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SOBRE LA EMPATÍA CON LOS PROCESOS FRÁGILES:

Hacen falta dos para bailar el tango.


GREET VANAERSCHOT.
Erps-Kwerps, Bélgica.

“It Takes Two to Tango: On empathy with fragile processes” en Psychotherapy:


Theory, Research, Practice, Training, Vol. 41, No. 2, 112–124, 2004.

http://www.er.uqam.ca/nobel/d222307/PSY5860_H07

Traducción: Luis Robles Campos (*).

Resumen: Este artículo trata sobre la manera problemática de experienciar y


relacionarse llamada proceso frágil. Este proceso frágil, que es central en clientes con
trastorno de personalidad limítrofe y narcisista, se describe desde un punto de vista
teórico centrado-en-el-cliente/experiencial. Desde esta línea de aproximación, se
examinan las posturas psicoanalíticas que hacen entendible cómo los clientes
desarrollan tal estilo frágil de proceso. Se hace referencia al punto de vista de D.N.
Stern (1985) sobre el desarrollo del sentido de sí mismo y del mundo interpersonal del
infante para diferenciar detalladamente el proceso frágil y para ofrecer especulaciones
acerca de las raíces de su desarrollo. Finalmente, se discuten las maneras empáticas
de intervenir que probablemente sean útiles con diferentes tipos de procesos frágiles.

Este artículo se enfoca en el proceso de interacción empática que puede tener


lugar con clientes que tienen trastorno de personalidad limítrofe y narcisista. Estos
clientes son conocidos por usar las llamadas defensas arcaicas, tales como la escisión y
la identificación proyectiva (Derksen & Groen, 1998; Kernberg, 1975). Los terapeutas a
menudo encuentran difícil entender los sentimientos de estos clientes, terminan en
forcejeos, y se sienten frustrados y derrotados en sus esfuerzos terapéuticos. Desde un
punto de vista teórico centrado-en-el-cliente/experiencial, la manera de ser
problemática que es central con estos clientes se entiende como la incapacidad de
permanecer en contacto con la propia experiencia. Esta manera deficiente de
experienciar es llamada proceso frágil (Warner, 1991, 1997, 1998).

En este artículo intento describir este proceso frágil. Me refiero al punto de vista
de Stern (1985) sobre el desarrollo del sentido de sí mismo y el mundo interpersonal
del infante con el fin de diferenciar en profundidad el proceso frágil y para ofrecer
especulaciones sobre las raíces de desarrollo de este proceso. Más aún, esta visión
proporciona un marco en que la utilidad de diversas maneras empática de intervenir
que son normalmente usadas por los terapeutas centrados-en-el-cliente
/experienciales puede clarificarse. Basándome en mi comprensión de la manera de
experienciar de estos clientes, también considero maneras empáticas de intervenir y
responder que probablemente sean útiles.
Las características y el desarrollo del proceso frágil y las intervenciones
empáticas dinamizadoras de proceso.

Proceso frágil.

Aunque los modos de experienciar limítrofe y narcisista son una ligadura


estructural, prefiero no hablar de una estructura limítrofe o narcisista. En cambio, elijo
hablar de maneras de experienciar limítrofe o narcisista, porque una persona puede
padecer de estas maneras deficientes de experienciar en ciertos dominios de su vida,
sin tener el diagnóstico según el Manual de Diagnóstico de Desórdenes Mentales (DSM-
IV-TR; Asociación Americana de Psiquiátrica, 2000). Es más, esta aproximación está
más en línea con la visión de proceso centrada-en-el-cliente/experiencial sobre la
personalidad y el cambio de personalidad. La terapia centrada-en-el-
cliente/experiencial considera que el proceso de cambio en psicoterapia involucra un
proceso de ligadura estructural y experienciar rígido que cambian a un experienciar
fluido e interaccional. El experienciar es visto como un proceso de dar significado
afectivo a las interacciones de uno con el ambiente (Gendlin, 1970, 1996; Greenberg &
Van Balen, 1998; Watson, Greenberg, & Lietaer, 1998), y los terapeutas centrados-en-
el-cliente/experienciales apuntan a diagnosticar maneras deficientes de experienciar en
el aquí-y-el-ahora de la interacción e intentan intervenir de una manera que potencie el
experienciar (Greenberg, Rice, & Elliott, 1993). Por lo tanto, la psicoterapia facilita el
crecimiento personal al ofrecer una relación que tiene impacto experiencialmente
dinamizador sobre las maneras de experienciar deficientes, ligadas estructuralmente, y
rígidas. Entonces la pregunta es la siguiente: ¿Qué maneras de experienciar
caracterizan a estos clientes cuándo los clínicos abordan sus síntomas desde una
perspectiva centrada-en-el-cliente /experiencial? En el trabajo de Warner (1991, 1997,
1998) y Swildens (1988), encontré una respuesta a esta pregunta. Como dije antes,
una manera problemática de experienciar que frecuentemente se encuentra con estos
clientes es el proceso frágil. Tiene las siguientes características: Estos clientes a
menudo tienen dificultades para focalizarse en su propio experienciar y para sostenerlo
en su atención y por lo tanto tienen dificultades en permanecer en contacto con él.

La manera de experienciar de estos clientes se caracteriza por dificultades en la


regulación de la intensidad del experienciar. Por consiguiente, problemas esenciales
son experimentados a niveles muy altos o muy bajos de intensidad. La inhabilidad de
enfocar el propio experienciar o experienciar a un nivel bajo de intensidad es percibido
por la persona como sentimientos de vacío, vaguedad, depresión, desvitalización, o
como un sentimiento "gris". Reacciones personales privadas internas son percibidas
como “tenues sombras emocionales, como hilos de experiencia que apenas pueden
cogerse y sostenerse" (Warner, 1991, pág. 2). Sentimientos de un alto nivel de
intensidad son experimentados como abrumadores e incontrolables y por lo tanto, a
menudo, atemorizantes. A menudo, los clientes desean fuertemente ser confirmados
acerca de la validez de sus sentimientos.

Clientes con un proceso frágil encuentran difícil tomar el punto de vista de otra
persona mientras permanecen en contacto con su propia experiencia. Entender el
punto de vista de otra persona parece implicar la destrucción de su propia experiencia.
Consecuentemente, estos clientes tienen severas dificultades para convivir con el
reconocimiento de diferencias psicológicas. Es casi imposible para ellos permitir y
aceptar diferencias en las experiencias entre ellos y los otros, y son incapaces de vivir
“sin entender a los otros". Obviamente, estas dificultades se traducen en una seria
amenaza para la estabilidad de las relaciones de estos clientes. Las relaciones a
menudo son experimentadas como un esfuerzo por conservar la propia vida interna.
Estos clientes parecen dudar si sus experiencias tienen el derecho a existir. Es probable
que ellos perciban cada reflejo inexacto de sus sentimientos o cualquier sugerencia
para ver las cosas un poco diferentes como una negación de su derecho para existir
como una persona con su propia vida interna privada significativa. Comentarios del
terapeuta a modo de consejo útil o que se usan para generar insight generalmente son
una razón para que el cliente interrumpa el contacto con su experienciar interno.
Clientes en un proceso frágil de alta intensidad son proclives a interpretar esto como
un esfuerzo del terapeuta para destruir su experiencia, lo que los puede llevar a
arranques de rabia. Para el terapeuta, parece como si la rabia del cliente fuera
irracional e incomprensible y ciertamente no en proporción a las perturbaciones
triviales del proceso de terapia.

Estos clientes son sumamente dependientes de otros para que les regulen y les
afirmen su experiencia para la adquisición o mantenimiento de un sentimiento más
estable de identidad. Por lo tanto, aquéllos otros son idealizados. Al mismo tiempo, hay
un miedo intenso de volverse dependiente del otro debido al abandono, la
manipulación y el control; y la negación y la destrucción de la propia experiencia por
parte del otro está siempre entre las posibilidades; por consiguiente, el otro es
devaluado.

Estos clientes tienen un frágil concepto de sí mismos: incoherente, con


contradicciones o aparentemente coherente pero con partes escindidas y por lo tanto
inestable (Swildens, 1988). Esto es el resultado entendible de lo anterior, ya que la
capacidad de sostener la experiencia de modo que pueda ser explicada es un
importante precursor de la capacidad de desarrollar una imagen compleja e integrada
de uno mismo y de los otros.

Finalmente, los clientes pueden estar involucrados en un proceso frágil con


respecto a ciertos aspectos o dominios de su mundo experiencial, mientras que
respecto a otras áreas u otros problemas, su experienciar puede ser mucho más sólido
e interaccional. Más aún, las personas pueden experienciar un proceso frágil a niveles
variados.

La empatía como una oferta relacional dinamizadora del experienciar.

Un entendimiento empático del mundo fenomenológico interno del cliente es


importante tanto para implementar las actitudes terapéuticas esenciales como para
poder intervenir de una manera que potencie el experienciar. Esto es cierto para todos
los clientes pero sobre todo para esos clientes que, debido a su inestabilidad
emocional, cognoscitiva, relacional y conductual, continuamente ponen la relación
terapéutica a prueba. Eckert y Biermann-Ratjen (1998) formulan la regla siguiente:
"aférrate a tu consideración incondicional con toda tu fuerza" (pág. 357). Esto hace
claro que entender la dinámica interna y el significado de los síntomas no es un lujo
sino una parte necesaria de la terapia para que el terapeuta sea capaz de reforzar el
experienciar del cliente. En publicaciones anteriores, di énfasis a las capacidades
dinamizadoras del experienciar que la interacción empática ofrece (Vanaerschot, 1993,
1997; Watson, Goldman, & Vanaerschot, 1998). Describí la empatía como una manera
de interactuar, originada en el propio proceso de resonancia empática del terapeuta, y
que tiene un proceso con efecto dinamizador en el proceso de experienciar del cliente
en aquellas áreas donde el proceso del cliente se ha estancado o no se ha producido
adecuadamente. En mi opinión, las intervenciones empáticas dinamizadoras del
experienciar combinan varios focos de atención que ofrecen diversas posibilidades para
el tratamiento terapéutico de clientes con procesos frágiles. Estos focos de atención
son (a) el contenido de la experiencia, (b) la manera en que ocurre la experiencia, y
(c) la "manera-de-estar-con" el terapeuta. Estos tres focos de atención están
interrelacionados. Ellos caracterizan la actitud de escucha del psicoterapeuta centrado-
en-el-cliente/experiencial y son implementados en diversas intervenciones empáticas.
Además, los clínicos necesitan modelos de abordaje que hagan entendible cómo los
clientes desarrollaron tal mundo experiencial y que puedan ofrecer indicadores de guía
para implementar las actitudes centrales en intervenciones facilitadoras de proceso.

Modelos de abordaje psicoanalíticos.

Al buscar modelos de abordaje apropiados, los clínicos necesitan prestarles


atención a varios autores psicoanalíticos que han desarrollado visiones teóricas sobre
la naturaleza y la historia de desarrollo de los trastornos de personalidad limítrofe y
narcisista (Van Gael, 1996). Los describo aquí resumidamente.

Kernberg (1975) vio la patología limítrofe, en esencia, como un problema de


separación e individuación. Él situó el desarrollo del desorden en la sub-fase de
reaproximación de la fase de la separación-individuación según lo descrito por Mahler
(1972). Un predominio de introyecciones negativas impide la integración de las
representaciones negativas y positivas del sí mismo y del objeto y de los afectos
positivos y negativos. La escisión previene la destrucción de los afectos positivos y las
representaciones positivas del sí mismo por parte del objeto negativo. La visión de
Kernberg da poco espacio a la influencia de las interacciones entre el niño y sus
cuidadores pero considera la agresión que se moviliza en el niño como el primer factor
patógeno, aun cuando esta agresión surja como una reacción a frustraciones
tempranas severas, traumas, o perturbaciones del ambiente (Kernberg, 1994).

Otros autores psicoanalíticos, como Masterson y Rinsley (1975), Adler y Buie


(1979), y Kohut (1971) consideraron que las interacciones con los cuidadores
primarios son lo más importante en el desarrollo del desorden. Masterson y Rinsley
también situaron el desarrollo del desorden limítrofe en la sub-fase de reaproximación
Ellos dieron énfasis al conflicto entre dependencia y autonomía que se desarrolla en
reacción a la actitud del cuidador primario que premia la dependencia y castiga la
autonomía y la separación. Este conflicto lleva a las correspondientes representaciones
del sí mismo y del objeto. Adler y Buie consideraron el desorden limítrofe como
resultado de un fracaso empático más global del ambiente paternal. La ausencia de un
"ambiente maternal lo suficientemente bueno" evita (perturba) el desarrollo de la
memoria evocativa. Por consiguiente, en situaciones estresantes, el niño no es capaz
de mantener una memoria internalizada sólida del objeto de la buena-madre y regresa
a la memoria de reconocimiento. Esto explicaría la necesidad excesiva de ser
contenidos (y la dependencia resultante) así como los furiosos esfuerzos manipulativos
para asegurarse la atención y el compromiso de los otros. Los frenéticos esfuerzos del
cliente por prevenir el abandono y el sentimiento de vacío insufrible que aparece
cuando está solo son considerados como el rasgo más central de la patología limítrofe.
Adler (1997) sostuvo que, cuando los clientes limítrofes mejoran, ellos evolucionan
hacia un desorden de personalidad narcisista; ambos desórdenes parecen estar
caracterizados por una estructura “limítrofe” de personalidad similar.

Kohut (1971) finalmente atribuyó el desorden de personalidad narcisista a fallas


en el proceso de individuación, a saber, en el desarrollo de un sí mismo cohesivo. Para
recobrar el equilibrio narcisista de la fase del narcisismo primario - un balance que es
perturbado por la frustración inevitable de la satisfacción de necesidades - el niño crea
dos imágenes que juntas forman el sí mismo nuclear: la imagen del sí mismo
grandioso y la imagen del padre idealizado. Los objetos del sí mismo son necesarios
para el sí mismo nuclear para desarrollarse en un sí mismo adulto con ideales y
ambiciones realistas. Los objetos del si mismo son, en esencia, funciones de regulación
emocional que son puestas a disposición del niño por el cuidador primario y que son
experimentados por el niño como una parte de su propia persona, sobre la cual el niño
tiene tanto control como sobre su propio cuerpo. Como resultado de pequeñas e
inevitables desilusiones en el objeto del sí mismo -tales como, por ejemplo, el cuidador
primario como un otro regulador de la emoción -el objeto del sí mismo y sus funciones
serán internalizas. La incapacidad parental para crear un ambiente sostenedor
empático que esté sintonizado con las necesidades del niño, para que las desilusiones
masivas en el objeto del sí mismo no ocurran, lleva a un pobre y deficiente
internalización de las funciones del objeto del sí mismo. En el tratamiento
psicoterapéutico, el terapeuta se pone a si mismo a disposición del cliente como un
objeto del sí mismo. Al nombrar e interpretar las inevitables pero bien-equilibradas, y
por lo tanto, soportables desilusiones en el objeto del sí mismo, se promueve una
transformación de las funciones del objeto del sí mismo en una estructura psicológica.

Estas teorías vertieron alguna luz en una serie de importantes contenidos y


características del mundo fenomenológico interno de clientes con un proceso frágil, así
como también sobre sus maneras de experienciar y relacionarse: la escisión dentro de
los afectos positivos y negativos y las representaciones del sí mismo y del objeto;
preocupándose por la dependencia, la autonomía, y el abandono; cayendo en la
dependencia como un esfuerzo frenético para prevenir abandono; sintiendo vacío como
resultado del abandono; y poseyendo una memoria evocadora deficiente para explicar
esto. Entonces, la idea de que el pobre desarrollo del sí mismo nuclear vulnerable en
un sí mismo adulto es causado por la falta de cuidadores empáticos que permiten ser
usados como una clase de "ego-auxiliar"; da como resultado, que el cliente sigue
necesitando al otro como un objeto del sí mismo a un grado excesivo.

En el párrafo siguiente, apunto a integrar las características descritas arriba


dentro de un marco teórico centrado-en-el-cliente/experiencial.

Modelos de abordaje psicoanalíticos vistos desde una postura centrada-en-el-cliente


/Experiencial.

Los psicoterapeutas centrados-en-el-cliente/experienciales consideran estos


contenidos y características de experiencia - descritas por autores psicoanalíticos
-como descripciones valiosas y exactas de los contenidos relevantes y de las maneras
problemáticas de experienciar y relacionarse de estos clientes. Sin embargo, los
psicoterapeutas centrados-en-el-cliente/experienciales difieren de los terapeutas
psicoanalíticos en su interpretación del significado de estos fenómenos dentro de la
dinámica del desorden y el proceso terapéutico. Por lo tanto, desde un marco de
referencia centrado-en-el-cliente/experiencial, la escisión o la incapacidad para
manejar la ambivalencia se entiende como una característica del proceso frágil y no
como una forma de defensa, como Masterson & Rinsley (1975) y Kernberg (1975) lo
entendieron. El problema principal de los clientes con un proceso frágil no tiene tanto
que ver con una incapacidad para integrar buenos y malos afectos e imágenes en una
gestalt, sino con la incapacidad de sostener y permanecer en contacto con su
experiencia. Esta capacidad de sostener la experienciar es, como previamente se
mencionó, una condición importante para y precursor de la habilidad de desarrollar una
imagen integrada de uno mismo y de los otros. Por lo tanto, es importante dar soporte
al cliente en su manera frágil de experienciar, ayudando a que el cliente sostenga su
experiencia sin caer en intensidades extremas, es decir, ayudando al cliente a
continuar la experiencia lo suficiente para sentir el significado de ésta y ser capaz de
explicarla en palabras. Los clientes en un proceso frágil son proclives a idealizar a sus
terapeutas y otras personas en general cuando ellas están exitosamente conectadas
con su proceso frágil. Por otro lado, cuando su terapeuta u otras personas los
malentienden o cuando ellas se desconectan del experienciar frágil del cliente, es
probable que los clientes se pongan sumamente rabiosos con ellas porque se sienten
maltratados y traicionados. La alternante idealización y devaluación del terapeuta, que
es entendible debido a la desconexión del terapeuta, es probable que sea
experienciada como un esfuerzo por destruir o negar su derecho de existencia, un
fenómeno que comprensivamente lleva a un arranque de rabia o una defraudante
interrupción del cliente de su propia experiencia, y también a una interrupción del
contacto con el terapeuta. Reacciones extremadamente positivas o negativas son por
lo tanto características de un cliente que está en medio de un proceso frágil.

El desarrollo del proceso frágil.

Desde un punto de vista centrado-en-el-cliente/experiencial, la habilidad de


conectarse a la experienciar y explicarla en palabras u otros símbolos se desarrolla a
través de la interacción con cuidadores cuidadosos, empáticamente sintonizados, y
aceptantes. Rogers (1959) consideraba que el infante nacía con un sistema
motivacional inherente, al cual llamó tendencia actualizante. Esto significa que toda la
conducta es un esfuerzo determinado por actualizarse a sí misma. El infante también
es capaz de evaluar sus interacciones con el ambiente, usando la tendencia
actualizante como criterio. Este proceso de valoración organísmica forma la base para
tomar decisiones. En la visión de Gendlin (Depestele, 1995; Gendlin, 1970, 1996), es
un substrato corporal organizado, pre-perceptual y pre-verbal donde se forman
significados sentidos y desde donde los significados explícitos surgen. Él consideró la
tendencia actualizante como una capacidad innata para la interacción, e implicaría que
una persona tiene dispuesta la capacidad de sentir implícitamente su interacción con el
mundo y los otros, para sentir su significado implícito, atenderlo, para sostenerlo en su
atención, explicarlo, y permitir que su conducta sea dirigida por él. Este proceso es
llamado experienciar (experiencing). Cuidadores aceptantes, cuidadosos, y
empáticamente sintonizados son necesarios para conservar y desarrollar este
experienciar organísmico. En un desarrollo saludable, el niño internaliza la capacidad
de sostener el sentido corporal implícito en su atención en niveles moderados de
intensidad. A fin de hacer esto, el niño desarrolla la capacidad de modular la intensidad
de su experienciar a través de las interacciones con los cuidadores primarios. Sin
embargo, el infante también necesita confirmación, validación, y apreciación; esta
necesidad puede entrar en conflicto con, e incluso desplazar, la tendencia actualizante
y el proceso de valoración organísmica. Una actitud altamente condicional de los
cuidadores implica el riesgo de que el niño se desconecte de su experiencia
organísmica y la reemplace con condiciones de valor internalizadas desde otros.
Cuando este es fuertemente el caso, el niño no mantiene, ni desarrolla externamente,
la competencia para sostener su experiencia con atención reflexiva para que pueda
llevarse más allá en significados explícitos.

Para los adultos con un estilo frágil de experienciar, este desarrollo saludable se
ha perturbado o no ha tenido suficientemente lugar. Esto se traduce en una fuerte
necesidad de contar con otros seguros, confiables, y empáticamente sintonizados que
puedan sostener la fragilidad de su experienciar. Sin embargo, esta dependencia es
muy riesgosa debido a que las experiencias tempranas de estos individuos con sus
cuidadores primarios les han llevado a menudo al rechazo y a la destrucción de su
experienciar y a más desregulación afectiva. La hipótesis centrada-en-el-
cliente/experiencial sobre el desarrollo de maneras saludables y deficientes de
experienciar puede diferenciarse detalladamente con las ideas de Stern (1985) acerca
del desarrollo del sí mismo.

La visión de Stern sobre el desarrollo del mundo interpersonal del infante.

Stern (1985) desarrolló una teoría sobre la experiencia subjetiva de los infantes
y los niños pequeños, basada en hallazgos observacionales y de investigación
experimental de la psicología del desarrollo. Él describió el progreso de la experiencia
en términos del desarrollo sucesivo de cuatro diferentes formas de experiencia del sí
mismo o sentimiento de uno mismo, a los que llamó sentidos de sí mismo. Cada
sentido de sí mismo está ligado a una forma específica de experiencia interpersonal o
"manera-de-ser-con", qué Stern llamó dominios de relacionabilidad. A continuación,
describo la postura de Stern brevemente.

Un primer sentido de sí mismo, el sí mismo emergente, que se desarrolla entre


el nacimiento y aproximadamente los 2 meses de edad. En esta fase, el infante
experimenta el proceso de formar relaciones entre experiencias sensoriales aisladas y
eventos previamente no relacionados, como la formación de esquemas
sensoriomotores tales como dedo-pulgar-a-la-boca. El infante experimenta el empezar
a ser una organización, así como el resultado de ello. El sentido de un sí mismo
emergente es la experiencia del proceso y el producto de emerger o formar
organización. Los infantes parecen experienciar un mundo de unidad perceptual; su
experiencia es unificada y global, y su percepción es amodal. La percepción amodal se
refiere a una capacidad innata de tomar información recibida en una modalidad
sensorial y trasladarla a otra modalidad sensorial. Como tal, la información es
experimentada de una manera que transciende distintas modalidades sensoriales en
una clase de experiencia unificada, global, y supramodal. El infante experimenta
sensaciones, percepciones, estados internos, y acciones de una manera directa e
inmediata en términos de intensidades, formas, patrones temporales, vitalidad y
afectos categoriales y, finalmente, la experiencia subjetiva del placer y displacer. Los
afectos de la vitalidad se refieren al surgimiento o disminución de intensidades; los
afectos categoriales son afectos de una cualidad distinta, tales como enojo, pesar,
ansiedad, y excitación. El mundo experiencial del infante por lo tanto se vuelve
organizado. El parecido entre el concepto del experienciar organísmico de Rogers
(1959) y el punto de vista de Gendlin (1970) sobre el sustrato corporal del
experienciar es notable. Para Gendlin, el cuerpo es visto como creando significados
sentidos. Como Depestele (1995) lo describe: "la formación (de significado sentido) es
la actividad del cuerpo mismo" (pág. 364).

Entre aproximadamente el segundo y sexto mes de edad, un sentido de un sí


mismo nuclear se está desarrollando para el infante. Esto se refiere a: (a) un
experienciar corporal del sentido de autoridad sobre las propias acciones y de la no
autoridad sobre las acciones de los otros: auto-agencia; (b) una experiencia corporal
de un sentido de ser un todo físico no-fragmentado, que es el sitio de la acción
integrada: auto-coherencia; (c) patrones experienciales de cualidades internas de
afectos, junto con otras experiencias del sí mismo: auto-afectividad; y, finalmente, (d)
experienciar un sentido de continuidad con el propio pasado que involucra un sentido
de "estar siendo" y eso permite cambiar mientras todavía se siente que uno sigue
siendo el mismo: la historia de uno mismo.

El periodo entre los 2 y los 6 meses es, según Stern (1985), el período de vida
más exclusivamente social. El cuidador primario reacciona hacia el infante de un modo
que es generalmente hablando de una manera exagerada y preferente estereotipada.
"Hablar como bebé" es un bueno ejemplo de este tipo de conducta social por parte del
cuidador: Cada palabra se reitera muchas veces con mínimas variaciones en las
características paralingüísticas. Los mismos característicos "temas con mínimas
variaciones" también aplican a expresiones faciales repetitivas o juegos de contacto
corporal. Esta repetición con mínimas variaciones en varios canales sensoriales hace
posible para el infante identificar qué es invariante y qué es específico en sí mismo y
los otros. Al mismo tiempo, estas conductas exageradas que llaman la atención son
útiles regulando el nivel de excitación del infante a fin de mantenerlo en un nivel
soportable: ni demasiado alto ni demasiado bajo. El propio infante también regula su
nivel de excitación, por ejemplo, mirando al cuidador o, por el contrario, apartando su
mirada. Esto se traduce en que el infante gana experiencia regulando su propio nivel
de excitación y en regular, a través de señales, el nivel de estimulación de su cuidador
respondiente. Al mismo tiempo, el infante gana la experiencia de estar con otro que le
ayuda a regular su nivel de excitación. El otro es experimentado como un otro que le
regula.

Diversas experiencias del sí mismo como actuar, el experienciar afectivo interno,


y la coherencia física, cuando aparecen en episodios de varias interacciones
interpersonales de diferentes tipos, se integran y se representan en una forma
generalizada en la memoria episódica, como representaciones de interacciones que
están generalizadas (RIGs). Estas RIGs son al mismo tiempo representaciones de
experiencias de estar con un otro regulador (o desregulador). Estos recuerdos
episódicos son recobrables siempre que uno de los atributos de las RIGs esté presente,
por ejemplo, el sentimiento de hambre, que trae a la mente la interacción que empieza
con sentirse hambriento y termina con el sentimiento de satisfacción después de haber
sido amamantado. Los recuerdos reactivan la experiencia vivida. Siempre que una
RIGs de estar con alguien se activa, el infante encuentra una compañía evocada: la
experiencia de estar con un otro regulador. Esto significa que, incluso en este nivel de
experiencia corporal del sí mismo, cada experiencia del sí mismo está refiriéndose al
mismo tiempo a un manera-de-estar-con otro.
En el periodo aproximado entre los 7 y 15 meses, un sentido subjetivo de sí
mismo empieza a surgir. En este periodo, el infante encuentra que las experiencias
subjetivas internas, como prestar atención a algo y experienciar intenciones y estados
afectivos, pueden ser compartidas con otra persona. Es la sintonía afectiva del
cuidador lo que da lugar a este darse cuenta. La sintonía afectiva se refiere a la
conducta verbal y no verbal del cuidador en línea con esos aspectos de la conducta del
niño pequeño que refleja su estado afectivo interno. En particular, se reflejan los
cambios en las intensidades del afecto, por ejemplo, mientras juega el niño pequeño le
pega la mesa con un objeto mientras la madre acompaña esto verbalmente, diciendo
"!bum... bum!" Sus palabras reflejan la cadencia del golpeteo así como el placer y la
excitación del niño pequeño. La sintonía afectiva da sentimientos principalmente a
través de una modalidad sensorial que es diferente de la conducta a la que se
sintoniza. En este periodo, el niño pequeño aprende qué parte de su mundo
experiencial interno privado se puede compartir y cual no. Los estados afectivos que
nunca fueron sintonizados se experimentarán a solas, aislados del contexto
interpersonal de experiencias compartibles.

Entre aproximadamente los 15 y 24 meses, el sentido verbal de sí mismo


empieza a surgir. Adquirir el lenguaje hace posible compartir partes conocidas del
experienciar sentido con algún otro. Por consiguiente, se produce un sentimiento de
conectividad y cercanía emocional con ese otro. Sin embargo, las palabras también
pueden producir una diferencia entre como la experiencia se vive y se siente en
contraste con cómo se representa verbalmente. El significado, entendido como la
conexión entre el conocimiento sentido del mundo y las palabras que lo representan,
es desde el punto de vista de Stern (1985) el resultado de una negociación entre el
padre y el niño. Los significados son, en esencia, significados compartidos; ellos son
únicos para cada par niño-padre. La relación entre el experienciar y la palabra es un
proceso, un ir e venir continuamente entre la experiencia y la palabra. Esta declaración
concuerda bien con el punto de vista de Gendlin (1970; 1996). El lenguaje puede
representar la esencia de la experiencia y puede capturar la belleza global de la
experiencia. Sin embargo, las palabras también pueden representar la experiencia
global pobremente, sólo parcialmente, o de una manera disgregada, y por lo tanto,
fraccionando la experiencia global amodal. Los terapeutas centrados-en-el-
cliente/experienciales llamarían a esto, usando la perspectiva de Gendlin, una manera
reducida de experienciar. Finalmente, algunas experiencias no pueden retratarse en
palabras.

Estos cuatro sentidos de sí mismo y los correspondientes dominios de


relacionabilidad permanecen intactos a lo largo de la vida y siguen activos como
distintas formas de experienciar la vida social y el sí mismo. Asuntos como la
autonomía, el apego, y asuntos de confianza que tradicionalmente se conectan con una
fase distinta del desarrollo, tienen la oportunidad de ser un asunto relevante, y ellos
toman forma en cada uno de los dominios del sí mismo. Hay períodos sensibles para la
formación de cada uno de los dominios del sí mismo, pero una vez que todos los
dominios están disponibles, no hay ninguna certeza que cualquiera de los dominios
tomará preponderancia durante cualquier periodo de edad particular. Los dominios se
hacen más elaborados durante el desarrollo. Ellos permanecen abiertos, y los eventos
de vida son simultáneamente experimentados en cada uno de los dominios; aún más,
hay un movimiento interrelacionado entre experiencias en dominios diferentes.
Mientras que todos los dominios del sí mismo y de relacionabilidad serán afectados por
cualquier evento, es probable que uno esté más severamente comprometido y no sólo
requerirá más atención durante la psicoterapia sino que además probablemente
necesitará la atención inicial para que el cambio psicoterapéutico pueda ocurrir. Por lo
tanto, se espera que una violación o el maltrato físico severo a un joven o en la edad
adulta tendrá un fuerte impacto en el sentido del sí mismo nuclear y esa atención
inicial tiene que ser dada al dominio del sí mismo nuclear y a la relacionabilidad
nuclear.

Esta teoría encaja con el punto de vista centrado-en-el-cliente/experiencial


acerca del ser humano como un ser viviente social y orientado a la realidad que
organiza y forma experiencias basado en una interacción sentida con el ambiente. La
descripciones de Stern (1985) sobre los sentidos de sí mismos pre-verbales y los
dominios de relacionabilidad soportan y diferencian en profundidad la hipótesis
centrada-en-el-cliente/experiencial de un proceso experiencial-interaccional,
organísmico, implícitamente funcionante y auto-dirigido. Además, ofrece un punto de
vista basado en el desarrollo sobre cómo el infante diferencia sus capacidades
interaccionales innatas y organísmica, dentro de una manera saludable de experienciar,
lo que implica una interacción flexible entre los diferentes sentidos de sí mismo: una
interacción organizada y corporalmente sentida con el mundo, que produce significados
implícitamente sentidos que son, en una interacción subsiguiente, llevados más allá
dentro de significados explícitos como palabras y conducta.

El proceso frágil y los dominios de sentido de sí mismo y de relacionabilidad.

La teoría de Stern (1985) ofrece un marco para diferenciar con más precisión el
proceso frágil y para la tarea de diagnosticar diferentes clases de maneras frágiles de
experienciar. El proceso de diagnóstico en que el terapeuta centrado-en-
cliente/experiencial está comprometiendo no se refiere a la actividad de diagnóstico
tradicional promulgada desde una posición aislada y observadora, sino que parte desde
una actitud empática (Greenberg et al., 1993). No es un diagnóstico de estados o
rasgos estables sino una sintonía empática a la naturaleza constantemente cambiante
de los estados afectivos, procesos, manera y estilo de experienciar, y expresión de los
clientes. Este proceso de diagnóstico le permite al terapeuta identificar maneras
disfuncionales de experienciar o dificultades específicas de procesamiento experiencial,
así como las intervenciones que probablemente sean facilitadoras de proceso. Para
diferenciar efectivamente el proceso frágil, los clínicos necesitan entender el punto de
vista de Stern sobre los desórdenes de personalidad. Stern consideró los desordenes
de personalidad como el resultado de patrones de interacción específicos, acumulativos
y perturbadores que caracterizan la relación entre el infante y sus cuidadores y que
permanecen presentes en el curso del desarrollo posterior. La experiencia concreta del
cliente en el aquí y el ahora y su manera-de-estar-con el terapeuta es la suma y la
integración de la experiencia del cliente en cualquier momento particular en todos los
cuatro sentidos de sí mismo y dominios de relacionabilidad. Como es el caso para
todas las experiencias, en experiencias del proceso frágil, todos los dominios están
envueltos, pero es probable que uno de ellos esté más severamente dañado, y este
terminará coloreando el proceso frágil. Además, requerirá más atención
psicoterapéutica, y probablemente demandará la primera atención para proceder en la
psicoterapia. Un proceso de diagnóstico exacto y específico de las maneras
problemáticas de relacionarse y de experienciar que un cliente tiene en la relación en
el aquí-y-ahora con el terapeuta, junto con una identificación del dominio de sí mismo
que se ha comprometido severamente, apunta a y ofrece insight dentro del tipo de
intervenciones terapéuticas relacionales orientadas al experienciar que probablemente
promoverán el experienciar. Así, varios tipos de intervenciones empáticas que los
terapeutas centrados-en-el-cliente/experienciales usan, a menudo sobre una base
intuitiva, pueden situarse en un marco de referencia comprensible y coherente.

Sintonía empática e intervenciones empáticas dirigidas hacia los procesos


frágiles en diferentes dominios del sí mismo y de relacionabilidad.

Sintonía e intervenciones empáticas dirigidas hacia el proceso frágil del “sí mismo
nuclear”.

Los clientes en un proceso frágil, sobre todo los clientes con desórdenes de
personalidad limítrofe, a menudo experimentaron severas carencias empáticas en el
dominio del sí mismo y de la relacionabilidad nuclear. A menudo ellos tuvieron una
historia de abuso sexual severo y múltiple y otras formas de violencia física a una edad
temprana. Ser dañado en el sí mismo nuclear significa ser dañado en: (a) la
experiencia corporal de ser el iniciador y el autor de la acción y el sentimiento, (b) en
el sentimiento de coherencia y límites corporales, y, finalmente, (c) en el sentido de
continuidad, de "estar siendo". Así, problemas de autonomía en el dominio de tener un
sentido de sí mismo nuclear es probable que se relacionen con síntomas como una
falta de iniciativa y una falta de sentimiento de control, especialmente en el caso de
interacciones físicas. Posiblemente, la anorexia podría entenderse como un problema
de autonomía en el nivel corporal, a saber, en el sentido de límites corporales y en el
sentido de ser el autor de las acciones. Por ejemplo, una cliente con anorexia nerviosa
describió el cuidado maternal que ella experimentó como centrado en la comida: "¡Mi
madre está llenando mi boca con comida!"

Un sí mismo nuclear complicado ofrece un contexto para el entendimiento de la


necesidad de algunos clientes en un proceso frágil de controlar substancialmente los
arreglos de las sesiones (por ejemplo, ¡cuando la sesión debe acabar!), de mostrar
sensibilidad extrema por los cambios en el esquema y el diseño del cuarto de la
terapia, o de pedir cambios en la hora y el día de las citas. La necesidad de controlar
aspectos del ambiente que es relevante al sí mismo va de la mano con una falta de
manejo experimentada sobre la propia conducta, reacciones emocionales, y
sensaciones. Esto es entendible dado que las tres siguientes experiencias forman tres
aspectos de una única experiencia global e indivisible: Primero, la experiencia corporal
de un sentido de ser un todo físico no fragmentado, con límites, que es el centro de la
acción integrada; segundo, la experiencia corporal de un sentido de autoridad sobre las
propias acciones y de no ser el autor de las acciones de los otros; y, finalmente, el
sentido corporal de ser el centro de patrones experienciales de cualidades internas de
afectos, junto con otras experiencias del sí mismo. Por lo tanto, para los clientes con
un proceso de sí mismo nuclear frágil, la necesidad de controlar el ambiente y la
ansiedad de no tener ningún control sobre su propia conducta van de la mano. Para
crear un ambiente de trabajo seguro, el terapeuta debe hacer la situación terapéutica
predecible, manteniendo cuidadosamente los límites del contexto terapéutico y
evitando cambios innecesarios.

Los clientes con el estilo de procesamiento de un sí mismo nuclear frágil


parecen no tener ningún sentido de que los sentimientos y las reacciones emocionales
originadas dentro de ellos son parte de sus experiencias. En cambio, las emociones son
experimentadas como algo que les ocurre, como algo de lo cual ellos no son dueños o
autores. Las emociones que surgen a menudo se convierten inmediatamente en
reacciones conductuales, y ellos las experimentan como si todo esto pasara fuera de sí
mismos. A veces, esto puede llevarles a experimentarse como dementes, lo cual es
una experiencia muy aterradora. Por ejemplo, una cliente consideró que fue un giro
importante en terapia que ella pudiera mantener sus reacciones emocionales dentro de
ella misma por una larga cantidad de tiempo, como si sus sentimientos se hubieran
vuelto más de ella, todo esto como resultado de su reciente adquirida habilidad de
pensar sobre ellos para luego decidir lo que quiere hacer sobre ellos. "Es como si ahora
yo reaccionara más por mi misma - lo siento antes de darle forma. Antes, yo solía decir
cosas o solía reaccionar contra las cosas y era como si pasaran fuera de mí o fuera de
mi control". Pienso que es importante intervenir de una manera que haga comprensible
la reacción interna o externa incomprensible o no asumida, relacionándose con ella con
una reacción apropiada (por lo menos en contenido, no necesariamente en intensidad)
a la situación concreta. Alternativamente, en casos en los que los clientes tienen miedo
de volverse "locos", yo les digo que las personas se refieren a los sentimientos o a las
conductas como raras o locas cuando ellas no las entienden pero que si ellas fueran
capaces de entenderlas, seguramente parecerían ser significativas y sensatas.

A menudo, los clientes con un proceso de sí mismo nuclear frágil no tienen éxito
en permanecer con su experienciar (entendido como sensaciones afectivas internas)
por el tiempo suficiente para encontrar significando en él o para verbalizarlo, ya sea
porque las sensaciones son demasiado intensas o, por el contrario, porque no lo son
suficientemente. Parece como si estos clientes no hayan desarrollado RIGs o
interacciones internalizadas con un otro regulador para estos dominios del experienciar
para los que tienen un estilo frágil de procesamiento. En la medida que los clientes
desarrollan la habilidad de mantenerse en contacto con su proceso frágil y con la
ayuda de sus terapeuta, ellos se sentirán muy dependientes de sus terapeutas durante
algún tiempo, y a veces para un periodo largo. Puede ser necesario incrementar la
frecuencia de las sesiones o hacer uso de una clase de objeto de transición (por
ejemplo, un objeto del cuarto de terapia que les rememore al terapeuta) para
estrechar el espacio entre dos sesiones sin que el cliente pierda el sentimiento de
conectividad.

Clientes que tienen un proceso de sí mismo nuclear frágil a menudo temen que
si permitieran la ocurrencia de los afectos incontrolables y rechazados que les
sobrevienen, tales como rabia o ansiedad, les conducirían a conductas destructivas o a
la desintegración. Como resultado, estos afectos rechazados son reemplazados por
ansiedad y confusión. Lo que es necesario, en mi opinión, es un delicado balance entre
un envolvimiento empático y estar presente de una manera aceptante, por una parte;
y por otro lado, indicar auténticamente los propios límites y los límites de la relación
terapéutica. Por consiguiente, el terapeuta debería estar alerta a lo que puede
aguantar o no; el terapeuta no debe estar sobre-involucrado, pero tampoco debería
desconectarse emocionalmente. Es más, el terapeuta debería estar dispuesto a
permitir que sus límites sean conocidos por el cliente. Así, a través de la confrontación
con los límites del terapeuta y de la relación terapéutica, el cliente puede darse cuenta
de la lucha relacional que está instigando, así como también puede darse cuenta de
sus propios sentimientos internos, para que pueda tomarlos como significativos y
sensibles y como aspectos de su propia vida psíquica.
Ya que los terapeutas no son súper-hombres o súper-mujeres, ellos necesitan el
apoyo de colegas para mantener esta lucha dentro de ellos y en interacción con el
cliente dentro de límites terapéuticos razonables. Más aún, realizar charlas
preparatorias con el cliente sobre cómo limitar eventualmente sentimientos de enojo
extremos e ingobernables y las conductas destructivas durante la sesión, así como
hacer distintos arreglos sobre esto, puede proporcionar la seguridad que se necesita
para que el cliente contenga la experiencia amenazante. También, nombro situaciones
que aparentemente parecen contener estímulos extremos y que pueden llevar a la
impulsividad y pérdida de control; y discuto con el cliente cómo puede evitar estas
situaciones, al menos por el momento.

El recuerdo de experiencias traumáticas en el dominio del sentido de un sí


mismo nuclear puede ser considerada como una forma (principalmente disociada) de
re-experienciación. Las experiencias entran en la memoria episódica cuando son
vividas, esto es, como sensaciones, percepciones visuales, olores, estados afectivos,
acciones y pensamientos que ocurren en alguna relación temporal, física y causal de
modo que ellas constituyen un episodio coherente de experiencia. La sintonía empática
sobre este nivel corporal y físico de experiencia es apropiada en principio. Los reflejos
de contacto pre-verbales, descritos por Prouty (1998), según mi experiencia, a
menudo son muy eficaces y útiles. La "Pre-Terapia" de Prouty describe intervenciones
que son útiles en desarrollar o restaurar el contacto psicológico. Él distinguió cinco
respuestas muy literales y concretas que funcionan bien con los niveles pre-expresivos
de comunicación y conducta de los clientes. Los reflejos situacionales desarrollan o
restauran el contacto del cliente con una situación o ambiente. Los reflejos faciales
ayudan a restaurar el contacto afectivo, y los reflejos corporales pueden ayudar al
cliente a entrar en contacto con lo que está expresando a través del cuerpo. Luego
están los reflejos palabra-por-palabra que ayudan a restaurar el contacto
comunicativo, y finalmente, están los reflejos reiterativos que se basan en el principio
del re-contacto: se repiten los reflejos de contacto que tuvieron éxito produciendo una
respuesta. La regulación de la intensidad de la experiencia también es aconsejable,
sobre todo en un nivel primario, por ejemplo, permitiendo que su presencia sea
conocida hablando con una voz suave y calma y con un ritmo sosegado, o reduciendo
la distancia física entre uno mismo y el cliente, y por lo tanto, estando muy alerta a los
signos del cliente y usándolos como retroalimentación para encontrar una distancia que
ofrezca seguridad al cliente , una distancia en la que el terapeuta se percibe pero no
parece amenazante para el cliente.

Sintonía e intervenciones empáticas dirigidas hacia el proceso frágil del “sí mismo
subjetivo”.

Los clientes con un estilo frágil de proceso a menudo han perdido una sintonía
empática con su experienciar subjetivo. Los clientes que han experimentado carencias
empáticas en el dominio del sí mismo subjetivo y de relacionabilidad intersubjetiva a
menudo se sienten muy inciertos acerca de si su mundo interno de experienciar tiene
el derecho a existir. Esto los hace muy vulnerables en sus esfuerzos por permanecer
con su experiencia y para atenderla de manera aceptante. Para hacer esto, los clientes
temporalmente necesitan la ayuda de un otro empáticamente sintonizado y, como
resultado, ellos pueden sentirse muy dependientes del terapeuta en esta fase de la
terapia.
Para entender la manera-de-estar-con de estos clientes, así como sus
reacciones a las intervenciones del terapeuta, el terapeuta necesita comprender que
estos clientes pueden haber experimentado diferentes tipos de carencias empáticas o
una falta de sintonía empática. Stern (1985) describió diferentes formas de fracasos de
la empatía en el dominio de la relacionabilidad intersubjetiva.

Es rara una falta casi total de sintonía empática y aparece sólo en situaciones
extremas, por ejemplo, en el caso de una madre que está padeciendo una enfermedad
psiquiátrica severa, como psicosis o estados depresivos severos. En estos casos, la
madre está emocionalmente disponible de manera insuficiente, aunque ella siga
cuidando del bienestar físico del infante. Los clientes que experimentaron una carencia
severa de sintonía empática a menudo se sienten vacíos interiormente; ellos tienen el
sentimiento de que no hay nadie dentro, o ellos tienen el sentimiento de que son tan
malos que nadie los quiere. Esto puede estar acompañado por experiencias de
solitariedad que sólo pueden aliviarse a través de la proximidad física; de modo que,
estar solo puede ser literalmente insoportable. La proximidad física, una experiencia
del sí mismo nuclear, es la única manera de experimentar contacto o relacionabilidad
que estos clientes conocen como satisfactoria. Ellos no conocen la soledad, porque ella
implica experiencias de presencia y ausencia del compartir intersubjetivo de vivencias.
En un ejemplo de esto, un cliente solía telefonearme regularmente, sólo para oír mi
voz en la maquina contestadora. Ella decía, "Necesitaba oír su voz. Tuve miedo que ya
no existiera más, que desapareciera, que se desvaneciera y que dejara de existir para
mí". Esta dependencia extrema tiene que ver con el hecho de que la relación
terapéutica es, en ese momento en la vida del cliente, la única relación en la que su
experiencia frágil es validada. Esto es difícil de encontrar en las relaciones adultas
"normales" del cliente, ya que la tendencia del cliente a percibir cualquier equivocación
como un posible ataque, hace difícil para sus amigos confirmar la experiencia
sumamente vulnerable y frágil de éste. Esa es la causa por la cual los clientes con un
proceso frágil a menudo tienen dificultades para mantener relaciones estables. Para
ponerlo en palabras de Warner (1991), "Es como si el terapeuta sostuviera una
máscara de oxígeno para clientes que pasan el resto de la semana esforzándose en
respirar " (pág. 9). Por lo tanto, puede ser necesario buscar maneras de ayudar a que
el cliente estreche el tiempo entre sesiones -tales como permitir el contacto telefónico
o permitir que el cliente tome algo del cuarto de terapia - y eventualmente, aumentar
la frecuencia de las sesiones. Por ejemplo, en periodos difíciles, una cliente mía se llevó
a casa un pequeño cojín del cuarto de terapia. Después de unas semanas, ella lo trajo
de vuelta y diciendo que tenía que ponerlo durante algún tiempo en el cuarto de
terapia para que absorbiera el olor de allí de nuevo. Mientras la cliente mantuvo el
cojín en casa por demasiado tiempo, absorbió el olor de su propio hogar y así "no
funcionó más," cuando ella lo usaba.

Algunos clientes parecen haber experimentado una sintonía selectiva, tales


como sobre-apreciación de entusiasmo a expensas de estados más depresivos. Tales
experiencias les condujeron a la creencia de que los sentimientos de entusiasmo
parecen ser casi la única manera de experimentar contacto intersubjetivo. Por lo tanto,
se hace entendible por qué algunos clientes a menudo fingen un entusiasmo
inauténtico o exagerado, considerando que sus sentimientos depresivos no pudieron
ser compartidos. Las experiencias de sintonía empática selectiva a menudo forman el
comienzo del desarrollo de un sí mismo falso: Esa parte de la experiencia interna que
se ha aceptado y se ha compartido será utilizada para contactarse con otros. Para
ponerlo en los términos Rogers (1959), el niño ha desarrollado condiciones de valor.
Aunque estos sentimientos no pueden compartirse, todavía pueden determinar la
conducta del cliente, por ejemplo, a través de la auto-mutilación o los intentos
suicidas. Ser sensible a estas experiencias que apenas pueden mostrarse y que, por lo
tanto, están estancadas en un proceso frágil, es muy importante. Por ejemplo, el
terapeuta puede decir, "Usted está diciendo esto con mucho entusiasmo y realmente
creo que usted está contento con eso. Al mismo tiempo, también puedo percibir algo
más en su historia, algo que no parece tan alegre. ¿Puede sentir ese pequeño algo?
Intervenciones directivas de proceso, como, "He notado que algo lo aflige. Está bien
tenerlo en cuenta, para permanecer con eso un momento", también pueden ser útiles.
Una vez que este algo puede mostrarse a si mismo un poco, el terapeuta puede hacer
uso de reflejos evocativos, imágenes, y metáforas para consolidar y confirmar las
experiencias frágiles del cliente. A veces los clientes pueden estar en el medio de un
proceso frágil de baja intensidad mientras están en contacto con su terapeuta, pero
luego pueden sentirse agobiados por estos sentimientos una vez que ellos dejan al
cuarto de terapia.

La desintonía es, según Stern (1985), una tercera forma de fracaso de la


sintonía empática en el dominio de la relacionabilidad intersubjetiva. Las desintonías
son intensos esfuerzos por alterar la experiencia del infante o niño, para ajustarlo en la
dirección que el cuidador desea, por ejemplo, al reflejar más fuertemente la intensidad
de las experiencias, de manera sistemática. Esas desintonías crean incertidumbre
dentro del niño acerca de sus sentimientos y sobre la evaluación del niño de sus
propios sentimientos y los de los otros, produciendo un caso de "No sé realmente lo
que estoy sintiendo". Los clientes cuyo proceso de experienciar está compuesto por
tales acumulativos incidentes de desintonías estarán inclinados a buscar a otros para
asistir su experiencia. Por lo tanto, ellos intentarán averiguar lo que el terapeuta quiere
que ellos sientan. Si el terapeuta entra en esta trampa, los clientes probablemente
dejarán la terapia con decepción y continuarán viviendo con la idea que no hay
ninguna alternativa para su existencia decaída, gris, y ligeramente depresiva.

Otra forma de desintonía, según Stern (1985), es el robo emocional. Esto pasa
cuando las desintonías se usan no para alterar la experiencia del niño sino para
robarla. El cuidador hace esto sintonizándose correctamente a la experiencia subjetiva
del niño al principio y luego alterándola gradualmente. Tales experiencias pueden ser
percibidas por el niño como intentos por robar su experiencia. Entonces, se vuelve
peligroso permitir que alguien se conecte a su estado subjetivo interno porque
compartirlo puede llevar a perderlo. La conducta de desintonía del cuidador a menudo
tiene que ver con una agenda oculta (por ejemplo, alterar gradualmente la intensidad
hacia un nivel más alto que resulta del miedo a que el niño sea como su padre no-lo-
suficientemente-dinámico). Es probable que los clientes con experiencias de robo
emocional sean altamente sensibles a la más pequeña distorsión de sus experiencias.
Ellos pueden reaccionar furiosamente cuando una respuesta no está reflejando
exactamente lo que ellos sienten. Ellos también son muy suspicaces y sensitivos hacia
la incongruencia desplegada por el terapeuta y están ansiosos sobre las supuestas
motivaciones y necesidades secretas del terapeuta. En un caso, un cliente se negó a
permitirme grabar nuestras sesiones porque ella no quería que yo necesitara algo de
ella de ninguna forma. Otro cliente me reprochó por querer que ella se sintiera bien de
modo que yo pudiera verme a mí misma como una buena terapeuta. Yo validé
explícitamente tales expresiones de sospecha sobre mis posibles intenciones ocultas
como si valieran la pena. Al mismo tiempo, invité al cliente a buscar maneras de
verificar la integridad de mis intenciones. Por lo tanto, en tales casos, yo podría decir,
"Lo que usted dice es de hecho verdad; usted no puede estar seguro de que yo no
tenga intenciones secretas. Y que yo le diga que no es mi intención no cambiará nada.
Y usted tiene razón al no creer lo que yo digo simplemente porque yo lo digo. Pero
puede ser sensato buscar juntos cómo usted puede conseguir más claridad y certeza
sobre mis intenciones o sobre cómo puede protegerse en caso de que mis intenciones
no sean lo que parecen". Entonces, yo podría expresar que el cliente puede tener una
buena razón para mirar mi involucramiento con sospecha, así dirijo la atención del
cliente a explorar su modo desconfiado de ser. También, yo podría decir, "Usted no
puede estar seguro si yo tengo intenciones ocultas. Y eso es difícil para usted. Es difícil
trabajar conmigo cuando usted no puede estar completamente seguro. Y, de hecho,
usted nunca puede estar seguro, no con cualquiera".

Un tipo importante de intervención es el reflejo verbal: Los reflejos de los de los


sentimientos expresados. Reflejos literales de las verbalizaciones del cliente de
sentimientos significativos pueden ser especialmente útiles y eficaces. Intentar reflejar
los sentimientos inciertos o vagos puede ser arriesgado; tales intervenciones deben
hacerse explícitamente de una manera tentativa, con el mensaje subrayando que tales
reflejos pueden ser incorrectos. Un reflejo de sentimientos que no es lo
suficientemente congruente puede producir que el cliente se desconecte de su
experiencia con enojo y desilusión. Señalar esta falla empática a menudo es muy útil y
suficiente para que el cliente se reconecte a su experiencia. Otros clientes tienden a
consentir verbalmente aunque, no verbalmente, se puede distinguir una ligera
vacilación. Es importante validar esta vacilación o incertidumbre e invitar al cliente a
rechazar explícitamente el reflejo del terapeuta y a atender su propia experiencia para
conseguir una respuesta más acertada. Cuando los terapeutas crean espacio para la
incertidumbre y para tolerar la ambigüedad y la falta de claridad, se aumentar las
oportunidades para que los clientes encuentren sus propias palabras para describir su
experiencia.

Sintonía e intervenciones empáticas dirigidas hacia el proceso frágil del "sí mismo
verbal".

Por supuesto, las carencias empáticas en el dominio de la relacionabilidad verbal


no pueden verse como separadas de las experiencias en los dominios de la
relacionabilidad nuclear y la relacionabilidad intersubjetiva. Experiencias que no
consiguieron ningún reconocimiento intersubjetivo en el nivel pre-verbal no se volverán
objeto de negociación de significado entre el padre y el niño. Probablemente, ellas se
mantendrán en aislamiento, incapaces de ser compartidas en palabras, o su existencia
será negada para que ellas no estén accesibles a la atención consciente. Las palabras
también pueden reflejar pobremente la experiencia pre-verbal global. Como resultado,
el auto-concepto del cliente, comprensiblemente, no estará hecho con
conceptualizaciones claras del sí mismo que representen verbalmente las experiencias
interpersonales cuando ellas están ocurriendo. La totalidad de la experiencia estaría
rota. El sí mismo verbal y el auto-concepto son vistos como "verdaderos", y esto
resulta en una alienación de la experiencia vivida. Por lo tanto, se hace muy difícil
sacar significando de la experiencia, en base a este auto-concepto. Los terapeutas
centrados-en-el-cliente/experienciales están muy bien entrenados y versados para
intervenir de una manera que puede reparar la conexión entre la experiencia vivida y
las palabras. Esto puede hacerse en dos direcciones: primero, conectando las palabras
del cliente con la experiencia vivida. Entonces, puede aparecer que estas palabras no
son las más mejores para capturar la complejidad de la experiencia enriquecidamente
sino que en cambio están empobreciendo la experiencia original y otras palabras más
precisas deberían buscarse. Segundo, el terapeuta puede ayudar al cliente atender la
experiencia vivida y buscar palabras que encajen, como esto se hace explícitamente
con Focusing. Se promueve un proceso de ir y venir constantemente entre la
experiencia corporal vivida y las palabras. La creación de significado toma lugar a
través de la búsqueda en conjunto y la negociación, por lo tanto, tanto el cliente y
como el terapeuta contribuyen a una comprensión creciente y compartida. Aunque en
los dominios de la relacionabilidad nuclear e intersubjetiva es muy importante
reconocer al cliente como el único experto en su experiencia, las intervenciones
empáticas en el dominio de la relacionabilidad verbal se vuelve más bien una
construcción conjunta de significado.

Conclusión.

Trabajar clientes con un proceso frágil significa entender lo que el proceso del
cliente necesita en cualquier momento particular para poder proceder. Los terapeutas
centrados-en-el-cliente poseen un rico arsenal de intervenciones empáticas y maneras
sintonizadas de relacionarse, y esto los vuelve bien posicionados para entrar en el baile
frágil, complejo, e intenso con estos vulnerables compañeros de baile.

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Greet Vanaerschot, practicante independiente, Erps-Kwerps, Bélgica.

Este artículo está basado en una lectura presentada en la 6ta Conferencia sobre
psicoterapia y consejería centrada-en-la-persona y experiencial realizada en Egmond
aan Zee, Países Bajos, Julio-2003. Quiero dar un agradecido reconocimiento a Arthur
Bohart y a Germain Lietaer por sus comentarios sobre una versión previa de este
artículo.

Correspondencia acerca de este artículo debería dirigirse a Greet Vanaerschot,


Donkerstraat 50, 3071 Erps-Kwerps, Bélgica. E-mail: greet.vanaerschot@pandora.be

Dirección precisa del texto original en la web:

http://www.er.uqam.ca/nobel/d222307/PSY5860_H07/Vanaershot%20(2004;%20ajustement%
20empathique%20avec%20clients%20%E0%20l%27exp%E9riencing%20empathique%20d%E9
ficient).pdf

Traducción: Luis Robles Campos (2009).


Psicólogo, Universidad de Tarapacá, Arica – Chile.
Focusing Trainer acreditado, Focusing Institute, New York.
luisrobles1977@gmail.com

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