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PRIMERA PARTE

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CAPÍTULO 1

PILOTO

M
e llamo Mary Alice Young. Cuando lean el periódico de hoy puede que
vean un artículo sobre el día tan raro que tuve la semana pasada.
Normalmente no pasa nada interesante en mi vida, pero eso cambió
el Jueves pasado. Al principio todo parecía muy normal: preparé el desayuno
de mi familia, hice las tareas de la casa, terminé unos trabajillos pendientes e
hice los recados. En realidad, pase el día como cualquier otra, sacándole
brillo a la rutina de mi vida para que resplandeciera con toda perfección.
Por eso me resultó tan asombroso que decidiera ir al armario del pasillo a
coger un revolver que jamás se había usado y pegarme un tiro.
Mi cadáver lo descubrió mi vecina, Martha Huber, que se había asustado
al oír un ruido extraño. Martha era una mujer de no más de cincuenta y cinco
años cuyo rostro a mi me producía sensaciones extrañar. Por un lado, sus ojos
oscuros, penetrantes, denotaban lo que yo llamaba chispa, una inteligencia
que sólo se forja en el devenir de la vida. Esos ojos a menudo me asustaban,
pero su nariz pronunciada y su boca menuda me hacían ver que era una
mujer serena y pacífica; jamás te fíes del rostro de una mujer anciana. Bajo
las más vetustas piedras se esconden las serpientes más venenosas. Y este
caso, la víbora tenía una corta melena rubia y una ropa que no denotaba
demasiado gusto.
Acuciada por la curiosidad mi vecina buscó una excusa para presentarse
en mi casa sin avisar. Después de pensárselo bien, decidió devolverme la
batidora que yo le había prestado seis meses antes. Cruzó el corto camino
que separaba su casa de la mía y, en el tránsito, los aspersores de una casa
vecina le refrescaron las ideas, aunque no el ánimo. Llamó con insistencia al
timbre y, al ver que nadie respondía, bordeó con rapidez el patio hasta llegar
a la ventana del salón y... emitió un gran alarido.
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-¡Es mi vecina! -exclamó a través del teléfono de su cocina-, creo que
está muerta, hay mucha sangre. ¡Envíen una ambulancia! ¡Envíenla ahora
mismo! ¡Rápido!
Colgó el teléfono y por un momento mi vecina se quedó inmóvil en su
cocina, paralizada por aquella tragedia sin sentido. Pero sólo por un
momento. Si la señora Huber es famosa por algo es por su facilidad de ver el
lado positivo de las cosas. Cogió mi batidora y la guardó en el mueble de su
cocina; al menos alguien se había llevado algo con mi muerte, ¿no creen?

Me dieron sepultura un Lunes. Después del funeral, todos los residentes de


Wisteria Lane vinieron a presentar sus respetos y, tal y como hace la gente
en esas situaciones, trajeron comida.
Lynette Scavo trajo pollo frito. Ella tiene una receta familiar de pollo
buenísima. En realidad, no cocinaba mucho mientras escalaba puestos en su
empresa ya que, simplemente, no tenía tiempo. Pero cuando el médico le dijo
que estaba embarazada a su marido Tom se le ocurrió una idea:
-¿Por qué no dejas tu trabajo? Los niños están mejor con su madre en
casa y así será mucho menos estresante.
Sin embargo, ese no fue el caso. De hecho, la vida de Lynette se había
vuelto tan frenética que ahora compraba el pollo frito en un restaurante de
comida rápida. Le habría hecho gracia lo irónica que es la vida si hubiera
pensado en ello, pero no podía, simplemente no tenía tiempo.
Mi amiga tenía el pelo rubio como la miel y en ese momento lo llevaba
suelto sobre sus hombros. Por supuesto, no había tenido tiempo para
maquillarse, pero les diré que estaba guapísima porque su figura seguía tan
esbelta como siempre y sus ojos del azul oceánico en los que a mí me
encantaba perderme. Y mi gran amiga dejaba que yo me perdiera contándole
los problemas que me afligían. Siempre tenía las palabras que yo necesitaba
y su fuerza nos impregnaba a todas. Soy sincera si digo que echaré de menos
esa fuerza.
Para la solemne ocasión, llevaba un sencillo traje negro con poco escote
y un bolso a juego. De negro se le veía tan... No era ella. Siempre transmitía
una fuerza inhumana y en ese momento el negro lo ensombrecía todo. ¿Será
que en vida no podía ver tanto como veo ahora?
Llevaba en el carrito a su último retoño, Penny Scavo, de unos seis
meses, mientras con la otra sujetaba a duras penas la bandeja llena de pollo
frito. Sí, Penny era una niña muy tranquila, pero sus otros hijos podríamos
decir que no lo eran tanto.
-¡Basta! ¡Basta! ¡Basta! ¡Estaos quietos! -les gritó poniéndose a su
altura.
-Pero mamá -dijo Preston.
-Hoy vais a portaros bien, no pienso dejar que me humilléis delante de
todo el vecindario y para que sepáis que va en serio -continuó sacándose un
papel del sujetador y mostrándoselo a los hijos.
-¿Qué es eso?
-El teléfono de Santa Claus.
-¿Y de dónde lo has sacado?

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-Conozco a alguien que conoce a alguien que conoce a un elfo... y como
alguno no me haga caso -respondió agitando el papel en el aire-, os prometo
que llamaré a Santa Claus y le diré que queréis carbón para Navidad.
¿Queréis arriesgaros?
Los tres negaron con la cabeza y ella se puso en pie y caminó con paso
firme hasta mi casa.
Los gemelos, Porter y Preston, eran los mayores, de seis años. Eran
demasiado activos y traviesos para Lynette, simplemente no podía con ellos.
Su pelo pelirrojo y sus mejillas llenas de pecas escondían a unos delincuentes
en potencia. Parker, el mediano, de cinco años, era más tranquilo. Su figura y
su rostro eran más finos que los de sus hermanos y era un poco más
calmado. Pero sus hermanos lo llevaban por el mal camino y no había nadie
que los tranquilizase. Ni siquiera las amenazas surtían efecto, ni siquiera
eso...

Gabrielle Solís, mi otra gran amiga, que vive al final de la manzana trajo una
paella picante. Desde sus días de modelo en Nueva York ella le había cogido
el gusto a la comida rica... y a los hombres ricos. Carlos, que trabajaba en
fusiones y adquisiciones, se le declaró en la tercera cita. Gabrielle se
emocionó cuando se le humedecieron los ojos a Carlos, lo que no sabía es
que eso le pasaba siempre que cerraba un trato importante.
Medía poco más de metro y medio pero su cuerpo estaba tan bien
proporcionado que nadie parecía apreciarlo; eso, y los tacones de marca que
siempre calzaba. Era una hermosa latina de cabello oscuro y mirada sensual
que sencillamente encandilaba a cualquier hombre que osara posar sus ojos
en ella. Ella era la modelo de nuestro pequeño grupo, y como tal tenía que
estar siempre hermosa. Pero no le hago honor a su persona si sólo hablo del
aspecto físico ya que detrás del maquillaje y de los hermosos tacones de
Jimmy Choo se escondía un alma igual de hermosa. Es cierto que lo primero
en la vida de mi amiga era ella misma, y lo segundo era el dinero, y lo tercero
su confort... Pero sus amigas sabíamos apreciar lo que nadie podía ver. Como
la facilidad que tenía para ceder a las lágrimas, su corazón dadivoso para con
sus seres queridos y su alegría. Sí, si tuviera que describirla esa sería la
palabra, alegría. Aunque ahora he descubierto que sólo era simple fallada.
Volviendo a la comida tengo que decir que a ella le gustaba la paella
muy picante, al contrario que la relación con su marido, que era bastante
sosa.
-Si hablas con Mason ahí dentro -dijo él cogiendo la paella mientras
caminaban hacia mi casa-, quiero que le dejes caer lo mucho que me ha
costado tu collar.
-¿Por qué no me pego la factura en el pecho? -ironizó ella.
-Él me dijo lo que le había costado el descapotable de su mujer así que
tú...
-Carlos, no creo que pueda meter eso en la conversación -interrumpió
Gabrielle.

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-En la fiesta de los Donahue todo el mundo hablaba de fondos de
inversión y tú pudiste meter que te habías acostado con media plantilla de
los Yanquis.
-Te he dicho que surgió en el contexto de la situación -gritó.
-Oye, baja la voz, la gente nos está mirando...
-Por supuesto, no queremos que piensen que no somos felices -ironizó
ella.
¡Y qué gran razón tenía! Su marido, Carlos, era celoso y posesivo. Con
sus fornidos brazos podía aplastarla como a una simple rosa y su cara, que a
simple vista parecía grave, aún más con la perilla que se dejaba, podía ser la
más dulce del mundo si se miraba con detenimiento. Cuando sonreía se le
formaban unos hoyuelos infantiles en las mejillas. La lástima es que no solía
sonreír demasiado, o simplemente yo no lo veía. Siempre lo veía entrando en
su lujoso coche, con un hermoso traje, para irse al trabajo por la mañana y
volvía tan tarde que ni siquiera tenía tiempo para disfrutar lo que ganaba.
Para la ocasión también llevaba traje y mi amiga vestía un precioso
vestido negro entallado y unos zapatos que la elevaban con elegancia. Todo
en ellos era hermoso, menos su vida.

Bree Van de Kamp, mi vecina de al lado, trajo cestas con bollería hecha por
ella misma. Bree era famosa por su cocina, y por hacerse su propia ropa, y
por cuidar su propio jardín y por tapizar sus propios muebles. Sí, las
capacidades de Bree son conocidas en el barrio y todos los vecinos de
Wisteria Lane la consideran una esposa y una madre perfecta... es decir,
todos excepto su propia familia.
-Paul, Zachary... -dijo dirigiéndose a mi marido y a mi hijo con la cara
compungida.
-Señora Van de Kamp -respondió mi hijo.
-No tenías que haberte molestado -dijo mi marido acercando sus manos
a las dos cestas que llevaba en el brazo... y que ella retiró con prontitud.
-No es ninguna molestia. La del lazo rojo lleva magdalenas para tus
invitados pero la del lazo azul es sólo para vosotros; lleva roscos, croisants,
cosas para desayunar...
-Gracias -respondió mi marido.
-Lo menos que podía hacer es asegurarme de que tengáis un desayuno
decente por la mañana. Sé que estáis destrozados por el dolor.
-Sí, lo estamos -respondió Paul agachando la cabeza. Y entonces recordó
lo que yo había sido para ellos.
No puedo decir nada asombroso acerca de mi marido, simplemente era
bueno y se preocupaba de su familia. De hecho, en eso radicaba su belleza,
en su sencillez. Aún recuerdo su pelo moreno que ya no podré acariciar, y sus
ojos azules que ya no podré mirar y su carácter afable con el que ya no me
podrá tratar. Y mi hijo... sólo puedo decir que era mi vida. Sí, era tímido y
muy introvertido, pero me quería con locura y lo expresaba con el brillo de
sus ojos azulados. Aún recuerdo los momentos en los que lloraba en mi
regazo porque alguien se había peleado con él. Yo le acariciaba el pelo rubio
y le confortaba con mis palabras.

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Pero me estoy alejando del tema. Justo en el momento en el que mi
marido pensó en mí, hubo un silencio incómodo que pronto fue llenado por la
hermosa sonrisa de mi gran amiga y con su hermosa voz cantarina dijo:
-Devolvedme la cesta cuando hayáis terminado.
Y ahora sí, mi marido pudo coger las cestas. Y el suyo pudo mirarla con
una cara que decía: "Qué ha pasado con ella".
De mi amiga Bree sólo puedo deciros que era felizmente perfecta. Su
rubicundo cabello, que siempre llevaba en media melena y con las puntas
hacia arriba, hacía juego con su pálido rostro y su sonrisa afable. Su ropa era
elegante, al igual que su casa y todo lo que la rodeaba. Por supuesto, eso
sólo era posible porque su marido era médico y su sueldo era bastante
elevado. Pero tras su ropa sobria y elegante se escondía la persona a la que
solamente conocíamos mis amigas y yo; aunque ahora me doy cuenta que
sólo descubrimos la punta del frío iceberg que era la vida de mi amiga Bree.

Susan Mayer, que vive en la casa de enfrente, trajo macarrones con queso.
Su marido Karl siempre se burlaba de ella y de sus macarrones. Decía que
era lo único que sabía cocinar y que rara vez le salían bien.
Estaban muy salados la noche en que se mudaron a su nueva casa. Muy
aguados la noche en que vio carmín en la camisa de Karl y se le quemaron la
noche en la que Karl le dijo que la dejaba por su secretaria.
Había pasado un año desde el divorcio y ya empezaba a pensar que
estaría bien tener a un hombre en su vida, pero sobre todo uno que no se
burlase de su cocina.
-Mamá -dijo Julie, su hija, mientras caminaba junto a ella hasta mi casa-,
¿por qué se suicida la gente?
-Bueno, a veces se siente tan desgraciada que cree que es la única forma
de resolver sus problemas.
-Pero la señora Young parecía feliz.
-Sí, pero las personas pueden fingir ser de una manera por fuera y ser
muy diferentes por dentro.
-Sí, como cuando la novia de papá sonríe y dice cosas bonitas pero en el
fondo sabes que es una zorra -respondió Julie.
-No me gusta que utilices ese lenguaje Julie pero sí, es un buen ejemplo.
Cruzaron el umbral de mi jardín, ambas de negro, parecían hermanas en
vez de madre hija. La madre con el pelo negro y la hija castaño oscuro,
ambas inseparables, soportaban las penalidades de la vida porque estaban
juntas. Julie tenía doce años pero su madurez era comparable con la de su
propia madre.
Entraron en mi casa, aquella que me había servido de hogar durante
tantos años, y se abrieron paso entre el gentío que se agolpaba en el salón.
Susan dejó los macarrones con queso encima de la mesa y caminó con el
papel de plata hasta la cocina, donde lo tiró a la basura.
Y cerca de allí estaban todas, las amigas reunidas bajo una misma
mesa... bueno, en realidad faltaba una de ellas, yo.
Se saludaron sin atreverse a decir que ya no serían cinco porque yo las
había dejado para siempre. Susan miró mi silla, vacía, sin poder creer que yo

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no estuviera allí reconfortándolas en este aciago momento. Cogió la cafetera
y se echó el líquido oscuro que contenía en el interior de una pequeña taza;
no pudo evitar que su mente divagara, no pudo...
Las cuatro amigas estábamos sentadas en la mesa y yo les serví café a
todas antes de tomar asiento y confortar a mi gran amiga.
-¿Y qué dijo Karl cuando le contaste todo?
-Os va a encantar, me dijo que no significaba nada, que sólo era sexo.
Todas respondimos con un gran ¡Oh!
-Y después me dijo -continuó ella-, ¿sabes Susan? Muchos hombres
llevamos una vida de silenciosa desesperación.
-Por favor, dime que le pegaste -respondió Lynette.
-No, le dije: ¿en serio? ¿Y las mujeres qué llevamos una vida de ruidosa
satisfacción? Mierda, por qué tenía que tirarse a su secretaria, un día incluso
la invité a comer.
-Mi abuela decía -respondió Gabrielle-, un pene erecto no tiene
conciencia -Y cascó una nuez.
-Ni los impotentes son de fiar -dijo Lynette.
-Por eso me metí en el club de tiro. Cuando Rex empezó a ir a esas
convenciones médicas quería que tuviera presente que tenía a una amante
esposa en casa con una pistola cargada -dijo Bree y todas reímos la
ocurrencia.
-Lynette -dije yo-, Tom siempre está en viajes de negocios, ¿no té
preocupa qué...?
No me dejó terminar.
-¡Oh, por Dios! Me ha dejado embarazada tres veces en cuatro años.
Ojalá se acostase con otra.
Todas miramos a Susan y Bree preguntó lo que todas queríamos saber:
-Oye Susan, ¿va a dejar de ver a esa mujer?
Pensó por un momento antes de responder desde lo más recóndito de su
corazón:
-No lo sé. -Las lágrimas estuvieron a punto de brotar de sus ojos-. Lo
siento chicas, es que... no sé cómo voy a sobrevivir a esto.
-Escúchame -dije yo cogiéndola de la mano-, todas tenemos momentos
de desesperación pero si les plantamos cara entonces descubrimos lo fuertes
que somos.
Ella acarició mi mano y yo le sonreí con dulzura. Sólo quería transmitirle
mi apoyo y el de todas sus amigas porque allí estábamos cada vez que ella
estuviera de bajón. De hecho, ¿para qué están las amigas?
-Susan, Susan... -Mi amiga volvió al presente. Era Bree la que hablaba-.
Como te decía, Paul quiere que vengamos el viernes. Tiene que revisar el
armario de Mary Alice y quiere que empaquetemos sus cosas, dice que él no
tiene ánimos de hacerlo solo... ¿Estás bien? -preguntó llevándose la taza de
café a la boca.
-Sí... sólo estoy furiosa. Si Mary Alice tenía problemas tendría que
habérnoslo dicho, haber dejado que le ayudáramos.
-¿Qué problemas podía tener? -explicó Gaby-, estaba sana, tenía una
buena casa, una buena familia... su vida era...

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-Nuestra vida -respondió Lynette mientras Penny daba buena cuenta de
su cuchara.
¿Sería ella capaz de hacer lo que yo misma había hecho? Al fin y al cabo,
como Lynette había dicho, mi vida era como la de todas mis amigas. Y sí, al
decirlo, mi amiga se preguntó si su vida realmente era la que había soñado y
os puedo decir que la respuesta no era nada sencilla.
-No, si Mary estaba pasando por alguna crisis lo habríamos sabido. Vivía
a menos de veinte metros de nuestras casas.
-Gaby, se ha suicidado -respondió Susan-, algo debía de ocurrirle.
Sí que me ocurría algo. Y a mi marido no le agradaba demasiado que mis
amigas hablaran de lo que él claramente sabía. Mientras escuchaba la
conversación bebió un poco de su copa deseando que mis amigas jamás
supieran nada.

Susan caminó hasta la cocina y se encontró a un apuesto hombre sirviéndose


un buen plato de sus no muy deliciosos macarrones.
-Yo que tú no me comería eso -le dijo.
-¿Por qué?
-Lo he hecho yo, hazme caso.
Él pinchó el tenedor en los macarrones y quiso llevárselos a la boca.
-¿Es que quieres morirte?
-No, pero me niego a creer que alguien pueda hacer mal los macarrones
con queso -dijo antes de introducir la comida en la boca y desear no haberlo
hecho-. Vaya, están crudos y quemados.
-Sí, siempre me lo dicen, aquí tienes -respondió poniéndole una servilleta
bajo los labios.
Él expulsó la comida y se sintió mucho mejor.
-Soy Mike Delfino, he alquilado la casa de los Sims.
-Susan Mayer, vivo ahí enfrente.
Y se estrecharon las manos, el principio de una gran amistad.
-¡Oh, sí! La señora Huber me ha hablado de ti, dice que ilustras libros
infantiles.
-Sí, soy famosa entre los menores de cinco años -bromeó- ¿y tú qué
haces?
-Soy fontanero, si alguna vez tienes un tapón... ya sabes.
Susan sonrió, y se quedó embelesada ante la belleza del moreno de ojos
azules que se erguía ante ella. Vestía un sencillo traje color chocolate con
corbata a juego y camisa blanca. Era un tío normal... justo lo que mi amiga
necesitaba.
-Y ahora que todo el mundo ha visto que he traído algo debería de tirar
esto a la basura -dijo ella cogiendo sus macarrones.
Sonrieron de nuevo y mientras se alejaba los dos se dieron cuenta de
que algo, algo diferente a lo normal, los unía. Se sentían extrañamente
atraídos el uno por el otro.
Mientras Susan flirteaba con el nuevo vecino, Lynette Scavo estaba
ocupada en otros asuntos. Martha Huber entró en la habitación donde estaba
amamantando a su hija y le hizo llegar una noticia poco grata:

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-¡Lynette! Te he buscado por todas partes, ¿tienes idea de lo que están
haciendo tus hijos? -Y dicho esto sonrió con malicia, de esas sonrisas que te
dicen: "Creo que deberías de meter a esos niños en cintura".
Mi amiga cogió a su hija y se dirigió al lugar del que provenían los gritos
de sus hijos. Sus ropas estaban en el borde de la piscina y ellos... bueno,
digamos que estaban aprovechando el día.
-¿Qué estáis haciendo? -preguntó Lynette a sus hijos, susurrando,
avergonzada por la actitud de sus tres chicos-. ¡Estamos en un funeral!
-Cuando llegamos dijiste que podíamos jugar en la piscina -gritó uno de
los gemelos.
-Dije que podíais jugar junto a la piscina... ¿lleváis el bañador puesto?
-preguntó, cuando la respuesta era más que evidente bajo el agua.
-Sí, lo llevábamos puesto debajo de la ropa.
-¡Lo habíais planeado todo! Está bien, se acabó, ¡fuera! -dijo recogiendo
sus ropas.
-¡No!
-¿No? Soy vuestra madre y tenéis que hacer lo que yo mande.
-Estamos dentro del agua y no podrás cogernos -le desafió.
Y si hubieran conocido a su madre tanto como yo habrían sabido que a
Lynette nunca se le desafía. Suspiró y dejó a Penny en el regazo de mi vecino
antes de abalanzarse a por ellos. Sumergió sus zapatos de tacón negros en el
agua y su vestido sin siquiera pensar que estaba haciendo el ridículo. Ellos
nadaron hacia el fondo de la piscina, pero mi vecina era mucho más rápida
que ellos y al final alcanzó a uno de los gemelos y después al otro. Parker se
encontraba aún en la piscina pero una sola mirada de su airada madre le
bastó para saber que el juego había terminado.
Empapada, recogió a su hija, le dio el pésame de nuevo a mi marido y se
fue dejándose la dignidad entre el agua de mi piscina.
Lynette no tenía que haberse preocupado tanto por mi marido ya que
Paul tenía otras cosas en mente, ocultas bajo la superficie.

La mañana siguiente a mi funeral, mis amigas y vecinas volvieron


rápidamente a sus ocupadísimas vidas. Mientras Lynette cocinaba, Bree se
dedicaba a limpiar, Gabrielle hacía yoga y la hija de mi amiga Susan hacía los
deberes.
Estaba jugando cerca de la casa del nuevo vecino al fútbol y,
"accidentalmente", coló el balón en el patio de su casa.
-Hola -saludó ella-, soy Julie y se me ha caído el balón en tu jardín.
-Ahm, vale -respondió Mike cogiendo a Bongo, su fiel perro, del collar-,
pues vamos a cogerlo.
Y así lo hizo, sin embargo también recogió alguna información para
transmitírsela a su madre.
-Su mujer murió hace un año -explicó mientras daba vueltas por la
habitación-, iba a quedarse en Los Ángeles pero le traía demasiados
recuerdos. Alquila por tema de impuesto y aspira a comprar una casa pronto.
-¿Cómo has podido ir a verle? -preguntó Susan medio ofendida.

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-Os vi tonteando en el funeral, está claro que os gustáis. Ahora que
sabes que está soltero invítalo a salir.
-Julie, me gusta el señor Delfino aunque no sé si estoy preparada para
salir con alguien.
-Vamos, tienes que volver a salir, ¿cuándo fue la última vez que te
acostaste con alguién?
Susan se volvió de su mesa de estudio con el ceño fruncido.
-¿Te molesta que te lo pregunte?
-No, estoy intentado acordarme. No quiero hablarte de mi vida amorosa,
me da vergüenza.
-No te habría dicho nada, es sólo que oí a la novia de papá preguntarle si
habías salido con alguien desde que lo dejasteis y papá le respondió que lo
dudaba... -hizo un silencio, para acentuar las últimas palabras que sabía iban
a hacer cambiar de opinión a su madre-, y se rieron los dos.
Y así fue como Susan se vio con una maceta en la mano, cruzando la
calle que le llevaba hasta la casa de Mike. Llamó al timbre y esperó
pacientemente a que su nuevo vecino acudiera a su llamada.
-Hola Susan -exclamó alegre mientras se frotaba las manos.
Esta vez él no vestía traje si no vaqueros y una camisa azul. Ella iba
también más informal con una camiseta verde de tirantes y una rebeca negra
con vaqueros a juego.
-Hola Mike, te he traído un regalito de bienvenida. Tendría que haberte
traído algo antes pero...
-En realidad -la interrumpió Mike-, eres la primera vecina que viene a
verme.
-¿De veras? -preguntó con una gran sonrisa en los labios.
Susan estaba de suerte. Un soltero codiciado se había mudado a Wisteria
Lane y ella era la primera en saberlo. Pero ya se sabe que las buenas
noticias... vuelan.
-¡Eh, hola! -gritó Edie Britt mientras corría hacia ellos muy ligera de ropa.
Ella era la depredadora más voraz en un radio de cinco manzanas. Sus
conquistas eran numerosas, variadas y atrevidas. Incluso se dice que un día
se lió con un cura.
-Hola Susan. - Y se alzó las gafas de sol echándose para atrás su larga
melena rubia. Y con sus grandes ojos azules le habló al hombre que se
encontraba frente a ella-. Tú debes de ser Mike Delfino, yo soy Edie... Britt. -Y
le estrechó la mano con fuerza mientras Susan veía que sus posibilidades
iban mermando-. Vivo al otro lado. Bienvenido a Wisteria Lane. -Y le entregó
una fuente.
Susan se había topado con el enemigo y era una furcia, además tenía un
cuerpo espectacular osea que era una furcia guapa, todo un partidazo.
-Vaya gracias, ¿qué es esto?
-Salchichas a la putanesca, las he preparado en un momentillo.
-Ahm, pues gracias Edie, muchas gracias. Os invitaría a pasar pero es
que estoy un poco liado.

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Las dos chicas dijeron que sólo querían saludarle y en aquel momento la
carrera por Mike Delfino dio comienzo. Susan se preguntó si su rivalidad con
Edie sería amistosa, pero ella misma pudo ver que no iba a ser así.
-¡Oh! Mike, me han dicho que eras fontanero. -Edie enseguida le recordó
que en cuestión de hombres las mujeres no tienen amigas-, ¿crees que
podrías pasarte esta noche a revisarme las tuberías?
-Claro -respondió Mike.
Las dos se alejaron de la casa de Mike. Y Edie miró a Susan diciéndole:
"Uno a cero chica".

En la casa de los Solís se podía observar una gran pelea, una pelea de esas
de quién domina a quién.
-¡No puedes darme órdenes como si fuera una niña! -gritó Gabrielle-, no
pienso ir.
-Son negocios -explicó pacientemente Carlos-, Tanaka espera que todos
vayamos con nuestras mujeres.
-Siempre que estoy con ese hombre intenta tocarme el culo.
Carlos, trajeado, caminó hacia ella a lo largo del gran salón y le dijo:
-El año pasado gané más de doscientos mil haciendo negocios con él. Si
quiere tocarte el culo, déjale.
Carlos dejó a su mujer y abandonó la inmensa y lujosa casa amarilla en
la que vivían. Miró al jardinero, John Rowland, de reojo y le gritó.
-¡John!
Éste se pinchó con una espina y lo miró asustado.
-Señor Solís, me ha asustado.
-¿Qué hace esa planta ahí? Tenías que haberla arrancado la semana
pasada.
-No tuve tiempo de hacerlo -se excusó.
-No quiero excusas, arráncala ya.
John, un adolescente moreno que haría las delicias de cualquier
jovencita, se chupó el dedo succionando la sangre. Tenía dieciséis años y
ganaba un poco de dinero arreglando los jardines de los vecinos.
Gabrielle salió en ese momento de la casa y le dijo a su marido:
-Carlos, no soporto que me hables así.
-Y yo no soporto gastarme quince mil dólares en un collar de diamantes
que te morías por tener. Pero he aprendido a aguantarme.
Gabrielle se acarició el collar aludido.
-Entonces qué, ¿le digo a Tanaka que vamos a su fiesta?
-John -dijo ella ignorando a su marido-, tenemos tiritas en la estantería
de la cocina.
-Gracias señora Solís -dijo mientras entraba en la casa.
-Vale, iré -continuó ella cuando el jardinero desapareció-. Pero tendré la
espalda pegada a la pared todo el tiempo.
-¿Ves? En eso consiste un matrimonio, en ceder -dijo su marido antes de
ir a trabajar en su lujoso coche.
Gabrielle entró a la casa y vio al jardinero poniéndose la tirita en el dedo.
-¿Tienes el dedo bien?

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-Sí, es un corte de nada.
Ella se acercó a él, cogió su brazo con delicadeza y le besó el dedo. Le
besó de nuevo, una y otra vez, y él sintió ese cosquilleo interior que le decía
que no estaba bien. Pero ella continuó con los besos, esta vez en la boca, y
empezó a quitarle la camiseta. Sin embargo, él la apartó de sí.
-Señora Solís -explicó con voz entrecortada-, me encanta que nos liemos
pero tengo trabajo que hacer y... -Gabrielle se quitó la camisa blanca y dejó al
descubierto su hermoso cuerpo dejándole mudo- no puedo perder este
trabajo.
Ella se echó sobre la mesa del comedor y le dijo:
-Esta mesa fue tallada a mano, Carlos la importó de Italia. Le costó
veintitrés mil dólares.
-¿Quiere hacerlo en la mesa esta vez?
-Por supuesto -pudo decir antes de que él se tirara sobre ella.
Y sí, lo hicieron.

Los Van de Kamp disfrutaban de una agradable cena familiar. Rex presidía la
mesa y a su lado estaba su hijo Andrew mientras que en el otro lado estaba
su esposa Bree y su hija Danielle.
La mesa estaba preparada con exquisito gusto y los platos que allí se
cocinaban os puedo decir que no eran los que podía cenar cualquier
americano de clase burguesa.
-¿Por qué no podemos tomar una sopa normal? -preguntó Danielle a su
madre.
Danielle era una adolescente que no daba demasiados problemas. Iba a
clase, tenía buenas amistades y sacaba buenas notas. Así que para sus
padres era excelente, al menos lo que se podía ver.
-Danielle, el puré de albahaca no tiene nada de anormal.
-¿No podríamos tomar una sopa que la gente conozca, como de cebolla o
de fideos?
-En primer lugar tu padre no puede tomar cebolla, es alérgico, y ni voy a
dignarme a tomar en cuenta tu sugerencia de los fideos. -Y el silencio se
apoderó de la sala hasta que ella misma lo rompió-. Y bien, ¿qué tal el
osobuco?
-No está mal -respondió su hijo.
Andrew era el mayor de los dos hijos. Como su hermana, llevaba una
vida normal de adolescente aunque en su interior se escondía la llama que
más tarde ardería como un inmenso fuego.
-¿No está mal? Andrew, me he pasado tres horas cocinando, ¿cómo te
crees que me siento cuando dices no está mal con ese tono de desprecio?
-¿Quién te ha pedido que te pases tres horas cocinando?
Rex miró a su hijo, y a su mujer, pero no se atrevió a intervenir. Bree
tragó saliva y asombrada le preguntó a su hijo:
-¿Qué has dicho?
-La madre de Tim llega tarde del trabajo, abre una lata de judías y pum,
comen y todos contentos.

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-¿Quieres que ponga cerdo con judías? -preguntó su madre temiéndose
la respuesta.
-Pide disculpas Andrew -rogó Danielle.
-Sólo digo que siempre sirves alta cocina, ¿no podemos cenar comida?
-¿Estás tomando drogas? Los cambios de carácter son una señal y tú
llevas seis meses siento un insolente. Y eso explicaría por qué pasas tanto
tiempo en el baño -explicó ella tomando un poco de vino.
-Créeme, no es eso lo que hace -respondió Danielle sonriendo.
-¡Cállate! Mamá, no soy yo el que tiene un problema, eres tú la que
parece que se presenta a madre del año.
-Rex, dado que tú eres el cabeza de familia agradecería mucho que
dijeses algo.
Rex lo pensó por un momento, tenía que decidir si intervenir o no y al
final dijo:
-¿Pásame la sal?
Por supuesto, esa no era la intervención que Bree esperaba pero al
menos sirvió para calmar los ánimos.

Tres días después de mi funeral, Lynette cambió el dolor por un sentimiento


mucho más útil, la indignación.
-Tom, este es mi quinto mensaje -dijo mientras cogía las cosas de los
estantes del supermercado y los echaba en el carro; además de intentar
controlar a sus hijos y sostener el teléfono móvil-. Sé que estás divirtiéndote
mucho en tu viaje de negocios pero adivina qué, los niños y yo también
queremos divertirnos, así que si no me has llamado a las doce cogeremos un
avión para ir a verte.
-¡Mamá! -dijo Parker.
-Ahora no, cielo, mamá está amenazando a papi. Yo... -y se giró hacia su
hijo- ¡y tus hermanos!
Sus hermanos estaban recorriendo el supermercado y echando cosas
que a ellos "les hacía falta". Los buscó por el supermercado pero se encontró
con una vieja amiga; una vieja amiga a la que intentó evitar.
-¡Lynette!
-Mierda -dijo para sí-, ¡Natalie! No me lo puedo creer.
Aquella mujer representaba todo lo que ella había sido. Estaba bien
peinada, bien arreglada y sonreía a cada segundo porque era feliz, sí, todo lo
que ella había perdido para siempre.
-¿Cómo estás? ¿Qué tal la empresa?
-Bien, pero te echan de menos. Todos decimos que de no haberte ido tú
serías la gran jefa ahora. -Justo lo que mi amiga necesitaba escuchar-. Y qué
tal la vida casada, ¿no te encanta ser madre?
Y ahí estaba la pregunta que Lynette siempre temía. Para los que lo
hacían sólo había una respuesta aceptable, así que respondió como siempre,
mintiendo:
-Es el mejor trabajo que he tenido.

16
Y como si fuera un castigo de Dios por mentir, sus hijos, detrás de ella,
estrellaron el carrito de la compra contra una anciana que cayó al suelo. Y
ella suspiró.

Gabrielle y John habían terminado de hacer el amor y se tumbaron en la


cama a charlar un rato, como si de dos buenos amigos se tratasen.
-No lo entiendo.
-Qué.
-¿Por qué te casaste con el señor Solís?
-Porque prometió darme todo lo que yo quisiera -dijo acercando sus
labios de nuevo hacia aquel joven menor de edad que sabía comprenderla.
-¿Y lo ha hecho?
-Sí.
-¿Y por qué no eres feliz?
-Porque no sabía lo que quería.
-Entonces, ¿le quieres?
-Claro.
-¿Y por qué estamos aquí, por qué hacemos esto?
-Porque no quiero levantarme una mañana cualquiera con ganas de
volarme los sesos.
Y yo creía que era feliz.

-¿Te importaría que usara tu pensión de manutención para hacerme la cirugía


estética? -le preguntó Susan a su hija mientras esta hacía un trabajo de
manualidades en la mesa de la cocina.
-No estés tan nerviosa, sólo le vas a invitar a cenar, no es para tanto.
-Es cierto. -Dejó de mirarse al espejo y se centró en el caballo de madera
que su hija estaba haciendo-. Oye, ¿es un trabajo de clase? Cuando yo estaba
en tu curso hice La Casa Blanca con terrones de azúcar...
-No le des más vueltas y vete antes de que se busque otra mejor.
Susan bordeó la mesa y se acercó a su hija.
-Recuérdame por qué me peleé por tu custodia.
-Porque querías fastidiar a papá.
-Uhm, es verdad.
Susan besó a su hija en la cabeza y salió decidida a conquistar al hombre
que vivía en la casa de enfrente. Llamó a su puerta y Mike abrió enseguida.
-¡Hola Susan!
-¿Estás ocupado?
-No, que va, qué pasa.
-Bueno yo... me estaba preguntando si... podíamos... si sería posible que
tú y yo... sólo quería preguntarte si...
Y en ese momento la rubia entró en escena. Edie ya estaba en casa de
Mike y a Susan se le demudó el rostro al verla.
-¿Qué tal Susan? He preparado macedonia y me ha sobrado así que le he
traído un poco a Mike, ¿qué ocurre?
Susan dudó y al final dijo:
-Tengo un tapón.

17
-¿Disculpa? -Preguntó Mike.
-Y tú eres fontanero así qué... está en la tubería.
-Sí, es donde suelen estar.
-Pues tengo uno.
-Vale, cogeré las herramientas.
-¿Ahora? -Susan vio como su peor pesadilla se iba haciendo realidad-.
¿Quieres venir ahora? Tienes visita.
-No importa -dijo Edie, sonriendo, consciente de que no había ningún
tapón en la tubería de Susan. Le sonrió con malicia y entró de nuevo en la
casa.
Ella corrió hasta su casa para solucionar, o más bien provocar, el
problema. Metió pelos, crema de cacahuete y todo lo que se le ocurrió con la
ayuda de su hija Julie.
-No basta para atascarlo mamá, ¿qué hacemos?
-¿Susan? -Mike ya estaba en la casa.
Las dos se miraron fijamente, sin saber qué hacer, y como si un
pensamiento se hubiera cruzado entre ellas dos miraron con malicia el
caballito de madera que Julie tenía sobre la mesa.
-Bueno, aquí está el problema -dijo Mike mirando en el interior de la
tubería-, alguien ha metido un montón de palos de polo por aquí.
-Le he dicho a Julie un millón de veces que no juegue en la cocina, niños,
ya sabes.
Mike rio.
Julie, desde las escaleras, miró a su madre muy enfadada pero esta le
pidió perdón con la mirada. Al fin y al cabo, la idea de salir con Mike había
sido suya.

En el Saddle Ranch una familia poco habituada a este tipo de locales estaba
sentada alrededor de la mesa para disfrutar de una comida normal.
-Pediré su comida -dijo el camarero- y su bebida además de los platos
para el buffet de ensaladas.
-Andrew, Danielle, servilletas -dijo Bree haciendo también lo propio
cuando el camarero se hubo marchado.
-Tienen... videojuegos, ¿podemos ir a jugar hasta que llegue la comida?
-preguntó Andrew.
-Andrew, estamos en familia, podríamos...
-Podéis ir -le interrumpió Rex.
Los niños abandonaron la mesa y Bree, con su sonrisa radiante de "no
me pasa nada y soy la más feliz del mundo", empezó a limpiar los cubiertos
con una servilleta.
-Sé que crees que estoy enfadada por haber venido aquí, pero no, los
chicos y tú queríais un cambio de aires, lo entiendo. Probablemente mañana
queramos algo más sano, había pensado en pollo a la...
-Quiero el divorcio -interrumpió Rex.
Bree no cambió su rostro, pero en su mente algo se rompió, algo que ella
creía eterno y que sabía que le iba a acompañar para siempre; ahora ya no
era así.

18
-No puedo seguir viviendo... en este anuncio de detergente.
-El buffet de ensaladas está por ahí -dijo el camarero-, cojan lo que
quieran.
-Gracias -dijo Rex incómodo.
-Yo te traeré la ensalada -dijo Bree.
Cogió el plato de su marido y se dirigió al buffet con su eterna sonrisa
como compañera. La señora Huber, que por casualidad estaba cenando allí,
se dirigió hacia donde estaba ella y le saludó.
-¡Bree Van de Kamp! -gritó sacándola de su ensimismamiento.
-Hola.
-No tuvimos oportunidad de hablar en el funeral de Mary Alice, ¿cómo te
encuentras?
Bree se moría por contar la verdad sobre la dolorosa traición de su
marido pero, por desgracia para ella, admitir el fracaso no era una opción.
-Genial, estoy estupendamente -mintió, y esa sonrisa de nuevo le inundó
el rostro, esa sonrisa que ocultaba dolor, mucho dolor.
Terminó de servirle la ensalada a su marido y se la llevó a la mesa.
-Te he puesto la salsa de mostaza dulce, la tejana parecía sospechosa -le
dijo a su marido.
Rex pinchó un poco de ensalada y la deglutió airado. Bree cortó el pan en
pequeños trozos y no dijo nada, de hecho, actuaba como si no hubiera
pasado nada en su vida, como si todos los días se divorciara de su marido.
-¿No vamos a hablar de lo que te he dicho?
-Si crees que voy a discutir la disolución de mi matrimonio en un sitio
donde en los baños pone tías y tíos... ¡has perdido el juicio!
Rex empezó a sentirse mal. No podía respirar y sintió que algo en su
interior no funcionaba como debería.
-¿Qué tiene esto? -pudo decir señalando a la ensalada.
-¿Que qué tiene?, es ensalada.
Rex empezó a toser y dijo:
-Con cebolla, me has puesto cebolla en la ensalada.
-No lo he hecho.
Pero era demasiado tarde, Rex ya no podía escucharla. Cayó a un lado de
la mesa y se llevó consigo el mantel y todos los platos que había servidos.

Mi hijo dormía plácidamente cuando un ruido lo sobresaltó. Cogió las


gafas que tenía en la mesita de noche y se acercó a la ventana. Ese sonido
era algo que sólo había escuchado una vez antes, hace muchos años, cuando
era muy pequeño. Pero lo reconoció al instante.
A sus diecisiete años él podía recordar ese sonido continuo que lo
sobresaltó aquel día.
Se acercó a la piscina, que no contenía agua alguna, y vio a mi marido
cavando un pequeño agujero. Era el sonido de un secreto familiar. Paul miró a
nuestro hijo, se quedó mirándolo fijamente por un momento, antes de
hundirse de nuevo en la tarea que se había encomendado; sí, los recuerdos
son algo que muchas veces no podemos dejar atrás.

19
Siete días después de mi funeral la vida en Wisteria Lane por fin volvió a la
normalidad. Lo que para Lynette fue toda una desgracia.
Le estaba dando de comer a su hija, sentada en la trona, cuando esta
decidió que quizás a su madre le iría bien un poco de potito en la cara. Y eso
es lo que hizo antes siquiera de que Lynette se diera cuenta.
-Mami, Mami -dijo uno de los gemelos desde la puerta-, ¡papá ha vuelto!
Estaba ilusionado y Lynette, en cierta medida, también.
Tom Scavo entró rodeado de niños. Seguía siendo el apuesto hombre
rubio que ella había conocido. Venía a rescatarla de la rutina como si de un
caballero medieval se tratase.
-¿Hay alguien en casa? -preguntó éste.
-¡Hola! -exclamó ella levantándose de la silla, perdida de potito-. No te
esperaba hasta dentro de una semana.
-Tengo que volver a San Francisco mañana pero recibí tu llamada y
parecía que estabas un poco desquiciada.
-Sí, ha sido un poco duro.
Tom la besó y después se quitó los restos de potito que se le habían
quedado pegados a la boca.
-Papá, ¿nos has traído algún regalo? -preguntó Parker.
-Oh, vaya, a ver si hay algo por aquí. -Rebuscó en su bolsa y sacó un
balón de rugbi-. Sólo os lo daré si me prometéis que saldréis fuera a jugar y
no vendréis al menos hasta dentro de veinte minutos, ¿de acuerdo?
-Sí -dijeron los tres al unísono y salieron con el balón a jugar, como había
dicho su padre, al menos veinte minutos.
Tom subió arriba junto con su mujer. Estaba falto de amor y Lynette lo
notó por su efusiva conducta. Entraron en el dormitorio dándose besos
apasionados, sintiendo la necesidad el uno del otro.
-Tom, estoy agotada, déjalo -dijo ella mientras él la posaba sobre la cama
y se ponía encima.
-Lynette, te deseo. -Y siguió explorando su cuerpo.
-¿Te da igual que no me mueva?
-Claro que no.
Siguieron con el ritual de besos y caricias hasta que llegaron al momento
deseado.
-Te quiero.
-Yo te quiero más -respondió Tom.
Se abrió la bragueta pero antes de que pudiera usar lo que contenía su
mujer le dijo:
-Espera, estaba muy hinchada, así que fui al médico y me ha quitado la
píldora. Tendrás que ponerte un condón.
-¿Un condón? -preguntó poco convencido-, da igual, nos arriesgaremos.
Y continuó... sin ella. Lynette le dio un puñetazo en la mandíbula que lo
dejó tirado en la cama. Tom se quedó de nuevo sin lo que tanto esperaba,
pero al menos le había dado tiempo de bajarse la bragueta.

20
En el hospital Memorial de Fairview el matrimonio Van de Kamp esperaba en
una de las habitaciones. Rex no se podía creer lo que había hecho su mujer y
Bree no soportaba la traición de su marido.
-No puedo creer que hayas intentado matarme -dijo él mirando a su
esposa que se encontraba en una silla al lado de su cama.
-Sí, bueno, pero me siento fatal. La señora Huber me estaba hablando y
me distraje. Cometí un error.
-¿Y desde cuándo cometes errores?
-¿Qué quieres decir con eso? -preguntó con una falsa sonrisa.
-Pues que estoy harto de que seas siempre tan asquerosamente
perfecta. Harto de esa forma tan rara que tiene su pelo de no moverse. Harto
de que hagas la cama por la mañana antes incluso de que llegue al baño.
Eres una ama de casa burguesa y artificial con sus perlas y sus flores que
dice cosas como "le debemos a los Henderson una cena". ¡Dónde está la
mujer de la que me enamoré! A la que se le quemaban las tostadas, bebía la
leche de la botella y reía... La necesito -dijo cayendo rendido en la almohada-,
no a esta cosa fría y perfecta que eres ahora.
Bree meditó por un sólo segundo. Tenía las lágrimas a punto de brotar de
sus ojos pero no quería llorar delante de su marido, no quería llorar delante
de nadie. No podía mostrar sus sentimientos ante los demás, ni siquiera ante
las personas que la querían. Por eso cogió las flores que había en la mesita
de al lado y simplemente dijo:
-Les falta agua.
Y se dirigió al baño con rapidez, pestañeando varias veces para contener
el llanto. Abrió el grifo y llenó el pequeño jarrón de agua límpida y fría. Junto
al agua llegaron sus lágrimas. Se miró al espejo y lloró en silencio durante
cinco minutos, pero su marido nunca lo supo porque cuando Bree salió por
fin... estaba perfecta.

Gabrielle salió de su casa con un vestido de fiesta rosa con un bolso plateado
a juego. Oh, os puedo asegurar que mi amiga estaba radiante y que brillaba
como la más hermosa de las estrellas.
-Ya tengo los pendientes, podemos irnos -dijo a su marido que se
encontraba a ras del suelo midiendo el césped.
-¿Ha venido hoy John?
-Pues... sí.
-No ha cortado el césped. Se acabó, cambiamos de jardinero.
-¿Por qué?
-¿Estás sorda? Te he dicho que no está haciendo su trabajo.
-Está oscuro, no se ve si el césped está cortado.
-No lo está, toca la hierba.
-¡No pienso tocar la hierba!, vámonos ya, es tarde.
Y en la lujosa fiesta de la lujosa mansión que había organizado el lujoso
Tanaka Gabrielle vio peligrar su relación con su jardinero. Mientras iba cogida
del brazo de Carlos tramaba un plan del que dependía su futuro, y el de John.
Dejó a su marido junto a Tanaka y los demás ricachones y le pidió a un
camarero que la copa de su marido jamás se quedara vacía.

21
Cogió su coche y se dirigió a su casa donde estoy segura que jamás
podríais descubrir qué pretendía hacer. Lo aparcó en el garaje y... sacó la
máquina cortacésped. ¿Habéis cortado alguna vez un césped con un vestido
de más de dos mil dólares? Pues mi amiga sí y me siento orgullosa de ella.
A la mañana siguiente su marido tuvo que reconocer que el césped le
había engañado la noche anterior y que su mujer tenía razón, por la noche no
se podía ver bien. Pero lo que estaba en penumbra no era su jardín, sino su
razonamiento. Pero al menos, mi amiga Gabrielle salvó el pellejo y también
su gran amigo John Rowland.

Susan hacía la compra en su supermercado habitual cuando se encontró con


su vecina, Martha Huber, a la que intentó eludir sin éxito alguno.
-¡Susan! ¡Susan!
Ella aparcó al lado de su vecina y le dijo educadamente:
-¡Oh, señora Huber! ¿Cómo está?
-No muy bien, me temo. Busco algo que me alivie el dolor de estómago.
-¿Le duele mucho?
-Sí, tomé unos macarrones con queso horribles en el funeral y desde
entonces tengo retortijones.
-¡Oh, vaya!
-Y tengo que ponerme bien. El hijo de Edie Britt pasará la noche en mi
casa.
-¿Dormirá en su casa?
-Al parecer Edie ha invitado a un apuesto caballero a cenar y creo que
piensa entretenerle hasta altas horas de la madrugada, tú ya me entiendes.
Susan abandonó el supermercado pero su vecina no se dio cuenta:
-¡Oh! Aquí hay un antiácido, ¿has probado esto?
Una vez en casa, cuando la noche se cernió sobre Wisteria Lane, Susan
se desahogó con su hija:
-No puedo creerlo, esto no puede estar pasando, Mike prefiere a Edie
antes que a mí, no lo entiendo.
-¡No sabes lo que está ocurriendo! Puede que estén cenando.
Susan dejó de caminar de un lado para otro de la habitación y miró a su
hija Julie con incredulidad.
-Tienes razón, están liados.
Así, Susan buscó una excusa para entrar en la casa de Edie. Iba con un
vaso de medidas y dio la vuelta a la casa para colarse en el interior. Una vez
dentro vio lo que ella ya se temía. Música sexy, la ropa interior tirada por los
suelos, bombones, velas... el escenario perfecto para un buen crimen sexual.
Entonces Edie emitió un quejido de placer. De repente, la posibilidad a la
que Susan se había aferrado, el proyecto Mike Delfino, se esfumó para
siempre. Se sentó abatida en el sofá blanco del salón y tiró el vaso de
medidas al suelo. Pero, a pesar de lo comprometido de su situación, se tomó
un momento para llorar su pérdida. Tiró el sujetador de Edie hacia atrás y
cogió un bombón para calmar con chocolate su alma herida. Entonces se
percató, demasiado tarde por cierto, de que había prendido un gran fuego en

22
el salón, y no era precisamente la llama del amor. La pobre no tardó mucho
en comprender que no era su noche.
-¿Hay alguien ahí? -preguntó Edie desde su habitación.
Susan se fue corriendo.
-¡Dios mío, ayuda! -fue lo último que escuchó.
Y las sirenas anunciaron el dolor y la tragedia que se habían cernido
atrozmente contra Edie Britt. La casa era una gran antorcha que iluminaba
todo Wisteria Lane. Los bomberos intentaron sofocar el fuego, pero ya era
demasiado tarde. Edie lloró mientras veía como todo su hugar, sus recuerdos
y su propia vida ardían en aquel fuego infinito.
-Había unas velas encendidas en el salón -comentaba Martha a una
vecina-, dicen que ha tenido suerte, podría haber muerto.
Susan se acercó a sus amigas y las escuchó hablar de que estaba con un
tío que ahora se encontraba en el hospital por haber inhalado humo. Se sintió
fatal por Edie y por Mike, sobre todo por este último.
-¿Te pasa algo Susan? -le preguntó Bree.
-No, es sólo que me siento mal por Edie.
-No te preocupes por Edie, es una mujer fuerte -dijo Gaby.
-Sí, encontrará la forma de sobrevivir -continuó Lynette.
-Como todas -dijo Bree. Y miró fijamente al fuego ya que al igual que
Edie había perdido la casa ella había perdido su hogar.
Las tres se reunieron con sus maridos y Susan se quedó sola. Caminó
hasta un coche que estaba aparcado en la calle y se apoyó sobre él. Y
entonces una voz, muy familiar por cierto, la despertó de su letargo:
-¡Vaya! ¿Qué ha pasado?
Y de repente, ahí estaba Mike, como el ave Fénix que resurge de sus
cenizas.
-¡Mike! Yo creía que estabas... ¿dónde estabas?
-Acabo de salir del cine. Edie ha tenido un incendio.
-Sí... sí, pero ya está bien. Todo está muy bien.
Y sin más, Susan era feliz y la vida estaba llena de posibilidades por no
hablar de algunas sorpresas inesperadas.
Mike entró en su casa y cogió el teléfono como si su vida dependiese de
ello. Marcó unos números y dijo:
-Soy yo.
-¿Tienes algo?
-No, todavía no, pero no te preocupes, me estoy acercando.
Mike sacó la pistola de su pantalón y la posó sobre la mesilla auxiliar. Sí,
todo estaba lleno de sorpresas.

Al día siguiente mis amigas vinieron a empaquetar mi ropa, mis cosas y


lo quedaba de mi vida.
-He traído champán -dijo Susan reuniéndolas a todas bajo mi entradita
del jardín-, he pensado que deberíamos brindar.
Le dio una copa a cada una y dijo:
-Bien chicas, un brindis por Mary Alice, buena amiga y vecina. Esperamos
que hayas encontrado la paz.

23
Todas hicieron lo propio y se quedaron calladas un segundo, pensando en
lo mucho que había significado yo para todas ellas y los recuerdos que aún
conservaban de nuestra amistad.
-Acabemos de una vez -dijo Lynette.
Gabrielle, como siempre muy perspicaz, sacó un pantalón de la única
caja que les quedaba por guardar:
-¿Os habéis fijado en la ropa de Mary Alice? Una treinta y seis, y me
decía que era una treinta y cuatro. Hemos encontrado su secreto en el
armario.
No del todo Gabrielle, no del todo.
Bree fue la primera en darse cuenta del sobre que se había desprendido
de la caja. Era un sobre simple, blanco, pero el secreto que contenía era peor
que una letra escarlata.
-¿Qué es eso?
-Una carta dirigida a Mary Alice -dijo Bree pasándoselo a su amiga.
¡Qué ironía! Intento mantener algo en secreto desesperadamente y lo
tratan como si nada.
Gabrielle empezó a abrir la carta y Lynette la reprendió.
-Está abierta, ¿qué más da? -se excusó ella.
Todas asintieron y leyeron el mensaje que ocultaba la carta.
"SÉ LO QUE HAS HECHO Y ME DA NAUSEAS, LO VOY A CONTAR"
-¿Qué significa esto? -preguntó Susan con la carta en la mano.
-No lo sé, pero fíjate en el matasellos -dijo Lynette.
-¡Dios mío, la recibió el día en que se suicidó! -exclamó Bree.
-¿Creéis que por esto...? -reflexionó Gabrielle.
Lo siento chicas, no quería cargaros con este muerto.
-Mary Alice, qué es lo que hiciste -preguntó Susan.
Y todas se quedaron en silencio.

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