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Críticas de O’Connor al pensamiento de Santo Tomás de Aquino:

defensas.
Filosofía del Derecho

Paulina Digmann Cuadra

J. D. O’Connor pone en el tapete de la discusión filosófica uno de los puntos


más frágiles del pensamiento de Santo Tomás de Aquino y lo exhibe como si en él radicara
toda la debilidad de su aporte, empujándolo al límite del desbarajuste y la incoherencia con
críticas que se pueden resumir en la máxima siguiente: Tomás de Aquino falla en la
explicación de “como se puede mostrar que las reglas morales específicas que necesitamos
para guiar nuestra conducta se conectan con los principios supuestamente evidentes”1

A pesar de su empeño, es posible trazar algunas palabras que vengan en


auxilio de éste aprieto intelectual que amenaza las bases del pensamiento Tomista.

Primeramente, el señor O’Connor olvida un aspecto sumamente importante


en sus críticas, cual es, la permeabilidad del pensamiento de cualquier exponente a la época
en que plantea la forma en que concibe su entorno. Dada la cosmología de Tomás de
Aquino, sumada a la fuerte presencia del dogma cristiano de su tiempo, la forma en que se
plasma su razonamiento es sumamente justificada y, con condescendencia, podría
encontrase respuesta a sus predicamentos.

Entrando en el fondo de la discusión, J. D. O’Connor discute la legitimidad


de entender “el ser” del ser humano ligado necesariamente al deber ser, basándose
principalmente en cuatro elementos que, sucintamente tratados en la obra estudiada,
pueden resumirse en los siguientes: libre albedrío, falta de observación empírica, el
intuicionismo y la real dependencia entre lo que es y lo que debe ser.

En relación con el primer elemento, es relevante destacar la noción de ley


natural en cuanto constituye la participación de los seres racionales en la ley eterna y, a su
turno, la ley eterna no es más que el plan divino orientado por conceptos primarios
preexistentes a Dios. De ello podemos deducir que el libre albedrío, siendo en todo caso
una herramienta de la razón para discernir y elegir entre bien o mal, entre ello o aquello, no
escapa a este plan divino, puesto que la naturaleza del ser humano tiende al bien, y por ello
es indiferente si se da o no independencia de las propiedades que coexistan dentro de si y
entre ellas y los fines que persiguen, puesto que son fines secundarios que tienden a la
realización del ser humano como parte de la ley natural y no suponen la realización de la
ley natural en si. Con todo, si se suprime la idea de divinidad, no se puede sino afirmar que
el ser humano busca bienestar para si y se vale de todos los elementos que le son posibles
para alcanzarlo. Si se parte de la idea que generalmente no se alcanza un bienestar
inflingiendo un mal, no cabe más que dar lugar a la pretensión intelectual Tomista.

La falta de observación empírica por otra parte, si bien parece ser un buen
método para demostrar ciertos aspectos de la naturaleza humana y los fines que pretende
alcanzar, parece no ser del todo útil en ésta tarea dado que el estudio de los fines racionales
suponen una abstracción necesaria y luego, se torna inoficioso valerse de ella puesto que se
corren dos riesgos: a) Tender a la confusión entre procesos sistémicos ajenos a la noción de
razón en el pensamiento Tomista, b) Caer en una errónea percepción del todo basado en
una parte que no sea fiel a la generalidad de las personas.

1
Razón práctica y derecho natural, Joaquín García-Huidobro Correa, pág. 153.
La tercera crítica de O’Connor viene a dar sustento a lo mencionado
anteriormente, al afirmar que el desconocer las inclinaciones personales de cada ser
humano plantea una debilidad en el pensamiento Tomista, cuando en realidad supone una
fortaleza en el sentido siguiente: aún si se suprime la idea de divinidad que empapa el
pensamiento de Tomás de Aquino, el ser humano tiende a identificarse como especie, como
seres que comparten un destino común y un inicio similar, balanceándose entre sus
distintas competencias suponiendo que las fortalezas de unos suplen las debilidades de
otros y eso justifica racionalmente el sentido de sociabilización que predomina no sólo
entre las personas, sino también en la naturaleza toda. Aquino no hace otra cosa que dar
cuenta de los elementos identificables en cada persona, superando los elementos que a la
postre sólo vienen a ser bemoles dentro del comportamiento general.

Es así que, en base a estos tres elementos precariamente analizados,


podemos señalar que el ser humano propende al bien por una inclinación personal, por el
entendimiento racional que posee de su ser, ser que Tomás de Aquino supone en una
relación Teológica, pero que subsiste al prescindirse de dicha figura; La observación
empírica podría resultar inoficiosa para el estudio de la moralidad, dado que los
comportamientos dentro de un grupo social determinado pueden no coincidir (y de hecho
así ocurre) con la moralidad de otros grupos sociales, puesto que para concretar estas
observaciones empíricas es necesario valerse de un método que exige elementos objetivos
que pueden escapar de una realidad eminentemente subjetiva y correlativamente con lo
anterior, el reconocimiento del ser individual conlleva a la identificación del ser humano
con los iguales de su especie, expone sus diferencias y tiende a la socialización y de ello
puede extraerse que, en principio, el comportamiento racional de todo grupo social se
concreta en medidas generalizadas que propendan a un bienestar igualitario, sea por la
bondad, la gracia y la buena intención, sea por la necesidad inminente y natural de
supervivencia.

Entonces, ¿cómo se explica que lo bueno en el sentido de ser buscado lo sea


en el sentido de ser correcto?

Tomás de Aquino plantea la existencia de inclinaciones naturales esenciales


en el ser humano de las cuales deriva una suerte de abanico de normas moralmente
correctas y esto puede entenderse claramente por la misma naturaleza del ser humano, una
criatura de Dios capaz de racionalizar, pero también de llevar a la práctica lo razonado.

O’Connor discute que exista un lazo de irrefutable necesidad entre lo que ha


sido comprendido por Santo Tomás por ser y lo que debe ser, puesto que lo que es y la
percepción de lo que se es, por definición es parte de la esfera de lo autónomo y lo que
debe ser obedece siempre a la esfera de lo heterónomo, superando el querer personal y
poniendo en su lugar un querer trascendente e impersonal. Sin embargo, es en ésta esfera
que el libre albedrío retoma importancia, puesto que toda persona tiene la facultad de elegir
entre lo bueno y lo malo, y lo bueno se identifica con lo propio del la ley natural que a su
turno participa de la ley eterna. Quien tiende a una mala acción no modifica la ley natural,
sino que actúa fuera de ella y puede percibirlo puesto que el ser humano no está dotado
sólo de racionalidad sino de otros elementos que conviven armónicamente con su
capacidad de racionalización, de tal manera que donde falla la razón o, si se prefiere, donde
ha sido débil la razón surgen éstos apoyos de emergencia que juegan el papel de brújula
moral, puesto que la naturaleza del ser humano no se agota en la capacidad de razonar. Si
bien la razón representa un fin en si misma, también es un medio del ser humano para
realizarse física y espiritualmente, lo que justifica que la búsqueda de lo correcto sea
correcto en si, aún cuando en la praxis se termine cometiendo un mal acto como resultado
de la ignorancia inicial puesto que en el fondo, lo moralmente incorrecto sería desconocer
los impulsos que cualquier parte de la estructura natural del ser humano indique la maldad
que puede envolver un determinado acto o peor aún, transgredir volitivamente el orden
establecido.
En definitiva, el ser humano forma parte de la ley natural y al estar
orientado naturalmente hacia el bien, la ejecución de sus actos estará orientada al bien no
sólo racionalmente, puesto que el hombre entendido como cuerpo y alma identifica a la
razón como un elemento constitutivo de relevancia pero carente de exclusividad.

A fin de clarificar, parece válido señalar que aún prescindiendo de la noción


Teológica de Santo Tomás de Aquino, el ser humano en su búsqueda de bienestar se valdrá
de su razón para establecer un comportamiento individual que le permita alcanzar un
estadio de tranquilidad primaria y luego, ante su necesidad inminente de sociabilización
propenderá a ceder ciertos elementos que puedan significarle un bienestar personal en la
búsqueda de un bienestar más general que dé balance a las fortalezas y debilidades
grupales, puesto que la suma de varios bienestares individuales termina en el bien común
de un grupo social, noción que trasciende incluso lo expuesto hace tanto ya por el autor
cristiano-aristotélico.

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