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EL BUDISMO: UN CAMINO HACIA LA PAZ

Seguramente muchos deseamos la paz, podemos incluso dedicar toda nuestra


vida a trabajar por ella pero, según el budismo, debemos detenernos por unos
instantes y averiguar qué emoción se enconde trás nuestro deseo de querer
alcanzar la paz. Quizá descubramos que tras este deseo tan noble también
existe la ira, el odio y la frustación. Si interiormente no sentimos paz, no
podremos transmitir paz a los demás, al mundo.

Una vez hayamos identificado nuestra ira, no la contemplaremos como algo


ajeno a nosotros contra lo que debemos luchar, aquí una vez más estaríamos
aplicando la violencia en nostros mismos. El odio o la irritación es una energía
y, como tal, no se puede destruir, sólo transformar. Tenemos que resolver
nuestra ira con cariño, con amor y no violencia. En el budismo no se considera
la ira, el odio o la codicia como enemigos contra los que hay que luchar o
aniquilar. Si aniquilamos la ira estaremos aniquilando también una parte de
nosotros mismos. De hacerlo así, estaríamos transformando el yo en un campo
de batalla. Si no podemos ser compasivos con nostros mismos, tampoco lo
seremos con los demás.

El primer paso, según el budismo es, pues, establecer contacto con nosotros
mismos, tomar conciencia de lo que realmente sucede en nosotros, sólo así
podremos lograr transformar el odio en compasión. Normalmente nuestra
atención está enfocada hacia el exterior. Desde que nos levantamos hasta que
nos acostamos, estamos constantemente reaccionando ante las situaciones en
las que nos vemos involucrados. El motor de todas nuestras reacciones es la
noción de un yo, que se halla sumamente arraigada en nosotros, y en base a
ello, reaccionamos con apego, rechazo o indiferencia. En este sentido, Ayya
Khema, maestra de budismo alemana, dice: “El mundo no es una ventana sino
un espejo”. Este giro radical que supone el dejar de proyectar hacia fuera y
mirar hacia dentro es, según el budismo, la clave, el primer paso esencial hacia
la paz y la felicidad que todos anhelamos.

Una vez tomamos conciencia de lo que realmente hay por detrás de nuestros
actos, de nuestras palabras, de nuestros pensamientos, tenemos la posibilidad
de transformar las emociones que nos producen sufrimiento, como el odio, en
estados mentales mucho más beneficiosos, tanto para nosotros como para los
demás, como el amor y la compasión. Para llevar a cabo tal transformación, el
budismo nos aporta los métodos necesarios: la meditación, el desarrollo de la
atención, el desarrollo de la compasión. Establecemos contacto con nuestra
mente, nos familiarizamos con todo lo que sucede en nuestra mente. La
práctica de la meditación, como dice el maestro tibetano Chögyam Trungpa,
“implica trabajar con el proyector en vez de la proyección”.1 Dirigimos
nuestra atención hacia dentro, en vez de intentar solucionar los problemas
desde fuera. Trabajamos con el creador de la dualidad, más que con la
creación. De esta manera, contactamos con la verdadera fuente de todos
nuestros problemas e insatisfacciones que nos servirá de base para nuestra
transformación. Normalmente nuestra percepción es muy superficial y
limitada, vemos sólo las apariencias, las formas. Así, con la meditación,
empezamos a tomar conciencia de las formas mentales: los pensamientos, las
emociones, los estados mentales... Esto ya es un gran paso, pues ampliamos
nuestra percepción hacia el interior y, por tanto, podemos trabajar con todo
este material.

No obstante, para alcanzar la verdadera paz, el budismo nos insta a ir mucho


más allá, a reconocer la verdadera naturaleza de todos los fenómenos, la
verdadera naturaleza de nuestra mente. Nos lleva a investigar y a reconocer
nuestra verdadera esencia. Las manifestaciones, tanto externas como internas,
se equiparan a las olas del mar. Es como si fuéramos sólo conscientes de las
olas, cada una de ellas independiente y autoexistente, sin darnos cuenta de que
la naturaleza de las olas es el mar. Otra analogía, famosa en el budismo, es la
imagen de las nubes y el cielo. Nos identificamos con las nubes que van
apareciendo en el cielo, a veces frágiles, a veces densas y oscuras. Son
nuestros pensamientos que se transforman en estados mentales, en emociones,
que según el budismo no son más que pensamientos más densos. Absortos en
las nubes, ni siquiera nos damos cuenta de su transitoriedad. Cambian y pasan
constantemente y nosotros nos vamos aferrando de una a otra sin crear una
pequeña brecha que nos permita conectar con el espacio inconmensurable del
cielo, nuestra verdadera naturaleza. La meditación es el corazón de la práctica
del budismo, pues aprendemos a abrir brechas y vislumbrar el espacio, ser uno
con el espacio.

Según el budismo, ante una situación de conflicto o de ausencia de paz, la


respuesta es la compasión. Pero la compasión ha de ir estrechamente unida a
la sabiduría. En este sentido se dice que la compasión y la sabiduría son como
las dos alas de un pájaro; con sólo una de ellas no puede volar. En el contexto
del budismo, la compasión –karuna, en sánscrito- no se refiere al sentimiento
de lástima o piedad que podemos sentir al percibir el sufrimiento de los
demás, pues implica una perspectiva dualista de yo y los demás. Actuar a
partir de esta dualidad, tanto si es en relación a nosotros mismos –yo y mi ira-
como a los demás –yo y el dolor de los demás- significa que estamos inmersos
en, lo que el budismo denomina, la ignorancia. Ignorancia –avidya, en
sánscrito- se refiere a que no vemos las cosas tal como son, es el no
reconocimiento de la verdadera naturaleza de los fenómenos, incluyéndonos a
nosotros mismos. Se dice que la ignorancia es la raíz de todo el sufrimiento, la
raíz de todos nuestros problemas. Mientras estemos sintiendo y actuando
desde la base de la ignorancia y no desde la sabiduría estaremos lejos de la
compasión genuína.

Así pues, para desarrollar la verdadera compasión, es necesario desarrollar la


sabiduría. Sabiduría significa ver la realidad tal como es, reconocer nuestra
verdadera naturaleza y la de todos los fenómenos. Con el fin de disipar los
velos que nos impiden ver la realidad, el budismo nos aporta la enseñanza del
surgir interdependiente de todos los fenómenos – pratitya samutpada en
sánscrito-, la enseñanza esecial del budismo. Según esta enseñanza, todos los
fenómenos están en continuo movimiento y en interrelación. Al investigar, nos
damos cuenta de que todo lo que existe está en continua interrelación y si
buscamos algo o alguien que exista de manera independiente, autosuficiente,
no lograremos encontrarlo.

Así, Thich Nhat Hanh nos dice: “Si miras con ojos de poeta, verás claramente
que flota una nube en esta hoja de papel. Sin nube, no habrá lluvia; sin lluvia,
los árboles no crecen y sin árboles, no podremos hacer papel. Para que exista
el papel es esencial la nube, si no hay nube tampoco hay papel. Si miramos
más profundamente para realmente comprender esta hoja de papel, veremos
en ella la luz del sol. Sin la luz del sol, el bosque no puede crecer, de hecho,
nada puede crecer, ni siquiera nosotros. Así pues, sabemos que el sol también
está en esta hoja de papel. Y si seguimos investigando, podemos ver al leñador
que cortó el árbol y lo llevó al molino para transformarlo en papel. Y podemos
ver el trigo. Sabemos que el leñador no puede vivir sin el pan cotidiano, así
que el trigo que se convirtió en su pan también está en esta hoja de papel. Y el
padre y la madre del leñador también están. Cuando lo vemos así, vemos que
sin todas estas cosas, esta hoja de papel no podría existir. Mirando aún con
mayor profundidad, vemos que nosotros también estamos en la hoja de papel,
porque cuando la miramos, ésta forma parte de nuestra percepción. De hecho,
podemos decir que todo está aquí en esta hoja de papel: el tiempo, el espacio,
la tierra, la lluvia, los minerales de la tierra, el sol, la nube, el río, el calor. El
universo entero coexiste en esta hoja de papel. ‘Ser’, de hecho, es interser. No
puedes ser por tu mismo, tienes que interser con todo lo demás. Esta hoja de
papel es, porque todo lo demás es. Sin los elementos que no son papel, como
la mente, el leñador, la luz del sol...no habría papel. Siendo tan delgada como
es, esta hoja de papel contiene todo el universo”.2

En la literatura vietnamita se dice que el cosmos entero se puede poner en la


punta de un cabello y la luna y el sol se pueden ver en una semilla de mostaza.
Estas imágenes muestran que uno contiene todo, y todo es sólo uno. Sabemos
que la ciencia moderna ha percibido que no sólo materia y energía son uno,
sino que también materia y espacio son uno. No sólo la materia y el espacio
son uno, sino que la materia, el espacio y la mente son uno.

Hoy en día, después de 2500 años, la nueva física está revelando una visión,
desconcertante para el pensamiento occidental, que converge con esta
enseñanza que dio Buda y que constituye el corazón de la filosofía y práctica
del budismo. Fritjof Capra, físico y autor de numerosas obras, señala: “En
esta época de grandes cambios, estamos siendo testigos a la vez que creadores,
de una nueva visión de la realidad en la que nada puede comprenderse
aisladamente, todo está interconectado y es interdependiente. Estamos
pasando de una visión fragmentada y mecanicista a una visión integradora y
holística de la realidad. Si permitimos abrirnos a esta nueva visión, podremos
experimentar que no sólo estamos interconectados por la dependencia de la
bioesfera y el aire que respiramos, sino también por todo aquello que
pensamos y sentimos”.3 Actualmente, para ilustrar esta nueva visión de la
realidad, algunos físicos utilizan la imagen de la red enjoyada de Indra que
Buda transmitió y que está recogida en el Sutra de Avatamsaka. En él se
describe el universo como una vasta red tejida con una incalculable variedad
de gemas fulgurantes, cada una de ellas con un número incalculable de
facetas. Cada gema refleja en sí todas las demás gemas de la red y, de hecho,
es una con todas las demás.

Si deseamos comprender algo, no podemos sólo quedarnos fuera y observarlo.


Tenemos que entrar profundamente en él, ser uno con él, para verdaderamente
comprender. Si queremos comprender a una persona, tenemos que sentir sus
sentimientos, sufrir sus sufrimientos y alegrarnos con sus alegrías.
“Comprender” se forma con las raíces latinas com, que significa “ser uno
con”, y aprehendere, que siginifica “asirlo o tomarlo”. Comprender algo
significa tomarlo y ser uno con él. El verdadero significado de compasión es
sufrir con, implica una proximidad y una relación muy cercana con los demás
seres. El yo se experimenta inseparable de la trama de la vida en la que
estamos tan intrínsecamente interconectados como células de un cuerpo más
grande.

En el camino hacia la paz, en el desarrollo de la compasión, es esencial


reconocer el sufrimiento y su verdadera naturaleza, tanto el propio como el de
los demás. La primera enseñanza de Buda se centró en el reconocimiento de la
realidad del sufrimiento y la manera de superarlo. Si no somos conscientes del
sufrimiento, nunca podremos liberarnos de él, de la misma manera que si no
somos conscientes de que estamos enfermos, nunca podremos vencer la
enfermedad. Se dice que nacer, envejecer, enfermar y morir es sufrimiento.
Además, experimentamos el sufrimiento del cambio, el de separarse de los
seres que amamos, de no tener lo que deseamos, de tener lo que no deseamos,
y el temor de perder lo que finalmente tenemos. Si investigamos, veremos que
todos experimentamos estos tipos de sufrimiento. Según el budismo, el
sufrimiento es parte de la vida y ante todo debemos aceptarlo, integrarlo, y no
tratar de aniquilarlo. Como dice Sylvia Wetzel, maestra de budismo alemana:
“Parece ser que el 95% del sufrimiento lo experimentamos debido al hecho de
no aceptar la realidad del sufrimiento, que conforma el 5% restante”.
Constantemente estamos luchando por evitar el sufrimiento, somos capaces de
crear estrategias sumamente sofisticadas, sentimos miedo y angustia...

Vemos que el sufrimiento es algo común a todos los seres vivos. Pero sólo
reconociendo el propio sufrimiento seremos capaces de comprerder, de
compartir, de sentir el sufrimiento de los demás. Ningún ser, ni tan siquiera el
insecto más pequeño, desea sufrir; por otro lado, todos anhelamos ser felices,
pues si examinamos nuestras vidas seguramente veremos que por detrás de
todo lo que hacemos está la expectativa de felicidad, de bienestar. En este
sentido todos somos iguales. Como dice el gran maestro tibetano de
meditación Bokar Rimpoché: “El origen de la compasión es nuestra capacidad
para ver a los demás como nosotros mismos”.8

Comprender, sentir, el sufrimiento de los demás es la clave para la paz pero


para ello se requiere una base de ecuanimidad. Thich Nhat Hanh, activista
social, además de poeta y maestro de meditación, describe así la experiencia
de jóvenes budistas durante la guerra de Vietnam: “Nos organizábamos para
ayudar a las víctimas de la guerra, a reconstruir los poblados destruidos por las
bombas. Muchos murieron prestando este servicio, no sólo por las bombas y
las balas, sino porque la gente sospechaba que éramos del otro bando.
Podíamos entender el sufrimiento de ambas partes, tratábamos de estar
abiertos a ambos, de ser uno con las dos. Queríamos la reconciliación, no
deseábamos la victoria. Es muy peligroso el trabajo para ayudar a la gente en
estas condiciones y muchos murieron. La gente se identifica por completo con
un bando, con una ideología, pero así es como perdemos nuestra oportunidad
de trabajar por la paz. La reconciliación implica entender a los dos bandos,
acudir a uno para transmitir el sufrimiento del otro, y luego hacer lo mismo
con el segundo bando. Sólo haciendo esto prepararemos el camino para lograr
la paz.”9

Como dice el Dalai Lama, debemos sentir que todos formamos parte de una
misma familia: la humanidad. Desde la base de esta estrecha relación con
todos los seres vivos que conformamos la Tierra, nos habla incansablemente
de la responsabilidad universal que todos sostenemos, pues juntos formamos
un todo estrechamente interrelacionado e interdependiente en el que cada
energía que generamos, cada acción que ejecutamos, sea a través del cuerpo,
la palabra o la mente, inexorablemente afecta al todo.

Montse Castellà Olivé


montsecastella@teleline.es

Notas

1 Cögyam Trungpa. El Camino es la meta. Ediciones Oniro, 1998


2 Thich Nhat Hanh. Ser paz. Neo Person Ediciones, 1999
3 Fritjof Capra. Resurgence nº 151
4 Thich Nhat Hanh. Ser paz. Neo Person Ediciones, 199
5 Ibid
6 Ibid
7 Joanna Macy. Volver a la vida. Desclée de Brouwer, 2003
8 Bokar Rimpoché. La iluminación del budismo. Ediciones B, 1998
9 Thich Nhat Hanh. Ser paz. Neo Person Ediciones, 1999

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