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Recuerdos de egotismo.

Jorge Ángel Pérez


30 de junio de 2008
Dicen que la memoria se aparece con una cosquillita en el estómago y que trae la
sensación, la certeza, de que algo idéntico se ha sentido antes. Así me pasó
mientras leía el texto que Norge Espinosa ha hecho circular y que acabo de leer,
donde se pregunta si la Cuba rosa tiene ahora otro color. Leyéndolo, debió pasarme
algo parecido a lo que sintió Norge cuando estuvo el diecisiete de mayo en el
Pabellón Cuba, celebrando el día contra la homofobia. En verdad yo no estuve, no
vi a las parejas amarteladas y felices. No participé del encuentro tan ansiado. Pero
ahora, al leer sus entusiasmos, sus resquemores, creo que debí estar allí para
festejar con mis semejantes. Me vienen a la cabeza muchas cosas, es decir, se me
despierta la memoria, que en mi caso es más un mecanismo asociativo que un
destello inteligente.
No pude evitar, con el avance en la lectura, hacer varios intentos por cambiar el
título de Norge. Eso fue lo primero que me sucedió, y era natural. Dividido en
cuatro partes, el autor nos relata sus emprendimientos para hacer más tolerable la
vida de los diferentes. Con prisa pasa del uno al dos, para mostrar su empeño
mayúsculo: las jornadas de arte homoerótico que desarrolló hace algunos años,
casi diez, en la Madriguera, y reclama ante el olvido de los que ahora hacen
labores semejantes. Recuerdo aquellos días en que un grupo de escritores leyeron
poemas donde aparecían mujeres enredadas con mujeres, y hombres, unas veces
arrodillados y otras de espaldas a su contrario semejante. Espero que nadie juzgue
éticamente esas posiciones, juro que se trata del goce, del placer que mostraban
aquellos textos que leímos en aquellas jornadas, hablo de vocaciones, del gusto
que tienen algunos hombres por venerar, arrodillados, el sexo de su semejante o
recibirlo dentro cuando se está de espaldas. Tales preferencias suelen convertirse
en poemas. Y no hubo esa vez solamente escritores, también se pudieron ver
muestras de fotografía y de pintura, y vimos también representaciones teatrales, y
recuerdo que con el cine nos llegaron unos hombres asiáticos enamorados en
Buenos Aires. Realmente fueron jornadas muy hermosas, casi edificantes,
sentíamos que algo estaba por cambiar. Y Norge fue el artífice virtuoso de esos
días.
El jolgorio no nos permitió recordar otros atisbos ocurridos. Tengo la certeza de
que en esos momentos tan festivos, los implicados no se pusieron a hurgar en la
memoria, ni quienes llegan a ella por mecanismos asociativos ni los que usan la
inteligencia, y quizá no hacía falta, porque cuanto ocurría en La Madriguera era
una fiesta. Ahora, sin poder evitarlo, después de leer el texto del poeta,
atendiendo a sus reclamos para dar justo lugar a lo que sucedió en aquellas fechas
del 1998, 1999 y 2000, asocio el presente con aquel pasado, es decir, convoco a la
memoria. Un recuerdo me lleva a otro, y con su movimiento asociativo, a la
certeza de que aquellas jornadas a las que asistí, tuvieron también, como todo en
la vida, sus antecedentes.
No sé si Norge ya estaba en La Habana en aquellos días del año noventa del pasado
siglo, cuando Pedro de Jesús y Osbel Suárez crearon unas jornadas semejantes, con
la diferencia de que éstas que menciono último, tenían menos recursos y eran casi
clandestinas. Como de cultura y sexualidades se trataba, invitaron a varios
artistas, reconocidos unos y otros menos, y a estudiantes, y a unos cuantos gays
que burlaron la vigilancia de la beca, para subir hasta el piso ocho y ver algún
cuadro de Rocío, entonces poco conocida, y algunas fotos de Eduardo Hernández, y
creo que también algún collage homoerótico de Raúl Martínez. Las poetas Damaris
Calderón y Lina de Feria leyeron textos donde era protagonista el amor entre
mujeres.
A todos esos recuerdos se enlaza el momento en que Salvador Redonet vino
entusiasmado a mi casa para que los dos fuéramos jurados de un premio de
cuento, parte de aquella jornada de F y tercera, y que debía tener como premisa
el tratamiento del susodicho tema. Al jurado se unió el narrador Roberto Urías, y
los tres, tan semejantes, premiamos un texto excelente, antológico, “La carta”,
de Pedro de Jesús, quien no era conocido más allá del desafuero en su gestualidad
y en su vestimenta. Telegay, se llamaron otras jornadas, las del piso veintiuno, y
sucedieron en el año de mil novecientos noventa y tres, otra vez en F y tercera, de
las que, con seguridad, Norge habría opinado que estaban al borde de lo Camp. En
este ejercicio memorioso me viene a la mente el evento que se celebró en un
aniversario de Ciclón, y por igual el espacio que diera en sus páginas la revista a
asuntos ligados al erotismo homosexual. Esto ocurrió, si la memoria no me falla, en
mil novecientos noventa y seis.
Sin dudas se excede esta vez el poeta al creer con demasiada ilusión que las
jornadas, tanto como su poema “Vestido de novia” y el cuento de Roberto Urías,
“¿Por qué llora Leslie Caron?” son el coming out de algo. Creo que debería hacer
un fuerte ejercicio de recordación, no importa si a través de las asociaciones o
mediante su gran inteligencia. Creo que debe convocar también a la humildad. Si
como hasta hoy ha probado que no es solo naturaleza, sino que por igual, es un
hombre construido también a partir de la cultura, debe exigirse recordar otros
antecedentes y no exclusivamente los que con él se relacionan. Le recomiendo una
petit madelaine mojada en te, comprobara que es un buen consejo, un buen
recurso, le juro que le ha dado buenos resultados a algunos memoriosos.
Al mencionar, orgullosísimo, “Vestido de novia”, recuerda que cumplió sus veinte
años. ¿A cuales veinte años se refiere el poeta? ¿A los que trascurrieron desde que
se premió en 1989 con el Premio Caimán Barbudo? ¿A la publicación que hiciera la
editorial Capiro en 1992? Supongo que la fiesta de cumpleaños se mide desde el día
en que se le ocurrió al poeta comenzar a escribir aquellos versos, desde que
imaginó el cuerpo de un muchacho cubierto de encaje blanco, la cabeza con tiara
y tul, desde que se empeñó, luego de vestirlo así, en angustiarlo, en ponerlo a
llorar, a suplicar respeto, a estereotipar, a estereotipar, a estereotipar,
venceremos.
Parece olvidar que hace poco se celebraron los cuarenta años del secuestro y
destrucción de Lenguaje de mudos de Delfín Prats, veinte añitos más de los
cumplidos por su muchacho que quiere ser muchacha. Supongo que podríamos
considerar el libro de Prats un coming out también. Pero si sigue mojando en té los
pastelitos, puede que consiga ver a Virgilio Piñera marginado por sus preferencias
sexuales o escribiendo Fíchenlo si pueden. Un pastelito más y verá a Lezama Lima
con un ejemplar de Paradiso entre sus manos, esa novela que consiguió grandes
jornadas de arte homoerótico. Al pobrecito no le dio tiempo, porque la muerte lo
impidió, a celebrar los primeros diez años de un evento como ese. Dos o tres
sorbos de té y llegarán a su memoria, saliendo de su tasa, Ballagas y Severo
Sarduy, Reinaldo Arenas y Antón Arrufat, Reinaldo González, Damaris Calderón,
Carlos Montenegro con ese monumento que es Hombres sin mujer, y las lecturas
que podemos hacer de Julián del Casal o del Alma Rubens de Poveda, Calvert
Casey con su relato Plaza Morgana , donde un hombre viaja a través del cuerpo del
amante, sin tules ni encajes, a cuerpo limpio. Tome té y aparecerá Nelson Simón,
Arleen Regueiro, Pedro de Jesús, Alberto Abreu, Roberto Urías, Mae Roque, Maria
Elena Hernández, Julio Mitjans, Safo y Cernuda, Lorca y Noel Castillo, Cavafis.
Todos los que él menciona, y muchos de los que olvida, son precursores con sus
obras.
Quizá mi memoria no sea demasiado buena, quizá no se convocarla bien, es posible
que haya olvidos, pero le recuerdo al poeta, que la mezcolanza de autores de
diferentes generaciones, estilos, y hasta geografías, es intencional, sobre todo si
trato de negar la preeminencia de cualquier texto sobre otro. No daré ventajas a
nadie. Todos han hecho su parte y sufrido lo suyo. Esto no es una carrera de cien
metros ni se trata de lanzar la jabalina a mayor distancia. Esto es muchísimo más
serio. Antes de aquellas jornadas de La Madriguera están las puestas que hiciera
Carlos Díaz de la trilogía de teatro norteamericano, y aunque viniera después, el
Pasolini que estrenara Carlos Celdrán con su grupo, es también antecedente del
diecisiete de mayo último. Antecedió a esos momentos, la creación del Mejunje en
Santa Clara, las lecturas en la Azotea de Reina María.
Y no quiero referirme únicamente a lo que han hecho los escritores y los artistas.
Aquí se trata de cultura, y por igual de NATURALEZA. Hay otros antecedentes y
precursores, de lo que pasó en el Pabellón Cuba, en los homosexuales quemados en
la hoguera y en los cubanos nombrados bijiritas por el imperio español. Referencia,
precursores, son los que fueron llevados a las Umap, los que fueron expulsados de
las universidades, los que no pudieron ejercer el magisterio, los que se
escondieron debajo de la cama para encontrarse con el novio sin ser descubiertos
por sus padres, los que decidieron esperar al macho entre el follaje marino de La
Playa del Chivo y se entregaron al primero que aparecía porque no tenía otro
espacio donde poder socializar. Tampoco tuvo un lugar, y es antecedente, aquel
que entró al baño pestilente de un cine para cumplir con su naturaleza, aunque el
repudio viniera sobre él, y porque así eran las cosas, tan urgidas, no tuvo un
condón a mano y se enfermó, y qué decir de la muchacha que fue llevada a una
estación de policía, multada luego, por besar a su novia en una plaza de La Habana
Vieja. Qué decir de los que cumplieron cada día con su esencia sin tener virtudes
organizativas, sin que tuvieran talento para escribir un poema, un cuento, una
novela, ni supo manejar diestro un pincel ni dirigir una cámara, ni le aparecieron
dotes para la actuación. Mi reclamo tiene que ver con el travesti que desanda las
calles de La Habana, lo mismo el que tiene dinero para comprar regios vestidos
que aquel que se conforma con las chancleticas que le prestó su hermana. Mi
reverencia es por el que va al malecón y al Payret para ligar, porque el ligue en la
ciudad es cada vez más difícil, porque ya no basta con la mirada cómplice, porque
ahora hay que mostrar el bolsillo, el anillo, el celular, el pasaporte. ¿Acaso no es
un antecedente de lo que sucedió el diecisiete de mayo el cincuentón que no pudo
estar en el Pabellón Cuba porque un pinguero le cortó el cuello para robarle?
También puede ser un precursor quien jamás leyó a Susan Sontag y se quedó sin
entender lo Camp. Y si seguimos por ahí, hasta los miles de heterosexuales que en
La Habana lucen un Dolce & Gabbana adornando el torso, fueron adelantados de
ese día.
No creo que sea el momento de ponernos a reclamar protagonismo, reclamemos
otras cosas, muchas de las que menciona Norge, muy justamente, en su último
párrafo, y con las que estoy de acuerdo, pero no la primicia, no el coming out ni la
celebración de los veinte años de un poema, que por cierto opera con los mismos
estereotipos que le achaca al personaje de Senel Paz. Ese homosexual vestido
como lo imaginan los heterosexuales más intolerantes, ese homosexual angustiado
y que suplica por un espacio, ese que ruega en lugar de actuar.
Existen múltiples y variadas evidencias en nuestra literatura, que demuestran que
ese no es el único camino, no seamos nosotros quienes mostremos el camino del
estereotipo, nuestras obras y la vida de muchos, evidencian lo contrario, no
pidamos perdón. Si queremos tener el mismo lugar que un heterosexual, podemos,
debemos, desacralizar también a los gays; exigir que nos muestren
siempre intachables, fieles y amorosos, me parece un desastroso ridículo, un
estereotipo. No pensemos en un modelo idílico de homosexual, en un
ser intachable, porque no es cierto.
Cuando leí el título del artículo, tuve ganas de aplaudir, pero después de algunas
líneas comencé a buscar alguna contraseña que le sirviera de título a mi respuesta.
Creí que podía nombrar estas líneas: "El precursor, lo que quiere es que lo miren",
y algún que otro lema, pero al final pedí a Stendhal un título prestado y usé la
traducción al castellano.

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