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La peste negra dejó en Europa y hacia 1845 cerca de treinta millones de muertos en una
década. Desde entonces no cesa de repetirse el delirio de la muerte en masa
arreglándoselas para arracimar, amontonar. y pudrir el cuerpo a la intemperie: igual en
Auschwit o Vietnam que en Apartadó, en Armero que en la Florencia medieval. Igual en la
conquista del Nuevo Mundo que en las masacres de hoy y de mañana en nuestro país. La
barbarie humana y la naturaleza saben arreglárselas bien para procurarnos una visión
como en panorámica del martirio sobre los cuerpos, del sadismo sobre la carne.
Pero quizás la peste medieval ilustra mejor este retorno al cuerpo martirizado y a la vez
desenfrenado de nuestras ciudades al final de milenio. La marcha agitada en las ciclovías,
la aglomeración de hombres y mujeres en los ritos neocristianos, la exhibición colorida de
los cuerpos en el gym y los casi treinta mil cadáveres que engendra la violencia en
Colombia cada año nos recuerdan, a todo color, esa tanatografia básica de la peste
medieval: los cuerpos tendidos a la intemperie, las hordas de viandantes en harapos, el
rumor de los rezos apocalípticos y ese halo orgiástico que animaba la marcha errante de
los sobrevivientes.
En cambio el amor y la comida, el ejercicio físico o la marcha, los ritos religiosos, el baile o
la fiesta, las borracheras colectivas, nos recuerdan la otra condición del cuerpo: su
comunicabilidad, su disposición a ser experiencia compartida. El desenfreno dionisiaco
sólo se consuma cuando nos salimos del cuerpo para fundirnos en el de otros.
Empujados por la conciencia cotidiana de la vulnerabilidad del cuerpo que liga con la
posibilidad objetiva de la muerte violenta (por enfermedad o por guerra), algunos jóvenes
urbanos invaden los nichos que en la ciudad les permiten construir un repertorio amplio de
experiencias de comunicación corporal. Un poco a la manera de las hordas de viandantes
medievales que juntaban fiesta y oración para salvarse, van inventando orgias para
curarse de la muerte inminente. Igual en los intersticios y bordes marginales, oscuras
fronteras de la ciudad (bares, discotecas, esquinas, huecos), que en sus ventanas más
visibles y transparentes (las pantallas mediáticas, las ciclovías, los gimnasios, los centros
comerciales, la radio-música, el concierto).
In-corporar el espacio.
Pierre d'Ailly recorrió en el siglo XV entre ocho y diez mil kilómetros durante cincuenta
años de tareas diplomáticas, políticas y eclesiásticas. En La Medida del Mundo, P.
Zumthor señala con este ejemplo una condición fundamental del espacio medieval,
configurado mediante el esfuerzo y el lento movimiento del cuerpo físico. El diplomático
utilizó medio siglo para recorrer lo que hoy haríamos en siete o doce días de viaje en
autobús.
Sin embargo no hay que llamarse a engaños: no se trata del mismo espacio. El nuestro es
un espacio crispado y disuelto por la velocidad de los desplazamientos. En un espacio sin
cuerpo. Ha cesado el cuerpo de expresarse a través del esfuerzo físico sobre el espacio.
El esfuerzo corporal ya no es la manera en que nos hacemos a los lugares.
Ya el viaje veloz en auto o avión, que aquieta el cuerpo y anula el espacio, nos sitúa en
una paradoja triste y cómica: la del cuerpo sano y vigoroso que no trabaja el espacio sino
que lo elude apelando a la máquina.
Estos cuerpos que juegan luego de trabajar difieren de aquellos que se aguan en el gym:
trabajadores habituados al orden sedentario de las oficinas, asumen que el gimnasio es
un nicho adecuado donde reconciliarse con el cuerpo abandonado durante la jornada.
Pero esta reconciliación oculta mal lo que es un hecho: en el gimnasio no se trata «del
sentido de un espacio corporalmente vivido» (P. Zumthor). El dispositivo de generación
de espacios que es el cuerpo no puede ejercer en la red burocrática. Tampoco en la
ciudad reticulada. Incluso los espacios libres y públicos, precisos y delimitados, repiten
esta circunstancia. El cuerpo no tiene donde obrar la creación de espacios porque han
sido previstos por la maquina, la industria, y la planificación urbana.
Veo una pareja de adolescentes recorriendo la calle novena al sur, una noche de sábado.
Cogidos de la mano avanzan en sus tablas-de patinar. Parecen divertirse. También lo
hacen los chicos en la ciclovía. ¿No son jóvenes como estos los que inventarán formas
sociales novedosas de incorporación de espacios urbanos? Esta marcha grupal y nómade
que va de las discotecas al gimnasio, pasando por el trote nocturno en las calles, ¿no está
dispensándonos unas maneras particulares de articulación del cuerpo al espacio urbano?
Una ecología del cuerpo en la ciudad parece crucial para trazar una lectura no naturalista
del medio ambiente urbano. Algunos jóvenes nos están proporcionando con y en sus
cuerpos algunas pistas para pensar tal ecología.
El texto publicitario apela torpemente al cuerpo exhibiéndolo como gancho porque intuye
que es el destinatario real del anuncio. No la persona, no el ciudadano/consumidor, sino
su cuerpo. El cuerpo joven exhibido en el comercial debe enchufar con el cuerpo
televidente. Por ahora el spot procede operando un truco primitivo (aunque visualmente
sofisticado): estimula el cuerpo poniendo otro cuerpo en escena. Igual hace la pornografía
de peor calidad o el periodismo sensacionalista más elemental. Los procedimientos
miméticos y la imitación son un recurso comunicativo de emergencia cuando no
conocemos la lengua del otro. Y es obvio que sabemos poco acerca de la lengua que
habla el cuerpo joven en la ciudad.
A diferencia del texto publicitario que se esfuerza en proyectar los cuerpos felices de
jóvenes activos, el videoclip en el rock hispano (Aterciopelados, Calé Tacuba, Soda
Stereo...) parece resumir la metáfora exacta de la condición joven: un cuerpo
desencantado que se besa, se ama, se revuelca, duerme, baila y camina mientras al
fondo se repite incesante la ciudad en ruinas. Es la imagen del vagabundeo joven que
recorriendo la ciudad asfaltada y refractaría, atisba e inventa lugares que configurar desde
el cuerpo.
La publicidad para jóvenes aprenderá pronto la lección y recurrirá a ese realismo del lugar
y de los cuerpos que ya saben interpretar los videoclips rockeros. Un comercial de Sprite
y otro de Pepsi inauguran esta saga documental-clip que pasa del cuerpo feliz al cuerpo
errante, el cuerpo que busca un lugar propio en la ciudad.
Debajo de las camas, en los cuartos de los chicos Oidor González, en Puerto Tejada,
yace un cementerio de tenis de marcas irrepetibles para quien no sabe de estas cosas.
Hace diez años empezó aquí una pasión de coleccionistas que no termina de devorar
ropa, accesorios e iconos deportivos. Primero fueron los tenis, luego las marcas, después
los afiches y ahora las gorras emblemáticas de las ligas norteamericanas de béisbol. En
las barriadas pobres de Cali muchos han muerto disputándose un par de zapatillas Nike.
Por ellas también se mueren a su manera los jóvenes de capas medias y altas de la
ciudad.
Ante la desaparición del cuerpo esforzado que hollaba el mundo con su trabajo físico —
cuerpo poderoso porque sabía procurarse estimulación y placer al desplegarse en y
recrear el espacio— no queda otra alternativa que simular la experiencia de incorporarse
a un lugar. La caricia, el tacto, el roce, sobre la piel se transforman en técnicas de
estimulación corporal por excelencia. La ropa, las telas, los tenis, el viento que rodea el
cuerpo mientras avanza la moto, el sudor en el gym, el sol del bronceado, el rito del
tatuaje permiten vivir la ilusión del cuerpo integrando espacio. «El sentido de un espacio
corporalmente vivido» puede reemplazarse por el habito de estimular la piel.
Sino hay cuerpo que allane el espacio con su esfuerzo, que implica estimular el cuerpo al
forcejear pacientemente con el espacio, entonces estimular la piel parece un sucedáneo
adecuado. Basta recordar que la gimnasia pasiva (estímulos eléctricos a la piel y
músculos) imita bien los efectos del esfuerzo físico corporal. Basta recordar también que
ciertos juegos electrónicos y de realidad virtual integran accesorios táctiles (guantes,
trajes, segundas píeles) para mejorar la sensación espacial.
La velocidad que contrae el espacio, la piel que suplanta al cuerpo y las técnicas de
estimulación que se ocupan de la piel como enchufe señalan el curso posible del futuro: la
disolución del cuerpo y del espacio. El tacto y la epidermis recrean la ilusión de espacio
corporalmente vivido, en un mundo que ha olvidado el cuerpo-espacio de la lentitud y el
esfuerzo. Las zapatillas Nike reproducen la sensación de la conquista del espacio a través
de los pies. Los patines en línea son la victoria de la piel que se fusiona con la velocidad
del viento. Igual la motocicleta in-corpora el espacio a través de la agitación de los
cabellos, autenticas terminales táctiles.
Vivir la ciudad desde este cuerpo joven es —como el surfing— experiencia de vértigo,
riesgo de muerte, exhibición personal y juego en que se resiste, se aprovecha y se vence
a las olas del fluir urbano. Como los remeros y los surfistas, muchos jóvenes urbanos
apropian espacios vitales usando principalmente el cuerpo.
¿Qué es lo que se juegan en el cuerpo y qué es lo que juegan los jóvenes urbanos hoy
con el cuerpo? Desencanto y pérdida de horizontes existenciales, final de las utopías
sociales, levedad y liviandad, cinismo, conformismo, aburrimiento y soledad juvenil, ¿son
categorías suficientes para entender lo que con el cuerpo se juegan? Invirtamos la
manera de preguntar.
Una observación en la ciclovía de Cali permitió constatar que el de los jóvenes negros era
quizás el cuerpo mas sobrediseñado y expresivo (ropa, movimientos gimnásticos, cortes
de pelos, prótesis tecnológicas y accesorios varios). En su orden, el cuerpo de los
jóvenes negros, el de las mujeres jóvenes y el de los patinadores parecía ofrecer un
repertorio más amplio de posibilidades expresivas. Tres niñas-adolescentes negras y en
patines tenían los mayores registros de diseño corporal (prótesis tecnológicas para la
emoción y estimulación - gafas, walkman, patines; ropa expresiva - holgada y ajustada;
cortes de pelo y trenzado; baile continuado y movimientos gimnásticos). La visibilización
social trazada con el cuerpo tiene tanto de expresión ciudadana como los rituales
ilustrados de protesta social: voto, marcha, asamblea, foro. El cuerpo puede ser tratado
como un dispositivo expresivo-gestual dotado de posibilidades plásticas muy ricas
orientadas a elevar la expresividad y visibilidad social. Hay allí una política ejercida desde
el cuerpo.
Creo que lo que se juegan muchos jóvenes aturdidos de la velocidad y habituados al vigor
del movimiento, resignados a la peste finisecular que disuelve los lugares, desencantados
del desencanto y vueltos a desencantar, son unas ciudadanías del cuerpo.
Bien. Habrá que aprender a leer estos cuerpos jóvenes que a su manera, están
haciéndose lugar entre las ruinas de la ciudad.