremos a Berceo y a los que escribieron
conforme al nuevo mester], progreso de las lenguas y de las literaturas “nacionales”,
difusión del arte románico y nacimiento de la arquitectura ojival.
De todas esas características nos interesa subrayar la relación entre el redescubrimiento
del prestigioso mundo clásico latino y el decidido progreso de la literatura en lengua
vulgar (romance o germánica). Los centros de donde irradian todas esas corrientes
innovadoras son de lengua francesa, y ésa es la literatura románica que abre el
panorama de la europea en lengua vulgar, como ya señalamos; en sus dos idiomas del
francés del Norte o «lengua d’Oil», con sus dialectos menores (normando,
anglonormando, picardo, «francien», etc.), y el francés meridional o «lengua d’Oc»,
para la lírica de los trovadores. La aparición en primer lugar de la épica francesa (la
Chanson de Roland es de los últimos decenios del siglo XI); luego de la lírica provenzal
de los trovadores (a comienzos del siglo XII) y, al fin, de la novela cortés (ya hacia
mediados del siglo) etá en relación con el florecimiento de los estudios clericales y con
el humanismo de la época. El latín sigue siendo, con una notable flexibilidad y
vitalidad, la lengua universal de los doctos y de los estudios clericales. Hasta bien
entrado el siglo XIII, aun la prosa de la historiografía, tan destacada en este tiempo, se
escribe en latín. Pero la eclosión de una literatura profana, que va haciéndose mundana
y autónoma, logra mayor difusión en los círculos cortesanos gracias a la lengua
vulgar.Ese humanismo literario inventa ahora nuevas pautas de civilización, como son
la «cortesía» o los tipos ideales de la «dama» y el «caballero», y ese «amor fino» [fins
amor], el tipo de amor pasión más prestigioso de la literatura occidental.
Toda esa renovación cultural es el exponente de una compleja situación social. El
refinamiento sensible de las costumbres, la mayor emancipación de la mujer en las
capas nobles, las crisis espirituales y una moral más relajada son muestras de la
transformación social de finales del siglo XI y del XII. La formación de ricas cortes
señoriales, donde junto a la caza y a la guerra también la literatura divierte el ocio de los
nobles y de las damas, y la consolidación de la clase de los caballeros, que requieren el
prestigio de la literatura para sus ideales mundanos, ofrecen a esa literatura naciente en
lengua vulgar un público; y posibilitan una sociedad culta (por relativa que sea esa
cultura) como no había existido en Europa desde el siglo VI; es decir, desde el fin de la
civilización antigua.
En oposición a la cultura religiosa de centros monásticos aislados, esta literatura de
intereses mundanos, con sus temas típicos de guerra y de amor, va a discutir el
monopolio literario de los clérigos, mantenido celosamente por la Iglesia durante la
Temprana Edad Media [aunque los clérigos se «readaptan» y en su nuevo mester en
romance no dudan en recurrir a los procedimientos propios de la juglaría, aún cuando en
los primeros versos del Libro de Aleizandre, ya de por sí una materia profana, se
declare: «Mester trago fermoso, non es de ioglaría / mester es sen pecado, ca es de
clerezía»]. La sociedad caballeresca de esta «segunda edad feudal» pretende paliar la
rudeza de sus costumbres con los refinamientos de la cortesía [véase el texto de las
Partidas de Alfonso X que tienen fotocopiado, con sus alusiones explícitas a la
«cortesía» y al «amor cortés» como materia propia del arte de trovar y del
comportamiento de la nobleza en sus feudos]; y reclama de la literatura la estilización
atractiva en un espejo ideal de un código ético de sus ocupaciones predilectas, de la
guerra y el amor. Esta clase social de los caballeros, compuesta en su mayoría de nobles
recientes, de «ministeriales», es decir, profesionales de las armas ascendidos por la
obtención de un feudo a los rangos inferiores de la aristocracia, busca en la literatura la
expresión de unos ideales y la confirmación de unos valores propios que la distingan
como tal clase frente a los eclesiásticos y los villanos. Este afán de distinción de los
recién ennoblecidos, que pretenden asimilarse a los miembros de la vieja aristocracia de
abolengo y convertirse en una clase cerrada con privilegios hereditarios, marca el rumbo
a esa literatura, que idealiza la conducta del héroe caballeresco y que permite a su
público contemplarse en el fantasmagórico espejo de los libros de caballerías èn la
literatura castellana esta situación viene a sancionarla un poema épico como el de Mio
Cid, donde el caballero recién ennoblecido por sus hechos de armas, es capaz de
asiilarse, en virtud de sus méritos y de sus obras, a la nobleza de sangre más añeja,
casando a sus hijas con hijos de reyes. Cfr. J. RODRÍGUEZ PUÉRTOLAS, «Poema de Mio
Cid: Nueva épica y nueva propaganda», Literatura, historia, alienación, Barcelona,
Labor, 1976, pp. 21-43].
También las damas de las cortes feudales, que dan el tono en los castillos y las fiestas
cortesanas, estimulan esa literatura que distrae sus ocios y exalta la figura femenina
[véanse las versiones más ajustadas de los ya citados J. E. RUIZ-DOMÈNEC, La mujer
que mira (Crónicas de la cultura cortés) y M. CERECEDA, El origen de la mujer sujeto].
El poder feudal aprovecha la propaganda política que puede obtenerse de tal literatura
[véase E. KÖHLER, La aventura caballeresca, Barcelona, Sirmio, 1991]. Del mismo
modo, los monasterios protegen y difunden aquellos poemas que, en las rutas de
peregrinación, pueden servir de reclamo para atraer peregrinos o difundir piadosas y
provechosas leyendas [Veánse las investigaciones de BRIAN G. DUTTON distribuidas en
su edición de las obras de Gonzalo de Berceo en Londres, Tamesis Books]. En ese
renacer cultural de la sociedad inquieta del siglo XII es donde, en pos de la épica y de la
lírica, recogiendo temas de ambos géneros, con un nuevo tono y una diversa intención,
surge la novela, cortés y de caballerías, con sus nuevos héroes, que son como un
símbolo de los afanes de la época, esos caballeros errantes que, sin un destino fijo, salen
a buscar la aventura, atraídos poel amor y envueltos por un mundo extraño, mágico y
nebuloso [Véanse MARTIN DE RIQUER, Caballeros andantes españoles, Madrid, Espasa-
Calpe, 1967; J. E. RUIZ-DOMÉNEC, El laberinto cortesano de la caballería, Barcelona,
Universidad Autónoma de Barcelona, 1982 y La novela y el espíritu de la caballería,
Madrid, Mondadori, 1993; y VICTORIA CIRLOT, La novela artúrica: orígenes de la
ficción en la literatura europea, Barcelona, Montesinos, 1987]

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