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MILLIET EN ARMONÍA CON DESCARTES O DESCARTES REFORMADO

Respuesta a la Refutación de la Hipótesis de Descartes que publicó el R.P. Claudio


Francisco Milliet de Chales de la Compañía de Jesús y que se encuentra al final del
Tomo primero de su Mundo Matemático, en la que se explican los tres elementos de
Descartes fundamentándolos en un reciente sistema con muchas otras ideas nuevas;
escrita por el P. Juan Magnin de la misma Compañía, oriundo de Hauteville, Friburgo
de Suiza, antes miembro de la Provincia de Alemania Superior, y en la actualidad de la
Provincia de Quito en América, y al presente misionero de Borja en Maynas, a orillas
del Marañón o Río Amazonas, año l744.

Sale ahora, en l747, corregida y aumentada por el mismo Padre, profesor ordinario de
Sagrados Cánones en esta Universidad de San Gregorio de Quito.

A LA REAL ACADEMIA DE CIENCIAS DE PARÍS


MADRE FECUNDA DE INGENIOS: TEATRO DE
SABIDURÍA: INAGOTABLE PIÉLAGO DEL SABER,
DEL QUE NO ES DADO SALIR UNA VEZ QUE UNO
SE HA ADENTRADO EN SU SENO: FUENTE
PURÍSIMA DE LA QUE MANAN TANTOS TESOROS
QUE A MODO DE RÍOS SE ESPARCEN POR LA
TIERRA: AL ÚNICO SOL QUE CON SUS RAYOS
ILUMINA TODO EL ORBE, QUE LO CALIENTA
CON SU ARDOR, LO RESTAURA CON SU PUJANZA
Y LO DIRIGE CON LA FIJEZA DE SU CURSO: EN
UNA PALABRA A LA MISMA SABIDURÍA, CUYAS
ALABANZAS MEJOR SE EXPRESAN CON EL
SILENCIO QUE CON LAS PALABRAS: OFRECE,
CONSAGRA Y DEDICA ESTA MODESTA OBRA,
COMO TRIBUTO QUE LE ES DEBIDO POR
DERECHO,

EL P. JUAN MAGNIN DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS,


MISIONERO DE MAYNAS.

Al noble y muy ilustre Señor Don Carlos María de la Condamine, Caballero de San
Lázaro, Miembro de la Academia Real de Ciencias de París, etc. etc.

Muy ilustre y sapientísimo Señor:

Residía yo en Quito y, engolfado en las abstracciones de la Filosofía escolástica, me


había entregado de lleno a la explicación de Sagrados Cánones, como profesor en esta
Universidad de San Gregorio, cuando hube de comprobar cómo la esperanza ya por mí
acariciada en plena Misión de Maynas, de haceros llegar algo mío en prueba de gratitud,
se me desvanecía y quedaba frustrada por completo. Al enviaros desde mi residencia en
Borja mi Descartes Reformado, a cuya elaboración me llevaran la estima y el afecto que
os guardo, le encomendé en Pará del Brasil al Illmo, y Rvdmo. Sr. Lorenzo de Grotflis,

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Canónigo de aquella Catedral y Vicario General de toda la Diócesis, para que llegase
más seguro a vuestras manos. Cierto estaba de que el Cielo secundaría mis deseos,
llevando esta mi obra desde América por sobre el fuego y el agua, es decir a través de
mares y Tierras y entre el alud incontenible de la guerra que devastaba toda Europa,
hasta ponerlo felizmente sano y salvo en París. ¡Vanas las esperanzas del hombre! No
pocas veces el navío que logró burlar las olas y las tempestades en alta mar naufraga al
tocar el puerto.

Esto ha sucedido también en mi Descartes. Creía que para este año de l747 ya estaríais
Vos tomando algún solaz en vuestros ratos de ocio con la lectura de sus páginas, cuando
me llegó la infausta noticia de la desaparición de mi obra, acaecida en Bayona al ir
navegando río arriba. Lo sentí en verdad y deploré mi desgracia a la medida de su
magnitud. La noticia llegaba de España de parte del Ilustrísimo Señor Don Pedro
Maldonado, altísima gloria y prez de esta ciudad de Quito, vuestro inseparable
compañero en la expedición al Marañón, y amigo mío íntimo como pocos desde antaño,
quien en carta dirigida al P. Carlos Brentano, Provincial de esta Provincia, escribía que
nada habíais sentido más hondamente como la pérdida de esta obra. Y yo me he
impresionado tanto más, al considerar la estima que Vos tenéis de lo mío. Pero no hay
desgracia en este mundo de la que no pueda salir algún bien; tres ventajas he
conseguido a la verdad de este revés de fortuna, prescindiendo de que he podido así
añadir en mi escrito diversos puntos, corregir y mejorar otros: ante todo, en la prontitud
con que os envié en cuanto me fue posible desde tan lejanas Tierras aquel trabajo escrito
con ánimo de complaceros, habéis tenido la prueba del sincero aprecio y amor que os
profeso. En segundo lugar, es para mi motivo de alegría al ver que al informaros de mis
continuos trabajos, se han avivado vuestras esperanzas y fomentáis ardientes deseos de
recibir tanto más gustoso mis nuevas lucubraciones. Por fin este fracaso me presenta la
oportunidad de daros más amplias muestras de mi afecto, ya que voy a emprender de
nuevo la redacción de mi obra y enviaros un nuevo ejemplar de ella, como no puedo
menos de hacerlo, alentado por vuestros anhelos, movido de vuestra benevolencia y
obligado, como estoy, por nuestra común amistad. Trabajo penosísimo a decir verdad, y
que requiere la labor de tres o cuatro meses, mejor diría de más de un año entero; y lo
peor de todo, trabajo que ningún otro podría aquí llevar a cabo, y que, por lo tanto, debo
emprenderlo yo mismo en medio de tantas ocupaciones como pesan sobre mí. Mas,
como sabéis, el amor todo lo vence: voy, pues, a escribir por segunda vez, en atención a
Vos, la obra que por complaceros escribiera anteriormente.

Os envío, pues, mi íntimo amigo, como prenda y sello de mi afecto, este ejemplar de mi
trabajo, escrito otra vez de mano mía. Confío que merecerán vuestra aprobación estas
mis ideas, aunque tengan no poco de raro y original. Siguiendo los pasos del mismo
Descartes, he emprendido su reforma, sin otra ayuda que la de mi propia capacidad: no
he sujetado la mente a regla alguna, sino dando toda libertad a las alas del ingenio, lo he
dejado explayarse sin seguir otro guía que la misma razón. Puede que a algunos les
parezcan ásperas, duras e insólitas las ocurrencias mías; pero en el número de aquellos
ciertamente no seréis Vos, que no estáis hecho a andar por los caminos de los que nos
han precedido en el tiempo, al igual de tantos otros, bien así como borrego que sigue al
que va delante, sino que, abriendo nuevos derroteros, investigáis personalmente la
naturaleza misma: así quisisteis observar con vuestros propios ojos este nuevo mundo,
recorrer con vuestros pasos estas regiones que caen bajo la misma zona tórrida, y habéis

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determinado nuevamente la configuración de la Tierra con vuestras mediciones llevadas
a cabo con toda perfección y exactitud; y finalmente estando ya de regreso a la patria,
habéis logrado trazar, gracias a vuestras observaciones personales, el mapa completo del
Marañón, el mayor con mucho de todos los ríos del mundo, sin los desperfectos y
errores que llenaban los mapas anteriores, no sin hacer honrosa mención de mi nombre
en dicho mapa.

Recibid, pues, este pequeño tributo de gratitud que os envío desde América. El P.
Brentano antes mencionado, y que en la última Congregación Provincial ha sido elegido
Procurador a Roma, me hará el favor de ponerlo en vuestras manos, ya sea enviándolo
por vía segura al Señor Don pedro Maldonado para que de él pueda llegar felizmente
hasta Vos, ya de cualquier otro modo. Favor y beneficio grande será para mí el ver que
Vos y los colegas vuestros le prestéis alguna acogida: y en efecto, siendo tales los
compañeros vuestros, y tal la Academia Real de Ciencias, que no se desdeñan de alentar
y acoger aun al más modesto, ¿por qué no atreverme a esperar esto de ellos también yo,
desde esta Provincia de Quito, en donde vivo, y en donde me fue dado gozar de vuestra
compañía? Más, si se considera que era muy lógico el que, así como de Francia vinieron
acá aquellas lumbreras selectas de la Academia Real para tratar de determinar la
configuración de la Tierra con mediciones fundadas en acuciosa observación, en gesto
correspondiente se enviara desde aquí a la misma Francia alguna contribución de
carácter científico que, con nuevas razones y hallazgos, confirmase los resultados de
aquellas mediciones. Dejo de lado consideraciones de otra índole. Ya que, si cuento con
vuestro favor, no desconfío de tener fácil entrada en la Real Academia de Ciencias, a la
que por vuestro medio he querido dedicar este mi trabajo.

Con esto me despido, rogándoos no olvidéis a quienes seguimos aquí separados de Vos
por tan inmensas distancias.

Quito, América, 12 de septiembre de 1747

Siervo vuestro obsequentísimo y amigo como el que más

Juan Magnin

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AL LECTOR

Te ofrezco en esta obra, lector amigo, la paz. Quienes le han buscado no han dado sino
con la guerra: la paz anhelaban Platón y Aristóteles y sólo hallaron la guerra; la guerra
también Epicuro con sus átomos y Pirro con sus escépticos; todos, todos en aquellos
tiempos hablando de paz se encontraron con la guerra. Y no otra cosa sino la guerra han
encendido en nuestros días quienes pretendían ser llamados amadores de la paz. Y a la
verdad, la paz iban buscando Gassendi, Maignan, Descartes; y el mismo Newton creyó
haber dado con la paz no hace muchos años. ¡Pero menguada paz la que encontraron!
Nació la guerra y crecieron las discordias, y como alud se desbordaron el desorden, los
incendios, la ruina, la espada y la sangre: a tal punto que en la Tierra hay que desesperar
de ver la paz, y contentarse con mirarla de lejos reinar segura sólo en los cielos. Si algún
otro, el mismo Milliet es tal vez quien entre tantos adalides han descollado por la fama
de magnífico luchador, pues cuando los demás no hacen sino pasar el tiempo en
pequeñas escaramuzas, aquel arremete como en singular batalla contra el propio
Descartes, señor de todos, con ánimo de rendirlo o de acabar con él. ¡Y qué valor el
suyo, qué maestría, qué pericia en el manejo de las armas! Clara prueba de ello son los
fines dardos que vemos esparcidos en su Mundo Matemático; y con los que alcanza
hasta las íntimas junturas del alma y el cuerpo. Y Milliet salió victorioso; tanto que
nadie hasta el presente, según tengo entendido, ha osado hacer frente a tan poderoso
campeón; y es que el verlo delante armado siempre de punta en blanco, hace a todos
desconfiar de las propias fuerzas, e infunde temor en unos y en otros un respeto
saludable. En cuanto a mí, ya esto solo bastaba para hacerme desistir de bajar a la arena,
no diré para combatir -¿quién pudiera atreverse a tanto?-, sino aun para concertar la paz,
si esto fuera posible. Pero mayor temor aún me infundía el ver que no florece
precisamente la oliva de la paz en mis huertos, y la conciencia de mi grandísima
incapacidad para tamaña empresa. Con todo, me aventuré en ella por vía de pasatiempo
y para buscar algún alivio al aburrimiento que suponen tantos años de estar bregando
con salvajes; luego decidí darle cima, no sin mis incertidumbres y una notable desgana;
por fin, pudo más el anhelo de ser útil al bien común y el afán de conciliar
amistosamente entre Milliet y Descartes la paz que parecía ya anunciarse. Del seno de la
oscuridad salí con algo nuevo: elaboré otro sistema o, si queremos, reformé el anterior
sistema de Descartes. Con esto me sentí como ceñido de nueva coraza y fortalecido con
armas propias, y juzgué que ya nadie podría tacharme de temerario al verme desafiar a
un adversario tan poderoso como Milliet; tanto más, cuanto que hasta una hormiga
puede hacer mella en un coloso, y un ratoncillo dar que hacer a un elefante.

Acepta, pues, benévolo este trabajo, fruto de los sudores de América, recogido en el
Pongo de Borja, en la tribu de los Maynas, al calor de su tórrida zona. Así ha
fructificado el descanso que se hace indispensable en medio del trabajo diario que
soportamos entre los salvajes de esta celebérrima Misión de la Compañía de Jesús de la
Provincia de Quito; es necesario, en efecto, alternar de cuando en cuando la labor de
catequización y enseñanza de la fe cristiana, con estas pequeñas distracciones, para
evitar que el espíritu, presa del fastidio y la melancolía a que le llevaría el concentrarse
en una sola preocupación, se anule por completo. No he intercalado ilustración alguna
para no agrandar demasiado el volumen del manuscrito; pero es fácil dibujarlas, una vez
examinado el sistema, y aun servirían tal vez las que trae el mismo Descartes.

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Ruégote me disculpes los errores que advirtieres, sin extrañarte en absoluto de que
pueda parecer semisalvaje quien está como yo, rodeado de salvajes. Si estuviera
escribiendo en Europa, o hiciera mi trabajo luego de pensarlo tranquilamente en París o
en cualquier otro sitio del mundo civilizado, no tendría derecho al perdón: pues que no
era decoroso presentarse deshojado y sin flores en campos tan floridos. Aquí estoy en el
último rincón de América, en donde todo se echa de menos, entre semi-hombres o semi-
animales, como son estos indios, que a manera de fieras, tienen sus guaridas en medio
de estas selvas, de muchos de los cuales se puede con razón dudar si hay en ellos más de
animalidad o de racionalidad: pues lo que de aquí saliere, aunque vaya lleno de espinas,
ha de tener visos no sólo de planta bella y florecida sino cargada de sazonados frutos.
Pero, sea de ello lo que fuere, lo presento yo al examen de los doctos, y lo someto de
grado a mis Superiores y al juicio de la Iglesia Romana, y lo encomiendo a tu
benevolencia que merece plena confianza.
Adiós. Borja, América, en el año de l744.

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PROPOSICIONES DE MILLIET CON SUS RESPUESTAS

1ª. ¿Qué se concluye de la noción común: yo pienso, en contra de la filosofía cartesiana?


Resp. El primer principio de todos relacionado como la existencia de las cosas.

2ª. La esencia de la materia no consiste en la extensión tridimensional: anchura,


longitud, profundidad.
Resp. La razón formal del cuerpo en la extensión...

3ª. Descartes no prueba bien el hecho de la dilatación por sola la introducción de una
materia distinta.
Resp. La verdadera causa de la dilatación está en la introducción de una materia
distinta.

4ª. Errores de Descartes sobre el espacio.


Resp. Se afirma la imposibilidad del vacío.

5ª. Errores de Descartes acerca de la definición del movimiento.


Resp. ¿En qué consiste la razón formal del movimiento?

6ª. Cualquier movimiento es imposible según Descartes.


Resp. Algo más acerca de la materia y las formas.

7ª. Son falsas las reglas de movimiento que señala Descartes.


Resp. Se defiende las reglas que señala Descartes sobre el movimiento.

8ª. La fluidez no consiste en el movimiento.


Resp. La fluidez consiste únicamente en el movimiento.

9ª. Obviamente se destruye la suposición de una materia creada, dividida y movida


por Dios.
Resp. Existe la materia sutil.

10ª. Refutación de las razones con que algunos tratan de probar que la liquidez consiste
en el movimiento.
Resp. Se reafirma la liquidez de la materia.

11ª. Puntos objetables en la explicación de Descartes sobre la creación del mundo.


Resp. Efectos de la materia sutil.

12ª. De los cometas.


Resp. De las manchas de los astros.

13ª. Puntos objetables en la doctrina de Descartes sobre los torbellinos (ciclones).


Resp. Se defiende la materia globulosa y los torbellinos (ciclones).

14ª. De las manchas solares.


Resp. Se prueba que existe la materia ramosa.

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Propósito de la obra

Proposición 1ª.
¿Qué se concluye de la noción común: yo pienso, en contra de la filosofía de Descartes?
Respuesta a la Proposición 1ª.
El primer principio con relación a la existencia de las cosas.

Sumario
1. El principio: pienso, luego existo ¿es el primerísimo en relación con la existencia de
las cosas?
2. ¿Qué decir de otras deducciones?
3. ¿Puede inferirse de ellas, al menos mediatamente, la existencia de las cosas?
4. ¿Se sigue del sistema de argüir de Descartes, que un ser creado puede producir algo
sin el concurso de Dios?
5. ¿Qué pensar de las formas sustanciales?
6. ¿Qué pensar de las modales o accidentales?
7. ¿En qué consiste la esencia del alma o espíritu?
8. ¿Qué diferencia hay entre Dios y un hombre siempre pensante?

Proposición 2ª.
La esencia de la materia no consiste en la extensión tridimensional: anchura, longitud,
profundidad.
Respuesta a la proposición 2ª.
La razón formal del cuerpo está en la extensión.

Sumario
1. ¿Se puede decir que carece de prueba la sentencia de Descartes sobre la existencia
de las cosas materiales?
2. ¿Cómo se puede decir que el alma y el espíritu existen en un lugar?
3. ¿En qué consiste la distinción real entre una cosa y otra?
4. ¿Tal vez en la separabilidad, o más bien en una distinción de razón?
5. ¿Qué es la extensión local y el cuerpo?
6. ¿En qué sentido se dice que el cuerpo de Cristo existe en la hostia consagrada?
7. ¿Es el mismo cuerpo que el del cielo?
8. ¿Qué tendríamos si se dijera que cualquier punto de la hostia se extiende hasta
igualar la magnitud del cuerpo de Cristo?
9. ¿Qué, si se dijera que la transubstanciación consiste en esa extensión de los puntos
de la materia?
10. Solución de muchos puntos en relación con la presencia del espíritu, de Dios y del
alma en un lugar.
11. Se explica también la presencia del cuerpo de Cristo en la hostia.
12. ¿Permanecen en el Sacramento los accidentes físicos?
13. ¿Si no permanecen, en qué consiste el milagro?
14. ¿Permanecen al menos de algún modo y en oblicuo?
15. El predicado que se concibe como el primero en una cosa es aquello por lo cual ésta
se distingue de otra por sobre todo otro.

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16. Así tratándose de la quimera el primer predicado es que ella existe y no existe al
mismo tiempo.

Proposición 3ª.
Descartes no prueba bien el hecho de la dilatación por sola la introducción de una
materia distinta.
Respuesta a la proposición 3ª.
La verdadera razón de la dilatación está en la introducción de una materia distinta.

Sumario
1. ¿Qué es la gravedad?
2. ¿Cómo hay que explicar la dilatación y la condensación?
3. ¿Se explica bien la dilatación por pequeños puntos vacíos que se llenan siempre con
alguna materia?
4. ¿Qué hay que decir de la gravedad específica y de la levedad?
5. ¿Por qué los vapores se mantienen en el aire?
6. ¿Cómo se debe explicar la fuerza de la pólvora?
7. ¿A que hay que atribuir principalmente su dilatación?
8. Se explica el asunto considerando el lanzamiento de una piedra.
9. ¿Qué es la continuación del movimiento?
10. ¿Cómo cae una piedra?
11. ¿Cómo deben medirse los grados de velocidad de la caída?
12. ¿Por qué disminuye el movimiento ascendente y crece el descendente?
13. El movimiento circular conlleva una dificultad especial.
14. ¿Cómo se comporta la materia sutil?
15. Se explica igualmente su caída.
16. Una piedra que cae en tierra pierde su movimiento.
17. ¿Cómo se efectúa la comprensión del aire?
18. Las divisiones del agua en sus respectivas superficies.
19. ¿Por qué dentro del agua no sentimos su gravedad?
20. ¿Se debe entonces a alguna otra fuerza el movimiento superior, inferior o colateral
del agua?
21. ¿Por qué un cuerpo muerto sobrenada en el agua?
22. ¿Ejerce la tierra, como los otros elementos, gravedad en un lugar?
23. También el aire tiene sus respectivas superficies, o mejor dicho, cilindros o
columnas.
24. Diferencia entre el aire y el agua en cuanto a su respectiva gravitación.
25. ¿Cómo los cilindros de aire ejercen su gravedad hacia abajo?
26. ¿Cuál es la causa verdadera y formal de su gravitación?

Proposición 4ª.
Errores de Descartes sobre el espacio
Respuesta a la Proposición 4ª.
Se afirma la imposibilidad del vacío.

Sumario
1. Del conocimiento de la esencia de una cosa ¿se infiere legítimamente su existencia?
2. ¿Tiene Dios algún predicado unívoco con las criaturas?

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3. La existencia de una cosa sólo se infiere de una esencia en la cual se concibe que
dicha existencia está contenida, y esto con toda claridad y precisión, como en la
esencia de Dios.
4. En los otros seres no se puede inferir la existencia actual.
5. Del sólo hecho de concebir el espacio como algo extenso ¿se puede inferir su
extensión actual?
6. Se explica el argumento de Descartes sobre el espacio indefinido.
7. No se infiere la extensión indefinida del mundo de su sola idea mental.
8. ¿Es posible el vacío?
9. Esencia y descripción del vacío.
10. Se estudia la distinción de los adversarios sobre el vacío, a saber que en él nada hay
en acto, pero si algo en potencia
11. Dos causas de errores: el concebir a dios como ser creado; y
12. concebir el ente negativo como algo positivo.
13. ¿Cómo se ha de concebir a Dios y a la nada?
14. ¿Se daba el vacío antes de la creación del mundo?
15. Varios términos impropios respecto del lugar.
16. Al hablar de la creación del mundo utilizamos varios términos con falta de
propiedad.
17. Causa de esta falta de propiedad.
18. ¿Comienza el vacío en donde termina el mundo?
19. ¿Cuántas clases de imposibilidad se dan?
20. ¿Existió el mundo desde la eternidad?
21. ¿Pudo Dios producir otro mundo que fuera mayor?
22. ¿Se puede decir que de alguna manera el mundo existe desde la eternidad?
23. Se equiparan el tiempo y la extensión.
24. ¿En qué sentido se dice que el tiempo comenzó en el tiempo?
25. ¿En qué sentido no se puede decir que existe desde la eternidad?

Proposición 5ª.
Errores de Descartes acerca de la definición del movimiento.
Respuesta a la proposición 5ª.
¿En qué consiste la razón formal del movimiento?

Sumario
1. ¿Cómo hay que rebatir a los cartesianos?
2. ¿Se debe señalar una cantidad determinada de movimiento, que no pueda aumentar
ni disminuir?
3. ¿Qué movimientos hay que considerar en el pez y en la nave de un río?
4. El movimiento no es un accidente físico sino una mera relación.
5. Sólo es la sucesiva ubicación de un mismo cuerpo.
6. ¿Se puede decir que un cuerpo inmóvil se mueve?
7. ¿Cómo se ha de entender la cantidad de movimiento que señala Descartes?
8. ¿Se debe admitir en la naturaleza un principio creado que sea el primer principio de
todos?
9. Se establece una determinada cantidad de movimiento.
10. ¿Cuántas clases hay de entes creados?
11. Se rechaza el argumento que da Milliet acerca de la quietud en contra de Descartes.

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12. ¿Es posible una verdadera y final quietud que excluya en absoluto todo
movimiento?
13. Todo cuerpo está en perpetuo movimiento.
14. Se confirma esto con otras razones.
15. ¿Se produce algún movimiento sin que haya existido antes?
16. ¿Cómo movemos nuestro cuerpo?
17. Se explica la visión con el ejemplo del color.
18. Los diversos movimientos que intervienen en esto.
19. Igualmente por medio del movimiento se explican satisfactoriamente otras
sensaciones internas.
20. ¿Cómo movemos nuestros brazos?
21. ¿De qué clase es el principio de estos movimientos?
22. Las operaciones de las almas de los animales.
23. ¿En qué sentido se dice que el movimiento pasa de un cuerpo a otro?
24. ¿En algún sentido se puede decir infinito?
25. Se explica lo que es le caminar.
26. ¿Qué es la traslación de un cuerpo?
27. ¿Se necesita más acción para el movimiento que para la quietud?
28. ¿Cómo en esto la gravedad nos induce al engaño?

Proposición 6ª.
Todo movimiento es imposible según Descartes.
Respuesta a la Proposición 6ª.
Algo más acerca de la materia y las formas.

Sumario
1. ¿Se dan accidentes físicos?
2. ¿Qué son esos accidentes según los cartesianos?
3. Se explica la verdadera esencia de los modos.
4. ¿Qué decir de los diversos entes negativos?
5. ¿Qué de las almas de los animales y de las formas sustanciales?
6. Se exponen las razones a favor de las almas de los animales.
7. Los animales difieren en especie, lo mismo que los otros entes, por las formas
sustanciales.
8. Si así no fuera, habría sólo cuatro especies distintas de entes.
9. ¿Se da un ente intermedio entre la materia y el espíritu es decir un ente material?
10. ¿Tienen las formas sustanciales un grado superior al espíritu?
11. ¿Qué diferencia hay entre los accidentes o modos y la sustancia?
12. ¿Cómo consideran los cartesianos el entendimiento y la voluntad?
13. Se explica la diferencia específica entre los modos y las sustancias.
14. De las ideas de las cosas y del modo de conocerlas.
15. ¿Los modos se distinguen realmente de las cosas modificadas?
16. De la distinción real inadecuada que aquí tiene lugar.
17. Por dicha distinción quedan en pie varios otros puntos.
18. Se continúa en la explicación de la dificultad.
19. Qué lenguaje se ha de usar al hablar de Dios.
20. ¿Qué hay que decir de la duración, la ubicación y la unión?
21. ¿Qué de la acción y la pasión?

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22. ¿Qué diferencia hay entre los modos y las cosas modificadas?
23. Se rechaza la distinción virtual y cualquiera otra, fuera de la formal y la real
inadecuada.
24. Se examina la razón dada por Milliet contra la cantidad determinada de movimiento.
25. Dicha cantidad debe considerarse en general, no en particular.
26. Cómo un cuerpo que se mueve tiene que comunicar su movimiento a otro cuerpo.
27. ¿Cómo se distinguen entre sí las sustancias?
28. ¿Qué decir de las definiciones de los aristotélicos?
29. La raíz de las diferencias específicas de las sustancias son las exigencias internas.
30. Nueva explicación de dichas exigencias.
31. ¿Qué pensar de las exigencias de los animales y los cuerpos mixtos?
32. ¿Cómo se distinguen nuestros pensamientos de los pensamientos de los animales?

Proposición 7ª.
Son falsas las reglas sobre el movimiento dadas por Descartes.
Respuesta a la Proposición 7ª.
Se defienden las reglas sobre el movimiento dadas por Descartes

Sumario
1. ¿Qué movimientos trata de explicar Descartes con sus reglas?
2. ¿Puede un movimiento ser contrario a otro?
3. En el caso del péndulo se muestra que ningún movimiento es contrario a otro.
4. ¿Hay algún elemento intrínseco, en virtud del cual se pueda decir que un
movimiento se opone a otro?
5. ¿En qué difieren los aristotélicos y los cartesianos en cuanto a la producción del
movimiento?
6. ¿Cómo deben moverse los cuerpos si se topan?
7. ¿Cuáles son los errores de los cartesianos y aristotélicos en la terminología?
8. ¿Cuál es el último elemento o principio al que deben reducirse todos los demás?
9. ¿Si éste es el elaterio, cómo hay que entenderlo?
10. ¿Cuando un globo o esfera da contra otro, por qué no retroceden siempre de un
modo igual como establecen las reglas de Descartes?
11. Se explica el hecho en virtud de las columnas de aire.
12. Se exponen las diversas circunstancias de esta desproporción.
13. Se añade una nueva explicación de ello con la audición.
14. ¿Qué es el sonido?
15. ¿Qué es la consonancia o identidad de sonidos?
16. El principio de la ondulación del aire.
17. Ejemplos de varios instrumentos musicales.
18. Estudio del movimiento en los globos o esferas blandos.
19. ¿La determinación del movimiento es una mera relación?
20. Se explica este problema con las partes de materia de la atmósfera.
21. ¿Qué se ha de observar de otras diversas reglas de Descartes?
22. ¿Hay menor resistencia frente a una fuerza menor que a una mayor?
23. No hay razón para rechazar los diversos planteamientos de Descartes.
24. Algo sobre los demás sentidos: olfato, tacto, gusto.
25. ¿Sentimos el dolor en el sitio que se produce o sólo en la cabeza?
26. Se explica lo que es la sensación.

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27. ¿Qué se ha de juzgar de esto en sentido vulgar y en sentido filosófico?
28. ¿Qué es la sensación directa?
29. ¿Cuál es el juicio reflejo que nos formamos en esto?
30. ¿Ya piensa el niño cuando aún está en el vientre de la madre?
31. ¿Qué es la vida en acto primo, y qué en acto segundo?

Proposición 8ª.
La fluidez no consiste en el movimiento.
Respuesta a la Proposición 8ª.
La fluidez consiste sólo en el movimiento.

Sumario
1. ¿La fluidez consiste en la división?
2. La razón formal de la fluidez consiste en la división
3. ¿Cómo se ha de entender el equilibrio entre los elementos divididos y los que están
cohesionados?
4. El movimiento del agua en su lecho es accidental a ella.
5. Le sobreviene de fuera, a saber, de las columnas de aire.
6. ¿Se da flujo y reflujo del agua cuando un tronco se mueve en ella?
7. Se explica la suspensión del tronco en el fluido.
8. ¿Se va hasta el infinito en la división actual de las partes de un fluido?
9. Parece que es así.
10. Sin embargo se debe señalar una cantidad determinada en todas las cosas que
conciernen al infinito.
11. Se explica el curso de los ríos hacia el mar.
12. Corren al mar por el peso de las columnas de aire.
13. ¿Se puede decir que la fluidez es una denominación extrínseca?
14. Objeciones vanas sobre el infinito respecto de la fluidez.
15. Se establece la cantidad cierta y fija del movimiento en la fluidez.
16. Además de la materia sutil que es de máxima fluidez, existen otros fluidos más
densos.
17. ¿En qué consiste la dureza?
18. Dos globos o esferas que se tocan ¿pueden tocarse con una unión todavía más
perfecta?
19. ¿Qué es la unión de los cuerpos?
20. ¿Por qué con una lima pueden romperse tan fácilmente los clavos?
21. Se rechaza la unión del continuo realmente distinta de los extremos.
22. Aun cuando no se pueda hacer eso con sola la mano.
23. En el fluido se considera un doble movimiento: el de rotación de cada partícula
sobre su propio eje, y el de dirección hacia un lado determinado.
24. ¿Qué es la diafanidad o transparencia?
25. Se la explica en el vidrio.
26. Los varios elementos que concurren para producir los poros y la transparencia.
27. ¿Qué es la reflexión de la luz según los matemáticos?
28. ¿En qué consiste, hablando en términos físicos?
29. La difusión de la luz en forma de cono luminoso al pasar de un medio enrarecido a
uno más denso.
30. Se invierte el cono pasando de un medio más denso a uno menos denso.

12
31. La reflexión y la refracción en el arco iris, en los espejos y en otros cristales.
32. ¿Cómo penetra la refracción en los cristales?
33. ¿En qué consisten los colores permanentes o fijos?
34. ¿Se deben explicar como permanentes a modo de transeúntes, o más bien como
transeúntes a modo de permanentes?
35. ¿Cuántos colores señalar principalmente?
36. ¿Cómo opera en esto la materia globular?
37. ¿Qué es la pintura?
38. La visión y la percepción de los colores en el ojo.
39. ¿Cómo surge el objeto invertido en la glándula pineal?
40. ¿Cómo concurren las almas de los animales para la visión?

Proposición 9ª.
Obviamente se destruye por sí la suposición de una materia creada, dividida y movida
por Dios.
Respuesta a la Proposición 9ª.
Existe la materia sutil.

Sumario
1. La materia sutil es el primero de todos los principios y la causa universal de toda la
naturaleza.
2. ¿Cómo debe entenderse la hipótesis de Descartes sobre la primera producción de la
materia?
3. Fue creada de la manera que sabemos por la Escritura.
4. Aunque la hipótesis de Descartes fuera imposible, se la puede estudiar con
provecho.
5. Por lo mismo carecen de valor las objeciones que se le hacen.
6. Más aún, se pueden presentar las mismas objeciones en el presente estado de cosas,
en el supuesto de que no exista el vacío.
7. ¿Puede haber una partícula mínima que ya no pueda dividirse?
8. Se prueba de otra manera que no puede darse una partícula así.
9. Existen varios elementos que se vuelven fluidos con la división.
10. Así, una cosa dura se puede tornar líquida, y una líquida hacerse dura.
11. Sin embargo no todos los elementos se pueden transformar en uno, pues lo impide la
determinada cantidad de movimiento.
12. Se trae a consideración la fuerza elástica del fuelle.
13. ¿Cómo se la debe explicar?
14. ¿Qué es la causalidad de las causas?
15. ¿Cuando se genera algo, se produce verdaderamente una nueva forma?
16. En la corrupción todo vuelve a sus primeros elementos.
17. Las causas se pueden dividir muy bien en seis especies.
18. De la indiferencia de la materia y la forma.
19. Se describen las especies de causas con la comparación del general.
20. ¿Qué es la magnitud y la distancia de los objetos?
21. ¿Qué es el movimiento, qué los eclipses, la proporción, la belleza, el orden, etc.:
meras denominaciones?
22. ¿Qué es la salud y qué la enfermedad?
23. ¿Qué es el vigor y qué la fatiga?

13
24. Se señalan tres clases de espíritus.
25. Doble fatiga: una por defecto, otra por exceso.
26. ¿Qué son la vigilia y el sueño?
27. Explicación de los sueños.
28. ¿Por qué nos deleita la variedad?
29. ¿Qué son el individuo, los universales, los predicamentos, el ente, la sustancia, los
accidentes, los grados metafísicos, etc.?
30. Lo que se dice acerca de ellos son cosas muy dudosas.
31. ¿Qué es el supuesto?
32. El modo es como muchos de los anteriores elementos o realidades mencionadas.
33. Los modos no son pequeñas entidades realmente distintas de las cosas, sino sólo
determinadas relaciones.
34. De la unión física del alma con el cuerpo.
35. Se explica cómo siempre se da una doble unión.
36. ¿Cómo de la unión sustancial resulta un unum per se?
37. La unión, como los demás modos se distingue de sus extremos sólo realmente pero
inadecuadamente.
38. Los modos son verdaderos entes modales.

Proposición 10ª.
Refutación de las razones con que algunos tratan de probar que la liquidez consiste en el
movimiento.
Respuesta a la Proposición 10ª.
Se reafirma la liquidez de la materia.

Sumario
1. Todos los fenómenos se explican mejor en la doctrina seguida por los cartesianos.
2. Cosas que deben reprobarse en la enseñanza de los aristotélicos, de los atomistas y
de los cartesianos.
3. El movimiento, los poros, la contextura de los cuerpos, etc., no pueden conservarse
sin algún principio interno.
4. ¿Qué es la quietud? Se señalan dos especies de quietud.
5. ¿Existe una quietud que no se oponga al movimiento?
6. De la quietud en sentido vulgar y en sentido filosófico
7. Diversas transformaciones de la materia sutil.
8. Un ejemplo en el que se explican varios puntos en virtud de la materia sutil, y en
primer lugar la congelación del agua.
9. Luego la disolución del azúcar.
10. La fermentación del mosto.
11. ¿Qué son los ácidos y los alcaloides?
12. La corrosión de los cuerpos duros.
13. ¿Qué es la calcinación?
14. El yeso más bien se endurece cuando se le echa agua.
15. ¿Qué es la cristalización?
16. Todos estos puntos se explican por la materia sutil.
17. ¿Cómo se realiza la destilación de los líquidos?
18. ¿Qué es la precipitación?
19. El oro y muchos otros elementos se pueden dividir en partes muy pequeñas.

14
20. Como ejemplos se aducen varios hechos curiosos de la provincia de los Maynas, y
en primer lugar el veneno.
21. ¿En qué consiste su fuerza?
22. ¿Cómo opera el barbasco?
23. ¿Cómo operan la campanilla y la curupa?
24. Se explican las visiones que producen estas plantas.
25. ¿Cuán laudable es la bebida del chocolate?
26. ¿Cuál es la fuerza de la zarza y de la cascarilla o quinina?
27. Debe afectar principalmente los espíritus de nuestro cuerpo.
28. Sin embargo opera según la disposición de cada sujeto.
29. ¿Qué decir de los médicos o mejor dicho los prestidigitadores de los Maynas?
30. Los olores, las características de los fetos, la fuerza del pez torpedo, de la llamada
yerba púdica, de la yacumana, de las varas de los adivinos, del imán, etc. se
atribuyen acertadamente a los espíritus y a los efluvios.

Proposición 11ª.
Puntos objetables en la explicación de Descartes sobre la creación del mundo.
Respuesta a la Proposición 11ª.
Efectos de la materia sutil.

Sumario
1. Milliet ataca con demasiada rigidez la hipótesis de Descartes.
2. Hay muchas cosas que aunque sean distintas entre sí, sirven para explicar algo.
3. Más aún nosotros mismos nos engañamos en muchas cosas, incluso en las
sobrenaturales y que pertenecen a Dios.
4. Ignoramos muchas cosas acerca de Dios, si bien para conocerlo se ensayan diversos
caminos en la Teología.
5. Todos ellos, tratándose del conocimiento de Dios, tienen el valor de signos
escogidos a voluntad.
6. ¿Qué se puede establecer acerca de Dios y de la Trinidad como más verdadero?
7. De la diversidad de relaciones.
8. Se explican en virtud de los modos.
9. En Dios no existen pasiones como en nosotros.
10. ¿En qué consisten los decretos de Dios?
11. Refutación de varias sentencias teológicas sobre otras materias.
12. ¿Qué es entonces la esencia divina, la libertad de la criatura, el pecado, qué son los
auxilios, la gracia?
13. Algo sobre la penitencia, la gravedad del pecado, la criatura rebelde, la revelación
de la propia condenación.
14. ¿Podemos merecer algo al menos accidental en el estado de término?
15. ¿Pueden pecar los ángeles?
16. ¿Lo pudo Cristo? Y cómo se compagina su mérito con la muerte.
17. De la libertad de indiferencia.
18. ¿Es ella una perfección de nuestra libertad o más bien una imperfección?
19. ¿Cómo se acomoda la gracia con la naturaleza?
20. ¿Qué es y en qué consiste la gracia eficaz?
21. Se explica su coherencia con nuestra libertad.
22. Aunque la hipótesis de Descartes fuera imposible, no habría que desdeñarla.

15
23. Quedando en pie sus leyes, si se destruyera este mundo, volvería a surgir tal como
es ahora.
24. Se explica en qué sentido se conserva la identidad de movimiento v.gr. cuando se
encuentran dos esferas blandas.
25. Se explica el mismo punto aplicándolo a dos esferas de hierro.
26. Se establecen tres especies de movimiento en general.
27. De la hipótesis de Descartes se infiere que hay también otras clases de movimiento:
en primer lugar el de las partículas sobre su propio centro en la materia globular;
28. En segundo lugar, el movimiento en todas direcciones en la materia ramosa y
finalmente el movimiento circular en la materia sutil.
29. Con este movimiento circular se mueve continuamente dicha materia de oriente a
occidente.
30. ¿Está dicha materia dotada de poros y de elasticidad?
31. Cómo la materia ramosa tiende más bien al reposo que al movimiento.
32. Origen y principio de los remolinos
33. El orden y distribución de las partes en los remolinos.
34. ¿Cuáles son las clases de movimientos propios de los torbellinos?
35. ¿Qué es el movimiento de expulsión o eyaculación y varios otros?
36. Se demuestra con el ejemplo del reloj que se pueden dar al mismo tiempo todos
estos movimientos.
37. El movimiento del péndulo es distinto del movimiento del torbellino.
38. Se explica el movimiento del péndulo.
39. Se demuestra lo mismo con el ejemplo del plano inclinado.
40. Las causas de este movimiento son las columnas de aire.
41. No bastan las causas externas para producir los movimientos, sino que además
deben existir formas sustanciales.
42. La potencia extraordinaria de Dios ¿es distinta de la ordinaria?
43. Sobre la violencia.
44. No puede uno sufrir violencia sin causarla al mismo tiempo.
45. Sobre la formación del sol.
46. La semejanza con la Tierra más bien confirma su formación a partir de un torbellino
central del sol.
47. Puesto que la formación de la Tierra no puede explicarse a partir de su superficie
sino del centro de ella.
48. Si se explicara a partir de su superficie, la formación del Sol se explicaría también a
partir de sus manchas.
49. En cambio admitiendo un torbellino central en el Sol se pueden explicar fácilmente
una serie de fenómenos.

Proposición 12ª.
Sobre los cometas.
Respuesta a la Proposición 12ª.
Sobre las manchas de los astros.

Sumario
1. ¿Cómo están dispuestas las partes de los astros dentro de sus torbellinos centrales?
2. A propósito de esto se explica la aparente contradicción de los filósofos (de
Descartes).

16
3. Se da una mayor explicación por la semejanza con los remolinos de los ríos.
4. A la luz de estos principios se examina en particular el torbellino del sol.
5. ¿Qué decir de la opinión de Descartes sobre el movimiento de la Tierra?
6. Su manera de hablar acerca de dicho movimiento no es algo meramente accidental.
7. No va en absoluto contra la Sagrada Escritura.
8. Se ha visto en esta época que las diversas opiniones de los antiguos se apartan de la
verdad.
9. Se aducen algunas razones a favor del filósofo (Descartes).
10. Se explica la opinión que destaca el movimiento tan rápido de las estrellas y del
infinito.
11. Se admite, al menos como hipótesis, su sistema.
12. En cuanto a los cometas, no es imposible su proyección de un torbellino a otro.
13. ¿Cómo se produce y continúa dicha proyección?
14. ¿Puede un cometa así proyectado llegar hasta nuestro torbellino?
15. Es falso que según la idea de Descartes todos los planetas deban proyectarse hacia la
circunferencia del torbellino del sol.
16. No se puede comparar los cometas con los planetas aislándolos de sus respectivos
torbellinos.
17. ¿Qué más hay que decir sobre la barba, cabellos y cola de los cometas?
18. ¿Por qué parecen unas veces más lentos y otras más veloces?
19. ¿Por qué se mueven con más lentitud al comienzo y al final de su aparición?
20. ¿Por qué ningún cometa llega a formar un semicírculo?
21. Una nueva hipótesis sobre la formación de la Tierra.
22. El rompimiento de su globo en virtud del impulso hacia otro, y cómo esto ha dado
lugar a los seis elementos de los cuerpos terrestres.
23. Se ve la razón de esa división senaria en la confección del paño de un tejedor.
24. De aquel rompimiento surgiría el mismo mundo que ahora existe.
25. Todas las cosas vuelven a agruparse en su respectivo lugar.
26. Causas que origina los montes y los valles, la división de las aguas, la composición
del aire, la abundancia de sal, del fuego, del imán, etc.
27. Se explica la naturaleza de los vientos.
28. El viento general de la zona tórrida en dirección de oriente a occidente se atribuye al
movimiento de la Tierra que va de occidente a oriente.
29. Sobre los vientos peculiares.
30. ¿Se da también en el mar un flujo de oriente a occidente?
31. El trueno y el rayo.
32. ¿Cómo se elevan por el aire las exhalaciones o gases?
33. ¿Cómo nace de ellas el rayo?
34. Su explosión y sus destrucciones.
35. ¿Las lluvias y los vapores nacen del frío o más bien del calor?
36. ¿Cómo se produce la nieve y el granizo?
37. ¿Se agrandan las gotas de agua al caer?
38. ¿Cómo se congela el agua con el movimiento del vaso puesto sobre la nieve?
39. ¿Por qué la nieve tiene forma de estrella o hexagonal?
40. ¿Cómo el agua de las fuentes llega a la cima de los montes?
41. La causa de ello estriba en el sifón curvo.
42. A esto se añade el elaterio y la agitación de la materia sutil en el centro de la Tierra.

17
43. En virtud de esta agitación salen con mucha abundancia a nuestro aire los vapores y
exhalaciones, aire que es el principal alimento de los seres vivientes.
44. ¿Qué son los terremotos y cómo se explican?
45. ¿Se pueden atribuir a los vientos subterráneos?
46. ¿O más bien a una materia semejante al oro explosivo que se acumularía en las
entrañas de los montes?
47. Se prende esa materia y produce un sacudimiento general.
48. La causa de los volcanes.
49. Los fuegos fatuos, la aurora boreal, las estrellas fugaces, los insectos que despiden
luz en la noche, los ojos de los gatos, las maderas pútridas, los fósforos, etc.

Proposición 13ª.
Puntos objetables en la doctrina de Descartes sobre los remolinos.
Respuesta a la Proposición 13ª.
Se defiende la existencia de la materia globular y de los remolinos.

Sumario
1. ¿Hay una justa explicación de este fluido prescindiendo de los remolinos?
2. Hay que adoptar el sistema que promete mejores esperanzas.
3. Los remolinos de los planetas flotan en el remolino del sol; no así los de las
estrellas.
4. ¿Cómo se ha de entender según Descartes que los glóbulos en los remolinos se
desplazan del centro a la circunferencia por vía directa, siendo así que más bien lo
hacen por la tangente?
5. Se explica el doble movimiento de los remolinos: uno circular y otro espiral.
6. Se da también otro movimiento por la vía perpendicular.
7. ¿Cómo se ubican y conectan entre sí los remolinos: como una rueda junto a otra, o
en una forma distinta?
8. ¿Posee la materia sutil un movimiento de circulación general de un remolino a otro?
9. ¿Cómo se comportan los glóbulos frente a todos los movimientos que reciben?
10. La formación de los remolinos, sobre todo el remolino de la Tierra.
11. ¿Cuál es la figura de la Tierra: circular, elíptica o de piedra molar?
12. Su figura es como la de una manzana o de una piedra de molino.
13. Razones que prueban este aserto.
14. El movimiento de la Tierra en medio del remolino del Sol.
15. Su remolino se mueve por una elipse que cambia continuamente.
16. El remolino del sol se mueve de oriente a occidente, y el de la Tierra de occidente a
oriente.
17. ¿Cuáles son los movimientos que hacen el día y el año?
18. Análisis más detenido de la figura de piedras de molino.
19. Se explica lo qué son los flancos.
20. Distinto modo de identificar las zonas del globo terráqueo.
21. La razón de ello, por la figura de la Tierra.
22. ¿Se puede decir que el eje de la Tierra es paralelo al del sol, o se desvía de él
algunos grados?
23. Ulterior explicación de este movimiento de balanceo.
24. Va por el ecuador hasta le polo opuesto.

18
25. De acuerdo con este sistema se explican varios hechos, en primer lugar la
declinación de la eclíptica.
26. Luego la precesión de los equinoccios.
27. La inclinación de todos los planetas.
28. Cómo influye en esto su figura y su magnitud.
29. ¿Cómo es el movimiento diurno y anual de un planeta?
30. Además del movimiento de balanceo de los ejes en los planetas, hay que admitir
otro en dirección a los dos polos.
31. Se explica el ángulo oriental de la eclíptica.
32. Razones para probar el movimiento de balanceo de los ejes.
33. ¿Cuándo se hace más notorio?
34. De acuerdo con este mismo sistema se explican otros hechos, y en primer lugar en
qué consiste la diversidad de los años.
35. La órbita de la Tierra alrededor del sol se vuelve muy irregular por causa de la
compresión de los remolinos exteriores, y además es excéntrica al sol.
36. La diversidad de los años, meses y días proviene de la mayor o menor agitación de
la materia central del sol o de la Tierra.
37. ¿De dónde provienen aquellos cambios centrales?
38. ¿Por qué sentimos más calor cuando la Tierra está más lejos del sol que cuando está
más cerca?
39. ¿Por qué el calor no se propaga uniformemente como la luz?
40. El calor no se ha de medir por la cercanía al sol, sino por el movimiento especial y
por la agitación de la materia de su remolino.
41. La materia central del sol se agita menos en el invierno y más en el verano.
42. A todo esto puede ayudar también algo el movimiento especial de balanceo de los
ejes.
43. Hay que admitir además el paralelismo aparente para explicar muchos fenómenos
del firmamento.
44. Causa del cambio de excentricidad y del avance del apogeo hacia adelante.
45. ¿Cómo concurre a ello la materia central del sol?
46. Causa de la diversidad del tiempo medio y del aparente.
47. Se atribuye a la diversa gravitación de los remolinos exteriores sobre nuestro
remolino solar.
48. ¿Cómo tiene lugar el movimiento de las estrellas hacia adelante?
49. Causa de dicho movimiento es el impulso del remolino del sol sobre los remolinos
exteriores.

Proposición 14ª.
Las manchas solares.
Respuesta a la Proposición 14ª.
Se prueba la existencia de la materia ramosa.

Sumario
1. ¿Qué lugar debe ocupar entre los elementos la materia ramosa?
2. ¿De qué figura es la mayor parte de las partículas de la materia ramosa?
3. ¿Cómo se forman las manchas de las estrellas?
4. ¿Cómo se forman las partículas estriadas en las concavidades internas de los polos?

19
5. Se prueba la existencia de dicha materia aunque imperceptible y que se mueve de un
polo al otro.
6. Ella es causa de varios efectos, sobre todo del magnetismo.
7. El primer elemento no es tan líquido que no contenga muchas partículas del tercero.
8. Sin embargo no son de tal naturaleza que una sola pueda llenar el espacio triangular
que hay entre los glóbulos del segundo elemento.
9. Siempre se encuentra mayor abundancia de estrías en torno a los polos, en donde se
condensan más fácilmente las manchas.
10. Las partículas que circulan yendo de un polo al otro, ¿cambian su movimiento
circular en recto?
11. ¿Cómo pueden ser producidas las estrías por los movimientos?
12. ¿En qué sentido pueden ser considerados como uno solo los tres elementos
cartesianos?
13. ¿Cómo se originan las manchas?
14. ¿Cómo son absorbidas de nuevo por el sol?
15. ¿Qué decir de los colores de las manchas y de las llamas?
16. Los dos principios, la forma aristotélica y la materia cartesiana como coronamiento
de la obra.
17. Así como se requiere la materia para el movimiento, así también la forma para el
reposo.
18. Fueron puntos de amplio alcance y de mucho mérito los que el P. Milliet esgrimió
en contra de Descartes.
19. En la creación del mundo se destacan los tres elementos de Descartes.
20. De su perfecta intelección fluyen las demás consecuencias.
21. En todo interviene el movimiento.
22. En todo también interviene el reposo.
23. Se analizan diversos ejemplos o prototipos, en primer lugar la luna.
24. ¿Cuál es su cuerpo constitutivo?
25. Su ubicación y su movimiento en torno a la Tierra.
26. Ulterior explicación de su movimiento alrededor de la eclíptica.
27. ¿Por qué se da en la luna el movimiento de balanceo en dirección a los polos y por
qué retroceden sus nodos?
28. Si todas las cosas fueran uniformes, sería mucho mejor.
29. ¿Marcha la luna más rápido en las sicigias que en las cuadraturas?
30. Hay quienes afirman lo contrario; ¿cómo se entiende?
31. Nos resulta muy visible el movimiento irregular de la luna; no así el de los demás
planetas.
32. La refracción horizontal aumenta dicha irregularidad.
33. ¿Cómo determinar la elipse en la que se mueve la luna?
34. De la aguja magnética.
35. Sus diversos servicios y utilidad.
36. Se explica correctamente por el flujo de la materia estriada de un polo al otro.
37. Así se comprende bien su inclinación y declinación.
38. Ulterior explicación de su declinación.
39. ¿Cómo puede aumentar y disminuir en el mismo sitio?
40. ¿Por qué atraen sólo el hierro y el acero y no otros cuerpos?
41. El flujo y reflujo del mar.
42. Su causa es la materia que fluyen entre la Tierra y la Luna

20
43. Qué decir de la opinión de Descartes que afirma que cuando la Luna está en el
meridiano se producen la depresión del mar, lo cual es falso.
44. Se defiende el pensamiento de Descartes.
45. Se explica esto con el meridiano de Quito.
46. La intumescencia se produce no porque el agua suba por las orillas, sino porque
éstas bajan hacia el agua.
47. La materia que fluye es lo mismo que el viento general que sopla de oriente a
occidente.
48. En esto no hay ninguna dificultad ni por parte del occidente ni por parte del oriente.
49. En esto pueden provocar ciertas irregularidades algunas causas de carácter
particular.
50. Muchas causas provienen incluso del cielo.
51. El curso de los planetas.
52. Desde el punto de vista de la física, no hay que fiarse mucho de los matemáticos.
53. La irregularidad del remolino del sol, causa de la irregularidad en el movimiento de
los planetas.
54. Esto se explica con la comparación de una nave que los vientos contrarios arrastran
hacia alguna ensenada.
55. También con la comparación del Pongo de Borja en las Misiones de Maynas.
56. Con el ejemplo de Marte se explica cómo los planetas en su curso pueden ser rectos,
estacionarios, retrógrados, estacionarios y nuevamente rectos.
57. ¿Qué se entiende físicamente por epiciclos?
58. ¿Cómo se mueven los planetas ya hacia delante ya hacia atrás?
59. La causa de este hecho es el movimiento espiral del remolino del sol
60. La diferencia entre los planetas superiores e inferiores.
61. Esto no obsta para que su apogeo pueda moverse también hacia delante.
62. Hay que seguir a la razón y a la experiencia.
63. De estos principios generales hay que bajar a lo particular.

FIN

TODO A MAYOR GLORIA DE DIOS

Espero Que el Censor sea indulgente con mis errores,


supliendo aquello que haga falta y quitando lo que
esté de sobra: he tenido tan poco tiempo a mi disposición
que no he podido releer ni siquiera una página de lo
escrito.

Adiós. Y rogad por mí.

21
RESPUESTA A LA REFUTACIÓN DE LA HIPÓTESIS DE DESCARTES, QUE
PUBLICÓ EL R. P. CLAUDIO FRANCISCO MILLIET DE CHALES DE LA
COMPAÑÍA DE JESÚS, Y QUE SE ENCUENTRA AL FINAL DEL TOMO
PRIMERO DE SU MUNDO MATEMÁTICO.

No me doy aquí de filósofo ya sea atomístico, peripatético o experimental; ni


pretendo tomar partido a favor de ninguna escuela, como la artesiana, la de Aristóteles,
la de Newton, o de cualesquiera otros: el tiempo dirá por cuál de estos filósofos me
inclino, y si en mi audacia he podido aportar algo nuevo. En el presente tratado mi
empeño será solamente hacer ver que incluso un hombre de tan notables prendas como
es Milliet de Chales ha impugnado a Descartes antes de haber penetrado su mente y sus
concepciones en sumo grado abstrusas y recónditas. Influye tanto el seguir siempre la
misma orientación de los estudios iniciales y de los prejuicios adquiridos en los
primeros años. Expondré, pues, brevemente y me limitaré a señalar lo que se irá
ofreciendo a propósito de cada una de las proposiciones de su refutación,
enfrentándome con algo ciertamente modesto al gran vigor de sus razonamientos y
dando a cada una de sus proposiciones su respectiva respuesta con toda consideración y
miramiento. Juzgo que esto ha de agradar mucho tanto a Milliet como a Descartes. Y
vengamos ya a la primera proposición:

I- Respuesta a la proposición 1ª. El primer principio en relación con la existencia


de las cosas

1. Respondo concediendo de buen grado lo que Milliet asegura, a saber, que del
antecedente pienso no solamente se deduce la conclusión: luego existo, sino también
muchas otras, v. gr. yo puedo tener este pensamiento específico; mientras me plazca yo
pensaré eso; yo soy quien produce este pensamiento mío, y no me viene impuesto por
otra persona, etc. Pero niego que ello vaya en contra de Descartes; porque en ninguna
parte él afirma eso, y más bien hace varias otras deducciones, v. gr.: pienso: luego soy
consciente de que estoy pensando; me parece que miro, que pienso, que dudo, que
sueño, etc., como a cada paso se puede leer en sus obras. Lo que afirma aquí el ilustre
filósofo, y parece que Milliet entendió en otro sentido, es que la existencia actual de las
cosas se prueba en virtud de aquel antecedente: pienso; y que no hay otro principio más
inmediato para llegar a esta conclusión; puesto que dicho consecuente, a saber, la
existencia actual se relaciona con el antecedente, de tal manera que se hace necesario
suponer que dicho antecedente lo ha precedido, puesto que, como es sabido, primero es
existir y luego operar; y es imposible que yo piense de hecho ahora sin antes existir: si
así no fuera, yo pensaría y no pensaría. Por tanto el filósofo basándose en el operar para
deducir el existir: de la posición o afirmación de una cosa a su necesario presupuesto: de
la acción de la causa a su actual existencia, conforme al principio: nada se hace de la
nada; argumentación legítima admitida por todos.

2. No sucede así con otras deducciones, en que se va del acto a sola la potencia,
o del género a las especies; deducciones que, si bien son legítimas, no valen para
deducir inmediatamente otro elemento material, a saber, la existencia de las causas. En
efecto, si de la afirmación: yo pienso, deduzco legítimamente que yo como causa

22
eficiente produzco mi pensamiento, que libremente persisto en ese pensamiento, que no
estoy forzado por nadie, etc., también de la afirmación: yo pienso en general, deduciré
legítimamente que yo puedo pensar en concreto esto o aquello específicamente, que yo
puedo producir este pensamiento en vez de otro, etc. Pero todas estas deducciones
suponen otra realidad más remota, a saber, aquel primer principio: que yo soy, que yo
existo; porque primero es el existir y luego el operar, y tiene que existir la causa antes
de que pueda concebirse como algo que puede producir de hecho y actualmente todas
esas realidades. Sin duda aquellos efectos están señalando inmediatamente cómo su
antecedente a su causa formal, es decir, a aquella fuerza y potencia a la que deben su
existencia; pero nada más, y prescinden por tanto enteramente de otras realidades más
remotas. En esto por lo tanto, no llegan formalmente a probar la existencia de sus
causas, sino solamente a la potencia de las mismas; porque una cosa es la existencia y
otra la potencia; y podría existir una causa sin producir dichos efectos; y la existencia se
refiere aquí al elemento material.

3. No obstante, si en fuerza de aquellas deducciones, se llega a inferir


legítimamente también la existencia actual de una cosa, esto se haría sólo mediatamente
y por otra vía: a saber, en virtud de aquel principio: primero es el existir y luego el
operar. Por consiguiente, si pienso, infiero legítimamente que yo produzco mi
pensamiento; si pienso en general, deduzco legítimamente que yo puedo pensar
específicamente; pero esto es algo consecuente tan sólo respecto de mi potencia; es
decir, en efecto posible respecto de la acción no imposible de su causa. Pero nada se
concluye inmediatamente acerca de mi propia existencia, de la cual se prescinde. Por lo
tanto, del acto sólo se infiere inmediatamente sólo la potencia, y de la especie se infiere
inmediatamente el género, como algo anterior. En cambio de la potencia y del género
¿qué otra cosa puede inferirse inmediatamente como anterior a ellos si no es la
existencia de la causa? Y es que primero debo existir para luego poder pensar; así como
primero debo poder pensar en general para luego poder pensar en algo específico. En
consecuencia y volviendo a lo dicho, estas deducciones de que hemos hablado, infieren
inmediatamente como potencia o género, aquel antecedente: yo pienso; a su vez este
antecedente infiere inmediatamente mi existencia: luego existo; y por lo mismo, las
demás deducciones infieren mi existencia sólo mediatamente. Con esto queda clara la
distinta naturaleza de aquellas deducciones, y está fuera de duda que no se puede
encontrar otro principio más inmediato para inferir la actual existencia de las cosas que
aquel antecedente: pienso, luego existo.

4. Además, no está en lo justo Milliet al inferir que de esta forma de


argumentar de Descartes se sigue que un ente creado puede producir algo que no existía,
prescindiendo de Dios, a saber, el pensamiento que según este filósofo (como dice), es
algo que pertenece a nuestra naturaleza, sin que en él esté comprendida la extensión, la
figura o el movimiento del cuerpo. Descartes en efecto procede en su argumentación
partiendo de lo conocido para llegar a lo desconocido; de aquello que es patente a lo que
no lo es; en otras palabras, de la existencia de mi pensamiento, que yo no puedo negar
aunque lo quisiera, a la existencia de algo, a saber, de mí mismo, o de mi mente, ya que
es más claro que la luz del día que debe existir una causa si es que existe un efecto
formal de ella; y nadie puede reprochar este modo de argüir. Pero esto no es todo para

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Descartes, como parece haber entendido Milliet, y como si mi existencia no proviniese
de otra causa: sólo prescinde por ahora de este punto, dejándolo para cuando sea el
momento de inferir que ella sólo puede venir de Dios, cosa que más adelante lo
demuestra impecablemente. Asimismo, no es justo atacar a Descartes sacando la
conclusión de que el pensamiento por sí sólo, prescindiendo de la extensión del cuerpo,
constituye nuestra naturaleza; porque no es eso lo que trata de decir el filósofo, ni se ha
propuesto todavía descubrir de qué elementos y de cuántos está constituida nuestra
naturaleza: prescinde por ahora de este punto que lo examinará en su lugar. Lo que dice
aquí es que yo en este pensamiento mío, que estoy seguro de que tengo, hasta el punto
de no poder dudar de ello, aunque niegue todo lo demás, no capto nada respecto de la
extensión, la figura, el movimiento y las demás propiedades del cuerpo, cosa que nadie
puede ciertamente poner en duda; y se limita a esta pura consideración. Esta es la única
deducción que hace Descartes. Esto no quiere decir que luego, si con el transcurso del
tiempo enseñara la razón que debe admitirse algún otro elemento en la constitución de
nuestra naturaleza, no lo admitiría, pues vemos que más adelante así lo hizo en efecto
estableciendo con lujo de argumentos que el cuerpo también pertenece a la esencia de
nuestra naturaleza.

5. El último punto que se aduce refiriéndose al sujeto y a la forma, y en el que


se da a entender que según los principios de Descartes existen las formas sustanciales, a
pesar de que los cartesianos eliminan toda forma como si fuera algo intolerable,
tampoco es verdad tomando las cosas con absoluto rigor. Efectivamente, si bien
Descartes elimina las formas sustanciales, no niega todas las formas
indiscriminadamente, toda vez que admite el alma racional. En cuanto a los animales, si
bien niega la existencia de la forma, su afirmación a lo más se puede calificar de
probable. Y si por acaso se admitieran dichas formas de un modo general en todos los
seres, como lo hace la doctrina contraria, no sólo no se debilitaría el sistema de
Descartes sino más bien se explicaría mejor. Y la razón de esto sería la siguiente: las
formas sustanciales, consideradas sólo en sí mismas y separadamente de los medios con
los que operan, no se puede decir que sean actualmente activas; porque todo aquello que
opera, lo hace por medio de órganos, y ninguna potencia se reduce al acto si no es
mediante algún otro elemento que no estaba en la potencia. De modo que, así como el
alma racional en el cuerpo, aunque es espiritual y aunque su esencia consiste
formalmente en algún pensamiento, en cuanto relacionada con el cuerpo y en cuanto
que produce sus sensaciones, como se las llama, necesariamente incluye en sí cantidad
de órganos materiales, potencias, sentidos, espíritus animales, movimientos, especies y
mil cosas más que tenemos, sin las cuales no puede operar; del mismo modo aquellas
formas incluirían parecidos elementos. Por tanto, aunque en todos los seres existieran
formas sustanciales, sin embargo sus modos de operar materiales podrían o deberían
explicarse de acuerdo con el sistema de Descartes. Pero de todo esto trataremos después
más a fondo, cuando consideremos qué hay que establecer en definitiva en esta materia.

6. Por lo demás este filósofo admite muchísimas otras formas, pero formas
modales como él las denomina, y sostiene que ellas informan nuestro cuerpo y nuestra
mente, como lo hacen los modos. Dice por ejemplo que la figura y el pensamiento son
modos, aquélla de nuestros cuerpos, y éste de nuestra mente, y que informan sus

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respectivos sujetos, puesto que la figura no puede existir sin el cuerpo ni el pensamiento
sin la mente, mientras que el cuerpo puede muy bien existir sin al figura y la mente sin
el pensamiento, en lo cual consiste precisamente la razón formal del modo. En cambio
los cartesianos rechazan de plano las formas accidentales, o los que se llaman accidentes
físicos, como son la cantidad, el calor, el frío, el color, el sonido, la gravedad, la especie,
etc.; más aún, creen que es cosa demostrada que no existen algunos de esos accidentes.
No dicen sin embargo que ellos sean pura nada, sino que los ponen en la categoría de
modos de las sustancias. Y así nuestra mente, según Descartes, puede estar influida, ser
modificada, configurada espiritualmente en diversas formas por nuestros pensamientos,
del mismo modo como, guardando la proporción, se ve que acontece materialmente en
nuestro cuerpo en virtud de los modos, es decir, de la figura, el movimiento, el color, el
calor, etc. De modo que, así como estas entidades que serían las formas y modos
materiales, informan, modifican, impresionan, configuran y determinan materialmente
al cuerpo, así los pensamientos, en cuanto formas y modos espirituales hacen lo mismo
espiritualmente con nuestro entendimiento. En consecuencia, los argumentos que
Milliet cree que pueden esgrimirse contra Descartes, no tendrán la menor fuerza, toda
vez que lo que sostiene Descartes es que estas formas del pensamiento son tan sólo
modales y no sustanciales.

7. Por el momento nos basta con dejar probado que la esencia del alma o del
espíritu consiste solamente en el pensamiento, así como en seguida hemos de probar
que la esencia del cuerpo consiste sólo en la extensión. En efecto, así como según
veremos luego, la primera idea que tenemos clara y distintamente del cuerpo, es algo
extenso, sin que podamos concebirlo de otra manera que no sea la tridimensional: largo,
ancho y profundidad; del mismo modo la primera idea que sobre nuestra mente vemos
que tenemos ciertamente en nuestro interior clara y distintamente, es que ella es algo
pensante, es decir que piensa ya una cosa ya otra, ya sea directamente sin advertir que
está pensando, ya de una manera refleja, es decir dándose cuenta de que piensa. Y esto
lo experimentamos también en los sueños, pues a veces soñamos directamente sin más,
y otras de una manera refleja soñamos que soñamos o no soñamos. Esto es lo primero
que advertimos en nuestra alma, y jamás podremos formarnos otra idea clara y distinta
de ella sino la idea de que es sustancia pensante. Por lo tanto su esencia consiste en solo
el pensamiento: éste u otro pensamiento, sin determinación especial. Ahora bien, toda
vez que nuestra alma es espíritu, de lo dicho podemos concluir que la esencia de todo
espíritu, por lo mismo, la esencia de los ángeles y la de Dios, consiste también en que
son sustancias pensantes. Después aplicaremos esto a su manera a las formas
sustanciales, al admitir que los llamados apetitos innatos, los instintos naturales, las
inclinaciones hacia lo bueno, etc. se puede decir que en cierto modo son pensamientos
imperfectos de aquellos entes.

8. Se objetará a esto que no recordamos nosotros aquello que pensamos en el


vientre materno o en los sueños. Pero la objeción no tiene valor alguno, pues se
desvanece con una doble respuesta: 1) tampoco los niños de cuna tienen memoria de lo
que hacen o padecen, y sin embargo no puede haber duda de que ellos piensan, pues
vemos que a veces lloran, a veces ríen, desean o rechazan diversas cosas, se
impacientan, tienen temor, esperan algo, etc. y es evidente que no ocurriría tal cosa si

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ellos no tuvieran alguna idea del bien y del mal que perciben. 2) Una cosa es recordar y
otra simplemente pensar con pensamiento directo, puesto que para recordar se requiere
de ordinario que tengamos al mismo tiempo que un pensamiento directo, otro reflejo, y
cuando falta éste, resulta que no recordamos lo que pensamos aunque haya transcurrido
muy poco tiempo y aunque cuando seamos adultos y estemos en pleno uso de razón. Se
podrá también objetar que Dios es solamente sustancia, y sustancia esencialmente
pensante y siempre en acto. Esta objeción también tiene su respuesta: en primer lugar,
ello confirma que la esencia del espíritu consiste en el pensamiento actual, pues una vez
que se ha admitido que la esencia del espíritu increado consiste en el pensamiento
actual, no hay razón para negar este hecho tratándose de la esencia del espíritu creado.
Por lo demás hay una gran diferencia entre los pensamientos del espíritu increado y los
pensamientos nuestros o los de los ángeles, ya que Dios, siendo un ser perfectísimo,
infinitamente infinito e ilimitado en todo género de perfección, todo comprende y
conoce abarcándolo simultáneamente y como de un golpe con un único pensamiento
clarísimo, inmutable y perfectísimo, sin que jamás pueda añadirse a este pensamiento
alguna cosa nueva; pero no procede así el espíritu creado, sino que admite
sucesivamente un pensamiento y otro, uno más débil, otro más intenso, ya uno directo,
ya otro reflejo, pensamientos que siempre están sujetos a mil dudas, oscuridades e
imperfecciones, y este hecho nos pone a nosotros como también a los ángeles más altos,
a una distancia infinita respecto de la comprensión y pensamientos perfectos de Dios.

II- Respuesta a la proposición 2ª. La razón formal del cuerpo está en la extensión

1. Dice Milliet que no capta la fuerza de la demostración de Descartes sobre la


existencia de las cosas materiales, más tomando en cuenta lo que había afirmado antes,
a saber que a veces los sentidos se engañan y que no hay que fiarse de ellos cuando nos
han engañado aunque sea una sola vez. Pero no tiene razón Milliet. Porque, si bien
Descartes no niega que nuestros sentidos se engañan algunas veces y caen en el error y
que por tanto no hay que fiarse de ellos, sin embargo su intención no fue suprimir toda
nuestra confianza en su testimonio, como parece indicar Milliet; sino solamente
atenuarla manteniendo cierta duda hasta encontrar algo más cierto que demuestre
aquella existencia con mayor eficacia. Y así procedió de hecho, pasando a considerar la
realidad de Dios. Dice, en efecto, que si los sentidos nos engañaran indefectiblemente y
nunca fuera verdad por ejemplo que yo veo algo, siento algo, gusto, palpo, etc., todas
esas vivencias serían pura ilusión y sueño y fantasía, y no existirían en realidad, y no
habría de hecho extensión, figura, modo, etc. ¿Qué consecuencia fluiría de esto?
Evidentemente se deduciría que yo, con mi ser y existir, soy absolutamente imperfecto:
sería mejor que no existiera, porque existir en estas condiciones y ser siempre engañado,
resulta una farsa y una mentira y es peor que no existir. Refiriéndome entonces a la
causa productiva de mi existencia, podría decir: ¿es posible que Dios, el Ser
absolutamente perfecto y la misma bondad, cuya existencia es para mi evidente por el
hecho de que existo con existencia recibida de otro, y a quien debo todo lo que tengo, es
posible -repito- que me haya hecho tan imperfecto que siempre sea víctima del engaño?
Esto ciertamente repugna a la razón, pues destruiría la misma idea de Dios, haciendo de
Él un Ser imperfecto, en vez del Ser perfectísimo, toda vez que engañar siempre de esta
manera es necesariamente una imperfección. En esto estriba la fuerza del argumento, de

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cuyas premisas deduce que Dios no me engaña siempre, y que por consiguiente, además
de mi mente que piensa, existe algo distinto fuera de ella, a saber, el ente o realidad
material, mi cuerpo también, del que recibo influjo inmediato, y del cual dependo en las
diversas operaciones que experimento en mí mismo.

2. Además Milliet rechaza la idea de que la esencia de los seres materiales


consiste en la extensión, pero asimismo sin resultado a su favor, puesto que su
argumento se basa en la suposición de que los seres espirituales pueden adquirir
extensión, lo que precisamente niega Descartes. Con esto no se niega que Dios es
inmenso, que está presente en todas partes tanto como activo y operante, ni tampoco que
el alma está presente en la glándula pineal, o si se quiere en todo el cuerpo, y que los
ángeles están asimismo presentes en la esfera de su actividad y se mantienen operantes
en todas partes; lo único que se niega es que Dios, el alma y el ángel tengan extensión,
puedan coextenderse y tener medida y término, como los cuerpos, cosas todas que
incluyen en su concepto formal la materialidad. Pero esto no es todo: refiriéndose a los
ángeles dice que se mueven, caminan, y por tanto, tienen predicados de índole local;
pues bien, la sentencia contraria niega que se pueda decir esto con verdad y propiedad,
como no se puede decir que los ángeles comen o sienten, cosa que es propia solo de los
cuerpos: podría decirse eso sólo en sentido impropio y por una especie de abuso, toda
vez que el lugar y las acciones (y lo mismo se diga de la duración y del tiempo) se han
de concebir en tratándose de los espíritus, de un modo muy distinto a lo que se hace al
tratarse de los cuerpos, puesto que los espíritus son indivisibles y penetrables, en tanto
que los cuerpos son impenetrables y divisibles; si, pues, los espíritus y los cuerpos se
oponen diametralmente en estas dos propiedades, ¿por qué no hemos de pensar que
también lo hacen en sus acciones? Pregunto yo: si Dios redujera a la nada todo este
mundo y todos los seres materiales, ¿se verían por eso aniquilados los espíritus y los
ángeles? No hay razón para afirmar tal cosa, porque no es dable concebir una conexión
esencial entre los espíritus y los seres materiales, ni dependen uno del otro el espíritu y
la materia. Pues bien, en el caso de la aniquilación del mundo, ¿en dónde estarían
aquellos ángeles? No habría ningún lugar, ningún espacio, ninguna extensión; más aún,
no habría ningún tiempo, ningún instante, ninguna duración, como los que de hecho se
dan ahora; sin embargo aquellos ángeles existirían; pero ¿en dónde estarían? Luego hay
que reconocer forzosamente que una cosa es la ubicación y la duración de los espíritus y
otra muy distinta la ubicación y la duración de los cuerpos.

3. Sigamos adelante: hablando en serio, es brillante la argumentación de los


cartesianos sobre la distinción real. En efecto, aunque es verdad, hablando simple y
llanamente, que de la distinción de razón no se puede deducir la distinción real, es falso
que los cartesianos afirmen eso sin más, ya que sobre todo al hablar de Dios, admiten
como lo hacen siempre todos los demás, que en sus atributos hay solamente distinción
de razón. En cambio, lo que dicen es que sólo la distinción de razón, que se hace con
fundamento en la realidad, es decir, en la esencia misma o idea de las cosas, es la única
razón que hay para deducir la distinción real entre una cosa y otra. No basta, dicen ellos,
concebir clara y distintamente esto sin lo otro, esta esencia sin aquélla, esta idea sin
aquella otra, para que se distingan realmente entre sí; sino que además se requiere que
se perciba clara y distintamente que esto puede existir sin aquello, esta esencia sin

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aquella otra, esta idea sin la otra; lo cual es muy diferente. Las esencias de las cosas son
indivisibles, y yo no puedo añadir, cambiar o quitar nada en ellas, porque al hacer esto,
ya estaría considerando y teniendo delante una naturaleza falsa y no verdadera. Por
consiguiente, cuando percibo algo clara y distintamente, distingo también realmente la
naturaleza de ese algo de todas las demás cosas que no son lo mismo que ese algo; en
caso contrario no percibiría con claridad; luego sólo entonces deduzco legítimamente
que esas realidades son realmente distintas entre sí.

4. Esto es muy claro en las ideas que tenemos del ser infinito y del ser finito, en
los cuales como no percibo clara y distintamente que la una idea está contenida en la
otra, sino más bien que se excluye, deduzco legítimamente que aquellos seres son
realmente distintos entre sí. En cambio no puedo deducir lo mismo tan inmediatamente
basándome sólo en la separabilidad mutua de las dos ideas. Y es que son separables
porque son dos esencias diversas, y no viceversa, es decir, son dos esencias diversas
porque son separables. El ser separables es consecuencia de aquel antecedente, es sólo
un signo de la distinción, pero no su razón formal. Ahora bien, ¿cómo puedo saber que
son separables? Si he de fiarme sólo de los sentidos, tendré una base deleznable para
cualquier deducción: tenemos, por ejemplo, que en el plano sobrenatural, un mismo
cuerpo puede estar en diversos lugares, y en plano natural vemos que un polígono se
multiplica cuando se interpone un cristal. Por lo tanto, no toda distinción de razón
implica distinción real, sino solamente aquella en virtud de la cual las esencias de las
cosas se conciban necesariamente de modo tal, que al mismo tiempo se advierta que
pueden situarse en la realidad de la manera que se han concebido, es decir separadas una
de otra. Así por ejemplo, cuando pienso en la justicia de Dios sin pensar en su
misericordia, no estoy diciendo que de hecho Dios puede ser justo sin ser
misericordioso, sino que simplemente prescindo de este juicio; tenemos entonces una
pura distinción de razón. Pero cuando pienso que Dios es un ser infinito, y que un
cuerpo es un ente finito, no solo puedo concebir en mi mente lo uno sin lo otro, sino que
pienso y concibo que puede situarse en la realidad y existir de hecho en un ente sin el
otro; pues bien, sólo este proceso o distinción es el único que implica distinción real.
Notemos de paso, que fuera de la distinción real y de razón Descartes no admite otra a
excepción de la distinción modal, por la cual un modo se distingue de su modificado; la
otra distinción, llamada virtual, la rechaza de plano, como algo puramente nominal, a no
ser que se la haga coincidir con la distinción modal.

5. Otro punto es el de la distinción entre la extensión concebida sin más y la


extensión según la cual las partes están unas después de otras. Esta observación u
objeción tampoco tiene valor alguno, puesto que los contrarios niegan sencillamente
esta división, pues sostienen que la naturaleza de toda extensión consiste en que
necesariamente diga o implique partes fuera de las partes, es decir impenetrabilidad y
divisibilidad, y que no se puede concebir de otro modo, ya que esa es su razón formal,
así como la penetrabilidad y la indivisibilidad es la razón formal del espíritu. Y así
como ellos niegan que un cuerpo pueda comprimirse y reducirse a un solo punto, niegan
igualmente, que el espíritu pueda extenderse o dilatarse a lo largo de un espacio, porque
si tuviera lugar esto, un espíritu al igual que un cuerpo pudiera estar circunscrito por
otros cuerpos, lo cual va contra el concepto formal de espíritu. Esta es la base que tiene

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para probar que no se puede afirmar con fundamento de verdad que Dios, el ángel y el
alma estén en algún lugar y tengan verdadera ubicación, toda vez que la ubicación en su
concepto formal dice extensión material, y ésta repugna al espíritu. Esto no obsta -
añaden- o impide que podamos decir que Dios, el ángel y el alma están presentes en un
lugar, puesto que esta presencia se concibe como algo que se obtiene en virtud de la
naturaleza propia de cada espíritu, naturaleza que, siendo indivisible, resulta
impenetrable a quienes como nosotros, podemos juzgar rectamente y tener conceptos
claros sólo en materia de divisibilidad. La discrepancia estriba en la raíz misma del
argumento: al negarla los cartesianos, la argumentación pierde toda su fuerza, toda vez
que ellos sostienen que la materia consiste sólo en la extensión principalmente porque
en la opinión común parece traslucir en sí la razón formal del espíritu; mucho menos
podrán convenir entonces en que el espíritu pueda tener extensión, porque en ese caso
trasluciría la razón formal del cuerpo. Por consiguiente hay que atacarlos por otro lado.

6. Confieso que en esta discusión, el argumento ‘aquiles’ es la objeción que


trata del cuerpo de Cristo en la hostia consagrada, objeción que ni el mismo Descartes
se atrevió a resolver en sus escritos, y dice que sólo traicionaría su pensamiento de uno
a otro intento. Ignoro ciertamente su pensamiento en este punto. Por otra parte, lo que
dicen algunos cartesianos, no satisface; como tampoco lo que alguien respondió a
Milliet, a saber, que el pan puede hacerse cuerpo de Cristo, ya que, si bien esto no
parece imposible, lo que creemos es que la sustancia del pan se destruye y ya no se
encuentra en las especies consagradas, y por eso decimos que tiene lugar el milagro de
la llamada transubstanciación. La distinción entre el cuerpo de Cristo a se, pero no in se,
aunque la juzgo apta para explicar por qué Cristo puede estar todo en toda la hostia y
todo en cualquier parte de ella, y a la vez en diversas hostias o en las diversas partes de
ellas, tampoco puede resolver la dificultad, pues entendemos que estando realmente en
una mínima parte de la hostia, no tiene extensión, ni ocupa lugar alguno, sino que
parece estar reducido a un solo punto. Pues bien, si el cuerpo de Cristo no tiene
verdadera extensión estando así reducido como a un punto, y sin embargo es verdadero
cuerpo, parece evidente que la esencia del cuerpo no debe consistir en la extensión. Esta
es la objeción en toda su fuerza, y hasta ahora no se la ha respondido satisfactoriamente.
Pero voy a tratar de añadir algo más, a favor de los cartesianos. Siendo el espíritu, como
ya se ha dicho, incapaz de tener extensión, y toda vez que Dios, el alma o el ángel no se
puede decir en rigor de verdad que estén ubicados en un lugar, a pesar de que están
íntimamente presentes a las cosas, ¿cómo no decir lo mismo del cuerpo de Cristo que
todos los católicos creemos que está de un modo sobrenatural en cualquier parte de la
hostia? Está en efecto, y así lo afirmamos, todo en toda la hostia y todo en cualquier
parte de ella de un modo como espiritual, así como el alma que está toda en todo el
cuerpo y toda en cualquier parte de él.

7. Antes de exponer mi pensamiento, pregunto a los adversarios: el cuerpo de


Cristo en la hostia consagrada, si bien no ocupa ningún espacio ¿es menor que el cuerpo
de Cristo que está en el cielo, o es igual e idéntico a él? Si es menor, luego no es
numéricamente el mismo cuerpo que está en el cielo; si es igual, tiene extensión, que es
lo que nosotros decimos. Responden siguiendo sus principios, negando el antecedente y
el supuesto de que podamos preguntar si es menor, mayor o igual, aunque sea el mismo

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cuerpo numéricamente, puesto que en la hostia -así dicen ellos- no ocupa ningún
espacio, ni es extenso, ni tiene cantidad por la que pueda decirse menor, mayor o igual,
y que es la única raíz de estas denominaciones. Ni la cantidad pertenece a la esencia del
cuerpo más que el color, la suavidad, el olor, la dureza y los demás accidentes. Y por
tanto, así como puede ser el mismo cuerpo numéricamente, aunque no permanezcan
numéricamente el mismo color, la misma suavidad, el mismo olor, la misma dureza,
etc., como puede verse en un trozo de cera, que de sólida pasa a ser suave o líquida, y
sin embargo sigue siendo la misma cera, así podría también ser numéricamente el
mismo cuerpo, aunque no permanezca la misma cantidad que antes en virtud de la cual
se pueda decir menor, mayor o igual; en lo cual consiste el milagro. Pero, como se deja
ver, responden con lo mismo que está en tela de juicio, porque lo que precisamente se
pregunta aquí es si la extensión es la razón formal del cuerpo, que es lo que afirman los
cartesianos, y niegan precisamente que la cantidad pueda distinguirse del cuerpo. Por
tanto su argumento no tiene fuerza. Tendría valor su respuesta si probaran tal vez con
otro argumento que el cuerpo es cosa distinta de la cantidad y de la extensión.

8. Insisto, por tanto, y digo que asimismo los cartesianos pueden poner el
milagro en otra cosa, y todavía con mayor claridad: se habría de entender que el cuerpo
de Cristo está en cualquier parte de la hostia sin ocupar espacio ni lugar, y por cierto no
solamente el mismo cuerpo que está en el cielo, en cuanto a la razón formal de cuerpo,
sino también en cuanto a la igualdad, de tal manera que con su extensión es
verdaderamente igual a sí mismo en todas partes, y esto por la siguiente y única razón:
así como los adversarios ponen el milagro en lo que se refiere al cuerpo de Cristo, con la
idea de que él permanece inmutable al menos en cuanto a sus accidentes, ya que no en
cuanto a su esencia y a la noción formal de cuerpo; así los cartesianos ponen el milagro
en lo que se refiere a la extensión misma de las partículas del pan, sin hacer que sufra
ningún cambio el cuerpo de Cristo: por donde, así como según los adversarios parece
que Cristo viene a reducirse a un solo punto -el de la sustancia del pan-, ésta según los
cartesianos, se expande en cada uno de sus puntos de acuerdo con la magnitud del
cuerpo de Cristo. ¿Qué imposibilidad puede darse en este segundo caso, que no se dé
también en el primero? Si lo uno no encierra contradicción, lo otro tampoco, según
parece: puesto que, si lo que es más grande puede reducirse y hacerse más pequeño, es
evidente que también lo que es más pequeño puede hacerse mayor: si no, muéstrese la
diferencia. De manera que, así como el cuerpo de Cristo reducido a un solo punto y
como privado de extensión, no pierde según ellos, su esencia y su razón formal de
cuerpo, así también, quedando inmutable el cuerpo de Cristo y expandiéndose la
sustancia del pan, seguirá existiendo la misma esencia y la misma razón formal de pan;
y así como en el un caso el cuerpo de Cristo no ocupa espacio, porque ocupar espacio es
lo mismo que estar circunscrito por otros cuerpos, en el otro caso tampoco ocupará
espacio, ya que la sustancia del pan así expandida, tampoco puede ser circunscrita por
otros cuerpos.

9. He aquí ahora mi propio pensamiento: como creemos que en este sacramento


se realiza el milagro de la transubstanciación del pan en el cuerpo de Cristo y del vino
en su sangre, supuesta la destrucción de la sustancia del pan y del vino, tal vez se puede
decir que la transubstanciación es un modo semejante al de la unión hipostática: así

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como este lazo une a la persona divina con la naturaleza humana, de un modo para
nosotros incomprensible, así la transubstanciación, en cuanto acción sacramental,
realizaría aquello que creemos, a saber, la conversión del pan en el cuerpo de Cristo, y
del vino en su sangre, supuesta la destrucción de la sustancia del pan y del vino, cosa
que no es menos incomprensible que el hecho de la unión hipostática. Pues si las
palabras de la consagración producen algún efecto, ¿por qué no puede decirse que este
efecto consiste en producir aquella mayor extensión de la sustancia del pan y del vino
de manera que se adapte a la magnitud del cuerpo de Cristo? Pero como la extensión es
también de la esencia del pan y del vino, y como, por otra parte, las palabras de la
consagración no pueden quedar sin su efecto formal, ¿qué otra cosa puede seguirse de
esto sino que tenga que destruirse la sustancia del pan y del vino, y ponerse en su lugar
el cuerpo de Cristo? esta acción se llamaría precisamente la transubstanciación. Esto he
pensado y lo expongo en favor de Descartes. Lo dejo sin embargo al juicio y dictamen
de los doctores; sólo añadiré que así queda ciertamente a salvo la doctrina de que la
esencia de los cuerpos consiste en la extensión, sin que haga falta andar en aprietos
teniendo que admitir que un cuerpo divisible deba reducirse a un punto indivisible.

10. Así que con esta respuesta el asunto queda perfectamente aclarado: ni el
cuerpo de Cristo pierde su magnitud, ni la sustancia del pan su extensión; Cristo se hace
verdaderamente presente en cualquier parte de la hostia, sin ocupar lugar, sin hacerse
más grande o más pequeño, sino permaneciendo absolutamente igual a sí mismo; pero
esto, de un modo sobrenatural, más o menos según lo que ocurre cuando se dice que
Dios, el ángel o el alma están presentes en los cuerpos sin ocupar lugar o espacio
alguno. ¿Quién va a decir que Dios adapta su extensión a la de un lugar, que se mueve,
que camina, aun cuando en realidad está presente en ese lugar? Todo esto implica
materialidad, lo que es algo que tampoco puede aplicarse a los ángeles o al alma
racional. Si así no fuera, bien podría decirse de ellos que comen, beben, adquieren color
y figura, así como también que adquieren extensión, que se mueven y caminan. Si no,
indíquese la diferencia. Asimismo, y abundando en esto, si por ejemplo, se le corta la
mano a un individuo, ¿quién va a decir que el alma en ese punto se mueve o retrocede,
aun cuando informa verdaderamente a todo el cuerpo, como se ha de admitir, no
solamente a la glándula pineal, como quieren otros cartesianos? Es opinión común que
deja de informar lo que antes informaba, pero sin que retroceda, sin que se mueva, se
corte, o cambie de lugar, o continúe estando en la mano. Por lo tanto, ni antes ocupaba
lugar o espacio alguno, ni se expandía propiamente en el cuerpo, sino que sólo estaba
presente en virtud de la verdadera comunicación de sí misma con ese cuerpo. Por
consiguiente, si no tenía coextensión ni con su propio cuerpo, si no se movía, mucho
menos pudiera tener coextensión con un lugar, o moverse de un sito a otro, cosa que es
indispensable para caminar.

11. Aplíquese esto al cuerpo de Cristo, que estando en la hostia tampoco ocupa
lugar o espacio alguno, por tanto no se puede decir que se expanda, se mueva, camine, o
sea llevado de un lugar a otro, o se vea rodeado y limitado por otros cuerpos, ni
tampoco que, cuando está en el altar esté compenetrado con la custodia, con los
candelabros, con el aire que le rodea, ni que le suceda nada de lo que es propio de los
cuerpos. Y la razón es ésta: que allí Cristo está presente por vía sobrenatural y como

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espiritual, todo en toda la hostia y todo en cualquier parte de ella, con presencia
definitiva -como suelen decir- y no circunscriptiva, como se dice también que el alma
está presente en el cuerpo. Lo dicho anteriormente, de caminar, moverse, etc., es propio
sólo de los cuerpos y de su presencia en un lugar determinado, pero no de la presencia
de los espíritus. Pues bien, así como el alma, presente a su manera en el cuerpo, no
pierde nada de sus atributos y de las demás propiedades que tiene y que se notan más
claramente después de su separación del cuerpo, así el cuerpo de Cristo no tiene que
perder nada de lo que tiene en el Cielo antes de la transubstanciación. Y así, nunca será
tampoco menor o mayor que sí mismo, sino siempre enteramente igual a sí mismo,
tanto en su magnitud como en todo lo demás, mensurable sólo en los términos de su
propia naturaleza, y no en los de una naturaleza ajena a Él y según la cual se pueda decir
que Cristo está sentado, camina, habla: no, si se dice que está sentado, que camina, que
habla, se ha de entender a la manera como está en el Cielo, a fin de no multiplicar los
milagros; como sucede también con un hombre que estando en dos lugares ejerce las
mismas acciones en uno y otro. Por lo demás, al corromperse las especies, ni se moverá,
ni se ausentará, ni permanecerá, sino que dejará de estar presente, como sucede con el
alma. Este modo de explicar parece tanto más conforme a la gloria de Cristo, cuanto que
deja a su divino cuerpo en una situación más connatural, cosa que no hacen los
adversarios, que lo deprimen tanto que lo reducen casi a nada, al confinarlo a un punto
indivisible.

12. Hay otro argumento o dificultad tomada de los accidentes sacramentales, que
a algunos les parece también insoluble. Enseña la fe y también el Tridentino que
después de la consagración persisten las especies o accidentes una vez destruida la
sustancia del pan y del vino. Por lo cual muchos de los peripatéticos, si bien sostienen
como los demás atomistas, que tal vez se suprimen todos los accidentes físicos y las
cualidades ocultas, sin embargo defienden la persistencia de la cantidad, con lo cual -
dicen ellos- se explica fácilmente todo lo demás del sacramento, sea cual fuere la forma
como desaparece, digamos por algún movimiento, por medio de efluvios, corpúsculos,
atracciones, o de cualquier otro modo: todo, según ellos, viene a parar en la cantidad.
Pero entonces yo pregunto: ¿no es la misma la razón que hay para rechazar los demás
accidentes y para rechazar la cantidad? ¿Por qué se admite ésta y se rechazan los demás
accidentes? ¿Acaso la cantidad es un accidente de distinta naturaleza que los demás?
¿Tiene acaso una vinculación más estrecha con la materia? ¿O tal vez se separa de ella
con mayor dificultad? Más bien la materia parece algo que reviste la naturaleza del
espíritu con mayor afinidad que los demás accidentes, según la explicación que dan los
peripatéticos, toda vez que, cuando se expande o se condensa, queda ella dentro de un
volumen mayor en el primer caso, sin que varíe o se cambie, o en un volumen menor en
el segundo caso; está asimismo en un solo punto o en toda la extensión del cuerpo,
como si fuera el alma que está toda ella en el embrión y en el cuerpo diminuto del niño,
y toda en el cuerpo voluminoso y perfecto del varón. ¿Hay algo más desacorde con la
razón en tratándose de un ente puramente material? Consecuencia: o es preciso rechazar
todos los accidentes, o ninguno de ellos. Si no hubiera ninguna otra razón para eliminar
todos los accidentes, sino la de que no son necesarios y que no hay que multiplicar los
entes sin necesidad y que, sin recurrir a la cantidad, se pueden explicar todos los puntos
en este problema, bastaría esa sola razón. Pero añado esta otra: la sustancia no puede
existir en forma de accidente; luego tampoco el accidente en forma de sustancia; porque

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la noción de accidente implica que él esté adherido a otro elemento, tanto como la
noción de sustancia implica el que exista en sí o por sí sola. Si no, indíquese la
diferencia. Ahora bien, así como Dios no puede hacer una sustancia que no exista por sí
sola -pues de lo contrario sería sustancia y no sería sustancia-, así tampoco puede hacer
que un accidente exista sin estar adherido a otro ser, pues de lo contrario, sería
accidente y no sería accidente. Viniendo a nuestro caso, los accidentes en la Eucaristía
existirían sin su sujeto de inhesión, lo cual es contradictorio. Por tanto, hay que concluir
que tampoco la cantidad permanece en la hostia consagrada. Esto es el nudo de la
dificultad.

13. Ahora bien, a esto pueden darse diversas respuestas. En primer lugar se
podría decir que el milagro aquí consiste solamente en que Cristo impresiona
inmediatamente nuestros sentidos, por ejemplo los ojos mediante la reflexión de la luz,
el olfato mediante las especies que emiten diversos efluvios, haciendo Él mismo lo que
tiene lugar de ley natural cuando todavía no ha desaparecido la sustancia del pan y del
vino, de tal manera que tengamos la sensación de ver el color blanco, percibir el olor, el
sabor, etc., aun cuando en la hostia consagrada no hay en realidad color, olor, sabor,
etc.: como se trata de un milagro poco importa que éste se realice de un modo o de otro,
toda vez que Dios puede obrar como a Él le place. Y si no quiere hacer esto
inmediatamente por sí mismo, en vez de la extensión del pan y del vino que antes había,
podría poner algún otro cuerpo que luego produjera los mismos efectos que producían
antes el pan y el vino, por ejemplo la porción de aire que tiene que rodear a la hostia al
ser llevada de un sitio a otro, y que milagrosamente la dispondría de tal manera que
produjera por vía natural todos aquellos efectos que tenían lugar antes de la
consagración. O quizás el milagro consiste solamente en que nosotros tengamos la
impresión de ver, sentir, oler, aunque de hecho no exista la causa física de estas
impresiones, etc. No podemos siquiera sospechar cuál de estos medios ha elegido Dios,
porque ¿quién fue su consejero? Lo único que sabemos de cierto es que aquí hay un
milagro y por cierto el mayor de los milagros. Se dirá quizás: si en la hostia consagrada
no existe cantidad ni tampoco ningún accidente, ni queda la sustancia del pan, ni ningún
otro elemento, es señal de que ahí no hay nada; habrá entonces un vacío, ya que en
aquello que vemos no puede existir otro cuerpo. A esto yo respondo que al sobrevenir el
aire, como ya dije, aun cuando en apariencia no se cambia la hostia, no se puede decir
que se dé el vacío. Y qué pasaría si se dijera que la sustancia del pan se ha transferido a
aquella porción de aire, pues por una parte sabemos que el pan no se hace cuerpo de
Cristo, y por otra, no hay razón para decir que aquella sustancia se aniquila por
completo, y por la fe sólo sabemos que ella se destruye, permaneciendo sólo las
especies: pues si la destrucción no significa aniquilación, como es sabido, ¿por qué no
podrá decirse que ocurre lo que acabamos de exponer?

14. Por lo pronto, sea cual fuere la respuesta, se puede también añadir lo
siguiente: siendo los accidentes, como veremos, tan sólo movimientos intrínsecos de los
cuerpos que tienen su complemento en otros movimientos extrínsecos, de manera que
significan esencialmente dos cosas -una in recto y otra in obliquo- es decir, algo
intrínseco y algo extrínseco, en cuanto al elemento que implica in recto desaparecen
completamente en el sacramento, ya que desaparecen el pan y el vino y, por
consiguiente, todos los movimientos internos; pero en cuanto a lo que implican o

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significan in obliquo, permanecen formalmente, puesto que se producen por vía
sobrenatural los mismos movimientos formales externos que se producían antes; por
consiguiente, en cuanto se refiere a este aspecto, permanecen los mismos accidentes.
Hay que advertir además que el término accidentes es nuevo y propio sólo de las
escuelas filosóficas, puesto que los Concilios y los Santos Padres no utilizaron sino el
término especies, si bien los dos términos son una misma cosa, como todos sostienen.
Lo cual está bien, hablando estrictamente. Sin embargo, si queremos hablar en términos
de rigor, admitiría yo sin dificultad que en la Eucaristía no permanecen los accidentes, y
con la Iglesia defendería tenazmente que permanecen las especies. Y la razón es ésta:
que los accidentes en su noción implican un objeto, al cual van unidos, mientras que las
especies implican un sujeto, en atención al cual las libera el objeto. El accidente es algo
inherente a la misma cosa, y se considera como algo interno; la especie es algo que
sobreviene o se añade al sujeto para ayudarlo en sus operaciones y se considera como
algo externo. Por consiguiente, como según nuestra opinión y como afirman los
peripatéticos, no existen los accidentes físicos como realmente distintos de la misma
cosa, pero sí existen en el que conoce, aquellos movimientos internos dependientes de la
misma cosa y determinados por ella, los cuales de hecho se pueden llamar especies, ya
que son como representantes del mismo objeto; hablando en todo rigor y de acuerdo con
la Iglesia y en un sentido mucho mejor que los adversarios, digo que permanecen las
especies, si bien sostengo firmemente que no permanecen los accidentes. Otros autores
dirán que permanecen las especies pasivas, pero no las activas, lo cual viene a dar lo
mismo.

15. La última distinción, a la que se refiere Milliet, debería tener su prueba para
que revistiera alguna fuerza en contra de Descartes. En efecto, si se admite que aquel
predicado que antes que ningún otro se concibe sobre una cosa, constituye la esencia de
la cosa, se sigue automáticamente que así es como se distingue antes que nada una cosa
de cualquiera otra, y que para distinguirla no se requiere ningún otro elemento, como
muy bien sostiene Descartes. Ahora bien, lo que antes que nada se concibe sobre una
cosa, ¿qué puede ser sino algo singular, indiviso en sí, y distinto de cualquier otra cosa?
Porque si se confundiera con otras cosas, por este mismo hecho sería verdad que no se
lo concibe clara y distintamente; luego si eso es lo que sobre una cosa se concibe clara y
distintamente antes que nada, por este mismo hecho se entiende que dicha cosa es
distinta de cualquier otra. Pues bien, como tratándose de un cuerpo, lo primero que
sobre él se concibe clara y distintamente antes que nada, es la extensión, de ello sin más
se deduce la distinción del cuerpo de cualquier otra cosa que no sea cuerpo; y ¿de dónde
provienen esa distinción, si no es de su esencia? Si pues conozco dicha esencia clara y
distintamente, no estoy suponiendo que la distinción nace de otra parte o de otra cosa,
sino que la deduzco de esa misma esencia. Si en cambio hago la deducción, como puede
suceder, sobre una base distinta de lo que es la cosa de que se trata, lo único que se
podrá decir es que la idea que tuve no fue en sí clara y distinta, sino que a mí me pareció
que era así, aun cuando en realidad era oscura; pero de ello no se seguirá que es falso el
principio del que se obtenía la deducción, puesto que no son los principios los que
fallan, sino el abuso que se hace de ellos; y nunca hay que echar la culpa a las cosas,
sino a nuestra inmadurez en el juicio.

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16. ¿Por qué una quimera es algo contradictorio? Porque lo primero que se me
viene a la mente sobre ella es que es y no es al mismo tiempo; y como no puedo
formarme una idea clara y distinta de su posibilidad, sino una idea que se destruye a sí
misma, deduzco que la quimera es imposible; y en esto consiste su esencia negativa. Por
el contrario, aquellas cosas de las que tenemos una idea clara y distinta y que no se
destruye a sí misma, hay que concluir que son posibles; y en esto consiste su esencia
positiva. Por eso, así como la esencia del alma consiste en el pensamiento, porque esto
es lo primero que sobre ella concebimos clara y distintamente, así la esencia del cuerpo
consiste formalmente en solo la extensión por el mismo motivo. La extensión incluye
ante todo dos propiedades como atributos, a saber la impenetrabilidad y la divisibilidad,
al igual que el alma o el espíritu incluye propiedades contrarias a aquéllas, a saber, la
penetrabilidad y la indivisibilidad; pero estas propiedades, ya se trate del alma ya del
cuerpo, se distinguen del cuerpo o del alma sólo con distinción de razón, porque son
algo que necesariamente sigue a sus respectivas esencias; al igual que de la esencia del
triángulo se sigue que sus tres ángulos sean iguales a dos ángulos rectos. En cambio, los
puntos de que está compuesto el continuo, ya se los considere según la explicación de
Aristóteles, como divisibles hasta el infinito, ya según la de la Zenón, como indivisibles,
es cosa que hay que dejarla para el tratado del infinito, concepto que nosotros -lo
confesamos llanamente- no podemos concebir; por ahora sólo recordemos que
Descartes siempre que habla del infinito, sopesando la fuerza de las razones que se
aducen a favor y en contra, y como es cosa que supera la limitación de nuestro
entendimiento, aconseja que no hablemos con visos de certeza de finito o infinito, sino
sólo de indefinido, es decir de algo que nuestra mente apenas si puede definir con
seguridad.

III- Respuesta a la proposición 3ª. El verdadero enrarecimiento consiste en la


introducción de una materia distinta

1. La cuestión de si el enrarecimiento se produce por la introducción de una


materia distinta, o por la extensión de la materia propia de un mismo cuerpo, es cosa
que incluso los peripatéticos discuten tremendamente. Pero Milliet pretende que
Descartes lo que ha hecho es acumular mayores dificultades en este punto, en vez de
disminuirlas. En primer lugar, dice, en el sistema de Descartes no se puede explicar qué
es un cuerpo denso y qué un cuerpo enrarecido. Añade que no habiendo dado Descartes
con una explicación fácil, el punto se explica más fácilmente y se lo entiende siguiendo
la opinión común que siguiendo la de él. Por lo que vamos a decir se verá que ambas
cosas son muy distintas. Ante todo, la primera razón que aduce Milliet no tiene nada en
contra de Descartes: una vez más Milliet supone, a lo que parece, algo muy distinto de
lo que dice Descartes. En efecto, la observación que hace respecto de la gravedad, es
claramente una suposición que niega nuestro filósofo, es decir, que la gravedad está en
el mismo cuerpo denso, cosa que no se admite en absoluto, puesto que, según él, toda
gravedad es algo que sobreviene a un cuerpo desde fuera, y no es otra cosa que el
impulso proveniente de otro cuerpo que girando con más velocidad es como arrastrado
en dirección al centro de la Tierra. Por ejemplo, el aire o la materia globulosa y sobre
todo la materia sutil, están girando continuamente al rededor de la atmósfera de oriente
a occidente, y comunican este movimiento a cada una de las partículas de que están
compuestos en serie divisible e indefinida. Como efecto de esto, cada una de las

35
partículas, girando y regirando alrededor del globo terrestre y agitada por su propio
movimiento, tiende a continuarlo con una dirección que va en línea recta desde el centro
de la Tierra hacia alguna región del cielo, como vemos que ocurre en todos los objetos
que giran en círculo, por ejemplo la piedra en la honda, que es el ejemplo que da
Descartes. Y como la atmósfera está llena de otras partículas y no hay ningún vacío,
resulta que las partes o capas inferiores empujan a las superiores, éstas a otras y así
sucesivamente en serie indefinida; y como esto impide que las distintas partículas
puedan continuar en línea recta el movimiento que llevan en sí, cambian dicho
movimiento en sentido circular. Esto supuesto, Descartes explica la gravedad por el
hecho de que las partículas de las capas superiores puestas así en movimiento
circulatorio, comprimen con su fuerza centrífuga a las partículas inferiores y producen
la fuerza que en los cuerpos se llama gravedad.

2. Con esto, no se ve la dificultad en el razonamiento de Milliet acerca de los


cuerpos ralos y los densos: que un cuerpo que tenga menor volumen sea más pesado que
otro con mayor volumen; que un trozo de madera sea más ligero que un trozo igual de
oro, aun cuando por tener poros más grandes esté lleno de otra materia equivalente.
Sabemos por cierto, y nadie puede negarlo, que un cuerpo más compacto, como es el
oro, tiene poros más pequeños que otro cuerpo más ralo, como la madera, cuyos poros
son más voluminosos: ¿qué se sigue de ello? Que la materia que está en movimiento
circulatorio penetra con más dificultad en el oro que en la madera y por tanto ejerce una
presión más fuerte en el oro y menos fuerte en la madera: es decir, que mientras
comprime al oro como hacia dentro, lo aplasta, lo empuja, a la madera como que la trata
con suavidad, y la empuja un poco hacia arriba y la eleva: de ahí la ligereza de la
madera y en cambio, el peso en el oro. Todo esto tiene que ver con la diversidad de los
poros y hay que atribuirlo a ella: la materia penetra más fácilmente en los poros de la
madera por ser mayores que en los del oro que son más pequeños. Con esto se ve de
inmediato y se entiende qué es un cuerpo ralo y qué uno denso: ralo el que tiene poros
más grandes en donde se introduce mayor cantidad de materia de fuera, denso el que
tiene poros más pequeños, en los que entra una cantidad menor de materia. ¿Qué cosa
más fácil de entender? Más fácil desde luego que aquello que formula la opinión
general: mucha materia en una menor extensión, poca materia en una extensión mayor:
si bien con esta explicación y por lo que suenan las palabras parece que se comprende
fácilmente la cosa, queda intacta toda la dificultad, pues no se ve cómo la materia pueda
incluir la noción formal del espíritu, es decir ensancharse en un espacio mayor, sin que
sobrevenga nada nuevo, como si fuera el alma de nuestro cuerpo que, con el andar del
tiempo y al crecer la persona, ocupa un cuerpo más grande, sin que le sobrevenga nada
nuevo. Pero hay algo más: el mismo de Chales confiesa que esta explicación no se
puede entender si se aplica a la cantidad, la cual -afirma él mismo- cuando un cuerpo se
hacer ralo, no puede seguir siendo la misma que antes cuando estaba en un cuerpo más
pequeño, sino que necesariamente tiene que destruirse la primera cantidad y producirse
una nueva cantidad mayor, toda vez que no puede entenderse que se dé un nuevo estado
de cosas sin que se produzca algo nuevo. Mi raciocinio entonces es el siguiente: si esto
implica contradicción respecto de la cantidad, implicará también contradicción respecto
de la materia: dígase lo que se diga, no quedaremos conformes, porque no hay razón
alguna para admitir respecto de la materia lo que se niega ser posible respecto de la
cantidad.

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3. Pero insiste Milliet diciendo que, dada la dificultad en esta materia, se
explica más fácilmente por los pequeños vacíos. Pues bien, esta misma es la opinión de
Descartes, precisión hecha de la posibilidad del vacío en sí. Me explico: como la calidad
de ralo, según él, no es otra cosa que la expansión o ensanchamiento de los poros, y la
densidad, la compresión de los mismos, es claro que hay que admitir que se dan ciertos
vacíos, o poros. En esto conviene Descartes con la otra opinión. Sin embargo, como
sostiene que el vacío es imposible, afirma que esos vacíos están continuamente llenos
de alguna materia externa que penetra en ellos; y éste es el único punto de discrepancia.
En conclusión, aquella materia que se mueve en forma circular, está continuamente
ejerciendo influjo sobre esos vacíos, los llena totalmente, sin permanecer un momento
idéntica: así como una ola destruye a la otra, así una parte de aquella materia destruye a
la otra empujándola hacia la superficie colateral de los poros y tratando así de
comunicar al cuerpo su movimiento. Esto supuesto, nada hay de raro que desaparezca la
dificultad: al presionar hacia los lados dicha materia, se sigue que ejercerá mayor
presión en donde encuentra mayor superficie, y menor presión en donde es menor la
superficie: en la madera los vacíos son mayores y tienen mayor superficie, en el oro son
más pequeños y menor también su superficie; por tanto ejercerá una presión más fuerte
en la madera y menos fuerte en el oro; y como la dirección de este impulso va en línea
recta hacia el cielo, resulta que la madera es empujada allá con mayor fuerza y el oro
con menor fuerza, y por lo mismo nos parece que el oro tiende a dirigir al centro de la
Tierra su presión con mayor potencia que la madera, y decimos que es mucho más
pesado que ésta.

4. No dejaré pasar la poca consistencia de la dificultad propuesta por Milliet


respecto de la llamada gravedad específica: ¿cómo puede cambiar en un cuerpo la
gravedad específica, si se mantiene la gravedad absoluta? Este es un misterio igual al
que teníamos antes al hablar de la materia y la cantidad: si un cuerpo denso al
enrarecerse no pierde nada de su gravedad absoluta, ¿cómo se entiende que sin embargo
pueda perder algo de su gravedad específica? ¿Es distinta la gravedad específica de la
absoluta? Si es distinta, ¿de dónde proviene? Si es la misma, ¿por qué disminuye, sin
sufrir algún cambio, sin que le ocurra algo nuevo? Es que se cambia -dicen ellos- la
cantidad, aunque no se cambie la gravedad. Pero en contra de esta explicación está el
hecho de que una cosa es la cantidad y otra la gravedad. Además, como ya se dijo, no es
posible -según los adversarios- que la materia se extienda y ocupe un volumen mayor
sin que se cambie la cantidad; luego tampoco puede hacerse menos pesada sin que se
cambie la gravedad. Dice Milliet que el agua, siendo más pesada que el aire cuado
ocupa un volumen igual que él, si se evapora y asciende ocupando una mayor extensión,
no pierde nada de su gravedad absoluta, pero sí cambia su gravedad específica, ya que
reducida a partículas tan pequeñas, ocupa en el aire un espacio mil veces mayor que el
que ocupaba antes y por lo tanto tiene bajo sí toda aquella porción de aire, cuyas partes
siendo de un volumen mayor que el volumen de cualquier partícula del agua, hacen que
el aire sea más pesado, pudiendo decirse que el agua es específicamente más ligera que
el aire, es decir en relación al mayor espacio que no ocupaba antes de la evaporación; y
que por lo tanto no hay que admirarse de que los vapores puedan estar suspendidos en el
aire sin caer. Esta es la dificultad propuesta por su mente de matemático. Pero veamos
su falta de consistencia.

37
5. Si la gravedad de los vapores tuviera que medirse tomando en consideración
todo el espacio mayor que ocupan y toda la porción de aire sobre el que están
suspendidos, es claro que entonces el aire sería más pesado y los vapores más ligeros.
Pero ¿quién puede discurrir de semejante manera? Ni siquiera los mismos que proponen
la dificultad, si consideran el problema con más exactitud. En efecto, así como antes de
que el agua se evapore se debe comparar con este volumen concreto de aire, el volumen
de la una con el volumen de la otra, así también una vez evaporada, se deben comparar
cada partícula de vapor con cada partícula de aire, cada molécula con cada molécula,
cada corpúsculo con cada corpúsculo, y no todo el vapor en general con todo aquel
espacio o porción mayor de aire. No se compara una nave con toda el agua del mar que
está debajo de ella, sino sólo con la porción equivalente a su cuerpo y al aire contenido
en él, en comparación del cual se dice que es más ligera. Por tanto, así como el agua
antes de evaporarse tiene su propia extensión, así cualquier partícula evaporada
conserva también su extensión, si bien más pequeña, puesto que no se cambia
sustancialmente sino tan sólo accidentalmente. En consecuencia: como un volumen
mayor de agua es a un volumen mayor de aire, así lo es un volumen menor a uno
también menor, sucesivamente; ahora bien, un volumen mayor de agua es más pesado
que un volumen equivalente de aire; luego un volumen menor de agua será también más
pesado que un volumen pequeño equivalente de aire, y por igual sucesivamente. Esto es
claro. ¿Por qué entonces no debería descender el vapor, siendo más pesado que su
correspondiente molécula de aire? No sé qué respondería a esto el mismo Milliet. Lo
cierto es que toda la dificultad desaparece en la explicación de Descartes: según ella, el
agua al evaporarse con la fuerza del calor del sol y de los fuegos subterráneos, se divide
en innumerables partículas, cada una de las cuales ocupa una nueva superficie que antes
no ocupaba, presionando en todas direcciones contra la materia que fluye alrededor.
¿Qué resulta? Que a su vez es empujada con más fuerza por el aflujo continuo de
materia, es sacudida con mayor frecuencia y se va dividiendo más y más si es preciso,
hasta que cubre tanta superficie y es empujada con tantos impulsos cuantos sean
necesarios para adquirir la fuerza necesaria para suspenderse en el aire como si fuera
polvo elevado al cielo por la fuerza del viento. Quien quisiera arrancar de un solo tirón
la cola de un caballo, jamás lo lograría; pero conseguiría su intento si arranca las crines
una a una. Es fácil aplicar esto a nuestro caso. Admitida esta explicación, se entiende
inmediatamente cómo las partículas que se agolpan por diversas circunstancias, pueden
agruparse unas junto a otras y condensarse como perdiendo sus respectivas superficies,
hacerse más pesadas que el aire y finalmente caer convertidas en lluvia, nieve o granizo,
etc.

6. En cuanto a los dos ejemplos de enrarecimiento que se aducen, de la pólvora


y del aire comprimido, hago la misma observación que hice anteriormente, que Milliet
no ha parado mientes en la explicación de Descartes, pues tanto del uno como del otro
ejemplo inventa toda una historia que no viene al caso referir aquí, en detalle. Añado sin
embargo algo acerca de la pólvora: el estrago que provoca tiene como causa todos
aquellos elementos que se enumeran en la objeción, a saber, el fuego, el azufre, el
nitrato, el carbón que componen la pólvora, y con ellos la dureza del arma, el peso, su
adecuada estructura y tantísimos otros elementos conocidos por los técnicos en estos
asuntos; pero entre todos estos elementos juega el papel más importante la materia sutil.

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El proceso es el siguiente: al saltar la chispa del pedernal, o al aplicar fuego a la pólvora
externa, ésta irrumpe a través del cañón del arma invadiendo los gránulos de azufre y
golpeando las partículas de nitrato adheridas a él, sucesivamente una tras otra hasta
invadirlo todo. Se puede afirmar esto en general aplicándolo a todos estos fenómenos
con sobrada razón, aunque nos parece que el proceso es instantáneo, porque todo
instante es divisible en partes infinitas o mejor dicho indefinidas y porque además
vemos que de hecho sobre todo en los cohetes y otros fuegos pirotécnicos la pólvora
exterior se va encendiendo sucesivamente. El hecho es que las partículas de pólvora
comienzan a girar y a moverse con violencia pugnando por ocupar un espacio mayor, y
como no lo consiguen por estar reprimidas por todos los lados, presiona sobre toda la
superficie del arma; entonces la parte más débil tiene que ceder a ese impulso, y como
de ordinario es menos fuerte el obstáculo que se introduce por la boca del cañón, resulta
que ordinariamente por allí irrumpe ordinariamente el proyectil, siguiéndose los
estragos y demás efectos tremendos de la descarga, efectos que más que a la materia
sutil que estaba en el interior, deben atribuirse al movimiento giratorio del nitrato, a la
voracidad del fuego y a otros elementos similares.

7. Sin embargo, hay que atribuir principalmente a la materia sutil el


enrarecimiento mayor que tiene lugar en la boca del arma en donde la pólvora expulsada
desde dentro sale al aire libre, se mueve con más libertad que antes y fácilmente llega a
ocupar un espacio diez mil veces mayor. Veamos lo que ocurre en esta etapa: como
cada una de las partículas de nitrato pasa, por acción del fuego, del estado previo de
quietud a un estado de movimiento, se estremecen, se agitan y mueven en todas
direcciones, presionan, golpean el aire y a su vez sufren presión. Como resultado de
esto, se tuercen o inclinan en mil formas y en diversas direcciones, y con cada curvatura
que reciben agrandan sus poros haciéndolos mucho mayores que antes, y con esto se
producen la llamada elasticidad cuya fuerza atribuye Descartes a la materia sutil que
pugna por invadir como antes los poros de las partículas. Aquellas curvaturas de las
partículas son sucesivas y al comienzo más grandes, volviéndose poco a poco más
pequeñas, hasta recobrar su estado primitivo y el mismo tamaño de antes en sus poros,
de modo que por ellos pueda entrar como de costumbre la materia sutil. La razón de
esto es la repercusión del aire que, presionado por un elemento contrario, reacciona
contra él en igual forma: empuja al ser empujado, ayudado por la misma materia sutil
curvando sus partículas por la elasticidad, a una y otra parte. De ahí se origina una
especie de pugna, mientras se prolonga por buen espacio la fuerza impulsiva de la
pólvora, sin que se aquiete su elasticidad, hasta no perder poco a poco su impulso al
comunicarlo a las diversas partículas de aire: sólo entonces deja de oscilar y moverse, y
vuelve a su anterior estado de quietud, con la restitución de sus poros, que a su vez
invade la materia sutil con la misma facilidad que antes. En una palabra, se puede decir
que el principio de movimiento generalmente proviene de un impulso externo, y que su
continuación y su regreso al anterior estado se hacen por influjo de la materia sutil.

8. Esto quizás pueda entenderse mejor con el ejemplo de una piedra que se
arroja; me explico: mi mano, como agente extrínseco, comunica a la piedra el primer
impulso, es decir la primera curvatura que es también la más fuerte de las que irá
recibiendo sucesivamente el cuerpo de la piedra; pero este impulso no lo da de modo

39
que se reparta en proporciones iguales entre las partes que conforman el cuerpo de la
piedra sino en forma desigual, puesto que la fuerza externa actúa de distinto modo sobre
la piedra impulsándola con más fuerza en la parte media y hacia el centro de la gravedad
y con menor fuerza hacia la parte externa, con lo cual la piedra viene a curvarse más en
su parte media que en las demás partes: así la piedra toma la figura como de media luna
o de arco, cuya parte cóncava mira a la mano de quien la arroja, y la parte convexa mira
al lado correspondiente a la proyección o impulso. Tenemos una experiencia clara de
esto en una bola de marfil que se deja caer sobre un piso cubierto de cera: por la huella
que deja que es mayor que su cuerpo se deduce que con la caída resultó aplanado el
piso. Viniendo a la piedra, éste es el primer grado de su movimiento. Pero la curvatura
no persiste por mucho tiempo, debido a la dureza de la piedra y al cambio violento
sufrido por los poros respecto de su primer estado; esta violencia sufrida por los poros
interrumpe el curso ordinario de la materia sutil, que a su vez reacciona inmediatamente
en sentido contrario y pugna por entrar a los poros como lo hacía antes, cosa que
conseguirá más fácilmente en la entrada hacia las extremidades de la curvatura, en
donde los poros han sufrido un ensanchamiento, y no hacia la parte media, en donde los
poros se van achicando a medida que se acercan al centro del arco. ¿Cuál es el resultado
de esto? Desde un comienzo entrará a aquella parte una cantidad mayor de materia. Pero
¿podrá seguir entrando? No lo permitirán los poros cada vez más pequeños. ¿Tendrá
que retroceder? Pero siguen llegando más cantidades de materia que empujan a la que
había antes. ¿Qué ocurre entonces? La piedra tendrá que curvarse en sentido contrario
para permitir el paso de dicha materia, y hará que la parte convexa del arco quede
mirando a mi mano y la parte cóncava al lado correspondiente a la proyección, sin que
por ello se cambie el centro de gravedad. Este es el segundo grado del movimiento.

9. Dando un paso más, pregunto: la piedra que se ha curvado en sentido


contrario ¿permanecerá en el mismo estado? No lo hará, puesto que los poros
nuevamente se han agrandado en la entrada y la salida, y se han achicado en el medio,
con lo cual entrará de nuevo la materia sutil con toda su fuerza y hará curvar la piedra
en el sentido de antes, es decir, en vez de que se incline al lado correspondiente a la
proyección, lo haga hacia la mano, pero con esta diferencia: que mientras en el primer
grado o etapa permanecían inmóvil la parte central y avanzaban las extremidades, ahora
éstas permanecen inmóviles y avanza la parte del centro, alternando así sucesivamente
las curvaturas en proporción cada vez menor, al paso que van perdiendo poco a poco
algo de su movimiento, debido a la resistencia del aire. Este es todo el misterio de la
continuación del movimiento: así se lo entiende muy bien, si nos fijamos con atención
en el modo como se mueven las serpientes y los demás reptiles y cómo se va alternando
el movimiento de sus partes: cuando se mueven las unas descansan las otras, y
viceversa. Lo cual es evidente también en los cuadrúpedos y en nosotros mismos:
cuando movemos el un pie, descansa el otro y viceversa. Y así se entiende fácilmente
cómo la piedra va avanzando poco a poco en su movimiento ascensional: al moverse en
el aire encuentra la causa de su movimiento en la afluencia de la materia sutil, que
origina nuevos y nuevos pasos, nuevas y nuevas curvaturas, pero al mismo tiempo con
la correspondiente pérdida de velocidad por la resistencia del aire. Porque si bien el aire
por una parte es empujado, por otra, también empuja, es golpeado y golpea; y como no
puede abatir al cuerpo contrario con el primer impulso, lo hace poco a poco y
sucesivamente restándole paulatinamente algo de su primer impulso hasta destruir

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finalmente todo el movimiento. Por esto, hay que admitir también que el aire, al igual
que la piedra experimenta las inclinaciones o curvaturas de que hemos hablado, aunque
proporcionadas a su naturaleza, es decir, aquellas inflexiones de la elasticidad en uno y
otro sentido, debidas al influjo continuo de la materia sutil, hasta que cesa todo
movimiento. Tanto, que la materia sutil se puede decir que es como la oliva de la paz
puesta entre los elementos contrarios de la naturaleza, o como un sabio mediador que,
con su flujo vuelve los poros de todos los cuerpos a su antiguo estado natural y junta
unos con otros todos los elementos con amistoso nexo.

10. Veamos ya cómo se efectúa el descenso de la piedra. Después de


experimentar la última y más pequeña curvatura, la piedra permanecería inmóvil en el
aire, si no fuera empujada hacia abajo por otra fuerza, toda vez que, como se ha dicho,
no existe en su cuerpo la gravedad absoluta. ¿Qué ocurre en este momento? Que el aire
superior incitado por la elasticidad con la última curvatura producida por la materia sutil
en continua agitación, empuja con sus impulsos la superficie de la piedra, tratando de
separarla de su lugar como si fuera un obstáculo, y de llevarla hacia arriba o hacia abajo.
Como no puede impulsarla hacia arriba a causa de la ineptitud del cuerpo que no posee
una figura que le permita estar en equilibrio con el aire superior, y que además no
encuentra su equilibrio en el sito en donde está, la empuja hacia abajo; al principio
lentamente, comenzando por pequeñas curvaturas, pero en sentido contrario al del
comienzo del ascenso y luego acelerando el proceso: como ya vimos, al iniciarse el
ascenso, la concavidad de la primera curvatura miraba hacia la mano, y la parte
convexa, al lado de la proyección; en la segunda curvatura ocurría lo contrario, y así
sucesivamente en la tercera y las siguientes siempre alternativamente; en cambio en el
descenso la concavidad de la primera curvatura mira hacia el lado correspondiente a la
proyección y la parte convexa, hacia el centro de la Tierra; la segunda concavidad mira
al centro de la Tierra y la parte convexa al lado correspondiente a la proyección; la
tercera cambia nuevamente el sentido de la dirección y así se sigue alternando
sucesivamente hasta que la piedra cae al suelo. En cuanto al movimiento, era más rápido
o violento al comienzo del ascenso y más lento hacia el final: en el descenso ocurre lo
contrario: es más lento al comienzo y más rápido al final, porque en la proporción en
que el movimiento de la piedra disminuye al ascender, en la misma aumenta al
descender; de modo que bien podemos decir que la disminución del movimiento en un
sentido es la regla o medida del aumento en el sentido contrario, y al bajar aumenta en
la misma proporción en que disminuye al subir. El estudio y explicación de este
fenómeno lo dejamos a los matemáticos, pues bien puede ser que existan otros
elementos que persuadan hacer una formulación distinta de este principio

11. Pero prescindiendo de esto, se puede dar por seguro que la disminución del
ascenso se puede establecer como norma del aumento en el descenso. Por lo tanto, el
primer grado de curvatura en el descenso será igual a la poca amplitud de curvatura en
el ascenso, de manera que la cantidad de velocidad que pierde la piedra, al ascender, es
la misma que adquiere al descender, como efecto de la primera curvatura, el segundo
grado o cantidad, igual respectivamente al segundo, y así sucesivamente. La razón o
explicación de esto está en el mismo conjunto de causas que intervienen desde todos los
ángulos: lo que hace la materia sutil en la etapa de ascenso, lo hace también en la de

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descenso; actúan también en uno y otro sentido las curvaturas que se van produciendo;
actúa el aire al empujar la superficie de la piedra, actúa así mismo en una y otra
dirección el impulso interno del cuerpo, sólo que en dirección contraria cuando se trata
sea de la fuerza ascendente, sea de la descendente. Los efectos del movimiento se
deben, pues, a todos estos agentes en conjunto, el agente externo, la materia y el aire,
concretamente el primer impulso en el ascenso, a la mano; la continuación del
movimiento, a la materia; la disminución o retardo, al aire; en el descenso, el primer
impulso al aire superior, la continuación –con la producción de curvaturas mayores y
menores-, a la materia sutil; la aceleración, al mismo aire con su repercusión cada vez
más fuerte. Este proceso se explica con el fenómeno del equilibrio: como veremos, el
equilibrio que se obtiene en el aire, se debe a que las partículas más pequeñas del fluido
son impulsadas a mayor distancia desde el centro hacia el cielo, mientras que las
partículas más grandes permanecen en la parte baja; algo semejante sucede con la
piedra: cuando es lanzada hacia arriba, la fuerza que produce las curvaturas busca el
equilibrio en el aire, y no lo encuentra sino en el momento o en el punto en que da por
terminada la última curvatura o inflexión; pero, como una vez en este punto, el aire la
empuja por todos los lados, y como se trata de un cuerpo que al faltarle el movimiento
no puede estar en equilibrio con él, cede a la fuerza del cuerpo contrario y dirige sus
inflexiones hacia la Tierra, que es el lugar propio suyo, hasta que, tras repetidos
impulsos, cae estrepitosamente.

12. Pero a esto se dirá: siendo las mismas las causas que actúan en una y otra
dirección, ¿por qué disminuye el movimiento al ascender, y aumenta al descender?
Unas mismas causas producen un mismo efecto: ¿por qué producen aquí el efecto
contrario? Respondo que ello se debe a la superficie de la piedra, que cambia con cada
una de sus inflexiones, adquiriendo un volumen mayor o menor: cuando el volumen es
mayor, se enfrenta a un mayor número de partículas de aire, y cuando es menor, a
menos partículas; ahora bien, como la resistencia de un número mayor de partículas es
más fuerte que la de un número menor, no es extraño que las velocidades correspondan
a las superficies variantes de las inflexiones. Lo cierto es que el aire repercute en la
superficie de la piedra tanto en la dirección ascendente como en la descendente, pero
ejerciendo mayor presión en la superficie mayor y menor de la superficie más pequeña.
Pero la superficie viene a ser tanto mayor, cuanto mayor es la curvatura o inflexión del
cuerpo; y viceversa, como es obvio, porque el producirse una mayor inflexión el cuerpo
se extiende, y se comprime cuando la inflexión es menor. Pues bien, durante el ascenso,
las curvaturas o inflexiones son mayores al comienzo y luego van disminuyendo hasta
que la piedra recobre su estado natural con sus poros proporcionales a dicho estado. En
el descenso ocurre lo contrario: al comienzo las inflexiones son menores y se van
haciendo cada vez mayores. Es verdad, por tanto, que en el ascenso la superficie que al
comienzo era mayor, va disminuyendo en extensión, y en el descenso, va aumentando,
No es, pues, extraño que al ascender la piedra, tenga que disminuir su movimiento, por
tener que enfrentarse a una superficie mayor de aire que repercute en ella con más
fuerza; mientras que al descender, aumente el movimiento, ya que desde el principio va
enfrentándose a una superficie menor.

13. Sólo el movimiento circular, que se da alrededor del propio centro, es difícil
de explicar con lo que llevamos dicho. Efectivamente, una piedra lanzada al aire y que

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sube en virtud de las sucesivas curvaturas que experimenta, muchas veces se mueve
también sobre su propio centro con movimiento circular, sin desviarse por eso de la
primera dirección en que fue lanzada; pero entonces no se ve cómo las inflexiones que
en ese caso se entrecruzan en todas direcciones, no tengan que empujarla más bien hacia
abajo, o en otra dirección, que hacia arriba. Hay que decir que en este caso no se
continúa el movimiento en el sentido del arco, como hemos dicho antes, sino que el arco
se convierte en círculo. Me explico: podemos decir que los filamentos y las uniones de
los poros en el cuerpo de la piedra se entrelazan entre sí de tal manera, que
insensiblemente puedan ir adoptando diversas configuraciones en la estructura interna,
sin que la piedra presente a nuestra vista una configuración externa distinta de la que
tiene. Según esto, con la fuerza de repercusión del aire y con el fuerte impulso de la
mano, los filamentos internos llega a formar una urdimbre tal que algunas extremidades
tienden a unirse entre sí, otras se interconectan de hecho, formando así círculos
completos en vez de los arcos de que hablamos antes; y los poros por su parte, se
reducen todos a un igual tamaño, ya no como en la explicación anterior, en que veíamos
que eran mayores en las extremidades y menores en la parte media; en este caso no es
así, sino que todos se comprimen reduciéndose por igual en el campo del círculo.

14. Pero esto no es todo: al girar la piedra sobre su centro no puede dejar de
sufrir la compresión del aire en el que está inmersa, tanto que sus poros se reducen en la
vecindad de las superficies en donde la comprensión es mayor, haciendo más difícil el
ingreso de la materia, y se agrandan en donde la compresión es menor, haciendo más
fácil el ingreso de la materia. ¿Qué suceda entonces? ¿Tendrá que quedar inmóvil la
materia que está dentro de la piedra y de los poros de los círculos? De ninguna manera,
dada su extremada fluidez. ¿Se escapará de allí? Tampoco, por impedirlo la estrechez de
los poros. Entonces, ¿qué puede pasar? –adoptará un movimiento circular en torno a sí
misma. Cuando los niños fijan en una varita un trozo de papel con las puntas recortadas
y dobladas con forma de caracol y van corriendo, ¿no hacen que el papel gire con
movimiento circular? Pues igualmente en nuestro caso la materia sutil comenzará a girar
sobre sí misma formando un pequeño remolino, y con su movimiento hará que también
la piedra se mueva en el mismo sentido; ésta sin embargo, como lo hacen todos los
objetos que giran sobre sí mismos, tratarán de proseguir su curso por el aire en línea
recta, y de alejarse como de su centro, del sitio de su primer impulso, es decir, de mi
mano que la arrojó. Por lo tanto, continuará subiendo por el aire, si es que ésa fue la
dirección del primer impulso, más o menos como lo hace una rueda que avanza por
Tierra y con sucesivas rotaciones va siempre ganando terreno hasta que se detiene; de
manera que se puede decir que así como la última es una rueda terrestre, la piedra es una
rueda aérea.

15. El descenso o caída se puede explicar del mismo modo, con esta sola
diferencia: que en el ascenso la primera curvatura o inflexión es producida por la mano
que arroja la piedra, y luego con la resistencia del aire se cambia en figura circular; y en
la caída el primer impulso es producido por el aire superior que presiona sobre la
superficie de la piedra en el instante en que se supone que se ha detenido, produciendo
la respectiva inflexión, que si bien al comienzo es muy ligera, no tardará en hacerse
circular, con la acción concomitante del aire inferior, aumentando los respectivos

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movimientos a medida que cae, en proporción igual a la disminución de los mismos
cuando iba subiendo. Expliquemos esto con mayor detalle: cuando la piedra es
presionada por el aire, y al tiempo que dentro de ella circula la materia sin perder su
dirección ascensional, no solamente se va alejando de mi mano en línea recta, sino que
hay algo más: la materia que gira dentro de la piedra, pugna por alejarse lo más que
puede del centro de la misma piedra hacia la parte en donde es más débil la compresión.
Diríamos que en donde la compresión de la piedra es mayor, ahí están los polos de la
nueva configuración de su cuerpo; y donde es mayor la protuberancia, ahí están el
ecuador y la zona tórrida del cuerpo. Ahora bien, como en torno a esta zona se da una
precipitación mayor de la materia interna, y también una menor compresión del aire
exterior, los poros de la piedra se agrandan un tanto, haciendo que por ellos fluya la
materia que se va perdiendo sucesivamente al subir, hasta que la piedra pierda todo su
movimiento. En cambio al caer, será poca la materia que logre entrar al comienzo por
los poros de la zona tórrida, pues éstos se han reducido debido al estado de quietud de la
piedra; algo de materia sin embargo podrá ingresar en virtud de la compresión del aire,
lo que bastará para producir la primera rotación, la cual a su vez sumándose a la anterior
compresión, agrandará los poros de la mencionada zona y facilitará más la entrada de la
materia sutil. Viene luego la segunda rotación, más veloz que la anterior, y luego la
tercera con el consiguiente agrandamiento de los poros y mayor agitación del cuerpo de
la piedra, y así sucesivamente. Con cada rotación rebullen los poros de la zona tórrida
de la piedra. Zona que corresponde a su mayor protuberancia, y se van haciendo cada
vez más grandes; con esto, va entrando poco a poco más cantidad de materia y por lo
mismo la piedra va aumentando su velocidad de descenso, así como durante el ascenso
la disminuía a medida que expulsaba la materia.

16. Queda un último punto: ¿cómo al caer en Tierra pierde la piedra


instantáneamente todo su movimiento? La explicación de esto parece difícil. Pero
veamos lo que ocurre: al caer en Tierra la piedra, se produce en su cuerpo una doble
inflexión o curvatura, la que corresponde a la caída y la que corresponde a la
repercusión, porque la curvatura con que la piedra golpea la Tierra, repercute y golpea a
su vez a la piedra; ahora bien, como estas inflexiones se corresponden, si bien actuando
en sentido contrario, y como son las mayores inflexiones que se producen en este
proceso, resulta que la piedra viene a sufrir en la zona de su polos una compresión más
fuerte que antes y los poros de la zona tórrida se agrandan mucho más. Esto tiene lugar
de una manera instantánea, produciendo la expulsión también instantánea de toda la
materia sutil que sucesivamente se había acumulado en el interior. Entonces se sigue por
fuerza la vuelta instantánea de la piedra a su estado natural de quietud. Ya hemos
expuesto las causas y explicaciones del movimiento de retardación en el ascenso y de
aceleración en la caída. Todos los demás movimientos y sus direcciones, ya sean
elípticas, parabólicas, o de cualquiera otra configuración, resultan de la combinación del
movimiento en línea recta y del circular, de acuerdo con los siguientes principios: la
materia sutil maneja la elasticidad de todos los cuerpos, el aire se entremezcla también
en todo y penetra por todas partes con su respectiva fuerza, y así se van produciendo y
configurando los diversos movimientos. Además con esta explicación resulta fácil
defender la tesis, que suele plantearse, de que con el bailoteo de una pulga tiembla todo
el orbe, porque, como no se da el vacío por estar todas las cosas saturadas, nada puede
moverse sin provocar inflexiones en el aire adyacente; a su vez esta porción de aire que

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ha recibido ese impacto no puede dejar de provocarlo en la porción vecina y ésta en la
siguiente indefinidamente; de lo contrario; tendríamos que el aire al mismo tiempo sufre
y no sufre una inflexión o el efecto de la curvatura: la sufre, como se supone, y no la
sufre, ya que es de la esencia de la curvatura el ceder un poco en espacio y hacer que la
superficie adyacente se curve también en el sentido correspondiente. Por lo tanto, nada
podrá moverse sin que se mueva también de alguna manera todo el orbe. Pero éste es un
problema que toca más las dificultades en torno al infinito.

17. Digamos algo acerca de la compresión del aire. No se puede explicar mejor
que comparándola con la materia sutil. Se comprime el aire artificialmente y
aplicándole una fuerza externa, hasta el límite de una sexagésima parte de su volumen
natural, y se dilata, sin que intervenga el calor hasta un volumen l3769 veces mayor.
Para explicar este fenómeno supongamos algo que es muy razonable, a saber, que el aire
está compuesto de partículas rígidas y elásticas, pero que fácilmente adoptan la forma
de pequeñas espirales plegables en forma de lana, como imagina Descartes. Entiéndase
también que su gravedad, como hemos dicho antes, no es otra cosa que el impulso que
recibe desde fuera, en otras palabras, la presión que ejercen las partículas superiores
sobre las inferiores, las cuales a su vez ejercen también su respectiva presión, si bien
más débil, contra las partes superiores. Esto supuesto, todo se explica fácilmente: la
gravedad, el hecho de que los elementos gravitan como hemos dicho, parece cosa cierta.
En efecto, el oro por ejemplo, pesa menos en el agua que en el aire, lo cual no puede
atribuirse a otra cosa sino al hecho de que el agua también ejerce alguna fuerza de
gravitación sobre el oro, es decir que lo empuja hacia arriba; si así no fuera, no sería
verdad que el oro pesa menos en el agua. En contra de esto podría aducirse sólo un
argumento eficaz, que es el siguiente: que cuando sumergimos nuestro cuerpo en el
agua, no sentimos el peso de ésta; pero sin embargo sentimos el peso de cualquier
cantidad de agua, si puesta en un vaso lo colocamos sobre nuestra cabeza mientras
estamos a flor de Tierra y rodeados de aire. La razón de esto es fácil de explicar según
los principios de Descartes: como todos los líquidos se mueven en tal forma que ejercen
presión más hacia arriba, en dirección al cielo, que hacia abajo, en dirección al centro de
la Tierra, del cual se alejan lo más que pueden, y así todas lar partículas según la
proporción de su cuerpo, alcanzan su equilibrio en una u otra parte del líquido, resulta
que cuando estamos en el agua no sentimos su gravedad, porque su fuerza de presión
tiende más hacia arriba que hacia bajo, y porque todas sus partes están en equilibrio en
el sitio en que se encuentran,. En cambio el estar en el aire y colocar un vaso de agua
sobre la cabeza, éste no está en equilibrio con el aire, como es evidente, ya que no está
en su lugar, aun cuando todas las partes del agua del vaso estén en equilibrio respecto de
sí mismas; y, por tanto, dada aquella fuerza centrífuga de que hemos hablado, y dada
también la presión más fuerte de las partículas de aire que actúan en las capas
superiores, el vaso es empujado hacia abajo, y por eso sentimos su fuerza de gravedad.

18. Esto se entenderá más claramente tomando en cuenta las superficies en que está
dividida el agua: externa o superior, intermedia e inferior. La externa o superior es
aquella que podemos imaginar como suspendida y en contacto con el aire, sin ejercer su
fuerza de gravedad sobre la inferior subsiguiente, a manera de bóveda. Siguen las demás
capas o superficies en sucesión hasta llegar a la más baja que está en el fondo. Ninguna

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de estas superficies o capas gravita sobre la que está bajo ella, porque el impulso se da
más bien desde el fondo hacia las superficies superiores y no viceversa. Hay que decir
por tanto, que la superficie o capa del fondo gravita sobre la que está junto a ella, ésta
sobre la de más arriba, y así sucesivamente hasta llegar a la superficie externa o superior
que es la está a nuestra vista, y que a su vez gravita sobre la capa de aire inferior. Pero
como este impulso gravitacional resulta ineficaz y no es posible que cada una de las
gotas se ubique en la parte superior, no obstante teniendo que atribuir algún efecto a ese
impulso, resulta que, como efecto de la colisión de las superficies, cada una de las gotas
transforma en movimiento circular el movimiento que llevaba en dirección al cielo, y
por tanto se mueve sobre su propio centro. Este movimiento circular es el factor
principal en la gravitación. En efecto, como cada gota de agua está en continuo
movimiento sobre sí misma, no deja de presionar sobre las gotas que están junto a ella,
pero al mismo tiempo ejercer su mayor presión sobre las gotas superiores, a causa de la
fuerza centrífuga. Pero como las gotas superiores se comportan del mismo modo que las
inferiores, e incluso se mueven con más violencia sobre su propio centro, tenemos que
el impulso de las gotas inferiores se vuelve por vía refleja contra las otras también
inferiores en un proceso continuo, con lo que, en definitiva, las gotas superiores
presionan constantemente sobre las inferiores. Esta es la gravitación en su concepto
verdadero. Con esto se entiende fácilmente cómo gravitan los elementos en su propio
lugar: es que, como hemos dicho, cada superficie o capa superior gravita por vía refleja
sobre la inferior, aunque en principio y directamente cada superficie inferior debería
gravitar sobre la superior.

19. Si es verdad todo lo dicho, es claro que nuestro cuerpo al sumergirse en el agua
no sentirá el peso del la gravedad, o lo sentirá en proporción muy limitada, es decir la
equivalente al peso con que gravitan sobre sí misma las superficies consideradas
separadamente y en cuanto presionan desde los lados sobre nuestro cuerpo; por tanto,
no sentirá el peso de todo el volumen de agua que está sobre él. En una palabra, así
como, tratándose de una nave que está en el mar, no se la compara con toda el agua que
está debajo de ella, para poder decir que es más ligera que el agua, sino solamente con
un volumen o porción igual a su cuerpo, así nuestro cuerpo no debe compararse con
toda el agua que lo cubre desde la superficie exterior, sino sólo con una porción igual a
él, porción que ciertamente pesará poco sobre él, y se dejará sentir sólo en la proporción
en que ese volumen de agua sobrepasa el peso del cuerpo, lo cual apenas si será
perceptible, y aun podemos decir que ni llegará a sentirse, puesto que nuestro cuerpo, lo
mismo que el oro, es algo más ligero que el agua que en el aire. Por esto, aun cuando los
elementos gravitan en su propio lugar, difícilmente nos formamos cabal concepto de
estos fenómenos, puesto que las comparaciones que tenemos que establecer son
comparaciones entre volumen y volumen, entre una porción entera de agua y otra, v.gr.
entre la capa o superficie inferior con la que le sigue inmediatamente, entre esta
superficie concreta y otra, etc., y no entre todo el conjunto y todas las superficies
reunidas, puesto que éstas no gravitan como una masa única dotada de un accidente
físico que ejerciera todo su influjo a la vez, sino que gravitan cada una por separado, es
decir, cada una de las partes en la que le sigue inmediatamente y ésta a su vez en la
siguiente, sin llegar a influir en las partes más remotas, y más bien recibiendo en sí
mismas el influjo reflejo, de manera que adquiriendo un movimiento circular, cada gota
de agua gira sobre su propio centro. Viniendo ahora a nuestro cuerpo, su peso es la

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misma gravitación del aire, ya que tiende a ir hacia abajo, debido al impulso que recibe
del aire: en efecto, el concepto de la gravedad no es otra cosa que la tendencia a ir hacia
abajo, tendencia o peso que proviene del impulso del aire. Esto decimos también del
hecho de que, según sean los cambios que sufre el aire, nosotros nos volvemos más
pesados o más ligeros.

20. Más aún, ateniéndonos a la estricta verdad, la comparación de que hemos


hablado antes entre un volumen de agua inferior y la nave, y entre nuestro cuerpo y el
volumen de agua que lo cubre, no es muy buena puesto que se hace desde un punto
meramente matemático. Hablando en términos físicos, lo que se compara es la
superficie o superficies de agua contiguas que presionan los lados de aquellos cuerpos:
así se entiende cómo los cuerpos sumergidos en el agua se elevan un poco, a causa de
los múltiples impulsos que reciben y que tienden hacia arriba; y si no siempre se
mantienen suspendidos en equilibrio como la nave, sino que van hacia el fondo como
nuestro cuerpo, es debido a la configuración de dichos cuerpos, que a unos los hace
aptos para ascender y a otros para descender. Me explico: los cuerpos compactos, que
tienen pocos poros y muchas superficies pequeñas, fácilmente tienden a descender; los
cuerpos holgados y ralos, que tienen mayor cantidad de poros y superficies más amplias
tienden fácilmente a subir, De modo que, si el afluir de las gotas de agua que giran
continuamente sobre su propio centro, presiona por los lados sobre un cuerpo de los de
la segunda clase de que hemos hablado –menos compacto, mas poroso, con superficies
más amplias– y que por tanto tiene una configuración que le hace apto para recibir
mayor cantidad de impulsos, de hecho será impulsado con más fuerza, subirá más y, si
está en el agua, se suspenderá como la nave. Pero si se trata de un cuerpo de los de la
primera categoría que mencionamos, más compacto, con menos poros y menos espacios
de superficie y con distinta configuración, no podrá menos de recibir un impacto de
presión más débil, y por tanto, tendrá que descender y hundirse; que es lo que ocurre
con nuestro cuerpo.

21. Pero a veces sucede que después de muerto, sobrenada el cuerpo, o incluso que
no se sumerge, como en el caso de los que nadan. Lo primero se explica porque el
cuerpo se va llenando con el aire que se encuentra también en el agua, y con ello se van
hinchando los pulmones y las demás partes esponjosas del cuerpo, como si fuera
efectivamente una esponja, convirtiéndose en un cuerpo menos compacto que el agua y
con muchas superficies, y capaz de ser empujado hacia arriba por la misma agua. En el
caso de los nadadores, la misma fuerza de éstos, que empuja al cuerpo, dilata los
pulmones haciendo entrar el aire necesario. Así, en uno y otro caso el cuerpo va hacia
arriba. En conclusión, si nuestro cuerpo se va al fondo, y la nave permanece en la
superficie exterior del agua, no es, como se cree comúnmente, por la mole de agua que
al un cuerpo empuja desde arriba, y al otro lo repele desde abajo, sino por los impulsos
repetidos de las gotas de agua y por el aflujo del agua adyacente que presiona los
cuerpos continuamente por los lados empujando hacia abajo al cuerpo más compacto, y
hacia arriba al más esponjoso. Tratándose del aire, tiene que darse una explicación
parecida: las columnas en que comúnmente se lo divide, son matemáticas e imaginarias,
no físicas y reales. El peso de nuestro cuerpo no proviene primariamente de que
sostengamos una columna de aire que pende sobre nuestra cabeza, sino del aire colateral

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y adyacente que presiona continuamente sobre las partes de nuestro cuerpo, que tiende a
subir pero que es empujado hacia abajo.

22. Finalmente, para ir a la raíz de la explicación y señalar también la causa de por


qué la Tierra gravita en su propio lugar, hay que referirlo todo en último término al
movimiento espiral del remolino o vórtice de la Tierra con el que girando
continuamente tiende a su propio centro, y además a la material sutil, que desde el
centro afluye en mayor abundancia en dirección al ecuador y a la zona tórrida que a
otros sitios. Y como la materia sutil se propaga por todo el remolino hasta la
circunferencia, golpea y empuja a todo este fluido, arrebatando consigo de oriente a
occidente con la atmósfera todo lo que encuentra a su paso, presionando con más fuerza
las superficies mayores y con menos fuerza las menores; y por lo mismo, los cuerpos
pequeños al ir encontrando mayores superficies, ocuparán los lugares altos, y los
cuerpos más vastos, los sitios inferiores. Ahora bien, lo primero que encuentra a su
paso, es la Tierra y sus capas con su correspondiente densidad, como algo craso y vasto,
después el agua, y por fin el aire como algo más sutil. Todos estos elementos, con todo
lo que contienen, el vaso colocado sobre la cabeza, la nave, nuestros cuerpos, según su
respectiva naturaleza, obtienen su equilibrio por acción de la materia que gira, y que a
unos los empuja hacia el centro, a otros los mantiene en el medio, y a otros los eleva a la
parte más alta. Y así se entiende cómo gravitan en su propio lugar los diversos
elementos, el vaso, la nave, nuestro cuerpo, etc.: es que en todas partes, incluso dentro
de la misma Tierra cada una de las porciones de la materia central giran por separado y
presionan de distinta manera sobre todas las superficies de los elementos y esto con
mayor fuerza sobre las inferiores y con menos fuerza sobre las superiores, empujándolas
hacia el centro como se hace con los hilos que se enrollan en el huso; en lo cual consiste
la gravedad. Y como el aire presenta superficies mucho mayores que el agua, por ser
mucho más fluido y dividido en partículas mucho más pequeñas; y el agua presenta
superficies mayores que la Tierra, que es el elemento más compacto de todos, resulta
que el aire es empujado hacia arriba, la Tierra abajo, quedando el agua en equilibrio en
la parte media. No vemos fácilmente que el fuego gravite del modo dicho, si bien la
razón nos dice que hay que hacer la misma deducción, no solamente respecto de la
materia sutil, sino también del mismo fuego, ya que la colocación de sus partes, una
sobre otra, es suficiente signo de la distinción de las mismas.

23. Para referirnos ya a la compresión del aire, tengamos en cuenta que las
características que hemos mencionado en general en todos los elementos y en particular
en el agua, se han de aplicar mucho más propiamente al aire en cuanto a la producción
de los diversos efectos, dada su mayor fluidez y por tanto su mayor aptitud para
producirlos. Las superficies del aire, o sus porciones y capas inferiores, también ejercen
sus respectiva presión sobre las superiores, éstas sobre las siguientes, y así
sucesivamente hasta la última superficie de la atmósfera, presionando siempre hacia
arriba, como dije al tratar del agua; pero de tal modo que también las superficies
superiores presionan sobre las inferiores con el impulso reflejo, produciéndose el
movimiento giratorio de cada partícula sobre su propio centro, y su respectiva
gravitación y presión de arriba abajo, y siguiéndose como resultado la verdadera
pesadez del aire y los demás efectos que admiramos. Estos son los cilindros o columnas

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matemáticas de este elemento, los pesos de la naturaleza, la potencia motriz y todas las
demás gravitaciones, es decir los impulsos de las partes superiores sobre las inferiores, y
el movimiento de las partículas de aire sobre su propio centro en dirección circular, el
éter, la materia sutil, y no más. Se podrá también advertir que, debido al movimiento del
remolino de la Tierra, tanto en el aire como en el agua, la porción superior o las
columnas matemáticas comprimen un poco a las porciones inferiores, aunque solo de un
modo reflejo, mediato y secundario, en cuanto que las partes superiores de la columna
comprimen a las inmediatamente inferiores, éstas a las siguientes y así sucesivamente
hasta llegar al cuerpo que se halla interpuesto y que también es empujado hacia abajo,
como ocurre en el huso o el ovillo –según queda dicho- en que los hilos externos
comprimen más y más a los de dentro sobre todo al núcleo.

24. Aunque es verdad todo lo dicho, hay sin embargo entre el agua y el aire una
diferencia que merece particular atención, y es la siguiente: el agua gravita sobre las
porciones o cuerpos inferiores como partes, mientras que el aire lo hace como un todo;
es decir, no toda la columna del agua, sino sólo una porción de ella comprime
sensiblemente al cuerpo que está sumergido, y por el contrario toda la columna de aire
de todo el cilindro gravita sensiblemente. La razón de esta diferencia está en que
además del movimiento circular de las partículas de aire, en el cual consiste la causa
primaria e inmediata de la gravedad, se da también otro movimiento de toda la masa de
aire que se mueve como un todo, a saber el movimiento de toda la atmósfera, de todo
aquel remolino que se mueve más sensiblemente de oriente a occidente, arrebatado por
la materia central de la Tierra, de que hemos hablado antes, materia que al encontrarse
en el aire en donde no hay obstáculos que se le interpongan, se vuelve más fluida y más
copiosa, y actúa mucho más fuertemente que en el agua en donde encuentra tantos
obstáculos y se vuelve más densa y más escasa. Por consiguiente, las partes inferiores
del aire son comprimidas por las superiores como en bloque y todas son empujadas al
mismo tiempo hacia el centro de la Tierra. En el agua en cambio, aunque se da ese
movimiento, no es tan libre, porque encontrándose el agua en la Tierra como en un
vaso, su movimiento debe acomodarse a los movimientos de la Tierra, como la misma
agua se acomoda a todos los movimientos del vaso. Y como la Tierra es un cuerpo
sólido que no puede ser movido y equilibrado por la materia central como si fuera un
fluido, el agua contenida en ella, si bien es fluida, muchas veces no podrá desplazarse
con la misma libertad que el aire. Y si sus partículas se mueven también en sentido
circular, lo harán principalmente sobre su propio centro o formando círculos y
movimientos especiales que nunca logrará hacer que gravite toda la columna en bloque
como sucede en el aire; serán sin embargo capaces de hacer que las diversas superficies
o capas de agua puedan coordinarse y situarse una junto a otra, las menores y más finas
en lo alto, las mayores y más densas en lo bajo, y así mantenerse suspendidas en
equilibrio, como aparecen a nuestra vista, y actuar también sobre los cuerpos
sumergidos del modo que hemos explicado.

25. Así pues, para hablar un tanto en términos matemáticos, son los cilindros del
aire los que gravitan hacia abajo, los cilindros y las columnas de aire, los que empujan
hacia abajo con tanta fuerza el vaso lleno de agua y colocado sobre nuestra cabeza, los
cilindros, los que producen la gravedad que sentimos de nuestro cuerpo. Y ¿qué es la

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potencia motriz que se aumenta por la acción de algún instrumento, como la palanca?
Pues a decir verdad, es falso que se cambie o se prolongue la potencia: aquí estamos de
nuevo frente a un misterio. Lo único que sucede es que la longitud o disposición del
instrumento que usamos, es tal que en ella caen más y más cilindros de aire, los cuales
son como los pesos que se ponen en la balanza para que pueda elevarse el peso opuesto.
Y así de los demás efectos que vemos en la máquina de Boyle, en el barómetro, en la
unión de dos mármoles o dos medias esferas de las que se saca el aire; y lo mismo se
diga de los tubos capilares, por los que se echa de ver la atracción de los jugos en los
árboles y las plantas, el origen de las fuentes y la ascensión del agua hasta las más altas
cimas de los montes. Todos estos fenómenos tienen que ver con la misma causa, los
cilindros de aire, su gravitación, su compresión o su dilatación, al menos hasta la altura
de un cilindro de agua de 33 pies, como es sabido, o de un cilindro de mercurio de dos
pies y medio, como en el barómetro. Todos estos fenómenos, repito, se explican muy
bien en el sistema matemático. Pero ¿no basta esto para resolver el asunto que
indagamos: éste consiste en saber qué son los cilindros? ¿Qué es la gravitación? ¿Cómo
el aire eleva el mercurio unas veces más y otros menos? ¿Cómo un cuerpo pesado pueda
volverse ligero, y de nuevo convertirse en más pesado? Tratándose de la potencia motriz
¿qué significa el aumento del movimiento aun cuando el peso sea menor, o por el
contrario la disminución del movimiento aun cuando el peso sea mayor? Y así de tantos
otros fenómenos.

26. Aquí, pues, tratamos de averiguar cuál es la verdadera causa de estos efectos.
Digo yo que éstos se pueden explicar correctamente sólo si se recurre una vez más a los
fenómenos de los remolinos, de las descargas, de la materia sutil y de la elasticidad.
Ante todo, la materia sutil con la ayuda del sol, el fuego, el frío, diversos instrumentos,
etc. y sobre todo del ardor del centro de la Tierra que gira con mayor o menor fuerza,
penetra y sale por los poros de los filamentos o espiras del aire con tal eficacia que no
hay nada que no pueda hacerse en virtud de sus emanaciones o elasticidad pudiendo
incluso despejarse todo el misterio de la compresión y dilatación del aire. Veámoslo en
el caso del barómetro. Supongamos que hay una fuerte descarga o expulsión de materia,
ya sea porque fluye en mayor abundancia desde el centro de la Tierra por haber subido
la temperatura del fuego interior; ya sea también por acción del remolino del sol,
coadyuva a ello de un modo u otro –unas veces con un sacudimiento mayor, otras con
su menor compresión, etc.: tendremos entonces que el remolino terrestre habrá de
dilatarse en su totalidad, se ensanchará en todas direcciones, se propagará más su
movimiento espiral, con lo que nuestro aire experimentará una menor compresión; en
otras palabras, se dilatarán sus espirales, se tornarán más rectas, se ensancharán los
poros y entrará en ellos mayor abundancia de materia sutil, y los cilindros se elevarán
un poco, el aire gravitará con menos fuerza y el barómetro descenderá. Supongamos que
ocurre lo contrario: que afluye menos cantidad de materia desde el centro de la Tierra,
impedida por muchos factores fortuitos u ordinarios dentro o fuera de la Tierra, o
porque el sol no ayuda a ese flujo de la materia o ayuda poco, o más bien lo impide con
una dilatación más fuerte de su remolino, con el consiguiente ímpetu más violento del
remolino terrestre, o simplemente que por cualquier otro motivo afluye, como hemos
dicho menos cantidad de materia: como efecto de esto vendrá una compresión del aire.
El aire se verá presionado, ocupará menor espacio, sus espirales y filamentos se verán
como apiñados, los poros se estrecharán, la materia sutil penetrará con dificultad, se

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perturbarán menos los cilindros, se verán presionados con más fuerza hacia abajo, y así
gravitarán también con más fuerza, y ascenderá el barómetro. Pues bien, lo que acontece
en el espacio libre y superior del aire, de ley natural, se puede hacer también con
métodos artificiales a ras de Tierra: si por medio de instrumentos quitamos el peso del
aire que pende sobre las superficies inferiores, tendremos la dilatación; si añadimos un
peso que comprima la superficie, tendremos la compresión. Aquí está toda la dificultad
del problema. Pero esto supuesto, dispónganse como se quiera las columnas de aire, y
todo se explicará muy bien, puesto que se tiene la causa radical de toda gravedad. Y si
eso se ajusta a la realidad, la cuestión de la dilatación, no será, como dice Milliet, cosa
tan difícil de entenderse; y más bien tendremos que reconocer que Descartes con su
sutileza la hizo mucho más asequible.

IV- Respuesta a la proposición 4ª. Se deja asentada la imposibilidad del vacío

1. Si logro hacer que el egregio Descartes se vea libre de la censura de tan


poderoso matemático como Milliet, en esta proposición, habré realizado una gran tarea,
superior por cierto a las fuerzas de cualquier ingenio. Apenas si me atrevería a tocar este
problema. Porque las dificultades que acumula Milliet son tales, que perecen más claras
que la luz del día, y tienen visos de severidad, y todavía nos quedamos cortos. Pero, si
no me equivoco, el adversario tiene perdida la partida, y sus dardos son completamente
inofensivos, puesto que ni siquiera llegan a tocar a Descartes. Si la mente de Descartes
hubiera sido la que supone Milliet, habría ciertamente que apartarse enteramente de él:
¿quién va a deducir que una cosa existe por el mero hecho de que piense que puede
existir? Porque concibo en mi mente al anticristo, ¿voy a deducir sin más que de hecho
existe? ¿Va a existir la quimera por el solo hecho de que yo pienso en ella? ¿Quién no
ve que este modo de discurrir es indigno no digamos de un filósofo sino hasta de un
ateo o de cualquiera que con actitud más audaz que sincera niega los principios
reconocidos por la luz natural de la razón? Esta ciertamente no es la manera de
argumentar de los cartesianos. Es muy otra y tal que, si la explicamos como se debe, no
presenta dificultad alguna. Para entender bien lo que queremos decir, hay que advertir
dos cosas en los principios de la doctrina cartesiana: en primer lugar, que no solamente
la existencia de las cosas sino también su esencia tienen origen en la libre voluntad de
Dios; es decir, que no solamente hay que atribuir a Dios el hecho de que por ejemplo un
hombre exista en la realidad, sino también que exista en potencia, y que por tanto se
debe también al mismo Dios el hecho de que ese hombre sea racional, ya que su esencia
hubiera podido ser otra antecedentemente a la libre determinación de Dios. Esto no
quiere decir que la esencia del hombre hubiese sido y no hubiese sido la que hoy es,
cosa que es contradictoria; sólo quiere decir que, en el caso supuesto de que hablamos,
sería distinta de lo que es ésta que tiene ahora. Esto de ser distinta, cosa que ahora es
imposible, corresponde a la verdad sólo en el sentido de una posible consecuencia. De
un modo semejante, después de la creación del mundo, no puede ser verdad ni siquiera
por el poder de Dios, que el mundo no haya sido creado. Y lo mimo hay que decir de la
esencia de los primeros principios, v. gr. dos más dos son cuatro: hubiera podido ser
otra cosa antecedentemente, haciendo por ejemplo que dos más dos sean cinco, aun
cuando esto ahora implica contradicción consecuentemente. No podemos entender,
dicen los adversarios, cómo hubiera podido ser eso; como tampoco podemos concebir

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cómo en la Trinidad tres hagan uno. Se echan a reír cuando se dice: esto es
contradictorio, las esencias de las cosas son inmutables; no se puede entender cómo
puede ser eso, etc. Y responden: si pudiéramos entender todo lo que Dios hace,
tendríamos un Dios muy limitado. Lo único que sabemos claramente es que tenemos un
entendimiento totalmente limitado, y que siendo tan ignorantes respecto de las cosas
que están bajo nuestro dominio, que apenas entendemos algo de ellas con cierta
claridad, no tenemos posibilidad de entender algo siquiera de las cosas que están por
encima de nuestra capacidad y que pertenecen al Ser infinito; toda vez que entre el
finito y el infinito no hay proporción alguna. Así es como se expresan los adversarios.

2. Tan ajenos están los cartesianos, y pensándolo bien, tan lejos debemos estar
todos de creer que podemos entender claramente algo acerca de Dios, que más bien
tenemos que admitir con toda certeza que entre Dios y nosotros no hay nada en común,
no hay semejanza, univocidad, afinidad, comparación, analogía, etc., ni siquiera de
lejos; y que tampoco puede darse sustancia alguna, ni ente o nombre, ni cosa imaginable
que se aplique unívocamente a Dios y a nosotros, puesto que Dios es algo totalmente
distinto que ni siquiera podemos concebir. De ahí que resulta fácil concluir que Dios
puede hacer cosas muy distintas de las que podemos pensar, y por tanto, que pudo haber
hecho que dos y dos no fueran cuatro, y que el hombre no fuera racional. Lo segundo
que hay que señalar es el corolario que se sigue de esta suposición, a saber, que hay dos
existencias de las cosas, una de la esencia o posibilidad y otra de la misma existencia o
del futuro existir (¿futurición?), puesto que tanto la esencia como la existencia son
objetos de libre determinación de Dios, sin que por ello la esencia y la existencia se
distingan entre sí como no sea con distinción de razón, como se enseña comúnmente.
Supuesto lo dicho, pregunto yo: ¿se puede concebir la esencia actual de una cosa que
existe actualmente, sin concebir al mismo tiempo su existencia actual? Esto es tan
contradictorio como concebir un hombre actualmente pensante sin concebir al mismo
tiempo su actual acto de pensar. Digo exactamente lo mismo acerca de la esencia
posible: no se puede concebir sin su existencia posible. Por tanto es correcto el
seguimiento razonamiento: conozco que actualmente existe en estado de posibilidad la
verdadera esencia del hombre; luego esta esencia existe de verdad actualmente en su
propio estado de posibilidad. Es así mismo correcto este otro razonamiento: conozco
que actualmente existe la misma esencia en estado de futurición; luego también se da
actualmente la existencia de la misma. ¿Qué hay de malo en este razonamiento? –Nada,
ya que no se deduce de la esencia posible la futura existencia de la misma, sino
solamente la existencia posible, la futura existencia de la misma, sino solamente la
existencia posible, es decir la que se da actualmente en esta de posibilidad. Así hay que
entender lo que dice Descartes.

3. Además adviértase algo que es similar a lo que se dijo de la distinción real:


Así como entonces la mente de Descartes no fue deducir la distinción real de cualquier
distinción de razón, sino solamente de aquella por la cual no solamente conozco que una
cosa no es la otra, sino que además percibo claramente que tampoco en la realidad
puede ser así; del mismo modo aquí la mente suya no es deducir la actual existencia de
cualquier conocimiento de la esencia de una cosa, sino sólo de aquel conocimiento por
el cual percibo clara y distintamente que la actual existencia de la futurición está
incluida en la misma esencia de la posibilidad. Esto se entiende examinando la esencia

52
de Dios. Cuando concibo la esencia de Dios y veo que el explorar mi interior y mi
propia mente, existe en mí su idea innata, medito en ella y me doy cuenta de que se me
presenta en la mente un ser de tal naturaleza, tan perfecto y excelente, que no puede
faltarle ninguna perfección imaginable: extremadamente bueno, infinitamente perfecto,
inmenso, simplicísimo, que no depende de ningún otro, que se basta en todo a sí mismo,
omnipotente, inmutable, en una palabra infinitamente infinito en todo cuanto hay de
positivo y cuanto hay de perfección. Advirtiendo esto, sigo reflexionando y hago el
siguiente razonamiento: ¿Qué sería un ser como éste, si no existiera actualmente? ¿Si
fuera solamente imaginario? ¿Un ser fabricado por mi mente? ¿Y en realidad una nada?
Quedaría precisamente en nada toda aquella perfección, y estaríamos ante un ser
quimérico. Pero insisto luego en mis pensamientos: Sin embargo yo, que concibo un ser
como ése, existo; pero existo no por mí mismo, puesto que en la idea que tengo de mí,
no veo un predicado en virtud del cual me haya podido hacer a mí mismo, o pueda
conservarme en lo posterior; y más bien me doy cuenta de todo lo contrario, que soy
limitado, finito, muy imperfecto, y que por tanto existo por acción de otro ser; entonces
exclamo: no existo por la acción de otro ser semejante a mí, como es evidente; luego
existo por la acción de otro ser enteramente distinto de mí. Continuando en mi reflexión
y examinando las ideas de todas las naturalezas, encuentro que solamente en la idea de
Dios está lo que busco, y concluyo: luego existo o vengo de Dios. Pero Dios ¿de quién
viene? Ciertamente de ningún otro que no sea él mismo. ¿Existe o viene de sí mismo?
Luego ¿se produjo a sí mismo? Pero esto supone que no existía antes. Y si no existía,
¿cómo se produjo a sí mismo, si de la nada no se hace nada? –Luego necesariamente
aquel ser ya existía. Esta es la conclusión que se deduce formalmente de la reflexión que
acabamos de hacer, como es obvio también al examinar la verdadera demostración que
da Descartes de la existencia de Dios. Exponer con lujo de detalle dicha demostración
quedaría aquí fuera de nuestro propósito. Sólo diré que nadie podrá negar que del
conocimiento de la idea innata de Dios se deduce legítimamente su actual existencia.

4. Así pues, la mente de Descartes no es otra que ésta: deducir la existencia de


la futurición no sobre la base de cualquier conocimiento, si no sólo de un conocimiento
en cuya idea se conoce que está incluida esencialmente aquella existencia, como sucede
en la idea de Dios, que es una idea que no se encuentra en las demás cosas o seres,
como v.gr. en la idea de Pedro, de Pablo, del anticristo, en la cual se ve que está incluida
solamente la existencia de la posibilidad. No es de extrañarse por tanto si del
conocimiento de estas ideas, no se pueda deducir –como se hace tratándose de la idea de
Dios– la existencia actual de la futurición de aquellos seres. De aquellas ideas se deduce
más bien la suma pobreza, limitación, imperfección y dependencia de dichos seres:
necesitan en efecto de otro ser que, él sí, no necesita de nada ni de nadie; depende de
otro que no depende de nadie; están subordinados a otro que no lo está a su vez a un ser
que sea superior a sí; en una palabra, están sujetos en todo, no solamente en cuanto a su
existencia actual, sino también en cuanto a su esencia posible, a aquel otro ser que es
totalmente independiente. Esta independencia y dominio es lo que exige esencialmente
la idea del ser perfectísimo, lo que se prueba con el siguiente razonamiento: si las cosas
dependieran del decreto divino solamente en cuanto a su existencia y no en cuanto a su
esencia, podría darse un ser más perfecto que el ser perfectísimo, porque evidentemente
el ser del cual dependieran todas las cosas así en su esencia como en su existencia, sería
más perfecto todavía que el otro; pero no puede darse un ser perfectísimo; de lo

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contrario sería un ser perfectísimo y al mismo tiempo no perfectísimo; luego hay que
reconocer que las cosas dependen del decreto divino en cuanto a su esencia y también
en cuanto a su existencia. Por lo tanto, el hecho de que unas cosas sean posibles y otras
imposibles, depende del decreto de Dios, lo mismo que el hecho de que unas cosas sean
contingentes, con esta sola diferencia: que la esencia de las primeras –posibles o
imposibles-, dependen del decreto de Dios que ahora ya es invariable, cosa que vemos
claramente al verificar que no puede ser de otro modo. v.gr. en aquellos principios: una
cosa es o no es; dos y dos son cuatro; etc.; y la esencia de las otras cosas –las
contingentes- depende del mismo decreto de Dios, pero de un decreto que puede variar,
porque tratándose de seres contingentes, como por ejemplo la existencia del mundo,
Dios puede operar como y cuando le plazca variando su determinación. De esto sin
embargo no se puede deducir que como las cosas imposibles dependen del decreto de
Dios, también depende del decreto de Dios el que sea imposible otro dios; porque en
este razonamiento se niega la consecuencia, por la razón que hemos dado antes: que en
la esencia actual de Dios está incluida formalmente su actual existencia; y como no
puede existir sin el cúmulo de todas las perfecciones y como además en este cúmulo
está formalmente incluida la unidad, resulta que en virtud de esta unidad excluye
necesariamente la pluralidad de dioses; lo que no ocurre en los demás seres, cuyas
esencias no incluyen sus actuales existencias.

5. Bien entendido todo lo que hemos explicado hasta aquí, no presenta


dificultad alguna. El problema está en explicar lo relacionado con la extensión y el
vacío. Confieso que la explicación y el razonamiento de Descartes en este punto son
muy oscuros y con razón han dado pie para que se interprete su mente en otro sentido
del que tiene. ¿Quién va a decir que, por el mero hecho de que, pensando en los
espacios imaginarios, los concibe con cierto espacio extenso, va a deducir
legítimamente que existe de hecho tal espacio? Si así fuera, con pensar en los miles de
años de antes de la creación del mundo como en un espacio de tiempo, podría yo
concluir sin más que de hecho existió el mundo durante todo ese tiempo, como quiere
deducir Milliet; pues lo que se puede decir del espacio imaginario, se debe decir
también del tiempo imaginario, ya que los dos son iguales para el caso. Pero aquí está la
raíz de la dificultad. Distingamos, pues, ante todo, lo verdadero de lo falso: pienso en la
extensión; al reflexionar sobre la idea del cuerpo extenso que tengo en mi mente, veo
que no se me presenta límite alguno, como tampoco se me presenta término alguno en
la idea del número: en efecto, ¿cómo puedo, añadiendo número sobre número, llegar al
último, o restando números, llegar a la última fracción? Esto me resulta imposible. Pues
lo mismo sucede con la extensión: ¿cómo puedo, añadiendo con mi pensamiento
extensión sobre extensión, llegar al último espacio imaginable, o restando y dividiendo,
dar con el punto más pequeño de todos, de modo que ya no pueda seguir dividiéndose?
Si esto me fuera posible, habría resuelto el meollo de la dificultad en el continuo, que
consiste precisamente en llegar al último punto indivisible. Luego eso también es
imposible. Por lo tanto, hay que admitir que como es la idea del número respecto del
número, así lo es también la idea de la extensión respecto de la extensión. Esta es la
deducción de Descartes, de la cual se puede concluir que también los puntos
aristotélicos se dividen hasta el infinito y que no hay un último punto indivisible. Y es
que no hay en este sentido diferencia entre el número y la extensión. Ni los mismos
matemáticos encuentran diferencia, pues a los dos designan con un mismo nombre, el

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de cuantidad continua y cantidad discreta; y así como la cantidad discreta no conlleva
término alguno ni a parte ante ni a parte post, por más que se sume o se reste, sino que
se resuelve o avanza hasta el infinito, lo mismo parece que se debe afirmar de la
cantidad continua.

6. Así pues, la demostración que hace Descartes de la extensión, y que consiste


en dividir y aumentar con el pensamiento y comprobar que no se le puede asignar
término alguno con esta operación, equivale a lo siguiente: ni con la división ni con la
adicción se puede llegar al final en el número; luego tampoco se podrá en la extensión,
puesto que ella es o se comporta como el número respecto del número. Ahora bien, lo
que no está sujeto a término parece ser infinito; luego tanto el número como la
extensión son infinitos. Consecuencia legítima, que sin embargo no saca Descartes
como la hubiera hecho fácilmente cualquier otro filósofo: ¡cuántos hay que defienden
los puntos aristotélicos! Descartes más bien habla de indefinido. ¿Por qué? Porque sólo
en la idea de Dios y en ninguna otra, vemos nosotros clara y distintamente que no se
incluye límite alguno; y jamás debemos deducir algo, como tantas veces inculca
Descartes, sin que verifiquemos que está incluido clara y distintamente en su misma
idea; y además porque sabemos que somos tan limitados, que vemos claramente en la
idea que tenemos de Dios que El puede hacer muchísimas más cosas de las que
podemos abarcar con nuestro pensamiento. Además nosotros nos equivocamos con
muchísima frecuencia, incluso en aquellas cosas que creemos percibir y comprender
clara, distinta y aun demostrativamente, como tantas veces ha sucedido. Esta es la
razón, dice Descartes, de que en vez de infinito deba llamarse indefinido todo lo que
vemos que es extenso y como sin términos en el cielo o en los mismos espacios
imaginarios, para evitar caer en el error; porque no nos es dado a nosotros sino a solo
Dios conocer clara y distintamente lo que en realidad es en sí lo finito y lo infinito. Así
es como razona Descartes. ¿Quién puede decir entonces que él, que tan cauto se muestra
en las puras ilaciones de la mente, deduce la existencia actual de las cosas únicamente
de la idea o pensamiento que tiene de ellas, sin recurrir a otro elemento?

7. Ciertamente es así como discurre Descartes acerca de la extensión: al pensar


en los espacios imaginarios, los concibo como algo de hecho indefinidamente extenso, y
no tengo en mi mente otra idea correspondiente a otra esencia; luego de hecho son
extensos en el sentido dicho. Confieso, repito, que así es como razona Descartes. Pero
niego que la extensión actual se deduzca de la sola idea de la mente, sino en parte de esa
idea y en parte del hecho de que por otro lado estamos ciertos de que existe actualmente
algo extenso, a saber, nuestro cuerpo, al que estamos íntimamente unidos y este espacio
que vemos hasta el cielo y que nos impresiona de diversas maneras por medio de los
sentidos. El razonamiento sería el siguiente: existe de hecho algún espacio; al mismo
tiempo veo en la idea que tengo de él, que es propio de su esencia el que tenga que ser
indefinido; luego de hecho aquello que existe es indefinido. Esto hace ver plenamente la
habilidad de su argumentación, que se parece a la siguiente: supuesto que ya en la
actualidad la esencia del hombre es que sea un ser racional, Dios aunque quisiera
hacerlo de otro modo, si de hecho lo creara, debería necesariamente crearlo como ser
racional; luego también, supuesto que la esencia de la extensión consiste en que sea
divisible hasta el infinito, si dios produce una extensión la deberá producir como algo

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infinitamente divisible. Subsumo: es así que, de hecho produjo la extensión –como se
demuestra en otra proposición–, como de hecho produjo también al hombre, luego así
como el hombre es en realidad racional, también la extensión será en realidad divisible
hasta el infinito. ¿Qué hay de absurdo en este razonamiento? Descartes sin embargo
procedió con mayor mesura, al hablar no de infinito sino de indefinido. Aunque, si se
mira a la realidad, el indefinido viene a ser lo mismo que el infinito. De lo dicho se ve
que la idea del espacio actualmente extenso de manera indefinida, no se deduce del solo
hecho de pensar en él, sino de la existencia de una determinada extensión actual. Esto lo
confirma el siguiente razonamiento: no puede existir el espacio actual sin participar de
la noción formal de espacio, como tampoco puede existir de hecho un hombre, sin
participar de la noción formal de hombre; ahora bien, la noción formal de espacio
consiste en ser indefinidamente extenso, porque necesariamente implica nuevos y
nuevos espacios adyacentes, y no se lo puede concebir de una manera distinta a ésta;
luego no puede existir el espacio sino como indefinidamente extenso. De modo que la
cualidad de indefinido en el espacio se sigue necesariamente como propiedad esencial
de la extensión, así como la risibilidad se sigue necesariamente de la esencia del
hombre.

8. Pasemos a la cuestión del vacío, cuya inexistencia es corolario inmediato de


lo que hemos dicho, y tratemos de aclarar un poco este punto. Aquí los adversarios
alzan el grito al cielo y preguntan: ¿por qué Dios no va a poder destruir todos los
cuerpos? ¿por qué, al destruir un cuerpo estaría obligado a producir en seguida otro?
¿quién puede imponer a Dios semejante ley? ¿quién puede poner límites a su potencia?
etc. Y no sin enfado acumulan mil argumentos llevados de un excesivo afán por
defender a todo trance lo antiguo. Dicen por ejemplo, que en ese caso el mundo actual
no solamente tendría que ser indefinido en su extensión, sino simplemente infinito; que
no podría crearse otro mundo, pues no habría en donde ubicarlo, ya que todo estaría
repleto; que no podría destruirse ni siquiera un solo cuerpo, sin destruir al mismo
tiempo toda la estructura del mundo. Y no sólo esto, sino que el mundo tendría que ser
eterno, porque antes de su creación ciertamente ya existía el espacio en el que ahora se
sustenta; luego ya era extenso, era algo; y de este algo se puede seguir preguntando: en
dónde estaba? ¿tuvo algún comienzo? ¿fue eterno? Y así habría que seguir
preguntándose hasta el infinito. ¡Por Dios! ¡Qué cúmulo de dificultades! ¿Qué pensar o
qué hacer ante esto? ¿qué partido tomar? ¿con qué hilo de Ariadna escapar de semejante
laberinto? Concluyen los adversarios diciendo que todo puede tener una mejor
explicación con la distinción relativa al acto y la potencia: nada existe en acto en el
vacío, pero si existe algo en potencia. Pero veamos todo con calma: Si vamos a explicar
cada cosa sólo recurriendo a las palabras y a las distinciones de que se echa mano en las
cátedras, caeremos en el grupo de los lógicos que lanzan a diestra y siniestra, como más
les conviene, una serie de palabras, como realmente y formalmente, adjetivamente y
sustantivamente, per se y per accidens, y otras, y creen que todo lo tienen sabido, al
paso que los físicos tienen sus dudas y los metafísicos confiesan abiertamente que no
saben nada. De ahí mi temor de que, al oír los términos de los adversarios, potencia y
acto, nos quedemos en meras palabras, sin penetrar en la sustancia de las cosas. Pero
vengamos a los hechos.

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9. En primer lugar, pregunto: ¿qué es el vacío? Se dirá que es un espacio
inmenso que comienza en la última superficie de todo el universo y se extiende hasta el
infinito, una especie de aire sutil difuso en toda aquella inmensidad, en el centro de la
cual se halla suspendido nuestro globo terrestre; una especie de colosal concavidad, una
tiniebla y oscuridad, un caos, un báratro, en donde reina un perpetuo silencio, en donde
no hay movimiento alguno, ni una luz, ni una fácula: tales son las cosas que en el
lenguaje vulgar se dice del vacío. Pero ¿es esto, o algo similar, el vacío en términos
filosóficos? De ningún modo. Entonces ¿qué es? ¿una ficción, una imaginación, una
idea, un pensamiento, o qué otra cosa? Se dirá que es un espacio imaginario. Hay que
concluir entonces que no es un espacio verdadero; que es una pura imaginación, y por
tanto, que de hecho y en realidad no es sino una nada; luego en aquellos espacios no
existe nada en realidad, ni espacio, ni lugar, ni concavidad alguna, ni nada de aquello
que conocemos; luego es pura nada. Ahora bien, lo que en sí mismo es nada, no puede
ser extenso ni tener las dimensiones de lo largo, ancho y profundo: ¿cómo puede ser
capaz de tal denominación algo que es no-ente? El no-ente carece de propiedades;
luego ahí no puede haber extensión alguna. Por consiguiente ( y éste es el razonamiento
del mismo Descartes), si concibo que hay ahí algo verdaderamente extenso, lo habrá en
verdad; o, si no lo hay, lo que concibo es la naturaleza del vacío, pero una naturaleza
solamente ficticia, y lo que construyo en mi mente es un ente de razón; luego cuando
pretendo concebir el vacío en esta forma, lo que hago es destruir su naturaleza; pero,
como es evidente, ninguna naturaleza se construye con la extensión, como ya vimos;
luego el vacío no puede estar constituido por la extensión. Y saquemos la última
consecuencia: el vacío no se puede concebir sino como extenso, como es obvio; la
extensión a su vez no puede ser el vacío, puesto que el vacío es nada; luego aquella
extensión será algo. Esto es lo que se quería probar.

10. La distinción: nada se da en acto, pero si se da algo en potencia, no viene al


caso, porque la fuerza del argumento está en que de hecho y en acto aquel espacio no es
extenso, que de hecho y en acto no tiene longitud, anchura, profundidad, distancia , etc.:
todas estas son propiedades de algo que existe actualmente de hecho, son modos
esenciales que no pueden existir sin ese algo y sus modificaciones, así como un monte
no puede existir sin su valle adyacente, y el espíritu sin el pensamiento; por
consiguiente, allí existe algo. ¡Razonamiento maravilloso! De la negación se deduce la
afirmación, de la carencia de extensión se deduce la misma extensión. Por eso concluye
muy bien Descartes: si por un milagro se llegara a sustraer todo cuerpo del interior de
un vaso, sus bordes, por la conexión de su concavidad con algún cuerpo indeterminado,
llegarían a unirse y no podríamos decir que distan entre sí, ¿Cómo distarían una de otra,
v.gr. dos pirámides colocadas imaginariamente en la superficie externa de la Tierra?
Aunque pudiéramos tener una idea de esto, tratándose de las bases de las pirámides,
¿cómo tenerla, tratándose de sus vértices?: cuanto más altas imaginemos a las
pirámides, tanto más deberían distar entre si sus vértices. Cabe entonces este
razonamiento: o hay algún cuerpo interpuesto entre ellos, o no lo hay. Si existe dicho
cuerpo, no se da el vacío; si no existe no pueden distar entre sí. Efectivamente, si
suponemos que guardan alguna distancia entre sí, distarían v.gr. tantos pies, o tantos
hexápodos; pero no podemos sostener tal cosa, porque entonces estaríamos diciendo
que la nada tiene tantos pies o tantos hexápodos de longitud, lo cual no puede ser más
absurdo. Luego tenemos que confesar que los vértices de las pirámides no distan entre

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sí. Ahora bien, dos entes materiales, entre los cuales son existe distancia alguna, tienen
que estar necesariamente unidos entre sí; luego los vértices de las pirámides tendrían
que estar unidos de hecho. Imaginemos otra cosa: un globo semejante al de la Tierra,
pero colocado debajo de ella en nuestro espacio imaginario a una distancia v.gr. de
tantos hexápodos; supongamos que un ángel lanza desde la superficie de la Tierra hacia
el otro globo una piedra de molino. Viene entonces una pregunta: al caer la piedra
¿recorre todo aquel espacio en un solo instante, o en una determinada cantidad y medida
de tiempo? De lo primero se sigue que existe una distancia que no corresponde a su
tiempo; de lo segundo se sigue que se produce algo de la nada, porque aquello que es
nada, ha exigido una determinada cantidad de tiempo: total, que ambas cosas son
imposibles.

11. Son éstos, problemas realmente complicados, y como dice muy bien
Descartes, problemas indefinidos, que jamás podremos dilucidar por vía ordinaria. Para
mí son dos las causas del error y confusión en este campo. La primera, que imaginamos
que Dios es algo distinto de lo que realmente es. La segunda, que aquello que no es
imaginamos como algo que es: concebimos a Dios como si fuera un ente creado, y
concebimos el ente negativo como algo positivo. Estos dos prejuicios son la causa de
nuestros errores. Es verdad que en la noción de dios vemos al Ser supremo e
infinitamente perfecto, al que hace todo, al omnipotente, que se basta a sí mismo,
infinitamente bueno, santo, justo, al que tiene el ser por sí mismo y existe desde la
eternidad, etc. Pero ¿no es verdad que el concebir estas ideas las tomamos como
prestadas de las cosas que nos rodean, para aplicarlas a Dios? Esto es así. Creemos que
aquella excelencia y perfección es infinita, y que ciertamente no es la misma perfección
que la que se da entre los hombres, sino una similar a ella, con esta sola diferencia: que
mientras esa perfección se acrecienta en Dios hasta el infinito, como con un aumento sin
fin de grados, en nosotros es sólo finita y limitada. Echamos mano de las especies e
ideas que tenemos de nuestra ciencia, potencia, bondad, santidad, justicia y duración, y
aun de nuestra independencia respecto de algunas cosas, de nuestra peculiar suficiencia
en algunos aspectos, de nuestra relativa simplicidad o diferencia respecto de los otros
seres, y así nos imaginamos que en Dios se da también todo esto, pero añadiendo la
dimensión de infinitud; es decir, nos imaginamos que Dios tiene todo eso, pero en una
proporción infinitamente mayor: una bondad semejante a la nuestra, pero sin límites;
una justicia parecida a la nuestra pero sin límite; una duración similar, pero eterna y
toda al mismo tiempo, una independencia como la nuestra pero respecto de todas las
cosas, etc. Pero todas estas ideas son falsas y contrarias a la esencia de dios, entes de
razón imaginarios y meras ficciones, puesto que la esencia divina está muy lejos de todo
esto y su concepto no coincide absolutamente en nada con el nuestro. En realidad, pues,
la bondad de Dios, su santidad, su duración son enteramente distintas de como nos
imaginamos; ni se puede decir con más verdad que Dios dura o que Dios existe desde la
eternidad, porque ni dura propiamente, ni existe desde la eternidad del modo que
nosotros imaginamos, sino de un modo incomprensible para nosotros, en vez de tratar
de entender todo esto, lo mejor que podemos hacer es confesar que estamos a ciegas y
somos demasiado limitados. Esto es lo primero.

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12. Lo segundo es que, en tratándose de conceptos o entes negativos, hacemos
todo lo contrario: lo concebimos como si fueran algo, siendo en realidad pura nada:
vacío, tiniebla, noche, carencia, negación, privación, menos perfecto, frío, ceguera,
sobra, etc.: todas estas cosas o ideas se nos presentan como si fueran algo que existe en
realidad en la naturaleza, siendo así que son pura nada, que no existen absolutamente y
que sólo son no-entes; ahora bien, como es sabido, ninguna naturaleza corresponde al
no-ente. Pero a pesar de que nos damos perfecta cuenta y somos perfectamente
conscientes de que esto es así, sin embargo no cambiamos nuestro modo de concebir
estos no-entes, y seguimos con la misma manera de pensar de antes; y aunque
reflexionamos mil veces y sabemos muy bien que el vacío es pura nada, y que no debe
concebirse como si fuera un espacio extenso, sin embargo no lo concebimos de otra
manera si no es en forma de espacio; así, siempre será verdad que nunca lograremos
concebir en esto lo que es sino lo que no es. Pero lo que no es simplemente vacío, es o
tiene la realidad de un cuerpo; luego concibiendo en esta forma el vacío, necesariamente
se tendrá la idea del cuerpo. Lo pruebo con el siguiente razonamiento: lo que concibo
como extenso, o lo concibo de hecho como vacío, o no. Si lo primero, tendremos que
aquello es pura nada tiene una naturaleza real; si lo segundo, tendremos que lo que estoy
concibiendo es un cuerpo. Así razona Descartes. Como confirmación de lo dicho,
podemos añadir lo siguiente: Si cualquiera de aquellos entes fuera una naturaleza real,
cada uno de ellos tendría su propia naturaleza, distinta de las naturalezas y esencias de
los entes positivos, y distintas también una de otra, y por lo mismo, una sería la
naturaleza del vacío, otra la de las carencias, otra la de las tinieblas, etc., y por
consiguiente, se distinguirían realmente unas de otras; lo cual es algo inaudito: ¿cómo
puede ser que la nada se distinga de la nada? ¿Qué propiedad o qué atributo sería el
fundamento de semejante distinción? ¿Tal vez la extensión en el vacío, la negrura en las
tinieblas, el temblor en el frío? ¿Quién puede afirmar semejante cosa? Todos esos
fenómenos son accidentes o modos de las naturalezas reales. Hay que sostener,
entonces, lo que ya dijimos antes: que aquellos entes no tienen naturaleza alguna.

13. Estas dos actitudes intelectuales son las que nos obligan con frecuencia, al
tratar de entender la naturaleza de Dios y del ente privativo, a concebirlos de una
manera distinta de lo que son en realidad. A decir verdad, si en tratándose de los entes,
no podemos tener idea clara de aquello que es lo mínimo, y lo más imperfecto de todo,
lo que suponemos negación de toda perfección, es decir, la nada y el no-ente, ¿cómo
vamos a poder formarnos idea del ser más perfecto de todos los seres, del que es el
cúmulo de toda perfección, es decir de Dios? –quien no puede lo menos, mucho menos
podrá lo que es más. Pero si no podemos entender lo que es Dios ni lo que es la nada,
¿qué podemos hacer? La única respuesta es pensar y creer que lo uno –es decir Dios-
existe en realidad, y lo otro –es decir el ente negativo– sencillamente no existe; que
Dios ciertamente existe, pero que es muy distinto de todo aquello que nosotros
conocemos; que entiende de un modo distinto de como entendemos nosotros, que
quiere, dura, opera, puede, es bueno, etc. de un modo distinto de cómo hacemos
nosotros toda estas cosas, y que nada hay de común unívocamente entre Dios y
nosotros. Y en cuanto al ente negativo, lo que hay que saber es que sencillamente no
existe, que no es ni algo extenso, ni oscuro, ni confuso, ni otra cosa alguna, que no tiene
naturaleza alguna, como tampoco propiedades o denominaciones, que no puede existir,
que no es posible; porque si lo fuera, se destruiría a sí mismo, puesto que sería y no

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sería al mismo tiempo: de modo que estamos más cerca de la idea de su naturaleza
cuando hacemos precisión de todo concepto que cuando pensamos en el ente negativo,
puesto que así por lo menos hacemos precisión de todo ente ficticio. En cambio, cuando
pensamos algo referente a Dios, nos acercamos a la idea de su naturaleza, pero nunca
logramos tener un concepto cabal de ella, porque siempre la entremezclamos con la
especie de algún ente ficticio. Siendo esto así, no hay que extrañarse de que se hable del
mundo como de algo indefinidamente –o si se quiere- infinitamente extenso, y se diga
que el vacío es algo contradictorio, que existe actualmente algún infinito creado, que el
continuo se compone de partes divisibles hasta el infinito, que los espacios imaginarios
son algo real, que no puede destruirse una cosa sin que se produzca otra, que no pueda
reducirse algo a la nada sin que al mismo tiempo se reduzca también a la nada todo el
mundo; y en cuanto al tiempo imaginario, que sea algo en verdad real ya antes de la
libre creación del mundo, ya después de su destrucción suponiendo que se destruya, etc.
No hay que extrañarse, repito, de que se piense en esta forma, sobre la base de que esa
es la esencia de dichos entes, así como la esencia del hombre es ser animal racional; y
que el vacío –que destruiría completamente aquellas esencias, como un contradictorio
destruye al otro–, sea posible, a pesar de que es pura nada, no-ente, negación de su
misma naturaleza y esencia. El mismo Dios en su libertad hizo así todas esas cosas y
decretó que aquellas esencias tuvieran esas propiedades.

14. Pero de lo que acabamos de decir podría sacarse la siguiente conclusión: Si


Dios creó así libremente aquellas esencias, antes de que la creará ya existía el vacío; lo
cual se prueba con el siguiente argumento: en donde está ahora la extensión del mundo,
no estaba antes, como es evidente; de lo contrario, la extensión hubiese existido antes de
existir; es así que, en donde no hay extensión, lo que hay es el vacío; luego antes de la
creación del mundo ya existiría el vacío. Igual argumento puede formularse mirando
desde el punto de la destrucción: en donde ahora está la extensión del mundo, no estará
después de su destrucción, como es claro; de lo contrario esa extensión existiría y no
existiría; es así que donde no hay ninguna extensión, existe o se da el vacío; luego
después de la destrucción del mundo, existiría el vacío. Y esto se confirma con lo que
sigue: luego por lo menos antes de constituir libremente las esencias, Dios habría
podido producir el vacío; se prueba la consecuencia: antes de producir la extensión.
Dios era libre para constituir su naturaleza; luego pudo hacer que tuviera una extensión
finita o infinita; ahora bien, si le hubiera dotado de una naturaleza finita, existiría el
vacío, porque en el punto de su término, estaría el comienzo de la nada, es decir del
mismo vacío: luego el vacío es posible. Poniendo el argumento en otra forma: Dios
produjo libremente la naturaleza de la extensión; luego pudo también con toda libertad
no producirla; es así que si no la hubiese producido, existiría su negación, y ésta, como
es obvio, equivale a la nada, es decir al vacío; luego el vacío es algo que Dios puede
producir libremente. Podemos poner un último argumento: Se dice que el vacío es algo
contradictorio, como lo es el que existe otro Dios, o – lo que implica una doble
contradicción – que exista un hircocervo o cualquier otra quimera. Pero el que estas
cosas impliquen contradicción es algo que libremente ha hecho Dios, el cual, antes de
hacer esto, hubiera podido hacer que dos y dos no sumen cuatro, toda vez que esos entes
tienen también su esencia, lo mismo que los demás entes; si se niega esto, podemos
todavía insistir en el argumento: el principio dos y dos son cuatro tiene su propia
esencia creada libremente por Dios; luego tendrá también su propia esencia aquel otro

60
contradictorio ser y no ser; es así que la esencia del principio anteriormente mencionado
fue creada libremente por Dios; luego lo será también la esencia del último principio a
que hemos aludido, etc.

15. Para la solución de estas y otras dificultades y argumentos, hay


que tener en cuenta lo impropio de la terminología que utilizamos al hablar de la
creación del mundo: antes o después, anterior o posteriormente, encima o debajo, más
cercano o más remoto, entonces, mientras, cuando, en donde, más allá, allí, espacio,
lugar, tiempo, eternidad, etc. Por ejemplo, cuando decimos: antes de la creación del
mundo, después de su destrucción, antes de que existiera el mundo, después de que se
destruya, cuando se reduzca a la nada, anteriormente o posteriormente a la eternidad,
etc.; y lo mismo, sobre la última superficie de este mundo, más allá del cielo empíreo,
ahí donde el mundo se termina, bajo aquellos espacios inmensos, cosas todas que sólo
pueden estar en nuestra mente. Utilizamos, repito, y abusamos de éstos y de otros
términos, solamente de un modo impropio y según nuestro modo de concebir para
significar o designar una cosa enteramente distinta. Porque hablando en rigor, no
podemos utilizar estos términos que dicen relación con el tiempo actual y con esta
actual extensión del mundo. Por lo tanto, en todos estos argumentos hay que negar el
supuesto de que se puede utilizar los términos antes o después, anterior o
posteriormente, encima o debajo, más cercano o más remoto, etc., si queremos hablar
del espacio o del tiempo imaginario, en donde no existe nada de esto (y yo mismo,
cuando estoy diciendo en donde, al discutir estas cosas, estoy hablando de una manera
impropia). Y así, hablando en sentido formal, y diciendo: antes de la creación del
mundo, no se puede entender otra cosa sino sólo que existe Dios con poder para crear el
mundo; en otras palabras, con la expresión mencionada queremos decir que hay una
causa que puede producir con posterioridad su efecto. Pero hablando en sentido real, no
se puede decir otra cosa sino que existe Dios y que existe el mundo creado, es decir, que
existe una causa libérrima y un efecto producido también libérrimamente por esta causa,
pero producido en un instante y de una vez por todas, sin que haya en realidad un antes
ni un después, porque aquello que Dios quiso una vez, eso quiso, quiere y querrá
siempre y eternamente, y su eternidad no significa otra cosa que una sola e indivisible
duración identificada con El, es decir, significa el mismo Dios. Cualquier otro concepto
sobre el tiempo que introduzcamos aquí, es quimérico, ficticio y totalmente contrario a
Dios. Desde luego nosotros no podemos concebir esto, estando como estamos sumidos
en este miserable cuerpo, pues para reflexionar tenemos necesidad de recurrir a mil
fantasmas, y no podemos explicar nada si nos es a través de metáforas, semejanzas y
mil conceptos impropios. Sin embargo, obligados por la razón, tenemos que creer todo
aquello, no sin ir corrigiendo al mismo tiempo los juicios erróneos que emitimos al
hablar de Dios, del mundo, de la eternidad, de la duración, de la ubicación, etc.,
reconociendo que todas aquellas realidades tienen otro modo de ser del que nosotros
pensamos o imaginamos. Teniendo en cuenta lo que acabamos de decir,

16. Respondo al primer argumento negando la consecuencia. Para


probar mi posición niego el supuesto de la mayor, a saber, que antes de la creación del
mundo, pueda darse, como se ha dicho, un antes y un después, y en los espacios
imaginarios, un más cerca o más lejos. Al expresarnos así, hablamos de un modo que

61
no es el propio, por medio de semejanzas y metáforas, es decir que según nuestro modo
de concebir las cosas, utilizamos términos metafóricos. Las denominaciones anterior o
posterior, más próximo o más lejano, etc. son denominaciones propias de los cuerpos
después de la creación del mundo, y no pueden aplicarse en sentido estricto al tiempo o
al espacio imaginario; al aplicarlas a éstos, estaríamos haciendo de ellas unos entes de
razón, y aplicando aquello que es propio de una cosa real con naturaleza real, a una cosa
ficticia que no tiene ninguna naturaleza real. Antes de la creación del mundo, como
todos admiten, no había nada fuera de Dios; y como la eternidad o la duración de Dios,
no es otra cosa sino el mismo Dios que dura sin tiempo, y que no puede ser anterior o
posterior a sí mismo, resulta que para aquel entonces no puede haber algo anterior o
posterior. Por lo tanto, la negación del supuesto es legítima. Así pues, antes de la
creación del mundo, sólo existía Dios con anterioridad de causa, no con anterioridad de
tiempo; Dios era anterior en naturaleza, no en tiempo, puesto que el tiempo fue
introducido o comenzó a existir precisamente a partir de la creación del mundo. No
existía tampoco el vacío, porque el vacío según la concepción de los adversarios,
significa una especie de eternidad anterior (a parte ante), eternidad que imaginan estar
dividida en infinitos instantes de tiempo, lo cual es falso. En cuanto al segundo
argumento, en el que se habla de la destrucción del mundo, niego así mismo el supuesto
de la mayor, a saber, que en caso de destruirse el mundo, pueda darse algo posterior a la
destrucción: los término anterior y posterior dicen relación al tiempo, es decir un
instante después de otro. Por tanto, si bien se daría entonces un instante, el último de la
existencia del mundo, como es imposible que exista un instante después de su
destrucción – instante que se requiere esencialmente para que haya posterioridad, y
como ese supuesto instante es pura ficción y como de hecho ya no queda nada sino sólo
Dios, al igual que antes de la creación del mundo el único que existía era Dios, se sigue
que es legítima la negación del supuesto de la existencia de aquella posterioridad.

17. La causa de nuestro error en este punto es el juicio erróneo que


nos formamos acerca de la eternidad ya sea a parte ante (anteriormente existente), como
se suele decir, ya a parte post (como algo posterior). Concebimos la eternidad como si
antes de la creación del mundo hubiesen transcurrido infinitos instantes de tiempo, y
como si pudiera ocurrir lo mismo después de la destrucción del mundo; pero como este
concepto en sí mismo es enteramente falso y contrario a la genuina idea de la verdadera
eternidad que no es otra cosa sino el mismo Dios que permanece, con ese modo de
concebir lo que hacemos es engañarnos y juzgamos torpemente de las cosas en forma
distinta a como son en sí. Esto se verá claramente si suponemos que Dios ha creado ya
varios mundos, o que después de la destrucción del mundo actual, habrá de crear otros
muchos, como podemos imaginarnos también que en los espacios imaginarios pueden
ubicarse varios mundos. En este supuesto, pregunto yo: aquellos mundos creados antes
que éste o que habrían de crearse después, ¿serían inmediatamente anteriores o
inmediatamente posteriores a éste y se sucederían en serie continua sin que haya de por
medio ningún tiempo imaginario entre la creación del uno y la creación del otro, o se
sucederían en tal forma que hubiera algún tiempo intermedio entre ellos? Si nos
decidimos por el primer caso, tendremos que todos aquellos mundos conformarían una
sola cantidad determinada de tiempo, y por tanto, no habría varios mundos, sino un
único mundo. Si escogemos el segundo caso, tendríamos que el tiempo imaginario
podría abarcar una cantidad determinada de tiempo real, v.gr. tantos años, digamos mil

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o diez mil desde la producción de un mundo hasta la producción del otro. Pero esto es
imposible, puesto que el tiempo imaginario es pura nada y es incapaz de tener alguna
propiedad. Tenemos que afirmar entonces, que todos aquellos mundos estarían en
contacto inmediato entre sí, como lo estarían si fueran ubicados en el espacio
imaginario. Y continuemos el raciocinio: como todos esos mundos estarían en contacto
inmediato en el espacio imaginario y no existiría ningún espacio vacío entre ellos,
conformaría, como ya se probó, este único espacio indefinidamente difuso; luego
también habrá que afirmar que todos esos mundos que se suceden uno tras otro,
conformarán una duración única, a saber, la duración del tiempo determinado de este
único mundo. Por consiguiente, así como del concepto de materia, en virtud del cual no
puedo tener otra idea del espacio que rebasa los cielos sino la idea de una extensión que
se prolonga más y más por todas partes, deduzco la extensión indefinida del mundo; así
también al no poder formarse otro concepto del tiempo sino el de una serie de intervalos
anteriores o posteriores, de ese concepto tendré que deducir su duración indefinida tanto
en el sentido de la anterioridad como en el de la posterioridad.

18. En confirmación de lo dicho, niego la consecuencia. Y pruebo mi


razonamiento: concedo el primer entimema, niego la menor subsumpta y el supuesto de
razón aducida, a saber, que cuando se termine el mundo tendría que comenzar la nada o
el vacío: porque el comienzo supone partes subsiguientes, partes que no pueden existir
en la nada, y por lo mismo no se puede decir que allí comience algo. En cuanto a lo
segundo, concedo igualmente el primer entimema y la menor subsumpta, pero distingo
la proposición que sigue: la negación de toda extensión sería el vacío, paso por alto la
proposición; la negación de ésta o de otra extensión, cuya esencia ha creado Dios
libremente, - niego la proposición. Así como Dios ha creado libremente esta extensión
concreta e individua, así hubiera podido crear otra extensión que hubiera tenido
propiedades distintas de las que tiene ésta; pero no hubiera podido omitir toda extensión
como para deducir de ello el vacío. La razón es la siguiente: con cualquier cosa que
hubiera hecho Dios, hubiera excluido siempre el vacío; lo que se prueba por lo
siguiente: por una parte, el vacío es nada, y no hay una potencia que pueda producir la
nada; por otra parte, si se produjera el vacío, no podría producirse sino como algo
extenso y tridimensional; pero entonces, ya no sería vacío, sino verdadera extensión;
luego si se produjera el vacío, no se produciría el vacío, sino que más bien se destruiría
a sí mismo; pero el vacío no se puede destruir si no es por medio de la extensión; luego
si se produjera el vacío, se daría la extensión. Por lo mismo, tanto si se dice que Dios ha
producido la extensión, como si se dice que ha producido el vacío, siempre tendremos la
extensión, que es lo que nosotros queremos probar. Es más o menos lo mismo que
diríamos si se quisiera suponer que Dios no existe: si alguien quisiera suponer tal cosa,
le argüiría como sigue: suponiendo que Dios no existiera, podría existir el pensamiento
de que Dios no existe, o no existiría dicho pensamiento, por el mismo hecho existiría
Dios, porque el pensamiento supone la existencia de aquel que piensa, según el
principio: cogito, ergo sum; pero no existe por sí mismo; luego existe como producto de
otro. Si no se diera dicho pensamiento, ¿cómo se podría suponer que no existe Dios? –
si para suponer se requiere pensar -. Por tanto, por el mismo hecho de suponer que no
existe Dios, El existiría. En conclusión, así como de la suposición de que Dios no existe,
se deduce que Dios existe; así de la suposición de que produciría el vacío, se deduce que
no produciría el vacío.

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19. En cuanto a la última dificultad, hay que distinguir dos clases de conceptos
contradictorios. Entre las diversas cosas imposibles, unas son imposibles
antecedentemente y por necesidad, otras son libre y consecuentemente imposibles. Un
ejemplo de un imposible que lo es consecuentemente es éste: supuesto que de hecho la
esencia del hombre está en que es animal racional, y la del león que es animal que ruge,
ahora es imposible que el hombre sea animal que ruge, y el león viceversa, animal
racional, aún cuando antes la naturaleza del hombre hubiese podido ser una misma con
la naturaleza del león. Ejemplo de imposibles que lo son antecedentemente, son por
ejemplo: otro Dios, una cuarta persona de la Trinidad, una cosa es o no es, y en
general la nada o el ente negativo. En efecto, dado que Dios es esencialmente uno y
trino y en virtud de la unidad excluye la multiplicidad de dioses, como en virtud de la
Trinidad excluye la “cuaternidad” de personas, y dado que cualquier cosa o es o no es, y
la nada o el ente negativo no puede en absoluto ser producida, porque por el mismo
hecho de ser producida se destruiría a sí misma, y sería ya algo, es decir, un ente
positivo, dados – repito – estos hechos, hay que afirmar por fuerza que se dan tales
imposibles que lo son antecedentemente. Ahora bien, el vacío es un ente negativo,
puesto que es nada; luego hay que decir que es imposible antecedentemente, o por
anticipado. El hircocervo y los demás entes llamados quimeras son imposibles tan sólo
considerando la potencia consecuente, no la potencia antecedente, puesto que Dios
antecedentemente a lo que hizo, hubiera podido hacer que la una naturaleza estuviera
identificada con la otra: hacer esto no es lo mismo que hacer la nada, que si fuera
producida, se destruiría a sí misma; ni de allí se seguiría que el ciervo fuera ciervo y no
ciervo y el hirco, hirco y no hirco, lo que, como se ha dicho, es imposible
antecedentemente; se seguiría solamente que habría una esencia que sería al mismo
tiempo propia de uno y de otro. Por la misma razón, dos más dos antecedentemente
hubieran podido ser cinco, como tres en la Trinidad solamente son uno. Pero así como
es imposible antecedentemente que tres en la Trinidad no sean tres, y uno no sea uno;
así sería imposible antecedentemente que, si Dios hubiera decidido que dos y dos sean
cinco, no hagan cinco, porque entonces se estaría negando lo mismo que se afirma. Lo
que distingue a aquellos es lo siguiente: que el principio dos y dos son cuatro, tiene
verdadera y positiva esencia, como la tendría si Dios hubiese querido que dos y dos
sean cinco; en cambio el principio ser y no ser al mismo tiempo, es algo nulo, es nada,
es ente negativo, que no tiene esencia ninguna, tiene por decirlo así, una esencia
negativa y sólo ficticia; porque si bien por la partícula ser parezca que pudiera participar
de algo positivo, por el inciso no-ser se destruye automáticamente esa pretensión, y
sigue siendo lo que era antes, es decir, nada: y lo que es nada, descarta de antemano la
posibilidad de ser producido por Dios, puesto que no existe potencia para crear la nada,
como consta por los mismos términos; luego aquel principio no pudo ser producido por
Dios.

20. Todavía se podrá insistir sobre lo mismo: luego el mundo hubiera existido
siempre, y sería eterno; más aún, existiría por necesidad y duraría eternamente y Dios
no lo podría destruir nunca. Respondo distinguiendo la proposición: el mundo hubiera
existido o existiría siempre, es decir durante todo el tiempo que Dios existe, como suele
decirse, o también: hubiera existido o existiría necesariamente como existe Dios, -

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niego; existió o existirá en tal forma que antes de su creación o después de su
destrucción no haya habido y no podrá haber ningún tiempo fuera de ése en el cual
existe, - concedo. Si la palabra siempre significa un tiempo real, que es el único que
existe – no siendo posible que exista otro tiempo -, en ese sentido es verdad que el
mundo ha existido siempre y existirá siempre, lo que equivale a decir que no puede
haber verdadero tiempo sin la existencia de algún mundo, ni puede haber ningún mundo
sin verdadero tiempo. Si la palabra siempre significa tiempo imaginario, hay que negar
el supuesto de que ese llamado tiempo sea o pueda ser algo; pero como es pura nada,
no-ente y como no tiene naturaleza alguna, es inútil hablar de él, porque sencillamente
ese llamado tiempo es algo imposible así antes del comienzo del mundo como después
de su destrucción. Pero esto se opone –se dirá- a la omnipotencia divina: Dios creó el
mundo cuando quiso hacerlo, y ¿lo destruirá cuando quiera destruirlo?- Ni más ni
menos. ¿Acaso es contrario a Dios aquello que El mismo ha decretado libremente?
Libremente decretó que aquellas esencias sean como son; libremente creó el tiempo, los
momentos y los instantes de la duración del mundo; libremente quiso que el mundo
tuviera una extensión ubicua e inmensa; libremente podría también destruirlo y, aun
suponiendo que necesariamente pudiera ocupar el lugar del mundo alguna otra
extensión, ello se debería solamente al hecho de que la omnipotencia de Dios no puede
actuar en torno al vacío, es decir para crear el vacío, porque esto es imposible
antecedentemente. Todo esto no se opone a la divina omnipotencia, como tampoco se
opone la imposibilidad de otro dios, sino más bien la enaltece: ¿qué es lo que más hace
destacar la omnipotencia divina? Evidentemente un efecto que siempre sea algo
positivo, un efecto infinito que siempre excluya a la nada, es decir, este mismo mundo,
suponiéndolo infinito en extensión, infinito en tiempo, infinito en duración, infinito en
todas sus partes divisibles.

21. Más bien lo contrario sugiere alguna impotencia, pues pareciera


que Dios no pudiera hacer más de lo que hace un hombre, que añadiendo series de cosas
finitas hasta el infinito, puede producir el infinito; lo que podría hacer también una
hormiga o cualquier otro gusanillo de la Tierra, si se le concediera una duración eterna:
produciría – digo – infinitas acciones; y lo mismo se diga de las plantas y de cualquier
árbol; si se les concediera una duración eterna, darían infinitos frutos. Por tanto, aunque
no pueda crear un mundo mayor que éste, o un mundo más extenso o de mayor
duración, y aunque no pueda destruir este mundo o parte de él, sin producir algo
distinto, sin embargo esto tiene una compensación infinitamente más perfecta, puesto
que reconocemos, puede ordenar y llenar este mundo a su voluntad cuando y como le
plazca; además puede producir otros infinitos mundos, puede conservarlos y destruirlos
como y cuando le plazca, sin que uno dependa del otro de un modo fijo y determinado,
si bien es forzoso que algún mundo en sentido indeterminado permanezca siempre, ya
sea que produzca mundos iguales, ya menores, ya con cualidades de otra naturaleza.
Esto, repito, es algo que hay que reconocer en Dios como algo propio de su libérrima
voluntad; pero esos mundos tendrían que situarse todos a una, compenetrados en un
mismo lugar como si fueran espíritus, porque no existe espacio fuera de ellos: consta
que esto es posible por lo que sucede con el Cuerpo de Cristo en la hostia consagrada,
como lo vimos más arriba. Nada mejor que esto para tener una idea digna acerca de la
omnipotencia de Dios; y no aquel concepto tan limitado, que es el de la opinión general,
y que parece señalar los límites a la divina voluntad y sujetar la superficie del cielo a

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medidas matemáticas. Arquímedes, que es el representante principal de los que así
piensan, pedía sólo un pequeño espacio fuera del mundo en donde poner el pie, para
mover por sí solo, como hacía gala, todo el universo con la ayuda de una palanca. De
todos modos hay que tener en cuenta que las proposiciones: el mundo es eterno, el
mundo existe necesariamente, no puede ser destruido, siempre ha existido, por fuerza
existirá eternamente, etc. dichas así sin más, son falsas, y que lo contrario es asunto de
fe; la razón de esto es que, dichas así, sin más, significan conforme al modo de entender
ordinario, que es tan necesario como el mismo Dios, cosa que es herética y que debe
rechazarse siempre.

22. No obstante voy a decir algo que sin duda tiene visos de novedad y es esto: no se
ve por qué no pueda decirse en cierto sentido y con cierta verdad, que el mundo es
eterno. Me explico: como una superficie es a otra en tratándose de la extensión, así
tratándose de la eternidad, el tiempo es al tiempo, porque tanto la una como el otro se
comportan como un número respecto de otro número; ahora bien, dos cosas semejantes
a una tercera, son semejantes entre sí; luego de uno y de otra podemos hablar en igual
sentido: si, pues, se dice que la superficie es infinita en extensión, también hay que decir
que el tiempo es infinito en eternidad. Y la verdad, si vamos a las ideas, así como de la
idea que tenemos de la extensión, como de algo que siempre va más allá, se deduce la
infinitud de la misma, así de la idea del tiempo como de algo que puede ser más y más
veloz, se deducirá lo mismo; y todavía es más valedero esto para el tiempo que para la
extensión, puesto que el tiempo parece que se acerca más que la extensión a la
naturaleza de los números. Efectivamente, así como los números se suceden pasando
uno después de otro, así también los instantes de tiempo transcurren uno después de
otro, lo que no sucede en la extensión, cuyas partes, sin transcurrir, todas al mismo
tiempo forman un continuo que va hasta el infinito; en cambio los números, como
vimos antes, ya sea que se resten, ya que se sumen, es decir – para utilizar los términos
propios del punto que tratamos- ya sea a parte ante, ya a parte post, son divisibles hasta
el infinito; luego también el tiempo es divisible hasta el infinito; ya sea a parte ante, ya
a parte post. Y hay algo más todavía: así como no puede haber ninguna extensión que
suprima la posibilidad de una extensión mayor o menor, así tampoco puede concebirse
ninguna duración que suprima la posibilidad de otra duración más lenta o más veloz;
ahora bien, esto en la extensión quiere decir infinidad; luego también en el tiempo. Así
pues, teniendo en cuenta que el tiempo se mide por instantes, los instantes por las
velocidades y movimientos de las estrellas o los astros, y que los movimientos de los
astros son o pueden ser siempre más y más veloces hasta el infinito –como se ve
claramente si ponemos el caso de una rueda que vaya de aquí en dirección al cielo
extendiéndose infinitamente por los espacios y supongamos que se mueve: el
movimiento de la parte superior sería infinitamente mayor que el de la parte inferior -,
tenemos que decir que el tiempo, al igual que la extensión, es divisible hasta el infinito.

23. Podemos, pues, decir que el tiempo, como la extensión, es en realidad infinito,
pero no en el sentido en que quiere Milliet en su argumento, sino en este otro: en cuanto
que las partes infinitas del tiempo, partes cada vez menores hasta el infinito, ya han
transcurrido, están actualmente transcurriendo, y transcurrirán eternamente, pero
tomadas simultáneamente hacen sólo los años que contamos desde la creación del

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mundo, v.gr. 5.744, y no más. Esto se ve con más claridad en la línea finita, si se
pretende que está compuesta de partes divisibles hasta el infinito: comúnmente se
supone que la línea se divide en partes alicuotas y alicuantas; las partes alícuotas no son
partes, sino solo parte de aquella línea y parte tomada a voluntad por el que ha hecho la
división, v.gr. de tantos palmos, o tantas líneas, y que repetida una y otra vez, ajustan
con el todo; las partes alicuotas no son parte sino tan sólo partes, porque no hay una
que no contenga en sí otras infinitas partes. Siendo esto así, aunque cada parte alicuanta
sea infinita, pero ninguna puede por sí sola ajustarse o igualar a aquella línea finita. Y lo
mismo ocurre en el tiempo: si bien cualquier instante de aquel tiempo finito es divisible
hasta el infinito, pero ningún instante por sí solo puede ajustarse o igualar al tiempo tan
sólo finito desde la creación del mundo hasta ahora. En una palabra, la cuestión se
reduce a los puntos aristotélicos, y en el un caso no es mayor la dificultad que en el otro.
Por tanto, se puede decir con verdad que desde la creación del mundo ha transcurrido ya
un tiempo infinito y que en este sentido el mundo es realmente eterno y que antes jamás
hubo ningún vacío. Y aunque no podamos concebir cómo es esto, no por eso hay una
razón suficiente para negarlo, pues son innumerables las cosas que existen de hecho sin
que podamos entenderlas. No olvidemos nuestra gran limitación e imperfección: sujetos
a ellas, siempre que tratamos algo acerca del infinito, sólo sabemos que nada sabemos, e
incluso en lo demás, si bien alcanzamos algún discernimiento, sin embargo seguimos
rodeados de tanta oscuridad que con mucha frecuencia no sabemos qué pensar.

24. Pero se dirá todavía: Es de fe que el mundo comenzó en el tiempo. A esto respondo
que es de fe que comenzó en el principio: En el principio creó Dios los cielos y la
Tierra, es decir, en algún instante de tiempo; pero no es de fe que aquel instante sea
indivisible o divisible más y más hasta el infinito. O digámoslo de otro modo, si se
quiere: es de fe que comenzó así, con respecto a nosotros, pero no con respecto a él y en
sí mismo. Nosotros podemos tener idea y juzgar de esta clase de infinitos sólo
recurriendo a series finitas una tras otra hasta el infinito sincategoremáticamente, es
decir, retrocediendo desde nosotros hasta Adán que sabemos fue el primero de todos los
hombres; pero no podemos tener idea ni juzgar cómo son en sí mismos y de hecho. En
este sentido decimos con verdad que el mundo comenzó en el tiempo y que no es
eterno. Como ocurre cuando nos ponemos a contar y llegamos hasta la unidad: decimos
que aquella entidad es el fundamento de todos los números y es también la primera de
todas y aquella a partir de la cual comenzamos el orden de la numeración, pero no
afirmamos nada, no decimos si es infinita o no, de cualquier entidad que señalamos y
juzgamos al enumerar una por una; porque sencillamente hacemos abstracción de eso.
Sin embargo, cuando queremos dividir la unidad y comenzar una nueva numeración en
sentido retrógrado, vemos que al retroceder ocurre lo mismo que teníamos al ir
avanzando, que no podíamos señalar el final de la suma, como no podemos tampoco
señalar el final en el proceso de la resta. Lo mismo, si aplicamos esto al tiempo que se
refiere a Adán: podemos decir que fue el primero de todos; pero así como al enumerar
en sentido ascendente, hasta nosotros, y después hasta el infinito a parte post (como se
dice) no es posible señalar un límite, así tampoco es posible señalarlo al enumerar en
sentido regresivo, a parte ante en un proceso de división de aquel primer instante. En
este sentido se puede decir que el mundo es eterno. Esto, digamos una vez más, no
repugna a la omnipotencia divina, sino que más bien, como dijimos antes, la exalta de
acuerdo con lo que explicamos al hablar de la extensión: en efecto, aunque pudiéramos

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suponer que el mundo es infinitamente extenso, sin embargo son posibles otros infinitos
mundos que se compenetrarían con éste; lo mismo si se trata del tiempo: aunque
cualquier tiempo fuera infinito, se pueden dar tantos tiempos de esa misma especie,
cuantos son los mundos posibles, puesto que cualquier mundo exigiría su propio
tiempo.

25. Pero no se puede decir que el mundo es eterno en el otro sentido, en el que
tratando de explicarnos, se da a entender que el mundo ha existido tanto tiempo como
Dios; esto de ningún modo, porque evidentemente es imposible, pues querría decir que
el mundo, al igual que Dios, existe por necesidad intrínseca, lo cual es falso. Por de
pronto sepamos que la duración de Dios es cosa muy distinta de la que nosotros
pensamos, que Dios no tiene un antes ni un después como tampoco ningún tiempo,
como ya se dijo. Más aún, no se puede hablar en términos de verdad, de duración
eterna, en el sentido en que nosotros imaginamos. Tratándose de Dios, todos estos
conceptos son falsos, lo mismo que la ubicación o la ocupación de un lugar. Aquella
duración no es otra cosa que el mismo Dios que existe, como Ser necesario y
simplicísimo, todo al mismo tiempo, como El que es, El que era y El que ha de venir, y
que incluye el pretérito y el futuro en un continuo presente. Nosotros, repito, no
podemos comprender cómo es esto. Decir en este último sentido, que el mundo es
eterno, es contrario a la fe; pero decir lo mismo en el sentido explicado anteriormente,
no es contrario a la fe. Y esto por la siguiente razón: como es el lugar respecto de la
extensión, así lo es el tiempo respecto de la eternidad, y ésta, no menos que la
extensión, implica divisibilidad e imperfección; ahora bien lo que implica imperfección
no puede decirse de Dios; luego de Dios no se puede decir con verdad que haya durado
desde la eternidad, ni que esté extenso en algún lugar. Entonces ¿qué podemos decir?
Pues nada más que lo que dice la misma Escritura: en El vivimos, nos movemos y
existimos, como dice el Apóstol, es decir que Dios permanece eternamente en todas
partes. Dios está en todas partes por presencia, potencia y esencia, como dicen los
teólogos; permanencia y presencia: ésta en la extensión y aquella en el tiempo. Esto es
lo que podemos decir con seguridad acerca de Dios, si bien, (insito una vez más) en el
sentido muy distinto del que damos al tratarse de la presencia y permanencia propia
nuestra. De todo lo dicho se sigue que en cierto sentido se puede decir con más verdad
que de Dios que el mundo es eterno, o existe desde la eternidad. Esto podrá entenderlo
quien medita con alguna profundidad. Teniendo esto presente, y bien examinada la
verdadera naturaleza tanto de Dios como del vacío y de los demás entes negativos que
son algo muy distinto de lo que nosotros creemos, se habrán resuelto todas las
objeciones; quedará probada la imposibilidad del vacío, se podrá afirmar que el mundo
y el tiempo son en cierto modo infinitos y eternos, y que puede haber algo que dure
eternamente sin que ello obste para que puedan crearse y destruirse otros mundos hasta
el infinito.

68
V- Respuesta a la proposición 5ª. ¿En qué consiste la razón formal del
movimiento?

1. Dos cosas impugna en este punto De Chales: la definición de movimiento


propuesta por Descartes y su afirmación según la cual la continuación y la cantidad del
movimiento ha sido siempre igual desde la creación del mundo hasta ahora y lo será en
lo posterior. Pretende sostener a todo tramo el preclaro De Chales que Descartes no
explica satisfactoriamente estos dos puntos; pero, bien estudiada la cuestión, hay que
decir nuevamente que sus objeciones carecen de valor. Los cartesianos no pueden ser
rebatidos por la vía ordinaria ni por los principios peripatéticos, ya que cuanto en éstos
tiene fuerza irrefragable, nada significa para aquellos autores, que han destruido los
fundamentos en que éstos se apoyaban, y han establecido otros nuevos: nuevos
conceptos, nuevas definiciones de las cosas, nuevas razones formales, con un modo de
considerar la naturaleza de las cosas enteramente distinto, poniendo más atención y
examinando la realidad en sí misma y tal como es de hecho, que las palabras y las
definiciones. Contra esto se lanza Milliet, a fuer de estricto peripatético y apoyándose
por tanto, solamente en los principios del peripatetismo. Pero al destruirse el
fundamento tiene que venir abajo todo el edificio. Muy poco sensato es el ataque que
sufren los nuevos filósofos de parte de algunos que, a propósito de algunas doctrinas o
juicios que han captado sólo de oídas o por haberlas leído a la carrera y al azar en algún
libro, se escandalizan sin más y se sulfuran, sin examinar previamente los fundamentos
de esa doctrina y sin admitir ninguna razón; rechazan a pie juntillas toda afirmación
como algo inaudito, ridículo, malsonante e indigno no digamos de un filósofo sino de
un ser racional; censuran cualquier pronunciamiento como contrario a la luz natural y a
los primeros principios, etc., y todavía habría que agradecerles que no se lancen a atacar
a la primera otras proposiciones como sospechosas de herejía o abiertamente heréticas.
El movimiento, por lo visto, no debería considerarse como un accidente físico, ni como
algo distinto del cuerpo que se mueve, porque no admiten esto los adversarios que
tienen como cosa cierta que no existe la cantidad, el calor, el frío, el color, la densidad,
la fluidez, la gravedad, etc., aduciendo que todas estas realidades, igual que el
movimiento, no son otra cosa que modos de los cuerpos y por cierto modos distintos de
ellos, es decir, que no son sino distintas relaciones mutuas, como la figura, la duración,
la ubicación, la acción, la unión, etc. cuya esencia consiste en estar unidas a los cuerpos,
tanto que no es posible imaginar siquiera que existan sin ellos, al igual que un monte sin
su valle adyacente, o el hombre sin alma y sin cuerpo, aun cuando puedan existir los
cuerpos sin alguna de esas realidades tomada ya en concreto: así, dicen, debe
considerarse también el movimiento.

2. Tampoco hay que considerar el movimiento, como da a entender Milliet al


final, sólo como un modo, cuya esencia sería la que supone en sus argumentos, una
esencia tal que siempre tenga que producirse un nuevo movimiento una vez destruido el
primero; si así fuera, habría que buscar siempre la causa de esta siempre nueva
producción del movimiento, causa que no se encuentra ateniéndose a esa opinión
ordinaria. El movimiento debe considerarse sólo como una cantidad producida por Dios
al principio, con la creación del mundo, cantidad siempre igual a sí misma, aunque no
distribuida por igual en todas partes y cuya naturaleza consiste en que nunca pueda
aumentarse o disminuir con relación a todo el conjunto, si bien puede ser impresa de

69
diverso modo en los distintos cuerpos, con más intensidad en unos que en otros como al
azar; pero esto, en tales condiciones que, cuanto más rápidamente crece en el cuerpo
que se mueve, tanto más pronto decrece en el cuerpo que mueve, hasta que éste haya
como transferido al otro todo lo que tiene, llegando finalmente con esto al estado de
quietud. Así piensan ellos aunque no admiten que el movimiento es algo distinto del
cuerpo que se mueve: el movimiento, dicen, no es otra cosa sino el mismo cuerpo del tal
modo modificado por el movimiento. Según esto, parece que el movimiento no es sino
una relación distinta, o una ubicación sucesiva del cuerpo que se mueve, ubicación cada
vez distinta, por la cual el cuerpo está primero junto a otros determinados cuerpos y
luego junto a otros y otros cuerpos que se suceden en serie, hasta que logra encontrar
alguna ubicación estable en la que puede decirse que descansa. El movimiento es como
el color y como los demás accidentes. Así como el color consiste sólo en la
modificación de la luz que, reflejada por el objeto, incide en la retina según cierto
ángulo de inclinación e impresiona las fibras y nervios ópticos, sin que cambie la misma
retina, pero haciendo que en virtud de las vibraciones que ella recibe, se decida el alma
a distinguir los colores: de un modo semejante el movimiento del cuerpo no es otra cosa
que las distintas ubicaciones a que hemos aludido, que se suceden unas a otras más
rápida o más lentamente y que nos dan a conocer el movimiento, sin que por eso se
cambie el cuerpo en sí mismo o incluya algo distinto o se vea afectado por un cambio
intrínseco; porque no siendo las ubicaciones otra cosa que distintas relaciones a los
cuerpos circunstantes, relaciones que éstos guardan entre sí, el movimiento no designa
intrínsecamente algo distinto de los cuerpos que se mueven, aunque extrínsecamente
haga referencia a los demás cuerpos que están en torno. Esto es en síntesis lo que se dice
acerca del movimiento.

3. Respondiendo ya directamente al primer argumento de Milliet, es preciso


distinguir, al hablar del movimiento, y refiriéndonos al pez que va río abajo a merced de
la corriente, distinguir – digo – entre el conjunto de cuerpos y un único cuerpo, y aun
en este segundo caso del cuerpo único, hay que distinguir entre las partes externas e
internas del mismo cuerpo, Tratándose del conjunto, que es el primer caso, se dice
no sin razón que se mueve todo el conjunto, pero desde distintos puntos de vista, uno
absoluto y otro relativo, como dice el mismo De Chales refiriéndose al pez. Como
ocurre con una nave que se aleja del puerto: se dice que la nave se mueve, pero que el
que va sentado en ella no se mueve; pero como forzosamente hay que llegar a
comprobar que también él se mueve, porque es parte de aquel conjunto, y no puede
moverse el todo sin que se muevan sus partes, arguyo con todas las de ley: Se mueve el
todo; luego se mueven también todas sus partes. Esto explica muy bien Descartes con la
siguiente distinción: se admite que el que va sentado en la nave se mueve en sentido
filosófico, aunque no se pueda decir lo mismo en sentido vulgar. Por consiguiente,
arguyendo en contra de Milliet, aunque hubiera un cuerpo que se mueva a una con otros
cuerpos circunvecinos, y aunque el movimiento no fuera sino un modo intrínseco al
mismo cuerpo, se podría decir todavía con verdad que se mueve en sentido filosófico,
aun cuando con relación a los cuerpos adyacentes, más bien debería decirse, según la
manera de hablar ordinaria, que está inmóvil: efectivamente en este sentido no se dice
que se mueva un cuerpo que no se separa o no se aleja de los cuerpos que lo rodean,
sino que permanece siempre unido a ellos.

70
4. Nótese de paso que de lo dicho se puede formular un argumento válido para
decir que el movimiento no es un accidente físico, sino sólo una simple relación. En
efecto, por una parte los accidentes físicos no pueden dejar de describir al sujeto al que
son inherentes, con la denominación propia de cada uno, v,gr. frío frígido, calor cálido,
color colorado, etc., y si el movimiento fuera accidente tendría necesariamente que
definir o denominar movido a aquel cuerpo; por otra parte el cuerpo se denomina
también inmóvil, cosa que no puede ser tratándose de un mismo accidente, como no
puede ser que el frío denomine a su sujeto, cálido; por lo tanto, hay que decir que el
movimiento no es accidente físico sino mera relación, en virtud de la cual es fácil
entender cómo un mismo cuerpo puede decirse que está en movimiento y al mismo
tiempo inmóvil. En el segundo caso recibe la denominación en movimiento no
solamente la superficie externa del cuerpo, como insisten los adversarios, sino también
todo el cuerpo. La razón es ésta: que todo aquello que se mueve, lo hace con relación a
otra cosa que se considera como inmóvil, y aun cuando sean muchos los cuerpos que se
mueven al mismo tiempo, siempre ponemos nuestra atención en algo fijo, siendo ésta la
única manera de concebir la naturaleza del movimiento. Esto se ve claramente en el
vacío: ¿quién diría que todo este mundo puede moverse en el vacío, caso de existir el
vacío? ¿En dónde estaría, en el vacío, el término a quo (desde el cual)? ¿En dónde el
término ad quem (hacia el cual)? ¿En dónde se pondrían los puntos fijos respecto de los
cuales diríamos que se mueve? Consta que esto es imposible. Ciertamente para poder
entender la naturaleza del movimiento, tiene que ponerse como fijo uno de aquellos
puntos, prescindiendo por el momento de aclarar si todo cuerpo está en perpetuo
movimiento, porque la quietud de que estamos hablando es tan sólo una suposición con
miras a entender mejor lo que es el cuerpo en movimiento. Ahora bien, si
necesariamente hay que establecer un punto para poder entender cualquier movimiento,
es claramente contradictorio el que la superficie de un cuerpo se aleje de dicho punto
fijo sin que se aleje al mismo tiempo todo el cuerpo; luego siempre que se mueva la
superficie necesariamente se moverá también todo el cuerpo.

5. Según esto, podemos ya decir: El movimiento parece que no es otra cosa


sino la distinta ubicación sucesiva de un mismo cuerpo, la sucesiva vecindad de otros
cuerpos, la sucesiva traslación de una misma cosa, la sucesiva relación; y como esto,
cuando se mueve todo el cuerpo, es una verdad que se aplica a todas sus partes; luego
todas las partes por igual se trasladan: ¿no es esto clarísimo? Es cierto sin embargo que
aquello no ocurre en igual modo y proporción, puesto que el centro del cuerpo se
traslada o avanza más allá que la superficie próxima que mira al término aquo, y la
superficie opuesta, todavía más allá que el centro; pero esto no impide que se muevan
realmente todas las partes del cuerpo, porque es verdad que todas se trasladan y se
alejan del punto que se considera inmóvil y se van acercando a otros y otros puntos
sucesivamente. Con todo, los adversarios insisten: si en el objeto que se mueve no hay
más que esto, se podría libremente atribuir el movimiento a cualquiera de los dos
cuerpos: ¿quién o qué obligaría a decir que se mueve el cuerpo A y no más bien el
cuerpo B? Si la traslación, el movimiento, las sucesivas ubicaciones, o lo que se diga,
¿no es en realidad nada más que lo que son aquellos cuerpos? ¿Y si en ellos no se
admite algo realmente distinto? Todo sería lo mismo y no hay razón para decir una cosa
u otra. ¿Cómo se puede decir que la pared A es negra y la pared B es blanca si en las

71
paredes no hay nada distinto de ellas por lo que puedan recibir distinta denominación?
Respondo: es falso que en nuestro caso no haya ninguna cosa real que haga deducir la
diversidad existente entre los dos cuerpos, porque se da la distancia y la relación entre
ellos, con lo cual afectan mi ojo de distinto modo e impresionan la retina con distintos
impulsos, el cuerpo inmóvil siempre del mismo modo y con un número igual de
vibraciones, el cuerpo en movimiento, siempre de distinto modo y con un número
distinto de vibraciones, con más fuerza cuando se va acercando y con menos cuando se
aleja o al menos dirigiendo sus rayos hacia otra parte de la retina. Así como la pared
blanca B refleja la luz en mis ojos de distinto modo que la pared negra A, de acuerdo
con la distinta superficie que tiene cada una de ellas, en igual forma uno de los dos
cuerpos hiere la retina de distinto modo que el otro. De manera que si me quedo inmóvil
en alguna parte, veré que la distancia del un cuerpo es siempre la misma y que la del
otro cuerpo cambia constantemente, se hace mayor o menor, más lejana o más próxima
debido a los impulsos y vibraciones que recibe de la retina, y sabré muy bien que eso
tiene lugar en realidad de verdad, aunque no piense ni vea nada, toda vez que aquellos
movimientos que provienen del objeto se propagan por todo el aire aun cuando no
existan ni mente ni ojo alguno que lo vea. ¿Por qué admirarse, entonces, de que deduzca
como conclusión lo que es la pura verdad, a saber que el un cuerpo se mueve en realidad
y que el otro está en quietud? No encuentro dificultad alguna en todo esto.

6. Se podrá decir, insistiendo en la dificultad: aunque se aduzcan todos estos


razonamientos, todavía no se ve la razón para afirmar que el cuerpo que se dice inmóvil
no se mueva exactamente como el cuerpo que se mueve en realidad; pues aunque se
diga que existen en verdad y de hecho esa distancia, esa igualdad o desigualdad mayor o
menor, esas vibraciones más fuertes o más leves, aun prescindiendo de que se piense en
ellas o se sepa de su existencia, sin embargo según Descartes sigue siendo verdad que
de hecho no existe otra cosa fuera de los mismos cuerpos modificados con sus distintas
relaciones. Conforme a esto, se puede decir: de hecho no existe otra cosa fuera de los
mismos cuerpos con diversas relaciones; ahora bien, el cuerpo inmóvil guarda para con
el cuerpo que se mueve la misma relación que éste con aquel, puesto que la relación es
mutua y recíproca; luego si la razón para decir que se mueve el primer cuerpo es esta
relación, la misma razón habrá para decir que se mueve también el segundo cuerpo.
Respondo: aunque es verdad que el cuerpo inmóvil adquiere continuamente una nueva
relación con respecto al cuerpo que se mueve y aunque parezca, por lo mismo, que se
puede decir que se mueve al igual que aquél, sin embargo no adquiere dicha relación
con respecto a los otros cuerpos vecinos suyos con los que coexiste, o con respecto a mi
ojo, sino que conserva siempre la misma relación y ubicación, lo que no hace el otro
cuerpo: por eso se dice que éste se mueve y aquél no se mueve. Es lo mismo que ocurre
en una nave: el hombre que está sentado en ella se dice que no se mueve porque siempre
conserva la misma relación con la nave, aunque en realidad se mueve juntamente con la
nave; igualmente, en nuestro caso, se puede decir que se mueve sólo el cuerpo que está
en movimiento. El otro cuerpo que se considera inmóvil con respecto al que está en
movimiento, se puede decir que se mueve hablando en sentido filosófico porque
adquiere nuevas y nuevas ubicaciones, es decir, nuevas y nuevas relaciones con respecto
al otro, relaciones que son recíprocas, en lo cual consiste la esencia del movimiento;
pero como este cuerpo señala y supone siempre los demás cuerpos adyacentes a él, de

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los que nunca se aleja, se debe decir en absoluto y sin más que está inmóvil. Si esto
tuviera lugar en el vacío, se diría que los dos cuerpos se mueven por igual.

7. Por lo que hace al segundo argumento que trata de la cantidad del movimiento,
confieso que la exposición que hace Descartes no parece a primera vista muy
convincente y no despeja por completo todas las dudas. Pero pregunto ¿dónde
podríamos lograr absoluta claridad? Los principios de todas las demás ciencias ¿son tan
claros y firmes que no puedan ponerse en duda o negarse? Muchas veces lo que al
principio parece de poco valor, luego en el transcurso de la discusión y de los
razonamientos se ve que era algo muy sólido; lo mismo podrá ocurrir en lo que se
refiere a la cantidad del movimiento. Lo que pretende Descartes es establecer un primer
principio físico de valor universal, según el cual se ve que Dios obra y ordena todos sus
efectos de manera inmutable. Quiera que no, tiene que señalarse algún primer principio
en la naturaleza, ya se lo llama ley natural, ya fuerza o apetito innato, ya también
gravitación natural, atracción o inclinación, cualidad oculta, decreto o voluntad de Dios,
o cualquier otra cosa. Pero es cierto que hay algo, y no una nada. Lo que dice Descartes
es que este algo se da sólo en la determinada y concreta cantidad, que jamás puede
aumentar ni disminuir, aunque pueda distribuirse y combinarse de muy diversas
maneras. Y esto es lo que llama movimiento, cuyo concepto y naturaleza explica luego
por medio de la materia sutil que influye en todas partes de diversos modos y por vías y
medios imperceptibles. Si hay alguien que se resista a recurrir sin más directamente a
Dios en su omnipotencia como si El solo sin ningún intermedio o instrumento obrara en
todas las cosas, ciertamente es Descartes, juzgando como indigno de un filósofo el
conceptuar con tanta ligereza lo relativo a las cosas creadas. Por lo demás un
procedimiento semejante daría pie no sólo para dudar en verdad de todas las cosas, sino
también para afirmar que nada existe en realidad de verdad, como lo hacían
disparatando ciertos filósofos de la antigüedad, en otras palabras, que todo lo que
experimentamos y vivimos en un continuo engaño. Por eso Descartes para no llegar a
una posición semejante, pensó en la existencia de tantos glóbulos, partículas,
corpúsculos, cilindros, pirámides, átomos, etc., como los demás atomistas. Pero como al
parecer, todos estos elementos no eran suficiente explicación, sea por el defecto de su
generalidad y simplicidad, sea también porque era evidente que se mueven por algo
extrínseco a ellos, añadió algo más: ¿no habrá, además de todos esos elementos, otra
causa general a la cual como a su fuente deban su origen, todos los ríos, todos los
movimientos dispersos en esa nube de corpúsculos? Porque nada se lleva a cabo sin
movimiento: toda la naturaleza está en continuo movimiento: si no hubiera en él pulso
alguno, perecería, se acabaría. ¿Cuál es el principio de todos estos movimientos?

8. ¿Tal vez todo está movido por los ángeles o por el mismo Dios? – Desde luego
que, en último término hay que llegar a esta conclusión, puesto que sin la voluntad de
Dios, como se dice, no se mueve ni la hoja de un árbol, y Dios, como sabemos
encomendó a los ángeles el gobierno del mundo. Pero no es éste el problema, prosigue
Descartes: lo que se indaga es si además de aquella causa primera y necesaria de todas
las cosas y además de los espíritus que son sus ministros, existe otra causa general,
creada, pero que sea única, simple y, en lo posible, inmutable, a la que deben referirse y
subordinarse todas las demás cosas? Pues bien, si no es Dios, ni son los ángeles esta

73
causa, ¿qué tal si fuera la materia prima de Aristóteles? ¿Aquel ente incompleto, como
se lo llama, que ni es sustancia, ni es cantidad, ni otra cosa alguna, pero de la cual
provienen todas las cosas? Pero este ente es imperceptible, inexplicable: si no es
sustancia, ni cantidad, ni otra cosa alguna, ¿qué puede ser? Si es nada, ¿cómo pueden
provenir de él todas las cosas? Es evidente que nada se hace de la nada. ¿Qué es
entonces aquella materia? Ciertamente sería y no sería materia; en realidad incluiría en
sí la razón formal del espíritu; pero también sería y no sería espíritu, porque no dejaría
de ser materia. ¿Quién entiende esto? Ciertamente no debe admitirse como posible algo
que no pueda concebirse clara y distintamente; si no, no habría razón para decir que la
quimera es imposible, puesto que tenemos certeza de que ella es imposible por el hecho
de que no podemos concebir clara y distintamente su naturaleza. ¿Cómo podemos
imaginar que el hombre en la actualidad y consecuentemente pueda ser verdadero león,
o que antecedentemente sea posible otro Dios? Estos son conceptos contradictorios.
Pues lo mismo aquella materia. ¿Qué tal, entonces – prosigue Descartes – si aquello tras
lo que vamos, fuera otra materia realmente extensa, con atributos de verdadero cuerpo,
pero una materia enteramente fluida, velocísima, que todo lo penetra e invade, que se
mueve continuamente y que rodea y llena el mundo? Incluso se podría decir que sería la
verdadera materia aristotélica, ya que la otra no existe sino en la mente de los
aristotélicos. Reflexionando, pues, en esta y otras ideas con mucha hondura, Descartes
llegó a la conclusión de la causa segunda, única, simple e inmutable, en cuya esencia
como en una imagen habría que descubrir como dibujada a la causa primera. De modo
que la materia sutil es el sujeto de inhesión en el que radica como en el principio
primerísimo, el más universal y el más simple, aquella determinada cantidad de
movimiento.

9. Establecida así la naturaleza de la materia, Descartes pasa a considerar el movimiento


en general convencido de que puede haber una gran diversidad de movimientos: unos,
mayores, otros, más rápidos y de que es posible que haya infinitos movimientos, más y
más veloces hasta el infinito. Pero al ver que estas consideraciones no eran necesarias
para explicar el presente orden de las cosas, sino que bastaba con señalar algo limitado o
indefinido, y tomando en cuenta al mismo tiempo el modo de operar de Dios,
simplicísimo, uniforme e inmutable en muchos aspectos, de acuerdo siempre con el
mismo orden, con el mismo sistema sin que nada cambie si no es por algún milagro,
dedujo que había que establecer algo semejante en lo relativo al movimiento. Desde la
creación del mundo hasta el presente el fuego siempre ha quemado, el hielo siempre ha
producido frío, los vientos han permanecido constantes en su inconstancia, el mar
siempre ha sido salado, y los ríos siempre han tenido agua dulce, etc. Igualmente
siempre ha sido la misma naturaleza del hombre, del león, del caballo, sin jamás
cambiar: siempre hemos visto que los hombres piensan, que el león ruge, que el caballo
relincha. Vemos que así mismo los decretos de Dios son fijos, inmutables, como mil
otras cosas. ¿Por qué, entonces, no decir lo mismo de la cantidad de movimiento que es
recibido y conservado inmutablemente en aquella materia como en sujeto
proporcionado a su naturaleza? Esto sería más honroso a la inmutabilidad de Dios y más
conforme con las demás operaciones suyas que conocemos. No veo nada censurable en
este razonamiento: en nuestro razonar y argumentar siempre partimos de lo claro y
conocido a lo desconocido. Siendo necesario, como he dicho, establecer para la
naturaleza algún principio general, so pena de desmerecer del nombre de filósofos, no

74
veo mejor principio que éste de la determinada cantidad del movimiento, en cuanto que
se ajusta a las innumerables modificaciones, a la elasticidad y a su unión con los
diversos poros elásticos de los cuerpos, a la rapidez o a la lentitud, a los diversos
corpúsculos, a las diversas acciones y pasiones y a los diversos impulsos, etc. que por
medio de la materia sutil, entran a conformar la sustancia. Pero por el momento, a decir
verdad, lo propuesto por Descartes en esta materia es tan sólo una hipótesis, como
muchos otros puntos de su sistema, que se proponen como otras tantas suposiciones, sin
ninguna razón a priori, sino como algo oportuno y útil para explicar algún problema, y
algo que los adversarios pueden también admitir con facilidad. Pero si pasamos a
considerar esta cuestión desde el punto de vista de las razones a posteriori y vemos que
todo concuerda perfectamente y que no hay nada que no tenga su adecuada explicación
sobre la base de aquellos principios señalados como hipótesis, ¿quién habrá de decir que
la suposición de Descartes no pasa de pura hipótesis? Es imposible en efecto, que una
cosa falsa revista siempre y en todo el concepto de lo verdadero. Pues esto es lo que hay
en la explicación de Descartes y, por lo mismo, tenemos que concluir que se apoya en
sólidas razones.

10. Entendiendo en esta forma todo lo expuesto, caen por su peso todas las demás
objeciones del adversario acerca de la inmutabilidad de Dios, máxime teniendo en
cuenta que solamente hay tres clases de seres creados: la primera es la de aquellos cuya
esencia no puede ser ahora distinta de la que es ni con intervención de la potencia de
Dios, v. gr. que el hombre sea racional; la segunda, la de aquellos cuya esencia exige no
ser cambiada naturalmente, como el fuego, cuya esencia consiste en quemar; y la
tercera, la de aquellos cuya esencia natural es precisamente la misma mutabilidad y falta
de fijeza, como el viento al soplar. Las esencias de todos estos seres son tales que se
puede inferir la inmutabilidad de Dios no menos de la inconstancia de los vientos que de
la esencia del fuego o del hombre que es siempre la misma; pues tan esencial es al
viento la inconstancia y la mutabilidad, como lo es a los otros seres la inmutabilidad,
que si fallara, más bien sería un argumento contra la inmutabilidad de Dios. Esto
supuesto, digo francamente, que no es un argumento eficaz contra la inmutabilidad de
Dios el argumento del que se pretenda deducir que Dios sería mudable por no conservar
siempre la misma cantidad en cosas muy particulares de poca monta, como v. gr. el
mismo número de hombres, de animales, de plantas, etc. Esto más bien sería ridículo y
no honroso para la sabiduría infinita ni acorde con ella. Pero no sucede así con las cosas
generales y de gran envergadura, como v. gr. el sol, los días y las noches, los años el
iris, el hielo, la salobridad, los decretos divinos, etc. Si nada de esto fuera inmutable,
nada constante y perpetuo ¿cuál sería la constitución y naturaleza del mundo? Sería pura
confusión, inconstancia, imperfección. No habría nada digno de atribuirse a alguna
infinita sabiduría y omnipotencia. Aquí estriba la fuerza de la argumentación de
Descartes, que podría formularse en los siguientes términos: Las cosas generales y que
revisten gran importancia son inmutables, pues si no lo fueran, darían pie para señalar
en Dios alguna mutabilidad e imperfección; es así que, entre aquellas cosas generales y
de gran importancia debe señalarse con razón aquella causa general a la que en último
término ha de atribuirse todo movimiento; luego esta causa es inmutable; ahora bien,
solamente supuesta una determinada cantidad en el movimiento es posible concebir que
dicha causa sea inmutable, - ¿cómo puede decirse que aquello cuya esencia consiste en
moverse, es inmutable, si no se asignan los límites del movimiento, si se confunden y

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mezclan todos los movimientos, si se admiten todos los movimientos posibles sin
número de orden, como ocurre en el infinito extenso, en el cual si no se asignan
determinados límites, si se suprimen todas las partes alicuotas y por tanto no hay
manera de considerar como finito al menos este espacio? – pues bien, la consecuencia
de lo dicho es que existe esa determinada cantidad en el movimiento. Así es como se ha
de entender la argumentación de Descartes, y por cierto refiriendo lo dicho a la cantidad
alicuota, prescindiendo por ahora de si ella es divisible en sí en otras partes alícuotas
más y más lentas o más y más veloces hasta el infinito, cuestión que pertenece al
problema del infinito y, por lo mismo, poco importa aquí para nuestro propósito.

11. Refutando, pues, el argumento que Milliet aduce en contra de Descartes, afirmo
que nuestro preclaro adversario incurre en un error, pues pensándolo bien, su dificultad
tiene fácil solución. Admito de buen grado que de hecho existe la quietud; que están en
quietud ciertos cuerpos que al comienzo estaban en movimiento; admito además que
toda aquella materia que al comienzo se movía y todas sus partes, si se quiere cada una
con su movimiento propio, estaban entonces en agitación, - cosa que no dice Descartes
que haya sido de hecho así, sino que lo pone sólo como hipótesis. Pues aun así, niego
que ahora exista algo de quietud por el hecho de que entonces no haya existido. De lo
que íbamos diciendo sólo se sigue que ahora existe en algunas cosas en proporción
desigual lo que entonces existía en todas por igual, sin que por eso se haya perdido nada
o se haya producido algo que no existía. Me explico: supongamos que hay diez
individuos que corren, y que viene otro que corre como diez ¿no es cierto que es una
misma cantidad de movimiento tanto en el primero como en el segundo caso? Lo
mismo si imaginamos diez piedras, cada una de las cuales cae con la velocidad
correspondiente a uno, y que luego aparece otra piedra que cae con la velocidad
correspondiente a diez: ¿no se da en ambos casos perfecta igualdad? Pues lo mismo hay
que decir en nuestro caso del movimiento. El movimiento que antes había estado
disperso por igual en todos los cuerpos, ahora se encuentra repartido y concentrado en
proporciones desiguales en muchos cuerpos particulares, sin que falte nada de aquella
primera cantidad ni se añada nada a la misma: sólo está distribuido ahora en
proporciones desiguales lo que antes estaba dividido por igual entre todos los cuerpos; y
por eso, sin que tenga lugar ninguna nueva producción, se tiene en algunos cuerpos
alguna quietud, o lo que es lo mismo la negación del primer movimiento. Queda así
resuelta la dificultad y el argumento de nuestro adversario, que se basa sólo en la idea
de que la quietud es accidente físico, en virtud del cual se dice que una cosa está en
quietud; y no que es un ente sólo privativo y un modo del cuerpo, y que puede
confundirse con el mismo movimiento, toda vez que, si se consideran las cosas con
precisión, el hecho de que un cuerpo se mueva más lentamente sólo quiere decir que se
aquieta con mayor celeridad.

12. A esto se objetará que allá antes no había quietud, porque todas las cosas estaban
en movimiento, y que ahora de hecho se da inmovilidad porque muchos cuerpos, que
antes se movían, están en quietud; luego ahora existe algo que se ha producido sin que
haya existido antes, puesto que esa quietud es algo positivo, tanto como el movimiento.
Respondo: este es uno de aquellos prejuicios que con tanta frecuencia nos dominan:
como cuando juzgamos que el frío es algo real, no siendo sino pura nada. La verdadera

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inmovilidad en sí misma es nada, es sólo un ente privativo, más que la exclusión de
algún movimiento. A mayor inmovilidad, mayor privación del movimiento, hasta el
infinito, sin que jamás pueda existir de hecho y positivamente la inmovilidad, como
ocurre también, y ya lo dijimos, con la extensión y el tiempo; por la sencilla razón de
que ningún cuerpo puede estar en quietud absoluta, sino en relación con algo: todos los
cuerpos se mueven de hecho, y sólo decimos que se mueven con respecto a nosotros. Se
entenderá esto con lo que voy a decir: si por ejemplo una esfera que tenía movimiento,
da contra otra y le comunica su movimiento y con esto se detiene, al moverse
visiblemente la segunda esfera, nos parece que la primera ha dejado de moverse; y esta
es la experiencia sensible que tenemos. ¿Qué se deduce de esto? Lo que sucede es que
nosotros, que juzgamos de inmediato por lo que se nos ofrece a los sentidos, sin ulterior
investigación, llamamos inmovilidad a uno de esos efectos, y al otro llamamos
movimiento, por la única razón de que esa es la experiencia sensible que tenemos y sin
preocuparnos de lo que hay realmente en el fondo de las cosas; y es que sabemos muy
bien que no es necesaria esta preocupación más honda para llevar una vida feliz y
conforme con nuestra natural inclinación.

13. Pero ¿qué juicio nos formamos si examinamos el fondo de las cosas? Si nos
elevamos un poco de lo vulgar en pos de un conocimiento más profundo ¿diremos que
allí no hay algo más que escapa a lo que nos da nuestra experiencia sensible? ¡Cuántos
movimientos que no podemos percibir con los ojos materiales, no podrían descubrirse
todavía en aquella esfera que dejó de moverse! ¡Cuántos movimientos posibles habrá en
ella! ¿Quién puede determinar, o formarse idea de estas posibilidades? Desde luego no
es esto materia de preocupación para la gente ordinaria sino para los filósofos. Pues
hablando con preocupación y sentido filosófico, digo que todos los cuerpos están en
continuo movimiento. Para confirmarlo, vaya esta sola razón en que resumo las demás:
por una parte es evidente que se da algún movimiento en el universo, por otra, el vacío
es algo imposible, como ya lo probamos; además ningún cuerpo puede moverse en
círculo sin impactar con su fuerza centrífuga en otros cuerpos, de modo que es porque le
rodean, y éstos a otros y otros hasta el infinito; luego todos los cuerpos tienen
perpetuamente algún movimiento. Por consiguiente es clara la respuesta a la dificultad
que se propone: existe en realidad la quietud en sentido vulgar, pero no en el sentido
filosófico y que corresponda a la plena verdad; porque en este último sentido la quietud
es ente negativo, es la negación de todo movimiento, y como ya se ha dicho es
imposible que exista. Se trata de un ente meramente privativo la negación de algún
movimiento perceptible por los sentidos que tiene relación con algo; puede darse el caso
de alguien de vista muy aguda que sostenga que aquel cuerpo está en movimiento,
mientras que otro que no goza de una visión tan penetrante, afirme obstinadamente que
se mueve.

14. Esto viene a ser una sólida confirmación de nuestro aserto. Porque yo pregunto:
¿Qué juicio se merece el hecho de que dos individuos discuten acerca del problema que
es también una cuestión de hecho, a saber, si se mueve o no se mueve aquel cuerpo?
¿Estaremos por la afirmativa, o por la negativa? Ambos afirman algo: el uno, que
percibe algún movimiento, el otro, que percibe ahí una inmovilidad: ¿a cuál de los dos
hemos de creer? Llamemos a otros testigos – se dirá – gentes que tengan unos ojos de

77
lince y nos digan lo que sienten, porque un solo testigo es lo mismo que ninguno: con
ello, admitiremos lo que dice la mayoría. Pero esto tampoco resulta: al menos yo, aun
cuando todos dijeran que el cuerpo no se mueve, todavía tendría mis dudas e insistiría:
tenemos microscopios; tráiganse y veamos qué es lo que podemos descubrir con ellos.
Se dirá todavía que ni con el mejor microscopio se detecta movimiento alguno, y que,
por tanto, el cuerpo aquel no se mueve. Aun así, yo no me convenzo, pues aunque
tengamos a mano el mejor de todos los microscopios, puedo replicar que es posible que
haya todavía uno más perfecto, como sería un microscopio hecho por mano de ángeles;
y aun sin esto, podemos decir que son microscopios mucho más perfectos los ojos de las
hormigas, y los de las pulgas y de los gusanillos que descubrimos precisamente a través
del microscopio en el vinagre y en los demás licores. ¿Qué tal, si tuviéramos un
microscopio de esos? ¿No descubriríamos algo más en aquel cuerpo? Pues bien,
microscopios de esos, ojos como esos y cada vez más pequeños, son posibles hasta el
infinito. ¿Qué razón me moverá, entonces, aunque todos convengan en lo mismo, a
decir que aquel cuerpo no se mueve? Mientras los hombres no utilicen sino los sentidos
no podrán sacar ninguna conclusión que desde luego corresponde a los instrumentos y
sentidos que utilizan; por lo mismo se podrá decir que un cuerpo se mueve con respecto
a un individuo, y que no se mueve con respecto a otro; pero de ahí no se podrá concluir
o determinar si el cuerpo en sí mismo se mueve o no se mueve en verdad. Ahora bien,
como muchas veces ocurre que algunas personas perciben movimiento en ciertos
cuerpos y otras ven en ellos más bien calma y quietud, y como ésta es pura nada, y por
otra parte no se puede percibir algo que no exista de hecho en la naturaleza, ¿qué puede
ser más conforme a la razón que concluir que no existe inmovilidad sino que todos los
cuerpos están en perpetuo movimiento?

15. Pero hay más: Dice De Chales que hay tanta razón para rechazar la quietud,
como para probar que se producen movimientos que antes no existían; lo cual trata de
demostrar con el siguiente razonamiento: consta por la experiencia que no todo
movimiento se produce mediante un agente extrínseco, puesto que los animales, los
hombres, la pólvora, etc. inician ellos mismos su movimiento y no reciben el impulso de
un agente extrínseco; luego de hecho se produce un nuevo movimiento. Pero pregunto
yo: cuando actúan todos aquellos seres, ¿lo hacen inmediatamente por sí mismos o a
través de instrumentos? Si lo hacen por sí mismos, ¿para qué están entonces los
miembros del cuerpo, las manos, los pies, el espíritu, etc., y en la pólvora, para qué
están el carbón, el nitrato, el azufre y demás? Si lo hacen a través de instrumentos, éstos
tienen que ser movidos; pero ¿por quién? No por sí mismos, como es evidente - ¿de
dónde tendrían la fuerza para moverse a sí mismos? -; luego se mueven impulsados por
otro; pero éste otro habrá que preguntar nuevamente si tiene fuerza por sí mismo o le
viene de otro, y así hasta el infinito. Pero como aquí no se pregunta nada acerca del
infinito, sino acerca de la causa próxima, por fuerza hay que recurrir a la materia sutil (o
como quiera que se llame) y detenerse en ella, o hay que recurrir a la misma causa
primera, pero esto último es indigno; luego hay que quedarse con la materia sutil. En el
hombre (y tal vez a su modo también en los animales y en todos los demás seres, si se
admiten las formas sustanciales), es cierto que existe algo con la facultad de poder
mover el cuerpo a su entera voluntad. Ahora bien, o suponemos que este algo es en
concreto el espíritu animal que mueve los nervios, las fibras y los demás órganos como
el pie o la mano, etc., y decimos que ocurre lo mismo que en los demás seres, es decir,

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que lo hacen a través de instrumentos como la materia sutil, la elasticidad, etc., o
tenemos que referirnos al principio y comienzo del movimiento, es decir, al primer
ímpetu que el alma imprime libremente en los espíritus animales, y entonces volvemos
al problema de cómo el espíritu puede mover al cuerpo, o cómo un cuerpo, v. gr. el
fuego puede actuar sobre el espíritu. Pero no es esto lo que preguntamos, si bien –
digamos de paso – no lo podemos explicar sino diciendo que es cierto pero que no está
en nuestras manos su explicación y no nos queda sino recurrir al decreto de Dios que
decidió, estableciendo una ley fija, prestar su concurso directo ajustándose a la voluntad
de las creaturas, y a cualquier apetito, o como solemos decir, a cualquier exigencia de
ellas, y cuando falta ésta exigencia, como en el fuego para atormentar a los espíritus,
suplirla con una elevación especial. Tengo certeza de que cuando quiero, muevo mi
mano, aunque jamás podré explicar cómo se lleva a cabo esta operación; lo único que
puedo decir es que así lo experimento y en eso no sufro engaño; y éste es el principio
del movimiento. Pero al mismo tiempo tengo también certeza de que ese movimiento
depende de otra causa, ya que, si mi mano se viera impedida por alguna parálisis o
algún otro obstáculo, jamás podría moverla como antes por más esfuerzos que haga.
¿Qué significa esto, sino que la ejecución del movimiento depende de un agente
externo?

16. Pero demos que el principio del movimiento a que nos referimos, es
inexplicable, (cosa que tal vez se puede decir también respecto de los animales y otros
seres, ya que, aun suponiendo que existan las formas sustanciales y que sean materiales,
no serían propiamente materia, y estaríamos ante la misma dificultad de saber cómo
aquello que es puramente material pueda influir en la materia); digo que aunque sea
inexplicable el principio de dicho movimiento, no se sigue de ahí que también sean
inexplicables los movimientos que luego experimentamos en nuestro cuerpo, son
movimientos que estudia la mecánica y explica ampliamente la anatomía, aunque de
ellos se ocupa también en cierta medida la filosofía. Yo diría en pocas palabras lo
siguiente: supuesto aquel primer ímpetu o moción de mi voluntad, que quiere mover
algún miembro de mi cuerpo, surge la pregunta de cómo por medio de los espíritus
animales muevo v. gr. el pie a una parte y no a otra, ¿cómo hago que se eleve o que baje
la mano? Creo que eso se puede entender muy bien si se considera lo que es nuestra
naturaleza y se toma en cuenta que hay en nosotros una serie de nervios, músculos,
venas, lo mismo que sangre y espíritus, y que todo nuestro cuerpo está dotado de
órganos poco menos que innumerables, pero sin que nada en él esté de sobra; todo
absolutamente está tan armonizado y guarda tal unión, proporción y correspondencia
mutua, que no se puede concebir nada más perfecto; no hay nada que se pueda añadir o
quitar en nuestro cuerpo, que es obra hecha por la misma mano sapientísima del
Creador. El fin que en esta obra se propuso nuestro espléndido Creador, además de su
gloria, fue facilitarnos los medios e instrumentos con que pudiéramos percibir y
experimentar así interna como externamente los fenómenos materiales: v. gr. el dolor, el
hambre, la sed, las enfermedades, etc. en nuestro interior; la cantidad, la figura, el
movimiento, la gravedad, el color, el calor, etc. en el ámbito exterior. Ahora bien, los
cartesianos sostienen que todo esto tiene lugar sólo a través del movimiento, y que todos
aquellos órganos a que hemos hecho alusión, son necesarios a fin de que cada uno
pueda cumplir su misión específica, de manera que mientras uno se mueve con un
movimiento, otro se mueve con el suyo propio, y con admirable ajuste y proporción

79
produzca las sensaciones que experimentamos en nuestra alma. Entre estos órganos
sobresale la glándula pineal, llamada coronaria, la cual está situada en medio de tres
concavidades, con la base unida a la misma sustancia del cerebro y con el vértice hacia
arriba entre las otras dos concavidades; esta glándula, por ser única en su género y por
estar situada en la parte más noble de todas, tiene el privilegio de ser la sede del alma, y
por eso, es además raíz, origen y principio de las operaciones y reacciones de los
espíritus animales en los nervios y músculos, tal como el corazón es origen y principio
de la circulación de la sangre en las arterias y venas; de modo que lo que hacen en el
corazón la diástole y la sístole, hacen en la glándula sus diversas presiones e impulsos.

17. Esto se explica desde luego en el marco externo, con lo que ocurre en los
colores: por la acción de la luz que refleja el objeto y que debido a la desigualdad de la
superficie, cae modificada en los ojos , y que resalta en ellos con una serie como de
pulsaciones, se forma en una parte de la retina una como imagen móvil del mismo
objeto, y es como si éste, que en su ambiente exterior ocupa grande espacio, viniera a
reducirse dentro del ojo a un pequeñísimo cuadro o imagen, tal cual, pasa luego por los
movimientos que impresionan el nervio óptico, al cerebro, en donde los espíritus
animales, agitados dentro de los filamentos nerviosos por la luz que incide en la retina,
pintan – como lo hizo antes la misma luz en la retina – esa misma imagen en la
superficie de la glándula pineal, impresionándola – con las debidas proporciones – con
tantas vibraciones, como fueron las de la luz que impresionó la retina. ¿Cuál es el
resultado de este proceso? Nuestra mente, que ahí es donde está con una presencia
íntima y especial, reflexiona sobre esa imagen; distingue y aprecia los sutilísimos
impulsos y movimientos, siguiendo las mil reacciones de la glándula pineal, sus
vibraciones, sus estremecimientos, sus inflexiones, posiciones y configuraciones que va
adoptando, y a cada una de estas impresiones o fenómenos va asignando sus propios
nombres que luego los transfiere al mismo objeto, y según ellos, a un objeto se lo llama
blanco; a otro, negro; a otro, rojo, etc. En esto reside todo el misterio de la visión, y esto
mismo se puede aplicar fácilmente a las demás sensaciones correspondientes al oído, al
olfato, al gusto y al tacto: todo se reduce nada más que a estos diversos movimientos,
vibraciones, impresiones, impulsos, ante los cuales la glándula pineal reacciona de mil
modos, incitada además por los espíritus animales que proceden de las distintas
potencias exteriores. Nuestra mente, que reside principalmente en la glándula pineal
capta y aprecia todos estos fenómenos y los clasifica asignándoles su respectivo
nombre. Pero no es posible, como he dicho explicar con plena claridad el modo como se
lleva a cabo este proceso. Todo lo dicho se refiere a los fenómenos externos.

18. En estas condiciones, ¿cuántos movimientos no deberían admitirse, cada uno


con su diferente característica, sutilísimos, imperceptibles, o perceptibles sólo por la
razón, nacidos de causas las más diversas? -como del sol y sus rayos, del éter, del aire
superior o inferior, de la superficie del objeto,- que producen las diversas reacciones en
los nervios de la retina, en el nervio óptico, en el cerebro, en la glándula pineal hasta
determinar a la mente a formarse la idea del color. Y lo mismo para los demás sentidos:
¿cuántos movimientos, repito, no entrarán en juego? Más aún, y esto es de lo más
importante, aunque se niegue que en todo esto interviene el movimiento y se diga, como
pretenden los adversarios, que las que actúan son las especies o cualquier otra cosa, es

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forzoso admitir que de algún modo entran en juego todos aquellos movimientos. Nadie
va a negar que se mueve la luz, que las especies se difunden e inciden de mil maneras
en nuestros sentidos y llegan a través de verdaderos movimientos hasta el sentido
común o fantasía. Nadie por cierto, a no ser que prefiera y le guste el misterio. Como
nadie tampoco negará que se mueve realmente la sangre, que se mueven los espíritus
animales y todos los demás elementos de nuestro cuerpo. Este es el único punto de
discusión entre los adversarios y los cartesianos: los adversarios, imaginan y hacen
intervenir, además de los movimientos, no sé qué especies, no sé qué suerte de
imágenes o entes materiales, cuya esencia no se puede concebir si no es asimilándola a
la de los verdaderos espíritus; en cambio los cartesianos, además de los movimientos,
no admiten sino su materia sutil, como principio común y primero de todas las
modificaciones y de la cual dependen todas las modalidades de los movimientos y que
encauza y dirige todo, incita la elasticidad de los cuerpos, los ayuda si decaen y los
refrena si se extralimitan. No por eso deben excluirse las demás causas concomitantes,
como la superficie de los objetos, la dureza y suavidad de los cuerpos, la gravitación, la
fluidez y mil otros detalles; todas estas causas tienen que tomarse en cuenta: a la gran
diversidad de todos estos elementos corresponden los sutilísimos efectos, también muy
diversos, de la materia sutil.

19. Pasemos a explicar los fenómenos internos y cuál es el proceso que tiene lugar
cuando movemos nuestro cuerpo. Mi razonamiento es el siguiente: En cuanto a los
sentidos externos, como acabamos de ver, todo se explica muy bien por el movimiento;
¿por qué no admitir, como se empeña Milliet, la misma explicación en los sentidos
internos? ¿Acaso el camino que va de Tebas a Atenas es distinto del que va de Atenas a
Tebas? Las potencias externas comienzan el proceso de sus sensaciones a partir de algo
externo y lo terminan dentro; tratándose de las potencias internas el proceso es inverso:
comienza dentro y se termina fuera, recorriendo en dirección hacia fuera el mismo
camino que recorría hacia adentro el proceso de las potencias externas. ¿Por qué no dar
la misma explicación para los dos procesos? ¿No se podrá explicar así la potencia
locomotriz ni describir los movimientos de los espíritus que nos hacen mover el pie
hacia atrás, la mano hacia arriba o hacia abajo, etc., como sin mayor estudio
experimentamos y vemos a simple vista que ocurre en nuestro cuerpo? ¿Acaso no
vemos que, según sea la diversidad de movimientos y pasos que damos, varía también
el movimiento de la carne, los huesos, los nervios, los músculos y demás del mismo pie,
y no advertimos sus distintas posiciones y su distinta configuración traducida ya en
protuberancia, ya en extensión o en profundidad? Y ¿no vemos que luego ocurre el
fenómeno contrario, que donde había protuberancia, hay profundidad, donde se advertía
extensión, se da contradicción, donde había profundidad se da elevación y que así se
van alternando sucesivamente estos fenómenos? ¿Quién puede desconocer la existencia
de los espíritus animales que se mueven en nuestros nervios y músculos con mayor
velocidad que la sangre en las arterias y las venas? ¿Quién puede desconocer los
admirables movimientos de la nutrición, del crecimiento, de la secreción de los tumores,
de la filtración, de la transfusión, de la expulsión, de la concreción, de la transpiración,
etc.? ¿Cuántos movimientos no se dan en arterias, en la sístole y la diástole del corazón
como vemos y palpamos personalmente? Nadie va a negar que todo esto tiene lugar
mediante movimientos. Fluye entonces la consecuencia: si vemos que en nosotros los

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fenómenos más palpables y toscos tienen lugar a través de movimientos, debemos muy
bien deducir que es lo mismo tratándose de los fenómenos más finos y delicados.

20. Estudiemos por ejemplo el caso del movimiento del brazo y veamos lo que
ocurre. En primer lugar, la estructura del brazo es de tal naturaleza que si queremos
podemos extenderlo o contraerlo, moverlo a la derecha o a la izquierda, o viceversa,
llevarlo hacia arriba o hacia abajo e incluso moverlo formando con él un círculo
completo. Estos son los movimientos que vemos y experimentamos en el brazo. En el
resto del cuerpo los demás movimientos son similares, naturalmente en cada miembro
de acuerdo con la estructura y conformación propias. Veamos así mismo qué pasa
cuando quiero contraer el brazo. En él se dan partes sólidas, blandas, líquidas, flexibles,
o sea huesos, carne, fibras, espíritus, humores, sangre, etc. lo mismo que articulaciones,
piel, pequeñas partes vacías, poros, arterias, venas, válvulas, etc. etc.; además como algo
muy importante están los filamentos del par de nervios octavo y vago como lo llaman
los anatomistas, porque, así como los demás pares pasan por la cabeza, los pulmones y
los intestinos, así el octavo bajando por la espina dorsal se distribuye por los demás
miembros de todo el cuerpo y por los diversos músculos a fin de facilitar su dilación y
compresión ligándose finalmente por medio de los tendones a una parte sólida del
cuerpo. ¿Qué se puede seguir de todo esto sino el efecto correspondiente tal como
venimos explicándolo? No es difícil entender y ver que con el aflujo de los espíritus
animales tiene que hincharse el músculo del brazo que rodea el codo y con esta
hinchazón hacer que se doble el brazo: tenemos entonces la contracción. Si los espíritus
se concentran en la parte opuesta, hacia la curvatura del brazo repartiéndose en
proporción adecuada, cesará la hinchazón y se producirá la extensión de la mano. El
mismo fenómeno se presenta en el músculo del hombro: al producirse la intumescencia
en la parte de la derecha, el movimiento del brazo irá hacia la izquierda, y viceversa; si
la intumescencia se produce en la parte superior, el brazo tenderá a bajar, y viceversa; y
si la intumescencia va surgiendo sucesivamente en los diversos sitios, tendrá que
producirse un movimiento circular del brazo. No hay en esto dificultad alguna.

21. En este asunto la única dificultad está en puntualizar el principio del


movimiento y su comienzo a partir de la mente. No me refiero al problema que ya
mencionamos antes, de cómo el espíritu pone en movimiento al cuerpo, porque esto es
algo inexplicable, me refiero a aquel primer ímpetu que la glándula pineal, suspendida
junto a las ramificaciones de los nervios en medio del cerebro, tiene que imprimir en los
espíritus animales, a fin de que luego pueda propagarse por los demás miembros del
cuerpo. Porque así como en la visión y en las potencias externas el movimiento es la
única explicación de la impresión de la imagen en la superficie de la glándula, así en las
potencias internas la explicación tiene que partir de la misma superficie de la glándula.
Pues bien, parece que hay que establecer que aquí se da un proceso inverso: en el caso
de las potencias externas el alma se comporta pasivamente, percibe en la superficie de la
glándula determinados impulsos por el aflujo de los espíritus que confluyen allá
mediante los nervios, y con ello se determina a sentir algo; cuando se comporta
activamente tiene que producir también algo: provocando movimientos o pequeños
cambios en la glándula, hiere los orificios de los nervios ramificados en el cerebro
impresionándolos en una y otra forma, haciendo oscilar sus impulsos como el fiel de la

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balanza entre diversos puntos por la cavidad del cerebro. Como efecto de la diversa
posición, inclinación o conformación que va tomando la glándula, al dilatarse o
contraerse, se abren o se cierran los orificios de las neuronas según sea el caso, con lo
cual la materia sutilísima concentrada en ellas y como saturada por los espíritus, se pone
en circulación y fluye por los canales que encuentra abiertos, en determinadas
direcciones de acuerdo al potencial adquirido durante este proceso. Como cada nervio
se compone de muchos filamentos a manera de tubos o canales por los que pasan los
espíritus de entrada o de salida, la superficie de la glándula toca y orienta las
extremidades de dichos filamentos y con el concurso de la materia que circula como
finísimo hilo por toda esta urdiembre, presiona de diversas maneras los filamentos y los
nervios, ya sea obstruyéndolos para impedir el paso de los espíritus, ya ensanchándolos
para darles libre tránsito: a cada momento de este juego corresponde necesariamente el
respectivo movimiento aun en los miembros más lejanos.

22. Aquí tenemos, pues, la explicación del origen de todos los movimientos
del brazo: si se abren los filamentos de los nervios en torno al codo y con el mayor
aflujo de los espíritus se hincha el músculo, tendrá lugar la contracción; si se cierran los
conductos de estos nervios y se abren otros, tendrá lugar la extensión; si se abren los
filamentos situados a la derecha, tendrá lugar un movimiento hacia la izquierda; si se
abren los filamentos situados a la izquierda, el brazo se moverá hacia la derecha; y lo
mismo para el movimiento de arriba abajo o viceversa y para el movimiento circular,
según que los conductos de los nervios se abran o se cierren siguiendo el movimiento o
configuración que adopta la glándula pineal. Todo queda en claro siguiendo esta
explicación. Si se quiere saber cuál es el instrumento por medio del cual el alma realiza
más inmediatamente estas operaciones, digo yo que es la materia sutil que llega desde
fuera y es la que incita a los espíritus para obtener la elasticidad y producir todos
aquellos movimientos. Este proceso de nuestras potencias internas, se aplica también a
su modo a los animales y a las demás sustancias. Así pues, todo lo que ocurre en nuestro
cuerpo proviene fundamentalmente de fuera, y no es necesario en absoluto recurrir a la
solución propuesta por Milliet, a saber la producción de un nuevo movimiento que
nazca del propio interior. No va contra esto el hecho experimental que se puede aducir,
de que haya habido hombres que no tenían glándula pineal; porque a esta objeción se
responde que la glándula no es tan indispensable, ya que hay otros modos de suplir su
función: en esos individuos la parte central del cerebro pudo muy bien hacer lo que
correspondía a la glándula. También en muchos animales vemos diferencias respecto
del hombre: en unos hay mayor masa encefálica, en otros, menos o incluso ninguna.
Hay así mismo peces en los ríos de por aquí, que en vez de cerebro tienen piedras
durísimas rodeadas de una finísima membrana y nervios diminutos. En todos estos seres
hay sin duda algo que suple la función de la glándula y sirve para recibir o producir los
impulsos necesarios en orden a sus respectivas sensaciones. En resumen, en el sitio en
que van a dar las terminales de los nervios de todo el cuerpo (la ubicación misma no
tiene nada que ver), ahí el alma distingue los diversos movimientos que sostenemos ser
necesarios para sentir algo, y allí mismo es donde se inclina o determina a hacer algo
mediante la moción contraria de los espíritus conforme los orienta e introduce hacia los
diversos canales de los nervios.

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23. Se objetará que no es que se niegue la existencia del movimiento sino aquella
determinada cantidad del movimiento, cuyas partes puedan pasar de un cuerpo que está
en movimiento a otro, sin que se aumente, se cambie o disminuya. Dicen, en efecto, los
adversarios: ¿Qué cuerpos se detienen mientras yo estoy en movimiento? ¿Qué cuerpos
se mueven cuando yo no me muevo, y cuando camino, a qué cuerpos transmito algún
impulso? Y cuando me detengo ¿qué cuerpo me está empujando? ¿Acaso se mueven
todos los cuerpos, con movimiento universal, o solamente algunos cuerpos? Dígase lo
que se diga, no hay respuesta satisfactoria. Además, añaden los adversarios, si como
decimos nosotros, el movimiento no es sino la traslación o alejamiento de un cuerpo de
la vecindad de otros, tendríamos que una es la traslación por la cual un cuerpo se acerca
a otro, y una distinta la traslación con la cual se aleja, porque si no fueran distintas esas
traslaciones, se seguiría que lo mismo es acercarse y alejarse; pero no pueden darse
diversas traslaciones sin que se produzca algo nuevo, etc. De esto deduce De Chales que
incluso según esta hipótesis el movimiento tiene partes que se suceden unas a otras y
que se van produciendo una después de otra y que, por consiguiente, no es posible que
se haya conservado la misma cantidad de movimiento desde la creación del mundo,
como afirma Descartes. Y otra cosa más: ciertamente vemos en la actualidad que
algunos cuerpos que antes no se movían, han adquirido movimiento, lo que es señal de
que no existía antes el mismo movimiento numérico, y por tanto, que se ha producido
como algo nuevo. Estas son las objeciones y razonamientos del ilustre matemático.
Notemos ante todo en general, que la fuerza principal de las objeciones estriba en los
sentidos y en el testimonio de nuestros ojos, como si no pudiera darse en el mundo más
movimiento que el que se puede percibir por los sentidos: ¡testimonio deleznable! ¡Si
nos fiáramos de él, en cuantos errores no caeríamos! Cerremos un poco los ojos del
cuerpo y abramos los de la mente. Tal vez con el microscopio de la razón tengamos una
visión más clara, penetremos en el meollo íntimo de la naturaleza y procediendo con
mayor cautela, aprendamos mejor y sepamos lo que hay que juzgar acerca de tantas
cosas ocultas e imperceptibles que escapan al testimonio de los sentidos.

24. Viniendo, pues, a la primera objeción, pregunto: Aun suponiendo que el mundo
fuera infinitamente extenso, y el tiempo así mismo divisible hasta el infinito en cierto
sentido, como vimos antes, ¿acaso no se da en otro sentido una verdadera fijación de la
cantidad de determinado tiempo, una verdadera fijación de la cantidad de determinada
extensión, es decir, una parte alicuota y tal, que sea suficiente para este estado de cosas,
prescindiendo de que luego sea divisible en partes cada vez menores hasta el infinito, -
pues no se trata de esto? Lo mismo hay que decir respecto del movimiento: aunque se
suponga que es verdaderamente infinito en cierto sentido, se puede concebir en otro
sentido una fijación limitada de su cantidad, es decir, una parte alicuota y tal que se
tenga por suficiente para el presente estado de cosas, y a la cual no haya que añadirle
nada ni quitarle nada, prescindiendo de si luego pueda ser divisible hasta el infinito.
Además el tiempo es una de las cosas que a una con la extensión, deben contarse entre
los decretos inmutables de Dios, como ya hemos dicho, luego también la cantidad fija
de movimiento. Y es que estas realidades son de gran importancia, y la inmutabilidad de
Dios comprueban y exaltan así la cantidad fija del movimiento como la del tiempo y de
la extensión. Esto supuesto, no es tan difícil explicar cómo pasa el impulso de un cuerpo
a otro, y lo mismo el hecho de que una cosa pasa de un instante a otro o de una
ubicación a otra, toda vez que el movimiento no es sino la ubicación continuada, dentro

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de una determinada duración de tiempo, de un cuerpo con relación a otro que se
considera inmóvil. Y así, cuando caminamos imprimimos movimiento en el aire que
nos rodea, y nos detenemos un poco o nos fatigamos; al detenernos, el aire comprime el
movimiento que se ha producido en nuestros miembros y a su vez se mueve; actuamos
contra un elemento que reacciona y éste empuja a quien lo ha empujado y aun cuando se
suponga que con este hecho se mueve todo el mundo, no hay ninguna dificultad, una
vez que se puede afirmar, como vimos antes, que con el salto de una pulga se mueve en
realidad el universo.

25. Insisto, pues, que cuando caminamos actúan contra nosotros con la gravedad las
partes del aire que nos rodea, cambian su contextura al sentirse oprimidas por el pie que
se ha movido hacia delante y estrechan sus poros a los que trata de entrar la materia sutil
para reducirlos a su anterior estado: reaccionan, pues, con la fuerza elástica y a su vez
empujan el pie. Pero el pie no se detiene, pues actúan en seguida los espíritus animales
en que abunda: oprimidos éstos violentamente desde fuera, cambian también su figura,
se estrechan los poros, se llenan de elasticidad y con esta ayuda el pie se mueve en
sentido contrario. Hay, pues, una continua acción y reacción del pie y del aire, hasta que
o por determinación de la voluntad se detenga el cuerpo y ya no permita que sus
espíritus adquieran el impulso y la elasticidad necesaria, o por cansancio se esfumen
dichos espíritus al punto de que, aunque quisiéramos, no podamos mover el pie por la
falta precisamente de los espíritus que actúen contra el aire. El movimiento de la
ambulación, aunque parece ser un movimiento continuo, es un movimiento
interrumpido con descansos alternativos: cuando actúa el aire, el pie se detiene en parte;
cuando se mueve el pie, el aire descansa en cierto modo, y así sucesivamente hasta que
termina la ambulación. Ya se ve entonces cuáles y cómo son los cuerpos que en este
proceso se mueven y se detienen. Esto se ve muy bien y gráficamente en los reptiles,
serpientes, etc.: cuando avanzan mueven alternativamente las partes del cuerpo, de
modo que mientras unas descansan se mueven las otras y viceversa hasta que el animal
se detiene. Otro tanto sucede en los cuadrúpedos: mientras afirman en el suelo las dos
partes, avanzan con las otras dos y así continúan en sucesión alterna. Y lo mismo ocurre
con nosotros: al mover uno de los pies tenemos el otro fijo en el suelo en sucesivo
intercambio de posiciones. Cosa igual debemos pensar respecto del aire: mientras se
mueven unas partes, descansan las otras, y viceversa. En esto consiste la acción de
caminar.

26. Las demás objeciones se resuelven con parecidas consideraciones: la traslación,


por ejemplo, sea que el cuerpo se acerque, sea que se aleje, no es cada vez algo distinto
y que se produzca como cosa total y adecuadamente distinta del mismo cuerpo que se
acerca o se aleja, no. Es solamente una relación parcial e inadecuadamente distinta, una
distancia distinta que un cuerpo al acercarse o alejarse adquiere como algo extrínseco y
con relación al otro cuerpo que se supone que se supone inmóvil, en cuanto que al
acercarse un cuerpo a otro hay menos cuerpos interpuestos entre los dos, y al alejarse
hay un mayor número de cuerpos entre los dos, sin que nada nuevo se produzca, se
quite o se cambie intrínsecamente. Qué más da que yo esté a una distancia de mil millas
de París o a una distancia inconmensurable: nadie va a decir que por eso hay en mí un
nuevo accidente físico; para ser sujeto de esa denominación – de estar distante -, basta la

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relación externa, basta con que estén de por medio las distancias o trayectos de la Tierra
y el mar. Pues o mismo ocurre en nuestro caso: al acercarse un cuerpo a otro, disminuye
la distancia y hay menos cuerpos interpuestos entre los dos; al alejarse, se aumenta la
distancia y entre los dos hay un mayor número de cuerpos; y esto puede realizarse a
mayor o menor velocidad, conforme sea más fuerte o más débil el impulso que lleva el
cuerpo. Pero como al moverse el cuerpo va empujando a los otros cuerpos y al aire que
le rodea y a su vez es repelido por ellos, que se supone estaban en posición de quietud,
resulta que irá perdiendo de su movimiento tantos grados cuantos sean los impulsos que
imprime, y adquiriendo tantos grados de quietud cuantos sean los impulsos de reacción
que recibe; y como va dividiendo y por decirlo así, repartiendo entre tantos millones de
corpúsculos algo aunque sea imperceptible de lo suyo, y a la vez adquiriendo otros
tantos grados de quietud por la acción de los corpúsculos contrarios que le van
deteniendo, llegará un momento en que ya no tenga nada que dar o recibir, y quedará sin
movimiento; es decir, sus distancias respecto de los demás cuerpos quedará fija e
invariable; naturalmente que en el transcurso del movimiento su distancia era
indeterminada y variaba a cada instante. En definitiva, acercarse o alejarse un cuerpo
sólo significa estar más cerca o más lejos de otro; es una denominación extrínseca, una
relación externa, que sirven de base para que nosotros podamos medir con los ojos
aquellas distancias y, según sean más fuertes o más débiles los impulsos y vibraciones
que recibimos en la retina, decir que el cuerpo está más lejos o más cerca. Esto es todo.
No se ha producido nada nuevo. Y si esto tiene posibilidades de ser así, como defiende
Descartes, ¿cómo va a ser cierto que se produzca un movimiento que no existía, como
quiere Milliet? En la proposición de Milliet cabe la distinción que ya se hizo al tratar de
la inmovilidad: es cierto en sentido vulgar: concedo; en sentido filosófico: niego. En
otras palabras, en sentido absoluto: niego; en sentido relativo: concedo.

27. Para concluir, añadiré que con razón debe contarse entre los prejuicios aquel,
según el cual juzgamos que para el movimiento se requiere más acción que para la
inmovilidad, siendo así que la misma razón hay para lo uno y para lo otro; las dos son
realidades contrarias, con su acción y reacción recíproca; el movimiento que se
comunica al cuerpo no suprime la inmovilidad más de lo que ésta al posesionarse del
cuerpo suprime el movimiento. La quietud es tan sólo menos movimiento, como ya
quedó probado, un modo del cuerpo, como lo es el mismo movimiento. Ahora bien, así
como un modo se opone a su contrario, así un menor movimiento en cuanto es quietud y
ente privativo, se opone a un movimiento mayor, y éste a uno menor, puesto que tanto
lo uno como lo otro proviene formalmente de la supresión o introducción de grados de
movimiento; luego la razón es la misma para ambas realidades, que son una respecto de
otra como lo es aquello que sobra respecto de aquello que falta: si en un momento vence
o es mayor el movimiento por causa de alguna fuerza que le ha venido desde fuera,
luego será vencido o será menor por acción de la quietud que le sobreviene, pero esto,
sin producir nada nuevo, como quisieran los adversarios, sino solamente restándose
grados de sus respectivas propiedades, en una pugna por medio de la restitución de los
poros, con la intervención reguladora de la materia sutil, como hemos explicado antes.
En cuanto al hecho de que parece que hay mayor violencia en el movimiento que en la
quietud, es un error, como dice muy bien Descartes, que proviene de otro error, según el
cual creemos también que la gravedad que nos tiene adheridos a la Tierra, es algo
intrínseco a nosotros y no una fuerza que nos viene de fuera: cuando estamos sin

86
movimiento no sentimos la gravedad, porque no nos ocurre algo nuevo especial y
porque no hay cambio alguno en los poros de nuestro cuerpo sino que la materia sutil
fluye por ellos con su fuerza acostumbrada, como tampoco sentimos la gravedad del
vestido que acostumbramos llevar a diario. Pero si queremos ponernos en movimiento y
mover el pie hacia delante, no podremos hacerlo sin un cambio especial en sus poros y
sin un nuevo esfuerzo de la materia que concluye en ellos, y por lo mismo, sentimos una
fuerza mayor, como sentimos también la gravedad o ligereza de un vestido que no
solemos llevar a diario; y es que éstas son cosas que nos vienen de fuera. Puede que
haya un equilibrio entre la quietud y el movimiento, pero se requerirá igual fuerza tanto
para lograr el movimiento como para lograr la quietud. Pregunto si no: ¿cómo puede
quedar en quietud una esfera que choca violentamente contra otra? Sólo si otra fuerza u
otra esfera la empuja a su vez con igual impulso; luego para que se logre la quietud se
necesita igual fuerza que la que se necesitó para impulsar el movimiento.

28. Expliquemos todavía de un modo más tangible y comprensible, el error que


sufrimos acerca de la gravedad. Como ya se dijo, concebimos esta cualidad como un
paso inherente a nuestros cuerpos, que nos presiona contra la Tierra y nos empuja hacia
su centro, sin caer en la cuenta que esa presión nos viene de fuera por la acción de la
materia sutil, como ya quedó probado, y por la acción de la columna de aire que
tenemos sobre nosotros y que llega hasta la última superficie de la atmósfera, de un
modo semejante, guardadas las proporciones a lo que ocurre en el barómetro. ¿Qué
pasa? Cuando movemos el pie, se efectúa un cambio, pues ese movimiento tiende a
romper el equilibrio que guardaban los cilindros de aire; al mismo tiempo los poros de
nuestro organismo sufren una compresión que no tenían, y vemos que naturalmente
necesitamos de una mayor fuerza. ¿Cómo se puede romper el equilibrio en una balanza?
Únicamente añadiendo o quitando algo; luego hace falta una mayor fuerza para romper
el equilibrio que para conservarlo. Lo mismo en nuestro caso: cuando no nos movemos
estamos en equilibrio; cuando movemos el pie, estamos rompiendo el equilibrio del
aire; luego hace falta, para ello, una mayor fuerza. Es lo que sucede en el barómetro:
¿Cómo puede subir o bajar, si se supone que no ha variado la columna de aire
correspondiente? – Si se rompe el equilibrio, es que se ha añadido o se ha quitado algo,
y esto no puede ser sin la intervención de una nueva acción. Podemos entonces formular
el siguiente razonamiento: estos dos procesos, como acabamos de ver, no pueden tener
lugar sin una nueva fuerza, acción o cambio que rompan el equilibrio; pero para esto es
necesario que se produzca algo nuevo intrínseco a los cuerpos, sino que basta con que
algo sobrevenga desde fuera, que se añada un nuevo peso en la balanza, que haya un
cambio en el aire del barómetro; luego podemos decir lo mismo respecto del
movimiento: para explicar su comienzo no es necesario que se produzca algo nuevo
intrínseco al cuerpo, pues basta con que sobrevengan algo desde fuera. Este sin duda es
el razonamiento de Descartes: según él, todo se explica fácilmente con la materia sutil
que está en todas partes y que gira sin descanso de oriente a occidente; con admirable
penetración descubre así y explica nuestro filósofo las leyes y secretos antes no
conocidos. Por eso fue de capital importancia que haya ensayado con audacia particular
nuevos métodos y sistemas.

87
VI- Respuesta a la proposición 6ª. Algo más acerca de la materia y las formas

1. En esta proposición quisiéramos disertar con cierta mayor libertad pero sin
salirnos del rumbo de las ideas, porque es sólo un apéndice de la anterior. Vale la pena,
por lo demás, seguir tratando con cierta holgura lo relativo al movimiento, materia de la
anterior proposición, ya que él es la realidad más general y dominante en la naturaleza
y, según los principios de la doctrina de Descartes, el más maravilloso y constante autor
de tantísimas acciones y como una especie de pequeño dios creado. Hemos hablado ya
de las formas accidentales y sustanciales y principalmente de los accidentes físicos y de
las almas de los animales; añadamos algo más en esta sección. Es cosa harto cierta,
como he dicho, que no existen los accidentes físicos como los entienden los
peripatéticos; y en esto coinciden con nosotros no solamente los atomistas, sino también
los peripatéticos modernos y muchos otros. Pero no voy ahora a probar esta
aseveración, sino que la doy por supuesta, y ya sabemos que los accidentes físicos no
son algo necesario, y que no hay que multiplicar los entes sin necesidad, ni se deben
admitir nada que no pueda concebir la mente: y no se puede entender cómo puedan ser
materiales sin ser materia. Por lo demás, para rechazar de plano estos y los demás
accidentes que admiten los adversarios, debería bastar una sola razón, a saber la de
vernos libres de tantas especies puramente imaginarias, ininteligibles e inútiles y que se
contradicen mutuamente así en el aire y en los objetos como en nuestra propia
imaginación y fantasía. Fuera de que, cosas como el cosquilleo, la aspereza, la
escabrosidad, la pulidez, la suavidad y muchas otras, incluso según el sentir de los
adversarios no llenan el concepto de accidentes distintos de los cuerpos; luego tampoco
el calor, el frío, el color, la gravedad, las especies, etc., puesto que se da la misma razón
para las unas y para las otras. Hay que decir, sin embargo, que no por eso los cartesianos
niegan la cantidad, al calor, el frío, el color, etc., y las mismas especies, como creen
algunos cuando oyen que los cartesianos niegan los accidentes; de ninguna manera. Lo
que dicen ellos es que por supuesto existe la cantidad, como el calor, el frío, el color y
demás, -¿quién que esté en sano juicio va a negar tal cosa? -, pero que estas realidades
no son lo que hasta ahora se ha creído que son: algo físico, algo que por una parte es
inherente a la materia, y por otra, algo que no es materia, y algo realmente distinto de
ella, así como un cuerpo que es distinto de otro cuerpo, y algo que puede separarse de
toda materia en virtud de un milagro, como ocurre en la hostia consagrada; esto es lo
que niegan los cartesianos.

2. Dicen en cambio que los accidentes son otra cosa, a saber, únicamente modos,
intrínsecos al mismo cuerpo, en otras palabras, distintos estados de las cosas,
determinadas relaciones, sólo modalmente distintas de las cosas, pues esa es la
naturaleza de los modos, y por eso decimos que el cuerpo puede separarse del modo y
existir sin él, pero el modo no puede existir sin el cuerpo. Así se entienden los modos y
son de tal naturaleza que si están separados no hay propia y verdaderamente separación
como entre cosa y cosa sino solamente como entre el modo y su modificado; es decir,
que en ese caso, solamente dejan de modificar al objeto que antes modificaban. Esta es
la explicación de los cartesianos. No creen que los modos sean como los entienden y
definen los peripatéticos, a saber, una especie de entidadcillas real y adecuadamente
distintas de las cosas de las que son modos; sino que son de otra naturaleza, por la cual

88
implican, además de la misma cosa una relación a los demás objetos extrínsecos a ella,
y por tanto, se distinguen realmente de las cosas, pero sólo con distinción inadecuada.
Por lo tanto, los modos intrínsecos afectan a un cuerpo de tal manera y lo constituyen en
un estado tal, que ese cuerpo dice una cierta relación a las cosas extrínsecas, respecto de
las cuales recibe la denominación de cuerpo modificado, y nada más. Con palabras más
breves: Los modos tienen dos significados, uno directo (in recto), y otro indirecto (in
oblicuo); directamente indican el mismo cuerpo modificado, indirectamente indican los
demás cuerpos exteriores. Tales son los modos. En consecuencia, el cuerpo que es
modificado, sigue siendo intrínsecamente el mismo enteramente, sin modificación, sino
que considerado bajo un determinado modo, relación, estado o condición que la
modifican. Al igual que un triángulo –valga el ejemplo – que no es sino un cuerpo
extenso modificado por tres líneas que guardan entre sí una determinada relación por
medio de tres ángulos que, tomados en conjunto son iguales a dos ángulos rectos; no
hace al caso que se trate de un cuerpo de cera, de resina, de aire, de papel o de otra cosa,
ni que sea blanco, negro, rojo, etc., o que sea sujeto de cualquier otro accidente: será
siempre el mismo triángulo, eso sí con tales y tales modificaciones. Pues viniendo a la
doctrina general, todo cuerpo es un determinado ente extenso, impenetrable, y divisible,
sujeto de varios accidentes que lo pueden modificar o afectar de diversas maneras; que
luego resulte un cuerpo pesado, duro, cálido, frío, coloreado, etc., o que se denomine
cuerpo en movimiento, cuerpo distante, con figura, con duración, con ubicación, unido a
algo, etc., no impide que siga siendo el mismo cuerpo numéricamente, sólo que afectado
o modificado por determinados modos.

3. Así pues, según dichos autores, los modos y los diversos estados de las cosas, es
decir, las configuraciones o modificaciones, no solamente son aquellas que se refieren al
alma, como los pensamientos de la mente, la intelección, el acto de querer o de no
querer, los deseos, el amor, el odio, etc., lo mismo que los apetitos innatos, las
inclinaciones naturales, las exigencias, etc. sino también todas las demás cosas que de
alguna manera pueden afectar o informar accidentalmente a la materia, como la
cantidad, el calor, el frío, el color, el movimiento, la figura, la apariencia etc. Pero hay
una gran diferencia entre algunas de estas modificaciones o accidentes: unos son
verdaderamente algo, otros en realidad son nada; es decir, algunos son realidades
verdaderamente positivas, con verdadera naturaleza, otros son entes en realidad
negativos, sin verdadera naturaleza positiva. Son algo positivo la ubicación, la duración,
la unión, la acción, la figura, el movimiento, el tiempo, el calor, el color, el saber, el
olor, la gravedad, la dureza, la elasticidad, la luz, la buena apariencia, la opacidad, la
virtud y otras que se conciben como algo que es en realidad algo de hecho existente.
Entes negativos son sus contrarios, como el vacío, el instante, la división, la pasión, la
desfiguración, la inmovilidad, la eternidad, el frío, la negrura, la insipidez, el hedor, la
ligereza, la fluidez, la suavidad, las tinieblas, la sombra, la diafanidad, el vicio, etc. Los
entes mencionados en el primer grupo son en verdad algo en todo sentido, en sentido
filosófico y vulgar, tanto considerados en sí mismos y en la realidad como en cuanto a
la apariencia y con relación a nosotros; los del segundo grupo, no: en sí mismos y de
hecho son pura nada, carentes de esencia y de naturaleza, entes que no se pueden
conocer, ni definir, ni distinguir unos de otros –como ya se ha dicho-, toda vez que la
nada no se puede distinguir de la nada, como tampoco una quimera, de otra; hablando,
pues, en términos absolutos y en sentido filosófico, son meros imposibles; aun cuando

89
se puede decir que son algo en relación a nosotros y en sentido vulgar, en cuanto que
desde la niñez estamos acostumbrados a decir comúnmente que hay un frío más
moderado y uno más intenso, una noche más oscura y una algo clara, etc., enteramente
en el sentido que hemos explicado ya antes al explicar la naturaleza del ente negativo.

4. Como en esa explicación los cartesianos negaban que sea posible el vacío, así en
esto, niegan la posibilidad de la existencia de todo aquello que se asimila al vacío; por
lo mismo será algo imposible que no se dé ninguna ubicación, que es lo mismo que el
vacío, será imposible el último instante en la duración, la última división en el continuo
y en otras cosas que están unidas, una pasión tal en que el paciente no tenga ninguna
reacción, una verdadera desfiguración en que no haya ninguna figura, una verdadera
inmovilidad en que no haya ningún movimiento, una verdadera eternidad en que no
haya ningún tiempo, un verdadero frío sin calor, una verdadera negrura sin color, una
verdadera insipidez sin sabor, un verdadero hedor sin olor, una ligereza tal que excluya
toda gravedad, una fluidez sin dureza, una blandura sin elasticidad, una tiniebla total,
una sombra, una diafanidad, un vicio absolutos, etc.: todas estas son cosas imposibles.
Más aun – y téngase en cuenta-, las realidades que enumeramos en el primer grupo, a
saber, la ubicación, la duración, la unión, la acción, etc. si denotan algo que se considere
como último, algo extremo, serán también imposibles; porque si se consideran como
tales, ya no se podrán concebir como entes positivos, sino que se vuelven negativos toda
vez que este “último” es imposible en cualquier cosa: es imposible una última ubicación
por la cual una cosa esté ubicada en tal forma que ya no puede ubicarse de otro modo
con relación a las cosas que le rodean; es imposible una última duración, por la cual una
cosa no pueda ya durar más; es imposible una última unión más allá de la cual no pueda
haber una unión todavía más íntima; es imposible una última acción fuera de la cual no
pueda haber otra más eficaz; es imposible una última figura que impida que un cuerpo
pueda seguir adquiriendo figuras: es imposible un último tiempo que llegue a
confundirse con la eternidad; es imposible un calor en último grado, un color supremo,
un sabor y un olor infinito, una gravedad y una dureza extremas, una elasticidad tal que
sea la máxima, una luz de vivacidad extrema, una opacidad completísima, una virtud
máxima, etc. Todas estas entidades, en cuanto dicen algo extremo y último, hablando en
términos estrictos y filosóficos deben tenerse como imposibles. En una palabra, puesto
que todo este ente positivo es capaz de aumento o de disminución hasta el infinito y
puesto que todas sus partes son divisibles hasta el infinito ya sea por sustracción, como
los números, y como por otra parte, el ente negativo es como el fin y el término de esta
divisibilidad y de este infinito y en este sentido no puede concebirse como posible,
porque sería destructivo de sí mismo y lo que se supondría infinito vendría a ser finito,
tenemos que todo extremo de un ente positivo debe considerarse como imposible y
como algo que de hecho no existe. Por consiguiente y para nuestra práctica y uso, en
todas estas cosas hay que apuntar únicamente a una cantidad determinada y concreta de
lo que son, pues no pueden considerarse y entenderse de una manera indeterminada.

5. Entremos a la cuestión de las almas de los animales y las formas sustanciales.


Los cartesianos sostienen obstinadamente que no existen y que todos los seres que caen
bajo nuestra vista son meros autómatas de la naturaleza, y esto, guiándose por el
principio de que la naturaleza de aquellas formas es algo que, como los accidentes

90
físicos, no podemos concebir y que no es posible admitir, como repiten a cada paso,
aquello que no podemos percibir clara y distintamente. ¿Quién puede percibir y
concebir, dicen ellos, estas formas y estas almas? ¿Quién puede entender lo que es y
significa sacar de la materia, qué significa que algo sea material y que sin embargo no
sea material? ¿Cómo se puede sacar algo de la materia, si no está contenido en ella
formalmente? Esto no sería sacar, sino crear y luego, ¿qué es aquella alma? ¿un aire
sutilísimo? ¿Pero el aire es materia y no sería material? ¿Un fuego tenuísimo encerrado
en el cuerpo del animal, una cierta centella muy vivaz, o un conjunto de espíritus
animales, cuya existencia sí sabemos que es cierta? Pero volvemos a lo mismo: todas
estas cosas son materia. ¿Tal vez la sangre, pues dice la Escritura: el alma de toda carne
está en la sangre; o quizás los demás humores? Mucho menos éstos; el alma está en la
sangre únicamente en cuanto causa, es decir, en cuanto incita y mueve la circulación, y
no está formalmente. Entonces ¿qué puede ser? ¿Un modo del cuerpo animal, como la
figura, el movimiento y los demás accidentes? Pero esto niegan los adversarios, pues
sostienen que los accidentes son verdadera sustancia, raíz de las operaciones del
compuesto, cuya esencia no es estar adherido a otro ser, sino existir en sí mismo y
formar un todo con la otra parte. ¿Qué es en fin de cuentas? ¿Qué idea se puede uno
formar de esas almas y formas sustanciales? Podemos formarnos – deducen ellos –
únicamente la idea de un espíritu. Pero resulta que no puede ser espíritu, como todo el
mundo lo reconoce. Luego hay que concluir que no existen dichas almas y formas
sustanciales, como tampoco las accidentales. Esta es la base de argumentación de los
cartesianos. Pero en esto yo pienso lo siguiente: si llegara a ver la validez del argumento
y que constituye base sólida y verdadero mérito en el sistema cartesiano para explicar
este aspecto de los fenómenos naturales, trataría de estar enteramente de acuerdo. Pero
veo que es todo lo contrario, y que esto da pie para graves inculpaciones al sistema, e
incluso tengo entendido que ésta es quizás la causa principal de que muchos lo
abandonen como un sistema extravagante y falto de solidez. Dos cosas me mueven a
disentir en este punto de Descartes y pensar lo contrario: primero que la posibilidad de
dichas formas se puede probar con los mismos principios de los cartesianos; segundo,
que si se admiten dichas formas se satisfacen las exigencias del sentido común.
Evidentemente, por más que se diga lo contrario, debe haber algo distinto en el cuerpo
de un león y en la caja de un reloj, algo distinto en el oro y en el plomo, algo distinto en
el fuego y distinto en el agua, etc. Hay cosas que difieren entre sí tan notablemente, y
cuyas operaciones son tan distintas, que pretender explicarlas sólo recurriendo al
movimiento, como en los accidentes físicos, y sin buscar otro principio o raíz específica
de esas diferencias, es querer engañarse por completo. El mejor servicio al sistema
cartesiano sería librarle de este embarazo. Pero vamos al grano, con un argumento ad
hominem.

6. ¿No es cierto que, según estos autores, no solamente las existencias de las cosas
sino también sus mismas esencias han sido decretadas libérrimamente por Dios y así
mismo creadas, como ya se dijo antes, de tal manera que el hombre antecedentemente
hubiera podido tener de suyo una esencia distinta de la que tiene ahora, y que dos y dos
hubieran podido ser cinco? Esto es un hecho, y ahora no puede ser de otro modo, es sólo
porque Dios determinó consecuentemente que sus esencias tenían que ser
inmutablemente lo que son, aunque antecedentemente pudieran haber sido otras. De
esto fluye una consecuencia: ¿Por qué Dios no pudo hacer que las almas de los animales

91
y las formas sustanciales fueran de tal naturaleza que aun cuando fueran materiales,
fueron extraídas de la materia y dependieran de ella, sin necesidad de ser creadas ni ser
materia o espíritu? Sobre todo siendo evidente que Dios puede hacer muchísimas más
cosas de las que caben en nuestra inteligencia, a más de que las relaciones a que dan
lugar son realmente materiales sin ser materia. Tengo para mí que este argumento es
apodíctico en contra de dichos autores. Y hay algo más: el hecho de que hayan sido
creadas en esas condiciones se prueba no solamente por el sentido común y por la
diferencia específica que necesariamente se tiene que admitir, sino también por la
misma forma de argüir de Descartes. Porque yo pregunto: ¿Cómo sabemos que tenemos
cuerpo, manos y pies? ¿De dónde nos viene la certeza de que existe la extensión, el
calor, el frío, la gravedad, etc.? Y ¿cómo sabemos en qué consisten estas realidades?
¿No es porque experimentamos en nosotros mismos que hay algo que percibimos como
venido de fuera de nosotros, y estamos ciertos de que aquello no puede existir solo en
nuestro pensamiento independientemente de algo distinto? Y como, por otra parte,
tenemos certeza de que existe Dios, como Ser perfectísimo que es imposible que quiera
inducirnos siempre a error, concluimos legítimamente que además de nuestro
pensamiento debe existir algo distinto extrínseco a él. Deducimos, por tanto, que existe
en realidad la extensión, que existen los cuerpos y lo demás. Aplicando el argumento a
las almas de los animales, es claro que el mismo raciocinio vale para probar su
existencia. Vemos, en efecto, que los cuerpos de los animales se cubren como nosotros,
que miran, oyen, comen, beben, duermen, sienten ira, aman, odian como nosotros y que
hacen todo lo demás que hacemos nosotros; ahora bien, examinando precisamente las
cosas que hacemos o que tenemos, tenemos la certeza de que somos algo más que puro
espíritu; luego debemos concluir lo mismo respecto de los animales, pues de lo
contrario, sería verdad que Dios nos está engañando siempre. Ni vale decir en contra de
esto: luego existen también los accidentes físicos; porque niego la consecuencia que se
quiere sacar, por dos razones: primero, porque no son necesarios dichos accidentes y en
ellos no hay nada que no se pueda explicar con el movimiento o de cualquier otro
modo; segundo, porque entre ellos no hay diferencia específica, como luego veremos;
luego hay disparidad entre lo uno y lo otro.

7. Otro argumento es el siguiente: las cosas que experimentamos en nosotros


bastan para darnos la certeza de que somos algo específicamente distinto de los entes
materiales; y tengo esta certeza no solamente respecto de mí mismo, sino también
respecto de Pedro, Pablo y de los otros individuos de mi especie, y esto sólo por el
hecho de percibir en ellos las mismas cosas que encuentro en mí; si eso fuera verdad,
tendría que deducir que Dios nos está engañando; pues bien, guardadas las
proporciones, habría que decir también que nos engaña si los animales no tuvieran algo
que los distingue entre sí específicamente. Si en mí hay cosas enteramente iguales a las
que hay en Pedro Pablo y otros hombres, lo mismo habrá que decir proporcionalmente
de los animales; en los hombres además del cuerpo hay un alma; luego lo mismo será en
los animales. La consecuencia es clara, porque lo que es el cuerpo del hombre respecto
del cuerpo de los animales, los órganos respecto de los órganos, las operaciones
respecto de las operaciones, así en el alma del hombre respecto del alma de los
animales. Nuestro cuerpo, nuestros órganos y nuestras operaciones suponen en nosotros
un alma racional; luego el cuerpo, los órganos y operaciones de los animales suponen
un alma menos material. No se ve una clara disparidad en esto entre el hombre y el

92
animal. Admitido este principio, es fácil aplicarlo a las diversas especies de los
animales, y concluir que una será el alma del león, otra diferente la del perro, y sí de los
demás, por la misma razón. Y como observamos lo mismo en el oro, en el plomo y en
los demás cuerpos que tienen entre sí una gran diferencia, se sigue que una vez admitida
el alma en los animales como su forma sustancial, como principio de todas las
operaciones y como parte intrínseca constitutiva del compuesto y además como
fundamento de la diferencia específica, no se puede negar la existencia de esta forma
sustancial en los demás seres, puesto que, al igual que los animales, difieren entre sí
específicamente, como podemos menos de admitir. No faltan además otras congruencias
que tienen también su fuerza a favor de esta tesis; por ejemplo la siguiente: que este
mismo razonamiento, aplicado a la armonía del universo, tiene mucha validez para
probar que, dada la existencia de seres intelectuales pero no corpóreos, como los
ángeles, de seres al mismo tiempo intelectuales y corpóreos, como los hombres, es
lógico que existan también seres corpóreos pero no intelectuales, como los cuerpos; es
así mismo muy válido el siguiente razonamiento: existen seres libres cuya
determinación a algo es inmutable: son los ángeles; existen también seres libres cuya
determinación es mudable: son los hombres; luego parece conveniente que existan seres
que siendo mudables no sean libres: éstos son los animales; en otras palabras, parece
razonable que el ser intermedio, es decir el hombre, que está entre los dos extremos, los
ángeles y los animales, participe de la mutabilidad de éstos y de la libertad de aquellos.

8. Para ser sinceros los cartesianos tienen que admitir una de dos: o que sólo las
cuatro clases de seres, a saber, Dios, los ángeles, los hombres y los cuerpos, difieren
entre sí específicamente y que los demás difieren sólo numéricamente, o tienen que
admitir la existencia de las almas de los animales y las formas sustanciales.
Efectivamente, tenemos que preguntarnos: ¿en qué se diferencia un perro de un león, el
plomo del oro, si en ellos no hay más que una distinta extensión, diversos corpúsculos,
diversos poros, etc., y únicamente la materia sutil es la misma? No tendrían estos
cuerpos más diferencia que la que existe entre un perro y otro perro, entre un león y
otro, entre oro y oro, plomo y plomo, es decir, la diversidad de extensión, de
corpúsculos, de poros, etc. que existe, como es sabido, entre los diversos individuos de
una misma especie. Pero esto no se puede sostener, porque conste que hay mayor
diferencia incluso entre un perro y un león que entre un perro y otro. Por lo tanto... Hay
que averiguar además qué es lo que conserva los poros que hay en todo el cuerpo, la
configuración interna y externa, los órganos y operaciones siempre iguales que se
advierten en los cuerpos, ¿cómo se organizan, se sostienen y se unen los filamentos,
articulaciones, fibrillas de los cuerpos y sus necesarias interconexiones y cómo o por
qué adquieren la determinada figura propia y no la de otro cuerpo cualquiera? Aquí
ciertamente no hay como recurrir a la materia sutil: cierto que ella existe, cierto que
penetra incesantemente en los poros y trata de reconstruirlos cando se desfiguran o
cambian de posición por efecto de alguna fuerza externa; pero no se puede decir que la
materia sutil es la que formó desde un comienzo dichos poros como constitutivo de su
naturaleza, porque se supone que los poros se formaron a partir de otro elemento con
aptitud precisamente para recibir el flujo natural de la materia sutil, y porque es
indiferente para penetrar en los poros de cualquier clase de cuerpos. ¿De dónde viene
entonces su naturaleza y configuración? ¿cuál es la causa natural que los produce? ¿la
extensión? No puede ser, porque la extensión, tal como la materia prima en la doctrina

93
de los peripatéticos, es para los cartesianos indiferente para cualquier configuración y
para cualquier modo y cualquier clase de poros y se acomoda a la naturaleza de ellos
distribuyendo sus partes una junto a otra dentro de la dimensión de longitud, anchura y
profundidad. ¿Podrá haber alguna otra causa que explique lo que buscamos? No pueden
ser las formas accidentales, porque éstas son meras relaciones externas que de suyo
carecen de actividad. ¿Qué pensar entonces? El recurso inmediato a Dios no dice con la
dignidad de un filósofo. No encontraremos explicación adecuada si nos atenemos sólo a
los principios atomistas. Por lo tanto, es preciso recurrir a las formas sustanciales de los
peripatéticos, que son las que con la virtualidad peculiar de que las ha dotado el Creador
y con la exigencia propia de cada una para tender a algo determinado, suprimen aquella
indiferencia de que hemos hablado. Concluyo entonces con el siguiente argumento:
decís vosotros que para no recurrir a Dios es necesario admitir la materia sutil; luego
para no recurrir a Dios se debe admitir también la forma que defienden los peripatéticos.

9. Lo dicho hasta aquí vale para los principios ordinarios. Pero tengo para mí que
es otro el punto de vista que hay que adoptar en esta materia. La solución que acabo de
exponer ha servido sólo para no herir la fama de tan ilustre filósofo a pesar de tener que
admitir, en contra de él, la existencia de las formas sustanciales. Expondré ahora mi
propio pensamiento. En este asunto, el argumento ‘aquiles’ de Descartes es que entre
materia y espíritu no hay un intermedio y por tanto, es imposible poder tener una
relación clara y distinta de lo que es un ente material sin tener al mismo tiempo la idea
formal de lo que es materia; ahora bien, como las formas sustanciales, incluso según los
peripatéticos no son materia, y por otro lado las almas de los animales y las formas de
los demás entes materiales no son espíritu, Descartes deducía en buena lógica y en
contra de los peripatéticos, que no existen tales formas. Parecería éste un buen
argumento ad hominen. Pero tanto Descartes como los peripatéticos están en un error.
Lo están los peripatéticos al sostener que las formas sustanciales son un intermedio
entre la materia y el espíritu, y que más bien el espíritu es un intermedio entre las
formas y la materia. También se equivoca Descartes al sostener terminantemente y sin
dar lugar a otros datos, que no existen las formas sustanciales, por la sola razón de creer
que es imposible un ente intermedio. Hay que corregir ambos errores. Sostengo que esa
entidad material que tratamos de definir, si queremos precisar lo que es su verdadera
sustancia, debe llamarse entidad espiritual y no material. En efecto, si es la raíz de
todas las operaciones del compuesto, como se dice comúnmente, si tiene relación con el
verdadero acto de pensar o con el alma racional propia del hombre, si tiene relación con
la aprehensiones de los animales y con los conocimientos que en cierta medida se dan
en ellos, si es el fundamento de los llamados apetitos innatos, de las inclinaciones
naturales, de los instintos, de las simpatías y propensiones etc. –cosa que, al menos en
cuanto al ejercicio– parece sugerir una especie de pensamiento imperfecto, esa entidad
tiene que llamarse más bien espiritual y no material. La razón es porque hacemos
consistir la esencia del espíritu en el pensamiento en actual ejercicio, y con el nombre de
entes espirituales de hecho entendemos algo muy distinto, como es la gracia
sobrenatural, los auxilios y demás dones del alma, y no podemos aplicar este nombre a
otra realidad. No nos queda, pues, sino seguir a los peripatéticos y dar a aquellas
entidades materiales el nombre de formas sustanciales.

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10. Pero al mismo tiempo tengamos en cuenta lo que se dijo anteriormente, que es
un error de los peripatéticos sostener que dichas formas son una especie de intermedio
entre la materia y el espíritu, ya que más bien el espíritu es un intermedio entre el uno y
la otra, como lo prueba la razón que voy a señalar: así como la materia es un extremo
que abarca diversos entes materiales, como el oro, el plomo, la madera, el fuego, el
agua, etc., debe haber también otro extremo que abarque al ángel, al alma racional, al
alma de los animales y a las demás formas sustanciales; este extremo no es el espíritu,
porque el término espíritu está reservado solamente para designar la sustancia
intelectual; luego en buena lógica habrá que decir que ese extremo es la forma. Así
pues, aquella entidad material que tanto molesta a nuestro filósofo, aunque no es
materia ni espíritu, participa sin embargo de la naturaleza superior del espíritu; al punto
de que podemos muy bien formarnos una idea clara y distinta de este grado superior en
la escala de la realidad, exactamente como nos formamos la idea del grado inferior: el
grado inferior ocupa la materia; luego el grado superior ocupará la forma. Si el
argumento de Descartes se concretara a decir: entre el grado superior y el inferior no se
da un intermedio; es así que aquella entidad material no pertenece ni al grado superior
ni al inferior; luego no existe; si este fuera el argumento - repito - y si se admitieran las
premisas, no se podría negar la consecuencia. Pero resulta que la menor del silogismo es
falsa, porque aquella entidad pertenece al grado superior del espíritu. Por lo mismo, aun
cuando las formas sustanciales no ocupen un lugar intermedio entre la materia y el
espíritu, como además de estos dos extremos, existe el género superior que ocupan
dichas formas y cuya especie es el espíritu, hemos de concluir que el argumento de
Descartes, puesto en esta forma, no tiene valor. Una vez probada la existencia de las
formas sustanciales en general, es fácil deducir que existen también formas específicas;
porque no es menor la diferencia que hay entre el marfil o unicornio, por ejemplo, y la
carne que la diferencia entre una piedra y el plomo; esta diferencia prueba la existencia
de las formas sustanciales en estos cuerpos; luego esa misma diferencia prueba la
existencia de las formas parciales en los demás, a excepción – dicho sea de paso – de la
forma cadavérica que admiten algunos: una vez muerto el animal, continúa la misma
forma ósea que tenía cuando aún estaba en vida, y nunca se podrá señalar una causa que
produzca la nueva forma llamada cadavérica; luego ésta no existe.

11. Pero se puede objetar con este otro argumento: hay la misma diferencia
específica entre los modos o accidentes así materiales como espirituales, v. gr. entre el
movimiento y la figura, el color y el calor, el acto del entendimiento y el de la voluntad,
que la diferencia entre el caballo y el toro, el león y el perro, el plomo y el oro; es así
que no se admite una forma especial y distinta que fundamente la diferencia entre los
modos y los accidentes, porque volveríamos siempre al mismo argumento y se caería en
un proceso en infinito; luego tampoco debe admitirse dicha forma en los otros cuerpos o
entidades. Antes de responder quiero hacer notar la diferencia que hay entre los entes
materiales y los espirituales: los materiales son los que acabamos de enumerar, el
movimiento, la figura, el color, el calor, etc. y que son recibidos o admitidos en la
materia, en el cuerpo o en la extensión; los espirituales son aquellos que solamente se
dan en el interior de nuestra mente y la modifican espiritualmente de diversas maneras
según la naturaleza de cada modo, y son los actos del entendimiento y de la voluntad, a
saber, la sensación, la imaginación y la intelección, en cuanto que son producidas por el
entendimiento; la espontaneidad, la libertad, el acto voluntario, el acto de elegir, la

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moción de los pensamientos, las ideas, el juicio, la duda, la afirmación y la negación, la
moción del cuerpo y de los espíritus y otros actos voluntarios que son producidos
precisamente por la voluntad. Todos estos modos en el ámbito espiritual tienen a su
manera las características de aquellos otros en el ámbito material; si bien –téngase en
cuenta una vez más -, son en realidad algo muy distinto que nunca podremos entender
con absoluta claridad en esta vida. Por consiguiente, así como no puede haber
movimiento, figura, color, etc. sin un cuerpo al cual estén modificando, aunque pueda
haber un cuerpo sin este movimiento, sin esta figura, sin este color, así también no
puede haber sensación, pensamiento, idea, libertad, acto de voluntad sin la mente a la
cual modifican, aunque pueda existir una mente sin esta sensación concreta, sin esta
idea, sin esta libertad, sin este acto de voluntad. El movimiento, la figura, etc.
intrínsecamente sólo significan en sentido directo el cuerpo con su relación material a
los diversos objetos exteriores que están incluidos en sentido indirecto; los modos del
segundo grupo, a saber, la sensación, el pensamiento, la idea, etc., en sentido directo
significan sólo la mente con sus diversas relaciones a otros objetos exteriores que
también están incluidos en esa noción en sentido indirecto. Y así como los modos del
primer grupo difieren del cuerpo al que modifican, tan sólo modalmente o, si queremos,
formalmente o realmente pero con distinción inadecuada, de modo que no puede existir
ningún cuerpo sin ser modificado por ellos al menos indeterminadamente, así también
los modos del segundo grupo difieren de la mente tan sólo modal, formal o realmente
pero con distinción inadecuada, no pudiendo existir la mente sin que piense al menos en
alguna forma y sin que esté modificada en cierta medida por sus modos al menos
indeterminadamente. Sería muy largo ponernos a explicar esto detalladamente; pero
algo podemos entender por lo que ocurre en el sueño: nuestro saludo ordinario de
“buenos días”, “¿cómo estás?, “¿has dormido bien o mal?”, están indicando que hemos
pensado algo; y aunque no hayamos soñado nada, pero siempre recordamos que hemos
dormido bien o mal; ahora bien, nadie puede recordar algo si no ha precedido algún
pensamiento; luego en el sueño tenemos al menos el pensamiento de que hemos
dormido bien o mal.

12. Notemos de paso que los cartesianos consideran el entendimiento como un


espejo, que se comporta sólo pasivamente, y cuya misión es percibir las cosas que se le
presentan, y que la que domina la mente es la voluntad: ésta es la que actúa, la que se
excita, la que se mueve, la que une, compara, examina, divide las ideas, despierta los
pensamientos y los conceptos, duda, y hasta juzga, niega o afirma, considera los
principios y primeras verdades, mueve el cuerpo cuando lo desea y empuja a los
espíritus; en una palabra ella es la que ejecuta todas las acciones en este ámbito
espiritual. Así como la materia sutil es la raíz de todas las operaciones en el ámbito
material, el entendimiento domina con su luz en su propio ámbito como el sol en el
firmamento o como el espejo en un palacio y se limita a percibir, representar e iluminar
aquello que le propone la voluntad. Y así como el espejo propiamente no actúa sino que
tiene una actitud pasiva frente a las cosas que se le presentan, así el entendimiento no
hace sino representar aquello que le propone la voluntad. No se le puede imputar ningún
error o desorden; como no puede haber error en el espejo si se limita a representar un
rostro deforme, tal como es éste, y más bien habría error si representara dicho rostro en
forma distinta de la que tiene. El error cae tan sólo sobre la voluntad, que es la que tiene
una actitud activa y es la única que puede llamarse digna de alabanza o vituperio, de

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premio o de castigo. Téngase también en cuenta que, cuando los autores hablan de las
sensaciones, imaginaciones e ideas como de modos de los pensamientos, no debe
entenderse de las sensaciones, imaginaciones e ideas materiales que nos vienen por los
sentidos y las recibimos en la fantasía o en el sentido común, como un símil del objeto,
o –lo que es más conforme a la verdad -, de las sensaciones, imaginación e ideas que al
incurrir los espíritus estampan con sus mil pulsaciones en la glándula pineal: éstas
representaciones son algo material; lo dicho se ha de entender de los otros actos que,
con ocasión de aquellas imágenes materiales, de aquellas especies o movimientos,
formamos en nuestra mente como algo intrínseco a nosotros, y por los cuales tenemos
conciencia de ser afectados internamente de muy diversas maneras: de un modo por la
visión y de otro por el oído; de un modo por la sed y el hambre y de otro por la bebida y
la saciedad; de un modo por la tristeza y el dolor y de otro por el gozo y la consolación,
etc., entidades que son de carácter espiritual. Si, pues, los afectos y modos de la mente y
los del cuerpo tienen entre sí una diferencia tan notable y nos impresionan internamente
de maneras tan distintas, y esto no solo dentro de sus órdenes respectivos – los modos
de la mente en el orden espiritual, y los modos del cuerpo en el orden material -, sino
incluso dentro del mismo orden, si se compara por ejemplo cada uno de los modos con
los otros de su propio ámbito, v. gr. la visión con la audición, la intelección con la
volición, etc., habrá que concluir que hay entre ellos una diferencia como la que existe
entre el espíritu y el cuerpo, entre un perro y un león, ente el plomo y el oro, es decir
que difieren específicamente.

13. Con esto, respondo ya al primer argumento admitiendo de buen grado que
aquellos modos difieren específicamente, así unos y otros dentro de su ámbito, como los
espirituales difieren de los materiales por pertenecer a diversos ámbitos, pero habida
cuenta de las sustancias a las que modifica. Por lo tanto, así como tratándose del cuerpo
y el espíritu e incluso de cualquier forma sustancial, se da por entendido que la especie
está constituida por sí misma y únicamente por la propia sustancia de cada entidad sin
necesidad de otra cosa, v. gr. de otra forma que suprima la indiferencia, toda vez que ya
no existe indiferencia, pues, de lo contrario, se daría un proceso en infinito, así también
aquellos modos quedan constituidos en su determinada especie, únicamente por sí
mismos y por la esencia propia de cada uno, sin necesidad de otra cosa distinta, v. gr. de
otra forma que suprima la indiferencia, toda vez que ya no hay indiferencia, pues de lo
contrario, como en el caso anterior, se daría un proceso en infinito. Los modos en su
orden o ámbito son formas, como lo son las almas en el suyo, con esta sola diferencia:
que los modos son formas accidentales y las almas son formas sustanciales; pero no hay
indiferencia ni en los modos ni en las formas, puesto que las formas no pueden ser
informadas por otras formas, cosa que es propia sólo de la materia que es indiferente
para recibir cualquier forma. Y si esto es verdad tratándose de las formas sustanciales,
como todos lo admiten, con mayor razón tratándose de las formas accidentales; porque
éstas, como son únicamente modos, tienen una relación más íntima con su objeto
modificado que la que tienen las formas sustanciales, porque éstas pueden separarse
incluso realmente de su sujeto al que informan. Por tanto no hay la paridad que se aduce
en la objeción: se quiere sacar una conclusión arguyendo de lo que ocurre en las
entidades simples a lo que es propio de las compuestas, de aquellas que difieren entre sí
específicamente por sí mismas y en virtud de su misma esencia, a las entidades que son
indiferentes, entidades que evidentemente dan pie a una total disparidad. Las entidades

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que son indiferentes necesitan un elemento determinante; no así las que ya están
determinadas por sí mismas hacia algo. A este tipo pertenecen las formas, las almas, los
espíritus, los modos y todo aquello que se considera como algo simple: al tipo anterior
pertenecen las entidades que se consideran compuestas, como son el león, el perro, el
caballo, el toro, etc., es decir, las que están compuestas de materia y forma: para que
estas últimas se constituyan en una determinada especie, hace falta la forma; no así para
las otras. Y esto, por una razón a priori que es la siguiente: estas formas accidentales
son meras relaciones externas que incluyen cosas distintas entre sí específicamente,
cosas realmente distintas unas de otras, pero en sí mismas y de hecho no son nada y sólo
sirven de base para afirmar algo acerca de ellas; ahora bien, la mente y el pensamiento,
considerándolas como si verdaderamente existieran en realidad, como se topan con una
relación enteramente distinta en orden a ciertas cosas y en orden a otras – en cuanto que
unas están constituidas de un modo determinado y tienen una tendencia, otras están
constituidas de otro modo y tienen otra tendencia, unas implican un conjunto de seres,
otras un conjunto distinto -, la mente, repito, realiza en sí diversas operaciones por las
cuales denomina aquello que considera, ya sea ubicado, configurado, coloreado, etc., ya
visto, conocido, amado, según la diversa relación que tuviere lugar. Estas son las formas
accidentales que en su concepto formal incluyen aspectos tan diversos; nada extraño,
por tanto, que difieren específicamente por sí mismas, sin necesidad de que intervenga
otro elemento que las distinga.

14. A lo dicho sin embargo hay que añadir todavía otra cosa: En nuestra mente hay
solo dos cosas que difieren entre sí más de lo que difieren todas aquellas realidades aun
dentro de su propio ámbito, a saber aquello que conocemos y el modo como
conocemos, en otras palabras, las ideas y esencias de las cosas y su conocimiento
reflejo; por eso, podemos decir no sin razón que las ideas son algo que se asemeja en
algún modo las formas sustanciales a que nos hemos referido anteriormente, y el modo
como las conocemos, algo que se asemeje a las formas accidentales. La idea que
tenemos por ejemplo del hombre, del león, del espíritu, de algún principio sería como la
forma sustancial de la mente; y la tendencia hacia tal idea y el modo concreto de
captarla, con más o menos certeza, como juicio o como mera opción, con actitud de
aceptación o de rechazo, de amor o de odio, vendría a ser la forma accidental. Creo que
esta hipótesis no encierra nada de incoherente. No hay duda de que en el orden
intelectual las ideas de las cosas difieren entre sí más que los modos de percibirlas.
Porque es lo mismo que tenemos en el mundo material: vemos que hay mayor
diferencia entre un perro y un león, entre un toro y un caballo que entre sus respectivas
estructuraciones y figuras, pues todos ellos tienen partes semejantes, tienen ojos, pies,
cabeza, vientre, y aunque estas partes tienen también sus diferencias, se admite en ellos
la forma sustancial que les da la diferencia específica; pues algo semejante puede
decirse de las ideas de la mente, a saber que las ideas informan la mente como lo hacen
las formas esenciales en su campo, y que los modos de tender hacia esas ideas o de
captarlas, la informan como lo hacen las formas accidentales. Si admitimos esto, se verá
claramente cómo las formas esenciales de la mente hacen, en este orden, la diversidad
específica sustancial de las cosas, como lo hacen en el orden material las formas
sustanciales, mientras que los accidentes o modos, en uno y otro orden o ámbito no
comportan sino la diversidad específica accidental. Pero en esto poco importa el modo
como cada cual expresa su pensamiento.

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15. Se dirá sin embargo: si los modos así materiales como espirituales tuvieran entre
sí diferencia específica, se distinguirían realmente de sus respectivos objetos
modificados, lo que va contra lo que hemos afirmado nosotros; luego no se diferencian
específicamente. La menor es precisamente nuestra tesis, pues todo nuestro empeño en
esta exposición ha sido negar o eliminar los accidentes físicos y los modos como algo
realmente distinto de sus sujetos, y en lugar de ellos poner un tipo distinto de modos y
accidentes, es decir, modos y accidentes que no sean distintos de sus sujetos explicando
todo únicamente por los movimientos y las diversas relaciones. Se prueba, por tanto, la
mayor: si los modos no se distinguieran realmente, resultarían verdaderos estos
silogismos: ante todo en cuanto a los entes materiales: esta redondez es esta cera; es así
que esta cera es un cuadrado; luego esta redondez es un cuadrado. Este movimiento es
este cuerpo; es así que este cuerpo es esta inmovilidad; luego este movimiento es esta
inmovilidad. Esta blancura es este hombre; es así que este hombre es esta figura; luego
esta blancura es esta figura. Este frío es esta agua así que esta agua es este calor; luego
este frío es este calor, etc. Y pasando a los entes espirituales, tendríamos estos
silogismos: esta intelección es esta alma; es así que esta alma es esta volición; luego
esta intelección es esta volición. Este amor es este espíritu; es así que este espíritu es
este odio; luego este amor es este odio. Esta tristeza es este sujeto; es así que este sujeto
es esta alegría; luego esta tristeza es esta alegría, etc. Si los modos, repito, no se
distinguieran de sus sujetos, serían verdaderos esos silogismos, porque dos cosas
iguales a una tercera, son iguales entre sí, como es sabido. Pues bien, según nuestra
doctrina, los modos se identifican con un tercer elemento o realidad: los modos
materiales con sus respectivos cuerpos materiales, los espirituales con los suyos: así, la
cera que ahora es redonda, puede luego ser cuadrada, y sin embargo no es distinta cuado
es cuadrada y cuando es redonda, porque es la misma cera, y un cuerpo que ahora se
mueve, puede luego volverse inmóvil, siendo el mismísimo cuerpo, etc. El alma que
ahora quiere es la misma que ahora entiende, y no implica algo distinto en uno y otro
estado, sino la mera alma; el espíritu que ahora ama este objeto es el mismo que odia a
otro, sin que en ninguno de los dos casos se dé algo distinto de la sustancia del espíritu,
etc. Todas estas realidades se identifican con un tercer elemento; luego se identifican
entre sí; y esta consecuencia sería legítima. Pero sostener esto, sería el peor de los
absurdos y no menos misterio que el de la Stma. Trinidad. También tratándose de la
Trinidad se suelen formular silogismos como los que acabamos de ver, v. gr. la
paternidad es la esencia divina; es así que la esencia divina es la filiación; luego la
paternidad es la filiación. La esencia es el Padre es así que el Padre es la persona divina;
luego la esencia es persona divina. La volición es la intelección; es así que la intelección
es el principio del Verbo; luego la volición es el principio del Verbo, etc. Por tanto, no
se puede admitir aquel modo de razonar.

16. Respondiendo ya directamente a la objeción, niego la mayor. Viniendo a la


prueba, distingo la mayor: si aquellos modos no se distinguieran de las cosas ni en
sentido directo y en cuanto al sujeto, ni en sentido indirecto y en cuanto al término,
serían verdaderos aquellos silogismos, - admito la mayor; si no se distinguieran en
sentido directo y en cuanto a sujeto, pero sí en sentido indirecto y en cuanto al término,
- niego la mayor, y admitida la menos, niego la consecuencia. Según el principio antes

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mencionado, la conclusión se puede deducir en absoluto únicamente cuando los
extremos se identifican con un tercer elemento desde todos los puntos de vista, es decir
tanto en sentido indirecto y en cuanto al sujeto, como en sentido indirecto y en cuanto al
término; y esto no se cumplen las proposiciones de la objeción, puesto que no guardan
identidad con un tercer elemento en cuanto a lo que implican tomadas en sentido
indirecto: en este sentido siempre connotan algo ad extra, es decir un término al cual se
refieren, pero término que es realmente distinto del sujeto cuya identidad con un tercer
elemento se afirma: pero entonces dicha identidad no es una identidad adecuada. Por
tanto la proposición mayor de esos silogismos, tomada en sentido absoluto y en toda su
amplitud, siempre será falsa, lo mismo que la menor. Es falsa la siguiente proposición
mayor: este movimiento es este cuerpo, puesto que el movimiento dice relación a otros
cuerpos adyacentes, desde cuya vecindad se traslada a otro sitio el cuerpo que se mueve
y el movimiento no es un accidente distinto de aquellos cuerpos considerados en su
conjunto; por lo mismo, es una mayor falsa, como es falso que un cuerpo sea realmente
otro. Y lo mismo digamos de la intelección: es falsa la mayor que dice: esta intelección
entendida en sentido adecuado es esta alma; es falsa, porque esta intelección dice en
sentido indirecto aquello que es su término, y cómo éste es algo distinto del alma,
aquella intelección entendida así en su totalidad, no se identifica adecuadamente con un
tercer elemento, sino sólo inadecuadamente, y entonces no basta para deducir de ella la
identidad de los extremos, como es evidente. Cosa igual tenemos respecto de la
proposición menor, como se ve muy bien en los silogismos formulados acerca de la
Trinidad, de los cuales no se pueden deducir las consecuencias que se pretenden, por
impedirlo la distinción inadecuada en el tercer elemento: la paternidad v. gr., aun
cuando es toda la esencia divina, no es toda y totalmente, es decir, no es todo aquello
que es la esencia divina, porque no es la filiación que también es esencia divina. La
distinción inadecuada en el tercer elemento resuelve muy bien las dificultades en torno a
la Trinidad: ¿cuánto más lo hará tratándose de las creaturas, en las cuales no se pueden
dar tres cosas realmente distintas entre sí que constituyan realmente sólo una cosa? En
resumidas cuentas, los modos comportan un conjunto resultante del fundamento, del
término y de la causa que los origina, la cual no es otra cosa que una relación, una
propensión o inclinación de una cosa respecto de otra, pero que no es algo realmente
distinto de las mismas cosas. Así por ejemplo, si me pongo de cara al oriente, tendré a la
derecha el sur y a la izquierda el norte, y si me pongo de cara al occidente, tendré a la
derecha el norte y a la izquierda el sur: ¿quién va a decir que con esto se ha producido
algo distinto, fuera de la mera relación que resulta de la diversa posición del cuerpo?

17. La misma respuesta vale para otras dificultades que pueden darse. Estas serían
por ejemplo: 1) Una misma cosa no se distingue de sí misma; es así que las operaciones
del alma se distinguen del alma; luego no son lo mismo que el alma. Lo que no se
distingue de algo no puede existir sin ese algo; es así que el alma puede existir sin sus
operaciones; luego se distingue de ellas. O en otra: 2) Según el principio de que el todo
no se distingue de todas sus partes tomadas simultáneamente, cuando el alma piensa en
Dios, se dan todos los elementos para que piense en el mundo, lo que se prueba por lo
siguiente: para que el alma piense en el mundo no se requiere sino la existencia del alma
y del mundo; es así que cuando el alma piensa en Dios se da la existencia del alma y del
mundo; luego al pensar en Dios estaría pensando en el mundo. También: Mientras
Pedro está sentado, se da todo aquello que se requiere para caminar, como se prueba en

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seguida: el acto de caminar de Pedro no comporta más que al mismo Pedro y a los
demás cuerpos circunvecinos; es así que se dan todos estos elementos mientras Pedro
permanece sentado; luego mientras está sentado, está caminando. Si se dice que no se
dan todos los elementos del modo como deben darse, se responde: luego falta
únicamente aquel modo, pero no falta aquello que se quiere probar, o sea, que el modo
no se distingue del alma, de Dios, del mundo, de Pedro, etc. Y como existen estas
realidades, luego existe aquel modo. Tercera serie de dificultades, 3): Suponiendo que
no existiera sino un cuerpo, su figura redonda se distinguiría de su figura cuadrada; es
así que no puede distinguirse por razón o por la relación con otros cuerpos, que se
supone que no existen, ni en razón de sí mismo, porque una cosa no se distingue de sí
misma; luego se distingue por algo distinto: este algo distinto es el modo que defienden
los peripatéticos; luego existe dicho modo distinto. Si existiera sólo una alma, y ningún
otro objeto, ninguna cosa externa podría ser término del pensamiento de dicha alma, y
sin embargo seguiría existiendo el alma; luego el alma no consiste en el pensamiento.
– Todas éstas y muchísimas otras dificultades que podrían presentarse son a primera
vista de difícil solución; pero son objeciones que sólo encierran sofismas y fundadas en
las suposiciones de los peripatéticos que conciben las esencias de las cosas de una
manera tan abstracta que de entre todos los elementos que las conforman, se fijan sólo
en una cosa prescindiendo de todo aquello que comportan en sentido indirecto; en otras
palabras por esencia de las cosas entienden únicamente aquello que comportan en
sentido directo, formándose así un concepto formal que equivale a un ente de razón que
existe sólo en la mente de dichos autores. Pero la verdad es que la esencia de las cosas
consiste en un conjunto de varios elementos y no en algo tan abstracto y descarnado.

18. Esto supuesto, respondo brevemente a esta serie de dificultades. En lo que se


refiere al primer grupo: distingo la mayor: una misma cosa no se distingue de sí misma;
si esa cosa se entiende como el conjunto de todos los elementos que comporta, admito
la mayor; si se entiende en sentido incompleto, subdistingo: no se diferencia de sí
misma adecuadamente, admito la mayor; no se diferencia inadecuadamente, niego la
mayor. Y distingo la menor: las operaciones del alma se distinguen del alma, si se toma
en conjunto con todos los demás elementos, niego la menor; si se toman en sentido
incompleto, subdistingo: se diferencian inadecuadamente, concedo la menor; se
diferencian adecuadamente, niego la menor y la consecuencia. Desde luego que se
distinguen realmente del alma, pero sólo inadecuadamente, porque se identifican
también con ella en algún aspecto. El pensamiento comprende el alma que piensa, el
objeto o término pensado y cierta relación que resulta de estas dos realidades, sin que
haga falta otra cosa realmente distinta: una vez dado ese conjunto, se da el pensamiento.
Por lo tanto, así como según los adversarios, una vez puesto el pensamiento distinto del
alma, y una vez puesto el objeto no se requiere otro modo para denominar al sujeto que
conoce y al objeto conocido, porque, si no, habría un proceso en infinito, puesto que,
como ellos dicen, la última razón formal no necesita de otro elemento determinante,
porque ya no es indiferente; así decimos también lo mismo aun cuando el pensamiento
se identifique con el alma, puesto que la relación que se establece con el objeto aunque
no se distinga del objeto y del pensamiento, es la última razón formal de estas
denominaciones. Por eso, respondiendo a la otra dificultad, distingo asimismo la mayor;
lo que no se diferencia en modo alguno, admito la mayor; lo que se diferencia de alguna
manera, es decir, inadecuadamente, niego la mayor, etc. La menor se puede distinguir

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en la misma forma: el alma puede existir sin todas sus operaciones entendiéndose éstas
en sentido indeterminado, es decir, sin ésta o sin aquella operación concreta, niego la
menor, porque forzosamente tiene que tener alguna operación, ésta o aquella en
concreto. Viniendo al segundo grupo de dificultades, respondo exactamente lo mismo, a
saber, que no están todos los elementos del modo como deben estar. Por tanto,
respondiendo directamente a la impugnación: niego la menor, y distingo la mayor de la
prueba que se aduce: aquel modo no se distingue del alma, del mundo, etc., real y
adecuadamente, concedo la mayor; modal e inadecuadamente, niego la mayor, y
distingo la menor: todos aquellos elementos se dan en cuanto a su naturaleza y entidad,
concedo la menor; se dan en cuanto a aquella relación que pueden tener unos respecto
de otros, niego la menor y la consecuencia. Por consiguiente, como el alma cuando
piensa en Dios, no tiene ninguna relación respecto del mundo, falta un elemento para
poder decir que piensa en el mundo; lo mismo en el ejemplo de Pedro: mientras está
sentado falta la relación sucesiva a los distintos cuerpos, que es en lo que consiste la
acción de caminar, y por eso no podemos decir que camina mientras está sentado. En
cuanto al tercer grupo de dificultades, respondo que, aun cuando no existieran otros
entes, podrían sin embargo existir, y basta esto para que puedan ser modificados tanto el
pensamiento como los diversos cuerpos.

19. Además tenemos lo siguiente: suponiendo que el alma no se distinga de su


pensamiento, mientras está pensando en Dios no hace falta, según dicen los adversarios,
otro modo realmente distinto del pensamiento para que Dios se denomine pensado;
luego tampoco hace falta otro modo aun cuando supongamos que el alma se identifica
realmente con su pensamiento. Y lo mismo en el acto de caminar de Pedro: los modos
realmente distintos tienen tal relación con sus objetos que no admiten ninguna
indiferencia para relacionarse con otros objetos; luego lo mismo será en el caso de
Pedro: mientras está sentado tendrá tal relación con los cuerpos adyacentes y sin
necesidad de otro modo distinto, que no admite ninguna indiferencia para relacionarse
son otros cuerpos. Difícil será para los adversarios encontrar disparidad en estos
ejemplos. Porque si el modo suprime su indiferencia únicamente en virtud de la relación
que tiene son su objeto, ¿por qué el alma o el cuerpo no pueden hacer lo mismo en
virtud de la misma relación y sin necesidad de otro elemento? Hablando, pues, de los
modos en general observamos que no tienen razón quienes sostienen sin más que no
existen, así como se equivocan también los que afirman sin más que no existen los
accidentes. En realidad de verdad existen así los modos como los accidentes, y son
verdadera y realmente algo distinto de los sujetos a los que modifican, aunque sólo
inadecuadamente; pueden también separarse realmente de ellos, puesto que en un
momento dado puede suprimirse la relación que existía, introduciéndose una nueva
relación en virtud de algún cambio variación o traslación de los objetos o de los
cuerpos. Por tanto, lo que hay que decir es que los modos si existen, pero que no
consisten en aquella entidad que imaginan los peripatéticos como real y adecuadamente,
distinta de los extremos, sino únicamente en la relación externa distinta, desde luego, de
los sujetos modificados, pero distinta sólo inadecuadamente. Esta es la verdadera
esencia de los modos. Para lograr en esto un mayor esclarecimiento podemos analizar
también a los otros entes desde distinto ángulo: los materiales como si fueran
espirituales y viceversa. El alma, por ejemplo, cuando recibe la impresión de algún
objeto, si se trata de la intelección, se comporta como alguien que está frente a un

102
espejo: mira su rostro, ve las manchas y los defectos que tal vez tienen, mira su belleza
o su deformidad, etc. Esto corresponde a su manera, a lo que ocurre cando alguien está
sentado, o cuando un cuerpo está en quietud. Si se trata de un acto de voluntad o de
amor, el alma se siente arrebatada hacia su objeto como por una especie de movimiento,
y se une intencionalmente con ese objeto; si se trata de un acto de odio, más bien huye y
se aleja de su objeto; esto corresponde a los movimientos del cuerpo, o a la acción de
caminar, etc. Analizando los seres corpóreos, una piedra por ejemplo que no se mueve,
se comporta como si fuera un alma que sabe que está en contacto directo con diversos
cuerpos, unos a la derecha, otros a la izquierda, que unos son estables, otros fluidos, que
unos son calientes, otros fríos, que uno dista 20 palmos, otro 20 pies, etc. Esta
inmovilidad es comparable con el entendimiento; si la piedra se mueve, lo hará hacia
arriba, hacia abajo, o en alguna otra dirección; si es hacia abajo es como si fuera atraída
hacia algo bueno para ella y será un movimiento comparable al acto de amor; si es hacia
arriba o hacia algún otro lado, es como si huyera llevada por un acto de odio, etc. Así se
explican y se entienden más fácilmente los fenómenos espirituales por comparación con
los materiales y viceversa.

20. Con esto se explica cómo hay que entender lo peculiar de la duración, la
ubicación, la unión, la acción, la pasión que modifican ya sea a los cuerpos ya a los
espíritus: parece que fueran lo mismo en un caso y otro, pero de hecho son cosas muy
distintas, en razón de la diversidad de sustancias en que están insertas y de la diferencia
que hay entre un espíritu y un cuerpo; un pensamiento es algo muy distinto de la
extensión, y por lo mismo los respectivos modos tienen que ser también muy distintos.
Por no reparar en estos puntos caemos a diario en el error al referirnos a los espíritus, al
alma, a los ángeles; queremos aplicar los conceptos de duración, ubicación, unión,
acción y pasión a los espíritus como si fueran cuerpos, y lo que decimos de los cuerpos
queremos aplicarlo tal cual a los espíritus, lo cual es totalmente erróneo; olvidamos que
los modos propios de los cuerpos son modos materiales, y que los propios de los
espíritus son espirituales, y por tanto, que la diferencia que hay entre un cuerpo y un
espíritu es la misma que hay entre sus respectivos modos. La duración por ejemplo en
los espíritus no es una sucesión de instantes como en los cuerpos, sino una duración de
pensamientos; la ubicación no es circunscripción de cuerpos sino presencia de
sustancias; y así, si no existiera el mundo, no existiría tampoco ningún instante de
tiempo y ninguna ubicación de extensión, y sin embargo existirían los espíritus, puesto
que no hay ningún nexo o relación esencial entre los espíritus y el mundo. En
concordancia con lo dicho, la unión por ejemplo, siempre será doble, una la unión
propia del alma, por la cual ésta se une al cuerpo, otra la unión propia del cuerpo, por la
cual éste se une al alma; la razón es porque cada uno de los modos es algo propio del
sujeto al que modifica, y como el cuerpo es material, y el alma espiritual, sus
respectivos modos tienen también que ser necesariamente diversos. Pero de los dos,
resulta una única entidad llamada unión física, que hace que el hombre se considere
como un ser uno en sí, y como un todo compuesto de las dos realidades, el alma y el
cuerpo; y así, de aquel doble modo resulta un solo nexo, y de aquel nexo y los dos
extremos, el alma y el cuerpo, resulta un solo hombre y un solo compuesto. Pero aquel
uno es una denominación extrínseca que tiene relación con nuestro modo de concebir,
pues si bien nuestra percepción intelectual tiene en realidad como objeto un conjunto de
varios elementos, tiende sin embargo a ese su objeto como hacia algo uno, y por ello lo

103
denomina también uno; pero no es una entidad sobreañadida o un modo realmente
distinto.

21. Asimismo siempre hay una doble acción y pasión: una interna y otra externa. La
interna recae en la voluntad, del espíritu, del alma, o del ángel, y es el acto, la fuerza o
el conato que me lleva a querer algo o a mover el cuerpo, o como los teólogos lo llaman,
imperio o acto imperante. La externa es el primer impulso o primera fuerza por la cual
quiero de hecho algo o que es recibida de hecho en el cuerpo de parte de la mente que se
ha determinado a producir el impulso, y se llama acto imperado. Esta acción externa se
identifica realmente con la pasión, pues la misma fuerza que sufro es la que me hace
actuar. Pero también se distingue realmente de la acción interna que reside en solo la
voluntad del alma. La razón es porque el alma es espiritual, y la acción externa, algo
material. Por eso se dice que el acto imperante se distingue del acto imperado. Lo
mismo ocurre cuando el cuerpo con sus movimientos actúa sobre el alma o la mueve: se
da también una doble acción, la interna y la externa; la interna es la de la glándula
impresionada por los espíritus, la externa es el pensamiento que de ahí se origina en el
alma , y aquí tampoco la acción se distingue de la pasión, porque la misma impresión o
alteración por la cual el alma se mueve habiéndola recibido, es la que la afecta
activamente, toda vez que no puede moverse sino en virtud de un movimiento intrínseco
a ella. Y asimismo, la primera acción que es la interna, se identifica con la pasión,
puesto que al agitarse la glándula, también padece y no puede padecer sin agitarse. Por
lo demás las cosas que se consideran como propias del alma y en algún modo propias
también del cuerpo, siempre se distinguen realmente unas de otras, tal como el alma se
distingue del cuerpo. Esto mismo se aplica también a los cuerpos, comparados ya no
con el alma sino unos con otros, por ejemplo cuando se unen entre sí, o cuando son
sujetos activos o pasivos. Los modos que se insertan en ellos se deben considerar y
distinguir tanto desde el punto de vista interno como externo. Al decir por ejemplo, que
la esfera A, cuando irrumpe contra la esfera B le comunica una parte de su impulso, no
se ha de entender esto como si en verdad separara algo de sí y lo pasara a la otra esfera,
como si fuera un anillo que se saca del dedo o una moneda de oro que se saca del
bolsillo para darlos a otro, sino en el sentido de que la hendidura y conmoción que
tienen lugar en el globo B corresponden exactamente a la violencia que traía el globo A,
y que en el segundo globo deben conservarse las mismas inflexiones del movimiento
que hubieran tenido lugar en el otro, si no se hubiese interpuesto. Así es como hay que
entender las cosas cuando se dice que un movimiento pasa de un cuerpo a otro, a saber,
que pasa en sentido causal en virtud de la fuerza y la acción externa del globo A, y en
sentido formal en virtud de la fuerza y acción sufrida en el interior del globo B.

22. Para que se entienda mejor lo que voy diciendo, téngase en cuenta lo siguiente:
he afirmado que los accidentes y los modos se distinguen entre sí específicamente: me
he referido a ellos como a algo en realidad distinto de aquellas cosas a las que afectan o
modifican; pero esto hay que entenderlo: se trata de una distinción sólo formal, o modal,
o si se quiere de la distinción real inadecuada (el nombre no importa, pues el concepto
es el mismo, ya que fuera de la distinción real no admitimos sino ésta); no se trata de
una distinción real adecuada, como la que existe entre un ente y otro, o de la distinción
virtual o formal fundada en la naturaleza de las cosas, como la que existiría entre

104
formalidad y formalidad, según explican sus defensores. La razón en que yo me apoyo
es la siguiente: que los accidentes y los modos, como ya hemos dicho tantas veces, se
explican sólo por las relaciones externas que son su fundamento, pero en sí mismos y en
la realidad, o sea intrínsecamente considerados no implican nada distinto de las mismas
cosas a las que afectan o modifican. Pero como aquellas relaciones difieren tanto unas
de otras, que al considerar por ejemplo una cosa desde un ángulo o relación, implica
cosas muy distintas, se comporta de un modo muy distinto y se denomina de una
manera muy distinta, de lo que haría si se considerase desde otro ángulo o relación: por
eso decimos que aquellas relaciones difieren entre sí específicamente. Al referirnos a
ellas como a algo distinto, nos referimos a la distinción formal que acabamos de
explicar. En resumidas cuentas, aun cuando la unión por ejemplo, no sea algo realmente
distinto de los extremos que se unen, o aun cuando el movimiento no sea sino el mismo
cuerpo que se mueve, sin embargo, dado que los extremos en cuanto unidos tienen una
relación distinta de la que tenían cuando estaban separados, y dado que el cuerpo en
movimiento implica al moverse cosas distintas de las que implicaba cuando no se
movía; podemos referirnos a ellos como a cosas realmente distintas, aunque en realidad
difieran sólo formalmente. Ciertamente no podemos admitir nosotros aquella otra
distinción llamada virtual o formal que proviene de la naturaleza de las cosas; y no la
admitimos porque sería una entidad que se considera como algo real y formalmente por
su misma naturaleza distinto de las cosas en sí, o virtualmente distinto como también se
dice, y asimismo sería como una especie de modo o capacidad inherente a las cosas para
realizar efectos contradictorios; por otra parte no faltan quienes admiten estas
distinciones en un proceso hasta el infinito, es decir, distinciones de distinciones, como
si existieran modos de modos hasta el infinito; por todo esto, es claro que quienes
rechazan los accidentes físicos y los modos, deban negar también y rechazar estas
distinciones.

23. Por de pronto para refutar a sus defensores, baste el siguiente argumento: las
cosas que se distinguen realmente entre sí, se distinguen en virtud de su propia entidad y
sin necesidad de que intervenga otro elemento distinto de esa entidad; luego también
aquellas cosas que tendrían que distinguirse entre sí virtualmente, o formalmente por su
misma naturaleza, deberían distinguirse también sólo en virtud de su propia entidad;
porque si la distinción real que es una distinción más fuerte se funda sólo en la entidad
de las cosas, ¿por qué no decir lo mismo de la distinción virtual o formal por la
naturaleza misma de la cosa, que es una distinción menos notable? Continuando el
raciocinio: es así que aquellas cosas que se distinguen entre sí en razón de su propia
entidad no pueden admitir otra distinción que no sea la distinción real o la formal; luego
no existe la distinción virtual o la formal nacida de la naturaleza de la cosa. Este
argumento es válido tanto para las cosas creadas como para las increadas, y se confirma
además con lo siguiente: Si en Dios tuviera lugar la distinción virtual, se explicarían
muy bien, según lo dicho por los adversarios, los predicados contradictorios; luego éstos
se explicarían también en los entes quiméricos, si tuviera lugar esa distinción en las
cosas creadas. No se ve la disparidad. Ahora bien, esa distinción no deja a salvo los
predicados contradictorios en los entes quiméricos; luego tampoco lo hará en Dios. Con
nuestra distinción formal en cambio, todo se explica mucho mejor, y si se la admite se
entiende muy bien por qué en Dios no hay predicados verdaderamente contradictorios.
El que a nosotros nos parezcan contradictorios se debe únicamente a que no somos

105
capaces de entender cómo algo que es uno en la realidad, puede ser al mismo tiempo
tres; cómo la intelección sea el principio del Verbo y no lo sea la volición, siendo así
que la intelección y la volición se identifican entre sí y también con la esencia divina. Si
dijéramos que en Dios las personas divinas son como los modos esenciales de la esencia
divina, y que la intelección, la volición y demás realidades absolutas son modos
atributales (de atribución?), tal vez desaparecería en buena parte la dificultad; porque
entonces diríamos que una misma cosa, la misma esencia divina, en cuanto implica
diversas relaciones a diversos términos, recibe también diversas denominaciones, y en
cuanto dice relación a términos esenciales ad intra, se denomina Padre, Hijo, o Espíritu
Santo, de modo que el Padre no se pueda llamar Hijo, ni éste , Espíritu Santo, aun
cuando la misma esencia sería Padre, Hijo y Espíritu Santo: en cuanto mira al Padre, lo
hace bajo la modalidad y el punto de vista del que genera, en cuanto al Hijo, lo hace
desde el punto de vista del que es generado, y en cuanto mira al Espíritu Santo, es desde
el punto de vista y con la modalidad del que es inspirado; y como estos modos son
esencialmente distintos y son términos de la esencia divina, que con su fecundidad
tiende ad intra (a su propio interior) de modos tan notablemente diversos, no hay que
extrañarse de que dichos modos tengan que ser realmente distintos. En cuanto mira a los
términos atributales (de atribución) ad extra, se diría que entiende y conoce nuestros
actos libres, el consentimiento y el disentimiento, que predefine los actos buenos, que
predestina a la gloria, que quiere crear el mundo, etc. ; pero esto, repito, sólo en virtud
de la relación hacia aquellos objetos extrínsecos, de manera que tales denominaciones
en cuanto miran al sujeto denotarían tan sólo a Dios, Ser inmutable, y en cuanto miran
al objeto, el acto contingente que puede darse o no darse pero sin que Dios cambie en
nada intrínsecamente, sino sólo extrínsecamente en cuanto recibiría otra denominación.
Como el espejo que no cambia nada, sea que represente el objeto, sea que no lo haga,
aunque si tiene delante el objeto, recibe la denominación concreta espejo que refleja el
objeto. Esta explicación es tal vez la mejor para resolver las dificultades. Y basta con lo
dicho para responder sucintamente a esta parte de la proposición.

24. Pero el ilustre adversario tiene otras sutilezas, aunque en ellas no es muy claro
que digamos. De todos modos presenta las cosas con tal habilidad que parece que aun
sin querer tiene uno que aceptar sus ideas. Dados sus argumentos parecería cosa
probada que es imposible que se mueva una piedra. No se movería, dice muy bien, a no
ser que se mueva también con igual velocidad una masa de aire igual a la piedra; pero
no puede haber igual velocidad sin una igual cantidad de movimiento; luego en el aire
habría una cantidad de movimiento igual a la que había antes en la piedra. Pero resulta
que, según la hipótesis de Descartes, la cantidad que habría en el aire depende de la que
había en la piedra, porque no puede haber en un cuerpo nada que antes no haya estado
en el otro, puesto que nada se crea o se produce sino que únicamente se da tránsito de
una cosa desde un cuerpo hacia otro, en este caso de la piedra al aire; luego no puede
moverse la piedra por haber comunicado todo su movimiento al aire. Como es posible
que un vaso lleno de líquido siga lleno después de haber pasado todo el líquido a otro
vaso. Esto parece evidente. Pero vamos al fondo, sin rehuir la dificultad. Se puede poner
en duda el valor de esta demostración; y aunque ello no fuera posible, sostengo que no
afecta en absoluto a los cartesianos. Hay también una serie de dificultades o argumentos
entre los escolásticos que levantan dudas, pretendiendo probar puntos como el del caso
que nos ocupa: son las conocidas dificultades sobre la causa eficiente, la introducción de

106
una nueva forma, el instante de la muerte, etc. Se dice por ejemplo: ¿la causa opera
cuando ya existe su efecto o cuando todavía no existe? Si lo hace cuando ya existe, no
hace nada, pues se supone que ya ha sido producido todo su efecto; si lo hace cuando
todavía no existe, tampoco hace nada, puesto que todavía no hay ningún efecto. Otra
dificultad que suele proponerse: la forma ígnea ¿se introduce en la madera cuando ya ha
desaparecido la forma de la madera, o cuando todavía está ella presente? Si se hace
cuando ya ha desaparecido, la materia existe naturalmente sin forma; si se hace cuando
todavía está presente, tendríamos que dos formas pueden informar con naturalidad la
misma parte de materia. Y esta otra: al morir el hombre, lo hace en aquel último instante
en que todavía está vivo o en el instante que sigue a aquel en que ya ha muerto. Si lo
primero, luego la muerte se junta con la vida; si lo segundo, luego la vida se junta con la
muerte. La demostración de Milliet es parecida a todas éstas. La solución es también la
misma: así como las dificultades que acabamos de mencionar se resuelven fácilmente
respondiendo que en esos cambios entran en juego dos instancias o signos, el anterior y
el posterior, así la comunicación del movimiento dice inmovilidad en el cuerpo movido
en una instancia anterior, y en una posterior dice movimiento de acuerdo con la
proporción del impulso dado por el cuerpo motor.

25. Veamos la explicación que dan los cartesianos. La suposición o tesis de


Descartes, según la cual, Dios conserva la misma cantidad de movimiento, sin que se
disminuya o aumente, sino permaneciendo siempre igual, no hay que entender, como
insinúa Milliet, de cualquier cantidad tomada en particular, ésta o aquella, y conservada
en éste o en aquel otro cuerpo, si no de cierta cantidad en general, cantidad que
comprende todas las cantidades particulares, prescindiendo de cómo se concreta en
todos los cuerpos, como hacemos al tratar de los universales en el capítulo de la Lógica;
aunque aquella cantidad se entiende que se encuentra dividida y repartida de modo
desigual entre los diversos cuerpos, pero desde luego en tal forma que la cantidad que
ha recibido cada cuerpo sí pueda aumentar o disminuir, a la medida de los impulsos que
cada cuerpo imprime en los otros o recibe de ellos, de tal manera que la cantidad que se
aumenta en unos, esa misma exactamente se disminuye en los otros. Entendida así esta
cantidad, viene a ser como un tesoro estable y fijo, que aun cuando se divida en
proporciones desiguales entre los súbditos, siempre volverá, y en la misma cantidad,
hacia su fuente. Así pues, las cantidades particulares son las que pueden aumentar o
disminuir, mas no la cantidad general. O, si queremos, hagamos la distinción que suele
hacerse a otro respecto: es imposible que aumente o diminuya si se considera dicha
cantidad de movimiento en absoluto como un todo abstracto; pero no es imposible en
sentido relativo si se la considera como repartida en partes y recibida por los diversos
cuerpos en proporciones diversas. ¿No decimos que el fuego es cálido como ocho, y el
agua, fría como ocho, etc.? ¿Qué entendemos con estas explicaciones, sino una cantidad
fija en el calor del fuego y en la frigidez del agua, cantidad que Dios conserva inmutable
desde la creación del mundo, sin que ella, considerada en abstracto, pueda aumentar o
disminuir? Sin embargo nadie va a negar que ese calor o ese frío, en cuanto aplicados o
repartidos en los cuerpos particulares - es decir en cuanto se aplica en diversos grados a
este determinado fuego, o a esta determinada cantidad de agua -, no pueden aumentar o
disminuir hasta el infinito, del que ahora prescindimos. Lo mismo en la cantidad de
movimiento, según la explicación de los cartesianos; se trata de la cantidad alicuota, de
la que ya tratamos en otra sección, prescindiendo de si consta de otras partes que sean

107
divisibles hasta el infinito. Puesto el problema en estos términos, y no como pretende
entenderlo Milliet, creo que nadie podrá rebatirlo como contrario a la razón.

26. No dicen aquellos autores que siempre que se mueve un cuerpo, debe
comunicar al otro todo su movimiento, ni que la masa de aire debe recibir del otro
cuerpo toda su velocidad, ni tampoco que en el aire, aunque es menos denso que la
piedra, se puede dar una velocidad igual aunque no una cantidad igual de movimiento, o
por el contrario, una cantidad igual de movimiento sin que haya la misma velocidad; lo
que dicen es que el cuerpo comunica una parte o algunos grados de su velocidad.
Tampoco sostienen que no pueda moverse un cuerpo a no ser que tenga igual cantidad y
velocidad de movimiento que los otros con los cuales se mueve, o en caso contrario, a
no ser que adquiera esa velocidad de los repetidos impulsos que le vienen de fuera, es
decir de los otros cuerpos que le comunican los grados de velocidad correspondientes,
grados que ellos a su vez pierden en la misma proporción. De modo que el proceso sería
el siguiente: el cuerpo que está en movimiento imprime o comunica su impulso a otro
cuerpo que está en reposo; éste con su fuerza elástica reacciona contra el primero y
detiene un poco sus inflexiones móviles o elasticidad; sucesivamente se repiten estos
impulsos y reacciones de un cuerpo sobre el otro, hasta llegar a una especie de
equilibrio y poder moverse juntamente los dos cuerpos; cuando esto sucede, los dos
cuerpos armonizan sus movimientos comunicándose mutuamente o restándose los
grados de velocidad que se requieren según las circunstancias, pero sin perder nunca por
completo la velocidad, a no ser cuando uno de los cuerpos deja de moverse por
completo; en este caso, el cuerpo que antes se movía con un grado de velocidad
equivalente a uno, impulsado después por el cuerpo que quedó en reposo se moverá con
un grado equivalente a dos; el otro cuerpo se supone que está inmóvil. ¿No atempera así
el vino su fuerza al mezclarse con el agua, y dos caballos no ajustan así sus fuerzas
cuando tiran de un carro, y dos causas cuando influyen en un mismo efecto? Esta ley se
ha de aplicar a la cantidad del movimiento: o la piedra y el aire han de armonizar su
carrera o movimiento, o si uno de los dos está en reposo, el otro se moverá con una
velocidad equivalente a dos, sin embargo aquella cantidad primitiva de movimiento,
prescindiendo de estos casos particulares, seguirá siendo la misma con relación a su
primera constitución. Así se puede entender más claramente lo que es la lentitud y la
velocidad del movimiento, como antes se entendía mejor con esta explicación, el
fenómeno de la dilatación y la condensación, sin tener que recurrir al misterio que hacen
los adversarios. Como en la condensación y dilatación, es imprescindible la mayor
cantidad de materia en un menor volumen, y la menor cantidad en un volumen mayor,
así en el caso del movimiento, es imperceptible una igual velocidad con una cantidad
desigual de movimiento, o una igual cantidad de movimiento con una velocidad
desigual.

27. Quisiera añadir aquí algo acerca de la distinción de las sustancias. Confieso que
lo que se refiere a la distinción específica de las sustancias es un problema difícil;
porque si apenas podemos dar una explicación, como vimos antes, de lo que es la unión,
la ubicación, la duración, los pensamientos e ideas de nuestra alma y los demás modos
cuya presencia y acción experimentamos en nosotros, ¿cómo podremos captar lo que
son los espíritus y sus diferencias, lo que es el hombre, los animales y los demás seres

108
materiales que difieren específicamente? La raíz de esta diferencia no hay que buscarla
en otra cosa sino en las respectivas esencias de los seres: si podemos definir la esencia
tal como es en sí, tendremos solucionado el problema de las diferencias. Si nos
preguntamos ya ¿qué es Dios? tenemos que callar, pues Él mismo nos dijo: Yo soy el
que soy. Mal haríamos en tratar de definir por nuestra cuenta lo que es Dios, andando
como andamos a ciegas en todo. Una sola cosa sabemos de cierto, como ya lo hemos
dicho: que Dios es algo muy distinto de lo que nos imaginamos, y nunca podremos
entender a plenitud lo que es Dios, y por mucho que nos esforcemos en tratar de
comprender su esencia, tendremos que concluir que sólo conocemos de Él aquello que
no es. Lo único que con más probabilidad podemos decir sobre Dios es que Él es el ens
a se (el que es por sí mismo) es decir, un Ser cuya esencia ad intra (íntima) está
constituida por sí misma positivamente, y ad extra (mirando a lo exterior) connota
esencialmente diversas relaciones, pero sin que ella en sí misma experimente ningún
cambio, si bien los términos connotados, a los que se refiere, son mudables en muy
diversas medidas y aspectos: como el espejo que es el mismo y permanece inmutable
aunque a cada instante varíen los objetos con los cuales adquiere una relación necesaria
cuando se le ponen delante. Y ahora ¿qué son los ángeles y los demás espíritus? ¿qué es
nuestra alma, y qué las almas de los demás animales y las formas sustanciales en caso
de que existan? En esto nos vamos a detener algo más. La esencia del espíritu, dice
Descartes, consiste en el pensamiento, así como la esencia del cuerpo, en la extensión;
porque lo primero que experimentamos en nosotros es el pensamiento, según el
principio ya conocido: pienso: luego existo. De aquí deduce que así como ningún ente
puede existir sin su esencia, siendo la esencia del alma y del espíritu el pensamiento, así
ninguna alma y ningún espíritu puede existir sin su pensamiento. Pero esto supuesto,
cabe la pregunta: ¿y cómo se distingue un ángel de nuestra alma? ¿cómo se distingue
nuestra alma de las almas de los animales? ¿cómo se distinguen éstas de las demás
formas sustanciales? ¿es el pensamiento el único fundamento de la diferencia específica
en los espíritus? Lo mismo se podría decir de la extensión en los cuerpos. Ahora bien,
así como para establecer la diferencia específica en los entes materiales es necesario
admitir diversas formas sustanciales, como ya se dijo antes, así también en los seres
espirituales debe haber algún otro elemento por el que puedan distinguirse las formas y
los pensamientos, tanto más cuanto que los pensamientos son únicamente modos de los
espíritus y tienen sólo diferencia accidental, como ya quedó explicado, y no diferencia
esencial y sustancial.

28. Si sopesamos esto con el necesario criterio, tal vez habremos de caer en las
definiciones de los aristotélicos, según los cuales, el hombre es animal racional, el león,
un animal que ruge, el caballo, un animal que relincha, el toro, un animal que muge,
etc. Y como el ángel carece de cuerpo, podría definirse de manera similar como un ser
racional no animal; en efecto, así como Dios, si bien lo definimos como el Ser a se (que
existe por sí mismo), no lo podemos entender mejor - según nuestro modo de concebir -
que diciendo desde el punto de vista negativo que es el Ser que no existe en virtud de
otro, así al ángel, aunque específicamente está constituido por algo positivo que lo
distingue del alma racional, sin embargo, como no sabemos qué sea eso, lo entendemos
mejor en cuanto a su esencia, desde el punto de vista negativo, por el término no
animal, es decir negando del ángel lo que se afirma del hombre, y no por otro elemento,
dado que el hombre es el único que con relación al ángel puede dar lugar a algún
equívoco. Sea lo que sea de estas definiciones, lo que aquí tratamos de averiguar es la

109
raíz de estas diferencias, o sea, qué es aquello por lo que cada ser se distingue
específicamente de otro: qué es y en qué consiste v.gr. la capacidad de rugir, la de
relinchar, la de mugir, etc. Porque el rugir, el relinchar, el mugir, son únicamente
efectos y acciones de aquellos seres, mientras que la capacidad para rugir, para
relinchar, etc., son la potencia para producir esos efectos, pero no son la verdadera
naturaleza de esos seres, puesto que es verdad no sólo que antes está el ser que el obrar,
sino también que el poder obrar. Así mismo en el hombre como en el ángel, el
raciocinar es efecto de su naturaleza, modos de aquellos seres, como ya se dijo, y algo
consecuente con lo que en ellos ya está completo y constituido en su ser
antecedentemente; mientras que la racionalidad es la potencia para esos efectos o, para
hablar en términos usuales, el principio de raciocinar, pero no la raíz misma de la
diferencia. Como los modos de las diversas especies, v.gr. los pensamientos y
ubicaciones, las acciones y uniones, etc., difieren entre sí específicamente no menos que
el alma y el cuerpo, el ángel y el hombre, aun cuando en algunos casos, si son de la
misma naturaleza y denominación, puedan diferir sólo accidentalmente. ¿Qué es, pues,
aquel ser completo de todos estos entes, que los constituyen como tales pero haciendo
que difieran entre sí específicamente? Esto es lo que estamos investigando, y lo que
nunca podremos explicar satisfactoriamente.

29. Sin embargo, y para no perder toda esperanza, sugeriré al menos este intento de
explicación: que la diferencia entre estos seres, los ángeles, las almas y las formas
sustanciales, no hay que buscar, como es obvio, en sus efectos, ni en sus
potencialidades, toda vez que puede faltar la potencia sin que por eso falte formalmente
la esencia, como por ejemplo en un mulo que carezca de potencia generativa, pero no
carece de su propia esencia; ni tampoco desde otro ángulo, en los principios, puesto que
el principio del razonar apenas se diferencia de la potencia para lo mismo; sino que debe
buscarse en las exigencias internas, en cuanto que haya algo que exige que el ente en
cuestión difiera específicamente de otro, o algo que por su naturaleza y por su esencia
misma rechace y, por lo mismo, que no sea propio de ningún otro ente. Así, volviendo
al caso del mulo, aun cuando carezca de potencia generativa, como generalmente se
dice, -cosa que por lo demás desmiente la experiencia, porque muchas mulas han
concebido y han dado a luz como los demás animales en esta región-, pues aun
suponiendo que carezcan de potencia generativa, no se le puede negar la exigencia
esencial que le es propia para ello; y si a pesar de ello, no llega a generar como lo hace
el caballo, se debe a que una es la exigencia del caballo y otra la del mulo; la exigencia
del caballo es una exigencia que tiende efectivamente a la consecución del efecto de su
potencia, y la del mulo, una exigencia que tiende a ello sólo afectivamente; pero esto
basta para que el caballo y el mulo se diferencien específicamente; y así muchos otros
entes. ¿No experimentamos cada día nosotros mismos cómo nuestra alma se ve como
impulsada hacia determinados objetivos, mientras huye de otros? Hacia lo que es
deleitable y se va con toda la fuerza de su ímpetu, y con igual fuerza de aversión rehuye
lo penoso; estos dos apetitos difieren entre sí en razón de los actos lo mismo que el
espíritu y el cuerpo, el león y el perro, el caballo y el mulo en razón de sus sustancias, es
decir, difieren grandemente o específicamente. Ahora bien, por más que profundicemos
en esto, no podremos llegar a otra conclusión si no es la de que eso es lo que
experimentamos: que existen en nosotros precisamente estos apetitos, estas
inclinaciones, estas exigencias. Siendo esto así, ¿por qué no podemos decir que toda la

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diferencia de las sustancias debe atribuirse a las exigencias, aun cuando no podamos dar
una explicación mayor del asunto? En consecuencia bien podemos decir que el ángel
rechaza naturalmente todo lo que es de índole corporal en orden al ejercicio de sus
operaciones, que nuestras almas se sienten vivamente arrastradas hacia el cuerpo, y se
concluirá que en estas exigencias consiste la diferencia entre los ángeles y las almas,
diferencia que es similar a la tendencia con que se distinguen el amor y el odio en el
campo de los afectos.

30. Avanzando un poco más en la explicación, notemos que estas exigencias


pueden ser diversas según las varias tendencias, pueden tener entre sí notables
diferencias, conforme a lo que el mismo Dios, al crear las esencias infundió en cada uno
de los seres como esencial a ellos, y por lo mismo, dichos seres como tales difieren
entre sí específicamente. Así pues, como la exigencia del hombre está dirigida
principalmente a raciocinar con dependencia de sus órganos corporales, y la del león a
emitir rugidos, en otras palabras la exigencia del hombre es deducir un principio de otro
con la ayuda de los fantasmas y de los espíritus animales, y la del león emitir rugidos
que infundan temor, cada cual de acuerdo con sus características, el león con su
correspondiente cuerpo dotado de crines, de cola, de dientes, etc., el hombre con su
cuerpo erguido dotado de manos y pies a derecha e izquierda, y de corazón, cerebro,
nervios, espíritus y demás miembros y órganos maravillosos; se sigue que el hombre se
distingue específicamente del león, porque el alma humana exige por su naturaleza esos
determinados órganos, y la del león los suyos, siendo ésta otra de las diferencias entre el
hombre y el león. Así mismo el león se distingue específicamente del caballo por la
exigencia natural de cada uno de ellos: en el caballo la exigencia es relinchar, cosa que
él puede lograr a cabalidad sólo en razón de su cuerpo de caballo, lo mismo que el león
lo hace con el rugido en razón de su cuerpo leonino. Y así se diferencia también el
caballo del toro, éste del perro, etc. Y lo mismo tenemos en todos los demás seres que
difieren entre sí profundamente, pues tienen diferencia específica. Pero téngase en
cuenta que la raíz de la exigencia cuando se trata únicamente del pensamiento, se llama
espíritu, como en los ángeles; cuando se trata de pensamiento y sensación, se llama
alma, como en el hombre y en los animales; cuando se trata únicamente de vegetación,
como en las plantas y los árboles, o de yuxtaposición, como en los metales y minerales,
o de unión y división como en los elementos, se llama forma sustancial; y entonces, la
forma sustancial constituye el género supremo, respecto del cual, el espíritu, el alma y
las demás formas así sustanciales como parciales o subordinadas, vienen a ser la especie
como ya se dijo anteriormente. Aplíquese esto punto por punto a los ángeles y a sus
diversas jerarquías y coros, y se tendrá la explicación de por qué cada uno de esos
grupos, en razón de la exigencia innata y natural, impresa en sus esencias, no solamente
rechaza todo lo que es corpóreo, sino también desea y necesita esencialmente producir
pensamientos tan profundamente diferentes, que un coro o jerarquía no puede decirse
que sea de la misma especie que los demás. Admitiendo, pues, con los peripatéticos,
este concepto de las exigencias en todos los seres, es fácil explicar, como se ve, lo
referente a las inclinaciones y apetitos innatos y a la diferencia específica.

31. Pero a lo dicho se podría replicar que si los animales tienen almas que sean
verdaderamente dueñas de estas exigencias y que sientan en verdad, se podrá inferir que

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también son capaces de conocer sus exigencias, que saben que sienten, que apetecen el
bien y huyen del mal, que recuerdan los beneficios, que enmiendan sus vicios, que son
capaces de hacer deducciones y de raciocinar, en una palabra, que son racionales como
nosotros, puesto que hacen cosas semejantes a las que hacemos nosotros, y por lo
mismo, que son capaces de gloria o de suplicio eternos, y lo mismo se podría decir
incluso de los árboles y las plantas, del oro, del plomo, etc., ya que en todos estos seres
se dan exigencias que les lleva a obtener o elegir aquello que les conviene y aprovecha,
y rechazar lo que les hace daño, y estas exigencias tienen que ser necesariamente
pensamientos; ahora bien esto es el peor de los absurdos; luego es el principal motivo
que hay para rechazar todo lo referente a la diferencia específica y sus raíces. Pero
contra esta dificultad están los siguientes puntos: en primer lugar, Dios que bien pudo
hacer que el hombre fuera irracional y que el animal fuera racional, ¿no pudo hacer
acaso antecedentemente que las cosas fueran como hemos dicho que son? En segundo
lugar, si pudo hacer eso, ¿por qué no podría crear a los animales en tales condiciones
que piensen únicamente cosas materiales y sensibles, y no cosas espirituales? No hay en
estos contradicción alguna. Por tanto, los pensamientos, reflexiones, recuerdos, etc. de
los animales guardan proporción con sus respectivas esencias y son únicamente
materiales y no espirituales. Y materiales, no porque en cuanto a su producción sean
algo que se educe o extrae de la materia, como explican los peripatéticos, pero sin ser
materia, - esto es poco menos que incomprensible, fuera de que, como ya se dijo más
arriba, pertenecen a un rango superior que es el de la esfera de los espíritus-, sino
materiales por el hecho de que los animales sólo pueden acceder a los seres materiales,
inferiores y sensibles, y no a los seres más nobles, como son los espirituales y
sobrenaturales. En el hombre en cambio al menos algunos pensamientos no dependen
del cuerpo ni siquiera en cuanto a su producción, ya que sólo tienen lugar en el alma,
como los primeros principios, la idea de Dios, del espíritu, la idea de sí mismo, etc.,
cuya especie o representación no puede ser puramente material, y además muchos
pensamientos se refieren únicamente a lo espiritual y sobrenatural; y las llamadas
sensaciones, si bien en cuanto a su producción dependen de la materia y de sus diversos
movimientos, sin embargo como los movimientos no son sino condición y ocasión para
la formación de aquellas, unas son verdaderamente espirituales como los pensamientos
directos de la cosa de donde viene la impresión, y otras, pensamientos reflejos, que así
en cuanto a su producción como en cuanto a su ser mismo son enteramente espirituales.

32. Por consiguiente hay una gran diferencia entre nuestros pensamientos y los de
los animales, diferencia que no es menor que la que existe entre los objetos
aprehendidos por ellas, es decir entre los seres espirituales y los materiales. Por lo tanto
no es legítima la consecuencia según la cual se pretende que si los animales tuvieran
alma, sería capaces de la gloria o del suplicio eternos, ya que para esto sería necesario
que sus pensamientos sean espirituales y sobrenaturales y que lleguen a captar los
objetos espirituales y sobrenaturales; para ello no bastan los pensamientos puramente
materiales. Esto nos da idea de cómo debemos catalogar las demás formas de los entes
materiales; es claro que sus operaciones deben definirse como meros apetitos y
exigencias o afecciones materiales, y no propiamente pensamientos. Y la razón es
porque el pensamiento en rigor connota formalmente cierta reflexión al menos leve por
medio de la cual el agente conoce aquello que hace o padece: en las plantas, metales,
elementos, etc. y hasta en nosotros mismos, las operaciones materiales se hacen sin

112
ninguna reflexión, y por lo tanto no pueden llamarse pensamientos. Sin embargo, como
también entre los seres materiales hay algunos que apetecen más una cosa que otra, que
rechazan ciertas cosas y desean o buscan otras a todo trance, y parece como que eligen
lo que les viene bien y rechazan lo que no les conviene -la vid, por ejemplo, prospera
muy bien en las colinas y se echa a perder en los valles, el trigo rebosa alegremente con
el calor y se extenúa con el frío, la sensitiva, llamada en Panamá y entre los Maynas la
púdica, encoge y cierra sus hojas al menor contacto: pues no todos los terrenos dan
todos los frutos; podemos decir que estas operaciones que les son propias, se llaman no
sin razón exigencias, o apetitos naturales; pero no puede admitirse que sean
propiamente pensamientos. Podríamos sí llamarlas pensamientos naturales, pero yendo
contra la exactitud y el rigor de la terminología. Los pensamientos son algo espiritual
únicamente en el hombre, en los animales son algo material, y en los demás seres son,
si queremos, algo natural; podríamos llamarlos así no porque los principios que los
producen, es decir las formas, no sean verdaderas sustancias que pertenecen al mismo
rango superior al que pertenecen los espíritus, sino en razón de los objetos hacia los que
tienden: en el hombre hacia objetos que son espirituales, en los animales hacia objetos
sensibles, y en los demás seres, hacia objetos puramente materiales.

VII- Respuesta a la Proposición 7ª. Se defiende las Reglas del Movimiento


propuestas por Descartes

1. En esta nueva filosofía jamás diremos lo bastante acerca del movimiento. Me


ocuparé en seguida de las reglas que establece Descartes en esta materia y trataré de
hacer su defensa contra las objeciones o ataques de que son objeto: de mi éxito, que
juzguen los sabios. Y lo primero que debo hacer notar una vez más es el falso supuesto;
Milliet, a juzgar por las razones y argumentos que presenta, da a entender que Descartes
ha querido explicar con las reglas que señala, los movimientos que de hecho vemos y
experimentamos nosotros; y esto es a todos luces contrario a su mente, como puede
verificarlo el lector. Expresamente habla él de dos cuerpos perfectamente duros y
similares, es decir, de la misma materia, de igual dureza, de iguales poros, partículas,
nexos, filamentos y demás, enteramente redondos, pulidos, en una palabra iguales en
todo, por dentro y por fuera, menos en la eventual magnitud y velocidad de cada uno;
pero en lo demás tan iguales que ni siquiera un ángel pudiera advertir la menor
diferencia, Supone además que se mueven en un sitio tal que no tengan impedimento
alguno ni tampoco ayuda de ninguna clase de parte de los cuerpos adyacentes, como el
aire a sus partículas ya sean flexibles, ramosas, piramidales, globulares o de cualquiera
otra configuración que tanto abundan en él, como tampoco de otros cuerpos como los
vapores, exhalaciones, humos y otros, o en fin de diversas otras cosas de un objeto,
como una mesa, un paño, la Tierra, declives, escabrosidades y mil otras más. En este
supuesto -dice el ilustre filósofo- aquellos dos cuerpos necesariamente guardarían las
reglas que establece en su sistema, añadiendo (no sin razón) que ello es tan manifiesto
que no necesita de pruebas. De ahí que me causen estupor los argumentos que se aducen
en su contra, sobre la base de la experiencia, sabiendo como todos sabemos que jamás
puede verificarse dicha hipótesis. Pero se supone que se verifica, como se hace tantas
veces a propósito de otros problemas, para juzgar de lo que ocurriría en esas
condiciones, y luego con ayuda de la razón, entender mejor la naturaleza del

113
movimiento en ese estado de abstracción, y así poder establecer con mayor certeza las
leyes de los movimientos que experimentamos en la vida diaria, añadiendo lo que haya
que añadir, quitando lo que haya que quitarse y haciendo las debidas adaptaciones a las
diversas circunstancias, para dar a cada cosa su respectivo valor, sin que quede ningún
elemento sin su debida explicación. Veamos lo que toca a cada una de las reglas.

2. Ante todo, lo que afirma Descartes es que un movimiento, en cuanto dice algo
positivo, no es contrario a otro movimiento, sino sólo a la inmovilidad en cuanto que
ésta es privación de movimiento. A esta afirmación opone sus reparos de Chales, pero
con un argumento que no tiene valor, ya que se basa, como acabo de decir, en la
experiencia que tenemos a mano y hace sus deducciones partiendo de este estado
absoluto para referirlas al estado hipotético y, lo que es peor, aplicando lo que es propio
de los cuerpos blandos, a los cuerpos duros, lo de los cuerpos no elásticos, a los
elásticos: sus deducciones, por tanto, no son legítimas puesto que dichos cuerpos son de
naturaleza diferentes. Cierto que Descartes se refiere principalmente a los cuerpos duros
y elásticos, pero tal como tendrían lugar en otro estado de cosas; mas no se refiere a otra
clase de cuerpos como los que de hecho existen en el estado actual de cosas. Para
asegurarnos de que no estamos equivocados en este punto que es el fundamento para los
demás, digo que la proposición de Descartes es perfectamente sólida. Pregunto, si no, a
los adversarios antes que nada: ¿hay un calor que sea contrario a otro calor, un frío a
otro frío, un calor a otro calor, una luz a otra luz, una gravedad a otra, una dureza a otra,
etc.? ¿Habrá alguien que sostenga esto? La contrariedad que habría entre estas cosas,
sería la misma que pudiera haber entre lo que se dice un grado de intensidad y
perfección y otro, grados que desde luego no son contrarios, puesto que no se oponen
dos cosas que tiene idéntica naturaleza, idénticas exigencias y que concurren juntas para
producir un mismo efecto. Pregunto entonces, concluyendo legítimamente: ¿por qué ha
de haber un movimiento que sea contrario a otro movimiento, si todos tienen la misma
naturaleza, las mismas exigencias y si todos sus grados concurren para el mismo efecto?
Se puede admitir que un movimiento de menor intensidad, en cuanto que denota cierta
inmovilidad y considerado como ente privativo, esté en oposición a un movimiento
mayor: en este caso se está comparando un ente privativo, como tal, con un ente
positivo. Pero un movimiento menor, considerado como algo positivo de acuerdo con el
grado de su intensidad de movimiento, nunca puede oponerse a otro movimiento.
Además, si un movimiento estuviera en oposición con otro, sería por encontrarse en
caminos opuestos. Pero esto tampoco es verdad, primero porque la dirección contraria
es algo extrínseco al mismo movimiento, de lo cual sólo se sigue que lo que está en
oposición son los puntos o sitios correspondientes a la dirección de los movimientos,
mas no los mismos movimientos, ya que algo que es extrínseco no puede ser
constitutivo intrínseco de un ser; y luego porque hay casos en los que dos movimientos
que se encuentran, no son contrarios, como se ve en el movimiento del péndulo.

3. El péndulo es la medida del tiempo más conocida y más exacta de todas. Para
que cada una de sus oscilaciones complete un segundo, su longitud aquí en Quito y bajo
esta zona tórrida debe ser equivalente a 50791/10000 partes de la toesa de París, o sea 3
pies pol. 0. 1. 6 84/ 100; cuando se pone en movimiento comienzan sus oscilaciones que
van pasando de la una parte a la directamente opuesta, y en la circunferencia que

114
describe se encuentran puntos directamente opuestos, pero ellos no impiden que cada
oscilación recorra la misma línea circular y uno puede concebirse que en esto haya un
movimiento contrario a otro, sino más bien un solo movimiento que se continúa hasta
que el péndulo vuelva a su posición perpendicular y de reposo; luego aquí únicamente la
inmovilidad puede ser contraria al movimiento, mas no un movimiento a otro. Ni vale
decir que el péndulo no regrese de un punto a otro por vía directa -lo cual es la
condición necesaria para decir que un movimiento es contrario a otro -, sino que regresa
por vía circular. No vale la objeción, por lo siguiente: ¿acaso en esta línea circular no
existen puntos diametralmente opuestos de una parte a otra y no se continúa por ellos el
mismo movimiento? Luego al menos las partes de ese movimiento que corresponden a
esos puntos, serían contrarias entre sí; pero resulta que las partes de ese movimiento no
son otra cosa que el mismo movimiento, puesto que el todo se compone de sus partes;
luego todo el movimiento debería ser contrario a sí mismo. Además el péndulo se
reduce a la rueda y se puede considerar como si fuera una parte de ella o un radio
tomado de ella, que permaneciendo en la rueda, se extendería con los demás radios
desde la circunferencia hasta el eje o centro de la rueda. Ahora bien, el péndulo se
considera como extracto o parte de un conjunto que se extiende desde la extremidad del
peso que cuelga de él hasta el clavo fijado a la pared; tenemos entonces que si se hace
girar la rueda, una parte de su circunferencia se moverá por ejemplo a la derecha y hacia
arriba, y la otra a la izquierda y hacia abajo; pero lo que corresponde al sitio de arriba y
lo que corresponde al sitio de abajo son puntos directamente opuestos, al menos
aquellos que se encuentran en la línea perpendicular; luego la misma rueda se mueve
hacia puntos opuestos, y sin embargo es uno solo el movimiento de toda la rueda y por
tanto es un moviente que no puede ser contrario a sí mismo; luego los puntos opuestos
no pueden hacer que un movimiento sea contrario a sí mismo. Finalmente, en todo
cuerpo en movimiento, el tropiezo que le sale al paso por vía opuesta es algo extrínseco
al mismo movimiento, como ya se explicó, un lugar externo, del que prescinde
cualquier movimiento. En consecuencia, así como todos harían mofa de quien
pretendiera afirmar que el calor que viene por la derecha se opone al calor que viene por
la izquierda, porque venga de donde viniere el un calor no tiene intrínsecamente nada en
sus constitutivos que se oponga al otro calor, así no merecería sino la burla quien
defienda que el movimiento proveniente de la derecha se opone a otro movimiento que
provenga de la izquierda, porque tratándose también del movimiento no puede haber en
lo intrínseco ningún predicado que siendo del un movimiento sea contrario a los
predicados del otro.

4. Se objetará que un movimiento se opone a otro no sólo en razón de los


puntos opuestos, sino también por algo intrínseco, como se ve en el movimiento
intrínseco y en el extrínseco, por lo siguiente: el movimiento extrínseco esencialmente
dice relación a una potencia extrínseca, y el intrínseco a una potencia también
intrínseca, puesto que el primero depende de algo externo (ab extra), y el segundo de
algo interno (ab intra); ahora bien, las cosas que tienen distintas relaciones como las
que acabamos de ver, se oponen entre sí, tal como se opone el Creador a la criatura, toda
vez que el Creador denota esencialmente el ente ab alio y algo ad extra; luego...
Respuesta: niego el enunciado. En cuanto a la prueba que se aduce, distingo la mayor:
esta relación basta para que un movimiento se oponga esencialmente a otro, - niego la
mayor; basta para quien se oponga sólo accidentalmente, - paso por alto la mayor, y

115
distingo la menor: se opone entre sí accidentalmente, - pase la menor; se oponen
esencialmente,- niego la menor. El calor en el cuerpo que lo sufre v.gr. con un valor de
4, es algo intrínseco a la madera; el calor en el fuego que actúa con un valor v.gr. de 6,
es algo extrínseco respecto de la madera; el primero tiene relación tanto con su potencia
intrínseca como con la potencia extrínseca del fuego que se considera como agente; sin
embargo no se puede decir que el calor que tiene un valor de 4 en la madera se oponga
al calor que tiene un valor de 6 en el fuego, y es algo meramente accidental que haya
más grados de calor en el uno que en el otro, y la prueba de ello es que en el instante
inmediatamente subsiguiente ocurrió lo contrario. Aquí hay una diferencia entre los
cartesianos y los aristotélicos: según éstos, el agente produce su efecto en el paciente, el
fuego v.gr. produce fuego en la madera mediante el calor, sin perder ningún grado de su
propio calor; según los cartesianos, el agente pierde tantos grados cuantos son los que
adquiere el paciente; en nuestro caso, el fuego pierde tantos grados cuantos se
introducen en la madera. Por ello, en el ejemplo de una esfera que choca contra otra, la
esfera A recibe tantos grados de velocidad, cuantos pierde la esfera B de suerte que
siempre permanece igual la misma cantidad de movimiento que creó Dios al principio,
como ya quedó explicado más arriba.

5. También es distinto el vocabulario utilizado por los aristotélicos y los


cartesianos: los aristotélicos dicen que en el paciente se produce calor, movimiento, etc.
y los cartesianos dicen que el calor o el movimiento pasan; nosotros diríamos mejor que
emerge, surge o resulta calor, movimiento etc. Porque estos efectos son nada más que
modos de los cuerpos, como hemos dicho tantas veces, y nada más que diversas
relaciones que resultan de los elementos internos y externos y no se puede decir
propiamente que pasen o se produzcan: como en las realidades concretas de algo visto,
conocido, ubicado, etc., que implican únicamente diversas relaciones, surgen las
denominaciones de vidente y visto, cognoscente y conocido, situado hacia el oriente o
hacia el occidente, a la derecha o a la izquierda, etc., así también en nuestro caso surgen
las denominaciones de cálido, movido, etc., y nada más. La comparación entre el
Creador y la cretura, no viene al caso, porque en esto se trata de sustancias que por sus
predicados intrínsecos difieren necesariamente, mientras que el movimiento, que es de
lo que ahora tratamos, es un mero accidente, y esto basta para que se distinga en virtud
de alguna relación extrínseca. Se puede objetar diciendo que el péndulo suspendido en
la pared se mueve por su propia virtud y ab intrínseco, y puesto sobre una mesa se
mueve sólo ab extrínseco, v.gr. por el impulso de la mano que lo mueve, y que moverse
por sí mismo y ab intrínseco, y moverse por una fuerza externa y ab extrínseco son
realidades que se distinguen o difieren esencialmente. Respondo que éste es uno de
nuestros prejuicios, que nos hacen juzgar siempre de las cosas erróneamente por los
fenómenos que impresionan nuestros sentidos. Lo que hace mover el péndulo fijado a la
pared, son las columnas de aire que tratan de recobrar el equilibrio y la inmovilidad que
tenía antes, y estas columnas no se ven, y lo que lo hace mover cuando está en la mesa
es una fuerza externa que sí se puede ver. Aquí ocurre lo mismo que se observa en un
sifón de dos brazos curvos, y en muchos otros casos o ejemplos: si se llenan de agua los
tubos y se los sacude, para que luego vuelvan al estado de quietud está durante mucho
tiempo subiendo y bajando de nivel en una parte y otra, al paso que va perdiendo poco a
poco algo de altura en cada oscilación, hasta quedar quieta y en equilibrio en la posición
horizontal. Estas variaciones se deben a las columnas de aire que pesan sobre la

116
superficie del agua y que tratan de volver a recobrar el equilibrio. Igual cosa sucede en
las oscilaciones del péndulo.

6. Pero de aquí se podría deducir como objeción, que si un movimiento no es


contrario a otro, siempre que dos cuerpos iguales se encuentran a igual velocidad,
deberían también retroceder por igual y por el mismo camino por donde vino cada uno,
lo cual es falso no sólo tratándose de esferas de Tierra blanda, como dice Milliet, y de
otras también de materia blanda que carecen de movimiento, sino también tratándose de
esferas elásticas hechas de hierro, de boj, etc., las cuales aunque retrocedan y tanto
velozmente cuanto más tienen de elasticidad, sin embargo nunca lo hacen con la misma
velocidad; luego... Esta deducción va contra la primera regla del movimiento que, como
es equivocada, nada tiene de extraño, dice nuestro adversario, que también estén mal
formuladas las demás reglas que se basan precisamente en la primera; y por lo mismo -
concluye Milliet-, todo se entiende mucho mejor mediante la fuera elástica. Le daría
toda la razón en esto a nuestro ilustre adversario, si él no limitara la fuerza elástica a la
sola fuerza intrínseca de los cuerpos; pero resulta que para mí es evidente que en la
fuerza elástica intervienen dos elementos, uno intrínseco y otro extrínseco que es el peso
del aire como factor coadyuvante. Y el mismo Milliet no es de aquellos filósofos que se
quedan de los meros términos, pues de hecho también rechaza aquello de las cualidades
ocultas, virtualidades naturales, el recurso a Dios, las puras exigencias, el instinto, el
apetito, etc., que suelen aplicarse a muchas cosas. Pero en lo de la fuerza elástica parece
que da por aceptada la opinión de los peripatéticos, según la cual la elasticidad
consistiría en una pura cualidad interna; por eso tengo que disentir de su manera de
pensar. Se trata de averiguar precisamente qué es esa cualidad y cómo se explica: cómo
así los cuerpos elásticos regresan y no los que carecen de elasticidad; por qué una esfera
no reacciona ante una cuerda floja y sí ante una cuerda tensa; cuál es la causa de esta
reacción, etc. Digamos que los cuerpos blandos no tienen elasticidad, y así los cuerpos
duros, y que por eso éstos reaccionan y no aquellos; pero sigue en pie la pregunta:
¿cómo tiene lugar esa reacción, y cuál es al fin la causa que mueve la elasticidad?
Ateniéndose a la opinión común y ordinaria no podrán los adversarios ni un estos
ejemplos ni en otros mil que pueden darse, encontrar otra causa que no sea la que
llamarían causa primera o una suerte de cualidad oculta; esto es lo que supone Milliet,
pero yo tengo otra explicación para lo que él trata de insinuar.

7. Sin embargo no digo todo estos como quien aprueba todas las maneras de
hablar de los cartesianos; así como también sería temerario reprobar todas las
expresiones de los peripatéticos, es preciso condenar los vicios de lado y lado a fin de
que resplandezca la verdad. Los cartesianos yerran por exceso, los peripatéticos por
defecto. Aquellos pretenden encontrar explicación para todo, y nada les parece oscuro o
insoluble; quieren explicar todos los hechos recurriendo a sus hipótesis, dando como un
hecho y como si lo hubieran verificado en el microscopio, la existencia de ciertas
partículas, átomos o corpúsculos, ramosos o globulares, piramidales, cónicos o
cilíndricos, la materia sutil, para concluir -una vez que todo lo tienen por decirlo así
bien salado o endulzado-: ahí está el hombre con todos sus sentidos y potencias, el león
con sus órganos, el perro, el plomo; estos son los accidentes; ¿acaso deben desaparecer
del alma de los animales los modos y las formas como si fueran fantasmas? ¿acaso

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siente el banco que me sirve de asiento como el toro que recibe una lanzada de manos
de un gladiador? ¿cualidades? Aquí lo ridiculizan todo: el influjo de los astros, cualidad
oculta; los efluvios de los cuerpos, cualidad oculta; el torpedo, cualidad oculta; ¿qué no
traen a cuento? -la rosa, el nitrato, la violeta, la manzana, el limón, de cualidades frías;
el romero, el áloe, el azafrán, la menta, de cualidades cálidas; en fin, mil cosas que
explotan en contra de los adversarios. Esto es pecar por exceso. Los peripatéticos por su
parte, todo lo reducen a unos cuantos términos para explicar los hechos: ello, dicen, se
debe al instinto natural, al apetito innato, a la inclinación natural; es una fuerza puesta
por el Creador en la naturaleza, la causa o razón formal qua (por la cual); con esto es
suficiente, y no hay que andar investigando más, ni la esencia, ni las exigencias,
propiedades y predicados esenciales, constitutivos intrínsecos, accidentes, modos,
especies, cualidades naturales, etc. Esto es pecar por defecto. Y hay que evitar los
extremos: la felicidad y la virtud consiste en el justo medio. No hay que tratar de agotar
todas las explicaciones como los cartesianos, pero tampoco hay que abandonar todo
esfuerzo por aclarar las cosas como los aristotélicos. Algo por lo menos hay que
intentar: la fortuna ayuda a los audaces. Se pueden dar muchas explicaciones como
pretenden los cartesianos, pero sin necesidad de rechazar las expresiones y términos de
los peripatéticos.

8. Pues bien, tratemos de definir la raíz última que explicaría el problema que
venimos estudiando; preguntemos una vez más: ¿qué es en fin de cuentas? Los
cartesianos dirán que es la materia sutil. Muy bien, supongamos que es la materia sutil.
Pero vuelve la pregunta: ¿Y qué es esta materia? ¿en qué consiste? ¿qué es la contextura
inestable de los poros; qué los filamentos, los nexos, las limaduras, los corpúsculos?
¿qué son los cuerpos blandos, los duros, los flexibles, los elásticos y tantos otros? ¿qué
explicación tienen? ¿tal vez la explicación está en algo distinto de ellos? Pero entonces
volveríamos a la misma pregunta: ¿qué es eso? y caeríamos en un proceso en infinito.
Por lo mismo -se diría-, es necesario establecer un último elemento explicativo, del que
ya no haya que salir. Muy bien. pero si este último elemento se reduce a las meras
cualidades, no habremos adelantado nada, porque no es lo último aquello que puede
admitir fácilmente nuevas y nuevas explicaciones como las que suelen proponer muchos
autores. Mi razonamiento es el siguiente: como en cualquier sistema filosófico hay que
llegar en último término a Dios y a sus decretos infalibles como a causa primera de
todo, la raíz última de la explicación en la que hay que detenerse son precisamente
aquellos decretos o leyes naturales puestas por Dios en toda criatura cuando creó el
mundo, leyes que tienen sus términos fijos que es imposible transgredir, como también
es el caso de la cantidad de movimiento, según dijimos antes, y leyes que gobiernan a
toda la naturaleza y que conservan cada cosa en cuanto es posible en su estado
primitivo. Este es el principio y la ley suprema. pero para entenderlo hay que ir
subiendo por sus pasos, en un proceso discursivo que sería el siguiente: se da por
admitido que existen las leyes naturales, que como es obvio, deben ser inmóviles,
constantes, inmutables; así mismo se da por admitido que todas las cosas tienden a
conservar su estado, pues es lo más natural si no interviene una causa o razón especial
para que se cambie. Pero ahora pregunto: aun admitiendo estos principios ¿se podrá
negar que los seres tienen tendencias que les llevan precisamente a conservar lo que les
es propio, que tiene ciertas fuerzas propensiones internas para recobrar lo que acaso
hubieren perdido, no menos que una natural inclinación a observar el trazo de aquellas

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leyes y todo lo que a ellas se refiere? Pues bien, si se admite esto último, creo que
estamos en la misma línea de pensamiento con los aristotélicos. ¿Qué son, si no,
aquellas tendencias y propensiones? -Son precisamente las exigencias, apetitos,
instintos, etc., de que hablan los aristotélicos; luego necesariamente tenemos que hacer
una de dos cosas: o engarzarnos en una discusión de tipo nominalista, o admitir las
expresiones aristotélicas, y las mismas formas sustanciales como raíz y explicación de
los hechos; y éste es el segundo paso. Por último está lo que tiene que ver con la
reducción de estas exigencias y propensiones al acto segundo; esto va para los
aristotélicos: la reducción al acto segundo no puede hacerse si no es mediante el
concurso o acción de innumerables partículas, de diversidad de corpúsculos,
movimientos extraordinarios, de cierta materia sutilísima, de la elasticidad, de poros de
toda clase, etc., cosa que por fuerza deben admitir los aristotélicos, concediendo
también su parte de razón a los cartesianos. Pero yendo al fondo, creo que muchas de las
cosas que provocan tan acres discusiones son pura cuestión de nombre; sin embargo, los
cartesianos están en mejor posición, puesto que dan su explicación sobre cómo las
cualidades se reducen al acto, mientras que los aristotélicos se conforman con decir que
eso es efecto de las cualidades ocultas.

9. Retomando ya el hilo, admito con Milliet que el movimiento se puede


explicar muy bien por la fuerza elástica. Pero, a mi entender, no basta con admitir esto,
como hace Milliet. Hay que indagar y explicar cómo actúa la fuerza elástica. De esto me
ocuparé en seguida a la medida de mis capacidades. A mi entender, la naturaleza de la
elasticidad es la siguiente: Cuando se encuentran dos esferas en movimiento siguiendo
el primer impulso recibido de sus respectivas causas, y golpean sucesivamente el aire
que las rodea, se produce una curvatura o inflexión de las partículas de que están
compuestas, hacia una y otra parte, conforme a la descripción que dimos antes al
explicar el movimiento de la piedra, y como ocurre también al tocar un cordel tenso o la
cuerda de una cítara: por una parte el aire empuja y encorva desde fuera la superficie
opuesta de los cuerpos, y por otra , la elasticidad con su fuerza interna trata de volver a
ponerla en su lugar, con la regulación concomitante de la materia sutil que actúa sobre
la elasticidad del aire -cuya gravedad tiene su explicación en este mismo hecho-, como
también sobre la elasticidad de los glóbulos, al tratar de restablecer en su estado anterior
a los poros que se han estrechado. Así se explica ante todo el comportamiento de la
elasticidad, que es una de las cualidades de los cuerpos duros, y luego, la continuación
del movimiento, que se debe principalmente al peso del aire que pende sobre los
cuerpos duros, y luego, la continuación del movimiento y finalmente, a la larga, el
sucesivo retardamiento hasta llegar a la inmovilidad completa. Y es que la esfera, al
chocar a su paso con tantísimas partículas de aire y comunicarles algo de su
movimiento, no pueden menos de irlo perdiendo poco a poco hasta que lo agota, y
queda reducida a la inmovilidad. Si suponemos, por tanto, que las dos esferas se ponen
en movimiento y antes de detenerse chocan una contra otra, el efecto será el que señalan
las reglas de Descartes: si son dos esferas enteramente iguales y se mueven a igual
velocidad, retrocederán por igual y por el mismo camino por donde vinieron a
encontrarse; y no puede ser de otra manera, ya que, siendo enteramente iguales, no hay
razón para que una retroceda menos que la otra.

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10. Pero suponiendo que la experiencia probara lo contrario y que casi nunca
ocurrieran las cosas tal como acabamos de exponer, no habría razón para creer que la
regla de Descartes es falsa, puesto que hay innumerables causas que explican el diverso
comportamiento de determinados cuerpos. En primer lugar, en un fluido hay infinidad
de cosas que no se pueden percibir por los sentidos, y que son de muy variada
naturaleza; por ejemplo el aire que rodea la esfera, está compuesto de tanta variedad de
partículas, vapores, exhalaciones, átomos y mil otros elementos que apenas si se
distinguen a la vista: entonces, repercutirá también de muy distintos modos en las
esferas. Luego la mesa, sobre la que ruedan las esferas, si éste es el caso, ¿cuántas
desigualdades no tendrá en su superficie? Y la tela que cubre la mesa, cuántos tropiezos
no ofrecerá por las desigualdades del pelaje, del mismo tejido, por tantas otras cosas que
no se ven a simple vista pero que todos sabemos que no pueden faltar. Peor aún si las
esferas rodean sobre la pura tierra. Y fuera de esto, las mismas esferas aunque
externamente parezcan absolutamente iguales, qué cantidad de diferencias
imperceptibles no llevan consigo, en sus miles de partículas, uniones y estructuración
interna, ¡cuántos puntos salientes, curvaturas, desigualdades, ángulos y mil otros
detalles perceptibles sólo a la mirada angélica! Por deducción sabemos que esto es así,
ya que es un hecho que se confirma en diversidad de objetos que, si bien a primera vista
parecen enteramente iguales, sin embargo producen efectos tan distintos que
forzosamente prueban que hay entre ellos una gran diferencia si bien imperceptible a los
sentidos. Más aún, suponiendo que fuera tan iguales que no tengan ninguna diferencia,
no se podrían distinguir entre sí; pero como no puede haber una cosa tan igual a otra que
no tenga algo con que pueda distinguirse de ella, hay que reconocer que aunque
parezcan absolutamente iguales, tendrán no pocas, aunque imperceptibles, diferencias.
Habiendo, pues, de por medio tantísimas causas que concurren para el movimiento de
las esferas de nuestro ejemplo, no hay por qué extrañarse de que su retroceso no sea
enteramente igual. Las esferas que supone Descartes no son como para manejarse con
las manos sino con la pura razón. Y aun me atrevería a decir -aun cuando ello parezca
una total innovación-, que si se diera una perfecta correspondencia entre el hecho
experimental y las reglas señaladas por Descartes, eso mismo serviría de argumento en
contra de ellas, porque sería un indicio de que en algo están fallando, porque no
deberían tener como base una hipótesis que sólo cabe en la mente, sino los hechos tal
como se presentan en realidad.

11. Podríamos tal vez entender mejor este problema analizando el


comportamiento de las columnas o cilindros de aire sobre las esferas. Supongamos una
bola de marfil en una mesa de billar; el jugador la mueve con un primer impulso
perfectamente dirigido; al primer golpe, la bola experimentará una fuerte curvatura,
perderá su rotundidad perfecta y se volverá un tanto plana o alargada, y por
consiguiente desplazará su centro de gravedad. ¿Qué tendremos con esto? -Las
columnas de aire que penden sobre la esfera, presionarán sus partes hacia el centro de la
Tierra ya no como anteriormente sino de un modo distinto; habrá más columnas que
graviten sobre la parte más alargada de la curvatura que sobre la más corta; se perderá el
equilibrio y se moverá la esfera. Sigamos: la esfera, una vez que ha sufrido estas
modificaciones, adoptará una figura alargada, cuyo punto inmóvil, o punto de apoyo,
será el que está en contacto con la mesa; y como en razón de aquella primera curvatura,
hay entrada para más columnas de aire desde el punto de apoyo hasta el otro extremo,

120
columnas que presionan sobre la esfera en forma desigual, es decir con más fuerza hacia
la extremidad de la curvatura y con menos fuerza hacia el punto de apoyo, resulta que la
esfera no puede permanecer estática en esta situación, sino que la parte que sufre mayor
presión del aire, tenderá a ir hacia abajo, y la parte que sufre menor presión, ira hacia
arriba: en esto está el principio del movimiento de la esfera: aquella primera curvatura
es móvil, y si en un primer momento iba en una dirección debido a la fuerza externa que
la empujaba, luego inmediatamente, en virtud de la fuerza elástica y de la materia sutil
toma la dirección opuesta, dando por resultado la formación de una curvatura de sentido
contrario a la anterior, que irá a chocar con otras columnas de aire, haciendo que se
invierta todo el juego con el movimiento del punto de la esfera que antes estaba inmóvil
y con la inmovilización del punto que antes se movía; al repetirse este proceso una y
otra vez hasta que todos los puntos de la esfera en calidad de puntos de apoyo hayan
tocado la superficie de la mesa, se realiza la primera revolución de la esfera, que es
también la más veloz; luego comienza la segunda, la tercera y las demás revoluciones
con la repetición sucesiva del mismo proceso, hasta que con la repercusión del aire que
choca de frente con la esfera, queda ésta sin movimiento, o hasta que choque con otro
cuerpo y lo haga estremecer si es tan grande e inmóvil que no pueda ser desplazado, o lo
mueva en la misma dirección si es menor y capaz de moverse, o retroceda a igual
distancia si se trata de un cuerpo enteramente igual; si se trata de muchas esferas
dispuestas en línea recta y unidas entre sí, con el impacto se moverá únicamente la
última de esas esferas, quedando las demás en su sitio. Como éste se pueden hacer
muchos otros experimentos.

12. Son, pues, muchos los elementos o factores que influyen en el diverso
comportamiento de un cuerpo móvil: la masa misma del cuerpo, la fuerza interna
elástica, el impulso externo, la dirección, las características externas del cuerpo y del
ambiente, etc. con sus correspondientes efectos distintos: curvaturas o inflexiones más o
menos pequeñas o grandes, producidas por la fuerza elástica, diversas modificaciones
según el mayor o menor número de factores externos. Con los principios expuesto será
muy fácil explicar todo lo referente al movimiento ya sea de los cuerpos esféricos ya
también de otra clase de cuerpos, porque no habrá movimiento por extraordinario que
sea, que no se relacione con las diferencias internas de los cuerpos -que bien pueden
parecer iguales a la vista en lo exterior-, o con los distintos factores externos que
intervienen, como el impulso recibido, la dirección, las características del aire, del
terreno, de la mesa de la madera, de la tela, los cuales así mismo, aunque al parecer no
presenten desigualdades perceptibles a la vista, podemos suponer con seguridad -dada
nuestra ignorancia de su contextura interna-, que no son enteramente iguales, toda vez
que no hay dos cosas que sean absolutamente iguales, así como no hay, no ha habido ni
habrá rostro humano que sea exactamente igual a otro. Si los cuerpos que se mueven no
son esféricos, sino una figura distinta que no sea a propósito para moverse
circularmente, v.gr. de figura cúbica, su movimiento tendrá también perfecta
explicación sobre la base de los mismos principios, por la acción de la fuerza elástica y
de las curvaturas o inflexiones que, como hemos dicho, tienen lugar en el proceso, y por
el peso del aire externo que, al ser movido por las inflexiones del cuerpo, aviva su
elasticidad y reacciona golpeándolo a su vez, y empujándolo más y más, hasta que
choque contra algún obstáculo que se presente, como vimos al hablar de las esferas, o
hasta que perdiendo poco a poco su movimiento al chocar contra el mismo aire, quede

121
nuevamente en reposo. El que los cubos no puedan moverse en forma circular como los
cuerpos esféricos, se debe a su configuración que no les permite adoptar las
características del rodillo, lo cual quiere decir que el punto de contacto de un cuerpo
esférico con el plano de la mesa es uno solo, lo que no ocurre con el cubo que tiene
varios puntos de contacto a la vez; además en una esfera la redondez sirve para destruir
el equilibrio, y en el cubo, la superficie plana interviene para conservarlo; en la esfera el
punto de apoyo es uno solo, y en el cubo hay tantos puntos de apoyo cuantos son los
puntos del plano de la superficie: estos puntos se convierten en rémora unos para otros,
reciben por igual la presión de las columnas de aire y hacen que el cubo avance
parejamente pero sin rodar, porque no hay un factor que pueda destruir el equilibrio.
Pero si el empuje sufrido por el cubo es violento, de modo que se lo haga voltear y vaya
cayendo sobre los ángulos que forman las diversas superficies, rodará como un cuerpo
esférico puesto que el impulso externo ha sido tan fuerte que ha llegado a romper el
equilibrio.

13. Para que esto se nos entre más por los ojos y lo entendamos mejor,
pongamos una vez más el ejemplo de lo que ocurre en la visión, como lo hicimos antes.
Bien sabemos la infinidad de matices que pueden revestir los colores, debido al tamiz
del aire y a los cambios notables de luz: no solo hay diferencia de color a color, como si
dijéramos de especie a especie, sino mil matices dentro de una misma clase de color;
colores más vivaces, más brillantes, mas llamativos y hermosos en un cielo sereno, o
más opacos, más turbios, más tristes en un cielo nublado y tempestuoso. El mismo
firmamento contemplado en una noche serena, ¡qué gloria, Dios mío, y qué belleza!
¡qué cielo más azul el de la noche! ¡con qué dulzura hiere nuestros ojos! ¡que distinto de
un cielo en trance de tormenta! ¡qué fulgor el de los astros! ¡qué parpadeo inextinguible
de esas lumbreras eternas! ¡qué visión y qué encanto! Pero todo esto muere en faltando
la serenidad y pureza del firmamento. ¿Por qué tanta diferencia y tanto cambio? ¿No es
uno mismo el objeto que contemplamos, el mismo firmamento, las mismas estrellas? ¿A
qué se debe semejante cambio? No a otra cosa que a las diferentes partículas, vapores,
exhalaciones, nubosidades dispersas por el firmamento y que transmiten la luz de
maneras muy diversas. Por igual a la hora del crepúsculo: el cielo, es un manto con tal
armonía de luces y maravillosos cambiantes que parece un espejo del empíreo. ¿Quién
pone en los cielos un espectáculo tan bello? Los vapores que forman las nubes, y que,
combinados entre sí en perfecta y sutilísima urdimbre y en proporción equilibrada con
el aire, reflejan tan exquisitamente los colores del sol, que acarician deliciosamente
nuestros ojos. Y ¿qué es el arco iris con su múltiple y ordenado abanico de colores, sino
la reflexión y refracción de la luz del sol bajo un ángulo de unos 45 grados en la sección
principal y de 54 en la secundaria, sobre las gotas menudas de lluvia que caen
lentamente? ¿no es admirable que con un mínimo cambio en el ángulo de incidencia de
la luz se formen colores tan distintos como son el rojo, el azul y el amarillo? Todos
sabemos que este fenómeno y tantos otros dependen de la distinta contextura del medio
en que caen los rayos de luz así como de la diversidad de partículas del aire, aun cuando
esta diversidad no se pueda palpar ni percibir a simple vista ni explicar con la claridad
que fuera necesario. Pero dejemos esto, y pasemos a tratar del sonido y de sus
variaciones en conexión con el aire.

122
14. Por de pronto no quisiera tomar el caso de la armonía que imaginaban los
autores de la antigüedad, o sea de la música de los astros, que más era sueño de la
imaginación que realidad correspondiente al movimiento y velocidad de las estrellas.
Fuera de que, a lo mejor es verdad que no se mueve el firmamento sino la Tierra -
hipótesis contraria a la teoría de la música-, parece que para la producción del sonido y
la armonía se requiere algo más que el aura o vientecillo del éter, ya se trate del aire
purísimo que se extiende desde la superficie de la atmósfera terrestre hasta los confines
de los astros, ya también, de acuerdo con la sentencia de Descartes, de la materia
elemental difundida por doquiera en la inmensidad del espacio y en la que están
incluidos los innumerables vórtices de las estrellas y los planetas como en el interior de
un vestido, una envoltura o un inmenso palacio. Parece que no basta el aire para
producir las diferentes clases de sonidos de que tenemos experiencia, si bien es verdad
que no se podría negar la existencia de otros diferentes sonidos a propósito para otra
música de índole superior y más perfecta que pudiera darse en los espacios del
firmamento y aun más allá; digo esto, porque tenemos algo semejante en el agua; los
peces tienen oídos y tienen que percibir determinados sonidos dentro del agua, pues de
otra manera no podrían comunicarse; sin embargo nosotros no podemos percibir esos
sonidos; luego en el espacio también pueden darse sonidos que nosotros no alcanzamos
a percibir. Se de esto lo que fuere, examinemos en concreto los acordes armónicos que
conocemos y comparémoslos con ciertas disonancias: qué sensación de suave armonía
frente a una impresión de tremendo disgusto; con una tersa melodía nos vemos
transportados a los cielos; con un chirrido espantoso parece que se nos abren los
abismos; no hay cosa más intolerable que el gruñido de los cerdos; nada más deleitoso
que la voz melodiosa de los canarios. ¿De dónde se origina una diferencia tan grande?
Todos estos sonidos se producen en la misma Tierra y en el mismo aire: el relincho de
los caballos, el gemir de las palomas, el ladrido de los perros, el croar de las ranas; y en
el agua, los sonidos producidos por los peces, que aunque parezcan y se los llame
animales mudos, sin embargo emiten sonidos, tienen modos de llamarse y de
identificarse. ¿Por qué tanta diversidad de sonidos y voces en un mismo elemento? ¿Por
qué la cítara da un sonido alegre y la zampoña un son melancólico? ¿Por qué el tambor
arrebata los ánimos, el órgano suspende el alma y el sentimiento, la trompeta eleva
enormemente la emoción, el corno es capaz de provocar deliquios con su dulzura de
melodía, y lo que es más interesante, por qué en la noche cualquier música resulta más
agradable y misteriosa, lo mismo que en medio de un jardín, en la espesura de una
selva, a la sombra del acebo o del haya, o a la orilla de un torrente? Y de dónde nace el
eco, ninfa no menos admirable que el arco iris y hermana suya gemela, que habla sin
tener boca, va de aquí para allá sin tener pies, oye sin tener oído, responde sin tener
entendimiento, se multiplica sin generación, así como el iris se viste de una variedad
infinita de colores sin ser dueño de un color, y que no puede ser vista ni palpada porque
no tiene cuerpo; de dónde proviene, repito, ese sonido misteriosos que no se encuentra
en cualquier parte, sino solamente en regiones de rocas y de peñas, o en las montañas y
concavidades. ¿Cuál es la causa de todos estos fenómenos? No otra sino la diversidad
del medio y la variedad de las partículas del aire.

15. La explicación está, pues, en que el aire se mueve de distintos modos: más
suave y lentamente o con violencia; con una o con otra clase de ondulación, ayudado o
retardado por determinadas partículas, de modo que resuena con más claridad o con

123
menos, según sea el ángulo de incidencia, y en determinada dirección vuela con el
viento, o repercute de roca en roca o de concavidad en concavidad. Todos estos y
muchos otros factores son los que producen la variedad de sonidos, ya sea suaves y
agradables, ya estentóreos y detestables, a propósito para contribuir a la armonía o para
destruirla. Así se comprueba en el acorde que resulta de la combinación de dos octavas,
o de la quinta con la tercera. La belleza de la armonía es como la de la visión: la belleza
de las formas y lo agradable que experimentamos en muchos espectáculos, consiste en
la proporción de las partes del objeto y en la reflexión de la luz que al incidir bajo
determinado ángulo impresiona con perfecta claridad la retina produciendo una
sensación agradable; algo parecido tenemos, respecto del oído, en el acorde de dos
octavas o de la quinta con la tercera: se combinan de tal suerte las voces o los sonidos
de las cuerdas, de la trompeta o de la campana que comienza a vibrar al mismo tiempo y
terminan también igualmente y al unísono impresionando limpiamente el tímpano del
oído; y es que las vibraciones del un instrumento, que bien pueden ser menos
frecuentes, concuerdan al comienzo y al final con las vibraciones del otro que pueden
ser más numerosas y frecuentes, en lo cual consiste precisamente la armonía. Si no hay
esta concordancia sino que todo sale revuelto sin orden ni concierto, el resultado será un
alboroto de gansos, o lo que es peor, un barullo de gruñidos de cerdos, o sea disonancia
y ausencia de armonía. Es como en la visión: si en un objeto, digamos en una estatua,
falta la proporción de las partes, o en un cuadro se echa de menos la semejanza con el
prototipo y si además no reflejan adecuadamente los rayos de la luz, no se podrá
admirar la imagen de Júpiter o la belleza de Elena, sino la hórrida visión de algún fauno
o de una medusa. Si, pues, la percepción de un sonido o música agradable depende de la
combinación inteligente y proporcionada de las vibraciones, el placer y el agrado de la
visión depende de la conveniente y precisa reflexión de la luz; de modo que toda la
explicación del fenómeno está respectivamente en la índole de las vibraciones y en el
ángulo de la incidencia de la luz. En la visión pasa más o menos lo que en el espejo: en
nuestra vista se reflejan más o menos rayos de luz, según la proporción de la superficie
del objeto que miramos; en la audición tiene lugar un fenómeno semejante al que se
produce en el agua que está en reposo: si se arroja en ella una piedra se forman en
seguida en la superficie del agua una serie de círculos y ondulaciones que se van
reproduciendo y extendiendo hasta los bordes; con el aire ocurre algo semejante en el
fenómeno de la audición: al estremecerse o vibrar la cuerda de la cítara y flexionar hacia
una y otra parte, comunica sus impulsos al aire, y éste a su vez transmite a la película
del tímpano del oído inflexiones que corresponden a las de la cuerda y que pasando a
través del nervio acústico y de los espíritus animales, resuenan en la glándula pineal; y
éste es el momento en que el alma discierne esos movimientos y vibraciones, como lo
hace con las vibraciones de la visión, y aprueba con agrado los que son bien
coordinados y armónicos o reprueba como insufribles los desordenados y confusos.
Todo esto se entiende fácilmente.

16. Sin embargo, hay algo todavía que puede darnos alguna dificultad: falta precisar
cuál es el principio del movimiento y cómo se producen aquellas ondulaciones o
vibraciones; qué tipo de impulso es el que hace vibrar la cuerda, las cañas de la
zampoña, la campana, para que produzcan un sonido agradable. Siguiendo los
principios expuestos anteriormente, hemos de convenir que estos fenómenos se deben a
la elasticidad que actúa, como siempre juntamente con la materia sutil, lo que casi

124
podemos palpar si examinamos el comportamiento de la cuerda. ¿Por qué, si la cuerda
del violín se extiende con más fuerza, da un sonido más agudo, y si se extiende menos,
emite un sonido grave? ¿No es verdad que con la tensión sufrida por la cuerda, los poros
de los filamentos se estrechan, se aviva y fortalece la elasticidad, las vibraciones se
vuelven más rápidas y el aire también ondula con mayor rapidez, con lo cual los
movimientos llegan también con mayor frecuencia al tímpano del oído y a la glándula
pineal? -Tenemos entonces el sonido agudo o alto. Pero si la cuerda no se extiende con
la misma tensión y fuerza y, por tanto si sus vibraciones son más lentas, o si se trata de
una cuerda de mayor grosor y por tanto incapaz de un movimiento rápido, la reacción de
la elasticidad será menor, las vibraciones serán más escasas y más densas o pesadas, con
el correspondiente efecto en el aire, en el tímpano y en la glándula pineal, y tendremos
el sonido grave o bajo. Estos dos sonidos o tonos son la base para los tonos intermedios
que, distribuidos en la escala de las siete notas, de acuerdo con la nomenclatura
moderna, ut, re, mi, fa, sol, la, si, se combinan entre sí para formar los diversos acordes:
si las cuerdas coinciden con la octava, quinta o tercia, habrá la conveniente
concordancia en las vibraciones, comenzarán y terminarán al unísono, aunque difieran
en las medidas intermedias , todo marchará concertadamente y la impresión producida
en el tímpano y en la glándula pineal será de una cadencias sumamente agradable y
tendremos la consonancia o armonía. Si no hay la conveniente correspondencia de las
cuerdas sino que van parejas por ejemplo con la séptima o la segunda, tampoco irán
acordes las vibraciones, fallarán las medidas y el compás, todo saldrá como
desordenado y precipitado y la impresión producida en el tímpano y en la glándula del
cerebro será como de ruptura y de violencia y totalmente desagradable, con un
sensación de ruido desordenado en vez de cadencia y armonía, y tendremos así lo típico
de la disonancia.

17. El mismo fenómeno se da en las cuerdas bucales, en la zampoña, en la trompeta


y en los demás instrumentos de viento, y sobre todo en el órgano que es el instrumento
que reúne en sí a todos los demás de manera eminente. El golpe del soplido comprime
el aire, y al ser presionadas sus partículas, comprimen y estrechan sus poros en
proporción a la fuerza de la presión, dando lugar a diversidad de sonidos. Cuanto más se
hinchan con la fuerza del soplido o cuanto más grades son los instrumentos, tanto más
agudo es el sonido; y cuanto menores son los instrumentos o cuanto menos se hinchan,
el sonido es más bajo. Los mismo ocurre, a su manera, en las campanas: mientras más
pequeñas, dan un sonido más agudo, y mientras más grandes, un sonido más grave;
aunque también las campanas grandes pueden dar sones más agudos, y los pequeños
sonidos un tanto graves, según que se mayor o menor la fuerza con que se las quiere
pulsar. Pero en términos generales con el tañido de las campanas sucede algo parecido a
lo que dijimos al hablar de las esferas: con la fuerza del golpe que reciben se da una
especie de vibración o de ondulación en el cuerpo de la campana cuya masa reacciona
agradándose o reduciéndose como si se tratara de una cuerpo móvil que se ensanchara y
se contrajera sucesivamente, pero cada vez con menor intensidad hasta volver al estado
de reposo que tenía; o sea, que lo que hace la cuerda de la cítara al flexionar a una y otra
parte del instrumento, lo mismo hace la campana al ensanchar o reducir la masa de su
cuerpo por efecto de las vibraciones, cosa que, por decirlo así podemos ver y palpar, al
escuchar el tañido que es como un grito que lanzan cuando se las pulsa; al vibrar, hieren
el aire, y por medio de él, el oído y la glándula pineal, hasta que con el disminuir

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paulatino de las vibraciones dejan de sonar y se aquietan, porque ha cesado también
todo movimiento, ¿Qué tenemos en el fenómeno que llamamos eco? Aquí el proceso es
el siguiente: el movimiento que recibe del agente o causa primera que lo produce, trata
el eco de imprimirlo o transmitirlo a las rocas o concavidades a través del aire que
afluye accionado por las ondulaciones que en él se han producido; y como las rocas son
más duras de lo que se necesitaría para remecerse, repercuten en ellas las ondulaciones
y regresan hasta los oídos del que emitió el grito, por el mismo camino por donde
llegaron. Se puede también, si se quiere, multiplicar o agrandar el eco con métodos
artificiales, de modo que el sonido o la voz que en un comienzo eran más bien
moderados, se conviertan en clamor de trueno al ser condenados en una sola concavidad
y hacerlos repercutir pasando por una serie de transmisiones de ida y vuelta, fenómeno
parecido al de los rayos del sol que, concentrándose en un punto focal a través de una
lente, pueden levantar llama. En todos estos fenómenos intervienen, como ya se ha
dicho, principalmente la materia sutil, la elasticidad, los poros, la figura de los
instrumentos y los demás factores o circunstancias que concurren para un efecto
determinado; intervienen también pero en menor medida, la distinta constitución del
aire y del ambiente o del clima, la diversidad de sus partículas que pueden alterar de mil
maneras y retardar o acelerar la fuerza y acción de la elasticidad, e introducir tantos
cambios en los sonidos y en la música.

18. Lo dicho hasta aquí se refiere a los cuerpos duros y elásticos. Pasemos a
considerar los cuerpos blandos, cuyo comportamiento puede ser más difícil de explicar,
sabiendo como sabemos por experiencia que, por ejemplo dos esferas hechas de Tierra
blanda, al chocar entre sí no sólo no retroceden sino que se paralizan como matando
todo movimiento. Esto no obstante, sostengo lo mismo que ya he dicho al tratar de los
cuerpos elásticos, pues también en el caso de los cuerpos blandos se debe atribuir a la
elasticidad y a la materia sutil y a la resistencia del aire tanto la continuación del
impulso recibido por dichos cuerpos como su pérdida paulatina y sucesiva, pero con
esta diferencia, que la elasticidad en los cuerpos blandos se puede llamar transeúnte, y
en los cuerpos duros, permanente. Veamos cómo se explica esto; los cuerpos duros
están compuestos de partículas muy compactas y unidas entre sí, sus filamentos y sus
nexos internos son mucho más fuertes, es decir de figuras distintas, v. gr. ramosas y
encorvadas, lo que hace que puedan entrelazarse más íntimamente y no desunirse tan
fácilmente; en cambio los cuerpos blandos se componen de partículas muy diferentes, y
sus filamentos son más débiles, menos compactos y por decirlo así, solamente
superpuestos, de forma quizá cilíndrica, sin puntas o ramificaciones ni curvaturas, sino
en forma de un simple haz de bastoncillos. Es fácil entonces de entender lo que dejé
asentado en las líneas anteriores, a saber que hay dos clases de elasticidad, una que yo
llamo elasticidad transeúnte, y otra que llamo elasticidad permanente: en los cuerpos
duros los filamentos y ligaduras, aunque se conmuevan y experimenten hundimientos o
inflexiones en una dirección u otra, no se rompen ni se desunen tan fácilmente, sino que
resisten al ímpetu con absoluto vigor, y luego con el flujo de la materia que reciben,
vuelven a su estado primitivo con la correspondiente recuperación de la tamaño de los
poros; y por eso dichos cuerpos o esferas conservan más tiempo el movimiento y si
llegan a chocar, retroceden, como ya lo demostramos; y en esto consiste la elasticidad
permanente. En cambio en el caso de los cuerpos blandos, aunque los filamentos y los
pocos nexos que tienen, presentan alguna resistencia al chocar contra el aire que es

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todavía más inconsistente, y aunque se mueven elásticamente en forma pasajera, sin
embargo si chocan entre sí, con el mismo golpe se aplanan inmediatamente y se quedan
en el mismo sitio sin poder avanzar o retroceder, ya que sus poros han perdido su
primera configuración y han adoptado otra que permite el tránsito prácticamente libre de
la materia sutil, y por lo tanto han perdido la elasticidad y con ella todo el movimiento,
y ya sabemos que para que el movimiento pueda continuar es necesario que haya
intercambio sucesivo entre las inflexiones que experimentan los poros y la inmediata
reacción en sentido contrario. Esta característica de los cuerpos blandos es la que
corresponde a la elasticidad transeúnte. Por lo demás, el movimiento de estos cuerpos
pasa insensiblemente a las partículas del aire circundante, y así permanece inmutable la
misma cantidad primitiva de movimiento.

19. Esta explicación no constituye un misterio, ni es cosa del otro mundo. Más bien
es una explicación plausible de los fenómenos experimentales. Con ella queda probado
que un movimiento no es contrario a otro sino sólo a la inmovilidad. Se identifica la
causa receptiva del movimiento que se pierde y los diversos efectos que se producen de
acuerdo con las características y magnitud de los cuerpos. Se capta además fácilmente
en qué consiste según Descartes, la dirección o trayectoria del movimiento, que Milliet
no quiere entender: no es un modo que se añade al movimiento, como alguien puede
pensar; tampoco es el mero movimiento o la mera relación, como pretenden los
adversarios, ni cuestión de palabras sin sentido; es cierta relación distinta del cuerpo en
movimiento, un modo intrínseco a él, y a la vez distinto de él pero sólo moralmente, no
real y adecuadamente, modo que el cuerpo por sí mismo y por su esencia adquiere con
relación a los otros cuerpos junto con los cuales se mueve o con los que está unido y
mezclado, y a los cuales los presiona y empuja como dominador, o por los cuales es
presionado y empujado como perdedor y más débil. Esto y nada más es la trayectoria o
dirección del movimiento. Para que haya relación entre mi persona y una pared, y entre
la pared y mi ojo o mi persona, ¿se requiere acaso algo más que la ubicación mía en mi
lugar y la ubicación de la pared en el suyo? Pues apliquemos lo mismo al movimiento:
la dirección del movimiento en una esfera, es la misma esfera que, por no poder
moverse a una parte determinada por causa de un obstáculo que tiene delante, se mueve
hacia otra parte; en una palabra, es únicamente la continuación o prolongación de la
elasticidad adquirida hacia la parte más débil o de menor resistencia que es la parte
hacia la cual el cuerpo en movimiento es empujado con más fuerza por la partículas del
aire y por las columnas que le sobrevienen sucesivamente; hacia allá se dirige el cuerpo,
sin que esto signifique otra cosa sino mayor fuerza en el cuerpo que se considera
vencedor, y menor en el que se supone vencido, en otras palabras no significa sino que
se ha destruido el equilibrio. Y todo esto se explica por la sola relación mutua entre los
cuerpos, es decir entre las esferas y entre éstas y las partículas de aire y demás
elementos que intervienen, y a los más sólo implica una distinción modal, o de la
distinción inadecuada a que nos hemos referido, en virtud de la cual dichas relaciones se
distinguen sí realmente de sus correspondientes sujetos a los que modifican, pero sólo
con distinción inadecuada.

20. Para mayor claridad, digámoslo del modo siguiente: las partes de la materia de
la atmósfera cercanas a la Tierra y que gira continuamente de oriente a occidente, como

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establecen la hipótesis de Descartes, son más densas y de mayor superficie que las
partículas que giran en las proximidades del cielo, que son mucho menores, más sutiles
y de mayor superficie; por otra parte, las partículas son tanto más veloces cuanto más
cerca están al centro de la Tierra, y tanto más lentas cuanto más alejadas de dicho
centro. Ahora bien, como a pesar de haber sido lanzadas mucho más lejos las partículas
superiores se mueven más lentamente que las inferiores, debido a su lentitud resisten
también mucho más el impacto de las partículas inferiores y no abandonan tan
fácilmente el sitio que ocupan. ¿qué hacen entonces las partículas inferiores? Como a
pesar de moverse con mayor rapidez, no pueden abrirse camino hacia arriba, cambian su
trayectoria y en vez de seguir el rumbo en línea recta hacia el cielo, tienen que
cambiarlo tomando la dirección circular. Esta es la dirección o trayectoria del
movimiento. Es exigencia de toda cosa perseverar en el estado y sitio en que está,
mientras no sea perturbada o desplazada violentamente por otra, y lo que no logra por
un camino tratará de alcanzarlo por otro, pues la naturaleza siempre logra sus efectos
por la vía más fácil. Lo que hemos dicho del aire se entiende todavía más fácilmente
tratándose de la materia sutil: según nuestra hipótesis ella con su movimiento primario
se mueve mucho más rápidamente de oriente a occidente, pero de tal suerte que, con
movimientos secundarios, puede durante su trayectoria tomar cualquier dirección,
convirtiéndose así en el principio de todo movimiento y en causa efectiva de toda
elasticidad. Pero no se mueve igualmente en todas partes, sino más lentamente cuanto
más alejada está del centro de la Tierra y tanto más rápidamente cuanto más cerca está
de él. Así mismo cuanto más alejada está de la Tierra, es tanto más sutil y más fluida, lo
mismo que el aire que es más puro en las partes superiores y más denso en las
inferiores; y esto, porque la materia sutil está más comprimida en los estratos inferiores
en donde sus partículas se cohesionan más estrechamente, mientras que en los estratos
superiores, en donde encuentran espacios más abiertos, tienden a disgregarse, a volverse
más tenues y a ensanchar su superficie; como efecto de esta situación, la materia se va
haciendo indefinidamente más tenue, más sutil y fluida en sus porciones superiores que
en las inferiores, sin que por ello aumente su velocidad; pero esto último hay que
entenderlo solamente del movimiento ya mencionado de oriente a occidente, porque
tratándose del movimiento de rotación de cada partícula sobre su propio centro, más
bien sucede lo contrario; las partículas superiores se mueven con más velocidad que las
inferiores, ya por ser más pequeñas y con mayores superficies y por tanto adoptan más
fácilmente el movimiento circular, ya también por el hecho de que no se cohesionan
como las inferiores.

21. Esto en cuanto a la primera regla, y queda despejado el camino para la


explicación de las restantes. Veamos la segunda: convengamos que los hechos
experimentales sean como los presenta Milliet, y que sea falso que los dos cuerpos
blandos a los que se refiere la regla, retrocedan con la misma velocidad que llevaban
antes, y que lo único que queda después del choque es el exceso de movimiento del un
cuerpo sobre el otro. Concedamos también que en la mayoría de los casos no salgan las
cosas exactamente como se dice aunque se manejen cuerpos perfectamente duros y
elásticos. Sostengo no obstante, que de aquí no se sigue nada en contra de la verdad de
la regla, como consta de lo expuesto anteriormente. En efecto, cualquier inexactitud o
divergencia, tiene su explicación, pues corresponde a las variantes de los elementos
blandos o duros, fluidos o en movimiento, de los que producen el impacto o que lo

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sufren, es decir a la diversidad de partículas que componen el aire y de los cuerpos que
intervienen, y a la diversidad también de las demás circunstancias, aunque nada de esto
es perceptible a los sentidos y más bien parece que se mantiene dentro de una perfecta
igualdad; pero no es así, y la prueba es que producen diversos efectos ya sea en relación
con el movimiento, ya en relación con el tipo de elasticidad. Lo mismo vale, guardadas
las proporciones, para la 3ª, 5ª, 6ª y 7ª regla. Las razones que se aducen en contra de
ellas, se basan en los experimentos que llevamos a cabo en nuestro medio, y como no es
posible contar con aquellos elementos ideales que supone Descartes, son razones que
jamás lograrán destruir la evidencia de su hipótesis. Pero me extraña sobremanera la
diversidad de pensamiento que tienen estas dos lumbreras de las Matemáticas y la
Filosofía, diversidad que no alcanzo a entender: más fácil me sería comprender todo lo
relacionado con la naturaleza que esta divergencia tan completa: Descartes sostiene que
lo que afirma es tan evidente que ni siquiera hace falta probarse; Milliet en cambio
asegura que de ente las aserciones de Descartes unas son falsas, otras falsísimas,
ininteligibles y contrarias a la experiencia; aún más, me admira -dice Milliet- la audacia
con que se propone y establecen reglas tan contrarias a la experiencia; y en otro lugar
añade que no se pudo haber dicho cosa más absurda en esta materia; y concluye con el
siguiente juicio sobre la teoría de Descartes: ¿Qué se puede esperar de bueno en una
teoría que da reglas tan erróneas sobre el movimiento que apenas hay una que se
sostenga?

22. La cuarta regla es la única que necesita alguna mayor explicación. Veámoslo:
parece contrario a la razón el afirmar que uno ofrezca menor resistencia a una fuerza
menor que a una mayor, o en otras palabras, que un cuerpo en quietud ofrezca mayor
resistencia a una velocidad mayor que a una menor, como si no fuera evidente que una
fuerza mayor ofrece más resistencia a una fuerza menor que a una mayor ¿A quién se le
ocurre que se actúe o trabaje más estando inmóvil que estando en actividad? Esto podrá
darse en el mundo de lo civil, pero no en el de la física. ¿Vamos a decir que Pedro
manteniéndose inmóvil y en actitud meramente pasiva puede ofrecer mayor resistencia
a un gigante que lo ataca, que a un pigmeo? Al pigmeo le puede derribar de un soplo, al
gigante, ni con todas las fuerzas. Una ciudad amurallada, por el sólo hecho de estar
amurallada ¿resistirá más a un ejército de cien mil hombres que a uno de diez mil? El
primer ejército la destruirá con una sola arremetida, el segundo apenas si podrá hacer
mella en la ciudad. Pues bien, esto es lo que parece establecer la cuarta regla de
Descartes. ¿Puede haber cosa más absurda? Pues para que veamos de una vez cuán
ciegos somos, y para convencernos de cómo no hay cosa en que no estemos libres de
error y para que acabemos de rectificar nuestros pronunciamientos acerca de lo que
afirma Descartes, el mayor filósofo de todos los tiempos, aunque a primera vista nos
parezcan tan absurdas como lo que dice en esta regla del movimiento, sírvanos de
contraprueba el error clarísimo que estamos cometiendo justamente aquí. Porque
pregunto yo: ¿No requiere uno mayor fuerza para vencer a un gigante que a un pigmeo?
¿No emplea mayor fuerza la ciudad que resiste al ataque de cien mil hombres que al de
diez mil? ¿Quién puede dudar de esto? Cuanto mayor es la fuerza que ataca tanto mayor
tiene que se la fuerza contraria a ella. A un pigmeo se resiste con la intensidad de uno, al
gigante, con una intensidad de seis. Un muro con determinadas característica de
fortificación bien pude resistir el ataque de diez mil hombres, pero el de cien mil no
podrá resistir aunque tenga una fortificación seis veces mayor. Pueden multiplicarse los

129
ejemplos. Pues esto es lo único que dice Descartes al afirmar que un cuerpo en quietud
resiste más a una fuerza de velocidad mayor que a una menor. Es decir que, como en
una velocidad mayor hay más fuerza, más ímpetu, más eficacia, más esfuerzo que en
una velocidad menor, de acuerdo con este exceso de lo mayor sobre lo menor habrá de
regularse la fuerza, el ímpetu, la eficacia y el esfuerzo que tendrá que emplear el cuerpo
en quietud para resistir al cuerpo que lo ataca; y si acaso le sobran todavía fuerzas, no se
las toma en cuenta para el caso, porque sólo se trata de comparar el grado de fuerzas del
cuerpo atacante con los grados de fuerza del que resiste; y es evidente, como lo muestra
la misma razón natural, que un cuerpo en quietud opone mayor resistencia a una
velocidad mayor que a una menor. ¿Cómo puede decir Milliet que no puede entender la
razón de esto y que no es conforme el buen sentido?

23. Ríase quien quisiera al escuchar muchas otras proposiciones de nuestro filósofo:
que por ejemplo una piedra arrojada al aire, al bajar de nuevo a la Tierra no lo hace por
la gravedad, sino porque es impelida por otro factor desde arriba; que los objetos en sí
mismos no tienen color, sino que él se debe a un engaño según el cual atribuimos a las
cosas lo que tan sólo existe en nuestra mente; que, aun cuando las cosas que vemos son
realmente divisibles hasta el infinito, sin embargo deben calificarse no como infinitas
sino como indefinidas, y que si llegamos al infinito, debemos detenernos en él sin pasar
adelante; que al ser amputado un pie, no se siente el dolor en el mismo pie, sino
únicamente en la glándula pineal; que nosotros para llegar a la verdadera sabiduría,
debemos una vez dudar de todos los principios y demostraciones matemáticas, más aún,
del mismo Dios (esto es una forma especulativa, no práctica), y esforzarnos por hacer lo
mismo respecto del propio pensamiento que actualmente tenemos, hasta llegar a algo,
de lo cual, aunque dudáramos, todavía sería verdadero el hecho de nuestra duda; que el
cielo que nos cubre no gira con sus astros, sino que más bien somos nosotros los que, a
una con el globo de la Tierra, giramos alrededor del sol, y que a cualquiera hora, aunque
estemos tendidos en el lecho con la mayor tranquilidad, recorremos más de 28 323/500
leguas francesas y 2.000 hexápodos, suponiendo que el ámbito de la periferia de la
Tierra es de 123.750.720 pies o 10312 14/25 leguas; que el viento general de la zona
tórrida no sopla de oriente a occidente como lo sentimos, sino que por un error nuestro y
siendo así que a una con la Tierra nos movemos de occidente a oriente, atribuimos al
viento el movimiento que nosotros realizamos, más ilusos en esto, que el poeta que al ir
avanzando la nave decía en expresión poética: urbes y puertos más y más se alejan, más
ilusos, digo, pues nos empeñamos en atribuir al viento el movimiento nuestro; y con
éstas, otras muchas proposiciones: que el fuego propiamente no quema, ni el hielo
enfría, que la nieve no es blanca, ni la tinta, negra; que el azúcar no es dulce, ni la hiel
amarga, etc.; que mientras el perro come un trozo de carne, verdaderamente ni lo come,
ni lo huele, ni lo ve; que cuando se lo llama no oye, cuando se lo golpea no siente, y que
por lo tanto es un puro autómata (lo cual sin embargo no se debe conceder fácilmente);
en cambio que el niño todavía no nacido y encerrado aún en el vientre de su madre,
piensa ya efectivamente. Vuelvo a decir, que al escuchar todo esto, ría quien quisiere,
pero que recuerde también los errores antiguos, y recuerde que en todas estas cosas
puede nuestra mente engañarse, imbuida como está de tantos prejuicios y casi siempre
engañada por falsas opiniones; y que por lo tanto no hay nada tan disparatado que por lo
menos no merezca examinarse.

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24. Quiero añadir algo acerca de los demás sentidos. Como la visión y la audición
siguen las características de los cuerpos elásticos, los demás sentidos siguen las de los
cuerpos blandos. Entre los cuerpos blandos están todos aquellos que satisfacen el
sentido del gusto, el del tacto y el del olfato, como una rosa, la seda, la miel, el vino;
cuanto más suave es un cuerpo se lo apetece con mayor avidez; y ¿a qué otra cosa se
inclina con más fuerza nuestra naturaleza depravada, si no es la carne y al regalo?
Ciertamente si nos limitamos a oler las piedras, a comer huesos, a palpar los metales, no
experimentaremos ningún deleite sensible. Los cuerpos suaves y blandos son aquellos
que deseamos con mayor avidez. ¿Cómo son y cómo operan estos cuerpos? ¿Qué es la
fragancia de una rosa, la suavidad de la seda, la dulzura de la miel, la nobleza del vino?
Justamente es lo que tratamos de averiguar. Sostengo, para decirlo en pocas palabras,
que la fragancia se debe a los efluvios y corpúsculos que se propagan por el ambiente,
como se puede ver y casi palpar en el incienso que se quema y en muchos otros cuerpos
o sustancias. Estos corpúsculos transportados por el aire penetran en la nariz y se fijan
en el nervio orgánico como diminutos pinchos, o como las partículas de polvo de rapé
que atraídos por el aliento se adhieren a las paredes internas de la nariz, y son los que,
debido a la acción del nervio del olfato y al aflujo de los espíritus, hacen sentir en la
glándula el movimiento que llamamos fragancia. En cuanto al tacto, la mejor manera de
entender lo que es la suavidad es lo que se experimenta cuando se frota suavemente la
seda sobre la piel del cuerpo: cuando esto sucede, los espíritus animales latentes en los
nervios tienen una sensación tan placentera que por la acción de la glándula uno se da
cuenta de que algo grato le está ocurriendo. La dulzura de las bebida y la sabrosura de
los alimentos se explican también de un modo semejante, por las mociones y reacciones
que tienen lugar en la lengua y en el paladar: las partículas por ejemplo de la miel y el
vino impregnan y conmueven a su paso, de tal manera los filamentos del órgano del
gusto que automáticamente se produce en el alma aquel efecto agradable que llamamos
gusto. Así se explica cómo el alma, con estas sensaciones agradables, se complace y
producen aquellos afectos que nos causan deleite y que son la fragancia, la suavidad, el
buen sabor. Por el contrario, si en vez de experimentar una suave caricia, lo que
sentimos es una fricción áspera y violenta que tiende más bien a destruir el órgano y no
a proporcionarle halago, el alma sentirá disgusto y el afecto que producirá tendrá que
ser una sensación de hedor, aspereza, amargura, sensación que tendrá lugar también en
el mismo miembro y en la misma potencia orgánica, como veremos en seguida. Pero
propiamente el conocimiento, ocasionado por los diversos movimientos de la glándula
producidos por el aflujo de los espíritus, reside sólo en el alma; concurren desde luego
para el proceso, los siete pares de nervios y el octavo que es el nervio vago y sus
correspondientes ramificaciones de músculos, como instrumentos inmediatos y
próximos.

25. Antes de pasar adelante queda sólo resolver una grave dificultad: ¿sentimos en
realidad el dolor o cualquier otra sensación en el sitio en que se produce o únicamente
en la cabeza y en la glándula pineal, como enseña Descartes? Porque a la verdad, dice
él, no faltan hombres que se quejan de un dolor intenso, que sienten por ejemplo en el
brazo o en el pie a pesar de que no tienen el brazo o el pie, como es el caso de algunos
soldados que habiendo recibido en la guerra una grave herida, para no perder todo el
cuerpo sufren fácilmente la amputación de un miembro. Voy a explicar desde luego con

131
alguna detención este punto, pero ante todo digo que la interpretación de la mente de
Descartes debe ser distinta de la que hasta ahora se ha dado, y esto por dos razones:
primera, porque de los principios del mismo Descartes se deduce justamente lo
contrario, y segunda, porque es contra el sentido común el no sentir el dolor en el punto
en que se ve y se siente que está la causa del dolor. Si así fuera, Dios nos estaría
engañando continuamente. Todos los hombres, ya sea viejos o jóvenes, varones o
mujeres, niños o niñas, blancos o negros, hindúes o europeos que existen o han existido,
todos absolutamente, han juzgado siempre que sienten realmente el dolor en el miembro
que ha sido herido, por ejemplo en el pie, en el brazo, en el vientre, en el estómago; y lo
mismo opinan todos los médicos, y testifican los enfermos, y es lo que se ha
manifestado en todo tiempo; más aún, hasta los animales dan muestras con sus diversas
reacciones, de que sienten el dolor en el miembro que ha sido herido. Si las cosas no
fueran así (y añado, si los animales no tuvieran realmente alma) ¿podríamos decir que
Dios no nos está engañando continuamente? De esta conclusión deduce Descartes, a
otro propósito, la existencia de la materia, de la extensión, de los cuerpos y el hecho de
que tengamos manos y pies, etc. Porque si no, se seguiría que Dios siempre nos engaña,
y por lo tanto, dejaría de ser el Ente perfectísimo, y esto es inadmisible. ¿Por qué
entonces no hemos de concluir lo mismo en tratándose del dolor? Del error en que caen
algunos en lo tocante a la materia, al juzgar que tienen verdaderos cuernos y cola, no
deduce Descartes la no existencia de la materia, ni que Dios deba ser tratado de falso,
sencillamente porque de un caso particular no se puede deducir una conclusión general.
¿Por qué entonces se ha de deducir de unos cuantos casos particulares, y de que alguien
que no tenga mano crea que siente dolor en la mano, por qué, digo, se ha de deducir
como conclusión general que el dolor no está en la mano? No obstante, del hecho de
que todos generalmente atestigüen lo contrario, no se puede deducir que Dios nos
engaña, a pesar de que es un axioma que por lo que acontece de ordinario se puede
deducir la verdad de un hecho. Pregunto a los cartesianos: ¿es posible que uno sienta
clara y distintamente que no tiene dolor en la mano, siendo así que clara y
distintivamente siente el dolor en la mano y no en otra parte? ¿Por qué si la mano
padece de quiragra, no siente el efecto más bien en el pie, o cuando el pie sufre de
podagra, no la siente y se queja más bien de la mano? ¿Por qué no se queja del dolor en
los ojos, o en los oídos o en cualquiera otra parte del cuerpo? Tiene que haber algo
especial en la mano para quejarse de un dolor en ella antes que en otra parte. ¿Cuál es
ese elemento o causa determinante?

26. Un movimiento fuerte y fuera de lo natural, responde Descartes, movimiento


producido en los nervios de la mano por la acción del hierro o de algún humor acre y
pungente, como en el cado de la quiragra, que conmueven los filamentos, fibras y
tegumentos de los nervios de tal manera que los espíritus animales no se propagan con
el sosiego que solían por los conductos desde la mano hasta la glándula, sino de un
modo violento y contrario a lo acostumbrado. Lo que hay, dice descartes, es más bien
un cambio del miembro, o un foco de enfermedad que se origina en alguna parte del
cuerpo, cosas que se deben o a la violencia del hierro que corta los nervios y turba los
espíritus, o a los humores pútridos y fermentados que con su acción ácida muy corrosiva
sus movimientos desordenados hacen los mismo que el hierro: arremeten contra los
nervios, doblegándolos o escoriándolos con más violencia de la que conviene, y con
ello, excitan de diversas maneras a los espíritus, con toda suerte de movimientos o

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síntomas: ya sea punzando, apretando o hinchando los vasos, ya presionando, acortando
o retardando el flujo de los humores o inclusive causando escisiones y rupturas según
sea el tipo de la enfermedad, pues hay enfermedades que provienen del exceso y las hay
que provienen de la falta en el flujo de los espíritus. Esto es, insiste Descartes, lo que se
da en la mano o en el foco de la enfermedad, y no se da en otra parte del cuerpo. Pero el
dolor que creemos que se da allí, es otro de los prejuicios que traemos desde la niñez y
que tienen las gentes del pueblo, prejuicio que hace pensar sin más que lo que está fuera
de nosotros, existe formalmente en nosotros; como el color que a primera vista creemos
que está en la pared y que nos hace juzgar que la pared es realmente blanca en sí misma,
siendo así que el color no es sino el movimiento que se produce en los ojos. A decir
verdad, el dolor reside solamente en el alma y no en el cuerpo; y la prueba es que, si se
nos arrebata el alma, no sentiríamos nada, como no siente el cuerpo exánime, ni el árbol
que se corta, y como tampoco sentimos cuando estamos profundamente dormidos; más
aún, cuando sentimos dolor en alguna parte de nuestro cuerpo, lo sentimos como algo
que estuviera fuera de nosotros mismos. Es el caso, dice Descartes, que en un individuo
que carezca de mano, pueden darse todos aquellos síntomas y todos aquellos
movimientos, tal como se daban cuando aún tenía mano, y por tanto bien puede ser que
se queje del dolor de la mano. Pero expliquemos este aserto.

27. Hay que sostener, en primer lugar, que no se puede decir en sentido vulgar, lo
contrario de lo que todos decimos, a saber que sentimos en el miembro en donde
sabemos que está la causa del dolor o de la enfermedad; pero en sentido filosófico hay
que hacer una distinción: porque, una de dos: o hablamos del conocimiento reflejo por
el que juzgamos del propio dolor que sentimos y sabemos por ejemplo hasta qué punto
es acre, pungente, intolerable (y lo mismo digamos de cualquiera otra sensación, ya sea
de disgusto ya de halago, pues los mismos principios sirven para el raciocinio),
hablamos, repito, del conocimiento reflejo por el cual se conmueve nuestra alma
espiritualmente en su interior y nos dolemos o nos sentimos mal, y entonces hay que
admitir que este dolor ciertamente no se da en la mano o en el miembro en el que está la
causa de la enfermedad, puesto que ese pensamiento es algo espiritual, es un modo y un
estado particular del alma, que no puede ser inherente a ningún cuerpo; y al afirmar esto
Descartes tienen razón; o hablamos del pensamiento directo acerca de aquel dolor, es
decir de la sensación inmediata de la enfermedad o de la violencia que sentimos
externamente a través de los miembros por acción de los espíritus animales, y entonces
afirmo que no hay razón especial para decir que sentimos en el cerebro y en la glándula
antes que en la mano y en todo el cuerpo. Y mi argumento es el siguiente: ¿Por qué se
ha de negar que se dé en una porción grande aquello que se admite que se da en una
porción pequeña? No es mayor la dificultad en un caso que en el otro. La glándula es un
cuerpo que tienen extensión y es divisible, lo mismo que todo el cuerpo; luego no hay
razón para que el alma sienta más bien en la glándula y no en la mano o en todo el
cuerpo. Es falso además, aquello que sostiene la escuela cartesiana, de que el alma tenga
su sede únicamente en la glándula pineal, como si ella fuera el auriga del carro de
Israel, para dirigir por medio de los nervios, como con frenos puestos a propósito,
nuestro cuerpo; esta es una idea totalmente ficticia y totalmente impropia tratándose del
alma que es espiritual, y algo que ni el mismo Descartes afirma, ni ningún otro que
considere el alma desde un punto de vista más alto. El alma en efecto, no está menos
presente en todo el cuerpo que en aquella glándula, porque su presencia, como se

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explica en otro lugar, es algo muy distinto de lo que hasta ahora hemos pensado;
aunque, desde luego no podemos negar que solamente en el cerebro tomamos
conciencia de nuestro conocimiento.

28. Por consiguiente, si como he dicho, nos referimos a la sensación directa, es


decir, al dolor que percibimos inmediatamente en el miembro que ha sido herido, es
cosa cierta que el alma siente ese dolor en el mismo miembro en el que tiene lugar,
porque también allí el alma está presente toda vez que está unida con todo el cuerpo, y
no hay razón alguna para que se deje de sentir algún efecto inmediato de tal unión. Pero
si se trata del pensamiento reflejo, por el cual conocemos nuestro dolor, hay que admitir
que nos parece que lo conocemos en el interior de la cabeza, en el cerebro y sobre todo
en la glándula, como dice Descartes; aunque de hecho no lo conocemos ni allí, ni en
otra parte como en la mano o en otro miembro del cuerpo, sino en general únicamente
en nuestra alma, de un modo semejante a lo que decimos de Dios, que antes de la
creación del mundo no estaba en ninguna parte sino en sí mismo. Y la razón es la
siguiente: conforme a los principios expuestos anteriormente, los términos allí, en otra
parte, en ninguna parte, la ubicación, la duración, etc. que sirven para referirnos al
lugar o al tiempo, no se pueden aplicar a los espíritus y a las almas, porque son propias
solamente de los cuerpos y no de las almas y de los espíritus, cuya presencia en los
cuerpos, aunque sabemos que se da, no la podemos explicar. En cuanto al hecho de que
nos parece que el conocimiento tiene lugar únicamente en la cabeza, se explica porque
siempre acompaña al pensamiento espiritual una sensación y un movimiento que, por
medio de los nervios de todo el cuerpo van a parar en la glándula como a su única meta
y de los cuales depende necesariamente sólo como de causa o condición, el pensamiento
espiritual, no solamente el directo, por el cual experimentamos la sensación, -este
pensamiento depende igualmente de todos los movimientos que tienen lugar en el
cuerpo-, sino sobre todo el pensamiento reflejo, por el cual conocemos que sentimos
algo: este pensamiento in fieri (en el proceso de su producción) dice relación
únicamente a los movimientos de la glándula, y no a los movimientos que se extiende
por todo el cuerpo. Esta es la razón de que advirtamos que conocemos únicamente en la
cabeza, y es también la razón de por qué el alma piensa en la cabeza que siente en todo
el cuerpo todo lo que le sucede, ya sea bueno y agradable a los sentidos, ya malo y
desagradable, porque está presente en todo el cuerpo por igual aun cuando el juicio
dependa tan sólo de la cabeza.

29. Así pues, este juicio reflejo, por el que conozco que siento, si bien es algo que
se siente en le cerebro, como acabamos de decir, es un juicio que en realidad no tiene
lugar allí, ni en otra parte del cuerpo, sino únicamente en el alma; lo que sucede es que
por el prejuicio que nos domina, atribuimos aquella reflexión a la cabeza y al cerebro,
siendo así que debe atribuirse sólo al alma, prescindiendo de todo lugar; lo cual no
quiere decir que no sintamos inmediatamente en todo el cuerpo, porque para esto hay
una razón, cual es la presencia y la unión de la misma alma con el cuerpo. Esto lo
podemos confirmar y comprobar si examinamos con mayor atención y cuidado lo que
ocurre en nosotros cuando estamos pensando. Cuando pensamos reflejamente no
sabemos en realidad en dónde estamos, y esto es señal de que el pensamiento excluye
todo lugar y todo lo que es material, ni dice relación más con el cerebro o la cabeza que

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con los demás miembros del cuerpo, sino que es algo enteramente distinto que nunca
podremos entender ni explicar. Qué responder a lo siguiente: supongamos que tengo mi
pensamiento puesto en la Tierra, y que de pronto elevo la mente al cielo y la concentro
en el sol: ¿toco de alguna manera o incluyo en mi pensamiento al especio intermedio
entre la Tierra y el cielo?- De ninguna manera; ni siquiera toco al lugar en que
concentro mi pensamiento; porque estas realidades son materiales, que no tienen
relación íntima con el ser espiritual. Si, pues, con el pensamiento no toco estas
realidades, ¿Cómo o por qué tengo que tocar el lugar en que producen los mismos
pensamientos? ¿Por qué la cabeza, o la glándula, siendo así que no son menos
materiales que el sol y que los cielos? Algo semejante tenemos en los colores y en las
realidades que se encuentran fuera de nuestro cuerpo: aunque nuestra alma no está
presente en la pared ni en los objetos externos, ni está unida a ellos como lo está a
nuestro cuerpo, y solamente tiene con ellos una relación externa, ab extra, sin embargo
cometemos un error todavía mayor que en el caso del pensamiento, pues imaginamos
que los colores existen en realidad por sí mismos, y ponemos fuera de nosotros, ad
extra, aquello que solamente existe en nuestro interior, es decir los movimientos
internos de nuestras potencias; y en el otro caso, relacionamos con nuestro interior, ad
intra aquello que sólo es externo a nosotros, ad extra, a saber nuestro pensamiento,
invirtiendo irreflexivamente las cosas y engañándonos con tantos prejuicios.

30. Por lo dicho se entiende cómo hay que juzgar aquella otra proposición o aserto
de Descartes, que el infante cuando todavía está en el vientre de la madre, ya piensa;
esto hay que entenderlo tan sólo de las sensaciones, cosa que todos admiten, pero esas
sensaciones son de hecho pensamientos, en cuanto que por medio de ellas el infante
conoce ya sea la incomodidad del habitáculo en que está, ya también la suavidad y la
dulzura del alimento, o su insipidez, su falta o su exceso, lo mismo que los dolores y las
enfermedades, etc., aun cuando no piense reflejamente que él está afectado por esas
cosas, que siente dolor, que se alegra, que conoce, etc., que es en lo que consiste la
memoria y el discurso. Se puede y debe afirmar, por tanto, que los infantes piensan
realmente, pero que no conocen reflejamente sus pensamientos: y esto nos pasa también
a nosotros con frecuencia, pues muchas veces no recordamos las cosas que pensamos;
por eso la Sagrada Escritura habla tantas veces de los pecados de ignorancia, es decir,
de los pecados que cometemos sin recordar o sin tener conciencia de ellos. Encuentro
que aquí hay un doble error; el uno, de los cartesianos que llaman simple y llanamente
pensamiento a las sensaciones, y el otro de los peripatéticos que juzgan que las
sensaciones no son pensamientos, siendo así que toda sensación es verdadero
pensamiento, pero sólo directo sin el acompañamiento del conocimiento reflejo y, por
ende, de la memoria. Y no puede ser de otro modo, si la esencia del alma es verdad que
consiste en un continuo pensamiento. Pero como no somos conscientes de estos
pensamientos, por falta de reflexión, estrictamente hablando no merecen el nombre de
pensamiento- y en esto yerran los cartesianos-, sino sólo el nombre de sensaciones; pero
más grave es el error de los peripatéticos que afirman que las sensaciones no son en sí
verdaderos pensamientos: ¿en qué se basan para afirmar tal cosa? ¿Cómo puede decir
uno que no fue pensamiento sino pura sensación que no puede recordar? No se puede
formular un juicio acerca de lo desconocido. Así como se engañan, al parecer, quienes
afirman tenazmente que un pared blanca sigue siendo blanca durante la noche, sin que
nadie haya comprobado que lo es durante la noche y en ausencia de la luz, así y también

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se engañan seguramente los que afirman que las sensaciones no son pensamientos,
puesto que nadie es capaz de recordar cómo ejercitó esos actos en el vientre materno o
en otras circunstancias. Cuando adquirimos conciencia, no se añade nada a las
sensaciones como no sea nuestro juicio por el que conocemos reflejamente aquello que
antes percibíamos sólo directamente, pero las sensaciones no cambian con eso de
naturaleza ni dejan de ser en sí mismos pensamientos; lo única que hay es que, debido a
la confusión en nuestros juicios, no nos parecen pensamientos mientras no tenemos
conciencia de ellas. Por lo tanto, la conclusión más verídica es la siguiente: en cuanto al
nombre debemos llamarlas sensaciones, de acuerdo con los peripatéticos; pero en
cuanto a la esencia, hay que atenerse a lo que dicen los cartesianos, y llamarlas
pensamientos. Y añadiría algo más: a los conocimientos que comúnmente se llaman
directos se los podría llamar reflejos, y a los reflejos, se los podría llamar reflejos de los
reflejos.

31. Con esto podemos ver cómo se entiende lo que es la llamada vida en acto
primero y en acto segundo, es decir aquel primer acto del cuerpo orgánico en virtud del
cual la potencia se pone en condiciones de producir vitalmente algo, o de hecho lo
produce vitalmente; o en otras palabras, el acto por el cual se dice que un viviente se
mueve ab intrinseco ( por sí mismo o en virtud de un impulso intrínseco); pues no hay
que pensar que por este hecho, se cree o se produzca un nuevo movimiento (esto ya
quedó definido al refutar a Mollet), lo que no obsta para que admitamos que el ser
viviente se mueve ab intrinseco; no se crea un movimiento nuevo, puesto que aquel acto
interno es algo espiritual, recibido en nuestra alma, y únicamente un modo de ella, y no
un movimiento material; y dicho aserto se aplica tan sólo al movimiento material, no al
movimiento espiritual que, por lo mismo que es espiritual, no puede ser propia y
verdaderamente movimiento. Por lo que hace a los animales y a los demás seres
vivientes cuyas almas o formas no son menos materiales que el movimiento, sostengo lo
que ya dije antes: dichas almas o formas, si bien se llaman materiales, participan sin
embargo de alguna manera de la noción y características del espíritu y se mueven ab
intrinseco en razón de sus propias exigencias, lo mismo que lo hace el alma racional por
su propia virtud; en lo demás son idénticas, pues el alma racional como las demás almas
o formas necesitan del cuerpo para poder operar. Estos movimientos son los que
decimos que provienen ab intrinseco, es decir nacidos de nuestra alma y de las almas de
los animales y de las demás formas de los seres dotados de vida, y sin duda son
movimientos que se producen como algo nuevo, puesto que son modos que modifican
sucesivamente a dichas sustancias, las cuales por ello se llaman formalmente vivientes;
se pueden llamar movimientos sólo metafóricamente. Los demás movimientos
materiales, que tienen lugar en el cuerpo y que son en rigor movimientos en cuanto a su
primer impulso dependen de los anteriores, son tan sólo ab extrinseco, no se producen
como algo nuevo, y no les corresponde formalmente la vida como no sea denominativa
y extrínsecamente y en razón de algo distinto de ellos, como a los actos externos e
imperados corresponde la libertad; son en fin, una mera participación de la cantidad
primordial del movimiento. Así pues, donde haya algo como lo que hemos descrito, es
decir algo que se mueva en virtud de un movimiento de otra especie o de un
movimiento metafórico, y que luego continúe produciendo verdaderos movimientos ab
extrinseco en un cuerpo, ahí diremos que hay vida. Ahora bien, como esto es lo que
verificamos que se da en los espíritus, en nosotros mismos, en los animales, en los

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árboles, plantas y otros seres, hacemos bien en distinguir tres clases de vida: la racional,
la sensitiva y la vegetativa: la racional en los seres espirituales, la sensitiva en los
animales y la vegetativa en los otros seres.

VIII- Respuesta a la Proposición 8ª. La fluidez consiste sólo en el movimiento

1. Lo que al final del estudio que se refiere a este tema señala Milliet como
constitutivo de algunos fluidos, es, si no me equivoco, lo mismo que sostiene Descartes
como constitutivo necesario de todos los fluidos. Y a decir verdad, la misma razón nos
dice que, si estamos ciertos de que la fluidez del mijo,- de las cenizas vaporosas y de
otros cuerpos similares consiste en la división de sus cuerpos en partes muy diminutas,
hay que decir lo mismo de todos los cuerpos en general; porque no se han de juzgar
menos fluidos el mercurio, el oro, la plata, el plomo cuando se funden, o la cera, la brea,
la sal, el azúcar cuando se disuelven en el fuego o en el agua, que la misma agua, el aire,
el éter, la materia sutil; la única diferencia es la mayor o menor fluidez, pues la razón
formal de la fluidez es la misma. Así como, en otra escala, un papel humedecido, la
suavidad de las manos, la flexibilidad de las hojas, la coagulación de la leche, la
diversidad de los humores de nuestro cuerpo, y la de los demás cuerpos cuya sustancia
es algo intermedio entre lo duro y lo fluido, tiene sus respectivas propiedades y
diferencias pero sin participar de la razón formal de la fluidez ni siquiera impropia o
imperfecta. Formulo, pues, mi argumentación en los siguientes términos: Todos
aquellos cuerpos, cada uno en su medida, participan de la razón formal de la fluidez;
ahora bien, al menos respecto de muchos de ellos estamos ciertos de que la causa única
de la fluidez es la división en partes pequeñísimas; luego únicamente la división en
partículas pequeñísimas es la razón formal de la fluidez. Si así no fuera, en la fundición
por ejemplo de los metales tendría que haber alguna otra causa, la cual sería
precisamente la fluidez, es decir aquel accidente físico, o sea aquella cualidad que
adquieren dichos cuerpos al ser disueltos por el fuego; pero no existe esa cualidad,
puesto que no puede ser producida sino por el fuego, y éste no la puede producir ya que
no puede producir lo que él mismo no tiene, es decir la fluidez; y si suponemos que
tiene capacidad de producir la fluidez, habría que admitir que el agua tienen mayor
capacidad para lo mismo, y sin embargo el agua jamás podrá disolver el oro o la plata;
luego la razón formal de la fluidez consiste, como ya dijimos, únicamente en la división
en partículas pequeñísimas. Y si esto vale para un cuerpo, no se puede negar que valga
también para los demás, así como, una vez que se admite que la razón o concepto
formal de un hombre es que sea un ser discursivo, la de un cuerpo, que sea extenso, la
de un espíritu que sea simple, la de un fuego que sea productor de calor, la de una agua,
que produzca frío, etc., sería poco menos que necio negar lo mismo respecto de los
demás seres que tienen la misma naturaleza que éstos, aunque difieran en algo
accidental, por ejemplo en la mayor o menor perfección.

2. Lo que sostiene, pues, Descartes en esta parte, es que la razón formal de


todos los fluidos consiste en estar actualmente divididos y tener facilidad de
movimiento, y la de los cuerpos duros en estar cohesionados y permanecer inmóviles, y
que, como efecto de esto, los cuerpos fluidos pueden fácilmente quedar incluidos y
encerrados dentro de las paredes de un cuerpo o recipiente distinto y difícilmente dentro

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de sus propios términos o límites, y viceversa los cuerpos duros. Como una prueba clara
de su afirmación propone un experimento: supongamos, dice, una porción de agua
inmóvil a primera vista; introduzcamos en ella la mano; al punto veremos que esa
porción del liquido cede su sitio y podemos ejecutar todos los movimientos que se nos
ocurren; supongamos en cambio un cuerpo duro, por ejemplo un tronco; ante el ímpetu
de la mano ¿cederá su sitio, como lo hizo el agua? Ciertamente que no; sentiremos más
bien lo contrario. ¿Por qué? No se detiene aquí Descartes sino que prosigue su
razonamiento: comparemos, dice, los dos cuerpos o fenómenos a ver qué encontramos;
introduzcamos el tronco en el agua; ¿qué es lo que vemos? Que el tronco sobrenada y
puede moverse con toda la facilidad en cualquier dirección, cosa que no hacía cuando
estaba en el aire. ¿Qué ha pasado? ¿por qué tanta facilidad de movimiento? ¿por qué
tanta levedad? ¿ha perdido algo de su peso únicamente por haber sido arrojado al agua?
¿por qué sobrenada? ¿por qué no se sumerge? ¿Qué decir, si por otra parte vemos que
hay otras maderas de distinta especie que inmediatamente se van al fondo del agua
como si fueran de piedra, y sabemos por otro lado que la piedra pómez sobrenada lo
mismo que las maderas carentes de peso? Además, ¿por qué se mueve con tanta
facilidad y al menor impulso puede ser llevado en cualquier dirección, siendo así que al
estar en el aire no bastaría una fuerza cien veces mayor para moverlo? Aquí está el nudo
de la dificultad, de cuya solución depende la explicación del movimiento de los peces, y
pasando del agua al aire, también el vuelo de las aves, y así mismo de curso de las naves
en los mares y los ríos. Naves enormes que van flotando, que pesan tremendamente y
más parecen castillos o palacios en movimiento, pueden ser llevados a cualquier punto
con la menor presión de las manos o con un simple cambio de dirección del timón:
¿cómo se explica tamaña fuerza y facilidad para mover esos pesos? Pues bien, profundo
investigador de la naturaleza como era Descartes, al reflexionar sobre las leyes de la
mecánica, hace notar que hasta un niño y el simple humo de un lámpara podían levantar
con la misma facilidad un peso de mil libras, ¿por qué no puede aplicarse lo mismo,
pregunta, al caso que venimos estudiando? Se trata de la fuerza especial de la palanca y
de un determinado equilibrio entre los cuerpos duros y los fluidos.

3. Descartes tuvo éxito en su investigación y estudio y pudo establecer con


acierto que existe un verdadero equilibrio entre los cuerpos fluidos y los compactos,
entre el movimiento y la inmovilidad, y que un trozo de madera puede equilibrar su
peso con una cantidad igual de agua que le rodea, y flotar si es más ligero o sumergirse
si es más pesado. Pero como el equilibrio puede variar fácilmente y aun destruirse si
cambia el espacio y apertura de los poros y se interrumpe el flujo ordinario de la materia
sutil, para la explicación de este fenómeno se hace indispensable recurrir también a los
principios de la teoría cartesiana. Pero antes quisiera responder a las inquietudes y
dificultades de Milliet, observando por de pronto una vez más, que en esta proposición
no siempre las objeciones van dirigidas directamente contra Descartes; porque
Descartes no niega, y nadie tampoco lo hace, que hay casos en los que para resistir a un
fluido que baja como alud, se necesita un fuerza doble, triple, cuádruple y aun mayor
que la que se requiere para mover esa cantidad de un lugar a otro, como se comprueba
en el caso de una nave que va contra corriente. Lo que afirma Descartes es que si en una
porción de agua en reposo o estancada, como es el caso que describe, introducimos la
mano, fácilmente el agua cede su sitio, cosa que no hace la madera cuando la
empujamos estando al aire; y como por otra parte se sabe que el agua es y se llama

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líquida, y la madera se califica como dura, concluye que la razón formal del líquido
consiste en que cede fácilmente ante un cuerpo duro, y la razón formal de la dureza en
que el cuerpo duro difícilmente cede ante un líquido, y que, por tanto, la razón formal
de la fluidez y la dureza, no es la que señalan los aristotélicos, es decir que un cuerpo es
fluido porque se acomoda y queda incluido fácilmente dentro de las paredes de otro
cuerpo y difícilmente se contiene dentro de sus propios términos o límites, y viceversa
el cuerpo duro; pues, aunque es verdad lo que dicen los aristotélicos, sin embargo ese
efecto o características es algo posterior a la fluidez, puesto que tanto el cuerpo fluido
como el duro se adaptan a las respectivas superficies delimitantes precisamente por ser
fluidos o duros, y no son tales por el hecho de adaptarse; tal como el fuego, que se dice
que es destructivo del continuo porque es cálido, pero no es cálido por el hecho de ser
destructivo; luego la razón formal de esas realidades está en algo distinto, puesto que la
razón formal de algo tiene que ser lo que reside en eso como raíz de la cual proceden
todos los demás elementos o características que se encuentran en ese ser.

4. Por lo demás, es cierto que el agua cuando cae con fuerza o cuando corre con
todo ímpetu por el lecho de un río, parece aumentar su impulso y adquirir más
movimiento que antes; pero esto ocurre accidentalmente, puesto que el movimiento del
agua es algo más bien accidental a ella y no natural, algo que le sobreviene de fuera; lo
mismo que el calor cuando lo adquiere por acción del fuego, es algo accidental al agua,
como todo el mundo lo reconoce; y la prueba es que la misma agua que corre
precipitadamente, si se recoge en un vaso vuelve al estado de reposo, y si se la retira del
fuego, recupera inmediatamente su estado de frigidez. Pregunto pues: ¿qué fue de aquel
ímpetu violento que tenía? ¿cómo desapareció? ¿cambió por eso la naturaleza del agua?
¿no es numérica y específicamente la misma agua? Nadie podrá negar que es la misma;
y sin embargo ya no se mueve; desapareció su anterior movimiento. ¿Cuál es la causa
que destruyó aquella fuerza y aquel movimiento? Una de dos, o aquel movimiento era
connatural al agua o contrario a ella: si era connatural, ¿por qué no continúa cuando el
agua está en el vaso? Si era algo contrario y violento, como el calor introducido por el
fuego, ¿qué es lo que lo expulsa y destruye? Se dirá que es la forma del agua, porque así
como cuando está caliente, exige en virtud de su principio interno, volver a su anterior
estado de frigidez, así también cuando está en movimiento, exige volver a su anterior
estado que es de quietud. Pero insisto y pregunto yo: luego el movimiento es algo
violento y contrario al agua; pero ¿quién va a decir que el movimiento es contrario al
agua? Más bien solemos afirmar que le es connatural, puesto que el agua estancada por
largo tiempo entra en estado de putrefacción, mientras que cuando fluye y está en
continuo movimiento, resulta saludable y se conserva muy bien; luego tanto el
movimiento como el frío son connaturales al agua. Por tanto la forma del agua no puede
rechazar y destruir el movimiento. Entonces ¿qué es lo que lo destruye y rechaza? ¿Tal
vez el mismo vaso y su posición recta y horizontal? Esto sería lo mismo que decir que el
agua se enfría porque se la aleja del fuego. Dígase lo que se diga, fuera de la misma
forma no se encontrará elemento más a propósito para destruir aquella cualidad; y habrá
que conceder que el movimiento es algo contrario al agua, o habrá que pensar en otra
solución. No obstante todo lo dicho, hay que reconocer forzosamente que algún
movimiento es connatural al agua; pero esto no se puede decir de aquel movimiento que
se debía a la inclinación del lecho del río; luego habrá que decirlo de algún otro
movimiento.

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5. Sostengo, pues, que éste es otro caso en que somos víctima del engaño al tomar
una cosa por otra, es decir el movimiento que proviene de otra causa por el movimiento
connatural. El movimiento que depende de la altura, es puro efecto de la gravedad,
proviene de un impulso externo, de la inclinación del lecho del río, de los vientos, o de
otras causas, como la gravedad de las columnas de aire que presionan sobre la superficie
del agua y que son tanto más prolongadas cuanto más pronunciado es el declive, y por
consiguiente más pesadas también y capaces de ejercer una mayor presión sobre el
agua; este movimiento que cuadra por igual a los cuerpos duros, los cuales también caen
desde lo alto con movimiento acelerado. Pero en los fluidos hay otro movimiento que se
considera como propio de su naturaleza, intrínseco y esencial a ellos. Hay que
distinguir, pues, con cuidado un doble movimiento, el accidental que es el de la
gravedad y que proviene de fuera, y el esencial o propio y que proviene del interior del
mismo cuerpo; si se admite esto, todo se explicará y armonizará fácilmente. La
conservación del agua, que parece ser un efecto del movimiento accidental, es un
fenómeno indirecto, consecuencia de un hecho llamado removens prohibens, es decir de
la remoción de un obstáculo, porque formal y directamente, la conservación se debe al
movimiento propio e intrínseco. Así, el fluir del agua debido a la inclinación del lecho
del río, remueve o impide la presencia de los elementos que causan la putrefacción del
agua estancada, como son los diversos cuerpos nocivos, partículas de aire impuro que se
acumulan y condensan en forma inconveniente, musgos, pedazos de astillas en
descomposición, pajas, etc., que caen en el agua estancada y estorban, dificultan o
retardan el movimiento intrínseco que es la causa formal y directa de su conservación;
con la acción de estos cuerpos nocivos el agua va perdiendo poco a poco el estado
natural de su fluidez y adquiriendo la naturaleza de los cuerpos duros y pasando al
estado de completa inmovilidad. El estado intermedio, en que se entabla una especie de
lucha, se llama descomposición. Y como vemos que lo que impide este proceso es el
fluir del agua desde lo alto, y por otro lado no percibimos en absoluto su movimiento
intrínseco, sin cuidarnos de averiguar otras causas sacamos sin más la conclusión: ésta
puede ser y no otra, la razón formal de la conservación del agua, y aun cuando ese
movimiento sea contrario a la naturaleza del agua, lo mismo que el fuego, no sólo nos
cuidamos mucho de decir que es contrario a ella y que la violenta, sino que lo
consideramos como connatural al agua, o que aquel movimiento le es contrario. O
mejor, si hemos de hablar en rigor de verdad, no podemos decir ni una cosa ni otra, y
quizás mejor todavía es decir que ambos efectos son extrínsecos a la naturaleza del
agua. Pero veamos ya lo que enseña Descartes: el movimiento que él analiza, no es el
movimiento accidental, que proviene de fuera, sino el movimiento que hemos llamado
esencial e intrínseco; y su razonamiento es el siguiente: en todo fluido, lo primero de
todo que se ofrece a nuestra mente es el hecho de ceder fácilmente sitio a un cuerpo
duro; ahora bien, esa acción de ceder el sitio es formalmente movimiento; luego la
fluidez consiste formalmente en el movimiento.

6. Lo que Milliet añade como observación a esta primera razón, toca desde luego
más directamente el asunto, pero admite solución: pues lo que supone el adversario para
reforzar su argumento, no lo admite Descartes. Toda la fuerza del argumento consiste en
suponer que, cuando se introduce en el agua un trozo de madera, el líquido se mueve de

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una parte a otra y de ésta nuevamente a la primera en la misma medida, de tal manera
que se produce un especie de flujo de la una porción del agua –la que es movida desde
fuera, hacia una parte, y otro flujo también de la otra porción que tiende hacia la otra
parte, y por lo mismo, cuantas son las porciones que van hacia una parte, otras tantas
son las que regresan, y por eso la madera se mantiene suspensa y en equilibrio; cierto
que, de admitirse esto, sería verdad lo que se dice en la objeción: si la madera se
moviera hacia la derecha, la mitad del agua debería desplazarse hacia la izquierda, lo
cual es imposible sin una doble fuerza adicional, como muy bien se observa en la
objeción. Pero nosotros negamos precisamente que aquí haya que tomarse en cuenta
esta suposición, puesto que Descartes al explicar lo que es la fluidez no se refiere a este
tipo de movimiento; y no lo hace, porque éste no es el movimiento esencial del líquido,
sino únicamente el accidental, que proviene de fuera, es decir solamente de la
inclinación del vaso, de la gravedad del fluido, o de otros factores equivalentes, como el
viento, el impulso de la mano, etc. y principalmente de las columnas de aire, como ya
hemos explicado. Descartes se refiere únicamente al otro movimiento, al que es
intrínseco y esencial al fluido, y en razón de este movimiento expone lo referente a la
fluidez. Este movimiento es el que tiene en sí misma cada pequeña partícula de agua
que está moviéndose continuamente sobre su propio centro, y es el único movimiento
esencial al líquido, tanto que si llegara a faltar, ese ser o cuerpo ya no sería agua o
líquido, sino algo duro y sencillamente una sustancia distinta. Decimos, pues, que en
todo fluido, además del movimiento accidental que proviene de fuera y sin el cual puede
subsistir toda la esencia del fluido, hay que admitir otro movimiento esencial por sí
mismo e intrínseco al fluido, de modo que si llega a faltar, se destruye el fluido; este es
el movimiento por el cual cada partícula por separado gira sobre su propio eje pero en
su mismo sitio, y por él todas las partículas están en movimiento perpetuo, y también en
equilibrio con las diferentes zonas de partículas, sea que estén en la parte superior sea en
la inferior, según la medida y proporción de la respectiva gravedad y velocidad: ninguna
de la misma serie es más o menos veloz que la otra, sino igual; la única diferencia está
entre la zona superior y la inferior; peto todas están en perfecto equilibrio y armonía; y
no se mueven de una parte a otra si no es accidentalmente es decir en virtud del
movimiento debido a la inclinación, que ya hemos mencionado, o de algún otro impulso
fuerte que provenga de fuera. Este movimiento esencial es el que supone y considera
Descartes en esta parte, y no el movimiento accidental como pretende el adversario.

7. En concreto, pues, tenemos lo siguiente: supongamos una cantidad de agua


en equilibrio, cuyas partículas con mayores superficies, es decir, más tenues, ocupan las
zonas superiores, y las partículas con menos superficies y por tanto, más densas, ocupan
las zonas inferiores, conforme a la mayor o menor velocidad de cada una, estado en el
que consiste el verdadero equilibrio tan maravillosamente regulado por el aflujo de la
materia sutil; en esta cantidad de agua formada por partículas que se mantienen en
movimiento equilibrado, colóquese un trozo de madera que tenga el mismo peso que la
porción de agua correspondiente: ¿qué sucede? –primeramente la madera sobrenada,
debido al equilibrio que se da entre ella y la porción de agua correspondiente; después
se queda inmóvil, porque no hay razón para que se mueva más hacia un lado o a otro, y
no hay razón porque se encuentra en un medio fluido, y éste es un cuerpo que está en
perpetuo movimiento, cuyas partículas además no se mueven unas más velozmente que
otras, sino todas por igual, aunque de acuerdo con su respectiva serie, y cada una

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conservando su propio lugar; por fin, y no obstante, la madera estará también en
capacidad de ser movida fácilmente, por lo que voy a decir: las partículas de agua,
aunque están en perpetuo movimiento, al mismo tiempo están en equilibrio y mantienen
en equilibrio al cuerpo que se ha introducido en ellas; pero si llega a producirse un
impulso desde el exterior, por ejemplo por acción de la mano o del viento o de la
inclinación hacia un lado, y este impulso recibe la madera o la misma agua, digamos en
dirección a la parte derecha, se rompe inmediatamente el equilibrio, y se produce un
movimiento en dirección a la derecha, movimiento que afecta juntamente al agua y a la
madera, las cuales por lo mismo se desplazan en esa dirección; es decir que se
entrecruzan los dos movimientos, el esencial y el accidental, y uno de ellos determina la
dirección del otro hacia el lado que hemos dicho. Cierto que la madera no podrá
moverse a la derecha sin expulsar el agua hacia la izquierda, pero por lo mismo, las
partículas de agua que presionan por detrás hacia la derecha cederán el sitio a las que
por delante impedirían el movimiento de la madera hacia la izquierda, y en el proceso
de este flujo ceden el sitio a la madera, y por lo mismo, no es necesario para estos
movimientos la intervención de una doble fuerza, dado que basta la supresión del
equilibrio y la trayectoria antes señalada. Con esta explicación se entiende muy bien por
qué para mover en determinada dirección un cuerpo que sobrenada en un medio fluido
sólo se necesita un leve impulso o una mínima inclinación: el fenómeno es similar al de
la balanza, que lo podemos verificar a diario; en ella, basta un ligerísimo impulso o un
peso adicional cualquiera para que pierda su equilibrio. Aplicando esta ley a las naves,
no es cosa del otro mundo que un peso tan enorme como es el suyo pueda mover un
solo hombre con un simple golpe de timón; como tampoco que un niño pueda levantar
un peso de mil libras en la balanza.

8. La segunda razón es sutil pero más eficaz. Para entenderla, doy por
adelantado que no puede haber dificultad en admitir que las partes de un fluido estén
realmente divididas hasta el infinito. Cierto que hasta ahora los filósofos han venido
admitiendo que son visibles hasta el infinito únicamente en potencia; pero esto no obsta
para que, si surge una razón eficaz, se pueda afirmar otra cosa. Ahora bien, esta división
real de las partes de un fluido hasta el infinito, debemos decir, en atención a la verdad,
que es una consecuencia de la doctrinas de Descartes: ella en efecto, establece que la
extensión de la materia no está circunscrita o delimitada por término alguno, como ya lo
vimos anteriormente y, por lo mismo, que el espacio en el cielo se prolonga siempre
más y más hasta el infinito, considerándose como un fluido inconmensurable; luego
debemos concluir que la fluidez es algo que está dividido realmente hasta el infinito. Y
de hecho no podemos concebir la fluidez sino como algo real y verdaderamente
dividido, y no podemos concebir un cuerpo sólido sino como algo realmente unido;
ahora bien, así como al concebir que el sólido se extiende hasta el infinito, la idea que
tenemos es que por más partes que en él imaginemos como unidas sucesivamente unas a
otras, todavía quedarán otras y otras como realmente divididas hasta el infinito. En un
cuerpo sólido la unión es a la unión como en el fluido la división a la división; pero
como en el sólido la unión se concibe como actual y realmente infinita; luego también la
división en el líquido se concibe como real y actualmente infinita. Ahora bien, por lo
mismo que la idea del sólido es tal, que si alguna vez él existe, exige estar extendido
actual y realmente hasta el infinito, legítimamente concluimos que, como de hecho
existe, de hecho se extiende realmente hasta el infinito; pues lo mismo en tratándose del

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fluido: hemos de concluir legítimamente que de hecho está dividido hasta el infinito,
puesto que vemos que de hecho existe y sabemos que en la idea del fluido está
precisamente la actual y real división hasta el infinito.

9. Por lo demás la misma razón nos dice que así son las cosas, y ya lo vimos
también cuando tratamos sobre el número, la extensión y el tiempo. Y lo mismo
podemos decir también de muchísimas otras cosas, por supuesto de todas aquellas que
son susceptibles de aumento o disminución hasta el infinito: se dan de hecho y en
realidad tal como son, es decir como de hecho y actualmente infinitas. Por otra parte sin
embargo hay que tener en cuenta que, aun cuando sean realmente infinitas, tienen
también otra propiedad que para nuestra capacidad resulta inasible, y es que todos esos
cuerpos no tienen de hecho remate o término alguno, pues si lo tuvieran el infinito
estaría encerrado dentro de determinados límites y de infinito pasaría a ser finito, cosa
que repugna. Por lo tanto es imposible que haya una verdadera y última dureza, lo
mismo que una verdadera y última fluidez; y la razón es que ello implica realidades
negativas y por lo mismo carecen de naturaleza: la última fluidez diría en su concepto
indivisibilidad, lo cual es algo negativo, la última dureza inseparabilidad, lo cual es
también algo negativo, la última extensión implicaría el vacío, la última división
implicaría la nada, el último número el cero, el último tiempo la eternidad, según lo que
dejamos dicho anteriormente acerca de los entes negativos: los extremos de los entes
positivos, ya sea que se consideren a parte ante o a parte post, es decir por la parte por
donde pueden crecer o por la parte por donde pueden disminuir, son verdaderas
entidades negativas, no tienen naturaleza y son nada, por lo mismo son de hecho
imposibles. Y lo mismo se diga de lo diáfano y lo opaco, de lo cálido y lo frío, de la luz
y las tinieblas, de lo blanco y lo negro, del vicio y la virtud, etc. cuyos extremos son así
mismo contradictorios e imposibles, como la última diafanidad en la cual no hay nada
de opacidad, lo último de la opacidad en la que no hay nada de diafanidad, la verdadera
y suma luz, las verdaderas tinieblas, lo último de la virtud, lo último del vicio, etc. El
que nosotros no podamos concebir cómo es posible que de hecho se dé el infinito y que
no se den sus límites o términos, se debe a que somos tan limitados de entendimiento
que no podemos comprender el concepto formal de infinito, y esta imposibilidad nuestra
la vemos en nosotros clara y distintamente. Y por esta razón Descartes habla de aquellas
entidades como de entidades indefinidas y no infinitas, para indicar que nosotros no
tenemos certeza de cómo son ellas en sí, a saber si finitas o infinitas, y que no podemos
definirlas. Sólo Dios conoce esto, Dios para quien está reservado todo lo que encierra
infinitud. Por eso Descartes aconseja hacer abstracción de aquellos conceptos que son
inasequibles a nuestro entendimiento, ya que es temerario querer definir o afirmar algo
acerca de las cosas que superan el alcance de nuestra capacidad.

10. Sin embargo para no quedar enteramente a oscuras y ayunos en muchas otras
cosas que tienen que ver con el infinito, debemos de todos modos suponer o considerar
en él una determinada cantidad o parte alicuota, por ejemplo una cierta y determinada
extensión, un cierto y determinado tiempo, un cierto y determinado movimiento, una
cierta y determinada dureza, etc., y en nuestro caso una cierta y determinada fluidez.
Con esto, para determinar la naturaleza del fluido no hace falta descender a los
problemas que Milliet toma como arma para presentar su objeción, pues son cuestiones

143
que no tienen que ver con el concepto de infinito. Respondiendo, pues, a las objeciones
de Milliet, digo lo siguiente: por aquella proximidad de dos partes de un fluido se
supone o entiende la última división en el fluido o una división que no es la última: si se
entiende la última división, se anula lo que se pretende probar, porque no puede darse
una última división que es imposible y pura nada, carente de naturaleza y algo que ni
Dios lo puede hacer; si se entiende una división que no es la última, se sigue que las
partes unidas en conjunto pueden moverse; y como el concepto inmediato que tenemos
de la fluidez es que el cuerpo que se toca cede inmediatamente el sitio a otro cuerpo, y
esto es precisamente lo que sucede en nuestro caso, se puede concluir sin más que en
ese conjunto de partículas se verifica y se encuentra de hecho el fluido. Como
contrarréplica se dirá: luego se pueden separar esas dos partículas, ¿o no? –si no se
pueden separar, ya no tendríamos un cuerpo líquido, sino un cuerpo inmóvil y duro; si
se pueden separar, deberán existir movimientos en cualquier partícula del infinito real.
A esto respondo lo siguiente: la segunda parte de la disyuntiva nos lleva al concepto
formal de infinito que es incognoscible; la primera supone que actualmente puede haber
de hecho una ley natural que impida la separación de esas partículas; pero de ahí no se
sigue que un todo que esté compuesto de dichas partículas no sea fluido y no participe
del concepto formal de esta denominación; únicamente se sigue que pueden existir otros
cuerpos más o más fluidos, sin que jamás podamos llegar a la última división: en efecto,
como el cuerpo fluido en su concepto formal no dice sino posibilidad y factibilidad de
ceder el sitio a otro cuerpo, y como el fluido en su conjunto cede fácilmente el sitio a
otro cuerpo, aun cuando ninguna de sus partes ceda el sitio a su “com-parte”, se sigue
que todo ese conjunto se llama con razón fluido, así como la madera se llama con razón
dura, aun cuando sus partes puedan seguir uniéndose más y más fuertemente sin que
jamás podamos llegar a la última unión, a no ser con la pérdida del concepto formal de
lo duro y recayendo en el concepto formal de infinito.

11. Para acabar de explicar la raíz última de la fluidez, hago la siguiente


pregunta: ¿por qué el agua cuando cae desde una altura y se precipita desde la cima de
los montes, corre con gran ímpetu hasta llegar al océano, en donde al mezclarse con las
demás aguas, desiste por decirlo así del movimiento de inclinación que traía y toma con
ellas la forma de superficie circular o esférica? En cambio en la superficie de la tierra
ocurre el fenómeno contrario: hay cantidad de montes y elevaciones que surgen a cada
paso y que forman las desigualdades de terreno que fatigan nuestros pies. ¿No es la
misma en todas partes la presión de las columnas de aire? ¿por qué entonces hacen que
el agua forme una superficie llana, y la tierra conserve su superficie desigual? La
diversidad de efectos no se debe sino a las diversidad de los cuerpos sobre los que
ejercen presión: el agua se extiende formando una superficie llana porque es fluida, la
tierra en cambio conserva su superficie desigual porque es dura; las columnas de aire
presionan por igual, pero los cuerpos que las soportan no tienen la misma resistencia,
pues la tierra resiste más y el agua mucho menos, ésta como por partes aisladas, aquélla
como un todo único. Me explico: como las partes del fluido están divididas en forma
indefinida, y como cada columna de aire presiona sobre cada una de las partes, éstas
debido a la falta de unión y mutua coherencia, son vencidas por aquellas más fácilmente
que las partes de la Tierra; ceden el ímpetu del cuerpo extraño, es decir a las columnas
de aire, y se ven empujadas hacia abajo hasta llegar al océano, precipitándose más y
más rápidamente conforme se van alargando y haciéndose más pesadas las columnas de

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aire; una vez en el océano, como ya las columnas de aire presionan por igual en toda la
superficie, todas las gotas de agua encuentran su equilibrio. En la tierra sucede todo lo
contrario: las partículas son duras y se adhieren fuertemente unas a otras con natural
cohesión y por lo mismo resisten más fuertemente y como un solo todo al peso de las
columnas de aire y no les ceden su sitio. Al mismo tiempo sin embargo, la Tierra
permanece en medio de la atmósfera conservando su propio equilibrio, digo todo el
globo terráqueo con sus respectivas porciones de tierra y agua, porque se puede
considerar como una sola fuerza unida sobre la que las columnas de aire presionan por
igual desde todas partes. Por lo demás, todos estos fenómenos están en relación y
estrecha dependencia, como ya dejé explicado en su sitio, con el movimiento giratorio
del aire y de la materia sutil de oriente a occidente.

12. Como efecto de las desigualdades que presenta la Tierra, las columnas de
aire que gravitan sobre ella son también desiguales, más pequeñas las que presionan
sobre las cumbres de los montes, y más largas las que lo hacen sobre la costa del mar, y
como es natural, son tanto más pesadas cuanto más largas y tanto más ligeras cuanto
más cortas; es natural también que a partir del sitio de nacimiento de los ríos las
columnas de aire se vayan haciendo sucesivamente más y más largas y pesadas y que
vayan ejerciendo cada vez mayor presión sobre el agua. Esto se ve clarísimamente en el
barómetro: en las alturas baja el mercurio, y sube en los valles, y por cierto sube tanto
más cuanto más nos acercamos a la costa del mar, de modo que sirve de base para medir
las diversas alturas; y este fenómeno se debe precisamente a la diversa longitud y peso
de las columnas de aire. Si, pues, en el caso del mercurio podemos experimentar y ver
sensiblemente que va subiendo por grados sucesivos conforme nos vamos acercando al
mar siguiendo el curso de un río, bien podemos también pensar que lo mismo sucede
con las aguas del río, aunque no lo advirtamos palpablemente, puesto que sobre ellas
presionan las columnas de aire y las empujan cada vez más hasta que llegan al mar,
como lo hacen en el tubo respectivo del barómetro para hacer subir al mercurio en el
suyo. En cuanto al hecho de que los ríos corran más lentamente cuanto más se acercan
al mar, y lleven mayor ímpetu cuando están más lejos o cuando nacen a mayor altura,
siendo así que debería más bien ocurrir lo contrario dada la mayor longitud y peso de
las columnas de aire, cuyo peso siendo mayor debería empujar el agua imprimiéndole
mayor velocidad, se debe a que en los montes el equilibrio es mucho más difícil de
obtenerse que en las llanuras cercanas al mar; junto al mar las columnas de aire son
iguales y el agua encuentran su equilibrio y por lo mismo resisten más, unidas como una
sola fuerza, el ímpetu de las aguas que siguen llegando; de modo que cuanto más lejos
del punto de equilibrio está el sitio de donde fluye el agua, con tanto mayor rapidez
fluirá, aun cuando las columnas de aire sean más pequeñas y más ligeras, porque
sencillamente no hay un cuerpo contrario que le ofrezca mayor resistencia; y cuanto
más se acerca al mar tanto más lentamente fluirá aun cuando las columnas de aire sean
más largas y más pesadas, a no ser que la altura de donde nace el agua esté próxima al
mismo mar conforme casi una línea perpendicular; en este caso el agua caerá con gran
velocidad, siguiendo las reglas que expusimos al hablar del movimiento de caída de una
piedra, y caerá también con movimiento acelerado, como sucede en las cataratas,
golpeando con ímpetu las aguas subyacentes.

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13. De lo aquí expuesto se puede aplicar también a los cuerpos fluidos y duros, a
los cuerpos en movimiento y a los cuerpos inmóviles, y a todos los modos de los demás
cuerpos; una pared, por ejemplo, no es blanca ni negra, ni celeste o dorada o de otro
color, pues éstas son únicamente denominaciones extrínsecas que pone nuestra mente,
acostumbrada a llamar a las modificaciones que pone el movimiento de la luz al caer
sobre la pared, ya color blanco, ya negro o celeste, etc., como lo hace también con otros
movimientos y en otras materias: a determinado movimiento que proviene del vientre o
de otros órganos lo llaman hambre, a otro sed, pasión de amor, pasión de odio, etc.; así
mismo a determinado movimiento causado por un agente externo, lo llama calor, frío,
consonancia, disonancia, etc. Lo mismo y a su manera en nuestro caso: de hecho y en
realidad no se da la fluidez, ni la dureza, ni el movimiento, ni la quietud, la oscuridad o
la diafanidad, la duración o la ubicación, etc., como algo absoluto, o como un accidente
físico inherente a un cuerpo; todas éstas son únicamente denominaciones extrínsecas
que tienen que ver con nuestra mente; y así lo que desde un punto de vista puede
llamarse fluido móvil, desde otro punto, puede considerarse duro o inmóvil; es como el
diamante, por ejemplo, que respecto del monte es algo muy pequeño, pero que respecto
de otras cosas o consideraciones, es lo máximo en su especie. Pero mirada la realidad,
solamente existe el mismo cuerpo en sí, en cuanto sujeto ya a una ya a otra
modificación, de la cual procede una u otra denominación. Claro que sin más suele
denominarse un cuerpo, duro, otro fluido –el agua por ejemplo, fluida, la piedra, dura,
aun cuando en absoluto no son tales en sí mismo; pero esto se debe a que las diversas
denominaciones que se dan a las cosas provienen de las operaciones que dependen
principalmente de los sentidos y no de las operaciones que dependen de solo la razón y
el discurso y que son formuladas únicamente por los filósofos tras intenso y largo
trabajo de meditación. Por tanto, bien se puede admitir la denominación de fluidos y
duros para muchos cuerpos, aunque de hecho no se dé la fluidez o la dureza en sí, sino
solamente el cuerpo con esa especial modificación, con sus partes cohesionadas o
separadas y sujeto de esas denominaciones extrínsecas. El vulgo es quien pone las
denominaciones y a él se deben todos los errores que se cometen cuando se trata de
hacer filosofía; y como nadie es filósofo de nacimiento, y como todos pasamos primero
por la manera de ser y de hablar del vulgo, no es extraño que luego al discurrir como
filósofos, tropecemos muchas veces con mil problemas.

14. Por consiguiente, tratándose de averiguar el concepto o razón formal de la


fluidez o de la dureza, no tienen razón de ser las objeciones que presenta Milliet: que si
algunas partes afines se mueven o no hacia el mismo lado o dirección, que si las dos
partes que se mueven así al mismo tiempo pueden o no separarse alguna vez, que cómo
puede la materia estar de hecho actualmente dividida, hasta donde es divisible, y sin
embargo no estar realmente reducida a puntos indivisibles ni a partes que sean las más
pequeñas absolutamente, que cómo puede seguir dividiéndose más y más si ya está
actualmente dividida hasta el infinito, que si algunas partes se mueven con movimiento
distinto de las otras, o si algunas coinciden con las demás. Estas preguntas o
dificultades, y otras similares, repito, no vienen al caso. Sería lo mismo que querer
averiguar por ejemplo el concepto formal de hombre y estar preguntando por el
concepto formal de animal; o como querer conocer la naturaleza del espíritu y proponer
dificultades respecto del cuerpo; querer conocer lo que es el color y ocuparse
únicamente de la esencia del calor; querer llegar a Roma y tomar el camino directo de

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París. Todas las dificultades de Milliet se refieren al concepto formal de infinito, que es
totalmente distinto de aquello que estamos averiguando: y ¿qué relación pueden tener
las cuestiones acerca del infinito para explicar lo que en nuestro caso suponemos que es
finito? ¿qué relación tiene el infinito con lo finito? La fluidez, cuya razón formal se trata
de averiguar desde el punto de vista de nuestro concepto, se supone que es algo
meramente finito, que en la realidad existe como algo modificado y con la determinada
denominación que le damos, y con aquellos efectos determinados que nosotros
percibimos; y preguntamos precisamente ¿qué es eso y en qué consiste? ¿es algo
absoluto? ¿es algún accidente físico? o ¿es algo meramente relativo, un estado especial
del objeto o de la cosa, un modo de existir o ser-con los otros objetos, o un determinado
movimiento que tenga relación con la inmovilidad? No estamos preguntando si esto que
tratamos de definir, es algo infinito. Pues bien, así como los accidentes según la doctrina
de los cartesianos, son únicamente determinados movimientos que dependen de los
objetos, y cada uno de los cuales según el distinto tipo de accidente dice relación a un
determinado sentido y órgano, así la fluidez no implica nada más que determinados
movimientos que tienen relación con la inmovilidad, sea ellos grandes o pequeños
movimientos; si son movimientos notables, será mayor la fluidez y el correspondiente
cuerpo móvil tendrá una naturaleza tanto más distinta de la de los cuerpos duros; si los
movimientos son pequeños, la fluidez será también menor, y el cuerpo móvil tendrá
mayor afinidad con los cuerpos duros. Todo lo que se diga fuera de esto no tiene que
ver con el concepto formal de aquello que averiguamos, sino con el concepto formal de
infinito, y por tanto distorsiona el asunto en cuestión, puesto que es evidente por sus
mismos términos que el concepto de infinito necesariamente es muy distinto del
concepto de fluidez.

15. Prescindiendo ya en esto, de las dificultades relativas al infinito, en la


materia fluida podemos considerar los siguientes elementos o características: una
porción fija y determinada con una cantidad fija de movimiento conocida sólo por Dios
y respecto de nosotros indefinida, porción muy blanda y enteramente flexible o dócil,
dividida en partes absolutamente pequeñas o si se quiere, en elementos naturales
mínimos, que de ley natural no pueden dividirse más, aun cuando en sí mismo no sean
de hecho indivisibles, abstracción hecha por ahora de si pueden o no dividirse hasta el
infinito –de lo cual no debemos preocuparnos-, y que no reciben el movimiento ni de la
elasticidad, ni de otro elemento alguno sino de sí mismos; todo lo cual no corresponde a
ninguna otra cosa si no es a una ley de la naturaleza con el decreto inmutable del
Creador, que ha querido conservar y perpetuar así únicamente esta cantidad y no otra
cosa; esta materia se mueve continuamente, como una corriente o río velocísimo, de
oriente a occidente, pero con velocidad desigual, es decir menor en las partes superiores,
y mayor en las inferiores, como explicaremos en su lugar; es además una materia que
todo lo penetra con gran facilidad, inclusive los cuerpos más duros, y presiona contra
todos los cuerpos que se le ponen delante; y como esto, según se supone, tiene lugar de
manera ininterrumpida y como además no hay cuerpo que no haya sufrido desde sus
comienzos algún influjo de parte de dicha materia, es muy explicable que ésta con su
continuo aflujo haya formado desde el principio en todos los cuerpos una serie de poros
a propósito para poder penetrar luego cómodamente en ellos. Además, paralelo al rápido
movimiento que tiene toda esta materia considerada como un conjunto, existe también
un movimiento de rotación o remolino en cada uno de los mínimos elementos naturales,

147
que por lo mismo se mueven continuamente por separado sobre su propio centro; y no
sólo esto, sino que por efecto de movimientos particulares pueden también movilizarse
y desplazarse fácilmente por determinadas porciones ya a una parte ya otra, como el
agua de un río que al ir corriendo y al tropezar contra las piedras del camino o las
sinuosidades de las rocas, circula en todas las direcciones y muchas veces incluso toma
el camino de regreso. Esto supuesto, sin duda surgirán varias presiones y fuerzas
externas; con esto se doblegarán y arquearán los corpúsculos, se estrecharán los poros
cerrando el paso a la materia sutil, la cual poniéndose en trance de lucha, dará vueltas en
forma de remolino, irrumpirá contra los cuerpos y abriéndose paso a viva fuerza tratará
de penetrar como antes en los poros. Este proceso dará origen a la elasticidad y a tantos
sorprendentes efectos naturales cuya explicación está precisamente en la elasticidad:
ésta y no otra es la naturaleza de la materia sutil.

16. Queda un último punto: además de esta materia fluidísima, existen otros
cuerpos fluidos, si bien en comparación de ella, suponiendo que pudiéramos verla y
tocarla, deberían llamarse más bien cuerpos duros, puesto que difieren de ella más que
la madera respecto del agua; lo que pasa es que de las cosas que caen bajo el dominio de
nuestros sentidos nos formamos juicios demasiados rápidos y superficiales, y llamamos
fluidos al aura etérea, al aire, al agua, al mercurio, a los metales fundidos, a la cera
líquida, etc., aunque en relación con la piedra, por ejemplo, o con la madera, con el oro,
la plata, la cera ya fría y otros cuerpos duros, pero no teniendo en cuenta precisamente
la materia sutil; porque si se los compara con ésta, que tiene el supremo grado de
fluidez, deberían llamarse más bien fluidos densos. Por lo demás tanto en estos líquidos
como en cada una de sus partículas nuestro análisis encontrará más o menos las mismas
características que en la materia sutil, con estas únicas diferencias: que en estos cuerpos
los elementos mínimos naturales tienen que ser de un tamaño mucho mayor, y además
que únicamente el movimiento de rotación de cada una de las partículas es el connatural
e intrínseco de dichos cuerpos, mientras que el movimiento que corresponde a la
rotación de oriente a occidente de la materia sutil, es decir el movimiento de inclinación,
de gravedad o de dirección hacia una zona determinada, debería llamarse en aquellos
cuerpos más bien de fuera de ellos y preternatural. O si se quiere, digamos que el
movimiento primario de la materia sutil es el movimiento circular de oriente a
occidente, y el secundario, el movimiento de rotación; y viceversa en los líquidos
densos, que el movimiento primario es el de rotación, y el secundario el de dirección. Si
se admite esta explicación, no será difícil resolver cualquier problema inherente a los
diversos fenómenos, ya sea del trozo de madera que sobrenada en el agua, de la nave en
medio del mar, o de los movimientos aparentemente contradictorios en la elasticidad o
en otros impulsos propios de los cuerpos blandos o duros, etc.: todo tiene su explicación
recurriendo como a primer principio, a la carrera y marcha velocísima, ubicua y bien
dispuesta de la materia, que constituye por decirlo así la fuerza principal o la rueda
clave de toda la máquina del mundo.

17. Con esto queda explicado lo referente a la fluidez. Hay que analizar ahora el
concepto formal de lo contrario a la fluidez, es decir, de la dureza, concepto que se lo
puede deducir fácilmente de las ideas que ya hemos venido exponiendo, con tal que en
nuestra investigación dejemos así mismo de lado lo que se refiere a la noción de

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infinito, aun cuando con ella insiste en sus objeciones el ilustre matemático Milliet; pero
sus objeciones, como ya lo he dicho y lo repito, no tienen valor alguno, pues no se trata
aquí del infinito. Pues bien, una vez que ha quedado ya comprobado que la fluidez
consiste en un cierto tipo de movimiento, se sigue ciertamente que la dureza no es otra
cosa que cierta inmovilidad. No sin razón Descartes hace consistir esta inmovilidad en
la unión de las partículas que es tan íntima, que bien podemos decir que en comparación
de los cuerpos fluidos, son y están unidas tan íntimamente y tan fuertemente trabadas y
cohesionada, que no pueden separarse sino con gran dificultad. Y así, lo primero que
salta a nuestra consideración en estos cuerpos, es la fuerza de resistencia frente al
impulso de los otros cuerpos, como efecto de la cual no les ceden fácilmente el sitio; es
decir, algo que es lo contrario de lo que ocurre en los cuerpos fluidos que, como hemos
dicho, oponen una resistencia muy débil y ceden fácilmente el sitio a otros cuerpos. Se
trata, pues, de averiguar qué es o en qué consiste esta resistencia más fuerte, y no si el
cuerpo duro puede endurarse cada vez más y tener una unión en sus partículas más y
más íntima hasta el infinito: esto pertenece al concepto de infinito que no está a nuestro
alcance, y del que ahora tenemos que prescindir. Por tanto, tenemos que hacernos la
misma pregunta que antes cuando hablábamos de la fluidez: ¿qué es la dureza? y ¿en
qué consiste su concepto formal? ¿es algo que existe realmente en sí, por ejemplo, un
accidente físico, o únicamente un modo o un estado propio y particular del objeto o
cuerpo de que se trata? Descartes rechaza la idea del accidente físico, fiel a su teoría
acerca de los accidentes en general, y sostiene que es un modo o estado particular; lo
cual, si examinamos a fondo las cosas, parece más conforme con la razón. ¿Qué sería si
no, en el cuerpo duro, aquel accidente, aquella unión o continuación que une sus
partículas? ¿Unos ganchos, ramificaciones, lazos de las diversas partes, trabazones y
conexiones materiales? Tales uniones se dan ciertamente en el continuo, si exceptuamos
los últimos elementos que lo componen. Pero ahora se trata de saber precisamente en
qué consiste aquella unión en estos últimos nexos o partes de ramificaciones que son los
que en última instancia dan cohesión a los cuerpos duros. ¿Es una sustancia? -Nadie
dirá que lo es. ¿Es un modo? -Así dice Descartes, y por cierto un modo intrínseco al
cuerpo, una relación que proviene de varios elementos o puntos de vista, relación a los
objetos externos y circundantes, o a otros cuerpos fluidos; pero únicamente esto, y no el
modo sustancial del que hablan los peripatéticos, y cuya esencia es inexplicable como la
de la cantidad y de la materia. Además que no hay que multiplicar los entes sin
necesidad, y aquí no se ve la necesidad de tal unión, puesto todo se explica mejor con
sólo recurrir a la inmovilidad.

18. Pregunto yo a Milliet: sus dos supuestas esferas que, puestas sobre una mesa,
están en contacto e inmóviles, ¿no pueden tener un contacto más íntimo y fuerte del que
tienen de hecho? No puede negar Milliet esta posibilidad, toda vez que las dos esferas
pueden separarse con toda facilidad. Supongamos ahora otros dos cuerpos, por ejemplo
dos fragmentos de mármol perfectamente pulimentados y que, a pesar de no estar sino
en contacto mutuo, resulta muy difícil separarlos; más aún, supongamos que por medio
de una sustancia pegajosa se los une de tal manera que más fácilmente se romperían por
otro sitio que no por le sitio en donde se puso dicha sustancia; esto demuestra que hay
varios grados de contacto; luego una esfera puede estar más y más unida a otra, sin que
los peripatéticos puedan decir que están física y sustancialmente unidas; luego dos
cuerpos pueden estar unidos de tal manera por sólo contacto o yuxtaposición, que

149
resulta tan difícil dividirlos como si estuvieran de hecho unidos físicamente. Si no,
indíquese en dónde está la disparidad. Pues, bien, en este caso estaría por demás la
unión sustancial; luego no hay razón para defender la existencia de dicha unión, porque
lo que ella haría, puede hacerlo en todo caso la mera yuxtaposición de partes. Ahora
bien, aquellos cuerpos cuyas partes están unidas de tal manera que no pueden separarse
con facilidad, son los cuerpos que llamamos duros y que es difícil moverlos de su lugar;
luego el concepto formal de la dureza consiste tan sólo en que no cede fácilmente su
sitio; y esto es lo que formalmente se llama inmovilidad en un lugar; luego la dureza
consiste formalmente en una relación a la inmovilidad; por tanto, un cuerpo será o se
llamará más o menos duro o blando, según que se aproxime más o menos a la
inmovilidad; y como esto depende de la disminución de los grados de movimiento, un
cuerpo será tanto más duro cuanto más grados de movimiento se le resten. Ahora bien,
siendo imposible, como ya se dijo, la verdadera y última inmovilidad ya que ésta por su
misma naturaleza equivale a un ente negativo, resulta que no puede haber un cuerpo tan
duro que no pueda hacerse más y más duro, así como no puede haber un cuerpo tan
fluido, que no pueda seguir haciéndose más y más fluido.

19. Pero a esto se objetará lo siguiente: según esta teoría, no se explica ni se


entiende la razón de ser de la unidad en un cuerpo: porque la inmovilidad es algo que
resiste únicamente a la separación local, mientras que la unión resiste a la separación
corporal, si así se puede expresar; es decir, que no puede moverse una parte de aquellos
cuerpos que están unidos, sin que por lo mismo se muevan las otras partes; en cambio
tratándose de cuerpos que únicamente están inmóviles, se puede mover de su sitio a
uno, sin que se mueva el otro. Aquí está todo el nervio de la dificultad. Pero tengamos
en cuenta, como ya lo hemos hecho notar tantas veces, que una vez más se quiere argüir
aquí partiendo del concepto vulgar de unión y saltando luego al concepto filosófico y
por tanto, yendo de lo accidental a lo esencial. Así como anteriormente distinguimos en
los fluidos un doble movimiento, el esencial e intrínseco y el accidental y el extrínseco.
Y me explico: mientras aquellas dos esferas están en contacto y parecen inmóviles, no
tendrán un contacto tan estrecho que no permitan entrar y salir libremente por la línea
de unión no sólo a la materia sutil sino también a la globulosa y al aire circundante. Y es
que por más unidas que estén una a otra, jamás llegarán a unirse tanto que dejen libres
únicamente aquellos poros que exige para sí como propios (no rehuyo la expresión) la
materia sutil, lo cual se requiere para asegurar la unión esencial y filosófica: siempre
dejarán libres también otros poros más espaciosos, por donde puede entrar el aire, al
menos el más puro; y por eso las esferas pueden separarse también con facilidad. Si hay
otros cuerpos que, a pesar de estar solo yuxtapuestos, se separan con dificultad, se debe
a una fuerza extrínseca, a la gravedad y resistencia del aire que presiona sobre ellos,
como se demuestra en la Estática; es lo que ocurriría también con las dos esferas: si se
las comprime con la mano, no podría separarlas fácilmente otra persona. Pero esta
manera de contacto no es el concepto formal que aquí buscamos, ya que es un contacto
meramente accidental. Hay otra clase de unión que une de tal manera todas las
partículas y filamentos internos y externos de un cuerpo, que deja libres únicamente los
poros necesarios para dar acceso y tránsito a la materia sutil: es la unión que Descartes
llama esencial y verdadera unión, y la que hace que no se pueda mover una parte de un
cuerpo sin que se mueva todo el cuerpo. Esta es y no otra la famosa unión del continuo,
a saber la unión intrínseca y esencial de muchas partículas de una misma figura o

150
especie, que constituyen un todo en sí inmóvil y duro, como fenómeno experimental; y
para entender esto no hace falta sostener la existencia, como algo adicional, de otra
unión sustancial.

20. ¿Y qué más se puede desear? ¿Para qué admitir aquellas otras uniones
distintas, si con esta aplicación ya tenemos asegurada no solamente la unión en sentido
vulgar que llamamos contacto, o mejor dicho, la unión accidental y extrínseca, sino
también la unión esencial e intrínseca y así mismo, en su verdadero sentido, la unión
sustancial? Es ésta un modo de la sustancia, la cual subsiste por sí, pero un modo
distinto de ella modalmente y no realmente en el sentido de los peripatéticos; en otras
palabras (y como ya tantas veces lo hemos explicado al hablar de los modos), es la
misma sustancia de las cosas organizadas de tal manera que sus partes internas exigen
estar colocadas y unidas en tal forma que no pueda darse dicha colocación y unión sin
esas precisas partículas, aun cuando esas mismas partículas sean capaces de otras
posibles colocaciones y uniones, en el supuesto de que se mezclen con otras partículas
de otros cuerpos, o incluso ellas entre sí, pero de distinto modo. Y todo esto obedece a
las leyes de la naturaleza y se cumple de acuerdo con la exigencia propia de cada
cuerpo; sobre todo si se admite como debe hacerse y lo dije anteriormente, la forma
sustancial para la conservación de las propiedades especiales de cada cuerpo, su figura y
la configuración particular de los poros. Y a decir verdad, el vínculo o instrumento de
conservación de todas estas propiedades, no puede ser sino la unión sustancial, por ser
ella algo esencial querido y puesto por la naturaleza, y no una cosa meramente
accidental como es el contacto externo de dos esferas; en otras palabras, es algo
intrínseco y permanente, como lo es la unión de los contrarios al decir de los
peripatéticos, y no algo meramente extrínseco y pasajero como es el contacto de las
esferas. No importa que Descartes admita como elementos de unión, otras partículas que
sostengan y ensamblen como ganchos las partes íntimas de los cuerpos, porque habla de
esto después de haber dejado asentada la noción de la unión esencial y ya sin referirse a
ella, sino a la unión de los cuerpos más condensados, cuyas partículas son muy distintas
de las partículas mínimas de los primeros elementos, y son partículas terrestres
proveniente y compuestas de las partículas primigenias; y por lo mismo, hay
fundamento para introducir en esos cuerpos aquellos elementos de unión o partículas de
enganche cuya existencia se niega tratándose de los elementos primigenios.

21. Queda una última dificultad que se la propone el mismo Descartes. Veamos
cómo se la debe explicar y entender. Otra vez se presenta Milliet con una objeción al
parecer muy fuerte y por cierto aguda e ingeniosa. Pero yo le hago solamente esta
pregunta: si no se puede dividir con la mano el clavo de hierro, ni se puede sacar de él ni
siquiera una partícula, ¿por qué se lo puede dividir tan fácilmente con la misma mano
provista de una lima y eso aun cuando la lima fuese tan tenue como la piel de la mano?
Por otra parte, si la piel de la mano fuera tan dura como la lima, ¿no es verdad que
podría dividir el clavo? Ciertamente que sí. Luego la única razón de que la mano no
pueda hacer mella en el clavo a no ser por medio de un instrumento, es que no influye
como un todo y simultáneamente, sino sólo por medio de la parte exterior de la piel; y
como ésta es menor y más débil y delicada que el hierro, no puedo dividirlo; luego es
evidente la razón que en este caso da Descartes, de la imposibilidad de que el clavo sea

151
dividido por la mano. Para que esto se vea más claramente, tengamos en cuenta que la
mano es como el agua estancada, de la que hablamos antes, y el clavo, como el trozo de
madera introducido en ella. La madera está entonces en equilibrio con el movimiento de
rotación de todas las partículas de agua, y mientras no venga un impulso de fuerza que
dirija aquel movimiento hacia una zona determinada, el trozo de madera permanecerá
inmóvil, y mucho más si en vez de flotar a flor de agua, estuviera sumergido hasta el
fondo, pues en este caso, aun cuando el agua fuera pasando a otro sitio, no se movería la
madera porque debido a su mayor peso no estaría en equilibrio con el agua. Esta misma
ley sirve para el caso que estamos analizando: si el objeto que se quiere romper o dividir
se equilibra o corre parejas con la suavidad de la mano, si se produce un impulso
externo de toda la mano o del brazo, fácilmente se romperá el objeto con la sola acción
de la mano y sin necesidad de lima o de otro instrumento, como ocurre con las ramas o
varas de madera; pero si no hay equilibrio, como en el hierro que es mucho más duro
que la piel de la mano, caso similar al trozo de madera sumergido que es más pesado
que el agua, por más impulso exterior que se aplique no se podrá dividir el objeto.

22. Esto explica por qué no se puede dividir un clavo sólo con la presión de la
mano, aunque sea más pequeño que ella; porque si bien es menor, pero también es
mucho más duro. Pero si se utiliza una lima, ya se da un equilibrio entre la dureza del
objeto y la dureza del instrumento, y es fácil dividirlo en partes, como es fácil mover el
trozo de madera que flota en el agua, con sólo aplicar un leve impulso de la mano como
fuerza extrínseca. Hay que distinguir muy bien entre el equilibrio de las partículas y el
impulso que se aplica desde fuera, y esto no solamente en el agua, sino también en el
caso presente del clavo. En el agua se obtiene el equilibrio mediante el movimiento de
rotación de todas las partículas del fluido, como ya se ha dicho; el impulso externo
proviene del movimiento de gravedad, o de la inclinación, o de la elasticidad que actúa
en la causa impelente; en el caso del clavo, el equilibrio con la mano puede darse en
razón de las partículas que tanto en el uno como en la otra tiene un movimiento igual de
agitación, y el impulso proviene de la fuerza del brazo o de los espíritus animales que
contribuyen a la elasticidad. Por lo tanto, supuesto el equilibrio, tanto en el caso del
clavo como en el del trozo de madera y el agua, será fácil destruirlo con un impulso
cualquiera; pero si no hay equilibrio, el impulso externo que deberá aplicarse para
obtenerlo tendrá que medirse en proporción al exceso del un objeto sobre el otro; pero
una vez obtenido el equilibrio, será muy fácil inclinar el peso en cualquier dirección, es
decir, será fácil mover con cualquier impulso la madera que flota en el agua, y será fácil
también dividir el clavo. Así pues, tanto para el movimiento de un objeto en el agua,
como para el efecto de separar o dividir en partes el hierro, hay que aplicar el mismo
razonamiento y las mismas leyes: hay similitud entre un caso y otro, con la única
diferencia de que el agua es cuerpo fluido, y la mano y el hierro tienen la naturaleza de
los cuerpos duros; pero esto no obsta para que pueda darse un equilibrio tanto en el un
caso como en el otro, y para que, si falla un tanto el equilibrio interno, pueda suplirlo un
impulso aplicado desde afuera, y que, una vez obtenido el equilibrio, pueda ser
destruido al menor impulso. Así se entiende cómo, al recibir un golpe, no solamente se
siente la suavidad de la parte externa de la mano del que golpea, sino la presión de toda
la mano y del brazo: y es que al movimiento de rotación de las partículas suaves de la
mano va unido el impulso externo del brazo en el que actúan los espíritus animales,
pues concurren para el proceso los elementos internos y los externos. Esto sin embargo

152
no obsta para que la mano del otro y mi carne no hayan podido estar en equilibrio,
prescindiendo del impulso externo, puesto que muy bien pudieron tener el mismo grado
de suavidad y un igual movimiento interno de las partículas suaves, que es lo que funda
el equilibrio.

23. Por lo tanto, hay que tener muy en cuenta la diferencia de estos dos
movimientos, la cual consiste en lo siguiente: que el primero, que llamo movimiento de
rotación, se hace alrededor del eje de cada una de las partículas del cuerpo fluido, y el
segundo, o sea el movimiento direccional, se realiza en dirección a alguna zona; el
primero es un movimiento propio e intrínseco, el segundo es un movimiento extrínseco
y que proviene de otro agente. Pero como estos movimientos no han sido hasta ahora
objeto de cuidadosa observación, y como muchas veces los dos movimientos se
encuentran unidos en un mismo efecto y tan mezclados o confundidos que no pueden
distinguirse experimentalmente, no los percibimos precisamente como cosas distintas
sino como una sola, y es que sin preocuparnos de investigar en las cosas más a fondo,
creemos que no hay nada más, y nos engañamos de plano. Así las cosas, caen por Tierra
todas las ilusiones del gran matemático Milliet en cuanto a las deducciones que pretende
sacar contra las afirmaciones de Descartes, a saber que la materia sutil no puede ejercer
ninguna acción en los cuerpos duros. Pero Descartes tiene razón: porque si bien la
materia sutil se supone que es de naturaleza blanda enteramente fluida, y si bien todas
sus partículas o sus elementos físicos mínimos se mantienen en continuo movimiento de
rotación, sin embargo no tiene solamente este movimiento, sino primaria y
principalmente, como ya se ha dicho, tiene el movimiento direccional de oriente a
occidente; y con este movimiento, no con el primero que acabamos de mencionar, se
precipita violentamente contra los cuerpos duros, con este movimiento penetra en los
poros que aún están en formación y en los ya conformados, y plasma la elasticidad,
asegura la inmovilidad, une y solidifica las partes, conserva la estructura y
configuración de los cuerpos, y gobierna todo lo demás en este contexto de cosas; en
cambio aquel otro movimiento a lo más tiene que ver con lo que se relaciona al
equilibrio. En los demás fluidos el movimiento direccional, es más bien violento o por
lo menos preternatural, y no natural, pues en ellos es mucho más natural el movimiento
intrínseco y de rotación, el cual en muchos de ellos como el mosto, la cerveza, la sidra y
aún los humores de nuestro cuerpo y otros que fermentan, se llama movimiento de
fermentación al menos mientras se mantienen en estado de alteración y de cierto cambio
respecto de su curso ordinario, sin perder por lo demás, si todo es normal, el
movimiento propio. Pero en la materia sutil el direccional es el movimiento primario y
más importante, y en él consiste radicalmente aquella cantidad de movimiento, tantas
veces mencionada que no puede disminuir ni aumentar, sino solamente dividirse o
tomar una dirección u otra y variar en muchas formas por efecto de la colisión de los
cuerpos duros.

24. En esta cuestión nos hemos ocupado de la fluidez. No podemos pasar por
alto la transparencia que es propia de casi todos los fluidos. Además de que no se puede
utilizar mejor el tiempo que dedicándolo al estudio de este accidente, modo o cualidad
que descuella mucho sobre los otros. Entre los inventos que se han ido haciendo, ¿puede
haber algo más útil o más a propósito para satisfacer nuestra curiosidad, que el vidrio,

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los lentes, los meniscos, el telescopio, los espejos, los anteojos, el microscopio y demás
objetos transparentes ya sean estables o móviles? ¡Cuánto no agradecen los miopes y
présbitas al que inventó los anteojos! Cuánto los astrónomos por haber descubierto,
gracias al telescopio, las manchas solares, los satélites de los planetas, la infinidad de
estrellas de la vía láctea y mil detalles más cuánto los físicos y los médicos y todos
aquellos que por curiosidad utilizan el microscopio, instrumento que hace descubrir
tantos detalles sorprendentes e imperceptibles a nuestra vista, por ejemplo en el vinagre,
en la leche, en el agua contaminada, que vista a través de ese instrumento, es un
hervidero de microbios y bacterias! Si para su vanidad no contaran con el espejo
aquellas personas que gastan tanto tiempo en arreglarse el cabello, pintarse la cara y
adornar todo su cuerpo, les faltaría la principal alhaja, objeto de su inútil recreo y
diversión. ¿Y qué decir de las perlas, margaritas y otras piedras preciosas, sobre todo los
diamantes? No acaba uno de admirarse cómo una joya tan pequeña pueda equivaler a
veces a millones y millones en dinero sólo por la finura del brillo con que deleita
nuestra vista. Sería tarea interminable ponerse a contar las ventajas y mil encantos que
proporciona la transparencia o diafanidad de las cosas. Ella recoge y encierra los
principales fenómenos de la naturaleza: en ella juegan y hacen la gloria de sus delicias
la luz, la belleza, los colores, el aire, el agua, el fuego y hasta la Tierra que, en los vasos
chinos o porcelanas, incrustada en las vetas doradas del decorado, resplandece con tanta
beldad y luminosidad. Y no hay ningún cuerpo, por más duro y compacto, como el oro
por ejemplo, que si se divide en finas laminillas, no resulte diáfano. Así, la levigación
del mármol, del oro, de la plata, del acero, del marfil, etc., no es otra cosa que la primera
reducción de aquellos cuerpos a pequeñas partículas, o sea, el primer grado de
transparencia. Pero con esto entramos en un mare mágnum: prefiero no alejarme mucho
de la playa, para no caer en lo profundo; bastará con examinar unas cuantas gotas de
este inmenso piélago.

25. Analicemos lo que es un cuerpo diáfano o transparente. Supuesta la


explicación de los cuerpos fluidos y la incesante irrupción de la materia del sol y de los
demás astros sobre las esferas vecinas y supuesta la proyección de la actividad de las
esferas en línea recta hacia la circunferencia, en cuya acción consiste la luz, la visión y
la transparencia de los fluidos, como quedó expuesto al explicar una serie de
fenómenos, sobre todo los relacionados con los cuerpos sólidos, para hacer ver lo que es
la transparencia ayudará la consideración de la coordinación de los poros, dispuestos en
tal forma que dejan paso libre y como en línea recta a la materia globulosa. Tenemos el
siguiente experimento: de un poco de la masa que hacen los vidrieros con las cenizas de
las hierbas o con ripio calcinado y otros materiales, técnicamente dispuesta, amasada y
suavizada, tómese una pequeña cantidad: será opaca; pero luego redúzcase la densidad
de este fragmento ya sea soplando sobre él y con cualquier otro sistema y póngaselo al
horno: se volverá transparente. ¿Cómo se explica este fenómeno? Muy sencillo: con el
fuego se ponen en movimiento las partículas de ese material, se liberan y vuelan las
superfluas, y las más consistentes se coordinan mejor entre sí; luego con el concurso de
la materia globulosa que está penetrando y como golpeando continuamente, los poros de
la masa se ordenan en tal forma que quedan dispuestos en perfecta correspondencia y en
línea recta, formando una especie de criba o una serie de canales o tubos; con el frío se
solidifican los nexos y filamentos quedando así en estado cristalino, como perforados en
todas direcciones pero sin llegar a romperse o dividirse; si después el trozo se rompe y

154
se pulveriza, vuelve a convertirse en cuerpo opaco. Todo esto hace ver que la
transparencia de los cuerpos sólidos no es algo distinto de la disposición coordenada de
los poros que permite el paso directo de la luz o la irrupción de la materia globulosa;
cuando no se dan estas condiciones, ya sea porque se sobreponen varias superficies en
forma desordenada, o porque el objeto se rompe y se hace polvo, sobreviene la
opacidad. Esto se ve muy bien en una tela de lienzo: si se lo extiende se pueden ver los
diversos objetos a través de los innumerables orificios del tejido, cuya urdiembre semeja
un tenue cendal; pero si se hacen dos o tres dobleces en el lienzo, se interrumpe la
continuidad de los orificios y se oscurece el diáfano cendal impidiendo la vista de los
objetos. Esto mismo en lo que se da en los cuerpos transparentes, cuyos poros y
filamentos corresponden a la urdiembre del tejido: si se suprimen los intersticios o se
perturba su disposición, desaparece la diafanidad. Cualquier otra explicación no será
suficiente para explicar la causa de la transparencia.

26. La nuestra es una explicación suficientemente clara del fenómeno de la


transparencia en todos los cuerpos sólidos que la poseen en algún grado, ya sea el cristal
y todos los tipos de vidrio, ya los lentes, los espejos, el diamante, el mármol, la
margarita, los metales levigados, etc., pues por una parte jamás falta la causa productiva
de los poros, a saber el fuego que el hombre produce con sus diversos artefactos y el
fuego subterráneo natural, y por otra, sabemos que todos los cuerpos tienen abundancia
de poros y nunca desaparece la causa que los conserva asegurando su permanencia ni la
que los destruye cuando sufren un cambio. La misma es la explicación para la
diafanidad del aire, del agua y de los demás cuerpos fluidos, y la prueba es que en ellos
desaparece la diafanidad con sólo el aumento de la cantidad, como en el lienzo cuando
se lo dobla. Pero esto que se dice acerca de los fluidos se refiere y se ha de entender en
parte como algo propio de las partículas espirales del aire y de las partículas más
gruesas del agua y de otros cuerpos, mas no de los elementos mínimos que intervienen
en la composición de dichos cuerpos, y en parte y mucho más también de los
intersticios o intervalos que al unirse dejan entre sí dichas partículas, intervalos que
equivalen a los poros y por los cuales puede pasar fácilmente la materia globulosa, en
un fenómeno parecido al que se da cuando en un montón de piedras o de granos como el
trigo, el mijo u otros, se hecha agua y ésta resbala inmediatamente por los intersticios
que encuentra. Y no se ha de entender ni se refiere a las partículas primigenias de los
tres elementos mencionados anteriormente, de la materia sutil, de la ramosa y globulosa,
que en diversas proporciones entran en la composición del aire, del agua y de los otros
fluidos y aún de la misma Tierra, porque no hay necesidad de poner poros en estas
partículas. Esto supuesto, ¿qué necesidad hay de estar averiguado si la luz es sustancia o
accidente o si se trata de partículas de fuego que se difunden por el ambiente, o si actúa
a distancia? y ¿qué es la imagen de los objetos, o cómo se produce, como actúa y cómo
se propaga? ¿qué son los colores permanentes y los transitorios? en qué consiste la
visión, y mil otras cosas y fenómenos que pueden ir surgiendo sin fin. A todo esto se
puede responder en poquísimas palabras: todos estos fenómenos no son sino
modificaciones de la luz, o el movimiento y transmisión de la materia globulosa, que
incide directa o reflejamente en los ojos, y que al excitar las reacciones de la retina y la
glándula, produce la sensación que llamamos visión: esta es la explicación más fácil y
sencilla, sin necesidad de multiplicar entes y más entes. Supuesta y asegurada la
transmisión o movimiento de la luz, la existencia de los poros en los cuerpos, la

155
diversidad de medios, la elasticidad y la dureza de ciertas partículas y la diversidad de
superficies en los objetos, no habrá fenómeno que no pueda ser explicado breve y
satisfactoriamente. Ni hay por qué preocuparse tanto de la cuestión de los poros; porque
absolutamente todos los cuerpos constan de partes que pueden comprimirse más y más
hasta el infinito, de conductos que pueden estrecharse cada vez más y por tanto, de
poros que pueden ir reduciéndose hasta el infinito; lo cual significa que se puede pensar
que en todo cuerpo hay un número indefinido de poros. Analicemos de nuevo a la luz de
este método la reflexión de la luz, los colores, la perspectiva, y la percepción en la
visión, que por ser materia importante de nuestro trabajo, está bien tratarla con más
detenimiento.

27. El proceso de reflexión de la luz es como sigue: No es conforme a la verdad


la afirmación de los matemáticos, de que el ángulo que llaman de incidencia sea
siempre igual al ángulo de reflexión, y el ángulo de refracción corresponda más o
menos a la tercera parte del ángulo de inclinación. Porque aunque esto sea verdad en el
ámbito matemático, es decir, en la mente de quienes consideran las cosas sólo en cuanto
son sujetos de cantidad continua y discreta en orden al lugar y al tiempo, y eso de un
modo indeterminado sin llegar jamás a una conclusión evidente acerca de algo
determinado, por ejemplo de este triángulo o de este cuadrado que dibujo en el papel y
sin preocuparse de las cosas tal como son en la realidad, lo que es propio sólo de los
filósofos, la afirmación de los matemáticos, digo, no es verdadera en el ámbito
filosófico. Los matemáticos con sus cómputos deducen sirviéndose hasta de falsos
supuestos, el número, el peso y la medida de muchas cosas; mientras que los filósofos
analizan hasta el último la esencia misma de las cosas, y el modo como ellas existen,
actúan, permanecen y sufren diversos influjos y qué son en último término en sí
mismas. Los matemáticos consideran las cosas de una manera abstracta, según están en
la intención o la mente, o según deberían ser en realidad; los filósofos las miran y
analizan de un modo concreto, no como se piensa que deberían ser sino como son de
hecho en la realidad concreta, lo que es algo muy distinto, toda vez que los matemáticos
parece que solo investigan lo relacionado con el deber o derecho, –lo que es más
seguro-, mientras que los filósofos se ocupan de los hechos, – lo que es mucho más
arriesgado. Pues bien, la reflexión no consiste en tal o cual ángulo, puesto que el ángulo
no existe en realidad; y la prueba es que está sujeto a la voluntad de cada uno, que
cuando quiere puede cambiar dichos ángulos; y añado una prueba más de lo que digo: si
en un vaso lleno de agua o en un espejo se diera en verdad el llamado ángulo de
incidencia independientemente de mi vista, el objeto que miro en ellos sería visto sólo
por mí y mientras mi ojo esté en línea con aquel ángulo, y no podría verlo si me pongo a
un lado, lo cual va contra la experiencia, porque por más movimientos que yo haga, por
más que cambie mi punto de vista yendo a la derecha o a la izquierda, levantándome o
inclinándome, alejándome o acercándome, con tal que mire la superficie del espejo
siempre miraré el objeto representado en él. Por tanto, dichos ángulos no se dan
resueltamente en la realidad, pues si así fuera, habría una total confusión y se destruirían
mutuamente. ¿Qué tenemos, pues, de hecho y en realidad? Lo que existe en realidad, y a
ello hay que atenerse, es únicamente el fundamento para determinar dichos ángulos: en
concreto al mirar de hecho el objeto en el espejo, lo que hay es una relación de tal
naturaleza entre el objeto y la vista que basta para que los matemáticos puedan
determinar la equivalencia o igualdad entre el ángulo de incidencia y el ángulo de

156
reflexión. Esta es la única realidad, que no la negamos; pero me pareció bien destacarla,
para no confundir las matemáticas con la física.

28. Pues bien, hablando en términos físicos, la reflexión de la luz se explica del
modo siguiente: los rayos del sol se propagan hasta nosotros pasando del aura etérea al
aire que nos rodea, es decir de un medio más ligero a uno más denso, y lo hacen en
forma de cono móvil, cuyo vértice es el mismo disco solar, y la base cualquier parte de
la atmósfera o de todo este medio fluido que nos rodea; y esto, de tal manera que debido
a los repetidos centelleos o vibraciones y a los impulsos de los glóbulos del rayo cónico,
dibujan en el aire una imagen similar al original o prototipo, si bien mucho menor, en
razón de la distancia, y además hieren o impresionan la superficie de la atmósfera de tal
manera que las partículas del aire al ser agitadas y adquirir elasticidad, reaccionan,
empiezan como a danzar moviéndose en todas direcciones, pero no todas por igual, sino
de acuerdo con la fuerza del impulso que reciben de parte de los rayos del cono solar.
Ahora bien, como los rayos solares ejercen impulsos desiguales, ya que el rayo del eje
los envía con más fuerza por ser más corto que los demás, y como por otra parte
sabemos que cuanto más largo es el trayecto, tanto más débil resulta el movimiento que
en él se produce, tenemos que los movimientos del aire correspondientes a los rayos del
cono solar tendrán que ser también desiguales; en otras palabras, que las partículas que
reciben el impulso del rayo central del cono se moverán con más fuerza que las que son
impulsadas por los otros rayos que se desplazan hacia la circunferencia, y a medida que
se aproximen más a ésta, irán siendo más débiles tanto los impulsos como los
movimientos de las partículas. De esto se sigue un doble efecto, el primero en el aura
etérea y el segundo en el aire. En cuanto al aura etérea, titilará toda ella por acción de
los movimientos reflejos provenientes de la imagen del sol impresa en la superficie de
la atmósfera por la vibración de los rayos; y sea cual fuere la parte de esta aura o medio
más ligero (nada importa la expresión), en la que se ponga el ojo, éste percibirá dichos
movimientos sin necesidad del ángulo determinado de reflexión, como ya se dijo, sino a
través de otro móvil, cual es el que se forma con la base en la imagen del sol pintada en
la atmósfera agitando todo aquel medio, y cuyo vértice va a terminar en el punto en el
que se sitúa el ojo. Si se quiere o se llega después a señalar ese sitio, los matemáticos
tendrán oportunidad de trazar sus líneas por la misma superficie de los conos y de medir
la igualdad de los ángulos de incidencia y reflexión. Así pues, tenemos que considerar
aquí un doble cono: primero, el cono solar cuyo vértice está en el mismo disco del sol;
segundo, el cono visual suyo vértice cae en el mismo ojo; de estos dos conos, el uno es
directo y el otro reflejo; los dos se proyectan tocándose inversamente, y ambos son
necesarios para la visión. En realidad sin embargo no son más que la materia globulosa
agitada por los impulsos de la materia central del sol que impresiona así mismo el ojo
modificándolo para que pueda ver este o aquel objeto determinado.

29. Supongamos ahora que el ojo se ubica en el sitio en donde estamos, es decir
en el interior de la misma atmósfera, y por tanto, en un medio distinto: ¿qué puede
ocurrir? En primer lugar el cono solar sufrirá una refracción en todos sus rayos menos
en el central; lo cual se debe al hecho de que el aire es más denso que el éter, y el fluido
de estas capas inferiores, más denso y compacto que el de las capas superiores y por
tanto ofrece mayor resistencia al impulso y movimiento de los rayos y se mueve con

157
menor velocidad que el éter y el fluido de las capas superiores. Esto hará que la imagen
del sol dibujada y agitada por sus rayos cónicos en las zonas superiores o en la
superficie de la atmósfera, no solamente conmueva enteramente con sus vibraciones el
éter en la zona alta y el aire en la baja, sino que también dará origen a conos desiguales
de visión, en razón de la diversidad de los medios en los que actúa, y de la diferencia de
movimientos que comunica al éter y al aire; y ésta es la verdadera causa de la
refracción, toda vez que de la diversidad de los medios necesariamente tienen que
seguirse diversos efectos. Por lo demás se dará luego el mismo fenómeno que tuvimos
antes: sea cual fuere el sitio en que se sitúe el ojo dentro de la atmósfera, verá
directamente el mismo sol a través del cono visual, cuyo vértice está ubicado en el ojo y
la base en la imagen del sol; dando así mismo lugar para que pueda verificarse la
igualdad de los ángulos a los que ya hemos hecho referencia. Si el aire tuviera la misma
raleza o diafanidad que el éter, los ángulos de incidencia y reflexión en uno y otro
medio serían enteramente iguales, es decir los dos correspondientes al éter iguales a los
correspondientes al aire, y el un cono visual siempre igual al otro; pero siendo el aire un
elemento más denso, y el éter más ralo y más puro, los rayos del cono solar que
penetran el aire, se refractan haciendo que dichos ángulos resulten desiguales. O, lo que
es lo mismo, hablando en términos físicos, los rayos del sol que penetran en el aire
abriéndose paso gracias al impulso y movimientos continuos de los glóbulos, pierden
mucho del propio impulso y movimiento que tenían antes en el éter, no solamente
porque el movimiento se va debilitando conforme aumenta la longitud del camino
recorrido, sino sobre todo porque en el aire se encuentra con un obstáculo más fuerte y
choca con partículas más densas que el éter; y es sabido que cuanto más fuerte y más
denso es un cuerpo, tanto más vigorosamente resiste a un movimiento que le viene de
fuera de él. No olvidemos así mismo la diferencia entre los conos que hemos
considerado: porque es claro que el cono solar se ha de concebir de muy distinta manera
que los conos visuales: el uno se ha de colocar en sentido inverso al de los otros: el cono
solar, con el vértice del sol, y los conos visuales con el vértice en el ojo, con las bases
respectivas en la parte contraria al vértice. Pero esto es algo que pertenece también a las
matemáticas y no se toma en cuenta si no es para explicar con más claridad los
movimientos físicos, en cuya diversidad y modificación debido a los diferentes medios
que entran en juego, consiste formalmente todo el problema.

30. Todo lo contrario, cuando la luz pasa de un medio más denso a uno más
ligero, por ejemplo del aire al éter: en el primer caso, el rayo de luz se refracta ad
perpendicularem, como se dice; en el segundo, se refracta a perpendiculari; es decir, en
el primer caso el cono visual inferior venía a ser menor, o lo que es lo mismo, el aire se
movía menos en razón de la mayor resistencia presentada por su mayor densidad, y en
el segundo caso resulta ser mayor el cono superior o, lo que es lo mismo, se mueve más
el éter en razón de su menor resistencia. Aquí está la explicación de todos los efectos de
la refracción de las estrellas, y de por qué a veces aparecen más altas de lo que son de
hecho, y otras veces más bajas o también sin refracción, como cuando están cercanas al
cenit: y es que en este caso, los rayos de las estrellas vienen a ser perpendiculares,
forman su imagen en el aire de manera uniforme, y su repercusión en el hemisferio es
también uniforme; lo que no sucede cuando aparecen en el horizonte o cuando se
ocultan; porque en este caso, fuera de que los conos visuales de su imagen recorren un
trayecto más largo para llegar hasta nosotros, sin perder nada de su impulso y

158
movimiento, y además el sol no calienta o ilumina tanto junto a la línea del horizonte
como junto al meridiano, hay que considerar además otro efecto, que es el siguiente: la
imagen del astro se imprime en el aire oblicuamente dando lugar a que en el ojo del
observador se forme un cono escaleno, cuyos radios son más cortos que los otros en la
parte de la intersección transversal con la base; de ahí que se intensifique en esa región
el movimiento de los glóbulos, dando por resultado que el observador crea que el astro
está más alto de lo que en realidad está; como en la balanza, en la cual un peso mayor,
al que corresponde también un movimiento mayor, eleva más el peso opuesto. La razón
formal de esto estriba en la comparación que hacemos con los movimientos
provenientes del astro cuando está en el cenit o cerca del meridiano, que es el punto de
los movimientos más intensos, y por lo mismo cuanto más se acercan a esos puntos, dan
pie a un juicio errado de nuestra parte, cuando creemos que el astro está más alto de lo
que está en realidad, efecto que se debe al cono escaleno que hemos mencionado. Así el
paralaje hace aparecer más bajo al mismo astro, por la sola razón de que nos olvidamos
de la distancia del centro de la Tierra. Tal vez pueden ser éstos los puntos que explica
Descartes al referirse al doble movimiento, el vertical y el horizontal, y afirmar que el
globo al moverse así debe pasar por la diagonal del paralelogramo, es decir, a 45 grados.
Pero esto también toca a las matemáticas.

31. La reflexión y refracción de la luz en el agua o en el vidrio o cristal, se rigen


y explican más o menos por los mismos principios que en el medio aéreo, sobre todo la
reflexión y refracción en las gotas que forman el arco iris, del cual ya hablamos antes,
con la única diferencia de que estos medios son más densos que el aire. Además en el
cristal o en otros sólidos que estén pulimentados y levigados, hay la ventaja de poder
hacer reflejar y refractar la luz artificialmente y de muchas maneras, con lo que se han
podido inventar y construir toda clase de espejos, lentes, prismas y mil maravillas por el
estilo. En los espejos ordinarios se da el siguiente fenómeno: como mediante el
mercurio o el plomo han quedado cegados por el lado opuesto los poros del cristal, la
materia globulosa que, agitada por la materia sutil y central del sol o de otro foco de luz,
incide sobre mi rostro, repercute contra el espejo, y como al entrar en él no puede seguir
avanzando por impedirlo el plomo del lado opuesto, rebota y regresa por la misma vía y
dirección y con los mismos movimientos que llevaba antes, sin cambiar en nada ni
desviarse debido a la dirección recta de los poros, e invadiendo de nuevo los ojos, hiere
e impresiona la retina en la misma forma que hirió antes el rostro. Por efecto de esto la
imagen queda representada al vivo y con absoluta perfección, reflejando por acción
refleja los mismos colores y proporción del objeto que tenía al incidir sobre mi rostro
por acción directa, pero cambiando la ubicación de las partes, es decir, haciendo que se
vea a la derecha lo que estaba a la izquierda y viceversa, y en la parte delantera y hacia
abajo lo que estaba hacia atrás y en la parte superior. El mismo fenómeno tiene lugar en
cualquier objeto que se mira, salvo que en este caso no hay sino una sola reflexión de la
luz, a saber la que se produce partiendo del objeto hacia el ojo del observador, mientras
que cuando uno se mira en el espejo hay una doble reflexión, una a partir del rostro
hacia el espejo y otra a partir del espejo hacia el ojo del observador. Por lo demás y en
cuanto a la situación en el ojo, queda también representado el objeto sin cambio de
ninguna clase. Esto, por lo que se refiere a los espejos. ¿Qué decir de los lentes, de los
espejos ustorios, del microscopio, la linterna mágica, los prismas, etc.? ¿De qué

159
principio servirnos para explicar sus respectivos fenómenos? ¿Y qué del color de los
objetos? La respuesta es una sola y rápida: la refracción y reflexión de la luz.

32. La refracción se obtiene artificialmente con el siguiente procedimiento: Con el


movimiento vertiginoso del lente en el crisol, se distribuyen y disponen sus partes
circulares de tal modo que unas sobresalen y otras se hunden o deprimen, pero en orden
igual y con perfecta levigación del cristal. Si se trata de un lente cóncavo, el centro será
la parte que sufre mayor depresión con igual alteración del orificio de su poro, haciendo
que la materia globulosa que incide en él, no se refleje ni se refracte, sino que constituya
el eje del cono luminoso que tiende a continuar directamente en su dirección, tal como
ocurre en cualquiera otra superficie plana y diáfana. Los demás orificios de los poros
situados aquí y allá alrededor del centro, irán adquiriendo, por efecto de la frotación,
una conformación transversal, tanto más pronunciada cuanto más lejos estén del centro,
y por lo mismo resultarán más espaciosos, y admitirán más cantidad de materia; ésta a
su vez ejercerá mayor violencia y continuará su curso por donde encuentre mayores
facilidades; pero como no puede conseguir su propósito si no es llevando su fuerza de
impulso hacia el eje del lente a alguna distancia más allá de su cuerpo, se unirá con el
eje en el sitio correspondiente al foco. El mismo proceso siguen los demás orificios de
los poros hasta el borde de la concavidad del lente con una apertura gradualmente tanto
mayor cuanto más alejados están del centro; y así, dado el mayor aflujo proporcional de
materia que pugna por introducirse y dada la resistencia de la superficie opuesta del
cristal, todos los rayos habrán de juntarse en un mismo sitio con un trayecto más largo
pero también con mayor velocidad de la materia; una vez ahí, producirán calor y fuego,
o cortarán en forma de cruz e invertirán la imagen del objeto. Si se trata de un lente
opaco y sin transparencia, como son los espejos ustorios, hechos de bronce, tendrá lugar
el mismo proceso, se dará un punto focal en el que convergen los rayos, pero esto en la
parte anterior del espejo, no en la parte posterior. Y lo mismo si se trata de un lente
convexo: los orificios de los poros con la fricción se van haciendo cada vez más grandes
y se van disponiendo o trazando en forma transversal hasta el eje del lente, más o menos
como en el caso anterior, pero con una salvedad, y es que en este caso dichos orificios
miran hacia fuera y no hacia adentro como aquellos, y además el centro del lente es más
abultado, y no al revés como en el otro caso. Si en un mismo lente concurren las figuras
que hemos descrito, ya sean de una misma o de diversa especie, se podrán construir
objetos o aparatos en los que la convergencia de los rayos en un mismo punto focal no
sea la única condición y se podrán obtener mil instrumentos sorprendentes, como
enseña la óptica. Es, pues, natural, que conforme fuere la construcción de los lentes y el
diverso trazado, apertura o disposición de los poros del cristal, y según fuere mayor o
menor el aflujo de materia y más largos o más cortos los rayos cónicos, etc., el efecto
será también distinto: más fuerte o más débil, de un tipo o de otro, con una distancia o
con otra respecto del foco, etc.; en todo caso es factor decisivo la desviación del curso
de la materia globulosa respecto de la línea recta por efecto de la interrupción causada
por los diversos orificios del cristal. Si la convergencia de los rayos tiene lugar a una
distancia mínima, como en el caso de los lentes de diámetro muy pequeño, en los cuales
es posible obtener la superposición de elementos mínimos, se tendrá un excelente
microscopio; si la convergencia de los rayos tiene lugar a una distancia máxima, como
en los lentes de diámetro muy grande que se van colocando objetivos en tubos ópticos,
se tendrá un magnífico telescopio para la contemplación de los satélites de los planetas

160
y de otros cuerpos celestes; si es el caso de la linterna mágica, en la cual los rayos de luz
impedidos, por medio de un lente, de llegar a la imagen cristalina, se sobreponen unos a
otros, se proyectará en la pantalla una imagen similar pero mucho mayor; y si lo que se
tiene en un prisma con determinado grado de refracción según el distinto grosor del
cristal, el efecto será una visión estupenda de variedad de colores.

33. Paso ahora a explicar por la reflexión de la luz, los colores permanentes. Lo
opuesto a la diafanidad o transparencia es lo opaco, así como lo opuesto a la fluidez es
lo duro; por otra parte los cuerpos fluidos son por excelencia diáfanos, y los duros son
generalmente opacos; de ahí que la mejor manera de explicar lo que es un cuerpo opaco,
es decir sencillamente que viene a ser opuesto al transparente. Pues, bien, así como la
transparencia consiste en la abundancia de poros, la opacidad tiene que consistir en la
falta de poros, en su mayor estrechez y en la disposición como revuelta y desordenada
de las partículas en un cuerpo; esta confusión y mezcla obstruye los conductos, detiene
el curso de la materia globulosa, y con esto, en vez de penetrar la luz a las partes
interiores del objeto, lo que hace es reflejarse inmediatamente desde la superficie,
mientras el objeto sigue siendo oscuro. Pero no por eso disminuye o pierde su interés,
pues fuera de lo que tiene de por sí, se reviste de tal colorido que viene a ser objeto de
general admiración. Pero ¿qué son los colores? Yo afirmo que los colores son la distinta
reflexión de la luz, como la imagen de aquel que se mira en el espejo. En esta distinta
reflexión consisten todos los colores permanentes; pero volviendo a lo que dijimos
antes, esta reflexión de los rayos del sol no hay que concebir ni explicar por medio de
los ángulos, como si fueran líneas rectas que partiendo del sol regresan al ojo del
observador rebotadas por la superficie del objeto sobre el que inciden; esta explicación,
aunque ingeniosa, es de cuño únicamente matemático, no físico. Lo que aquí
entendemos por reflexión es el diferente movimiento de la materia globulosa que la
materia central del sol impele continuamente en línea recta hacia los objetos; ahora bien,
estos glóbulos móviles inciden de tal manera en la superficie del cuerpo opaco y según
sean las diversas características de su contextura, se dividen, repercuten, se superponen,
convergen o adoptan determinadas modalidades en tal forma, que vuelven al ojo del
espectador en mayor o menor número y cantidad, con uno u otro grado de celeridad,
llevando uno u otro movimiento, etc. Pues bien, los colores en toda su diversidad
consisten precisamente en esta diversidad de movimientos de la materia que repercute, y
por ende, en la mayor o menor conmoción y vibración de los filamentos en la retina del
ojo del espectador. El mismo fenómeno tiene lugar tratándose de cualquier estrella,
llama, o fuego, naturalmente a su manera y en las debidas proporciones, ya que todo lo
que es ígneo puede llamarse no sin propiedad, una especie de sol. Y hay todavía más:
todo lo que se dice de los colores permanentes hay que decir también del iris, las
coronas, los halos, las nubes el prisma y los demás colores transeúntes, puesto que para
unos y otros sirve la misma causa y explicación. En efecto, los ángulos, por ejemplo de
45 gr. del arco iris que se requieren para que puedan verse los fenómenos que en él
tienen lugar, no son aquello que constituye formalmente aquellos colores; sino tan sólo
la condición para que los rayos del sol al incidir en determinados objetos, pongan en
movimiento la materia globular de tal modo que, regresando a los ojos del espectador,
impresionen la retina tal como lo hacen cuando regresan partiendo de los objetos que
tienen colores permanentes.

161
34. Por consiguiente, tanto los atomistas como los cartesianos hacen mal al querer
explicar los colores permanentes con el ejemplo de los transeúntes, cuando más bien se
debía hacer lo contrario: explicar los colores transitorios al modo de los permanentes, o
lo que es lo mismo, explicar de la misma manera lo relativo a todos los colores. De
hecho el rayo del que habla Newton, que por más prismas que lo intercepten y dividan,
conserva siempre el mismo color, ¿no está indicando lo mismo que acabamos de decir,
a saber que ambos colores, el permanente y el transitorio, consisten únicamente en el
hecho de que la luz se refleja hacia el ojo del espectador con un determinado
movimiento o una determinada agitación de la materia intermedia, para que siempre
produzca el mismo efecto en la retina, es decir, para que conmueva o impresione de tal
manera las fibras del nervio óptico, que el espectador juzgue que siempre mira el mismo
color? No hay duda que en la cámara oscura todos los colores se ven distribuidos
maravillosamente sobre la pantalla opuesta, y sin duda permanecerían siempre así en
caso de que el sol continuara inmóvil: si así fuera, dichos colores vendrían a ser
permanentes, lo mismo que los colores de una pared, o los colores del rayo de Newton
que se consideran permanentes por cuanto dicho rayo siempre aparece con el mismo
color sean cuales fueren las intercepciones a que se ve sujeto. Ahora bien, aun cuando
se admita en este rayo el color permanente al igual que en una pared o en cualquier otro
objeto visible, no puede haber mejor explicación del fenómeno si no es recurriendo a los
movimientos antes mencionados; porque si no, es decir, si se admitiera que el color es
un accidente físico inherente al mismo rayo, no solamente estaría revestido de un color,
sino que representaría todos los colores, ya que por la misma vía por la que se proyecta
el color rojo, se proyectaría también, con sólo mover un poco el prisma, el amarillo, el
verde, el celeste o el violeta; por otra parte, si se combinaran muchos prismas en
diversos sitios, los rayos vendrían a dividirse y perturbarse mutuamente en medio de la
cámara a tal punto que no podrían proyectar siempre el mismo color en la pantalla sobre
la que inciden; pero esto contradice a la experiencia, porque por más prismas que se
empleen, cada uno produce su efecto particular sin cambio de ninguna clase: luego no
podemos decir que el color es un accidente físico. En cambio si para explicar todos
estos fenómenos se admite el factor movimiento, desaparece toda dificultad; lo único
que hay es que los glóbulos del aire que está de por medio, sin desplazarse de su sitio
pueden revolotear en todas direcciones y adaptarse a los rayos provenientes de cualquier
prisma. Esta es, por tanto, la verdadera explicación. Pero como la misma dificultad se da
en la cámara oscura, en la cual todos admiten que se dan los colores transitorios
fácilmente explicables por el movimiento, hay que concluir que tanto los colores
permanentes como los transitorios se explican por el movimiento. Y no puede ser de
otra manera, ya que por una parte, los mismos adversarios tienen que admitir que es
necesaria la luz para que puedan distinguirse los colores, dado que por la noche y
cuando no hay luz nadie puede ver colores en los objetos, y por otra basta la
modificación y diversidad de movimientos de la materia globular para explicar todo lo
referente al asunto. No hace falta por tanto, añadir más explicaciones.

35. La teoría o explicación de los colores es la siguiente: en primer lugar el color


del sol y de cualquier luz, como la de las estrellas o de otro foco luminoso, consiste en
que sus rayos ígneos que el cuerpo radioso difunde en movimiento recto inciden
directamente, gracias a la agitación de la materia globular, en los ojos del espectador sin
que su movimiento impulsivo se refleje en otros objetos, y sin que se modifique o
diminuya. Siendo esto así, es también cosa cierta que dicho movimiento es el mayor

162
entre todos, ya sea porque llega desde el centro luminoso por el camino más corto, ya
porque no tiene donde sufrir división y distribuirse. Pues bien, en este movimiento, que
es el mayor entre todos, consiste el color ígneo. Y con él tenemos el fundamento de los
demás colores: cuanto más se acercan éstos al color ígneo, tanto más veloces son los
movimientos de la materia globular; y cuanto más se alejan, tanto más débiles son
dichos movimientos. Y es que cuanto más se alejan, tanto mayor es el ángulo de
reflexión y tanto más larga la línea de propagación del movimiento, el cual se va
debilitando a medida que aumenta la longitud de dicha línea; y cuanto menos se apartan,
el ángulo es menor y la línea de reflexión es más corta. En estos movimientos más o
menos intensos consiste toda la variedad de los colores. Ahora bien, son seis los
principales colores que distinguimos en los objetos. Rojo, amarillo, blanco, verde, azul
y negro; dejemos a un lado como especie aparte el color ígneo, lo mismo que el diáfano,
es decir, el fundamento de los demás colores que es el fuego, y la privación de los
mismos, que es la transparencia o diafanidad. Se puede decir que los colores se acercan
al del fuego o se alejan de él siguiendo el orden en que han sido nombrados, y por lo
mismo sus respectivos movimientos tienen que determinarse conforme a ello; pero no
hay mejor forma de identificarlos que el recurso al estudio de las superficies de los
diversos objetos sobre los que inciden los glóbulos luminosos, pues según fuere la
configuración de la superficie, los reflejarán de un modo o de otro, bajo un ángulo o
bajo otro, por una línea o por otra, con una velocidad o con otra, modificándolos por
tanto, según estas distintas características y condiciones. Si logramos establecer con
exactitud las características de las diversas superficies de los objetos, tendremos
posibilidad de formarnos un juicio cierto acerca de los colores: distingo yo seis
contexturas en dichas superficies, una perfectamente pulimentada, otra dividida en
pequeñas cuadrículas, otra en glóbulos, otra en pirámides, otra en pequeños conos, y
otra con una serie de concavidades.

36. Supongamos, pues, que la materia globular impresiona una superficie


perfectamente pulimentada; como en este caso el rayo móvil incide directamente en la
superficie y por ser ésta perfectamente pulimentada, no encuentra nada que lo haga
dispersarse hacia los lados o reducirse y atenuarse, regresará prácticamente íntegro y sin
cambio alguno, por la misma vía por la que llegó reflejándose y formando un ángulo
enteramente agudo; por lo mismo la línea de reflexión será la menor entre todas y el
rayo conservará toda su fuerza pudiendo impresionar la retina con la misma intensidad
que antes cuando llegó directamente y por tanto, provocando una sensación
prácticamente igual: tendremos así el color rojo, que difiere muy poco del color ígneo.
Sea ahora una superficie formada por innúmeras cuadrículas: en este caso el rayo
globular que incide sobre ella sufrirá diversas modificaciones, se verá como desplazado
hacia los lados, habrá menos glóbulos que al reflejarse retroceden por la misma vía, el
ángulo de reflexión no será tan obtuso, el trayecto de vuelta será más largo, el
movimiento será también algo lento, correspondiendo a todo esto una sensación menos
intensa en el ojo y, por lo mismo, distinta; tendremos así el color amarillo. Pongamos
una superficie conformada por infinidad de glóbulos: el rayo que incide sobre ella
sufrirá todavía más modificaciones y desviaciones, el ángulo y la línea de reflexión
serán mayores, el movimiento también todavía más lento; y si en vez de tener una
superficie formada por glóbulos tenemos una conformada por pirámides o por pequeños
conos, los correspondientes efectos en el rayo serán todavía más fuertes y sensibles,

163
porque habrán aumentado en número y tamaño las cavidades que forzosamente quedan
en una superficie de esa naturaleza, y dispersarán y absorberán muchos más grados de
movimiento; y si en una superficie lo que hay y abunda, en vez de otros corpúsculos, es
más bien una infinidad de concavidades, el efecto en el rayo será el máximo que pueda
darse, porque esta superficie absorberá prácticamente toda la materia globular que
incide en ella, sin permitirla reflejarse sino en proporciones mínimas, y eso
confusamente: tendremos así, por su orden, los demás colores, a saber, el blanco, el
verde, el azul y el negro. Finalmente si ponemos una superficie por decirlo así tan
permeable, conformada por tal cantidad de poros, que los rayos globulares puedan
penetrar y propagarse directamente por todo su cuerpo y no se reflejen absolutamente, o
muy poco, en el ojo del espectador, sin provocar por tanto ningún movimiento o a lo
más un movimiento mínimo, imperceptible, en la retina, lo que tendremos será
únicamente la transparencia, es decir, la negación de todo color. Todo lo dicho hasta
aquí se refiere a los colores permanentes. Por lo que hace a los colores transitorios,
como los que se dan en el arco iris, en los prismas, en las nubes, en las maderas
pútridas, etc., el fenómeno es parecido: si se logra, por ejemplo, construir artificialmente
un cristal de naturaleza apropiada para el efecto, o si la estructura de los objetos es tal
que reflejando la luz bajo determinado ángulo, hace que la materia globular impresione
la vista tal como lo hace cuando incide sobre los objetos que tienen color, habrá perfecta
igualdad y aparecerán en ellos los mismos colores, o en otras palabras, nuestra alma
juzgará de ellos de la misma manera en ambos casos, porque la razón es la misma.

37. Por lo dicho es fácil entender lo que es la pintura, o el arte que suele imitar los
objetos representando no solamente las líneas externas, la superficie de los cuerpos y la
figura de cada uno de los miembros, sino también los movimientos internos de los seres
vivos y como dotándoles oculta e insensiblemente de vida y alma y haciendo creer que
en realidad la tienen; y con esta ventaja sobre los simples espejos: que en éstos la
imagen que representan es algo transitorio que luego desaparece, mientras que en el
cuadro es más duradera que la misma vida de los seres representados. No hay nada más
elegante ni más agradable y bello que la perspectiva en los cuadros: el arte de la pintura
es el que domina en los palacios, brilla en los teatros, prima y sobresale en los templos,
devuelve la vida a los muertos, y con el encanto de sus líneas y trazos artísticos arrebata
a los matemáticos hasta el éxtasis. Pues ¿qué tiene este excelso prodigio de las artes?
Nada más que lo que ya hemos dicho en nuestra anterior explicación: logra dotar al
cuadro de una superficie de tal naturaleza, distribuyendo con la pintura o los colores las
diversas secciones de modo que queden pulimentadas o cuadriculadas o como
enchapadas con cuadrículas, glóbulos, pirámides, pequeños conos o cavidades, todo en
tales condiciones, que al incidir con sus movimientos la materia luminosa y al rebotar
hacia fuera, se refleje en los ojos del espectador tal como lo haría si cayera sobre el
mismo prototipo; en otras palabras, los rayos modificados por la superficie del cuadro
se reflejan y regresan con tal regulación y proporción en la velocidad, bajo tales
ángulos, que hieren y conmueven al nervio óptico tal como lo haría el mismo cuerpo
que se trató de representar, por ejemplo la persona de Pedro o el bucéfalo: al mirar el
cuadro se tendrá por tanto, la misma sensación que al mirar el prototipo, Pedro o el
bucéfalo, según el ejemplo dado; y a no ser que uno se desengañe aplicando los otros
sentidos, como el tacto, o acercándose más al mismo cuadro, se podría tomar por
verdadero el racimo de uvas pintado como lo hicieron las aves del pintor Zeuxis. Todo,
incluso este delicioso engaño, se debe únicamente a la modificación sufrida por los

164
rayos que llegan a la vista; a no ser que aquí también se quiera admitir la presencia de
un accidente físico. Pero no. Las cosas con como hemos dicho. Y la prueba son aquellas
estatuas deformes que vistas a la distancia parecen muy hermosas y lo sumo a que
puede el arte, y resulta que al mirarlas de cerca no son sino una masa informe, con un
ladrillo en vez de nariz, troncos en vez de brazos y piernas, y con mil otras formas
horrorosas. Todos estos elementos distribuyen los rayos de luz disociándolos, o
absorbiéndolos o interceptándolos en tal forma que sólo dejan llegar a la mirada del
espectador aquellos que puedan producir una impresión agradable en la retina, como la
impresión que produce la vista de algo bello, de modo que surge en el alma la
convicción de estar frente a un objeto hermoso. Y lo que hace la distancia en tales
estatuas, hace también la cercanía en las llamadas miniaturas, en que el pincel dibuja
hábilmente sólo los rasgos principales de la imagen prototipo omitiendo los detalles.
Pues bien, estos diversos efectos se deben únicamente a la modificación de la luz.

38. Finalmente digamos algo acerca de la percepción de estos fenómenos en el ojo,


es decir, acerca del proceso mismo de la visión. Aun cuando es difícil de entender, la
explicación es la siguiente: se trata de saber cómo percibimos y sentimos en nosotros las
cosas u objetos que están fuera de nosotros. Este es el problema y aquí está la dificultad.
¿Cuál es la causa de aquella sensación que tenemos nosotros de algo que existe fuera de
nosotros? ¿Cómo se propagan por el medio ambiente las imágenes o especies, no
precisamente las “especies” de que hablan los aristotélicos, sino los movimientos a que
nos hemos referido antes y que aquí llamo justamente especies? Es fácil explicar, como
de hecho ya hicimos, cómo llegan al fondo del ojo. Pero ¿cómo llegan desde la retina
hasta la glándula? Es claro que ese proceso se lleva a cabo a través de los filamentos,
tubos y espíritus animales del nervio óptico que llegan a tocar la superficie de la
glándula pineal y que con sus vibraciones forman en ella una imagen igual a la que ha
formado en la retina la materia globular. Pero hay dos cosas que presentan todavía su
dificultad: primero, por qué aparece un objeto único, siendo así que tenemos dos ojos
que en diversas circunstancias pueden representar multiplicado un mismo y único
objeto. Segundo, por qué el objeto no aparece invertido, siendo así que el ojo se
presenta invertido, tal como ocurre en los telescopios y otros aparatos, a menos que con
la adición de otros lentes se lo ponga en su posición normal. No es difícil la solución si
aplicamos en esto una vez más la teoría de los movimientos. En cuanto al primer punto,
aunque los ojos son dos, los filamentos o conductos que forman el nervio óptico, se
propagan por igual y van a confluir hacia un mismo punto de la glándula, al cual llegan
también juntamente los espíritus animales reflejados por la retina, impresionando dicho
punto concertadamente con sus respectivas vibraciones y haciendo que el alma juzgue
que no hay sino un solo objeto. Pero si el acceso de dichas vibraciones y movimientos
no se lleva a cabo en forma igual y simultánea, como cuando se abre sólo un ojo para
mirar, el objeto aparecerá también algo distinto, digamos mayor o menor, más o menos
claro u oscuro, según la capacidad y proporción del ojo; lo mismo si las vibraciones no
llegan exactamente al mismo punto, como cuando se comprime con el dedo uno de los
ojos alejando la extremidad del nervio del punto preciso, de modo que el flujo de los
espíritus incide en otro punto de la glándula, y tenga que aparecer el objeto duplicado. Y
lo que ocurre en el ojo cuando es presionado por el dedo, ocurre también por un proceso
artificial en las diversas superficies de un poliedro, con la consiguiente multiplicación
del objeto, porque los movimientos reflejados por éste y distribuidos por todo el aire son

165
recibidos en cada una de las partes del cristal, por separado, y luego se propagan
también por separado hasta llegar a la retina para impresionar asimismo por separado la
glándula y producir necesariamente la sensación de un objeto multiplicado.

39. En cuanto a lo segundo, a saber por qué no aparece el objeto invertido, la


explicación es la siguiente: estudiando de cerca los filamentos de las ramificaciones del
nervio óptico y distinguiendo bien en ellos los que dan hacia arriba y hacia abajo y los
que dan al lado derecho y al izquierdo, vemos que su distribución en la retina es de un
orden perfecto, ocupando cada uno la parte que le corresponde en la retina, los de arriba
en la parte alta, los de abajo en la parte inferior, los de la derecha en la derecha y los de
la izquierda en la izquierda, uniéndose luego en el conducto del nervio óptico para
llegar, así unidos, a la glándula pineal; estudiando asimismo de cerca la disposición y
comportamiento de las ramificaciones de los conductos en las cercanías de la glándula,
vemos que los movimientos que tienen lugar en la retina y de los cuales dependen como
de causa principal, no afectan de modo uniforme sino variado a dichas ramificaciones o
filamentos; en concreto, si por ejemplo un determinado movimiento hace mover en la
retina los filamentos de la parte superior y los empuja hacia arriba, ese mismo
movimiento hace que las extremidades cercanas a la glándula se dirijan hacia abajo, y
viceversa, si los filamentos de la parte inferior en la retina son empujados hacia abajo,
las extremidades de junto a la glándula se dirigen hacia arriba, siguiendo también un
proceso similar los filamentos y extremidades de las partes izquierda y derecha, es decir
en la glándula con dirección de movimiento contraria a la que tiene lugar en la retina, tal
como ocurre en los telescopios donde lo que invierte una lente, otra lo vuelve a poner en
sentido contrario. Esto lo pide la misma naturaleza de las cosas, como es fácil
comprobar por ejemplo en el pie amputado de algún animal: si se estiran los nervios
hacia una parte, los dedos del pie se cierran en la dirección contraria, y viceversa; y lo
mismo en una cítara: si a una de sus cuerdas tensas se la presiona hacia abajo, sus
extremidades tienden a ir hacia arriba y viceversa, si se la presiona a la derecha sus
extremidades tienden a ir a la izquierda, y viceversa; puede verse también lo mismo, y
más sensiblemente, en un bastón fijado a un punto: si se lo hace curvar hacia arriba o
hacia abajo o hacia otra dirección cualquiera, siempre sus extremidades irán hacia la
parte contraria. Pues bien, volviendo a la imagen de un objeto, es decir a los
movimientos que, reflejados por su superficie, inciden en el ojo, hay que saber que
dichos movimientos se dividen y dispersan en el humor cristalino como lo harían en una
lente de cristal y así avanzan hasta la retina, en donde se invierte la imagen, y actúan de
conformidad con su dirección y su respectiva longitud. Lo cual quiere decir que si por
ejemplo miro a un hombre que está de pie, el rayo que proviene de su cabeza
impresionará los conductos de la parte inferior de la retina, y el que proviene de los pies,
por el contrario, impresionará los conductos de la parte superior, el que proviene del
lado derecho impresionará los conductos de la parte izquierda, y el del lado izquierdo
los de la parte derecha; además cuanto más cortos sean los rayos que van desde el
humor cristalino a la retina, tanto más rápido será el movimiento que ahí se produce, y
cuanto más largos, tanto más tarde será el movimiento.

40. ¿Cuál será el efecto de este fenómeno? En primer lugar en el eje visual, que
entre los rayos del cono visual es uno solo, y que no está dividido y es también el más

166
corto de todos, la visión será más precisa y clara, como nos muestra la experiencia,
porque el movimiento que se propaga por dicha línea es más fuerte y más vivaz, por
tratarse de un trayecto más corto; por lo mismo también los demás rayos resultarán más
oscuros cuanto más alejados estén del eje. Además a la distinta presión en la retina
corresponderá una distinta inclinación o inflexión de los conductos del nervio óptico
junto a la glándula, y por tanto, los orificios de dichos conductos, por los cuales circulan
los espíritus animales, tendrán que inclinarse y dirigirse hacia la parte que por la
naturaleza misma de las cosas exige aquella primera presión en la retina; es decir, los
conductos que en la retina se extienden hacia arriba, dirigirán sus orificios de junto a la
glándula, hacia la parte de abajo, y viceversa; y lo mismo los conductos del lado
izquierdo y del lado derecho, pues, si bien se considera, es ésta la correspondencia que
guardan entre sí los movimientos e inclinaciones de las extremidades de los conductos
del nervio óptico. Ahora bien, como los espíritus animales circulan continuamente por
dichos conductos afluyendo hacia la glándula incitados por los movimientos que tienen
lugar en la retina, al llegar a los orificios de los conductos, dirigirán sus impulsos
siguiendo la dirección de dichos orificios, tal como hace el agua que mana de la fuente,
que se dispersa en el aire siguiendo la dirección de la inflexión del tubo o conducto por
donde sale. Siendo, pues, la inclinación junto a la glándula, contraria –como hemos
dicho– a la que tiene lugar en la retina, los impulsos de los espíritus serán también de
signo y dirección contraria, hacia arriba o hacia abajo, hacia la derecha o hacia la
izquierda, según la respectiva dirección contraria en la retina. Es así natural que veamos
los objetos en su recta posición, aun cuando en el ojo la imagen esté invertida: el alma,
en efecto, como ya hemos dicho tantas veces, no puede formarse juicio sino de los
movimientos inmediatos de la glándula, y no de los mediatos y remotos como son los
que tienen lugar en la retina o en los mismos objetos; querer intentar otra cosa como nos
sucede al juzgar de los colores, es caer en el error. Lo dicho acerca de la visión se puede
aplicar fácilmente, mutatis mutandis, a la audición, al gusto, al olfato y al tacto, pues
todos los procesos y fenómenos correspondientes a estos sentidos tienen que explicarse
por medio de los movimientos que vienen de fuera del sujeto y que luego de
impresionar con un primer impulso los órganos del respectivo sentido, se propagan a
través de los nervios sensoriales hacia el interior y con el aflujo de los espíritus animales
llegan hasta la glándula pineal. En conclusión, según fuere el tipo y modalidad de las
impresiones recibidas por esta glándula, es decir, según que las reciba en una parte o en
otra, con un movimiento o con otro, bajo uno u otro ángulo, con mayor o menor fuerza,
con mayor o menor orden y velocidad, etc. serán también diversas las sensaciones,
correspondiendo una al oído o al gusto, otra al olfato o al tacto, y distintas también
incluso dentro de una misma especie, por ejemplo una visión determinada u otra; y el
alma distingue todas estas sensaciones únicamente en la glándula que es el órgano en
donde para esto opera racionalmente, distingue –digo– estas sensaciones, les asigna su
respectivo nombre y las distribuye en sus diferentes clases.

IX- Respuesta a la Proposición 9ª. Existe la materia sutil

1. En esta sección defiendo la existencia de la materia sutil, primer principio de la


naturaleza, al cual se reducen o vienen a parar en último término todos los demás
principios o elementos, el primer móvil, el primer agente creado, a disposición en todas
partes, velocísimo, sin el cual sería imposible cualquier efecto en el universo. Trato,

167
pues, de estudiar y analizar la naturaleza de este principio. Todos tienen que convenir
necesariamente, como ya lo dije a otro propósito, en la existencia de algún primer
principio o elemento, del que dependan como de su raíz última todos los demás
siguiendo una concatenación ordenada, así como los movimientos de las ruedas de un
reloj que en último término dependen del peso del péndulo convenientemente elástico.
De no admitirse este principio habría que recurrir cada vez inmediatamente a la causa
increada, que comúnmente recibe el nombre de refugio de la ignorancia. Este primer
principio, -ya se llame materia sutil, o ley de la naturaleza, o decreto inmutable del
Creador, o fuerza y tendencia de gravitación, alma del universo, voluntad divina, o
cualquier otra denominación (no vamos a discutir acerca del nombre)-, es materia del
presente estudio; en otras palabras, se trata de identificar un principio que sea el más
universal, el más general, el más simple de todos los principios o elementos creados. Y
ya que Descartes, cuyo pensamiento tratamos de analizar y esclarecer, llama a este
principio materia sutil, me parece bien al defender su existencia, hacer mía también esta
denominación. Si los adversarios al hablar de su materia prima la entendieran
precisamente como entiende Descartes la materia sutil –lo cual, bien miradas las cosas,
tal vez no deja de ser verdad–, admitiría yo inclusive esta denominación, y sostendría
que la materia sutil es la materia prima; pero para evitar equívocos, prefiero emplear la
primera de estas dos denominaciones. Para continuar, lo primero que tengo que decir es
lo que tantas veces he repetido, a saber que el ilustre adversario se muestra y arguye con
todo el vigor de los peripatéticos pero sin penetrar bien en la doctrina de los atomistas.
Porque o supone lo que los contrarios no afirman, y lanza flechas que se pierden en el
aire sin causar ninguna herida, o arguye del estado actual de las cosas al hipotético,
siendo así que más bien se debe hacer lo contrario, argüir del estado hipotético al estado
actual; precisamente se suelen formular hipótesis aun de cosas imposibles, para tratar de
entender mejor la naturaleza de las cosas que existen de hecho; o al menos propone
dificultades sobre el infinito, siendo así que sabemos perfectamente que no podemos
penetrar y entender su naturaleza porque nuestras capacidades son limitadas.

2. ¿Por qué vuelve Milliet a urgir y argüir con el asunto de la imposibilidad de la


división de la materia sutil en partes no esféricas? Afirma en efecto que si pudiera
dividirse en partes no esféricas, ello ocurriría o bien antes de experimentar ningún
movimiento, o en el mismo movimiento y por él, y que no es posible ninguna de las dos
cosas: que no puede ser antes de que ocurra el movimiento, porque no puede haber
división si no es por el movimiento, y que no puede ser después de éste, porque es
imposible que se muevan las partes cúbicas a no ser que exista el vacío; y que esto,
según Descartes, no es posible ni aun por milagro; y que, por tanto, es imposible la
división de la materia sutil en partes no esféricas. Estos puntos y otros por el estilo son
los que Milliet tacha de contradictorios, y en ellos se apoya para formular su
argumentación. –Le respondo en primer lugar que son, sí, verdaderas y apodícticas las
pruebas que aquí acumula–, a no ser que alguien, tratando de hurtar el cuerpo, como se
dice, pretenda resolver el asunto, recurriendo a la compenetración de los ángulos, cosa
que es posible y ya antes lo señalamos, por lo que sabemos del caso de la hostia
consagrada-; en este supuesto, se diría que se excluye todo vacío y las partes cúbicas
pueden moverse sobre su propio centro a pesar de sus ángulos. Pero no hace falta acudir
a este expediente. Tal como yo veo el problema, los argumentos del adversario no
llegan a debilitar la hipótesis de Descartes; porque él, como puede verificar cualquier

168
atento lector no aborda con su razonamiento la naturaleza de las cosas tal como vemos
que de hecho han sido creadas y establecidas por Dios, sino que como todo el mundo
suele hacerlo, formula una hipótesis como base de razonamiento y posibles
conclusiones. ¡Cuántas veces no vemos que se hecha mano de este método de
argumentación!: supongamos –se dice– que por un posible o imposible, el hombre fuera
irracional, eterno, independiente de Dios, que se verifique los contradictorios, que exista
la quimera, que exista de hecho el universal, etc.; asimismo, que el Verbo sea una
creatura, que no haya un Dios, o que existan varios dioses, etc. No vamos a tomar esto
como base de ataque contra los que utilizan este simple sistema de argumentación.
También Descartes no hace sino formular una suposición o hipótesis que sabe de
antemano que no se da ni jamás se ha dado, puesto que como católico ortodoxo cree y
confiesa que el mundo fue creado, y que el primer hombre no apareció en forma de niño
sino como perfecto varón salido de las manos sapientísimas de Dios. Con entera
claridad expone su pensamiento en una de sus cartas, en donde comenta tan bellamente
según las ideas de sus principios el primer Capítulo del Génesis, que no hay cosa más
hermosa, más llena de ingenio y más conforme con la Escritura.

3. Y lo que es más, de ese estado perfecto del hombre en su primera aparición


parece deducir que también el mundo debió de ser creado ya en estado perfecto: el
hombre fue creado en estado perfecto –dice, sin confusión en sus órganos, con todas sus
perfecciones; luego convenía que el mundo fuera también creado en estado perfecto.
Porque así como el hombre, supuesta la base del barro de su cuerpo, comenzó a ejercitar
perfectamente todas sus operaciones vitales en cuanto recibió el alma, como el caminar,
discurrir, raciocinar, etc., así también el mundo, supuesta la confusión, tinieblas y caos
del comienzo, apenas apareció debió de contar con todos sus bienes y perfecciones,
como son las flores, los frutos, las mieses y demás riquezas y productos. Buen
argumento éste, pero no muy eficaz. Porque suponiendo que el mundo hubiera sido
creado en estado perfecto, todavía queda la duda sobre qué perfecciones le convenían
más, qué estado de cosas era más connatural a él, y si esas perfecciones debían ya darse
en él de hecho, o sólo bastaba que las tuviera en potencia, dado que ambas cosas
suponen perfección, así como es perfección del hombre no solamente el raciocinar de
hecho sino también el poder raciocinar. Habiendo, pues, razones en pro y en contra de
las dos posibilidades es decir unas razones que prueban la conveniencia de que el
mundo haya sido creado en estado perfecto, y otras que prueban más bien lo contrario y
según las cuales se considera más honroso para la sabiduría divina el haber dotado a las
causas segundas de una virtualidad especial para que cada una produjera sus respectivos
efectos de una manera tan sorprendente que nunca podremos admirar lo bastante, repito
que el argumento sugerido arriba no es del todo eficaz. De todos modos, lo que aquí
pretende Descartes una vez más, es formular una hipótesis meramente mental, como si
dijera: supongamos, si se quiere por un imposible, que Dios haya creado al comienzo
una determinada masa de materia, es decir una cantidad determinada y fija. Hay que
cuidarse de hablar de una cantidad infinita, como sin una base razonable quisiera
Milliet, porque no se trata aquí del infinito; hablemos más bien de una cantidad
indefinida, que no podemos precisar ni determinar qué es en sí misma y en concreto. La
hipótesis dentro de estos términos es la que sirve al intento de Descartes, no la que se
refiere al infinito y que no podemos entender. Supongamos, pues, que Dios haya creado
esa determinada masa y que la haya dividido en innumerables partículas cuadrangulares,

169
y cúbicas, y que luego a cada una en particular le haya añadido o asignado algo de
aquella primitiva cantidad de movimiento a fin de que girara sobre su propio centro o en
diversas otras formas. ¿Qué efecto se seguiría de esta hipótesis? Evidentemente el que
señala Descartes, a saber, la aparición de aquellos tres elementos ya antes mencionados:
de la materia globular, de la materia sutil y de la ramosa, lo cual es cosa obvia para todo
el que tenga conocimiento de ella, y a la vez, perceptible a la vista. ¿Qué hay de
contradictorio en todo este raciocinio?

4. Pero se dirá que de esta hipótesis se siguen consecuencias que son imposibles:
que dicha materia se mueve y no se mueve, que el movimiento es posible y luego
imposible, etc. Respondo: ¿Qué quiere decir esto, sino que de un imposible se sigue un
imposible? Admito, nos dirá Descartes, que de esta hipótesis se siguen todos esos
imposibles; pero de esto no se puede deducir más que una cosa: que mi hipótesis es una
realidad imposible, como lo es también la existencia del hircocervo o de la quimera;
pero no porque se dice que estas cosas son imposibles, no puedo pensar algo acerca del
hircocervo o de la quimera: ¿quién puede sostener tal cosa? Pues entonces ¿quién puede
negar que yo no pueda establecer aquella hipótesis como una mera suposición? Pues
esto es lo que hago, dice Descartes, con el fin de deducir de lo que podría ser, lo que de
hecho es y se da actualmente, con la única exclusión de los imposibles pero admitiendo
aquellas cosas que incluyen posibilidad. ¿Acaso no podemos llegar al conocimiento de
las realidades positivas, partiendo de conceptos negativos? ¿Como de la consideración
del pecado al conocimiento de la virtud, de la percepción de las tinieblas al
conocimiento de la luz? Más aún, comúnmente se dice que las cosas contrarias lucen
más cuando se contraponen: la diafanidad o transparencia sobresale en presencia de la
opacidad, la blancura triunfa junto a la negrura, y la dulzura sabe mejor después de la
amargura. Y aun el mismo Dios, Ser infinitamente infinito, se concibe de alguna manera
que es lo que es por contraposición con aquello que no es: por ejemplo que no es un ser
producido (ab alio), que no es creatura, que no hay término en su bondad, en su
santidad, en su eternidad, en su inmensidad, que nada resiste a su omnipotencia, que
nada escapa a su Providencia, nada se oculta a su sabiduría, etc. ¿No es verdad que
reflexionando en estas cosas llegamos de algún modo a entender a Dios indirectamente?
Y sólo después, ya con un concepto positivo conocemos directamente que es bueno,
santo, eterno, omnipotente, etc., aunque jamás llegaremos a comprender su bondad,
santidad, etc., tal como son verdaderamente en sí, sino sólo por contraposición al
concepto contrario. ¿Por qué entonces no se ha de poder, partiendo de un imposible,
llegar directamente al conocimiento de algo posible, y qué no se podría deducir de
aquello que podría darse en un estado, aquello que debe darse en otro? Esto es lo que
dice Descartes.

5. Según esto, invierto el argumento de Milliet, y sostengo que dicho argumento


más bien confirma lo que afirma Descartes: de esta hipótesis se sigue claramente que
todo movimiento es imposible, que puede existir el vacío, que se pueden encontrar los
extremos de un infinito, que puede existir el verdadero y absoluto reposo que excluya
verdaderamente todo movimiento, que puede darse la verdadera dureza, la verdadera
opacidad, en una palabra el verdadero infinito; es así que, como ya dijimos, estas cosas
son imposibles; luego aquella hipótesis es imposible. O si es posible la hipótesis,

170
tendríamos que decir que aquellas cosas son posibles; y esto no se podrá probar tan
fácilmente. Hay que concluir entonces como verdad, que de hecho no se puede dar tal
hipótesis, y que únicamente se la supone, para entender mejor la naturaleza creada en
aquel estado de abstracción, admitiendo solamente las cosas posibles y rechazando
todas las imposibles. Según esto, caen por Tierra todas las razones acumuladas en las
objeciones: que cómo hayan podido moverse aquellas partículas cúbicas, cómo pudo
haberse producido la materia sutil por el choque y por la fricción de los ángulos, cómo
pudo quedar como residuo la materia globular, cómo pudieron originarse las uniones y
surgir la materia ramosa de la coagulación de las partículas etc., lo único que cabe decir
es que todos esos elementos se produjeron en la forma que fue posible que se
produjeran y que es quimérico decir que la omnipotencia de Dios llega hasta producir
aquello que implica contradicción. Ahora bien, si el reposo absoluto, la dureza absoluta,
etc. son, como ya vimos, pura nada, no naturaleza, entes negativos que implican
contradicción, y por tanto imposibles, lo único que queda es decir que el mundo no fue
producido en esas condiciones, sino con movimiento actual y real, con extensión actual,
con alguna dureza y alguna fluidez, etc.; que la materia globulosa surgió
inmediatamente con sus glóbulos, la ramosa con sus escamas y pedúnculos o ganchos,
la materia sutil con sus partículas tan diminutas, sobre todo redondas pero también con
otras de distinta figura y tal que no puede haber cosa más pequeña en la naturaleza. Así
es como se hizo el mundo, justamente en la forma como lo creemos por la Escritura. En
ella se hace mención del Espíritu del Señor, es decir del viento, de la luz, de las aguas
de los mares, de las plantas, de los reptiles, etc. Entre estas cosas hay muchísimas de
tamaño mínimo, o actualmente divididas en partículas pequeñísimas; por tanto es
preciso admitir y entender las cosas como hemos expuesto; y hay que suponer, como
dije más arriba, que en todas estas cosas se da una determinada cantidad; y esto para no
caer en vano en un proceso hasta el infinito, proceso que jamás podremos saber si es
posible o no posible.

6. Dígase lo que se diga, persistirán las mismas dificultades. Acaso el fluido en el


que respiramos no es algo, acaso no se mueve, no es corpóreo, y consta de variedad de
partículas, algunas al menos divididas de hecho actualmente entre sí? Evidentemente
estas partículas tendrán alguna figura, sea cual fuere, por ejemplo cilíndrica, piramidal,
ramosa, globular, cónica, forma de cabello o de lámina; el nombre poco importa.
Además hay que admitir que el vacío al menos de ley natural es imposible. Ahora bien,
en el actual estado de cosas, para que queden llenos todos los espacios vacíos tiene que
existir necesariamente una determinada especie de materia de dimensiones mucho más
pequeñas y mucho más fluida que todas las demás, y que esté formada de partículas de
una figura determinada, por ejemplo redonda, que es la única figura a propósito para
adquirir tal velocidad, que la haga capaz de fluir y moverse más rápidamente que las
otras partículas más gruesas y densas con las que se entremezcla. Pero aun supuesta una
materia de esta especie, se pueden seguir formulando las mismas dificultades de la
objeción que estamos discutiendo: porque se puede argüir que también en este caso es
imposible cualquier movimiento. Y la razón es la misma que aduce Milliet, a saber, que
también en este caso no podrían moverse las partículas sin separarse un poco unas de
otras; pero de esto se seguiría la existencia natural del vacío; lo que va contra el mismo
supuesto; luego una de dos, o no se puede establecer dicho supuesto, o si se lo establece,
no podría moverse ninguna de las partículas. Además, yo seguiría urgiendo: o aquella

171
materia, que es la más fluida de todas y que llenaría inmediatamente todos los ángulos,
está actualmente dividida hasta el último punto, o no lo está; si está dividida, habrá que
admitir lo que dice Milliet, y lo que ningún filósofo ha admitido hasta ahora; si no está
dividida, caemos nuevamente en la existencia natural del vacío. Y lo pruebo: supuestas
las partículas más gruesas y densas entremezcladas con aquella materia fluidísima, hay
que admitir necesariamente, que al menos algunas se tocan , ya sea en un punto, si son
partículas globulares, ya en una línea si son partículas cilíndricas, o en diversos puntos y
superficies si son partículas de distinta configuración; ahora bien, supuesto este contacto
de las partículas por un punto o por una línea, si se quiere excluir el vacío lo único
posible es admitir un cuerpo que pueda estar incluido entre dichas partículas; pero no
puede estar incluido ahí sino aquel último elemento mínimo que ya no es divisible,
puesto que la primera distancia que se da después del punto de contacto, es el pequeño
vacío que sigue inmediatamente a aquel punto; luego así como aquel punto excluye todo
elemento mínimo extraño, el primer vacío admitirá solamente un elemento mínimo tal
que sea el último de los elementos divisibles; luego aquel elemento mínimo estará
actualmente dividido hasta lo último. Por tanto, o habrá que admitir el vacío, o habrá
que admitir que aquella materia está actualmente dividida hasta el infinito. Ya se ve que
este argumento va no solamente contra Descartes sino contra todos.

7. Pero yo sostengo que este último elemento mínimo absolutamente indivisible en


acto, no puede darse. Y mi argumento es el siguiente: si se diera, sería, por este mismo
hecho, divisible; luego no puede darse. Pruebo el antecedente: supongamos que aquel
elemento mínimo está en el punto céntrico del eje de una rueda que se extiende
indefinidamente en dirección al cielo y que gira; o mejor en el centro de un remolino
perfectamente redondo y que gira sobre su propio eje y cuyas partes centrales
permanecen inmóviles aunque las demás partes se muevan en sentido circular. En este
caso, el punto céntrico e inmóvil, como se supone, y al mismo tiempo indivisible, puede
estar por todas partes rodeado de otros puntos igualmente indivisibles, o no puede. Lo
segundo es contra el supuesto; luego tendríamos que admitir lo primero. Pero esto es
imposible, por lo siguiente: puede estar rodeado por un solo punto, o por muchos. Pero
quién va a decir que está cercado por uno solo?: esto no sería rodear o cercar sino
abarcar; y si está rodeado por muchos puntos, todos éstos estarían en contacto con el
punto céntrico; pero entonces pregunto: lo tocarían en un mismo sitio o en diversos; si
lo tocan en diversos sitios, ese punto céntrico estaría compuesto de diversas partes y
lógicamente no sería indivisible; si lo tocan en un solo sitio, habría que decir que
muchos puntos están en un mismo sitio y que, naturalmente, se compenetran; puesto
que, siendo uno solo aquel punto medio y no pudiendo ser tocado sino en un único sitio,
todos les demás puntos dispuestos alrededor o no lo tocarían, o si lo tocan, estarían en el
mismo sitio; pero como esto es imposible, tendríamos que admitir lo primero.
Pongamos el argumento en otra forma: todas aquellas partículas del remolino dispuestas
en torno a su centro y al punto medio, se supone que lo tocan todas ellas, o solamente
algunas; no se puede decir que lo toquen solamente algunas, porque no hay más razón
para ello a favor de unas que de otras; luego habría que admitir que todas lo están
tocando; pero esto no es posible a no ser que sean menores que dicho punto, porque si
no, bastaría una sola partícula que lo esté tocando para excluir a las demás, ya que ella
ocuparía todo el espacio; luego aquel punto medio es mayor que las partículas; pero
aquel elemento que es mayor que otros semejantes a él es divisible en partes menores.

172
Por consiguiente, y resumiendo lo dicho, si el punto medio fuera indivisible, por lo
mismo sería también divisible; en consecuencia, aquel último elemento mínimo repugna
como algo contradictorio.

8. Veamos lo mismo con otro argumento: o aquellos puntos que rodean el punto
medio inmóvil e indivisible emplean algún tiempo para poder moverse y rodearlo, al
tiempo que la rueda o el remolino se mueven a toda velocidad, o no emplean ningún
tiempo; si no emplean ningún tiempo, es señal de que no se mueven, ya que no puede
entenderse un movimiento sin el correspondiente tiempo; y si emplean algún tiempo,
quiere decir que aquel punto medio tiene alguna extensión que tiene que ser recorrida en
el lapso de aquel tiempo; pero lo que tiene extensión no puede ser indivisible puesto que
tiene partes separables; luego aquel punto medio no puede ser indivisible. Además se
puede pensar que aquel remolino se va agrandando hasta el infinito y que, por
consiguiente, todas sus partes se mueven más lentamente en torno al centro, como es
obvio; ahora bien, si el punto medio fuera indivisible, las partes más próximas a él no
podrán moverse más lentamente, porque sea cual fuere su velocidad de movimiento,
siempre estarían recorriendo igualmente todo el punto indivisible; es decir que, siendo
indivisible dicho punto, también tendría que ser indivisible el instante que se emplea en
recorrerlo; luego las partes más próximas del remolino nunca podrían moverse más
lentamente; pero esto es imposible; luego tampoco es posible que el punto medio sea
indivisible. Esto quiere decir que tampoco es posible aquel punto medio que no se
compone de partes, y que tampoco es realmente posible un centro inmóvil; porque
únicamente puede decirse que es inmóvil aquel punto que siempre conserva una
situación igual respecto de los objetos junto a los cuales está situado y que nunca puede
tener una relación distinta respecto de ellos. Pero esto en el caso propuesto es imposible,
a no ser que se diera algún elemento o punto indivisible; porque si no, es decir, si es
divisible, tendría diversas relaciones con los objetos circundantes por medio de sus
respectivas partes y entonces no sería inmóvil. Este indivisible no puede darse como
hemos visto; luego tampoco puede darse un centro inmóvil. Lo mismo digamos del
instante indivisible, el menor y el más veloz de todos: es imposible; porque si existiera,
podría realizarse en dicho instante aquel movimiento indivisible en torno a un punto
céntrico indivisible, -dos cosas que son imposibles; luego es imposible el instante
indivisible. Esto vale también para el número, la distancia, la aproximación, las
sensaciones y demás realidades que pueden crecer o disminuir hasta el infinito, como
dejé expuesto en otro sitio. Todas estas realidades son de tal naturaleza, que al tratar de
sus últimos elementos o términos, caemos inmediatamente en el concepto del ente
negativo y de los imposibles. Por tanto, hay que reconocer que la argumentación
propuesta en esta forma, tiene que ver únicamente con las dificultades en torno al
infinito.

9. La segunda objeción que trae Milliet, parece que por de pronto puede negarse en
razón de los mismos principios ya expuestos. Ya se dijo más arriba que con la
combinación de las cenizas y el mijo se puede obtener un determinado elemento
líquido, como lo vemos también a diario en el tratamiento del oro y otros metales, que
por más duros que sean, pueden reducirse a estado líquido, por medio del fuego. Pues
bien, si el fuego puede lograr este efecto, ¿por qué no ha de poder lograrlo la

173
fragmentación exhaustiva de las partículas? En uno y otro caso interviene la misma
causa productiva, que es el movimiento, o la separación y división de las partículas y la
disolución del continuo, que puede provocarse tanto por la fragmentación como por el
fuego, si bien es verdad que éste lo hace con más facilidad y con más frecuencia. En
cuanto al hecho de que en varios experimentos no se llega a obtener el efecto deseado,
como cuando a pesar del movimiento, no se logra un determinado fluido, no tiene nada
en contra de la materia sutil. Y la razón es muy sencilla: no decimos que cualquier clase
de movimiento baste para conseguir ese efecto determinado, sino únicamente aquel
movimiento que sea capaz de fragmentar y dividir las partes mínimas de los cuerpos a
tal punto que ya no puedan dividirse en partes más pequeñas; en cuanto a la materia
sutil, es tan fina, es decir está dividida en partículas tan pequeñas que de ley natural no
pueden seguir dividiéndose, y se diría que dista de todos los demás líquidos más que el
agua de la madera. Según esto, mi argumento es el siguiente: así como si por lo que
ocurre en la madera quisiera deducir que el agua no puede llamarse líquida, con
evidente enfado de mis interlocutores, así también en nuestro caso sería inaceptable
querer argumentar y deducir lo que es la materia sutil por lo que ocurre en unos cuantos
experimentos mal realizados. Muchos de los experimentos que solemos hacer son
demasiado elementales y por tanto, nada a propósito ni útiles para llegar al
conocimiento profundo de la naturaleza; y aun los que son realmente útiles hay que
tomarlos con no pocas salvedades para no caer en el abuso. A mi juicio, querer
argumentar sobres estas bases, es como decir: Nos consta que con el movimiento
podemos fraccionar y destruir muchas cosas luego nada bueno puede conseguirse de ley
natural por medio del movimiento. Por supuesto que jamás lograremos nosotros a fuerza
de golpes dar a la materia una figura sensible connatural a su finura, digamos una
configuración totalmente redonda o flexible, o de cualquier otro tipo, con la que se
adapte en debida forma a todos los movimientos; de lo contrario, tendríamos que el arte
no solamente imita a la naturaleza, sino que hace lo mismo que ella. En esto como en
otras cosas se puede pecar tanto por exceso como por defecto. Pero ¿quién puede negar
ese poder a la naturaleza? ¿quién puede lograr los sutilísimos movimientos que ella
produce? Aquí están presentes el dedo y el poder de Dios. Además no hace falta decir
que Dios ya desde el comienzo introdujo la división actual de toda aquella materia en
partes indefinidas más pequeñas que cualquiera susceptible de identificación. ¿Qué
razón puede haber para afirmar tal cosa? ¿no pudo conseguirse ese efecto con el
transcurso del tiempo, ya sea por la fricción mutua de las partículas en repetidos
choques, ya por la colisión con diferentes cuerpos duros? Si una gota de agua puede
perforar una piedra, bien pueden aquellas partículas al chocar contra elementos duros
irlos minando poco a poco y produciendo elementos de materia que con ulteriores
fricciones, vayan haciéndose cada vez más pequeños y convirtiéndose en partículas
iguales a las demás, hasta llegar a formar materia sutil con el grado de fluidez que Dios
se proponía.

10. Tampoco hay por qué preocuparse de lo que se dice en la objeción: que cómo un
elemento duro puede infiltrarse en las diversas partes de aquel líquido, o viceversa un
líquido en un elemento duro, y cómo pueden comunicar a las diversas partículas los
movimientos propios de cada una y entre sí mismos sus infinitos movimientos. Con esto
caemos nuevamente en la cuestión del infinito, que no nos incumbe por ser una cuestión
incomprensible para nosotros; nos basta con afirmar que por medio de la división se

174
obtienen tantos grados de velocidad cuantos son necesarios para avanzar a la par con
otros; y así mismo que con la unión de las partes puede disminuir gradualmente su
velocidad de tal manera que lo que antes era líquido, luego se condense y coagule
formando un cuerpo duro. ¿No es frecuente oír hablar a los filósofos de la lucha de los
elementos y de los contrarios entre sí? ¿No está el agua en continua lucha o
contraposición con el fuego, lo cálido con lo frío, lo seco con lo húmedo? ¡Y cuántas
cosas no se dicen si vamos a la generación y corrupción de los cuerpos mixtos!
¡Cuántos cambios o conversiones de una cosa a otra no se hacen! Los espíritus o hálitos
terrestres se transforman en jugo de los árboles, el jugo a su vez, en tronco, ramas,
hojas, flores y frutos; éstos pasan a ser alimento del cuerpo humano y se transforman en
quilo, sangre, carne y espíritus; los troncos de los árboles en fuego y ceniza, y el fuego
en aire. Esto lo vemos y palpamos, por decirlo así, sea que tenga lugar por virtud
intrínseca, o sólo por causas y fuerzas mecánicas, y movimientos extrínsecos. Nos
consta que esto es así, pero no tenemos ninguna base de razón para sacar ulteriores
deducciones. ¿Por qué entonces no podemos decir así mismo que el aire al sufrir una
serie de fricciones se transforma en éter, el éter en átomos, estos en materia ramosa y
globular y finalmente en materia sutil? No podemos negar que las fuerzas de la
naturaleza puedan hacer esto. Ahora bien, si esto no es imposible, y si un elemento duro
puede transformarse en líquido, tampoco será imposible lo contrario, es decir, que un
elemento líquido puede a su vez, mediante la unión de las partículas, volverse blando,
espeso y finalmente duro. Por consiguiente la materia sutil bien podría también
convertirse en materia ramosa globular, y ésta en átomos, éstos en éter y el éter en aire.
Esta es la famosa generación y corrupción de los elementos, y bien podemos admitir
que su proceso es el que acabamos de describir.

11. No hay que temer por ello, como podría alguien concluir, que el mundo está
destinado a destruirse en poco tiempo más, o que si nuestra teoría fuera verdadera, ya
hace tiempo que todo se hubiera convertido en materia sutilísima después de tantos
movimientos y colisiones como han tenido lugar desde el comienzo del mundo hasta
ahora. No hay razón para estos escrúpulos porque no puede haber tal ruina: la impide
aquella cantidad fija y determinada de movimiento que hemos dicho que Dios produjo
al comienzo, a la cual no puede añadirse ni quitarse nada, porque se trata de una
cantidad que debe estar siempre en la naturaleza en su totalidad, y debe distribuirse
entre los diversos sujetos por grados proporcionales, una cantidad de la que dependen
los elementos líquidos, blandos y duros según la proporción de grados que han recibido;
lo que quiere decir que en aquella lucha de elementos se introducen en un sujeto tantos
grados de movimiento cuantos son los que se quitan de otro que, por tanto, no puede
haber introducción de movimiento sin que haya sustracción, y viceversa. Por lo mismo,
si en virtud de la sustracción del movimiento un cuerpo líquido se vuelve duro, en vez
de este cuerpo duro vendrá otro cuerpo líquido, y por el contrario, si con la introducción
de un movimiento algún cuerpo duro se vuelve líquido, en vez de este cuerpo líquido
vendrá otro cuerpo duro. Y así siempre sucesivamente, sin que pueda cambiarse esta
ley. De modo que hablando en términos generales, la constitución del mundo será
siempre la misma, habrá siempre la misma cantidad de movimiento y el mismo
equilibrio, aun cuando en concreto esta cantidad y este equilibrio no se encuentren
invariablemente en los mismos sujetos sino en diversos y en diversas proporciones. Así
pues nada hay que temer por esta parte. Si Dios hubiera producido por ejemplo una

175
cantidad de agua tal que no pudiera añadirse o restarse a ella ninguna gota, es claro que
persistiría siempre esa misma cantidad, sea que toda el agua estuviera reunida en un
solo océano, sea que estuviera como dispersa en varios ríos, lagos, lagunas o mares, o
que fuera totalmente absorbida por la tierra, o finalmente, que pasara sucesivamente por
todas esas vicisitudes; sean cuales fueren sus vicisitudes, siempre persistirá la misma
cantidad de agua que había al comienzo. Tampoco hay nada que temer porque algunos
elementos o cuerpos hubieran podido volverse blandos por la infiltración del agua,
puesto que otros cuerpos, al retirarse de ellos el agua, se habrían vuelto secos; así que
jamás se hubiera reducido a agua todo el mundo. Pues lo mismo hay que decir en el
caso del movimiento: aquella cantidad de movimiento es de tal naturaleza que puede
pasar de un sujeto a otro, ya volviendo líquido un determinado cuerpo, ya haciéndolo
duro, o viceversa, y siguiendo siempre la misma ley, a saber, que la cantidad que se
quita a un sujeto se la ponga en otro, conservándose todos los elementos y cuerpos en
perfecto equilibrio.

12. Nos queda por explicar algo sobre la naturaleza del fuelle. Y vamos a ver cómo
el adversario tiene que admitir lo mismo que está impugnando. No hay duda que lo que
ocurre en el fuelle tiene perfecta explicación mediante la fuerza elástica de la
compresión del aire. Ahora bien, yo preguntaría ante todo si, cuando se toma un
ejemplo de cosas ya conocidas para explicar lo desconocido, hay alguien que pretenda
establecer una perfecta paridad entre las cosas. Es cosa admitida que toda comparación
falla por algún lado: ¿por qué entonces Milliet exige aquí una perfecta paridad? La
paridad no está en que este efecto no pueda atribuirse a la elasticidad, sino en que, aun
cuando las partes del fuelle sufren una compresión muy débil, sin embargo el aire sale
con ímpetu a través de su abertura; y Descartes dice que en la materia sutil se infiltra
por ende los glóbulos del segundo elemento que pululan en la masa del fluido que nos
rodea, y que, sea cual sea el movimiento de estos glóbulos, la materia sutil se mueve
siempre con mayor velocidad, porque esto le es necesario para poder cubrir y saturar
todo y llenar todos los ángulos suprimiendo los vacíos: la materia sutil está llamada a
penetrar a donde no pueden llegar los cuerpos densos y gruesos; y este hecho tiene que
admitirse en cualquier sistema filosófico, so pena de tener que admitir la existencia
natural del vacío; supuesta la inexistencia de éste, todo sistema tiene que admitir una
materia tan ágil, tan fina y omnipresente que en cualquier momento y situación puede
llenar de inmediato todos los ángulos e intersticios. Por otra parte, no es verdad, que
este efecto se produzca por medio de la elasticidad entendida en sentido vulgar; porque
hay muchos fenómenos que son semejantes a los que tienen lugar en el fuelle y sin
embargo no pueden explicarse del mismo modo: el agua por ejemplo, puede ser
expulsada como se expulsa el aire, es decir, por compresión, o empujando fuertemente
el émbolo en la jeringa, y sin embargo es sabido que no tiene mucha fuerza elástica; y lo
mismo digamos del mijo, el mercurio, la aceituna, los glóbulos más pequeños del
plomo, etc.: si puestos en el interior de una bolsa o saco, sufren una fuerte presión, salen
disparados, pero no se dirá que hay en ellos una gran fuerza elástica, es decir aquella
cualidad por la cual el aire se comprime o dilata de modo tan sorprendente.

13. Finalmente debo señalar que Descartes sostiene precisamente esto mismo, a
saber que el efecto de que venimos hablando debe atribuirse a la fuerza elástica, pero

176
entendida a su manera y no a la de los aristotélicos. Según él, la elasticidad no es sino el
aflujo de la materia sutil que trata a toda costa de restituir los poros de los cuerpos
violentamente presionados y contorsionados, a su primer estado, siendo ésta la única
explicación adecuada de esta propiedad de la materia sutil; por lo mismo, añade
Descartes, dicha materia actuará en el fuelle exactamente como lo hace entre los
glóbulos del segundo elemento. Vengamos al ejemplo concreto: si se comprime
fuertemente con las manos el aire contenido dentro del fuelle, esto hará que sus
partículas espirales se estrechen unas con otras ocupando un volumen menor y se
reduzcan también los respectivos poros; a su vez la materia sutil que circulaba por ellos
libremente y sin obstáculos, se verá obligada a salir y a dispersarse por entre los vacíos
de los contactos y a refugiarse por todos los ángulos que encuentra, para continuar allí
los movimientos que no puede seguir desarrollando en los poros a causa de la
compresión. Esto hará que la materia sutil actúe como cuando estaba entre los glóbulos,
es decir, que presione por todas partes contra los lados de las partículas oprimidas
impulsándolas hacia cualquier dirección, haciendo lo posible por salir cuanto antes y
restituir así los poros a su primer estado; pero como no logra el intento, mientras dura la
compresión, debido a la resistencia que opone el fuelle, cuyas paredes son más fuertes
que el aire encerrado en él, concentra todas sus fuerzas, conmueve todo y revuelve todo
lo que hay dentro, y prepara la salida de las partículas más próximas a la abertura del
fuelle; al salir éstas siguen las demás precipitándose con ímpetu por donde encuentran
sitio de escape, para recobrar, ya al aire libre, la anterior proporción de sus respectivos
poros. Así es como se debe explicar la elasticidad que admitimos en el fenómeno que
nos ocupa, y así es como la materia sutil fluye entre los glóbulos del segundo elemento,
que según nuestra teoría carecen de poros, cuyas veces hacen los pequeños vacíos
supliendo, diríamos, lo que están llamados a hacer los poros de los demás cuerpos. Así
como no puede faltar la materia sutil en el punto de inflexión de algún cuerpo elástico,
sino que acude inmediatamente siempre que se presenta dicha ocasión, así también no
deja de infiltrarse con la velocidad que le es propia por entre los glóbulos al menor
movimiento que éstos manifiestan.

14. Se preguntará qué es entonces la famosa causalidad de las causas de que hablan
los filósofos. ¿A qué viene la causalidad, si todo se explica mediante los diversos
movimientos de la materia sutil, mediante la elasticidad, los poros, las inflexiones, la
trayectoria de los movimientos, los modos, los diversos estados de las cosas, las leyes
de la naturaleza, las relaciones y puntos de vista, etc.? Respondo en pocas líneas lo
siguiente: cuando hablamos de causalidad, hablamos de aquella acción por la cual la
causa influye inmediatamente y en acto segundo en su efecto, es decir, aquella virtud
intrínseca de la causa, aquella potencia, fuerza, eficacia y actualidad con que de hecho
tiende a producir algún efecto extrínseco, ya sea real y adecuadamente distinto de sí
misma, o distinto modalmente o formal e inadecuadamente. Esta es la noción de
causalidad. Ahora bien, como según la teoría de los cartesianos todo se hace mediante
movimientos, ya sea movimientos verdaderos y materiales, como son los que
pertenecen al mundo corpóreo y material, ya mediante movimientos metafóricos y
espirituales, como son los que pertenecen a la mente y al mundo espiritual, y como
todos estos movimientos no son, como tantas veces hemos dicho, sino modos de las
mismas sustancias, distintos de ellas sólo modal e inadecuadamente, hay que decir que,
para los cartesianos la causalidad significa los diversos movimientos que existen y

177
aparecen actualmente y en acto segundo con relación a determinados objetos. Así por
ejemplo, cuando el fuego consume la madera o cuando penetra el calor en el agua, la
causalidad del fuego son aquellos movimientos causados por las partículas ígneas
introducidas en los poros y conductos de la madera y en los pequeños vacíos del agua
en expansión, movimientos que sacuden o rompen los nexos, filamentos, contextura
natural y unión del continuo en aquellos objetos o cuerpos: los rompen en la madera, y
por eso se dice que su forma es expulsada mientras se introduce otra forma; y
únicamente los sacuden en el agua, y por eso permanece en ella la misma forma, por
cuya exigencia y virtud el agua vuelve a su primer estado de fluidez, una vez expulsadas
las partículas ígneas; o lo que es lo mismo, se refrenan los movimientos introducidos
por el fuego, se suprime aquella fuerza de elasticidad, y las partículas de agua, una vez
expulsadas las partículas heterogéneas, comienzan a mezclarse y moverse de nuevo en
virtud de su natural atracción.

15. Acabo de decir que en el primero de los casos propuestos se introduce otra
forma; esto sin embargo no es verdad en todo rigor, porque con la destrucción de aquel
cuerpo mixto no se produce una nueva forma, a no ser que convengamos de antemano
en la existencia de las formas sustanciales, y demostremos además sin lugar a dudas que
en aquel cuerpo no permanece formalmente la forma sustancial, como en el fuego en el
pedernal. Lo único que ocurre es lo siguiente: las partículas que componen el cuerpo
mixto se agitan y se dividen con los movimientos del elemento contrario y con ello se
van juntando y formando grupo, cada cual con sus semejantes, de modo que se puede ya
identificarlas y distinguirlas unas de otras, al aparecer claramente entre otras cosas por
ejemplo las cenizas y el fuego que antes no aparecían al menos de manera sensible. Por
eso decimos que no solamente es desalojada la forma de madera, sino que con la
corrupción del cuerpo se producen otras formas, y por cierto tantas cuantas son las
entidades que ahí concibe nuestra mente. Sin embargo las cenizas, el fuego y otros
elementos bien pudieron estar antes formalmente a una con los demás así en la madera
como en otros cuerpos mixtos, aunque sin posibilidad de ser identificados de una
manera sensible. Lo que sucede cuando se destruyen o corrompen dichos cuerpos, es
que tan sólo se reducen a sus partes y elementos constitutivos, sin que necesariamente
se produzca una nueva forma, pues consta que no se desaloja ninguna forma fuera de la
forma principal de cuerpo mixto que, al destruirse los órganos de éste, ya no puede
seguir en él. Tiene lugar un proceso exactamente inverso cuando por la corrupción se
origina un nuevo cuerpo mixto: las diversas partes y elementos, sin perder sus
respectivas formas, únicamente se unifican y cohesionan en tal forma que, con la
disposición conveniente de los órganos, nace o se aduce tan sólo la forma principal. En
resumen, con la destrucción de un cuerpo mixto y la consiguiente expulsión de su forma
principal, aparecen las formas parciales y elementales que antes estaban como ocultas
en ese cuerpo, mientras que al reproducirse o producirse el cuerpo mixto, se reproduce
de nuevo su forma principal y con tanta vistosidad que vuelven como a ocultarse las
demás formas, aunque de hecho nunca desaparecen. Digamos, pues, que todo cuerpo
mixto se compone de las diversas partículas de todos los elementos –los tres primeros y
los seis siguientes que hemos mencionado–, que al realizarse la producción se unifican
y a modo de sujeto y materia se disponen a recibir la forma sustancial mediante la
adecuada unión; por el contrario, cuando tiene lugar la destrucción, el fuerte
movimiento del contrario debilita y rompe aquella unión, y con ello forzosamente

178
desaparece aquella forma; pero todos los demás elementos no se inmutan sino que,
como volviendo a su origen, únicamente se reducen a sus primeros principios.

16. Por tanto, y con fórmula si se quiere más clara, diremos que las partes o
partículas de agua van a plegarse al agua, las de la tierra a la tierra, las del aire al aire,
las del fuego al fuego, las de la ceniza a la ceniza, etc. o lo que es lo mismo, las
partículas cilíndricas se adhieren a las cilíndricas, las cúbicas a las cúbicas, las espirales
a las espirales, las piramidales a las piramidales, las globulares a las globulares, etc.,
para continuar y conservarse separadas de las demás, como en su propio elemento y su
propio lugar, hasta volver a reagruparse de nuevo al ser impulsadas por diversos
movimientos externos, y formar eventualmente un nuevo compuesto mixto con su
respectiva forma y unión. Por lo tanto, la verdadera causa de la expulsión de la forma en
un sujeto, más que la misma forma es la destrucción de los órganos de su cuerpo y la
introducción de la forma contraria hecha por los movimientos de sus partículas; ya que,
una vez destruidos los órganos, la forma no puede ejercer sus operaciones y no le queda
más que desaparecer y destruirse; es como el alma racional, que deja de informar el
cuerpo al destruirse por la enfermedad los órganos de éste, y no poder ya ejercer
ninguna operación vital. Por el contrario, la causa productiva de la nueva forma, además
de los órganos ya preparados y dispuestos, implica la misma forma del elemento agente,
por cuya virtud y por cuyos movimientos es educida la nueva forma en el sujeto
dispuesto. La razón de la disparidad está en que para producir algo se requiere alguna
cosa más que para que desaparezca algo que ya existía. Para que algo termine o
desaparezca, basta que se le niegue o suprima el fin querido de ello por la naturaleza y
que se le impida el ejercicio de todas sus operaciones: con sólo esto, ya ese ente viene a
ser totalmente superfluo y desaparece por sí mismo. En cambio, para que algo exista no
basta el que se le asigne algún fin; porque de ser así, no sería posible que no exista de
hecho; sino que se requiere que algo o alguien distinto de él lo saque del estado de
posibilidad al estado de existencia actual: de lo contrario, algo que no existe podría
comunicarse a sí mismo la existencia, y esto es imposible. Así es como hay que
entender la causalidad de las cosas, o como veníamos diciendo, la generación de una
cosa y la destrucción de otra. Es, pues, evidente que, aun cuando se admitan las formas
sustanciales en todas las cosas, tanto en los cuerpos mixtos como en los simples
elementos, únicamente las de los cuerpos mixtos estarían expuestas a la destrucción y a
la producción de una nueva forma, y no así las formas de los elementos, al menos de los
tres primeros, en los cuales sólo puede darse la separación o disolución accidental, y no
la sustancial como en los mixtos. Ahora bien, si el agente extrínseco, como es el fuego
en el caso del agua en estado de ebullición, no llega a romper y separar completamente
los filamentos, nexos y estructuración del cuerpo en el que ejerce su acción, sino
solamente los sacude y distiende, entonces no solamente que no es desalojada o
destruida la forma primitiva, sino que más bien todos los elementos en virtud de su
exigencia intrínseca vuelven a reintegrarse y situarse en su primer estado.

17. Por consiguiente, la causalidad es un modo determinado de actuar de las causas


en el sujeto paciente dispuesto, modo distinto de ellas sólo modalmente, como los
demás modos; y no es una acción realmente distinta como pretenden los aristotélicos,
que se identifique realmente con la pasión, - punto de vista que ya hace tiempo ha sido

179
desechado. Pero como hay diversidad de causas, hay también diversidad de
causalidades. Comúnmente se distinguen cuatro clases o especies de causas: la eficiente,
la material, la formal y la final. La causa eficiente, según la explicación ordinaria, es
aquella a qua, es decir por la cual o por cuya acción se hace o produce algo; la material,
aquella ex qua, es decir, de la cual se hace o se forma algo; la formal, aquella per quam,
es decir a través de la cual se hace algo; y la final, aquella propter quam o cuius rei
gratia, es decir por cuya causa o finalidad se hace algo. Sin embargo, como la causa
final encierra dos cosas que difieren tanto como las tres primeras –a qua, ex qua y per
quam– una que se refiere únicamente al futuro, para que sea, y otra que se refiere al
presente o al pretérito, porque es, y como además hay otra causalidad que implica
diversas relaciones, a saber la causalidad modal según la cual, iuxta quam, se hace algo,
no sería descaminado dividir las causas en seis clases o especies: las cuatro comunes y
otras dos: la moral, porque es, y la modal, según la cual es o se hace algo. A estas seis
causas corresponderán otras tantas causalidades o manera de acción. Según esto,
tendremos que la causalidad de la causa eficiente consiste en la potencia, fuerza,
impulso o movimiento intrínseco del sujeto agente para producir algo que antes no
había, en el sujeto paciente dispuesto; la causa material consiste en la indiferencia de los
elementos para concurrir a ésta u otra estructuración, para constituir uno u otro conjunto
o para formar uno u otro cuerpo, con unas partículas o con otras, con uno u otro
movimiento, etc., sin exigir de suyo y en virtud de sus elementos intrínsecos, una forma
determinada más bien que otra; la causa formal consiste en la tendencia y exigencia para
suprimir aquella indiferencia y para construir un compuesto de una determinada especie
y para luego conservarlo con los mismos poros, conductos, filamentos y nexos que
necesita para ejercer ordenada y fácilmente sus operaciones y como raíz de las mismas
como dicen los filósofos. Y ¿qué quiere decir que la forma es sacada o educida de la
materia? Con esto se designa únicamente aquella primera disposición de la materia
agrupada en virtud de los distintos movimientos y uniones de las diversas partículas
juntamente con los respectivos órganos, poros, nexos y filamentos, que hace que de ella
nazca, dimane y provenga algún principio proporcionado y esencial como efecto
fundamental de esas disposiciones. Así, según la diversa exigencia del sujeto, es decir
según la diversa disposición y organización del compuesto, será también diversa la
forma educida de él, que es también la que lo constituye en una determinada especie
sustancial.

18. Esto nos hace ver que no es muy apropiada la expresión: la materia es
indiferente para cualquier forma, como tampoco esta otra: la forma suprime la
indiferencia de la materia; porque no se puede decir en rigor que la materia sea
indiferente para aquello que es educido de sus entrañas, ni que la forma pueda suprimir
esa indiferencia cuando todavía no existe. Lo que suprime la indiferencia y extrae la
forma correspondiente de sus elementos intrínsecos, es aquella especial unión de las
partículas elementales, que actúa como una especie de medio órgano especial puesto
para que la naturaleza comience a ejercer conforme a sus leyes y ordenadamente ciertos
movimientos particulares. Por lo tanto más bien es la materia, y no la forma, la que
suprime la indiferencia, toda vez que la materia es la que, sobre la base de las
correspondientes disposiciones, exige que se produzca una determinada forma. Las otras
causalidades, a saber, la final, la moral y la modal, están ordenadas más a la producción
de efectos externos, ad extra que a la de algo intrínseco, ad intra; puesto que todas ellas

180
se refieren a algo extrínseco, como la mente a los movimientos espirituales que, con
ocasión de alguna cosa extrema, deban producirse en nuestra alma o en otro espíritu, ya
se trate de conocimientos o actos de intelección, ya de actos de la voluntad. Por
consiguiente, la causa moral concurre al efecto moviendo porque es, la final para que
sea, y la modal para que sea conforme a ella. En otras palabras, estas tres causas
proporcionan a nuestra alma el fundamento para operar o ejercer algo intrínsico a sí en
atención a ellas, y para adaptarse y unirse en cierto modo a la naturaleza, formalidades y
modo de operar de ellas. En efecto, cuando nuestra mente se pone delante algo que
existe fuera de ella, ad extra, encuentra en ello algo que le es conveniente o
inconveniente, algún bien o algún mal algo digno de amor o de odio, de alabanza o de
vituperio, y según esto, se ve atraída en sus actos hacia aquello, o se retrae de lo mismo,
aprobándolo o reprobándolo, deseándolo o rechazándolo, lo cual corresponde a la causa
moral y a la final; o al menos tiene un fundamento para afirmar algo o negar, para
dudar, juzgar, comparar o evaluar, o ejercer otros actos, lo cual corresponde a las
diversas causas modales. Esto nos hace ver además, cómo nuestra mente, al ocuparse de
las realidades externas, se hace en cierto modo semejante a ellas o distinta, pues al
mirarlas y considerarías, a veces parece como querer precisamente ser iguales a ellas,
unirse e identificarse con ellas a todo trance, y otras veces por el contrario parece querer
huir de ellas lo más lejos como de un objeto nocivo. Todo esto implica necesariamente
las tres casualidades extrínsecas, ab extra, que mueven, en cuanto son aprehendidas,
solo intencionalmente.

19. Aclaremos lo dicho con un ejemplo: si un rey ve que su general viene de regreso
después de haber pasado por mil peligros y haber conseguido una gran victoria de sus
enemigos, gracias a su pericia, pero a costa de su propia sangre; y movido por estos
hechos decreta para el general los honores del triunfo, significa que el ánimo del rey, al
considerar esos hechos heroicos se está moviendo espiritualmente tal como se movía
todo el ejercito materialmente al marchar contra el enemigo: ésta es la causalidad moral,
que mueve porque es o existe, es decir porque en ese gran general existen méritos que,
aprehendidos intencionalmente, mueven al rey a premiarle dignamente. Suponiendo
ahora que el rey es atacado de nuevo por el enemigo, y que teniendo presente el valor
antes demostrado por el general, pone otra vez en sus manos el asunto instándole a
rechazar el ataque para así conservar el reino, es claro que lo hace movido por el amor a
la paz y a los bienes futuros que todavía no existen en su mente y en perspectivas de
esperanza pero no en la realidad; o suponiendo que para mirar los satelitales de Júpiter
me sirvo de un telescopio para examinar el cielo; esta en uno y en otro caso influyendo
la causalidad final, que mueve para que algo exista: para que sea una realidad la paz y
el conjunto de bienes que se pretenden mediante la guerra, o para descubrir aquellos
astros, o para exaltar, amar, venerar a ese general, o en el otro caso, para mirar aquellos
astros, conocer sus distancias, movimientos, magnitud, eclipses, etc. originándose así
entre aquellos objetos y la persona que los tiene delante una relación mutua de tal
naturaleza que necesariamente se produzcan determinados efectos y denominaciones: de
alguien que alaba y alguien que es alabado, de alguien que ama y alguien que es amado,
de alguien que mira y el objeto mirado, de la persona que mide y del objeto medido, el
astro en eclipse, con tal magnitud y a tal distancia, etc.; lo cual evidentemente supone
una relación entre la persona y aquellos objetos, alguna modificación, que ciertamente
no se daría independientemente de la persona. Esta es la causalidad modal, según la

181
cual, y según los diversos modos de relación que existen entre dos seres surgen las
respectivas denominaciones y efectos.

20. Puede surgir con razón alguna duda sobre las denominaciones que acabo de
mencionar en el ejemplo de los satélites de Júpiter, de la distancia, el movimiento, etc.
Conviene, pues, añadir alguna explicación para entender esto en sus debidos términos:
No está fuera de razón llamar a la magnitud de los objetos, a su distancia, movimientos,
eclipses, proporciones, formalidades, a su belleza, orden, número etc., e incluso a la
individualidad de las diversas cosas, con el nombre de otras tantas denominaciones, y
por decirlo así, relaciones externas o puras formalidades y modos de las sustancias y,
por tanto, hablar de ellas como de las relaciones entre la persona que alaba y la que es
alabada, la persona que mira y el objeto mirado, etc., al menos respecto de la otra parte
o del otro término al que se refieren. Pregunto, en efecto, hablando por ejemplo de la
magnitud: ¿cómo podemos estar ciertos de que el objeto que miramos es de una
determinada magnitud, por ejemplo de tantos pies, de tantos hexápodos, o de que es
mayor o menor? ¿cómo sabemos eso? ¿qué medida utilizar para determinar la
magnitud? Sea cual fuere el instrumento que utilicemos, todo tendremos que referirlo al
fin a nuestros ojos, aun cuando la medida y el objeto estén perfectamente divididos en
sus respectivas partes alicuotas, y aun cuando se diga que el objeto medido corresponde
al número exacto de dichas partes alicuotas; siempre volveremos a la misma dificultad,
porque las partes alicuotas también están sujetas a la apreciación de nuestra vista.
Nuestros ojos son distintos unos de otros, como si fueran distintos microscopios; y la
magnitud de un objeto puede parecerle a uno más grande, y a otro más pequeña, lo
mismo que a través del microscopio, no porque haya en ellos discrepancia en la cuenta
de los pies o hexápodos que mide el objeto, -en lo cual bien pueden estar de acuerdo-,
sino porque si a uno le parece que el objeto es más grande, creerá también que los pies
en que se divide el objeto serán mayores; y si al otro le parece que el objeto es menor,
creerá también que los pies son menores. Si para el uno las partes son mayores, será
también mayor todo el objeto, y si el otro cree que son menores, resultará también
menor todo el objeto; cosa que puede ocurrir también con una misma persona, que mire
el objeto primero con el un ojo y crea que el objeto es mayor, y luego con el otro ojo y
piense que el objeto es menor, o en caso de que se acerque más o se aleje para examinar
el objeto. ¿Cómo saber entonces la verdadera magnitud del objeto? ¿Quién sería capaz
de zanjar la dificultad y dirimir la cuestión? Desde luego que ningún hombre. Porque
cualquiera que intente una solución tendría que hacerlo fiándose de la capacidad de sus
ojos; con lo cual caeríamos en la misma dificultad de antes, y se daría lugar a un
proceso en infinito, porque siempre será posible hasta el infinito que existan ojos
distintos, como distintos microscopios con diferentes capacidades y diferentes modos de
mirar y aprehender el objeto. No hay que olvidar por otra parte que cuanto más cerca
estamos de un objeto, lo vemos bajo un ángulo mayor, y parece ser más grande; y
cuando más lejos, lo vemos bajo un ángulo menor y nos da la impresión de ser más
pequeño, -cosa que, guardadas las proporciones, se aplica también a los microscopios.
Pues bien, ¿en qué punto deberemos colocarnos, o qué microscopio deberemos utilizar
para saber con certeza la verdadera magnitud de un objeto? Y lo mismo digamos de las
distancias que suelen medirse por el número de pies o de pasos.

182
21. Pasemos ahora al movimiento. Supongamos que se mueve un objeto
cualquiera: ¿quién puede determinar la velocidad de su movimiento? ¿O señalar la
intensidad de grados de dicha velocidad? En esto la apreciación dependerá también de
la vista, del tacto o del oído; y siendo éstas, potencias que pueden variar hasta el
infinito, también podrá variar hasta el infinito la medida del movimiento que ellas
perciben. Y esto es todavía más claro en el caso de las eclipses de los planetas, que se
dice que oscurecen solamente aquella parte que está frente a nosotros, pero no se
oscurecen ellos en sí mismo ni con relación a otra parte o todo el ámbito del espacio. ¿A
quién o a qué corresponde entonces la denominación de eclipse? ¿Al planeta, o a
nosotros? ¿No estamos nosotros tan ocultos al planeta, como éste lo está a nosotros? Y
algo más: ¿qué es en sí la proporción o armonía? ¿qué es la hermosura y perfección de
las cosas? En esto también hay discrepancia: lo que agrada a uno, no agrada a otro,
como se comprueba en mil y mil casos, y lo dice el refrán: tantos pareceres como
hombres y en gustos no hay discusión. Luego nada de eso es fijo ni en realidad,
absoluto; y por más que en muchas cosas hay algún elemento que es del agrado de
todos, como por ejemplo una cierta proporción en los rasgos del rostro, cierta simpatía
en el carácter, cierto sabor en la comida o la bebida, sin embargo hasta en estos detalles
no faltan sus excepciones; luego todas éstas son denominaciones extrínsecas que dicen
relación a una determinada vista, a una determina potencia, lo mismo que las
denominaciones que designan el objeto visto y la persona que ve, la persona que es
alabada y la persona que alaba, etc. Así mismo, el orden y el número ¿qué son? Nada
propiamente, fuera de una cierta relación a algo sujeto a la determinación de nuestra
voluntad: basta que nosotros queramos para que una cosa que está en primer lugar, esté
luego en el último con tal de que empecemos la numeración en sentido contrario, y para
que una cosa que equivale a diez, desde otro punto de vista equivalga a veinte, o que un
objeto que está a la izquierda, esté luego a la derecha únicamente con un movimiento de
nuestro cuerpo, sin que nada se cambie, se quite o se añada en realidad en el objeto.
¿Qué es, pues, lo que con esto adquieren los objetos? No se puede decir que nada; luego
hay algo: tienen que tener alguna extensión: pero ¿qué distancia? ¿cuántos pies? ¿qué
movimiento? ¿qué proporción? ¿qué orden o qué número? Y ¿cuál es la longitud de
cada pie? ¿Cómo aparecerá en el ojo de una hormiga aquello que aparece en nuestros
ojos? ¿Bajo qué medida o qué número de pies o de hexápodos? Son cosas que jamás
podremos determinar y que sólo Dios sabe qué sean en sí mismas. Nosotros tenemos
que contentarnos con decir que con respecto a nosotros son algo relativo, sin que
podamos entender cómo y qué son, o qué tienen en sí mismas, porque implican algo que
tiene que ver con el infinito; por tanto, no toquemos este punto del infinito, porque si lo
hacemos, acabaremos por caer en el abismo de la oscuridad.

22. En esta misma categoría están la salud y la enfermedad, el vigor y la fatiga,


la vigilia y el sueño y mil otras cosas que, si bien se considera, implican únicamente
realidades relativas, no absolutas; es decir, corresponden a diferentes estados de un
mismo ser viviente, a diferentes relaciones, o comparaciones, de una misma cosa, ya sea
respecto de sí misma, ya respecto de otras, en cuanto compartan o suponen diversas
connotaciones extrínsecas de tiempo, de lugar, de intenciones, de tendencias, etc. y de
muchas otras circunstancias, y no conllevan en sí mismas algo estable, fijo y absoluto.
Diremos, por consiguiente, que cuando un ser viviente cuenta con sus órganos en tales
condiciones que no le falte nada para poder ejercitar sus operaciones de una manera

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fácil y ordenada y de conformidad con sus propias exigencias o la especial contextura
de su cuerpo, es un ser o un organismo sano; pero si falta en algo, diremos que está
enfermo. En otras palabras, todas estas realidades o condiciones dicen relación a otra
cosa, a saber al primer principio de los movimientos del ser viviente, que son los
espíritus, o los llamados miasmas, o sea aquellas partículas materiales sutilísimas y
mínimas y muy susceptibles de movimiento que sin duda alguna existen en nuestro
cuerpo. Es razonable suponer que estas partículas como muchas otras son un tanto
rígidas, de modo que debido a las inflexiones móviles causadas en ellas por la materia
sutil, pueden fácilmente reaccionar con elasticidad y comunicarse mutuamente sus
movimientos. Esto hace que dentro de los órganos se remueven y exciten a su vez con
mil reacciones las arterias, venas, nervios, filamentos, músculos, poros y conductos,
retardando o alterando su ritmo, dando origen por de pronto a las seis clases de pulsos
de las arterias: amplio y corto, veloz y lento, frecuente y raro, igual y desigual, fuerte y
débil, abundante y escaso, sin que haga falta mencionar la serie de cuentos de que
hablan los galenos. Esos fenómenos influyen también lógicamente en la diversidad de
acciones y pasiones que se advierte en los seres vivientes, pudiendo decirse que la salud
consiste en la elasticidad bien equilibrada y proporcionada de esos espíritus en el ser
viviente. Si se alteran como acalorándose o excitándose y están como a presión,
tendremos el amor, el odio y las demás pasiones; si decaen o disminuyen o se produce
en ellos algún exceso ya sea en la celeridad del ritmo o en la contextura o cantidad de
modo que los órganos vengan a sufrir daño por estar como sobrecargados, o se
estrechen y debiliten por la escasez, aparecerá en seguida alguna enfermedad. En otras
palabras el ser viviente desfallece ya sea por enervamiento o agotamiento, ya por
depravación de los humores o recargo de los mismos; o como se dice vulgarmente, por
frío o por calor.

23. Se puede distinguir tres clases de espíritus, aunque la diferencia no esté sino
en la mayor o menor finura o sutileza: los materiales, los vitales y los animales. Estos
últimos son los más sutiles y veloces y se alojan sobre todo en los nervios, conductos y
músculos del viviente, como la sangre en las arterias y las venas, y son la primera raíz
de los movimientos más delicados de nuestro cuerpo, a saber los de los cinco sentidos,
de la potencia locomotriz e imaginativa, y son los verdaderos y principales motores de
todas las demás facultades del cuerpo, como la facultad de expeler, retener, succionar,
asimilar, etc. Los espíritus vitales parecen que se alojan principalmente en la sangre, son
más densos que los anteriores pero mucho más sutiles que los espíritus naturales.
Circulan por las venas y las arterias, mezclados con la sangre y los demás humores del
cuerpo y con su movimiento circulatorio producen el calor natural, y son la base de lo
que se requiere para la nutrición, el crecimiento, la conservación y la reparación del
individuo; estimulan y excitan las fibras y poros adyacentes, atenúan y acrecientan los
humores, segregan las heces, preparan el quilo, excitan el sudor, acumulan el suero,
promueven la orina, etc.; finalmente dividiéndose y afinándose cada vez más a fuerza de
filtrarse y circular por los diversos órganos, dan lugar a los espíritus que llamamos
animales. Los espíritus naturales son los más densos, y no son sino los gases que
necesariamente se producen en el estómago y en los demás órganos internos ya sea por
la fermentación o por otros movimientos violentos, ya por el calor o el frío en los
alimentos, o por lo ácidos, coagulaciones, mucosidades y jugos diversos, o por otras
causas que intervienen en la digestión y preparación del quilo y elaboración del líquido

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lácteo, linfático, el sudor, la bilis y la sangre; lo demás va a los excrementos. Todas esas
sustancias convenientemente combinadas y preparadas generan los llamados espíritus
vitales. Estos espíritus, los naturales, vitales y animales excitan y estimulan
continuamente con su movimiento vibratorio y sus reacciones elásticas, los miembros y
partes del cuerpo en que se alojan, y consolidan las células o tejidos desgarrados,
restauran lo que ha venido a menos, fortifican las partes débiles, eliminan lo superfluo,
atemperan el calor y el frío y aunando su acción fomentan las operaciones del cuerpo y
lo vivifican constantemente. Si en un momento dado fallan, ya sea por exceso o por
defecto, si se excitan o aflojan en demasía, si se alteran o disminuyen su actividad,
sobrevendrá sin más la debilidad, aparecerán una serie de perturbaciones, las
fermentaciones anormales, inflamaciones y diversos síntomas con la secuela de otros
males y en definitiva la enfermedad. Si por el contrario todo procede con orden y
suavidad, si somos sobrios en la comida y la bebida, si no abusamos de lo que es
contrario a la naturaleza, veremos que el cuerpo goza de perfecta salud. Puede también
sobrevenir un estado como intermedio, en el que la acción y fuerza de los espíritus no es
ni fuerte ni débil sino indefinida e indecisa; el efecto de esto será una debilidad general,
mayor o menor según que se acerque a un extremo o a otro.

24. El vigor o resistencia y la fatiga tiene el mismo principio: la elasticidad y


consistencia de los espíritus, su defecto o su exceso. Pero si por vigor se entiende la
fortaleza que hace a unos más robustos, fornidos y recios que otros, como son de
ordinario los soldados, los obreros, los campesinos, en contraposición a los que se dicen
nobles, a los que se dedican al estudio, y a las mujeres que suelen ser más débiles,
diríamos que, además de la diversa constancia de los espíritus, que puede ser muy
distinta en los diversos casos, lo que da vigor es el continuo ejercicio corporal y la
mayor circulación de los espíritus que hacen que los poros de los conductos del nervio
pineal y del vago se ensanchen y puedan admitir una cantidad mucho mayor de espíritus
que los conductos de los otros nervios que por falta de ejercicio permanecen estrechos,
esto hace que aquellos tipos de individuos que hemos mencionado sean más fuertes,
pero al mismo tiempo de menor capacidad intelectual. En cambio en los nobles, en los
que se dedican al estudio, en las mujeres, que es gente que hace poco ejercicio corporal
y se dedican más a trabajos suaves, intelectuales, al gobierno o al raciocinio de la mente,
los conductos de los poros del nervio pineal se van estrechando, mientras se dilatan los
conductos y nervios que cubren la sustancia del cerebro por estar en continua actividad
y ejercicios mentales; por eso estas personas son más débiles del cuerpo, pero de mente
más aguda y despierta. Esto es patente en las mujeres: para muchas cosas son por
naturaleza de gran rapidez de ingenio y de una maravillosa sagacidad y perspicacia
aventajando así a los hombres incluso muy eruditos; y si esto no se cumple siempre o no
en todas las mujeres, es porque la mayor fragilidad de sus órganos les impide dedicarse
de lleno a graves y difíciles asuntos, o por la propensión a ocuparse en minuciosidades y
detalles que les distraen de los asuntos de mayor importancia. Si por vigor se entiende la
buena complexión del cuerpo, es decir aquella condición que permite ejercer fácil y
prontamente las operaciones propias de sus órganos, ello se debe entre otras cosas, al
adecuado flujo y elasticidad de los espíritus; siendo esto así, la fatiga que es lo contrario
del vigor, puede ser causada tanto por agotamiento y defecto como por abundancia y
exceso; es decir, el cuerpo puede fatigarse y entorpecerse no solamente por la debilidad
causada por la falta de los espíritus, sino también por sobresaturación de los mismos,

185
que llegan a sufrir tal compresión que pierden su ordinaria y normal elasticidad; los
miembros acaban por entorpecerse y ya no tienen la capacidad de ejecutar con agilidad
sus movimientos, como lo hacían en su estado normal.

25. Una primera clase de fatiga tiene lugar por defecto o carencia, por ejemplo
cuando se sube a un monte elevado: al ir alzando los pies y presionando y flexionando
las pantorrillas con más fuerza de lo acostumbrado se dislocan y distienden mucho más
los poros de los nervios ya estrechándose, ya enanchándose, dejando libre paso para que
los espíritus puedan escapar en mayor abundancia; sobreviene entonces rápidamente el
cansancio y la fatiga del cuerpo, sobre todo si uno no tiene costumbre de hacer esos
recorridos. Quien esté acostumbrado desde niño a este ejercicio o la practique con
frecuencia no se fatigará más que otro que camine en terreno plano; y es que con la
costumbre se le vuelve familiares los movimientos y flexiones de las piernas que exige
la ascensión. Un segundo tipo de fatiga tiene lugar por exceso, como se ve por ejemplo
en un individuo ebrio, en cuyo cuerpo se da una tal acumulación de espíritus producidos
por el alimento y la bebida, que están como a presión sin encontrar manera de fluir con
la suficiente y normal elasticidad, y más bien se sienten obstruidos por los vasos, las
venas, los nervios y la carne del mismo cuerpo y se ven obligados a realizar
movimientos y flexiones extraordinarios, o también contracciones menores de lo
acostumbrado y movimientos mucho más lentos, según sean las causas que concurren
para llegar a ese estado. Sobrevienen entonces la pérdida de equilibrio, el vértigo, la
inestabilidad, el oscurecimiento de la mente y de la visión, la hilaridad y truhanería
procaz, y finalmente la pérdida de la razón, la náusea, el vómito y el sueño profundo. Lo
que en el ebrio hace la bebida con la sobreabundancia de espíritus que inundan el
cerebro y el cuerpo todo, hace en el demente o loco furioso la mala constitución del
cuerpo, que está hecha a formar tantos espíritus y de tal calidad que excitan el cerebro y
los nervios sensitivos con total desorden y falta de equilibrio, presionan la glándula de
mil extrañas maneras y mantienen al individuo en estado de continua demencia. Si esta
acción de los espíritus afecta a toda la sustancia del cerebro, el demente estará privado
perennemente del uso de razón; si la afectada es sólo una parte o si el fenómeno se
produce sólo a intervalos, el demente tendrá sus momentos lúcidos o sus delirios se
reducirán a una materia o punto determinado. Si el fenómeno se debe a la acción de
alguna enfermedad del momento, los accesos durarán lo que dure la intensidad de los
efectos de la enfermedad. Por lo demás la diferencia entre un demente y un ebrio parece
que está sólo en el tiempo que duran los fenómenos anormales: el deplorable estado del
uno dura por muchos años, y el del otro únicamente hasta que vomite o se le pase la
borrachera.

26. Finalmente la vigilia y el sueño indican a su vez la presencia de los espíritus,


en estado de excitación, de compresión o de evacuación y laxitud según el caso:
agitación en la vigilia, evacuación en el sueño ordinario, compresión en el sueño fuera
de lo ordinario, por ejemplo después de una buena comida o bebida, en que fácilmente
sobreviene un blando sueño. Durante la vigilia los conductos de los nervios permanecen
llenos con el continuo flujo de los espíritus y están en tensión sirviendo a las incesantes
operaciones de los diversos sentidos; durante el sueño, se relajan, como las cuerdas
flojas de una cítara, no tienen la tensión y llenura producida por los espíritus, sino que

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más bien están como buenamente inmersos en ellos y a su vez los espíritus están como
en reposo en los intersticios o poros de la carne y del cutis, ocupados en reparar el
cuerpo y los órganos destinados las operaciones de los sentidos más nobles. En esto
consiste, al parecer, el sueño y la vigilia. Si todo procede ordenadamente será también
normal el ritmo de sucesión del sueño y la vigilia. Pero si la agitación de los espíritus,
sobre todo de los animales, es tal que no les permita volver al descanso y relajarse y
liberarse de la prisión de los conductos y vasos, como en el caso de los furiosos y
frenéticos, y por tanto, si a través de los conductos los empuja contra el cerebro con un
continuo golpeteo y un incesante y violento aflujo, no será posible el sueño, o a lo más
se dará un sueño débil y ligero; porque esa agitación y movimiento de los espíritus
ahuyenta el sueño, que, como he dicho, consiste principalmente en la relajación de los
nervios, en la liberación de los espíritus animales y su combinación con los vitales y
naturales, con que se reparan los miembros de todo el cuerpo. El caso es que los
espíritus animales son extremadamente sutiles, los más veloces de todos, y sirven
además a todas las potencias en el ejercicio de tantas operaciones como llevamos a
cabo, ya sea espirituales, ya materiales, y por tanto, no pueden menos de desgastarse
sobremanera, agotarse y escapar de los vasos y los nervios, y después de producir el
sueño ordinario, abandonar todo el cuerpo. En cambio los espíritus vitales y naturales
durante ese tiempo más bien circulan por todo el cuerpo, lo reconfortan, lo refocilan y
nutren. Pero con tantos movimientos y recorridos, con tantos y tan continuos impulsos y
reacciones y dando origen a una enorme afluencia de nuevos espíritus animales, los
cuales dotados de nuevas fuerzas elásticas, penetran nuevamente en los nervios de los
sentidos más nobles y distendiéndolos comienzan a fluir nuevamente hacia el cerebro y
a distribuirse por todo el cuerpo. Con esto se corta el sueño, aunque éste puede
interrumpirse también al sobrevenir un ruido súbito o con un pinchazo en el cuerpo del
que está durmiendo, o de cualquier otro modo. En todo caso, el hecho es que las
cutículas o membranas de los conductos y nervios de nuestro cuerpo tienen infinidad de
diminutos poros a propósito para facilitar la entrada y salida de los espíritus; si ellas se
distienden y, como las cuerdas de la cítara, se ponen por decirlo así a tono para emitir
sonidos –y éste es el caso de la vigilia–, se cierran todos los poros, dejando vía libre
para que los espíritus circulen cumpliendo su respectiva función; si por el contrario, se
relajan y –siguiendo la comparación–, quedan por decirlo así silenciosas como las
cuerdas flojas de la cítara, todo el cuerpo cae como en reposo, sobreviene el sueño, los
poros se ensanchan, y los espíritus se desvían de su recorrido, se desparraman yendo a
adormecer todos los demás miembros y con la transpiración van saliendo fuera del
cuerpo.

27. En el sueño hay una cosa que nos causa enorme extrañeza: son los sueños
alegres o tristes que nos ocurren al dormir, y que ofuscan de tal manera nuestros
sentidos e inclinaciones que muchas veces juraríamos en el mismo sueño que son
hechos verdaderos y no sueños las cosas que soñamos. ¿Cómo es esto? –Si tenemos en
cuenta los movimientos de los espíritus animales y la esencia del alma, que consiste en
el pensar continuo y actual –por el que incluso al dormir estamos necesariamente
pensando algo–, no será difícil explicar todos estos sueños e ilusiones: en efecto, no son
otra cosa que los pensamiento del alma, pensamientos que tuvo cuando soñaba y que
pudo además recordar. No siempre soñamos, porque no siempre recordamos aquellas
cosas que pensamos en el sueño; pero siempre que uno pueda recordar, dirá que ha

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soñado. El hecho de que a veces no recordemos, se debe a que para recordar hacen falta
ciertas especies llamadas rememorativas, o ciertos vestigios como impresos en el
cerebro, de los movimientos que entonces tuvieron lugar, por medio de los cuales
puedan luego los espíritus impresionar las glándulas como en la fase primera. Mientras
soñamos al dormir, aquellos movimientos no llegan a la glándula, debido a la ausencia o
inactividad de los espíritus y al reposo de los conductos de los nervios; o si llegan, lo
hacen en tan pequeña medida y tan débilmente que no dejan ninguna huella sensible; de
ahí que no queda memoria de ningún pensamiento sino que sólo recordamos en general
que hemos dormido bien o mal, que hemos tenido una noche de sueño turbado o
tranquilo, pues éstos son de ordinario los pensamientos en los que se ocupa nuestra alma
durante el sueño, pensamientos que tienden al bien del propio individuo. En cambio
cuando soñamos, las extremidades de los nervios se ponen en relación con el cerebro y
la glándula tal como durante la vigilia y a su vez los espíritus animales se dirigen hacia
ellos y se comportan de tal manera que les comunican sus vibraciones o impulsos tal
como si dependieran realmente de los objetos y potencias externas, aun cuando éstas se
mantengan en reposo, al punto de que juraríamos que no estamos soñando; y como los
espíritus tienen gran movilidad y variedad en su circulación, nos imaginamos cantidad
de cosas raras y extraordinarias. A todo esto, quedan estampados en el cerebro los
respectivos vestigios con la misma orientación, de modo que al llegar a ellos los
espíritus animales durante la vigilia, necesariamente repiten los mismos impulsos que
produjeron antes: en consecuencia, recordamos el sueño y nos representamos las
mismas cosas que veíamos al dormir; en esto consiste el acto de soñar. Esto se confirma
con el fenómeno de la memoria durante la vigilia: si estando despiertos nos olvidamos
de tantas cosas como pensamos en pleno juicio, hasta el punto de jurar que ni siquiera
hemos pensado en ellas, ¿cómo no nos vamos a olvidar de lo que pensamos durante el
sueño?

28. Esto explica por qué gustamos tanto de la variación y los cambios en lo que
se refiere a los sentidos, y especialmente en cuanto a la posición del cuerpo: así al
dormir en la noche, estamos sobre el lecho en posición supina, luego recostados hacia
un lado o al otro, o con los miembros y los pies recogidos o, por el contrario,
distendidos, a ratos dormimos totalmente inmóviles, a ratos con gran inquietud y
movilidad. Y lo mismo durante el día, a ratos descansamos mejor estando sentados, a
ratos caminando, luego nos sentimos mejor corriendo o moviendo sin más los brazos o
los pies a una parte y a otra; en una palabra buscamos siempre y en todo la variedad,
pues muy difícilmente podemos permanecer por mucho tiempo en la misma posición. Y
esto ¿por qué? La razón no es otra que el peso o gravedad de nuestro propio cuerpo, o
en otras palabras, la fuerza y presión intrínseca de las columnas de aire que pesan sobre
él y lo oprimen, a una con los nervios, los poros, los conductos tubulares y todos sus
miembros contra la Tierra, con lo que los poros y los conductos de la parte superior y
baja del cuerpo se estrechan y los de la parte media o de la circunferencia, se ensanchan.
Esto desde luego tiene lugar de un modo sucesivo y por sus pasos, dada la resistencia
que presentan los nexos de los filamentos en los que están ubicados muchos de los
poros; pero estos nexos acaban por ceder al peso que les oprime, con peligro de
romperse, dando así lugar al dolor y a la fatiga; dicho de otro modo, los espíritus
incitados con más violencia de la que puede resistir un cuerpo vivo, afluyen a la
glándula en tales condiciones que el alma siente que está llegando algo desagradable.

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Reacciona entonces desviando los espíritus hacia otros nervios y otros músculos sin
siquiera pensar en ello, o mejor, sin recordar lo que ha pensado, a fin de lograr así algún
descanso; como efecto de esto, hay un cambio en los poros, los conductos tubulares y
todo el cuerpo, ya que los filamentos que antes amenazaban ruina, ahora se relajan y
descansan y ya son otros los que sufren tensión y fatiga. Esto prueba que la variación y
los cambios son la causa de la duración y salud de los cuerpos. Lo mismo, aunque
guardadas las proporciones, hay que pensar respecto de los demás sentidos, puesto que
toda sensación es producto de los movimientos que recibe el órgano respectivo, y por
tanto, si un mismo movimiento se repite de la misma forma y muchas veces,
necesariamente la parte del órgano que recibe dicho movimiento entrará en tensión y
sufrirá una especie de desgarramiento experimentando el respectivo dolor o fastidio,
fastidio que no podrá evitarse sino es mediante un cambio y su efecto agradable y
confortante.

29. Más arriba expuse la idea de que ni siquiera la individualidad de los seres se
puede decir que es algo enteramente intrínseco a los mismos, sino que en su concepto
formal incluye necesariamente algo extrínseco, al menos según nuestro modo de
concebir las cosas. Esto lo da a entender la misma definición común y ordinaria de
individuo: indiviso en sí y distinto o separado de toda otra cosa; luego para que todo
pueda concebirse como una sola cosa en sí, debe guardar relación con las cosas externas
a él, exactamente como un cuerpo que para poder decir que es de tal magnitud, o que
consta de tantos pies, o que dista tantos hexápodos, dice relación a algo distinto de él.
Por tanto, la categoría de individuo en realidad no hace más que constituir la causa y
fundamento de las denominaciones diviso e indiviso, y sólo Dios sabe cómo es o cómo
se entiende esto, y qué es en sí misma la individualidad. ¿Cómo podríamos nosotros
entender alguna vez con absoluta claridad que de varias cosas realmente distintas entre
sí pueda surgir un solo ser indiviso en sí y distinto de toda otra cosa? Tratándose de los
universales así es fácil entender que la mente pueda concebir como algo uno muchas
cosas que en realidad son distintas, porque se abstrae el concepto común y se concibe la
idea de una sola cosa. Pero ¿quién puede entender que contando con el alma y el cuerpo
realmente distintos entre sí, puede el hombre, con sola la unión, resultar como algo uno
en sí y por sí, de modo que no solamente quede así constituido en una determinada
especie sino que también dentro de la misma especie venga a ser un individuo distinto y
separado? Y si no podemos entender lo que es el último de los predicamentos, o sea la
individualidad, ¿cómo vamos a poder captar lo que son los predicamentos superiores,
como el ser, la sustancia, el viviente, el cuerpo, el animal? ¿cómo entender los
universales, el género, la diferencia, la especie, lo propio, el accidente, las
transcendencias, el concepto de unidad, la verdad, bondad, los grados metafísicos, la
animalidad, la racionalidad y sus precisiones formales u objetivas, los modos de las
acciones, del tiempo, del lugar, de la ubicación, del hábito, etc.? ¿Cómo entender
claramente, repito, lo que son todos estos conceptos o realidades? ¿en qué consisten?
¿cuál es su verdadero concepto formal? ¿algo absoluto? ¿o al mismo tiempo algo
relativo? La misma expresión concepto formal, ¿qué es en sí? ¿y qué es un concepto
genérico? ¿qué significa uno con unidad intencional, múltiple con multiplicidad real,
qué es el género que se predica de muchas entidades específicamente distintas? ¿qué es
la diferencia que contrae o limita al mismo género, y qué la especie que resulta de estas
dos realidades, y en fin, el individuo, que como acabamos de decir, es algo indiviso en
sí y distinto de toda otra cosa? Muchas cosas por cierto y no sin doctrina, se afirman a

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propósito de estas realidades, pero dudo que esas afirmaciones lleguen al verdadero
concepto de las mismas.

30. Lo mismo digamos de otros conceptos o definiciones: que el ente es algo que
no repugna, que la sustancia es algo que existe por sí o en sí misma, el accidente algo
que existe adherido a otra realidad, etc. Todas estas definiciones entrañan al parecer
mucho de dudoso, porque para nosotros es muy incierto el concepto formal que
tratamos de descubrir en todas estas realidades, y lejos de llegar a comprender lo que
son en sí mismas, lo único que hacemos es conjeturar y establecer sin más libremente
nuestras afirmaciones. Lo cual es evidente aun sólo por el hecho de que entre Dios y las
criaturas no puede haber en absoluto un concepto unívoco de ente o de cualquiera otra
de sus propiedades. Es lógico que en muchas cosas que según se dice participan del
mismo concepto, no podamos encontrar la diferencia que no podemos captar. Si
tuviéramos un conocimiento intuitivo de las cosas, formularíamos otra clase de
raciocinios y definiciones. Ya vimos antes que el concepto formal de cuerpo consiste en
la extensión, el concepto del alma en el pensamiento actual, el del cuerpo vivo en el
movimiento de los espíritus animales; pero ahora tenemos que no podemos afirmar que
el concepto formal de accidente sea la inhesión en otra entidad, ya que según los
aristotélicos, no existe esa clase de accidentes. ¿Qué podríamos, pues, decir de tantos
otras cosas, inmersos como estamos en este inmenso océano de oscuridades? Quizá lo
más seguro es decir que las cosas en sí mismas son ciertamente algo, pero que mientras
sigamos en esta vida mortal jamás sabremos ni entenderemos lo que en realidad son en
sí mismas. La mejor explicación será siempre la que se dé por su vinculación a otra
cosa, por su relación con los objetos externos, por sus efectos y propiedades, es decir,
una explicación a posteriori, o en otros términos, una explicación basada en lo que
significan o dicen en sentido indirecto y no en lo que dicen en sentido directo y en
aquello que en realidad son en sí mismas. Estamos rodeados de todos los seres y apenas
alcanzamos a percibir algo de su realidad, tratamos de descubrir como de lejos sus
esencias, intuimos algunas relaciones, pero no entendemos qué sean en sí mismas.
¿Cómo puedo comprender con entera verdad lo que es un objeto que miro, cuando no
tengo conocimiento cierto ni siquiera de su magnitud, ni de sus accidentes, de sus
modos, de su cantidad, de su peso, de sus colores, cosas todas que son objeto de
interminables discusiones? Si no puedo captar y entender lo meramente externo y que
pertenece al sentido de la vista, ¿cómo voy a comprender claramente la esencia
intrínseca inaccesible al entendimiento humano? Estas son ideas demasiado metafísicas.
Quien pretenda navegar por este mar a velas desplegadas, de seguro encontrará mil
escollos y dificultades. Estos conceptos como el de infinito corren parejas. No
abarquemos más de lo que podemos, sabiendo muy bien que no tenemos capacidad para
cosas o conceptos más arduos. Así y todo, se puede señalar el concepto formal de
ciertas cosas, y decir por ejemplo que el ente es algo cuya existencia no repugna, que
Dios es el ente a se, la creatura el ente ab alio, que la sustancia es algo que existe per se
y el accidente, per aliud, el modo, in alio. Se puede decir asimismo que las propiedades,
los atributos, las trascendencias, los géneros y diferencias, las especies, la animalidad y
la demás formalidades son entes que emanan de sus principios, siempre sin embargo
con relación a nuestro modo de concebir; diríamos también que la quimera, el hirco-
cervo, el Verbo-creatura, un monte sin su respectivo valle, etc. son entes carentes de
naturaleza. Pero todo esto requeriría volúmenes enteros, que aquí estarían fuera de
lugar.

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31. Y en fin de cuentas, si no entendemos lo que es el individuo, ¿cómo vamos a
entender el concepto o realidad que se aplica a él inmediatamente, a saber el supuesto?
Una cosa se distingue específicamente de las otras por la forma sustancial, y
numéricamente por la unión de una determinada forma con un determinado cuerpo; pero
¿cómo se distingue por el supuesto? Porque tan indiferente es un hombre para subsistir
por su propio supuesto o por un supuesto ajeno a él, como es evidente en Cristo, como
lo es simplemente para existir o no existir. Es claro, por tanto, que así como para existir
debe contar con su propio determinante, es decir, con la acción creadora que lo eduzca
de la nada, así también para subsistir, debe contar con alguna subsistencia particular.
Esto es lo que creemos, y esto es lo admirable en la persona de Cristo, que sabemos que
subsiste sólo por la subsistencia divina, y que es verdaderamente la segunda persona de
la Trinidad y que no cuenta con la subsistencia o personalidad humana. ¿Qué podemos
decir en medio de tanta oscuridad? Creer simplemente nos resulta más fácil que intentar
alguna clara explicación. En el ámbito humano sin embargo, mi pensamiento es el
siguiente: es sabido que para la existencia actual de una cosa deben concurrir diversos
modos, con los cuales existe necesariamente o se relaciona dicha cosa, por ejemplo el
cuerpo con alguna forma o figura, la mente con algún pensamiento, modos que sin
embargo se distinguen sólo modalmente de la cosa a la cual modifican, de manera que
la cosa puede existir sin ellos, pero no ellos sin la cosa. Pues bien, podemos decir que la
subsistencia es uno de esos modos que sobrevienen a una cosa ya perfectamente
constituida en su ser, pero eso para que se pueda decir que subsiste per se. Por otra parte
consta sin embargo que toda cosa puede subsistir per aliud, en virtud de otra, pero no
puede ser modificada por modos distintos de los que le son propios; por eso, hay que
añadir a lo dicho anteriormente que la subsistencia constituye una especie propia
distinta de todos los demás modos; porque es muy distinto que una cosa pueda subsistir
sin ninguna subsistencia propia sino por una subsistencia ajena y propia de otro
supuesto, y que no pueda ser modificada si no es por los modos propios suyos; luego
estas dos situaciones o modos de existir, difieren específicamente. Entendida así la
subsistencia, todas las operaciones del compuesto vienen a ser propias del supuesto al
que pertenece la subsistencia, y no de otro supuesto; si falta aquel, todas las operaciones
vendrían a confundirse, y no habría razón para decir por qué son de Pedro más bien que
de Pablo, o viceversa, dado que el uno podría subsistir en virtud del otro.

32. Efectivamente, preguntaría yo: Si esta alma de San Pedro no estuviera unida
por la especial unión que es propia sólo de ella, a este determinado cuerpo del mismo
Santo, ¿cómo se podría decir que este compuesto es San Pedro? No habría razón para
afirmar tal cosa. Así mismo, si este compuesto que es San Pedro no subsistiera por algo
que es propio sólo de él, ¿cómo podríamos decir que sus operaciones son propiamente
del supuesto que es San Pedro, cuando pudieran ser propias de otro supuesto como sería
San Pablo? Por lo tanto hay que decir que la subsistencia es un modo que le sobreviene
o se le añade como algo esencial al supuesto, tal como la unión al compuesto; y así
como la unión define al compuesto en la línea del ente como algo existente en sí mismo
y unido indivisamente, así la subsistencia define al supuesto en la línea del ente como
algo subsistente por sí mismo, aunque con una diferencia: que el compuesto físico no
puede existir sin alguna unión física, una u otra, al menos indeterminadamente, en
cambio el compuesto humano puede subsistir sin ninguna subsistencia humana, como lo

191
vemos en Cristo, que siendo verdadero Dios y al mismo tiempo verdaderamente hombre
que consta como nosotros de alma, cuerpo y unión, sin embargo, unido como está, a la
divinidad por la unión hipostática, subsiste por la sola subsistencia divina, sin necesidad
de subsistencia humana, siendo por tanto, todas sus operaciones, operaciones teándricas,
divinas y de valor infinito, porque proceden de un supuesto y una persona divinos, y no
operaciones de un puro hombre. Esto sabemos por la fe con plena certeza, aunque
sabemos también que no podemos explicarlo con la claridad y profundidad que
quisiéramos. Esto del supuesto es como lo de la unión hipostática, por la cual el Verbo
está unido a la naturaleza humana, y en la cual creemos, porque no podemos explicar
qué es, cómo es, qué propiedades tiene, etc. Sabemos con certeza únicamente que es
algo distinto del Verbo y del hombre, porque puede separarse del uno y del otro; el
punto de si esta distinción es adecuada o sólo inadecuada, tendrán que discutir los
teólogos; tal vez es más aceptable la opinión de aquellos que sostienen que es una
distinción solamente inadecuada, y hacen consistir aquella unión en ciertas relaciones
que existirían entre el Verbo y la naturaleza humana, y que serían como las de los
modos según la respectiva explicación de dichos autores. En cuanto a la subsistencia,
quizás tengan razón asimismo los que dan una explicación similar a ésta. Pero esto es
cosa que ahora no nos concierne.

33. Volviendo a nuestro asunto, téngase en cuenta que cuando yo hablo de los
modos y las uniones, no hay que entender los modos aristotélicos. Insisto una vez más
en esto, porque en el presente tratado se mencionan más de una vez los modos y los
accidentes, empeñados como estamos en analizar y definir su verdadera naturaleza,
lejos de suponer simplemente que son una especie de ente intermedio entre la materia y
el espíritu, o algo imperceptible, como lo hacen los adversarios, aferrados a su propio
juicio. Pues bien, cuando yo hablo de los modos no estoy señalando aquellas entitáculas
imperceptibles, que se distinguen realmente de las cosas como se distingue un cuerpo de
otro, aun cuando como se dice, depende esencialmente de ellas; sino en el sentido de los
cartesianos, entiendo por el término modos, únicamente un determinado estado de las
cosas o seres, una cierta disposición, coordinación o relación, en virtud de la cual
algunos elementos propios e intrínsecos a dichos seres o cosas, o algo por este estilo, se
relacionan entre sí, están en mutua dependencia o involucrados y dispuestos en tal
forma que de ellos resulte algo esencialmente propio y exclusivo de esos seres, algo que
no pueda ser propiedad de otros seres y que al mismo tiempo no sea real y
adecuadamente distinto de los respectivos extremos en cuanto considerados en ese
determinado estado, porque no implican otra cosa que los mismos extremos constituidos
concretamente en esa forma; si bien ese modo o disposición puede de hecho perderse o
dejar de existir inadecuadamente si la constitución o el estado de los extremos llegan a
ser distintos o a adquirir nuevas relaciones. Esta es la esencia de los modos, y esto es lo
que entienden los cartesianos cuando dicen que los modos se distinguen modalmente de
los extremos: se distinguen realmente de los extremos, puesto que, como dije, ese
estado o situación puede de hecho desaparecer, pero no se distinguen adecuadamente,
porque los extremos en cualquier estado o situación son los mismos, y al cambiar el
estado cambian solamente las relaciones que existían antes, pero no cambia la cosa en sí
misma: como no cambio yo en mi ser, aunque con sólo ejecutar una conversión de mi
cuerpo, tenga a Pedro a mi derecha, cuando antes lo tenía a mi izquierda. Esta distinción
suele llamarse también distinción real inadecuada, y es muy importante según muchos

192
autores, en lo que se refiere a Dios. Pero aquí nos ocupamos sólo del ámbito de las
cosas creadas. Respeto y venero demasiado las cosas de Dios, como para atreverme a
tocarlas, consciente como soy de mis limitaciones; fuera de que es más seguro creer
firmemente en tan altos misterios, que ponerse a cavilar en vano sobre ellos.

34. Voy por ahora a detenerme un poco más en el problema de la unión física del
alma con el cuerpo, tratando de analizar más a fondo su concepto formal y de averiguar
por qué para existir no le hace falta un elemento determinante. Decimos que el alma es
indiferente para informar un cuerpo u otro; que este determinado cuerpo es indiferente
para recibir como forma sustancial a esta alma; es claro que por sí mismo no puede
suspender esta indiferencia; luego tiene que haber algo distinto que sea capaz de
suspenderla. Esta consecuencia es cosa admitida por todos. Pues bien, ¿qué es ese tercer
elemento o realidad que se requiere? ¿algún hecho fortuito? ¿quién puede decir
semejante cosa? Así fantaseaban sólo los antiguos. En el mundo nada es fortuito
respecto de Dios. ¿Será entonces, un decreto de Dios que decide unir una cosa con otra?
Supongamos que sea así. Pero también este decreto exige alguna otra cosa distinta de él.
¿Qué cosa puede ser este algo distinto? No son los simples extremos, porque éstos
pueden existir sin estar unidos. Tampoco puede ser la simple intimidad y presencia de
una cosa en otra, porque éstas pueden estar íntimamente presentes sin estar unidas de
hecho, como es el caso del demonio que está presente en los procesos sin estar
propiamente unido a ellos. Tampoco puede ser la simple unión, si suponemos que la
unión es pura nada y que por sí misma exigiría la misma nada, lo que es contradictorio.
Luego cuando Dios quiere que los extremos se unan, quiere algo realmente distinto de
ellos. Esta es la unión. Luego entre el cuerpo y el alma se da la unión como algo real y
verdaderamente distinto de ellos. Esta es la base en que se apoyan los adversarios, y que
no deja de tener su valor, ya que no se puede negar que en dos extremos que están
unidos debe intermediar algo distinto de esos extremos. Pues bien, digamos que existe
este algo distinto y digamos que es la unión. Pero entonces insisto yo y pregunto: ¿Por
qué esta unión no es indiferente como lo son los extremos? Si se distingue realmente de
ellos, como se distinguen el cuerpo y el alma, ¿por qué los extremos necesitan de ella
para suspender su indiferencia, y en cambio ella no necesita de ninguna otra cosa, sino
que por su misma virtualidad intrínseca, como dicen, está esencialmente determinada
para producir aquel efecto? Si la unión es realmente algo, ¿por qué para unir este algo
no se da o se requiere algo distinto? Y para este otro algo ¿por qué no se requiere otro, y
para éste a su vez otro, y así hasta el infinito? Si la materia y la forma no pueden unirse
de por sí inmediatamente sin necesidad de otro elemento, ¿por qué lo podrá la unión por
sí misma? Aquí está todo el nudo de la dificultad, y aquí el núcleo de un problema tan
arduo que por cierto no podrá resolverse nunca con sólo poner delante el miedo al
infinito o con decir que la razón formal por la cual no requiere un determinante; los
adversarios no tendrán dificultad en conceder lo del infinito, y seguirán insistiendo en
saber el alcance de esta razón formal por la cual; porque estos filósofos de ahora no se
contentan con meras palabras, sino que resuelven todos los fundamentos, investigan a
fondo hasta lo más recóndito de la naturaleza, y no descansan hasta llegar a la raíz
última y medular de los problemas, para lo cual no es suficiente la base de los principios
ordinarios. Trataré pues, de explicar brevemente el problema.

193
35. Hemos dicho que en dos extremos que se unen hay siempre una doble unión
o mejor un doble modo, relación o estado de ser de cada uno de los extremos, lo que da
por resultado aquella tercera realidad que se llama unión: un modo o estado de ser por
parte de la materia, otro por parte de la forma; esto hace que los extremos, es decir la
materia en estrecha relación con la forma, y la forma en relación con la materia, se
modifiquen o queden constituidos y por decirlo así, configurados intrínsecamente de tal
manera que, en razón de la íntima, perfecta, esencial e intrínseca conexión del un
extremo con el otro, resulte un uno per se, y los dos se comuniquen recíprocamente en
cuanto pueden, todas sus perfecciones. Surge entonces entre un extremo y otro una
relación tal, que la materia se vincula, refiere o relaciona con la forma, tal como lo hace
la forma con la materia. Para poner uno o dos ejemplos: por el mismo medio o por el
mismo hecho por el cual veo la pared, por el mismo y no por otro la pared es vista, y así
mismo por el conocimiento por el cual conozco a Pedro por el mismo Pedro es
conocido, siendo por lo tanto, un mismo modo o relación el que da pie a las diversas
denominaciones de los extremos: vidente y visto, cognoscente y conocido; lo mismo
ocurre en el caso de la introducción de la forma en la materia, del alma en el cuerpo:
ella, es decir la introducción, da a los extremos las denominaciones informante e
informado, unidor y unido, sin que haga falta ninguna otra cosa. Por consiguiente, así
como aquellas denominaciones extrínsecas dicen únicamente diversas relaciones
extrínsecas y fuera de esto no suponen o implican ninguna otra entitácula realmente
distinta de los mismos extremos así relacionados recíprocamente, sino que son
formalidades que resultan por sí mismas de la disposición, estado y modo de ser de las
otras realidades de las cuales dependen tanto en su producción y conservación como en
su destrucción, sin que puedan depender de ninguna otra cosa, de la misma manera
aquella unión intrínseca dice únicamente una cierta relación intrínseca, un estado o
modo de ser interno de la materia con la forma, del alma con el cuerpo, sin que de ello
resulte otra entitácula realmente distinta de ellos, como pretenden los adversarios, sino
que la realidad que resulta no es otra cosa que los mismos extremos que de tal forma se
relacionan intrínsecamente entre sí y se entrelazan y quedan configurados internamente
en tal estado y situación y de tal forma el uno involucra al otro y viceversa, que no
pueden dejar de constituir un único todo. Según esto, la diferencia entre las
denominaciones intrínsecas y las extrínsecas si nos atenemos a estos principios, estaría
solamente en que la extrínsecas serían contingentes y transeúntes e implicarían
únicamente relaciones externas o ad extra, mientras que las intrínsecas serían esenciales
y permanentes e implicarían relaciones verdaderamente intrínsecas o ad intra; las
primeras constituirían un unum per accidens y las otras, un verdadero unum per se.

36. Por consiguiente, la unión no dice únicamente presencia de una cosa en otra,
sino que además implica una modificación proporcionada del un extremo y del otro. El
demonio está presente en el cuerpo de los posesos, pero sólo como se dice que el
contenido está en el continente, como el vino en el vaso o mejor, como el agua
absorbida por la esponja que se puede decir que está presente en todo el cuerpo de ésta;
pero no por eso está unido a él físicamente; porque con la introducción en la esponja ni
el agua se modifica como conviene a la esponja para formar con ella un unum per se, ni
la esponja queda dispuesta como convendría al agua, para lograr ese mismo efecto, sino
que el conjunto que forman al unirse es únicamente un unum per accidens; lo mismo
que el que forma el demonio con el cuerpo del poseso. No así la unión física que,

194
además de la presencia íntima, implica aquella modificación proporcionada de los
extremos relacionados entre sí para formar un unum per se. Ahora bien, como dicha
modificación se identifica con los mismos extremos y no es algo distinto de los mismos
extremos así entrelazados y relacionados, no puede decirse que sea algo real y
adecuadamente distinto de ellos. No obstante, no puede ser tampoco pura nada, porque
la pura nada no podría dar denominación a los extremos unidos. Luego tiene que ser
algo. ¿Qué es este algo? En primer lugar no coincide con los extremos; éstos existen
por sí mismos y la unión depende de otro; los extremos no implican necesariamente tal
unión; la unión necesariamente implica los extremos; luego se distingue de ellos al
menos de algún modo. Por otro lado no puede distinguirse de hecho enteramente de
ellos, como pretenden los adversarios, puesto que, como hemos dicho, incluye en
realidad esencialmente sus respectivos extremos, y se puede decir que más bien se
identifica realmente con ellos y no que se distingue, ya que no es otra cosa que los
mismos extremos así modificados. ¿Qué es, entonces, la unión y cómo se distingue? Se
ve que necesariamente tiene que existir otra clase de distinción. Esta es la que llamo
distinción real inadecuada, o lo que es lo mismo, distinción modal. La unión se
identifica realmente con sus extremos, pero sólo inadecuadamente, y por lo mismo, se
distingue también de ellos inadecuadamente aunque realmente. Una distinción así es
algo especial y aparte de las otras distinciones y, en su concepto, algo particular y
propio; luego la unión es un ente distinto de los otros con una distinción especial, un
ente por decirlo así con una configuración especial propia suya: ésta es la distinción
modal.

37. Es algo semejante a lo que ya hemos dicho a propósito de la figura y el


objeto figurado, del movimiento y el objeto movido, de la ubicación y del objeto
ubicado, de la duración y del ser que dura, del color y del objeto coloreado. De la acción
y del agente, y otros modos semejantes y otros accidentes, los cuales también se
identifican con sus objetos modificados, pero sólo con identificación real inadecuada, y
por lo tanto también se distinguen de ellos pero sólo con distinción real inadecuada. Lo
que se afirma de la unión hay que afirmarlo proporcionalmente también de los demás
modos, y lo que se afirma de éstos se ha de aplicar a su manera también a la unión;
porque tanto la unión como los modos no designan otra cosa que no sea los extremos
modificados de un modo o de otro, puestos en una u otra situación y estado, con una u
otra relación intrínseca o extrínseca, con una u otra denominación, etc. La unión desde
luego puede separarse de los extremos, como se ve a diario en el caso de la muerte, pero
esta separación no es en rigor una verdadera división, y la mejor explicación de ella es
decir: que deja de unir; así como tratándose de cualquiera de los modos, la expresión
más verdadera es decir: que deja de modificar. Esta distinción inadecuada, si queremos
utilizar el término justo, se llama modal; porque así como se llama real la distinción que
hay entre cosa y cosa, y formal la que se da entre formalidad y formalidad, así puede
llamarse muy bien modal la que se da entre el modo y el objeto modificado. Y es una
distinción que puede admitirse en muchas cosas: no solamente en la unión del alma con
el cuerpo, de la forma con la materia, de la que se da entre las partes del continuo, en el
movimiento, la figura, la ubicación, la duración y otros modos materiales, sino también
entre los modos intelectuales, espirituales y los relativos a la voluntad, cuyos actos se
distinguen del alma así mismo sólo modalmente, es decir con distinción real
inadecuada, porque no pueden existir sin el alma, aunque el alma sí puede existir sin

195
ellos. En consecuencia, y como acabamos de decir hace poco, no podemos decir en
rigor que estos modos se separan del alma cuando se cambian o dejan de existir; la
manera correcta de decir es que dejan de modificar al alma, como se dice también
comúnmente del alma que informa al cuerpo; cuando a alguien se le corta un brazo, no
se dice que el alma que antes estaba en él, permanezca ahí, o se separe, o retroceda, sino
solamente que deja de informar. En conclusión, no se puede negar la existencia e la
distinción modal. Si fuera el caso de utilizar este mismo concepto de distinción modal
para aplicarlo en el estudio de los misterios divinos, tal vez descubriríamos mucho más
de lo que hasta ahora se ha logrado con la idea de la distinción virtual o formal. ¡Pero no
invadamos campos que son ajenos al nuestro!

38. Y no se diga que si se admite esta explicación de los modos, éstos no serían
verdaderos entes, porque la respuesta es clara: los modos son tan entes como los entes
morales, por ejemplo las denominaciones de justo, pecador, virtuoso, vicioso, etc., cuya
naturaleza como la de los modos es ciertamente algo real. Sin embargo son algo muy
distinto de la sustancia, de la materia o la forma, del cuerpo o del espíritu, es decir
forman una clase enteramente distinta de éstos. En una palabra, así como hay entes
espirituales, materiales y morales, tiene que haber también entes modales como algo
enteramente distinto de los mencionados, es decir realidades que pueden ser
permanentes o transeúntes, intrínsecas y extrínsecas, esenciales y contingentes –no
importa el nombre y la subdivisión-, cuyo género superior es el modo. Así pues, la
unión no es menos ente verdadero y en verdad distinto modalmente del cuerpo y del
alma, que el ser bueno o malo, que también es verdadero ente y en verdad distinto
moralmente del hombre: hay paridad entre uno y otro; porque así como puede haber un
hombre que sea bueno, aunque la bondad del hombre no puede darse sin el hombre, así
puede haber alma y cuerpo sin unión, pero no puede haber unión sin un alma y un
cuerpo. Pero en el hombre el ser bueno o malo proviene sólo del hecho de que haya en
él alguna obra buena o mala, sin necesidad de que la bondad o la malicia sea algo
distinto de la diferente relación o modo de ser; luego, proporcionalmente, el estar unidos
proviene del solo hecho de que en el alma y el cuerpo hay diversas relaciones. Pero en
todo caso, estos entes son algo, porque no son pura nada; luego se distinguen de alguna
manera: no se distinguen realmente, como ya hemos dicho, ni sólo formalmente o
virtualmente, como se supone; luego no queda sino decir que los entes morales se
distinguen moralmente y los modales sólo modalmente. Ahora bien, como estos entes
modales tienen su fundamento en entes que existen por sí mismos, independientemente
del compuesto que forman y, en faltando éste, pierden necesariamente el especial modo
de ser que tendrían, se sigue evidentemente que no hace falta un distinto determinante
para conformar dicho compuesto, sino que bastan los mismos extremos en cuanto
incluyen diversas relaciones, proporciones, estados, conexiones, tendencias y
modificaciones mutuas, originándose aquellos diversos modos en virtud de su misma
esencial naturaleza, sin necesidad de otro elemento. Estos modos, como verdaderos
entes, aunque de naturaleza particular, especialmente distinta de todos los demás,
verificarán y llevarán a término los decretos de la voluntad divina, tal como lo hacen en
línea particular los entes morales. Y sobre este punto baste con lo dicho. Pasemos ya a
otra materia.

196
X- Respuesta a la proposición10ª. Se reafirma la liquidez de la materia

1. Dos cosas afirma Milliet en esta proposición: que no hay explicación para los
fenómenos de la naturaleza con la teoría de los cartesianos, y que es mejor la
explicación que ofrece la teoría aristotélica. Yo sostengo en cambio todo lo contrario;
más aún, digo que si sobre esta materia tienen ahora los peripatéticos, como serían los
puntos que con tanto lucimiento aduce nuestro adversario ilustre, no hay que atribuirlo
precisamente a ellos, sino a Descartes o a otros atomistas. ¿Cuándo comenzaron a
hablar los peripatéticos de los poros, los corpúsculos, los átomos de diversas figuras, los
glóbulos, hojuelas, pirámides, conos, cilindros y demás partículas? ¿No fue cuando
comenzaron a sobresalir los nuevos atomistas? Hasta entonces los peripatéticos estaban
dale que dale sólo con los accidentes, los modos, la materia y la forma, las cualidades
ocultas, las virtualidades naturales, la fuerza intrínseca, los apetitos innatos, las
exigencias, etc.; los elementos antes mencionados brillaban por su ausencia, y en cuanto
a la idea de que todo se puede explicar sólo por el movimiento, ni soñar! No porque
negaran la existencia de dichas entidades -¿quién podría desconocer la existencia de los
corpúsculos, de los poros, de los átomos en sus distintas configuraciones? Sólo un ciego
que careciera de razón y de sentidos-, sino porque las despreciaban como si se tratara de
minucias y bagatelas sin ninguna trascendencia, como siguen todavía despreciándolas
aquellos autores que se aferran tenazmente a las viejas doctrinas, en los que no se sabe
qué admirar más, si su tenacidad en sostener sus opiniones hasta el punto de no ceder ni
una pulgada, o su inconsecuencia al hacer burla de los principios ajenos en puntos que
ellos mismos no pueden negar de acuerdo con sus principios. ¿Qué es lo que hacen
estos renombrados filósofos? Lo mismo que nuestro egregio adversario: todo lo
explican como los demás atomistas, admiten la existencia de los poros, de los
corpúsculos, reconocen que no pueden menos de aceptar el movimiento, etc., pero
añadiendo que además de esto, se deben admitir también los apetitos internos de los
seres, las exigencias naturales, las formas sustanciales, etc. Esta es la única diferencia.
Antes se contentaban sólo con los términos, y ahora pretenden hacer suyos los modos de
los atomistas y sostienen que las exigencias se reducen al acto por medio de dichos
modos, sin el menor escrúpulo por haber tomado de otros los conceptos que ahora
utilizan.

2. Lo que sucede es que, como ya señalamos antes, los aristotélicos han pecado
por defecto y por fin ahora quieren enmendar su yerro, y a su vez los atomistas, o al
menos muchos de ellos, persisten en sus excesos que no carecen de culpa. Pero no se
debe reprender a Descartes, si estiró el arco más de lo que era justo, y apuntó las flechas
un poco más arriba de la línea justa para dar en el centro –era el primero en salir a
desafiar al océano; sus seguidores penetran más diligentemente su mentalidad, y así
finalmente recogerán las velas. Si lograran entenderse cediendo de parte y parte los
adversarios en un intercambio y complementación mutua de conceptos, los atomistas
con la idea de los corpúsculos y los aristotélicos con la de las formas sólo que
rectificando un tanto el concepto y alcance de las mismas al igual que una serie de sus
términos, y evitando así lo que podría acarrear una verdadera confusión, me parece que
se podría llegar a conclusiones sólidas. Porque la sola materia, de la cual habla
Descartes (prescindo aquí de los demás atomistas, ninguno de los cuales ha llegado a

197
dominar los secretos de la naturaleza como lo ha hecho él, pues al parecer llegan a
explicar únicamente los fenómenos más ordinarios y bastos y fácilmente perceptibles
por los sentidos, pasando por alto o al menos analizando muy a la ligera los fenómenos
más complicados y que pueden captarse sólo por la razón), la sola materia sutil, repito,
no parece elemento suficiente para una explicación total, a no ser que se complemente
con la teoría de las formas sustanciales. Supongamos en efecto que todos los
movimientos que tengan su fundamento en la materia sutil, que ella sea la raíz y causa
de todo lo que tiene que ver con la elasticidad; que con la materia sutil se expliquen
muy bien la fluidez, la transparencia, la luz, y sus contrarios, es decir la dureza o
solidez, la opacidad, las tinieblas y demás fenómenos, como ya se ha intentado, así en la
naturaleza visible como en nuestros cuerpos: pero ¿cómo explicar recurriendo sólo a la
materia sutil, la primera formación tan bien proporcionada de los poros a lo largo de los
filamentos y junturas del cuerpo, lo mismo que su ubicación y conveniente distribución;
¿cómo explicar su resistencia, su conservación y su restablecimiento en cada caso de
daño? La materia es indiferente respecto de los diversos movimientos, de las diversas
clases de poros, de las distintas formas de elasticidad. Desde luego lo que fluya de ellos
alcanzará su finalidad. Pero de suyo la materia sutil frente a ellos es tan indiferente
como se afirma que lo es frente a cualquier forma la materia de la que hablan los
aristotélicos. Más aún, bien pudiera ser que Aristóteles con su concepto de materia
entendiese lo mismo que Descartes con el suyo de la materia sutil. Pero sea de ello lo
que fuere, lo cierto es que, como acabo de decir, la materia es indiferente para todo.
Pues bien, ¿cómo explicar que de un principio indiferente puedan originarse elementos
y fenómenos tan variados en los cuerpos? De algo incierto no puede seguirse algo
cierto; luego una de dos: o hay que admitir un coprincipio distinto, o hay que negar la
gran variedad de cosas que advertimos en los cuerpos. Vemos que en la naturaleza
existe el movimiento, y por eso no sin razón averiguamos por el principio del
movimiento. Es, pues, lógico que si vemos que existen movimientos diversos,
averigüemos por la causa de tal diversidad. Si la causa de los movimientos es la materia
sutil, la causa de la diversidad de los mismos será la forma sustancial. Es cierto que la
contextura de los cuerpos, los poros, la elasticidad y otras propiedades similares
modifican directamente los movimientos haciéndolos más rápidos o más lentos, etc.
Pero ¿cómo podrían sostenerse los poros y la contextura si no existe en ellos ninguna
forma? ¿qué elemento es el que los conserva? Su conservación no nace de ellos mismos,
puesto que son indiferentes; tampoco de la materia sutil, porque en ese caso ella se
modificaría a sí misma; luego se debe a otro elemento; éste se llama la forma; luego
existe la forma sustancial.

3. Decir que la conservación se debe a la sola quietud o inmovilidad, o sea que


los poros se conservan por estar inmóviles, no es una explicación satisfactoria. Contra
tal pretensión arguyo simplemente que el movimiento exige un sujeto en el cual pueda
situarse su cantidad original; luego también la inmovilidad exige algo en que poder
fundarse: lo primero, es decir el sujeto, es la materia; luego lo segundo tiene que ser la
forma. Con otro argumento: el movimiento requiere un principio impulsor; luego la
quietud requiere un principio retardador; el movimiento tiende a la división, la quietud
tiende a la cohesión; el movimiento produce una agitación, la quietud causa una
resistencia, etc. El movimiento y la quietud exigen o suponen cosas enteramente
contrarias; ¿cómo pueden entonces tener que ver con un mismo principio? ¿cómo puede

198
recaer en la misma materia como en su principio una cosa que se mueve y una que está
inmóvil? Si bien es verdad que la quietud en sí misma no dice privación de todo
movimiento, porque esto es imposible como ya dijimos en otro lugar, sin embargo dice
esencialmente negación de algún movimiento. Pues bien, la negación de algún
movimiento ¿cómo podría provenir de la materia, cuya tendencia le lleva a producir el
movimiento? Además formulo otra pregunta: el movimiento casi imperceptible que hay
en el cuerpo en reposo ¿de qué principio recibe su conservación para no salir del estado
en que está, ni declinar a una parte o a otra, sino mantener siempre el mismo grado de
ligerísima intensidad? Es preciso señalar alguna causa de este efecto. ¿Cuál es la causa
de la conservación de este movimiento? No puede ser la materia sutil, que se mueve con
extrema fluidez y por lo tanto más bien se adelantaría a mover, y cada vez más, al
cuerpo que se supone en quietud, destruyendo por lo mismo fácilmente su inmovilidad;
la causa que buscamos tampoco pueden ser los filamentos y junturas del cuerpo, puesto
que son indiferentes a un mayor o menor movimiento, a la unión y a la disgregación, a
la fluidez y a la inmovilidad; no puede ser tampoco alguno de los cuerpos adyacentes,
puesto que en ellos también recaería la misma pregunta, a saber cómo se conservan tan
estrechamente unidos en sí mismos. ¿Cuál es entonces la causa de la conservación de
aquel movimiento? Nadie dirá que la causa está en los mismos cuerpos sin que haga
falta un elemento distinto, porque algo que es de suyo es indiferente, precisión hecha de
la libertad, necesita sin lugar a dudas de otro agente o elemento determinante; luego
necesariamente hay que admitir un principio distinto. Resumiendo el argumento
podemos decir: existe un principio del movimiento, de la disgregación de las partes y de
la fluidez; luego debe haber también un principio de la inmovilidad, de la unión de las
partes y de la solidez o dureza; aquel se llama la materia sutil; luego éste otro tiene que
ser la forma sustancial.

4. Por lo demás estoy lejos de mostrarme tan arrogante en esta cuestión como
para pretender sacar adelante todas las ideas y ocurrencias de los cartesianos: basta ver
cómo tantísimas veces he reconocido sus errores; así como consta, por otra parte, que la
dificultad que menciona Milliet queda resuelta con su respuesta, puesto que tratándose
del hielo, lo primero que hay que averiguar es sin duda cómo puede llegar a perder el
movimiento y cómo puede condensarse. Siendo, como es, cosa muy difícil probar que
esto tiene lugar en un líquido dividido por medio del movimiento comunicado a partes
actualmente infinitas o indefinidas, ¿van a explicar mejor el fenómeno los aristotélicos y
no los cartesianos? Enseguida pasaré a exponer de mi propia cosecha ciertas ideas que,
confrontadas con lo que aquí aduce nuestro adversario, servirán para formarnos un
juicio cabal. Por otra parte aunque las cosas sean así en el primer argumento, pero en el
segundo son muy distintas, por la sencilla razón de que aquí responde Milliet con lo
mismo que se trata de probar, afirmando lo mismo que dice Descarte: él afirma que la
propia quietud no es otra cosa que estar encerrado dentro de sus propios términos, sin
que haga falta una resistencia distinta, como pretende el adversario, así como la fluidez
no es otra cosa que extenderse o propagarse hacia términos ajenos, sin que haga falta
algo más. Para entender el pensamiento de Descartes hay que distinguir dos clases de
inmovilidad: la vulgar y filosófica, o sea la esencial y la accidental. Milliet confunde en
su respuesta estas dos clases de inmovilidad. Admito de buen grado que no siempre se
requiere una fuerza poderosa para mover un cuerpo de un lugar a otro, digamos una
esfera del sitio A al sitio B, cosa que muy bien puede hacerlo hasta un niño. Esta es la

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inmovilidad en sentido vulgar. Pero separar una parte de la esfera de otra, o dividir la
esfera en partes pequeñas, o romper en pedacitos un clavo de hierro, como decíamos
antes, es empresa muy distinta. Esta es la inmovilidad en sentido filosófico. La razón de
la disparidad está en que un cuerpo no se une con el lugar en que se encuentra como si
éste fuera un vacío con el que pudiera unirse; no lo puede porque eso es contradictorio,
como es contradictorio cualquier vacío, y además el lugar no es otra cosa que el mismo
cuerpo con relación a otros cuerpos vecinos; un cuerpo guarda unión consigo mismo
como el que más, porque equivale a sus mismas partículas unidas todas al mismo
tiempo, partículas que así constituyen el mismo cuerpo en estado de cohesión, y en
faltando ésta, deja de existir formalmente el mismo cuerpo. En otras palabras un cuerpo
es una cosa que está unida consigo misma de tal manera que permite alguna entrada
sólo a la materia sutil; pero si no hay esta íntima unión, sino la cercanía o vecindad de
otros cuerpos, como es el caso de las esferas, por el punto de contacto no solamente
penetra la materia sutil sino también el aire. Por eso no es extraño que una esfera pueda
ser movida fácilmente de un lugar a otro, mientras que sus partes íntimas no pueden ser
separadas unas de otras sino con gran dificultad. Ahora bien, (y para darnos cuenta de la
confusión que hay en esto), lo primero se llama vulgarmente inmovilidad y lo segundo
dureza sin darse el trabajo de realizar un análisis más profundo, por mero prejuicio –
como siempre- se juzga que la dureza es una cosa muy distinta de la inmovilidad,
siendo así que ambos efectos, si se consideran filosóficamente, son uno mismo y
provienen de un mismo principio, es decir de la misma materia sutil, como ya vimos en
otro lugar.

5. Se dirá que es difícil convencerse de esto, sobre todo por lo que acabamos de
decir poco antes cuando, al parecer, dejamos asentado lo contrario, o sea que la
inmovilidad no puede recaer como en su causa sobre la materia sutil, sino que exige
como principio suyo propio la forma sustancial. Y ¿cómo ahora estamos afirmando lo
contrario? Voy a deshacer este nudo. En primer lugar, hay infinidad de cosas que, aun
cuando son totalmente distintas, sabemos ciertamente que se derivan de la misma
fuente. ¿No sale de una misma boca el aire unas veces caliente y otras frío? ¿no se
vuelve líquida la cera y duro el lodo con el mismo sol? ¿no se funde el metal y no se
endurece la sal con el mismo fuego? ¿no se disgrega la cal y no se solidifica el yeso con
la misma agua? Y así tantas otras cosas. Esto sin embargo no es signo de oposición o de
contradicción. Pues lo mismo digamos en el caso que nos ocupa. No afirmamos nada
que implique contradicción, como luego veremos. En segundo lugar, hay que distinguir
nuevamente entre la inmovilidad en sentido vulgar y en sentido filosófico. Es falso,
pues, que toda inmovilidad se oponga al movimiento; eso es verdad solamente en el
caso de la inmovilidad en sentido vulgar, no en el filosófico, porque la inmovilidad
entendida en este sentido es imposible: por más inmovilidad que tenga un cuerpo en su
constitución, por más dureza que se le atribuya, nuca se llegará hasta lo último; luego
hablando en términos filosóficos será verdad que aquel cuerpo siempre se moverá
intrínsecamente. En este sentido decimos que la inmovilidad ha de atribuirse a la
materia sutil; pero en el otro sentido no pierde validez, porque ahí se considera la
inmovilidad como algo negativo, según el concepto de inmovilidad en sentido vulgar y
en cuanto incluye negación de un mayor movimiento, y entonces sí se opone en verdad
al movimiento: sólo si se la considera así exige una forma sustancial; en el un caso dice
algo negativo, en el otro, algo positivo; en cuanto implica negación supone la forma

200
sustancial; en cuanto implica algo positivo, supone la materia sutil. En esto no hay
oposición ni contradicción. Pero esto no capta el común de la gente. Insisto: ¿Por qué
hemos de admitir a ciegas y sin someter a examen, lo que opina el vulgo? Es
comprensible, y puede pasar que el vulgo se deje llevar sin más de sus juicios, porque
no tiene más guía que los sentidos. Pero no es admisible que un filósofo se deje arrastrar
de la misma corriente. Si los fenómenos ocultos de un cuerpo en reposo se hicieran
perceptibles a los sentidos, como los fenómenos que están a la vista, sería muy distinta
la manera de juzgar y de expresarse de todos, y cada cual abundaría en sus ideas
conforme a su propio sentir, defendiendo unos su propia opinión y otros la contraria.
Pero como las cosas no son así, sino que más bien experimentamos lo contrario, es decir
que en un cuerpo en reposo parece que hay absoluta inmovilidad, y no se ve de pronto
una razón que pueda sugerirnos otra cosa, nos inclinamos naturalmente a seguir el
prejuicio del común de la gente y a cavilar cómo puede ser que en medio de tanta
inmovilidad puedan darse movimientos imperceptibles a los sentidos.

6. Tal vez esto es lo único que les impide a muchos penetrar más a fondo en los
misterios de la naturaleza; en este piélago de las ciencias no abandonan las orillas,
fiándose más de los sentidos que con tanta frecuencia nos engañan, que de la luz de la
razón. Para llegar a la verdad hay que hacer lo que aconseja nuestro filósofo: no dejarse
llevar de los prejuicios y de la vulgaridad. Dudemos un poco de todo, para no venir
luego a descubrir que nos hemos quedado en la corteza sin llegar al meollo de las cosas.
Tenemos pues, que la inmovilidad de los cuerpos en sentido vulgar significa solamente
diversa ubicación, vecindad o relación mutua en cuanto a la situación, que son
realidades que caen bajo el dominio de los sentidos, y sobre todo significa que no hay
un movimiento que pueda percibirse externamente, cosa que es algo accidental. En
cambio la inmovilidad en sentido filosófico significa aquella cohesión y organización
natural e intrínseca que tienen los cuerpos y que nace de las junturas, filamentos, poros
y demás partes constitutivas, con capacidad de admitir ad intra, al interior, otros
imperceptibles movimientos, cosa que es algo esencial. Una y otra son susceptibles de
varios movimientos, pero la una, es decir la inmovilidad en sentido vulgar, de
movimientos sensiblemente, perceptibles, y la otra, o sea la inmovilidad en sentido
filosófico, de movimientos que a lo más son accesibles únicamente a la razón; en cuanto
a la capacidad de traslación o separación respecto de otros cuerpos o partes adyacentes,
hay una gran diferencia entre las dos, porque la inmovilidad en sentido vulgar
fácilmente puede desaparecer por tratarse de algo accidental y porque el único obstáculo
contra el que hay que luchar es el aire, mientras que la inmovilidad en sentido filosófico
es muy difícil de vencer como sustancial que es al cuerpo y porque está de por medio el
obstáculo de la materia sutil. En una palabra, la inmovilidad en sentido vulgar es
solamente vecindad, en sentido filosófico es verdadera cohesión, aquella es
yuxtaposición ésta es unión, aquella es contacto, ésta conexión; aquella no tiene
cohesión de partes, ésta es resultado de una íntima trabazón y cohesión de mil partículas
entre sí. Por lo cual, aunque todas sus partes estuvieran en continuo movimiento, no
podrían separarse como tampoco se separan los anillos de una cadena resistente que no
dejará de moverse. No es extraño por consiguiente que la inmovilidad en sentido vulgar
pueda fácilmente desaparecer y no así la inmovilidad en sentido filosófico. No obstante,
todos los movimientos, ya sea perceptibles o imperceptibles, dependen de la materia
sutil como de primer principio, si bien su diversidad no depende de ella, que siempre es

201
la misma, sino de la diferencia de los objetos con los que opera: si estos objetos tienen
una unión meramente accidental, no solamente están abiertos al libre tránsito y continuo
flujo de la materia sutil, sino también del aire que los rodea, pudiendo, por lo mismo,
ser fácilmente trasladados, como sucede en el primer caso; pero si esos objetos tienen
una unión sustancial, y no hay acceso para el aire, se hace lo imposible llegando incluso
a golpearse o romperse para impedir su aflujo a través de los poros y conductos del
cuerpo, de modo que resulta muy difícil la separación de las partes de aquel cuerpo,
como sucede en el segundo caso.

7. Resumiendo y para tener una idea del alcance de esta nueva filosofía y de
cómo ella abarca en su explicación la multiplicidad de tantos entes naturales,
analicemos un poco más de cerca la materia sutil: veremos que ella basta para dar con
una explicación de todo. Si ella fluye produce el movimiento, si se detiene produce la
dureza, y así tenemos los cuerpos fluidos y los cuerpos duros. De la fluidez se deriva la
divisibilidad, de la dureza, la unión de las partes; de la unión a su vez surge la
extensión, la elasticidad, la opacidad, la ubicación, la duración, la configuración y de
nuevo la divisibilidad; de la divisibilidad, la separación de las partes, la diferenciación,
la suavidad, la transparencia, la ubicación, la duración, la figura y nuevamente la
dureza. Y todas estas propiedades tienen que ver en último término con la materia sutil
y sus diversas modificaciones tal como se han concertado en ellas. Si la configuración
de los cuerpos es de tal naturaleza que permita el flujo de la materia sutil, ella fluye
naturalmente, y ella se detiene si la configuración es a propósito para llegar a la dureza:
según fuere la configuración de los cuerpos y la modificación que sufre la materia sutil,
ella fluye con rapidez, o se dispersa, o da lugar a la elasticidad, a la opacidad, a la
ubicación, a la duración y si llega al estado de dureza, puede dar origen otra vez a la
divisibilidad; y así mismo según las modificaciones que adquiere se puede disgregar,
separar, obtener suavidad, transparencia, ubicación, duración, y nuevamente se
susceptible de ulterior unión y cohesión. Y lo mismo se aplica a todas las demás cosas
en particular: la materia sutil causa la visión, la audición, el fenómeno del olfato, del
gusto, del tacto y sobre todo el fuego, la luz, la claridad, el calor y modificándose en
distintas formas, produce también todos los colores. Y todos estos fenómenos, aunque
conllevan muchos otros factores, en último término tienen que ver con la materia sutil.
¿Qué más concreto, coherente y mejor que esta teoría? Sería de desear que los
peripatéticos encuentren y ofrezcan algo semejante, y no esa multiplicidad y retahíla de
entes, virtudes, exigencias, apetitos, etc. totalmente innecesarios. A no ser que se diga
que todas estas cosas corresponden precisamente a la forma sustancial que es la que
opera exigiendo esta natural constitución, conservación y restauración de todos los
entes; si es así, me doy por vencido y retiro mis palabras.

8. Pero para concretar con ejemplos y ver qué bien se pueden explicar los
fenómenos naturales por medio de la materia sutil, voy a hacer un rápido recuento de lo
que menciona aquí el ilustre matemático Milliet. Él habla de la congelación, la
disolución, la fermentación, la corrosión, la calcinación, la cristalización y la
precipitación. La congelación del agua se explica de la siguiente manera: el agua consta
de partículas cilíndricas, por cuyos poros se infiltra la materia globular volviéndola
diáfana, y entre las cuales se agita también la materia sutil llenando los vacíos y

202
volviéndola fluida; si con el calor del sol se agitan por igual simultáneamente todas
estas partículas, cada molécula de agua girará sobre su propio centro; pero si se alejan el
sol y el calor, comenzará a detenerse el movimiento de los glóbulos y disminuirá un
tanto el flujo de la materia sutil, y cesará poco a poco el movimiento de las gotas de
agua, quedando ésta cada vez más fría; si el sol y su calor continúan alejándose, los
movimientos de la materia y de los glóbulos se irán haciendo cada vez más lentos, con
el consiguiente efecto en las gotas de agua y en el frío, hasta que faltando por completo
los impulsos externos, las gotas de agua dejarán de girar y quedarán acumuladas unas
sobre otras en completa inmovilidad. Tenemos entonces el hielo, con sus
correspondientes efectos: en primer lugar los cilindros se unirán más estrechamente
unos a otros, habrá una mayor coincidencia entre sus poros, habrá un acceso más libre y
directo de la materia globulosa y de materia sutil que ya no provocarán agitación en las
partes internas; con esto el fluido habrá quedado inmóvil y endurecido. Luego se verá
que la mole o trozo de hielo es un poco mayor que la anterior porción de agua de la cual
se originó; esto se debe a que los cilindros al mismo tiempo que se han unido más
estrechamente unos a otros han dejado una serie de intersticios por los cuales penetra
cierta cantidad de aire haciendo que se abulte y agrande el trozo de hielo. Finalmente se
verá que el trozo de hielo sobrenada en el agua restante; esto se debe a que con el frío
los cilindros se han adherido unos a otros muy estrechamente, han ido disminuyendo los
impulsos internos de la materia, y el aire que ha penetrado por los diversos intersticios
hace que el trozo de hielo sea más leve que la correspondiente porción de agua que tiene
debajo, pues es cosa sabida que una porción o volumen formado sólo de agua pesa más
que una porción igual compuesta de agua y de aire: luego ésta tiene que flotar sobre la
primera. En la leche el fenómeno es el siguiente: consta de dos clases de partículas, unas
oleaginosas y en forma de limaduras, otras serosas y en forma de bastoncillos, partículas
que se encuentran en equilibrio, sostenido por la materia sutil que regula el movimiento
de cada gota sobre su propio centro; al introducirse el coágulo que consta de partículas
si se quiere en forma de bastoncillos pero más pequeños y que por consiguiente se
mueven a más velocidad sobre su propio eje, comienzan a reunirse formando grupo las
partículas homogéneas entre sí, comunicándose mutuamente su respectivo movimiento
las partículas del coágulo con las del suero y acelerando su movimiento de rotación y
rompiendo su equilibrio con las partículas oleaginosas con las que entran en abierta
lucha; como resultado, las partes heterogéneas se separan de las otras, y las homogéneas
se reúnen en respectivos grupos, es decir, las ramosas con las ramosas dando origen a la
mantequilla y al queso, y las bacilares con las bacilares dando origen al suero; las
primeras, al conectarse unas con otras pierden el movimiento central y forman un
elemento duro, las segundas sin perder dicho movimiento permanecen como elemento
fluido.

9. Pasemos a explicar la disolución. El azúcar es semejante a la esponja, y sus


poros no son poros genuinos sino verdaderos agujeros en forma de taladros o túneles,
por los cuales penetra el aire con toda facilidad y puede entrar y salir sin obstáculo de
ninguna clase y sin necesidad de presionar ni ejercer violencia contra los lados ni de
destruir la estructura íntima del cuerpo; el agua en cambio, como elemento más denso
que el aire, tiene que entrar presionando y empujado en todas las direcciones
conmoviendo y aun destruyendo a veces la débil estructura de los conductos, y así va
comunicando su propio movimiento a las partículas que han quedado desunidas y

203
disgregadas, para luego formar con ellas un único líquido de lo más apropiado para
usarse en nuestras mejores bebidas como el chocolate, el té, el café, las limonadas y
muchas otras por el estilo. La sal tiene una naturaleza distinta; si bien sus poros tienen
también la forma de verdaderos conductos foraminados, sus partículas son mucho más
duras, a lo que parece cilíndricas como las del agua, pero con una diferencia, a saber
que las del agua son flexibles y las de la sal son rígidas. Si el agua se impregna de sal,
cada partícula de agua rodea a una correspondiente partícula de sal que, a su vez no
admite más partículas que las necesarias para cubrir toda su superficie, de modo que las
partículas de agua, cubriendo cada una su respectivo soporte de sal, comunican a todo el
conjunto su propio movimiento y forman un fluido salino, así como las partículas de
miel forman un fluido dulce. Por lo demás el azúcar es también una sal, sólo que con
partículas más suaves y flexibles, que también se convierten en soporte de las partículas
de agua y no admiten más de las que les permite su capacidad. Si se introduce en el
agua más cantidad de sal o azúcar que la conveniente o, si debido al calor, el agua se
evapora y abandona las partículas que la sostenían, entonces éstas comunicándose unas
a otras su propio movimiento a la manera de fluidos y sin encontrar mayor obstáculo
que las detenga, tendrán que precipitarse y acabarán por formar con maravilloso orden
diversos granos de sal o de azúcar. Porque no es verdad lo que dice Milliet, que según
las teorías de Descartes las partículas mayores son inmunes a la acción de parte de las
menores: esto dice por no haber captado bien el alcance del principio antes mencionado,
a saber que un cuerpo inmóvil resiste más a una velocidad mayor que a una menor, y
por no entender tampoco el sentido de este otro aserto: que la suavidad de la mano es
más débil que la dureza del clavo; pero antes ya dejamos probada la verdad de esto al
explicar el sentido de los dos enunciados. De todos modos y sea cualquiera la forma en
que se combinan las partículas de sal o de azúcar con las de agua, siempre actúan e
influyen unas sobre otras, y siempre que no tengan una carga que soportar, luego de mil
impulsos, golpes y contragolpes, y ya sea con el movimiento de rotación o el de la
trayectoria inicial o muchos más que influyen simultáneamente, llegan a perder el
equilibrio y se precipitan. Si se quiere identificar la raíz última de todos estos
fenómenos así como de los que luego veremos, se verá que no es otra que la elasticidad
y la materia sutil que dan lugar a diversidad de enlaces e innumerables perturbaciones y
movimientos de los espíritus y los corpúsculos, de acuerdo con la diversa constitución
de los fluidos con los consiguientes y necesarios efectos que no deben causarnos
extrañeza.

10. En la fermentación del mosto por ejemplo, ¡cuántas refriegas, cuántos


movimientos internos, cuántas sorprendentes secreciones no se producen! A falta de
otros fenómenos bastaría ella, la fermentación como argumento para afirmar que la
fluidez consiste únicamente en el movimiento central de las partículas por el que giran
sobre su propio centro y su propio eje, sin necesidad de que intervenga otro factor.
¿Quién es capaz de negar los diversos movimientos de las partículas en el proceso de la
fermentación, cuando podemos ver y palpar los efectos que producen y aun escuchar
con frecuencia el rumor de la refriega en que están empeñadas las partículas? ¿Podrán
explicarse todos estos fenómenos recurriendo sólo a la fuerza de un principio interno?
De lo que se trata es precisamente de saber cómo opera dicho principio. Demos que la
forma es la que pone en marcha aquellos movimientos, que lo haga por su propia
virtualidad, exigencia, influjo, etc. Pero ¿cómo se ejerce aquella virtualidad, cómo actúa

204
aquel influjo? Si a esto se responde solamente que esa es la virtualidad del mosto, esa la
naturaleza de los líquidos que fermentan, esa la exigencia de aquel cuerpo, etc., es lo
mismo que si se respondiera: esto ocurre porque así ocurre, porque esto dice la
experiencia, porque vemos que así ocurren las cosas. Como si dijéramos hablando por
ejemplo del reloj: las agujas señalan las horas porque vemos que así es. Para no caer en
semejante simpleza debemos creer que el mosto consta de diversas partes o elementos,
unos más finos y delgados, otros más densos y toscos, de distintas configuraciones, los
cuales excitados por una serie de causas externas (recordemos que toda la naturaleza
está en continuo movimiento) y debido a una serie de impulsos que reciben, crean
elasticidad, la cual como siempre está regulada de mil modos por la materia sutil que
proviene de fuera. Una vez sentado esto, la solución es fácil: terminada esa lucha interna
de los elementos y partículas tras mil y mil impulsos, agitaciones y vueltas, las partes
semejantes entre sí se separan de las que son distintas y forman un grupo aparte,
conforme adagio: cada uno gusta de la compañía de su semejante; continuando después
el movimiento y excitándose mutuamente, las partículas más veloces, más finas y con
más planos de superficie surgen y reflotan equilibrándose y sobrenadando a la medida
de su propio peso, al paso que las partículas más lentas y toscas y con menos planos de
superficie tienden hacia abajo y como elemento se precipitan hacia el fondo. En esto
consiste la fermentación. Es lo que ocurre por ejemplo en la masa del pan: las partículas
del fermento adquieren movimientos más veloces que las partículas del pan; pero como
éstas permanecen tan cohesionadas que no pueden separarse fácilmente, y aquellas,
movidas por la materia sutil, están en continua agitación dentro de la masa, el fermento
tiene que ejercer presión por todos los lados hacia fuera pugnando por salir a través de
cualquier resquicio; pero como esto no se consigue de momento, la masa comienza a
hincharse y fermentar; luego, una vez cocido el pan podemos observar en su interior
aquellos vacíos como celdas, teatro y vestigio de la pasada refriega, de donde luego
escaparon las partículas del fermento con la ayuda del calor del horno. Es de creer que
esto mismo es lo que ocurre a su modo en la fermentación de los humores de nuestro
cuerpo, en los tumores, en los abscesos, las fiebres etc., lo mismo que en la cerveza, la
sidra y otros jugos y bebidas.

11. La corrosión de los cuerpos duros es un proceso distinto y mucho más


sorprendente. ¿Quién explica a cabalidad lo que son los ácidos? ¿Quién puede
comprender a fondo lo que es la virtud corrosiva, y lo que es la digestión que se realiza
en el estómago de los vivientes por medio de los ácidos y no únicamente del calor,
como decían los antiguos? Los ácidos ejercen su acción y dominan no sólo en las
maderas y las piedras sino también en el hierro y los demás metales. De querer reducir
la explicación a cortísimas palabras, recurriríamos como lo hacen los adversarios, a la
escueta expresión: fuerza o virtud oculta. Pero esto no se puede admitir. En la corrosión
lo que más admira es la desigualdad en el comportamiento y en los efectos de los
ácidos: algunos se ceban, por decirlo así, en los cuerpos más resistentes, y otros pierden
su fuerza ante los más endebles, o viceversa; unos como que se ensañan en determinado
cuerpo y tratan con miramiento a otros cuerpos similares. El agua regia disuelve el oro,
pero no la plata; el agua fuerte disuelve la plata, pero no el oro; otros líquidos o aguas
llegan a disolver las piedras y el mármol, pero no atacan a la madera; el agua común por
sí sola no llega a doblegar y disolver el hierro, pero sí lo hace cuando está impregnada
de nitro o de sal; ¿quién ignora la fuerza corrosiva del vinagre? Y se podrían multiplicar

205
los ejemplos. ¿Cabe una explicación de efectos tan notables y sorprendentes? Sin duda
que no, si nos empeñamos en recurrir sólo a la virtud propia de los ácidos. Sigamos,
pues, el método de nuestro filósofo y aclaremos ante todo cuál es la naturaleza de los
ácidos y cuál la de los álcalis, porque sobre la base de estos dos elementos son
muchísimos los efectos que pueden explicarse perfectamente. El ácido es un cuerpo
muy tenue, duro, volátil, elástico y muy poco flexible, cuyas partículas son más largas
que anchas y posiblemente aguzadas, y además de propiedades ígneas y a veces dentado
en forma de sierra. El álcali en cambio, es un cuerpo no volátil, terrestre, más tosco, un
tanto endeble, poroso y lleno de espacios vacíos, canales y conductos, como la esponja
o la piedra pómez. Esto se da también, digamos de paso, en las partículas pequeñísimas
de muchos cuerpos, que son imperceptibles a los sentidos y que pueden encontrarse
hasta en medio de dos cuerpos fluidos. Pues bien, estas dos clases de cuerpos, si se
mantienen separados, seguirán perfectamente tranquilos y en buena paz; pero si llegan a
mezclarse comenzará una verdadera lucha con los efectos más extraños: los ácidos
penetran en los poros de los álcalis como verdaderos puñales en sus vainas sin perdonar
a veces nada, sino destruyendo y arrasando todo lo que encuentran con la elasticidad
que han acumulado. Pongamos ahora frente a ellos los poros que hay en los diversos
cuerpos y que nadie puede negarlos, si bien diversos en tamaño y figura, como diversos
son los cuerpos, y por tanto, más abiertos en el hierro que en la plata, y más amplios así
mismo en ésta que en el oro, y pequeñísimos como ningunos en este último; cosa igual
se diga de los demás cuerpos; nada estamos exigiendo que no sea muy razonable;
supongamos también que los ácidos están compuestos de diferentes partículas, cada una
conforme a su naturaleza propia, pues aun cuando todos ellos son cuerpos rígidos, y así
deben considerarse, sin embargo bien pueden ser unos más agudos o más pequeños que
otros, o tener distintas configuraciones, etc. En esto no hay duda. Supongamos
finalmente que están de por medio la elasticidad, la materia sutil y los demás elementos
ya tantas veces mencionados.

12. Esto supuesto, el problema se resuelve en poquísimas palabras: la corrosión de


los cuerpos duros se debe a la acción de los ácidos, a la elasticidad y a otros
movimientos que la materia sutil acumula sobre las partes sólidas de los álcalis. Así por
ejemplo el agua regia disuelve el oro, porque sus partículas tienen capacidad de rasgar y
sacudir los poros del oro, y no los de la plata, menos aún los del hierro, de las piedras o
de la madera que por ser poros más grandes y anchos, son inmunes a la acción de
aquellas partículas; en estos cuerpos sucede lo que en el azúcar: las partículas del agua
atraviesan los poros como si éstos fueran anchos conductos, por lo mismo sin encontrar
obstáculo alguno y sin conmover ni destruir las paredes, los filamentos y trabazón de la
plata, sino dejándolos intactos, cosa que no ocurre en el oro, en el cual debido a la
estrechez de los poros, causan una verdadera conmoción desintegrando las partes y
disolviendo el metal. Habrá que pensar lo mismo de los demás elementos, como de los
ácidos de nuestro estómago, de los líquidos salinos, oleaginosos, etc. que contiene la
bilis, la sangre, la linfa, el suero y los demás humores: sus diversas partículas producen
toda aquella variedad de efectos que experimentamos, pues de lo que hace bien a alguna
cosa, produce daño en otra, lo que destruye una cosa restituye a otra, lo que causa
obstrucción en algunas sustancias, ayuda a la digestión de otras, y aun tratándose de un
mismo líquido o sustancia, lo que hoy es bueno y agradable, mañana puede ser
desagradable y dañino. Igual cosa podemos decir incluso de las medicinas, cuya eficacia

206
consiste precisamente en la diversidad de partículas que encierran y que la materia sutil
pone en movimiento en diversas formas; una vez en el estómago, se mezclan con el
alimento, inician la lucha entre los ácidos y los álcalis, provocan diversos movimientos,
rompen las paredes y capas de las diversas sustancias, avivan las fuerzas elásticas y
arrojan fuera la saburra por diversas vías. Si las medicinas pudieran distinguir lo bueno
de lo malo, sería algo maravilloso; pero como actúan ciegamente sucede con frecuencia
que echan fuera lo que es de suyo bueno y con visos de ayudar a la salud, pueden más
bien provocar la muerte. En igual forma se explican perfectamente los fenómenos
químicos no menos extraños que tienen lugar al mezclarse diversos líquidos que se
supone constan también de partículas ácidas y alcalinas: al mezclarse y entrar como en
pelea unas partículas con otras no pueden menos de producir efectos extraordinarios. Si
por ejemplo se mezcla aceite de tártaro con espíritu de nitro en el que se hayan
esparcido limaduras de hierro, se provocará tales hervores que podrían incluso levantar
llamas. El agua fuerte con aceite de guayaco forma instantáneamente un cuerpo
esponjoso, crecido y prominente y rodeado de llamas. Pero si se mezcla sulfato de
amoníaco con aceite de tártaro, no habrá ebullición, ni humo, ni fuego, sino un
compuesto coagulado. Y así con otras sustancias. En la liquefacción de los metales y
demás cuerpos duros, la diferencia respecto de los ácidos está en que en vez de éstos
entra en acción el fuego que con el calor, el movimiento y las partículas que le son
propios penetra en el cuerpo haciendo lo mismo que los ácidos con su fuerza corrosiva.

13. Digamos algo de la calcinación. El fuego no solamente quema la madera y la


paja, sino que es capaz de alterar por completo la estructura de las piedras, como se
puede ver en la cal; y si bien no las reduce a polvo y ceniza, pero las pone en tal estado
que al contacto de agua fácilmente se convierten en aquella sustancia blanda de la que
se hace argamasa para las construcciones. A propósito de la cal, no deja de admirarnos y
provocar nuestra curiosidad por saber a qué se debe el hecho de que el agua produzca
tan intenso calor. La explicación en lo fundamental es la misma: por efecto de la
movilidad del fuego que perforó por mil puntos las piedras calizas, han permanecido
dentro muchas partículas ígneas encerradas en sus respectivas celdas en el cuerpo de la
piedra; otras partículas se han escapado, dejando diversos poros en la superficie de las
piedras; las celdas que acabamos de mencionar tienen paredes o envolturas muy débiles;
estos supuesto, se vierte agua sobre las piedras y se provoca la reacción lógica: el agua
penetra por los poros y conductos de las piedras, como el aire en el caso del azúcar,
rompe y destruye las envolturas de las celdas, escapan fuera las partículas ígneas,
chocan contra las partículas del agua, se pone en actividad la fuerza elástica, surge la
lucha de los elementos entre oleadas de humo y de calor y todo el conglomerado se
reduce a polvo, cosa que, en último término, se debe atribuir una vez más a la materia
sutil. Y así podrían explicarse una serie de fenómenos que aunque parezcan imaginarios
en la caída de los rayos, se comentan como hechos reales, por ejemplo que un puñal
queda reducido a polvo mientras que la vaina permanece intacta, o que se deshace la
osamenta de un individuo quedando a salvo toda la carne, o que prácticamente se
desintegra una vasija sin que sufra mengua el vino contenido en ella, etc. Esto se explica
porque los poros de la vaina y de la carne pueden ser tan anchos que permitan entrar
holgadamente por ellos a las exhalaciones producidas por el estallido del rayo sin sufrir
ningún daño; pero esas mismas exhalaciones, al irrumpir en los poros del hierro y de los
huesos, que son mucho más estrechos y reducidos, tienen que producir verdaderos

207
destrozos. Distinto es el caso de la vasija o barril de vino, cuyos poros hechos para
provocar el furor de las exhalaciones y además obstruidos por las partículas del vino,
estallan al contacto del rayo: aquí se deshace la envoltura externa, cuando en los
ejemplos anteriores se destruía sólo lo de adentro. Estas o parecidas reacciones hacen a
veces que los depósitos de heno todavía no muy seco se recalienten y se quemen; o
hacen que estalle el fuego en las entrañas de los montes, dando paso al nacimiento de
nuevos volcanes o provocando grandes terremotos. Y así se explicarían también tantos
otros fenómenos en que intervienen los álcalis y los ácidos dando lugar a mil acciones y
reacciones de las partículas siempre con el concurso de la materia sutil que a través de
las fuerzas elásticas va regulando los diversos procesos.

14. No sucede lo mismo con el yeso, que al contacto del agua en vez de disolverse
se endurece. La razón es la siguiente: las partículas más finas y sutiles del fuego, que en
la masa de la cal permanecen encerradas, si se trata del yeso escapan también hacia
fuera con las demás partículas más toscas y densas, dejando pequeños poros a otras
partículas mucho más pequeñas. Al verter agua sobre el yeso, como éste tiene poros de
diversos tamaños, el agua entra sin más por los de mayor capacidad remeciendo la
envoltura, como en otros casos ya mencionados; pero a la vez presiona también sobre
los poros más estrechos buscando alguna entrada que al fin consigue en parte al
desgajarse la estructura interna del yeso; sin embargo, dada la estrechez de los poros, el
agua no puede acoplarse con ellos si no es dividiéndose en partículas más pequeñas;
pero al fin a fuerza de impulsos logra penetrar en los poros. Con tantos sacudimientos
van poco a poco cediendo las fibras del yeso hasta caer reducidas a polvo como la cal.
Reducido todo así a una masa confusa, las partículas de agua no pueden encontrar salida
y quedan aprisionadas como el fuego en el pedernal y como entubadas en finísimos
canales, para unir, como otros tantos sutilísimos cordeles, las partes del yeso y formar
un cuerpo duro. En caso de sobreabundar el agua, las partículas más pequeñas
juntándose con las más voluminosas de idéntica naturaleza, y saliendo de sus prisiones,
formarían con aquellas un cuerpo de naturaleza blanda. Este es también el proceso de
endurecimiento de la argamasa común: salen fuera las partículas de agua más abultadas
quedando las más sutiles para cohesionar la masa a manera de finísimas hebras. Esta
podría ser también una buena explicación de la íntima afinidad que hay entre el
mercurio y el oro, en virtud de la cual, al unirse las partículas fluidas del mercurio con
los granos sólidos del oro, forman un cuerpo blando y duro, y si éste se funde al fuego,
vuelve la fluidez al mercurio y el oro se concentra formando un cuerpo extremadamente
sólido. Podríamos decir que las partículas del mercurio se distienden formando
filamentos tan tenues que sus extremos coinciden perfectamente con los poros del oro y
se incrustan en ellos de tal manera que quedan sin libertad de movimiento, pero
combinándose en las debidas proporciones con el oro, forman necesariamente un cuerpo
blando o duro: pero al disolverse este nuevo cuerpo en el fuego, se separan los dos
metales, ocupando el mercurio, por ser menos pesado, la parte superior del recipiente,
para formar luego un cuerpo fluido, y el oro, por ser más pesado, la parte baja, para
condensarse y formar un cuerpo totalmente sólido al cesar el movimiento del calor.

15. La cristalización y la precipitación se fundan en el mismo principio que los


fenómenos anteriores. Los procesos y reacciones del tártaro, por ejemplo, o del

208
amoníaco, del sulfato de cobre, del ácido nítrico, la mejor explicación que tienen es por
los movimientos, los diversos corpúsculos y espíritus, las sales fijas y volátiles, la
evaporación de ciertos elementos y la conglutinación de otros. En estos y otros
elementos y procesos semejantes se encierran los principales secretos de la química, tan
sorprendentes que antes se creía ser cosa de magia, pero que en la actualidad, conocidos
ya sus mecanismos específicos y la aplicación reglamentaria de sus medicamentos tan
eficaces, realiza verdaderos prodigios y causa efectos increíbles. Si no falsearan las
cosas los químicos en lo de la piedra filosofal (porque no podemos negar que se puede
fabricar oro artificialmente, pero empleando más cantidad de metal de la que luego se
recoge) y si algunos de ellos no exageraran tanto sus habilidades, no podríamos hallar
cosa más perfecta. Pero como acabo de decir, todo tiene que explicarse mediante los
movimientos y la combinación de las partículas. El famoso árbol de diana, verdadero
prototipo de la esencia vegetativa, y otros procesos similares, ¿podrían producirse sin el
movimiento y combinación de las partículas? ¿sería efecto únicamente de la virtud
intrínseca? Si no es mediante el movimiento y la acción de las partículas no tendrían
explicación satisfactoria tampoco fenómenos y procesos como los de los vapores, las
exhalaciones, los relámpagos y truenos, la nieve y la lluvia; todos estos fenómenos son
efecto, repito, del movimiento y de las partículas perceptibles a veces incluso a la vista
y a los otros sentidos. Veamos brevemente el caso de los vapores. Los vapores y
exhalaciones suben al aire cuando a nivel de Tierra se han dividido en partículas muy
sutiles no por virtud intrínseca propia –nadie diría esto-, sino por la acción de un
movimiento externo, concretamente por el sol y los fuegos subterráneos como se supone
ordinariamente. Al suspenderse en el aire van revoloteando, forman grupos de nubes y
provocan fenómenos atmosféricos. Pero lo que más sorprende es por qué no caen a
Tierra inmediatamente: ¿qué virtud o fuerza los mantiene suspendidos? No ha dejado de
ser extraño que un elemento más ligero sea capaz de suspender a otro más pesado. Es
evidente que una determinada masa de vapor es más pesada que su correspondiente
masa de aire; porque como es el todo respecto del todo, lo mayor respecto de lo mayor,
así es la parte respecto de la parte y lo menor respecto de lo menor, según ya se ha dicho
en otro lugar. Ahora bien, la masa de agua antes de evaporarse es más pesada que el
aire; luego también sus partes después de elevarse serán más pesadas que las
correspondientes partes del aire. ¿Qué podemos decir a esto? ¿Bastarán el sol y los
fuegos subterráneos para explicar el fenómeno? Eso explicaría a lo más la primera
elevación, como cuando uno arroja una piedra con la mano. Fácilmente se entiende que
le sol y los fuegos subterráneos eleven los vapores a lo alto; la dificultad está en saber
cómo se mantienen suspendidos en el aire, lo que sería como querer explicar la
suspensión en lo alto de una piedra arrojada al aire. ¿Qué decir a esto?

16. Pensemos otra vez en los movimientos y en la materia sutil y todo se explicará
mucho mejor. Al soplar el viento no sólo eleva a los aires el polvo y la paja sino a veces
también ramas, piedrecillas y sangre. Pues veamos lo que puede la materia sutil: a más
de otros movimientos tiene la propiedad de girar continuamente de oriente a occidente
chocando contra todo lo que se le pone delante y ejerciendo su acción con mayor
eficacia en donde más fácilmente encuentra para hacerlo; en otras palabras, cuanto más
superficies presenta el cuerpo que encuentra a su paso, ejercerá contra él mayor fuerza
de impulso, y viceversa; ahora bien, cuanto más pequeñas son las partículas de vapor,
tanto más superficies presentan, y cuanto más grandes son las partículas, tanto menos

209
superficies; y pueden llegar a ser tan pequeñas las partículas que el soplo y los impulsos
de la materia sutil sean capaces de hacerlas revolotear y elevarlas al aire y mantenerlas
suspensas en él por mucho tiempo. Tenemos entonces así la sustentación de los vapores.
Pero, si una vez en el aire, los vapores y sus partículas se juntan unas a otras, aumentan
su masa y se multiplican, poco a poco van mermando sus superficies, son más reacios al
movimiento y agitación, se vuelven más pesados que el aire, y acaban por caer en forma
de lluvia, nieve, granizo o hielo. Si se trata de exhalaciones que con el movimiento
fácilmente se inflaman al condensarse, tendremos los truenos, rayos y relámpagos. Esto,
en lo que se refiere a los vapores que abundan en el aire. Lo mismo puede aplicarse a la
cristalización, pues en su proceso intervienen también los vapores, si bien con una
diferencia según que se trate del hielo o de la cristalización: en el hielo el principal
factor que interviene es el frío, mientras que en la cristalización lo es el calor, pero
siempre con el concurso del sol, cuya acción produce dos clases de dureza por caminos
contrarios: la del hielo con la ausencia y la supresión de los movimientos calóricos, y la
de la cristalización con la presencia y la regulación de dichos movimientos: en este caso
desviando y empujando con el conveniente calor hacia las paredes del recipiente los
vapores del líquido que está en proceso de cristalización, a fin de que se obtenga la
dureza necesaria; y en el caso del hielo, privando al agua de sus movimientos, su calor y
su movilidad, a fin de dotarla del frío adecuado para el proceso: diríamos que la
cristalización es el hielo del calor, y el hielo la cristalización del frío. La transparencia
en ambos casos está relacionada con la materia globular: así como cuando se funde el
vidrio, el fuego regula convenientemente los movimientos y reajustes de la materia
globular, así lo hace también el sol en el hielo, de modo que los poros tanto en el hielo
como en los cristales queden alineados en tal forma que le dejen paso directo y
continuo, en lo cual consiste la diafanidad o transparencia.

17. La destilación de los líquidos tiene gran afinidad con la cristalización; la única
diferencia está en que en la cristalización pasan a formar un cuerpo duro, y en la
destilación continúan como cuerpo fluido, pero más puro, más fuerte y más activo. Así
se purifican diversos licores, como el alcohol o espíritu de vino en el alambique: una
vez procesado adquiere enorme vigor y fortaleza. De ahí salen las bebidas más dulces
que llamamos quintas esencias, como la esencia de cinamomo y muchas otras con
azúcar y diversas sustancias aromáticas; así se obtiene también el agua de rosas. La
misma agua ordinaria, bien procesada en el alambique, resulta mucho más pura y
mucho más indicada para ser utilizada en los relojes de agua. Se trata de un
procedimiento fácil y usado a diario por los químicos que con la técnica correspondiente
y mediante la adecuada aplicación del calor a determinados grados de temperatura, han
llegado a poder reducir los cuerpos a sus primeros principios, es decir a los cinco
principales principios que hay en todo cuerpo: la sal, el azufre, el mercurio, la flema y la
cabeza muerta, o en otros términos la sal fija o volátil, el azufre que es un tipo de grasa,
el mercurio o azogue, la flema que equivale al agua, y la cabeza muerta, es decir la
Tierra. ¿Cuál es el procedimiento de la destilación, que es una de las principales
operaciones de aquella maravillosa industria? Si nos fijamos en el funcionamiento del
alambique es fácil describir lo que es la destilación. El agua contenida en el interior del
artefacto, con la mezcla de los elementos necesarios para producir el licor que se quiere,
se calienta al calor del fuego y emite vapores a la parte alta del aparato tal como los
emite la Tierra al sobrevenir el calor: las partículas de vapor se adhieren como si fueran

210
cargadores, a las partículas de fuego para elevarlas. Conforme avanza el proceso van
surgiendo más y más vapores, pero como el recipiente está cerrado, no puede salir hacia
afuera; por otra parte, el capitel permanece siempre frío; esto hace que los vapores se
condensen en gotas y vayan cayendo por un tubo inclinado hacia otro recipiente
preparado para el efecto. El hecho de que el líquido cobre mayor fuerza de la que tenía,
se debe a que son únicamente los espíritus más sutiles los que suben hacia arriba,
mientras que los más toscos van quedando en el fondo del recipiente, y por tanto
reciben más fácilmente la fuerte agitación y movimiento que les imprime la materia
sutil en lo cual consiste aquella mayor actividad y fuerza del licor. Si los vapores
permanecen por largo tiempo en el recipiente, como cuando el agua pasa al depósito
complementario a través de un serpentín, se obtendrá un líquido mucho más suave y
exquisito, como los que toman los grandes señores después de las comidas y banquetes
para alegrar la sobremesa. Este delicioso sabor es efecto de una mayor purificación del
espíritu que al pasar lentamente por el serpentín tiene tiempo de depurar sus partículas
de las impurezas que a pesar de todo llevan consigo.

18. La precipitación es un fenómeno no menos sorprendente que todos aquellos


que hemos venido explicando hasta ahora. Ciertamente es un gran misterio de la
naturaleza que el agua regia pueda disolver el oro y el agua fuerte la plata, y que estos
metales vuelvan a precipitarse con solo introducir en el líquido una lámina de bronce o
un poco de aceite de tártaro. ¿Cómo puede ser que el oro que estaba en suspensión,
luego se precipite? ¿No es acaso su masa, más pesada que la correspondiente masa de
agua, lo mismo que cada una de sus partes, si como se ha dicho, lo que es el todo
respecto del todo, lo son también las partes respecto de las partes? ¿Cómo puede estar el
oro en equilibrio con el agua? Podríamos decir que aquí se da un fenómeno parecido al
que tiene lugar en las reacciones de la sal y el azogue: aquellos metales se disuelven en
tales condiciones que cada una de sus partículas introducen sus extremidades en otras
dos partículas adyacentes de agua, apoyándose en ellas para no caer al fondo, en un
proceso parecido al de los vapores que, según creen algunos autores, se elevan
sostenidos en una o dos burbujas de aire contenidas en ellos. De modo que así como
cada partícula de agua toma de la sal la partícula que le sirve de sostén elevador, y cada
partícula de oro toma del azogue la suya correspondiente, así también cada partícula de
oro o de plata toman sus respectivas partículas que las sostienen. Pero esto no es
necesario ni basta para tener una sólida explicación del fenómeno, como tampoco sirven
otras interpretaciones ingeniosas que se ensayan. En último término siempre hay que
llegar a la materia sutil; porque aun admitiendo todas las explicaciones que se quieran,
todavía queda por averiguar con qué suerte de impulso se mantienen las partículas
suspendidas y en equilibrio y cómo se mantienen unas sobre otras con tan admirable
naturalidad. Jamás habrá mejor manera de explicar este hecho que recurriendo a la
materia sutil. Podemos entonces decir que con la fuerza corrosiva de las aguas
artificiales aquellos metales se dividen en tantas partículas, tan tenues y sutiles que
presentan superficies mucho más numerosas de las que tenían antes, es decir superficies
indefinidas, y con esto reciben de la materia sutil que está en continuo movimiento
giratorio más y más impulsos y adquiriendo así un movimiento de rotación más rápido,
se elevan a lo alto, mientras las demás partículas que presentan menos superficies, se
precipitan al fondo o se ubican en la zona intermedia permaneciendo ahí en equilibrio
de acuerdo con su respectiva velocidad.

211
19. Esto se puede ver y deducir de lo que acontece con el oro, la púrpura y otros
colorantes, olores, semillas, etc. ¿Qué de maravillas no se relatan acerca de estos y otros
elementos de la naturaleza? Una sola onza de oro por medio de un martillo a propósito
se puede reducir a 7.500 laminillas de cuatro dedos por lado, y con ella se puede dorar
un hilo de plata de cien leguas de largo. ¡Cuántos hilos de seda no pueden empaparse
con una pequeña cantidad de licor de múrice, y cuántos caracteres no se pueden trazar
sólo con la cantidad de tinta que ahora tengo entre manos! Un solo grano de sulfato de
cobre es capaz de teñir con su color 9.216 gránulos de agua; de almizcle emite un fuerte
olor durante muchos años; cuando el zorro trajina por el vecino Pichincha, volcán muy
alto y cubierto de nieve, se siente en Quito que toda la ciudad queda llena de un típico
mal olor; diez mil granos de semilla de la planta llamada lengua de ciervo apenas
equivale a un grano de pimienta; aquella planta produce un millón de saquitos de
semilla y cada uno de éstos muy bien podría contener otro millón de semillas; hay
microbios visibles únicamente al microscopio que son 27 millones de veces más
pequeños que los pequeñísimos que se pueden distinguir a simple vista. Estos hechos y
muchos otros parecen increíbles. Y sin embargo son todavía elementos perceptibles;
pues bien, los que suponemos que actúan en la corrosión de los metales son todavía
muchos más pequeños, como los ojos diminutos, los dientes, los espíritus animales de
los microbios que, vistos al microscopio, resultan tan diminutos y los que no pueden
verse ni siquiera a través del microscopio. Esto quiere decir que las superficies que las
partículas de oro y plata divididas presentan a la materia sutil, son innumerables, lo cual
hace posible que puedan recibir tantos impulsos cuantos son necesarios para que con un
igual movimiento de rotación puedan ponerse en equilibrio con el agua y, gracias al
continuo influjo de la materia que gira de oriente a occidente, puedan quedar
suspendidas en medio del recipiente. Pero si se introduce una pequeña lámina de cobre
o un poco de aceite de tártaro, se destruye el equilibrio, y entonces en el un caso el agua
mezclada con las partículas de tártaro, amigas suyas, se moverá con más ímpetu y
precipitará las partículas de oro, o en el otro caso, las partículas de plata se detendrán un
tanto en la laminilla de cobre, amiga suya, y como las anteriores se verán precipitadas
por las más fuertes: en el primer caso ha habido un aumento del movimiento y en el
segundo, una sustracción del mismo. Es lo mismo que hacemos cuando queremos
destruir el equilibrio de una balanza cargada de peso: añadimos o quitamos algo en uno
de los platillos; en ambos casos se destruye el equilibrio. En todos estos procesos está
de por medio, no lo olvidemos, el movimiento de rotación de las partículas sobre su
propio centro, en el cual reside todo el misterio del equilibrio; pues en todo esto nos
estamos refiriendo únicamente a los movimientos que la materia sutil puede modificar,
suprimir o aumentar en mil formas, según la diversa naturaleza de las partículas que
intervienen, y según la diversa celeridad del movimiento, y según la diversa elasticidad
y energía de cada una: es un proceso de refriega y de lucha, en el que unas partículas
arremeten de inmediato contra otras, buscan a sus allegadas y semejantes para unirse
con ellas, se hacen de mayor fuerza elástica, se agrupan para embestir a las contrarias y
divergentes, se destruye el equilibrio, se sobreponen las más fuerte y se precipitan las
más débiles.

212
20. Con lo dicho bastaría para ilustrar lo que se refiere a la materia sutil. Por lo
demás son conceptos que se pueden encontrar desarrollados mucho mejor en el mismo
Descartes. Con todo, quiero añadir algo acerca de cuatro o cinco productos
sorprendentes que se dan en esta Provincia de Maynas en donde estoy trabajando como
misionero desde hace muchos años. Me refiero al veneno que utilizan los indígenas para
cazar en la selva y para pescar en los ríos y lagos; al zumo que se extrae de la planta
llamada floripondio; a la curupa, al tabaco, a la coca, al cacao que sirve para hacer la
magnífica bebida de chocolate, a la vainilla, a la zarza, etc. y asimismo al eficaz
febrífugo que se da a la entrada de este pongo de Jaén y Loja, o sea la llamada
cascarilla. Voy, pues, a decir algo acerca de estos diversos productos que
afortunadamente prosperan en las Tierras de esta Provincia, inclusive para hacer alguna
memoria de ella y rendirle el homenaje que se le debe en justicia por haberme dado
oportunidad y tiempo de elaborar las ideas expuestas en mi tratado. Entre tantos
maravillosos productos hay que mencionar, como digo, el veneno utilizado en la caza y
la pesca y que mata instantáneamente a los animales, dejando su carne tan buena y sana
como si nada, de modo que se la puede comer sin peligro alguno. El veneno es de dos
clases: uno el que se utiliza en la caza de aves, monos, puercos silvestres y otros
cuadrúpedos, y que se fabrica con el zumo extraído de diversas raíces y cortezas de
plantas de la región y que al cocerlo en agua se condensa formando una pasta suave; con
esta pasta los indígenas untan un poco solamente al punzón de una pequeña flecha,
previamente dispuesta con un poco de lana de palo que se envuelve en su extremidad
opuesta, que la disparan con un fuerte soplido, a través de una cerbatana. Es tan activo
este veneno que en cualquier parte del animal que penetre la flecha, con tal que entre a
la sangre, lo derriba por Tierra y lo mata de contado. El veneno utilizado en la pesca se
llama barbasco, y está en la raíz de la planta del mismo nombre, cuyo zumo se exprime
y se lo deja en el agua de los lagos o ríos, teniendo cuidado de cerrar antes la salida del
líquido; todos los peces y seres vivientes que hay en esas aguas mueren al instante, y a
veces en tanta cantidad que aunque se retiren muchos de esos peces, todavía queda una
gran cantidad que luego se pudre. La pregunta que surge es ¿cómo opera dicho veneno?

21. Veamos en primer lugar el veneno utilizado para los animales de caza. Yo
pienso lo siguiente: así como los espíritus animales residen principalmente en los
nervios, los espíritus vitales residen sobre todo en la sangre, como vimos antes, y son
menos sutiles que aquellos; son los que empujan la sangre y los demás humores en el
proceso de la circulación, moviéndose a través de las venas y arterias y conservándolos
en un adecuado nivel de calor y fluidez, en lo cual consiste principalmente el vigor y la
salud del ser viviente. Supongamos que por algún agente externo se presenta un
coágulo: que se clave la flecha en el cuerpo del animal y las partículas del veneno se
mezclen con la sangre; el resultado será que los espíritus vitales que residen en ella
sufrirán inmediatamente una enorme conmoción, adquirirán mayor movimiento y
elasticidad que antes, tratarán de huir hacia otras partes del cuerpo, como el corazón, el
cerebro y los nervios, temerosos del enemigo que se acerca. Una vez ahí, sentirán la
repulsa de los espíritus animales que encuentran al paso, y echarán pie atrás; pero a su
vez les saldrán al paso los espíritus venenosos, se entablará una lucha con general
conmoción de las partículas que buscarán a sus semejantes para unirse a ellas, se
apartarán de las de naturaleza contraria, muchas se destruirán o comprimirán sus poros
haciendo más difícil el tránsito de la materia sutil, irá poco a poco decreciendo la

213
elasticidad, se paralizará la circulación ordinaria, y finalmente se coagulará la sangre
siguiéndose la muerte del animal. Así como después de una gran batalla el soldado
desfallece de cansancio y apenas si puede mover sus miembros, así los espíritus como
extenuados y destrozados con la pelea, caen como desvanecidos, flaquean y se
coagulan. Aquí está la causa de la angustia que precede a la muerte y que se manifiesta
en ansiedad, desmayo, temblor, vértigo y otros síntomas que en esos momentos se
presentan. Así se explica la fuerza y el efecto de este veneno. El remedio instantáneo
que los indígenas toman también en la guerra es la miel u otros alimentos dulces que, si
están a la mano, son la salvación del herido: las partículas o espíritus provenientes de la
miel penetran en la sangre, y mezclando su dulzor con los otros espíritus, mitigan su
aspereza, moderan los movimientos desordenados, refrenan las furias, regulan los
impulsos, conservan en su ser los poros y la elasticidad, y resistiendo a las partículas
venenosas, restablecen el equilibrio general, y con esto vuelve a su estado normal la
circulación y se salva la vida.

22. En cuanto al veneno utilizado en la pesca, yo diría que el barbasco tiene una
fuerza parecida a la del aceite de tártaro que precipita las partículas de oro disuelto con
el agua regia; el barbasco seguramente precipita las partes más sutiles del agua, o las
dispersa en todas direcciones buscando sitio para sus propias partículas dotadas de
mayor movimiento. La naturaleza del agua dulce es la siguiente: es lo más probable que
se compone de partículas muy flexibles y muy poco rígidas, que pueden unirse
fácilmente formando un todo, es decir, que son capaces de formar muchas gotas
redondas y por lo mismo, fácilmente movible, hasta llegar a adquirir máxima fluidez, no
sólo la fluidez que le es propia como intrínseca a su naturaleza y en virtud de la cual sus
partículas llegan a estar en continuo movimiento sobre su propio centro, sino también la
fluidez extrínseca que depende de la inclinación del cauce y en virtud de la cual tiende a
ir hacia abajo. No es difícil admitir que la composición del agua dulce es así. Pero
además habrá que admitir también que con las partículas mencionadas se mezclan
muchas otras mucho más pequeñas, y esto no solamente porque todo cuerpo compuesto
consta de diversidad de partículas, sino sobre todo porque el agua consta, como hemos
dicho, de gotas redondas que no pueden unirse unas con otras sin dejar muchos espacios
intermedios, los cuales, para que no se produzca el vacío, tienen que llenarse con otra
materia mucho más sutil. Y esta es la materia que por efecto de la acción del barbasco,
se precipita o es desplazada, y es también la que, a mi entender, respiran los peces en el
agua, así como los animales respiran el aire a flor de Tierra; si llega a faltar esta materia
o elemento, tiene que morir el pez, al igual que muere el ave dentro de la máquina
neumática debido a la falta de respiración. Los peces no pueden ser privados de esta
materia, puesto que también tienen nariz y otros órganos para respirar y percibir las
sensaciones como los demás animales, y para su respiración no es a propósito cualquier
agua, como tampoco cualquier aire. Al ser expulsada dicha materia por medio del
veneno, los peces no tienen para respirar sino el agua infecta, quedando así privados del
primer principio vital, es decir del movimiento de los pulmones, del corazón, de las
arterias y de las venas; se enfría la sangre, la circulación se hace más lenta, se paralizan
todos los espíritus cesa el vigor elástico y la misma circulación y llega la muerte, como
cuando la peste se ceba entre la gente, porque no hay para respirar sino un aire
inficionado: viene la muerte y la destrucción de ciudades y regiones enteras con sus
habitantes.

214
23. Las plantas más extrañas son la campana y la curupa. La curupa es una especie
de haba, o lenteja silvestre; machacada a la manera del tabaco, inhalada por las narices a
través de un tubo delgado de doble boca, o también (lo que parece increíble, pero lo
usan los Omaguas) por medio de una jeringa hecha de una materia elástica llamada
caucho, y mezclada con un poco de agua, es introducida por el ano, inclusive en señal
de honor; con esta mezcla se deleitan y refocilan los indios como si fuera un vino
generoso. La campana es una flor blanca precisamente en forma de campana, que
cuelga de una planta de hojas oblongas, cuyo zumo es de tal eficacia que, tomado en
pequeñas cantidades (pues tomado en gran cantidad causaría la muerte instantánea)
provoca mil visiones y hace ver cosas y oír voces enteramente inexistentes, aunque en
lo demás parezca perfectamente cuerda la persona afectada; produce después un sueño
profundo y una especie de borrachera que llega a durar hasta 24 horas. Estas dos plantas
sirven por lo demás de remedio eficiente cuando se quiere provocar vómito o purificar
el vientre; la curupa desde luego, mezclada con un poco de tabaco y mantenida por
algún tiempo en la boca y sin necesidad de ingerirla, provoca tales vómitos que no hay
remedio más eficaz para este efecto. La campana tiene un inconveniente, y es que de las
visiones que al tomarla tienen los indios, deducen ellos quién es la persona que ha
causado algún maleficio al enfermo: tienen ellos por cosa cierta (y ni con mil sermones
se les podrá convencer de lo contrario), que nadie muere si no es por causa de algún
maleficio, y que si no hubiera maleficios, todos seríamos inmortales. Una vez conocido
el autor del maleficio, preparan la manera de vengarse, y no descansan hasta no ver
aniquilados a la mujer, a los hijos y a los familiares del culpable; entre tanto se
abstienen de causar ningún maleficio, porque creen que contra un maleficio no puede
haber otro. Así de simples y crasos son estos semihombres. Y esto es cosa de brujería y
disparates de gente ignorante. Pero lo de las visiones y la fuerza alucinógena de la
curupa son algo cierto y probado, como podría verlo cualquiera que deseare hacer
experiencia con esto. ¿Qué explicación tienen las visiones?

24. Diría yo que las visiones son una especie de ensueños que estando despiertas
tienen las personas que han ingerido el zumo de estas plantas. Al tomar esta bebida,
sigue intacta y en perfecto funcionamiento una parte de los nervios del cerebro y no se
interrumpe por completo el uso de la razón, ni se anula el aflujo ordenado de los
espíritus animales hacia la glándula; pero otra parte de los nervios busca el sueño y la
inmovilidad, y es que en ellos muchos de los espíritus van como divagando y
produciendo aquellas visiones o ensueños, hasta que sobreviene un sueño profundo y
los espíritus ya no acceden directamente a la glándula sino que entretienen al cuerpo
dando vueltas indistintamente. La curupa debe constar entre sus constitutivos con
partículas de tal naturaleza que sean capaces de adquirir movimientos fuertísimos que a
su vez exciten más de lo acostumbrado a los espíritus vitales de las fauces y del
ventrículo; como resultado de esta acción se suscita una verdadera refriega interna, se
conmocionan los nervios del estómago, saltan y suben las heces y se provoca el vómito.
Este es el efecto de la bebida cuando se la ingiere por la boca. Cuando se la aspira por
las narices o se la introduce por el ano, al menos los adictos a este ejercicio en vez de
náuseas y molestias más bien sienten alivio. Y es que, en su caso, los espíritus que se
alojan en los nervios de los intestinos o del cerebro con esta sustancia se excitan un

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poco más, los humores gruesos se agitan conmocionados, el cuerpo se siente más ágil y
mejor dispuesto para perseverar en el trabajo, si se aspira el tabaco por las narices, se
excitan y conmueven más vivamente los espíritus del cerebro; si se aspira el humo por
la boca, o se mastican las hojas, se remueven plácidamente los conductos salivales, se
excita la saliva, se robustece el estómago y se despeja maravillosamente la cabeza; o, lo
que es lo mismo, los espíritus se vuelven más vivaces en todo el cuerpo, se mueven y
circulan más rápidamente y con su avivada elasticidad elevan y enajenan todo el cuerpo
y lo deleitan blandamente. Así mismo las hojas de la coca, con las que se deleitan y
vigorizan nuestros indios ya masticándolas lentamente o llenándose la boca a dos
carrillos e ingiriéndolas muy despacio una vez reducidas a polvo como el tabaco, lo que
hacen es halagar muellemente las membranas de la garganta y el estómago, excitar los
espíritus que se albergan en ellas y proporcionar materia apta para muchas otras
reacciones que a su vez comunican vigor y recreación. Las hojas de coca son parecidas
a las hojas de té, y si se toman como se toma esta última bebida, producen exactamente
el mismo efecto, al punto de no poder distinguir ni por el color del agua, ni por el sabor,
el olor u otros indicios si es té o coca, porque ambas bebidas tienen los mismos efectos:
promover la digestión, ayudar al estómago, serenar la cabeza y otros resultados
maravillosos. En esto consiste el gusto que nos proporcionan estas y otras sustancias.

25. Y ¿qué decir del chocolate, que se hace con cinamomo, un poco de vainilla si
se tiene a mano, y muchas otras sustancias aromáticas y que, sin temor de equivocarse,
se podría llamar la reina de las bebidas? Una taza de chocolate por la mañana basta para
estimular el vigor corporal, avivar los colores del rostro, robustecer la cabeza y los
espíritus y saciar el hambre hasta el punto de que se duda mucho si en realidad rompe el
ayuno. ¿De dónde viene tanta fuerza al chocolate? Ella se debe, digamos una vez más a
las partículas de que está compuesto que son de tal naturaleza que no pueden
transformarse tan fácilmente en espíritus vitales, como por ejemplo las partículas del
vino, y luego en espíritus animales, si no es con bastante lentitud, de modo que no
acatan al cerebro haciendo afluir hacia él los espíritus en tanta cantidad y con tanta
rapidez como el vino, sino que más bien lo sostienen y lo mantienen activo. Esta bebida
regula el movimiento de los espíritus animales, ya aumentando su acción en el cuerpo,
ya evitando su pérdida; de ahí el vigor que experimentamos al tomarla. Por lo dicho se
ve que no rompe el ayuno, puesto que al igual que el vino, está compuesta de partículas
que pueden convertirse fácilmente en espíritus animales; no así los alimentos que
rompen el ayuno, por estar compuestos de partículas que más bien tienden a convertirse
en espíritus vitales, sangre, carne y gordura, cuya mortificación se busca por medio del
ayuno; podemos, pues, concluir con seguridad que el chocolate, lo mismo que el vino,
no rompen el ayuno. Paso por alto otras bebidas, como el té, el café, el mate o hierba del
Paraguay en el Perú y la llamada guayusa que es muy saludable y se usa mucho en esta
Provincia, que es muy semejante y quizás superior a las demás. Todas estas bebidas sin
género de duda dan vigor a los espíritus, excitan el ánimo y recrean y alegran
admirablemente el cuerpo con la acción saludable de sus movimientos. No me toca
ahora hacer el elogio del vino; sólo diré que así como América nos ofrece con largueza
el don de la reina de las bebidas que es el chocolate, así Europa nos ha venido brindando
por años de años su generoso vino que es el rey de todas ellas.

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26. Por último digamos algo acerca del llamado antigálico y del febrífugo, o sea
de la zarza y de la cascarilla. La primera cura las infecciones venenosas: tomada en
forma reglamentaria, expulsa por transpiración los humores nocivos, o aplicada con
unciones de ungüento mercurial, ayuda a expelerlos por la abundante salivación que
provoca, acabando así con la enfermedad. La virtud y eficacia de la cascarilla es
mundialmente conocida para curar sobre todo las llamadas fiebres tercianas. ¿Cómo se
explica el evidente poder que tienen estas sustancias? Nuevamente tenemos que recurrir
a la teoría de las partículas: las de la zarza declaran la guerra por todo el cuerpo a los
espíritus del octavo par de nervios y del lumbago y con reiterados impulsos van
acosando a los corpúsculos venenosos, o sea a los microbios, en expresión de otros, y
los revuelven y empujan en todas direcciones hasta echarlos afuera, efecto que el
enfermo tiene que esperar con toda paciencia. Así es como hay que entender la acción y
eficacia del ungüento mercurial que hace expulsar por la boca como por un alambique la
materia maligna mezclada en la saliva. Las sustancias febrífugas ejercen su acción
reguladora más bien sobre la sangre y la circulación anormal o la fermentación
deteniendo con su acritud o rigidez a los espíritus vitales excitados en demasía y
restituyendo su normal elasticidad, regulando el frío y los movimientos caloríficos y las
consiguientes pausas alternativas de quietud y excitación, supliendo los defectos y
evitando los excesos; aseguran así la conveniente circulación de la sangre, equilibran el
movimiento y la temperatura, y restituyen a los espíritus la adecuada elasticidad a fin de
que la materia sutil los pueda gobernar tranquilamente y en fin garantizan el perfecto
equilibrio del cuerpo. Como confirmación de lo dicho mencionaré otra especie de hierba
que se da en estos bosques y selvas y es de tal eficacia que con un sorbo de su jugo
cocido en agua y tomado por la mañana se provoca una tremenda fiebre. Los indígenas
utilizan este remedio para curar las úlceras venéreas y otros males semejantes; es de tal
eficacia que basta tomarlo algunas veces y provocar seis o siete accesos de fiebre para
curarse del mal. ¿Cómo explicar estos efectos sino diciendo que la fuerza de la fiebre
excita todo el cuerpo, aumenta el sudor y la transpiración y hace salir los humores de las
enfermedades venéreas, restituyendo así la salud del enfermo después de someterlo a
una enfermedad voluntaria? Esto es lo que probablemente se puede decir de todas estas
plantas y sustancias.

27. En resumen se puede asegurar que la acción de estos venenos y remedios está
directamente relacionada con los espíritus de nuestro cuerpo en tal forma que cada uno
de ellos, está directamente relacionada con los espíritus de nuestro cuerpo en tal forma
que cada uno de ellos, con su eficacia, cualidad, composición y acción propia, elige los
espíritus y nervios de su especialidad para operar principalmente en ellos: el veneno
utilizado en la caza actúa cobre los espíritus vitales de la sangre; el utilizado en la pesca,
los espíritus de los pulmones; la curupa, los nervios que terminan en la nariz, el vientre
y los intestinos; la campana, los nervios terminales de los ojos y los oídos y los espíritus
animales; el tabaco, los nervios del olfato y de la saliva; el chocolate, los espíritus
animales de todo el cuerpo; la zarza y el ungüento mercurial, los nervios del tacto; y la
cascarilla los espíritus vitales, pero a su manera; y así los demás. Esto no carece de
fundamento: efectivamente, en nuestro cuerpo pululan espíritus de toda clase, unos más
crasos o densos que otros, o más finos y sutiles, de distinta configuración y movilidad,
consistencia o lentitud, etc.; abundan así mismo órganos, nervios y conductos de toda
clase, unos más abiertos, otros más estrechos, y que terminan en diversas partes, cada

217
uno con su propia conformación, y adaptado a la potencia o sentido al que sirven –los
que sirven a la visión, por ejemplo, son mucho más sutiles que los que sirven al tacto o
a otros sentidos; siendo esto así, como lo es en realidad, hay que admitir un hecho, a
saber que estos diversos espíritus están sujetos a diferentes agitaciones y estímulos
externos, según el distinto flujo de partículas que provienen de los objetos. Y esto es
fácil deducir de lo que ocurre a diario: mucho nos gozamos por ejemplo con la
contemplación de un caballo en pleno vigor y lozanía, de un toro que muge a sus
anchas, de un perro que ladra, de un loro que pronuncia palabras, de una mona que hace
sus jugarretas, o de una vaca marina que pace la hierba en la ribera; si en cambio se nos
presenta de pronto un león con su melena hirsuta, un tigre feroz, una serpiente con su
triple lengua amenazante, o en estos ríos un cocodrilo que con sus fauces abiertas nos
muestra las tremendas sierras de sus dientes, nos ponemos a temblar llenos de miedo y
no pensamos más que en la huida. ¿Por qué? ¿Cuál es la diferencia? No hay duda que
ésta proviene de los mismos objetos que, teniendo figuras y actitudes totalmente
diferentes, provocan en nosotros efectos distintos, conmueven e incitan de diversa
manera nuestros espíritus y excitan en nuestra mente distintos afectos y pasiones: los
primeros impresionan nuestros sentidos en forma agradable y deleitosa, y los segundos
en forma desagradable y violenta.

28. ¡Cuán cierto es que lo que hace daño a una cosa puede hacer bien a otra, lo
que es bueno para la vista, puede ser malo para la cabeza, lo que cae bien al estómago
puede ser malo para el hígado, etc.! Y es cierto también lo que dice el vulgo: esto es
bueno para el corazón, para el ventrículo, para la cabeza, etc., aquel veneno actúa en la
sangre, mata a determinados animales, y a otros, como dicen los indígenas en sus
relatos, no les hacen ningún daño; esta mixtura afecta al sexto par de nervios, aquella al
tercero, etc. Un alimento tomado en una forma, puede ser dañoso, pero tomado en forma
distinta puede ser saludable: un poco de vino fuerte tomado en ayunas causa estragos en
la cabeza, pero tomado después de comer, ni siquiera se hace sentir; una misma
sustancia puede ser provechosa para determinada persona y nociva para otra; una misma
medicina tomada en determinada circunstancias puede devolver la salud y en otras
circunstancias puede acarrear la muerte. ¡Cuántas posibilidades y cuán diversos efectos
hay en todo esto, que no acabaríamos de contar! Una cosa mínima puede bastar para
provocar los peores efectos, o por el contrario para dar con lo mejor; una sola chispa ha
provocado muchas veces grandes incendios. Estas y tantas otras cosas y fenómenos
están señalando precisamente las diferentes clases de espíritus, partículas y corpúsculos
que nos vienen de los objetos externos, o que existen dentro de nuestro cuerpo, y la
diferente constitución y modo de ser de nuestros órganos, nervios, filtros, glándulas,
conductos, etc. Y así resulta que todo lo que hacemos o padecemos, ya sea agradable y
deleitoso, ya desagradable y violento, va a parar en último término y en su íntima
explicación, a las partículas que afluyen de fuera o que están presentes en nuestro
interior: cuando dichas partículas impresionan nuestros espíritus en forma agradable y
proporcionada a su constitución, sentimos vigor, deleite, amor, alegría; si la impresión
es áspera, turbulenta incongruente y contraria a los espíritus, sentimos naturalmente
disgusto, tedio, malestar, odio, desfallecimientos; ahora bien, como estas partículas
deben toda su fuerza y eficacia a los movimientos con que operan y a la elasticidad en
virtud de la cual pueden conservar y continuar sus movimientos, y como por otra parte

218
no se puede entender la elasticidad sin la materia sutil, tenemos que llegar por fuerza,
para la explicación última, a la que es señora del universo entero, la materia sutil.

29. Cabe en fin preguntarse qué pensar sobre los médicos de esta Provincia, o
mejor dicho, sobre los adivinos, hechiceros o impostores que se jactan de curar todas las
enfermedades con soplidos y succiones que a veces mezclan con canturreos y
fricciones. Ha echado aquí tan profundas raíces este mal que no bastan ni castigos ni
azotes ni amenazas y peor amonestaciones para extirparlo. Desde luego que si los indios
no hicieran más cosas de las que acabo de mencionar, no habría razón para decir que sus
métodos curativos con supersticiosos, ya que las fricciones por ejemplo es un remedio
utilizado por todos los médicos y la succión reemplaza a las curaciones por medio de la
calabaza; más aun tratándose de los animales, la lamedura de las úlceras y llagas es de
los mejores remedios. El soplido, sobre todo aplicado por largo tiempo y en todo el
cuerpo, o al menos en donde arrecia el mal o en las venas y las arterias ¿no equivale
acaso a la brisa del abanico con que suelen aplacarse los calores intensos? Si a esto se
añade el canto para solaz del enfermo, no veo que haya nada de supersticioso en estas
prácticas. El soplo puede influir incluso para que penetren en la sangre y en el cuerpo
determinados espíritus que, si no sirven de especial remedio, sirven al menos para dar
algún alivio y refrigerio. No creo que la superstición consista en estos actos, sino en el
juicio erróneo a que dan lugar, haciendo creer a los que los practican que con eso alejan
los maleficios, a lo que se añaden otras rarezas que ponen en juego (por las cuales hacen
creer con ridícula jactancia que pueden provocar truenos y tempestades e incluso matar
a alguien a distancia y de un solo soplo) como ciertas palabras, gestos, observaciones
inútiles, abstinencia de determinados alimentos, por ejemplo la sal y la pimienta, ayunos
rigidísimos, masticar y escupir determinadas yerbas, y otras cosas por es estilo, cuya
omisión tienen por sacrilegio: estos son los errores a los que se aferran con invencible
pertinencia. Lo demás se puede explicar por la acción de los espíritus.

30. Resumiendo una vez más, no hay cosa que no se pueda explicar por medio de
los espíritus y los corpúsculos. Dados los principios constitutivos activos y pasivos de
cada ente, y dado el concurso de los estímulos que vienen de los objetos de fuera, no
hay fenómeno que no tenga su explicación adecuada. ¿Hay algo en que no abunden los
espíritus y los corpúsculos? ¿Qué son los efluvios y diversos olores sino espíritus
extremadamente tenues que fluyen en el aire por doquier a manera de invisible
torbellino? El olor del romero puede expandirse hasta la distancia de 160 leguas; los
buitres perciben el olor de los cadáveres desde una distancia de 300 leguas; es conocida
la destreza de los perros para buscar con el olfato los rastros de los animales de caza, o
para reconocer a sus dueños; ¿cómo se explica la fuerza de atracción del ámbar y aún de
un simple vidrio calentado por la fricción, o la de otros cuerpos que levantan pajuelas o
pelusas, sino diciendo que ello se debe a los espíritus que se han escapado y que
vuelven al cuerpo de donde salieron? Las señales impresas en el feto por la imaginación
de la madre, como la que yo mismo llevo junto al ojo derecho, tienen como única
explicación justa los espíritus que han sido orientados y dirigidos hacia allá con especial
eficacia por parte de la glándula del cerebro de la madre. ¿Qué tiene aquella rara y
extraordinaria fuerza del pez llamado torpedo sino espíritus sumamente veloces que
saltan al instante sobre la persona que lo toca paralizando todo cu cuerpo? Hay en este

219
río Amazonas una especie de serpientes gigantescas que tienen tal fuerza que con sólo
tocarlas cae uno al suelo sin sentido. La planta que por aquí crece a cada paso, llamada
mimosa y que al menor contacto contrae y cierra sus hojas, ¿qué más puede temer que
los efluvios externos? Y si es verdad lo que dicen de la culebra llamada yacumana,
inmensa como un árbol, y adorada por los indios como si fuera un dios, que con sus
fauces abiertas es capaz de atraer desde lejos y engullir infaliblemente a los ciervos y a
otros animales e incluso a los hombres sin darles tiempo de escapar, la mejor
explicación está en la acción de los espíritus que han sido agitados. ¿Y qué es el polvo
simpático, cuyos espíritus sin duda pueden actuar no a cualquier distancia desde luego,
como algunos creen erróneamente, pero sí a una distancia determinada? ¿Y qué la vara
de adivinar? –Al menos no todas las experiencias de este doble principio deben ser
falsas. ¿Y no es casi cierto que el magnetismo consiste en ciertos efluvios sustanciales?
Pero de él hablaremos más por extenso en su lugar. ¿Cómo se acumulan en las entrañas
de la Tierra los fósiles y los metales si no es por la acción de los espíritus y de los
corpúsculos? ¿Cómo se cubre la Tierra de frutos, flores, y yerbas, o como crecen los
árboles con toda clase de frutas, sino porque extraen del suelo cantidad de espíritus y
jugos que nutren el tronco, lo vivifican y le visten de hojas y flores? Sabemos por
experiencia que para esto más sirven los espíritus que pululan en el aire que la misma
fertilidad de la Tierra. Y lo mismo nos enseñan las artes mecánicas y de manufacturas,
como la de hacer el pan, fabricar el vino o el aceite, la pólvora, el vidrio, el papel y otras
en que para llegar a producir algo primero se reduce toda la masa a menudísimos
corpúsculos o polvo: ¿no podrá la naturaleza lo que pueden las artes que son sus
imitadoras?

XI- Respuesta a la Proposición 11ª. Efectos de la Materia Sutil

1. Hasta aquí el R. Padre de Chales ha lanzado sus ataques contra la teoría de


Descartes acerca de la materia en general; de aquí en adelante se dedica más a lo
particular, y aquí es donde más paladinamente se declara contrario a los postulados,
tachándolos de ridículos, engañosos y contradictorios; no teme decir que muchos de
ellos son ilusorios, o sin fundamento de razón, o que los argumentos que aduce son
inconsistentes y fútiles, contrarios a la experiencia y a los principios del mismo
Descartes; que su sistema es parecido a ciertas teorías antiguas que aseguraban que el
mundo era efecto de la fusión fortuita de los átomos, por tanto un sistema que no pasa
de ser puro cuento y pura fábula; más aún, que ni siquiera merece el nombre de fábula,
o pura novela, como suele decirse, o argumento de algún poema épico, ya que estos
géneros –añade con displicencia nuestro adversario-, aunque son puras ficciones y cosas
que jamás han sucedido en la forma en que se cuentan, al menos tienen un cierto dejo de
verosimilitud, pues bien pudieran suceder tal como se cuentan en la novela; en cambio
el sistema en cuestión es tan incongruente y disparatado que no se puede esperar de él
más que confusión y caos y no la visión perfecta de este mundo modelado y ordenado
con tanta sabiduría. Aquí evidentemente se pasa de rígido a estricto el ilustre crítico,
olvidando sin duda las alabanzas que en otras ocasiones acumula a favor del mismo
Descartes; y a decir verdad, aun cuando jamás podría verificarse aquella hipótesis en
que ha sido ideada, no por eso merecería sin más ser desechada, puesto que hay muchos
imposibles que son meras suposiciones, y no por eso merecen un rotundo rechazo, fuera

220
de que muy bien sirven las quimeras para entender lo que son las verdaderas sustancias,
así como las sustancias sirven muy bien para entender lo vano de las quimeras.

2. Y hay más todavía: cuántas cosas hay que no tienen ni siquiera la menor
semejanza con otras a las cuales se refieren, y sin embargo no se ha podido encontrar
nada mejor para llegar al conocimiento de aquellas cosas de las que tanto se diferencian.
Las fábulas como ya se ha dicho, las novelas y otras ficciones poéticas son sin duda a
propósito para describir muy bien los afectos. Así mismo las alegorías, las comedias y
tragedias y las parábolas de la Sagrada Escritura, describen las cosas todavía con mayor
vivacidad, de modo que a través de ellas podemos ver los actos y costumbres de los
hombres como reflejados en un espejo. La imagen o representación de una estatua, y las
formas de los espejos guardan una plena semejanza con el prototipo y no hay nada
mejor que ellas para venir en conocimiento de aquello que representan. Si veo por
ejemplo, la figura de una casa pintada a perfección en una pared, o un palacio pintado
en una hoja de papel, o el rostro de un rey que lo he visto en otras ocasiones, adquiero al
punto el conocimiento de la casa, del palacio y del mismo rey. Pero hay muchas otras
cosas, en la que no hay ninguna semejanza entre el signo y el significado, y que sin
embargo son igualmente a propósito, como las que hemos mencionado antes, para
producir los mismos efectos: ¿No es verdad que al oír la palabra casa, tengo al punto
conocimiento de alguna casa, lo mismo que si la viera pintada en algún sitio? Al oír el
término hombre, tengo conocimiento de la esencia del hombre mejor que si lo viera sólo
pintado. Pues bien, pregunto yo ¿qué semejanza hay entre el término casa y una casa
auténtica, entre el término hombre y un hombre real y verdadero? No hay semejanza
alguna, como tampoco la hay si viera yo esas palabras escritas en alguna parte. Ahora
bien, ¿por qué los caracteres de la palabra domus: casa, me mueven a articular mi voz
de tal manera que, al verlos, pronuncie la palabra domus: casa, antes que la palabra:
damus: damos? ¿Qué semejanza hay entre una y otra cosa? ¿entre el signo y el
significado? Ciertamente ninguna, como no la hay tampoco entre los jeroglíficos o los
caracteres chinos y las palabras que pronunciábamos de acuerdo con ellos. Sin embargo
¿se ha podido encontrar algo más útil para dar a conocer nuestros conceptos, que los
términos o palabras, los caracteres de la escritura y los libros?

3. Y todavía algo más: ¿qué otra cosa es toda nuestra vida sino un puro juego? Y
al jugar nos engañamos, y cuando creemos tener lo mejor, sufrimos un solemne engaño.
¿Qué proporción existe entre la cítara que oigo, y el conocimiento interno con el que
formulo mis juicios sobre la música y la armonía? ¿Entre la suavidad de la seda, y el
agradable cosquilleo que origina? ¿Entre el puñal que me hiere y el dolor que siento?
¿Entre el néctar que tomo y la dulzura que experimento? ¿Entre la rosa que huelo y mi
interna sensación vivífica? ¿Entre el objeto que miro y su imagen pintada en mi retina?
¿Lo mismo que entre esta imagen y la que se produce en mi fantasía o glándula pineal?
¿No son diferentes entre sí todos estos objetos o realidades y no podrían parecer
enteramente desproporcionados para producir los efectos que decimos que producen? Y
lo mismo sucede con mil otras cosas. De nuestra manera de entender y querer qué otra
cosa sabemos sino sólo que nosotros vemos, palpamos y en cierta manera sentimos
aquello que tenemos en la mente relacionando todas esas vivencias con algo material,
siendo así que son operaciones plenamente espirituales? Y en cuanto a las realidades del

221
orden superior, como la gracia, la libertad, la dependencia de Dios en lo moral, las
ayudas o auxilios, etc., no las explicamos generalmente de un modo proporcionado a
nosotros, es decir, por medio de conceptos que tienen que ver con las realidades
corporales, v. gr. por los movimientos, la eficacia, la predeterminación o premonición,
el concurso simultáneo, los impulsos, el acto primero próximo y otros conceptos
semejantes, en una palabra de una manera material, como si viéramos con nuestros ojos
corporales que todo ello ocurre en nuestro cuerpo, pero añadiendo que ese modo es en sí
verdaderamente espiritual y sobrenatural? Aun cuando la gracia, la libertad y aquella
dependencia sean algo muy distinto y que en esta vida no podemos entender plenamente
por más que recurrimos a mil y mil términos espirituales y sobrenaturales. ¿Y qué decir
tratándose de Dios? Qué sabemos de Él como no sea a través de alguna semejanza en
algo cuyo concepto no puede en modo alguno tener univocidad con Dios, puesto que su
bondad por ejemplo es muy distinta de la nuestra, lo mismo que su santidad, su potencia
y todo lo que corresponde a su naturaleza de Dios. Pues bien, aun cuando no puede
haber paridad alguna ni tampoco ningún predicado unívoco aplicable a Dios y a
nosotros, conocemos muchas cosas acerca de Dios.

4. Pero con esto llegamos a un punto que desearía tratarlo un poco más
detenidamente. He dicho que de Dios no conocemos nada si no es a través de conceptos
diferentes. Y esto es evidente: basta ver las tremendas discusiones que se dan en
Teología, en donde cada autor, cuando se trata de investigar con alguna profundidad
algo acerca de Dios, echa por distinto camino, sin que se logre tener certeza sino de las
cosas que nos enseña la fe y la Santa Madre Iglesia. De lo demás dudamos por
completo. Sabemos sí con certeza que Dios es uno y trino, omnipotente, infinitamente
justo, santo y bueno, y todo lo que se puede decir del ser infinitamente perfecto, como
también que Cristo se encarnó, nació y padeció; que existe la gracia, las ayudas o
auxilios, las virtudes sobrenaturales, los sacramentos, la predestinación, las
premoniciones, etc.; igualmente sabemos que Dios conoce y sabe todo, que todo lo
penetra y ordena, que todo depende de Él. Pero no entendemos en absoluto el modo
como tienen lugar estas realidades, cómo Dios mueve nuestra voluntad, cómo conoce
todo, incluso los futuros contingentes y libres. Por tanto, dígase lo que se quiera, sobre
la premonición física, del decreto concomitante y de la ciencia media, después de armar
maravillosas discusiones, lo único que sacaremos es que hay que confesar que todo
aquello excede nuestras capacidades, y que son realidades que se dan en Dios de un
modo distinto a como nosotros las explicamos; y que no hay nada de eso. ¿Qué
significan aquellas tres realidades, sino los modos cómo el espíritu se mueve en el
cuerpo, o el cuerpo al espíritu, o al mismo tiempo el uno al otro? El primer modo
corresponde a la premonición que mueve al alma a poner el consenso, a la manera como
el alma mueve al cuerpo, al que está unida, por ejemplo para caminar. El siguiente
modo corresponde a la ciencia media, por la cual Dios conoce en sí mismo el consenso
que se entiende se da, más o menos como el cuerpo tiene su movimiento con
dependencia del alma. El conjunto que forman uno y otro corresponde al decreto
concomitante, en cuanto que se pone y se conoce al mismo tiempo y de una sola vez, o
se conoce y se pone con un solo y único acto de consenso, como lo hace el alma cuando
quiere mover al cuerpo: con un único acto simultáneo el alma mueve al cuerpo y el
cuerpo mueve al alma; pero, si se considera bien, nada de esto se puede dar propia y
verdaderamente en Dios, porque siendo Él simplicísimo en sí, abarca intuitivamente en

222
su comprensión todas las cosas, y no se puede concebir o señalar en Él algo anterior,
concomitante y posterior, conceptos que son meramente ficticios respecto de Él y que
corresponden sólo a nuestro entendimiento que no alcanza a explicar lo que hay
verdaderamente en Dios, sino sólo lo que se da en las creaturas.

5. Se puede decir, por tanto, que todos estos conceptos respecto de nuestro
conocimiento son como los que se forman los matemáticos para conocer el mundo,
cuales son los círculos, paralelos, meridianos, coluros, zonas, epiciclos, grados,
minutos, puntos propios (no físicos) y mil cosas más que de hecho no se dan en la
naturaleza. Y así como los matemáticos, si bien reconocen que esas realidades no se dan
en la naturaleza, sin embargo proceden sobre esos supuestos y no encuentran nada más
apto para el perfecto conocimiento de este mundo, así también los teólogos deberían
reconocer que, si bien tienen muchos conocimientos acerca de Dios, sin embargo las
suposiciones que hacen, los decretos, la ciencia media, la premoción, no son sino
ficción y que nada de esto se da en la realidad tal como ellos explican: tal vez se
explicaría mejor diciendo solamente que Dios conoce todo, todo lo ha ordenado y que
de Él dependen todas las cosas, sea en el orden físico, sea en el orden moral, pero que
nosotros no podemos entender a fondo el modo como se realiza esto, y que por más
volúmenes que llenemos con lo que digamos sobre esta materia, lo único que
ganaremos es comprobar que Dios es algo muy distinto y opera de muy distinto modo
del que pensamos. Muy bien se podría decir que los conceptos de los doctores acerca de
Dios, son como signos convencionales y términos significativos que, para definir a Dios
no tienen ningún valor como no sea el que les da la libre determinación y concepto de
los hombres, conforme a lo que dejo dicho poco antes. Y es que Dios es tan distinto de
todos estos convencionalismos, como lo es la realidad de una casa del término o palabra
casa: así como al oír o al mirar la palabra casa, porque así se ha convenido entre los
hombres, vengo en conocimiento de una casa auténtica, aun cuando esta casa no sea el
mismo término o palabra casa, así al oír o al mirar alguna proposición acerca de Dios,
sólo porque así se ha convenido entre los teólogos vengo en conocimiento del verdadero
Dios, aun cuando en realidad Dios sea algo muy distinto de lo que asegura aquella
proposición.

6. No obstante, si quisiéramos acercarnos un poco más a la verdad, quizás


podríamos afirmar que Dios, como el Ser más perfecto de todos, existe positivamente a
se, sin dependencia de ningún otro ser, y es aquel de quien todas las cosas dependen,
infinito en todo, infinitamente infinito, a quien corresponde por su propia naturaleza en
grado supremo y de modo absolutamente incomprensible toda perfección simplemente
simple, como se dice, y en quien se excluye aun la más mínima sombra de
imperfección, pecado y nada. De modo que este Ser implica una esencia simplicísima
en sí misma, pero según nuestra manera de ver distribuida en diversas formalidades que
llamamos atributos, a saber, una infinita sabiduría, infinita santidad, justicia, potencia,
inmensidad, misericordia, providencia infinitas, etc. Pero ante todo implica una
excelencia y bondad infinitas en razón de sí mismo. Y como es verdad que todo lo que
es bueno, es apto para comunicarse a sí mismo, Dios conocerá y comprenderá que
precisamente esto es lo que incluye esencialmente y de modo perfectísimo su bondad.
¿Qué se seguirá de ello? No otra cosa que el término de este mismo conocimiento

223
infinito e ilimitado. En otras palabras, que debe darse en Dios algo distinto, o alguien a
quien puede comunicarse de manera total aquel cúmulo de perfecciones, en tal forma
que pueda originarse de allí una cierta semejanza natural entre el principio y el
principiado, entre el comunicador de esas perfecciones y el término al cual se
comunican; ahora bien, ¿cómo podría darse esta comunicación, si el principio y el
término no se distinguieran realmente entre sí, si nadie puede comunicarse a sí mismo lo
que ya tiene y si la comunicación es algo que tiende esencialmente a otro? Pues bien,
esta comunicación, según el modo de expresarse de los teólogos, tiene lugar por
semejanza de naturaleza y por medio del entendimiento. De ahí que se seguirá
necesariamente, a nuestro modo de entender y de explicar la esencia de las cosas, que el
Ser que se comunica de este modo debe llamarse el Padre, y el término a quien se
comunica, el Hijo. Así es como se entienden los conceptos formales de paternidad y
filiación y sus relaciones mutuas; así se entiende también el hecho de que el Hijo
procede a través del entendimiento del Padre, por vía de generación, la más perfecta de
todas, porque procede a través del conocimiento de las perfecciones infinitas ya sea
necesarias, ya contingentes, pues debe proceder de la mejor manera posible, es decir de
modo que sea igual al Padre.

7. Por lo mismo, todo lo que tiene el Padre lo comunica al Hijo del modo más
perfecto que puede; y como el mejor modo de comunicar todo es por identidad, y no
sólo por semejanza o igualdad, comunicará su misma esencia, sus mismos atributos, sus
mismas perfecciones, sus mismos predicados absolutos; y como, por otra parte, no
puede darse esta comunicación, si no se da diversidad de relaciones, para que pueda
haber comunicación de algo de parte de uno al otro, no podrán comunicarse las
perfecciones que son predicados relativos, a saber, la paternidad y la filiación, pues
éstas constituyen términos resultantes de la inefable fecundidad de la esencia divina, es
decir al Padre que da y el Hijo a quien se da, y para que pueda entenderse la
comunicación, Ellos tienen que ser distintos. En cuanto a los predicados contradictorios,
que aquí suelen mencionarse como objeciones: se comunica la esencia divina; no se
comunica la paternidad, son contradictorios sólo en apariencia, mas no en realidad y
tales como son en sí, porque por la distinción real inadecuada se disipan en el término
medio: si bien la paternidad se identifica con la esencia divina, que también es la
filiación, de la cual se distingue realmente. Se identifica ciertamente en realidad con
toda la esencia divina, pero no totalmente: se distingue, por tanto, inadecuadamente. Del
mismo modo, la filiación se identifica realmente con la esencia divina, pero también se
distingue realmente de ella con distinción inadecuada; de donde se sigue que aquellas
dos relaciones se distinguen realmente entre sí con distinción inadecuada. Por lo tanto
no es extraño que se verifiquen ambas proposiciones sin ser propiamente
contradictorias, pues no se cumple lo que se requiere para esto, a saber, que se dé la
negación de una misma realidad en el mismo sentido y con la misma distinción,
quedando al mismo tiempo intactos todos los contenidos y sin que nada se cambie si no
es la afirmación a la negación o la negación a la afirmación, cosa que aquí no se
verifica. Finalmente el Padre y el Hijo, realmente distintos entre sí, como hemos visto,
dado el cúmulo de las mismas perfecciones numéricas de que participan, no pueden
dejar de unirse entre sí, y de hecho tienen que hacerlo a tal punto que son una misma
cosa, enteramente idéntica en cuanto al amor y a la íntima unión, ya que el amor
perfecto excluye por completo toda división. Por lo mismo nace de ahí un nuevo

224
principio, que procede de la voluntad y que se llama inspiración activa. Ahora bien,
como la inspiración por su misma naturaleza tiende hacia otro, lo mismo que la
generación, y no puede decirse que la voluntad sea menos fecunda que el entendimiento
divino, tiene que surgir una tercera relación, semejante a las anteriores: ésta es el
Espíritu Santo, término de aquella inspiración activa y tercera persona de la Santísima
Trinidad. Y como esta relación no se produce a semejanza de la naturaleza, como la
primera, sino por vía de perfectísimo amor, de gozo y complacencia de su principio, a
modo de sutil aliento o espíritu que exhalara del horno intenso de la divina voluntad,
este término se llama inspiración o espíritu santo, y no generación o hijo divino.

8. Esto enseña la fe. Y si, dada nuestra capacidad, no podemos explicarlo con
mayor precisión, recordemos lo de San Agustín que, al meditar en este inefable misterio
mientras discurría a orillas del mar, escuchó el aviso del mensajero celeste: que más
fácilmente vaciaría todo el mar en el hoyo diminuto que había excavado en la arena
antes que comprender el misterio de la Trinidad. No obstante, si quisiéramos investigar
algo más con nuestra razón natural y siquiera de lejos en este misterio, quizás no estaría
mal decir que aquellas relaciones son modos de esencia divina, pero modos esenciales y
no relativos. Me explico: Se pueden admitir en Dios dos clases de modos, unos
esenciales y otros relativos, para explicar en algo la idea de la esencia divina. Los
modos relativos no pueden darse sin la esencia divina, pero sí la esencia divina sin ellos.
Los modos esenciales no pueden darse sin la esencia divina y tampoco la esencia divina
sin ellos. Los modos relativos son ad extra, los esenciales, ad intra. Los modos relativos
podrían faltar, no así los esenciales. Pero todos se distinguen de la esencia divina,
aunque no adecuadamente, ya que también se identifican con ella realmente. De la
segunda clase son las relaciones divinas, como he dicho, realmente distintas entre sí
pero sólo inadecuadamente, puesto que se identifican realmente con la esencia divina,
que se encuentra igualmente en todas. Son de la primera clase todas las demás
relaciones que hay en Dios y que están ordenadas y dirigidas ad extra, como atributos,
predefiniciones, los decretos, la predestinación, la colación de auxilios, etc. cuya mejor
explicación es la que se da por medio de diversas relaciones: éstas implican de un lado,
por parte de Dios, su esencia simplicísima y son ab intra; y de otro lado implican con
relación a las creaturas, ab extra, diversas connotaciones que, por distinguirse realmente
de la esencia divina, se llaman modos y también se distinguen de ella realmente, aunque
no con distinción adecuada, porque en cuanto dicen relación con la misma esencia, la
incluyen necesariamente. Conllevan siempre dos cosas, una in recto y otra in obliquo: in
recto significan la esencia divina, in obliquo las connotaciones extrínsecas. Pero como
son algo contingente, que puede darse o no darse, estos modos y relaciones son de
hecho realmente capaces de no existir, pero sin que de ello se siga ningún cambio en la
esencia divina, como sucede con el espejo, que no se cambia en absoluto, aunque se
cambien los objetos representados en él. Por lo demás, si se suprimen, lo único que se
sigue es que los actos divinos dejan de tener su término, quedando todo lo demás
inmutable en su ser; como ocurre con el alma o con Cristo: si a una persona se le corta
uno de sus miembros, o si se corrompen las especies eucarísticas, no se puede decir sino
que el alma o Cristo dejan de informar lo que antes informaban, sin que sufran en sí
ningún cambio.

225
9. A decir verdad, ¿quién va a admitir en Dios veleidad alguna, deseos, actos de
voluntad ineficaces, etc., si está en pleno uso de su razón? ¿Quién va a decir que Dios se
arrepiente de verdad, siente dolor, se impacienta, se alegra a veces y a veces se
entristece, que llama e invita a la salvación a los que no quieren, como se entiende que
lo hace de ordinario, cuando los mira, los excita, los espera, aunque a todos da la gracia
suficiente? Esto está bien para decirlo en el púlpito, pero no en una cátedra; pues, si no,
habría que deducir que en Dios hay posibilidad de cambio, impotencia, pasiones e
imperfecciones, que Dios, como ocurre con los hombres, no consigue lo que se propone.
En cambio si se dice que todo aquello no implica sino relaciones y modos de la esencia
divina, con los cuales como que se adapta a nosotros, si se conciben esas relaciones
como algo solamente ad extra, según nuestro modo de entender, y sin que haya ningún
cambio intrínseco en Dios, no se dirá nada absurdo; en este caso, en efecto, tendrán
lugar dichas relaciones no porque Dios quiera algo, o tienda efectivamente hacia algo
que no va a conseguir, sino porque todo lo que hace viene exigido por otros títulos, a los
cuales no puede renunciar, como tampoco obrar algo que vaya contra la naturaleza o
exigencia de dichos títulos. Estos títulos son los de Creador, Legislador, supremo Señor
de todas las cosas. Padre y Gobernante, primer Principio, primer Motor, etc., en cuya
virtud lleva a cabo todo lo que hace; no obra, pues, movido por alguna veleidad, deseo,
voluntad ineficaz o por alguna tendencia similar que no consiga el fin que se propone;
no procede así, aun cuando tenga previo conocimiento de que no se obtendrá el fin que
parece proponerse, porque cada cual tiene que cumplir su cometido. El espejo
permanece siempre igual, como dije antes, aunque guarde relación ya con uno, ya con
otro objeto que representa; la diversidad está sólo en los objetos. Del mismo modo, Dios
cuando llama al que no quiere escuchar, no desea, no exhorta, no espera; cuando castiga
no se impacienta; cuando perdona no se alegra; cuando mueve no espera; cuando ordena
no se muestra ávido; cuando da solamente la gracia suficiente no por eso incita al
consentimiento a quien sabe por intuición que habrá de disentir infallablemente; lo
único que hace es cumplir con su oficio de Creador, Legislador, Padre, Señor de todas
las cosas, etc., conforme a la exigencia de su esencia, de lo cual surgen ab extra
necesariamente en Dios, como si fuera un espejo, diversas relaciones como de quien
desea o pretende algo ineficazmente; pero Dios siempre obtiene lo que quiere, y nunca
deja de alcanzar el fin que se propone.

10. Si se explican así los decretos de Dios, no tienen nada de ininteligible, puesto
que no implican nada nuevo ab intra, sino solamente ab extra; por lo tanto, el deseo de
crear el mundo no significa otra cosa sino su relación esencial con el mismo Dios, en tal
forma que, si no llegara a existir el mundo, nada se quitará intrínsecamente en Dios, y
sólo quedaría la verdad de que el mundo no tendría relación con Dios; así como, una
vez creado el mundo, nada nuevo se pone en Dios ab intra, sino que solamente fue
verdad que lo representó ad extra. Así pues, hay que contemplar a Dios, como ya lo
dije, como un espejo pulido o un finísimo diamante que, puesto en medio de la
naturaleza creada, brilla en sí mismo y existe como fuente y raíz de todos los seres, sin
el cual nada existe y nada puede existir, ni siquiera un infinito creado, si llegara a darse,
espejo inmutable, simplicísimo, que nada dice ad intra que no sea él mismo, que
excluye todo tiempo, toda división, pero que tiene relación con todas las cosas tanto
materiales como espirituales y morales, que podría existir sin estas cosas, pero éstas no
podrían existir sin Él; un Ser en el cual vivimos, nos movemos y existimos y que sin

226
embargo podría existir sin nosotros, etc. Así podrá entenderse de algún modo su esencia
o naturaleza que es una, inefable e incomprensible. En conclusión, todo lo que se dice
acerca del orden de los decretos divinos y de su sapientísima providencia, no implica
sino diversas relaciones y en Dios tan sólo su naturaleza simplísima. Por tanto, todo lo
que hace Dios, lo hace libérrima y sapientísimamente y con absoluta facilidad, sin jamás
trabajar, fatigarse, temer, esperar, desear, anhelar, alegrarse, impacientarse o cambiarse:
obrar como si no obrara. Este es el modo de obrar de Dios, que lo ordena todo a su
gloria, alabanza y exaltación, ante las cuales no puede ceder. Por ello, decretó
libérrimamente desde la eternidad, es decir, decidió acomodarse a este orden de decretos
y no a otro, crear este mundo, elegir esta serie de hombres, permitir estos pecados,
predefinir los actos de estos determinados pecados, dar estos auxilios, predestinar a
éstos y condenar a aquéllos individuos; en otras palabras, decidió libremente desde la
eternidad acomodarse a estas relaciones y no a otras; pero en esta serie de relaciones,
muchas cosas dependen de las cosas que previó habrían de tener lugar accidentalmente
y fuera de intención, como efecto de la libertad de las creaturas, es decir, del pecado: del
pecado de Adán, por ejemplo, dependió el decreto de la Redención humana, de la
Encarnación y la muerte de Cristo; de otros hechos, la penitencia, el dolor, la
satisfacción, cosas que Dios no pudo pretender antecedentemente al pecado: de lo
contrario hubiera querido el mismo pecado como medio para conseguir aquellos fines,
lo cual significa afecto al pecado. Los pecados no fueron sino la condición para que
Dios, una vez verificada por accidente, eligiera aquel orden de decretos.

11. Por lo tanto no es verdadera la opinión o doctrina que afirma que Dios ordenó
el pecado de Adán como medio para la redención del género humano, ni tampoco la que
afirma que Dios puede predefinir la penitencia antes de tener la visión completa del
pecado; porque una intención de esta naturaleza exige intrínsecamente el pecado como
medio para conseguir su fin, en cuyo caso el pecado no se daría en la naturaleza por
accidente, sino que sería querido por Dios en virtud de sí mismo, lo cual es imposible.
Tampoco son verdaderas las doctrinas que afirman que el pecado tiene una malicia
infinita; que no es algo contradictorio una creatura rebelde; que puede haber una
creatura perfectísima; que, supuesta la revelación de su condenación, alguien no puede
tener una esperanza de salvación; que alguien no pueda en absoluto merecer o
desmerecer si no está en estado de vía; que los santos no puedan pecar ni los
condenados apartarse del pecado; que los que están confirmados en gracia no puedan
caer; que Cristo haya sido absolutamente impecable; así mismo todos los argumentos
que se acumulan para poner a salvo su libertad, supuesto el precepto de su muerte, que
no se pueda resistir a la gracia eficaz en cuanto que es eficaz, y mil otras proposiciones
o doctrinas. En esto hay una razón que lo explica todo, y es que se supone que la esencia
divina es de una naturaleza distinta de la que nosotros decimos, y lo mismo el pecado, la
libertad, los auxilios, la gracia, los hábitos sobrenaturales, y todo lo demás; y el
concepto que se tiene de todas estas realidades es muy distinto del que debe ser. No es
extraño que con estos principios se llegue a defender con brillantez esa clase de
proposiciones y sus contrarias: todos suponen los mismos fundamentos y, sin examinar
si son sólidos o si tienen alguna falla, construyen sobre ellos maravillosos edificios,
sólidos, a primera vista, de una belleza extraordinaria y de gran altura y que a fuer de
inexpugnables no pueden destruirse ni a cañonazos: pero si se toma un azadón y se cava

227
la Tierra para examinar los cimientos, al removerlos todo se viene al suelo: así son todas
esas proposiciones.

12. Los que las defienden suponen que la esencia divina es algo que nosotros
podemos definir, algo que se ajusta unívocamente a todos los demás seres, siendo así
que en realidad de verdad es totalmente distinta de ellos, y nadie puede definirla tal
como es en sí y no coincide en absoluto con ninguno de los seres. Se dice que la libertad
de la creatura es la indiferencia para obrar bien o mal, siendo así que la libertad es algo
más, puesto que cuanto menor es la indiferencia, somos tanto más libre. Se concibe el
pecado como algo positivo, siendo así que es nada; y la nada o el no ente no tiene
capacidad para ser infinito. Los auxilios, dicen ellos, son cualidades sobrenaturales con
las que nuestra voluntad se excita y mueve para obrar al bien, pero se las concibe como
una especie de cualidades materiales, u ocultas, inherentes al sujeto del que se
distinguen realmente, siendo así que más bien son modos transitorios de nuestras almas,
pensamientos de un orden superior que, por la bondad de Dios, se forman en nosotros a
semejanza de los demás pensamientos. La gracia santificante y los hábitos
sobrenaturales de las virtudes son así mismo algo infuso en el alma, pero algo
permanente, inherente a ella, como prenda y señal del amor divino por la que se torna
amable y acepta a Dios y digna del premio eterno; algo que eleva al alma para hacerla
capaz de producir actos sobrenaturales, aunque también pueden considerarse como
modos permanentes, con lo que se diferencian de los auxilios; en otras palabras, son
como un estado sobrenatural de nuestras almas, un adorno permanente, un resguardo y
belleza especial de orden superior, que proviene de diversas relaciones mantenidas con
Dios como Ser sobrenatural y principio de todos los bienes celestiales: como sucede por
ejemplo con la forma y belleza del universo que proviene de la admirable proporción y
armonía que guardan todos los seres, o del conjunto de ellos en que nada falta ni nada
está de sobra, o como de la armonía y proporción de todas sus prendas nace la belleza
de Elena; lo mismo sucede en el alma: la gracia permanente, el hábito o belleza
sobrenatural proviene en ella de sus diversas y maravillosas modificaciones
armónicamente dispuestas. En cuanto a la gracia eficaz, o se la considera como
esencialmente ligada con su efecto, y entonces se suprime el elemento libertad; o se la
considera como eficaz en virtud de la libre determinación del hombre, y entonces se
suprime el elemento gracia, o se la considera como un único resultante de ambas
modalidades y entonces se suprimen los dos elementos, la gracia y la libertad. Pero si se
tiene en cuenta que la gracia eficaz no es otra cosa que el grado de proporción, ajuste y
disposición que guardan la belleza, suavidad y amabilidad de aquel don con la libertad
propia de nuestra alma, la cual bien podría resistir a la acción de ese don, pero no lo
hará sino que más bien dará libérrimamente su consentimiento como atraída por él
como por un filtro y por los estrechísimos vínculos del amor; entendiendo así, y no
como se dijo antes, lo relativo a la gracia eficaz, será fácil refutar todas aquellas
proposiciones mencionadas anteriormente.

13. En primer lugar, si se habla de pretender el pecado como medio para conseguir
algo, ¿quién podrá negar que en aquella tendencia va incluido el afecto al pecado? No
basta con responder a esto que Dios quiere ante todo la redención del género humano,
que desea la penitencia, y luego en virtud de su ciencia elige un determinado orden en el

228
que aparece el pecado y que por tanto, no pretende el pecado como medio. Contra esta
respuesta está el hecho de que elige ese determinado orden como algo simplemente
necesario para conseguir su fin, y no en cuanto que incluye las virtudes, como es claro;
luego lo elige en cuanto que incluye el pecado; por tanto, elige el pecado como medio.
Además el pecado es algo puramente negativo, no-ente, nada y por lo mismo, algo
incapaz de tener propiedad alguna; es decir que el pecado es la negación de aquella
perfección que Dios exige en el hombre; y como esta perfección puede ser mayor o
menor, así como el amor de Dios es mayor que las demás virtudes, es claro que el
pecado, que es la negación de dicha perfección, podría ser mayor o menor, tanto mayor
cuanto más excelente sea la virtud a la que se opone, y tanto menor cuanto menor sea
aquélla; por lo mismo el odio de Dios será también mayor que los demás pecados, y
nunca será infinita la malicia del pecado. Por lo que hace la creatura rebelde, es algo
contradictorio en sus mismos términos, pues los conceptos de libre y rebelde se
excluyen mutuamente, toda vez que la verdadera libertad no consiste como ya hemos
dicho, en la indiferencia que es lo que se requiere esencialmente para la rebelión; y la
razón es que la indiferencia incluye imperfección, mientras que la libertad incluye la
máxima perfección. Es verdad que la indiferencia para hacer esto o aquello es en Dios
una máxima perfección; pero si se la aplica al hombre, no se puede argumentar en el
mismo sentido, puesto que la indiferencia en Dios nace de la abundancia de
perfecciones, mientras que en el hombre significa falta de perfección: en el hombre es
sólo una condición para pecar o no pecar; en Dios lo es simplemente para obrar el bien,
ya sea este bien o aquel otro, conforme a su beneplácito, y Dios siempre obra de manera
perfectísima todo lo que obra. La libertad por su parte es aquello mismo que
experimentamos en nosotros al conocer clara y experimentalmente que somos
enteramente libres y que podemos hacer lo que queremos, aun cuando siempre
querríamos el bien, aun dado que llegara a faltar la indiferencia. Sin embargo no
podemos, ni debemos dar una explicación mayor de lo que esto significa, porque de por
sí es más claro que la luz del sol. Así como también repugna en sus mismos términos
una creatura que sea perfectísima: ¿cómo sería perfectísima, y cómo sería creatura al
mismo tiempo, si en el concepto de creatura están implícitos defectos reales?
Igualmente, tratándose de la libertad, supuesta la revelación de la condenación, pregunto
yo: ¿se suprime por eso la esencia del alma, en la cual consiste formalmente la
verdadera libertad? –No, por cierto. Y si es así ¿por qué no podría tener esperanza?
Como queda en pie la libertad para cometer o no cometer un pecado que le traería la
condenación, así queda también en pie necesariamente la libertad para esperar o no
esperar. En una palabra, un individuo puede esperar, y por cierto teniendo en cuenta la
revelación, pero nunca lo hará no por falta de libertad, sino por faltarle la condición para
esperar, condición que incluye esencialmente la negación de tal revelación.

14. De una manera semejante habrá de responderse a las otras proposiciones: no


solamente podemos merecer o desmerecer mientras estamos en estado de vía, sino
también una vez puestos en estado de castigo o de gloria, pero tomando en cuenta lo
siguiente: que en el estado de vía merecemos o desmerecemos para otro estado, y allá
merecemos o desmerecemos en o para ese mismo estado: aquí nos afanamos por una
gloria especial que se nos concederá permanentemente en los cielos; o si somos
vencidos, caeremos en una pena eterna que habremos de soportar constantemente en el
infierno; allá merecemos un gozo o una pena correspondientes a los actos que entonces

229
llevemos a cabo, una pena en el infierno y un gozo en el cielo. ¿Quién va a decir que a
los que están en la otra vida no les puede ocurrir algo que les merezca alabanza o
vituperio? ¿Que ellos con sus actos no habrán de obtener algún gozo o alguna tristeza
transitorios? ¿Que los santos no se alegrarán con un gozo especial por los diversos actos
de amor con que aspiran a Dios? ¿Que los condenados no sentirán un tedio específico
por la continua ira y por los odios inauditos de que son presa en el infierno? ¿Que
permanecerán en el mismo estado que tuvieron al comienzo, sin experimentar ningún
cambio? No se puede decir semejante cosa; luego tendrán que experimentar algo nuevo;
y de eso nuevo les vendrá o un gozo o un dolor especial; aprobarán con gozo sus
propios actos, o reventarán de furor; serán alabados o vituperados, tal como ocurre en
este mundo, en que los buenos reciben alabanzas y los malos son objeto de vituperio;
aquellos se alegran, éstos se desgarran de dolor. Digo, pues, que los que habitan en la
otra vida merecerán algo allá, como son en el cielo ciertos afectos transitorios de gozo,
de amor, de especial alegría, etc. y en el infierno, de ira, odio, tristeza, confusión, etc.,
que equivalen a una pena o a un premio simultáneos: pena continua en el infierno por
los actos malos permanentes de los condenados, premio continuo en el cielo por los
actos buenos permanentes de los bienaventurados: evidentemente, el mismo acto bueno,
aunque fuera de él no hubiera nada más, ya es su propio premio, y el acto malo su
propio suplicio. Por lo mismo, no debe parecer tan exagerada la doctrina que enseña que
nosotros podemos orar por los condenados y darles algún consuelo transitorio y mitigar
un tanto sus penas logrando por ejemplo impedir aunque sea una sola blasfemia al
conseguir con nuestras oraciones que Dios niegue su concurso para ella.

15. Así mismo los santos y los que están confirmados en gracia pueden
ciertamente pecar, pero nunca llegarán a eso por faltarles la condición, como ya he
dicho; igualmente los condenados y los demonios ciertamente pueden dejar de
blasfemar y de odiar a Dios, y pueden realizar actos de amor hacia Él, pero tampoco
llegarán a esto, no por falta de libertad, que es algo que siempre tienen, sino por faltarles
el acto primero próximo, en el cual están incluidas las condiciones sin las cuales
siempre querrán el un extremo y nunca elegirán el otro; es decir, les falta la indiferencia
propia de los peregrinantes, por la cual mientras estamos en este mundo somos capaces
de elegir uno u otro de los extremos: la indiferencia es el fiel de la balanza de nuestros
afectos y determinaciones que mantiene en el punto medio, como signo de nuestra
libertad. Si pierde el equilibrio y se inclina completamente a una u otra parte, en virtud
de algo que le viene de fuera como un peso adicional, elegirá siempre aquello a lo que
se inclina y a lo que se siente atraída, y aunque pudiera, no dejará de ir tras ello. Esta
indiferencia consiste en una doble negación, como la balanza que está compuesta de dos
platillos: una que se refiere al bien, y otra al mal. Por la que mira al bien, es negación de
un grado de imperfección con cuya presencia la voluntad siempre elegiría el bien; por la
que mira al mal, es negación de un grado de perfección con cuya presencia la voluntad
siempre elegiría el mal. Nuestra indiferencia se mantiene equidistante entre dos
extremos, como condición necesaria para la elección de nuestra libertad, manteniéndose
en equilibrio para la elección ya sea del bien, ya del mal; pero cuando falta este
equilibrio y se aparta en una u otra dirección, como sucede en la otra vida, tendrá que
apegarse al mal llevada por su propio peso, como es el caso de la voluntad de los
condenados, o practicará siempre el bien con prontitud natural, como es el caso de la
voluntad de los bienaventurados. De manera que, así como la indiferencia para cometer

230
el pecado consiste en la negación de un mayor conocimiento y luz interior, que son los
componentes de la perfecta libertad, así para abrazar el bien la indiferencia consiste en
la negación de la extremada imperfección, de la tiniebla y ofuscación de la mente, etc.,
que disminuyen o suprimen la perfecta libertad. Esto último se da en los condenados:
aun cuando pudieran apartarse del mal y querer el bien, jamás lo lograrán. Los
bienaventurados en cambio, como ya han llegado al punto de la luz eterna y de la
completa claridad, siempre abrazarán el bien y jamás el mal, aun cuando por sus
constitutivos íntimos tengan potencia para el mal.

16. Por lo mismo también en cuanto a la libertad de Cristo, no debe ser tan mal
vista la doctrina según la cual se diría que Él puede pecar incluso tomando en cuenta la
divinidad, porque si los que dicen esto reconocen el verdadero sentido de la
proposición, ésta no apunta sino a la libertad humana que no se le niega a Cristo
inclusive en dicho estado. Así se entiende cómo pudo merecer al sufrir la muerte,
supuesto el mandato riguroso de morir, puesto que abrazó la muerte con verdadera
libertad mientras se mantenía en estado de peregrinante, en el cual, en virtud de la
promesa especial que le hiciera el Padre, pudo ciertamente merecer la gloria sustancial,
así como los bienaventurados merecen todavía en el cielo una gloria accidental. En
consecuencia, sin necesidad de recurrir a ningún dolor de cabeza para acumular mil
explicaciones vanas, será mejor decir que Cristo pudo en verdad rechazar la muerte, así
en cuanto a la sustancia como en cuanto al modo, pero que nunca habría de rechazarla.
Y no se diga que todo esto es verdad solamente en cuanto se refiere a la libertad remota,
de la cual no tratamos en este momento, pero no es verdad en cuanto se refiere a la
libertad próxima, es decir al acto primero próximo, según el cual se supone que uno es
libre para merecer o desmerecer, para pecar o no pecar; o, conforme a la común
expresión de los teólogos, que es verdad en cuanto se refiere a la libertad de coacción,
pero no a la libertad de indiferencia, que es la que aquí se exige, según el sentir de
todos. A esto respondo en primer lugar lo siguiente: aun cuando Cristo no hubiese sido
inmediatamente libre en cuanto a la sustancia de la muerte que se le imponía, estuvo sin
embargo siempre próximamente libre en cuanto al modo de dicha muerte, es decir, libre
para merecer con esta o con otra muerte, en ese o en otro tiempo, de ese modo, o de
otro, etc., lo que era suficiente para merecer. En segundo lugar, niego el supuesto de que
la libertad formal y verdadera consista en dicha indiferencia, pues como ya he dicho,
más bien consiste o está en nuestra alma; la razón de esto es la siguiente: aquel acto
próximo que implica indiferencia, es formalmente una imperfección, porque es la
negación de una mayor perfección, perfección que tendría nuestra alma si careciera de
aquella indiferencia; más aún, es un estado en el que no merecemos mucho aun cuando
realicemos el bien, si buscamos este bien sólo con repugnancia, no con pleno
entusiasmo, toda vez que, cuando mayor es la repugnancia, tanto menor es de ordinario
el afecto, tanto más débil la tendencia, tanto más problemática la voluntariedad, y por lo
mismo, tanto menor el mérito. Esto lo vemos claramente en Cristo y en la Santísima
Virgen, que como los demás santos, fueron más resueltos para realizar lo bueno, menos
indiferentes para lo contrario, más inclinados a amar a Dios, hacia el cual se sentían
atraídos con todo ardimiento sin ningún género de obstáculos, con lo que sus obras
fueron mucho más excelentes que las de los demás, y merecieron una gloria mucho
mayor, cosa que nadie puede poner en duda. Así pues, la libertad formal y verdadera no
consiste en la indiferencia, sino que es un movimiento intrínseco de nuestra alma que

231
nos atrae hacia aquello que queremos, a tal punto que, aun cuando llegare a faltar la
indiferencia, siempre se deseará el bien, aun cuando por otro lado podríamos también
hacer el mal; de todos modos, si se da la indiferencia, ésta no será sino condición para el
acto primero próximo: puesta dicha condición, podremos obrar el mal, si queremos;
pero ella no será la libertad formal.

17. No se diga tampoco que la libertad de indiferencia es aquella de la que se


ocuparon tan ampliamente San Agustín, los Santos Padres y los Teólogos católicos, y en
torno a la cual nacieron después tantas herejías, y surgieron tantos anatemas y tantas
proposiciones condenadas por parte del Vaticano, y aun hoy día se sostienen tantas
discusiones en las diversas escuelas y cátedras. La libertad de indiferencia es aquella
que se requiere para cometer el pecado o realizar alguna obra buena, para el mérito o
demérito, no aquella otra libertad que se llama libertad de coacción; puesto que quien
actúa con esta libertad, propiamente no merece, ni obra con verdadera libertad, sino sólo
voluntaria y espontáneamente, a la manera de los bienaventurados que tienden hacia
Dios con la plenitud de sus voluntades. En efecto, si lo que es voluntario pudiera
llamarse también libre, bien podríamos decir que Dios se ama libremente, que podría
odiarse a sí mismo y hasta que pudiera pecar, lo que sería blasfemo. He aquí mi
respuesta: Ciertamente no ignoro que la llamada libertad de indiferencia ha despertado
verdaderas tempestades en torno a la doctrina de la gracia; pero por lo mismo que de
aquella fuente han nacido tantos oleajes, es cuestión de prudencia sospechar que la
fuente no ha sido todavía muy bien examinada. Inspeccionemos, pues, esa fuente,
examinemos el agua en sus orígenes, averigüemos con todo cuidado si hay allí algo
turbio; con esto tal vez podamos desatar este nudo gordiano. Hasta aquí todo el mundo
ha dado por supuesto que la verdadera esencia de la libertad consiste en aquella
indiferencia; así mismo hasta ahora todos han defendido que el alma y el espíritu son
algo distinto del pensamiento, sin tomar en cuenta la primera de todas las reglas, que es
Dios mismo: si hubieran considerado con atención lo relativo a Él, no hubieran pasado
tan fácilmente por aquellas suposiciones. En tratándose de Dios, nadie pone en duda que
todos sus actos se identifican con su esencia y, por lo mismo, que es un Espíritu siempre
pensante, que siempre quiere, que siempre existe, un Acto simplicísimo, un Ser
libérrimo, perfectísimo, felicísimo, libre de toda indiferencia respecto del mal. Sobre
esta base arguyo como sigue: Dios es espíritu, como todos lo admiten: si pues la esencia
del espíritu consiste en que esté siempre pensando, gozando de perfecta libertad, sin
ninguna indiferencia para el mal, ¿por qué –equiparando en cierto modo lo infinito a lo
finito– no podremos decir algo similar de los demás espíritus, desde luego con las
correspondientes modificaciones o adaptaciones? Si, como dicen los adversarios, la
noción de ente es común a Dios y a todas las creaturas, ¿por qué la noción de espíritu no
ha de ser también de algún modo común a ellos? Si, como sostienen los adversarios,
decimos que Dios, al igual que los demás seres, es un Ente, cuya existencia no repugna,
¿por qué no podemos decir del alma racional y de los ángeles –como decimos de Dios–
que son entes siempre pensantes, libres, y, en lo que se refiere a la verdadera y perfecta
libertad, tendientes a su manera a la exclusión de toda indiferencia respecto del mal?

18. Digo, por tanto, que la libertad de indiferencia es ciertamente una libertad que
es necesaria en el actual estado de cosas, para pecar o para realizar el bien, para merecer

232
o desmerecer; pero no es simplemente una perfección de nuestra libertad, y más bien
dice verdadera y positiva imperfección. La perfección de nuestra libertad será tanto
mayor cuanto menos participe de aquella indiferencia, pues así se acerca más a la
libertad más perfecta de todas, que es la libertad de Dios. Así en la medida en que los
santos confirmados en gracia durante esta vida, los santos que han recibido el premio de
la visión beatífica en el cielo, Cristo que por la unión hipostática ha sido elevado a la
condición de persona divina, van participando menos de la indiferencia hacia el mal –
en pequeña medida los confirmados en gracia, mucho menos los bienaventurados del
cielo, infinitamente menos Cristo con la unión hipostática- , en esa medida y proporción
y por lo mismo, se acercan más a la libertad divina, que es la mayor de todas las
libertades, cuya última perfección consiste en la exclusión de todo grado, aun posible,
de indiferencia para el mal. En esta escala de perfección Cristo ocupa el segundo lugar
después de Dios, pues, si bien excluye toda indiferencia actual, no excluye toda
indiferencia posible, ya que prescindiendo de la unión hipostática, sería puro hombre, y
como tal es claro que podría pecar. El tercer grado ocupa la Santísima Virgen, Madre
del mismo Dios, y que ha llegado en libertad al mayor grado de perfección posible a una
creatura. El cuarto lugar ocupan los ángeles y los santos del cielo. El quinto, los
Apóstoles mientras vivían en la Tierra confirmados en gracia. El sexto, aquellos que
gozan de la gracia eficaz, y finalmente el séptimo grado aquellos que sólo disponen de
la gracia suficiente, con cuya ayuda ciertamente podrían realizar el bien; pero estos
últimos tienen indiferencia, al mismo tiempo que sienten su voluntad movida por mil
atractivos, su entendimiento por mil oscuridades, tienen cerca al demonio que les
instiga, a Dios que a distancia solamente les asiste, que más bien habrán de elegir el
pecado y no seguir el dictamen de la razón. Así es como debe entenderse la libertad. Por
tanto la respuesta a la objeción es la siguiente: mientras nosotros permanecemos en
calidad de peregrinantes, se requiere necesariamente la libertad de indiferencia para
merecer o desmerecer, pero no simplemente para merecer, puesto que Dios merece toda
alabanza y toda gloria y sin embargo no tiene aquella indiferencia; se requiere en esta
vida para merecer el cielo o el infierno, pero no para merecer algo accidental en el cielo
o el infierno, como ya se ha dicho. Así mismo hay que dejar bien establecido que Dios
se ama necesariamente al mismo tiempo que no puede pecar en absoluto, porque Él solo
goza de lo sumo de la perfección de la libertad, que consiste en la exclusión absoluta de
toda indiferencia, y siendo ésta la condición esencial y necesaria para la elección del
mal, sólo Dios no puede pecar, mientras que todos los demás seres están sujetos remota
o próximamente al mal, de acuerdo con el grado mayor o menor de indiferencia que
posean.

19. Se puede decir por lo tanto, en pocas palabras, que el estado de gracia y el
orden superior son una imitación del estado de naturaleza y del orden inferior y
coinciden con él en sus movimientos que lo explican todo: el uno con sus movimientos
materiales y el otro con sus movimientos espirituales; que lo que realiza la materia sutil
en el mundo material, hace la gracia en el mundo espiritual. En el orden inferior existen
tan sólo las sustancias, los modos, los accidentes y las relaciones; en el espiritual, el
alma con sus modos, accidentes y relaciones; todas estas relaciones guardan semejanza
entre sí. Ya hemos dicho que los modos naturales del alma son los diversos actos del
entendimiento y de la voluntad que ella produce de tiempo en tiempo por sí y en sí;
semejantes a ellos son los auxilios divinos, en cuanto realidades transeúntes que pueden

233
considerarse como modos de nuestros actos de entendimiento y voluntad, pero modos
sobrenaturales que no pueden ser producidos con las fuerzas naturales, ni algo debido ni
capaz de ser adquirido por nadie, sino concedidos a nosotros por solo Dios de manera
transeúnte para realizar el bien y evitar el mal, que se producen en nosotros, pero no por
nosotros, aunque tampoco sin nosotros, como algo meramente pasivo, sino como algo
con lo cual nosotros obramos activamente. En este orden de cosas, los accidentes son la
gracia santificante, los hábitos de fe, esperanza y caridad y las demás cualidades que
Dios infunde permanentemente en nuestra alma, y que son como los accidentes físicos
en el orden material, en donde el objeto causa en nosotros permanentemente tan
diversas y tan gratas sensaciones, pero sólo desde su superficie por medio de los
diversos corpúsculos, movimientos y modificaciones a la que se junta. Las relaciones,
como en el orden material, son aquellos estados que resultan sin más como efecto de las
diversas circunstancias que nos relacionan con Dios y las cosas sobrenaturales, como
son el estado de gracia, de amistad con Dios, el estado de gloria, o el estado del pecado,
el estado de culpa y de castigo. Porque así como en el mundo se nos dice a veces sanos,
fuertes, nobles, inteligentes, hermosos, etc., o por el contrario, enfermos, débiles,
plebeyos, tontos, deformes, etc., cosas todas que son como estados naturales que
provienen como resultado de diversas relaciones o puntos de vista que a su vez originan
una determinada denominación, así en el orden espiritual se dirá que somos santos,
gratos a Dios, hijos suyos, dotados de fe, esperanza y caridad, etc., o por el contrario,
réprobos, no gratos a Dios, hijos del diablo, obstinados, etc., realidades que son estados
sobrenaturales que provienen de la gracia o del pecado, y que originan las
correspondientes denominaciones.

20. Entre estas relaciones hay que tomar en cuenta en primer lugar aquella que,
juntamente con nuestra libertad, lleva consigo la gracia auxiliante, entre la cual y
nosotros se establece tal proporción o relación, que con certeza habremos de dar nuestro
consentimiento, v. gr. con el auxilio A, aun cuando después no demos nuestro
consentimiento con el auxilio B, ya sea éste exactamente igual, más fuerte o más débil
que el auxilio A; esto es lo que exige nuestra libertad por su misma esencia. Por lo
mismo, será también verdad que mientras Pedro da su consentimiento a un determinado
auxilio, Pablo puede negar el suyo al mismo auxilio o a uno semejante. ¿Quién podrá
percibir en este aspecto lo vario de nuestras determinaciones? Únicamente Dios. Y ¿en
qué? Únicamente en la proporción que existe entre la gracia y nuestra libertad. Para que
se entienda más claramente mi pensamiento, téngase en cuenta además lo siguiente:
aunque alguien cuente con un mismo auxilio, puede variar la proporción, relación o
conexión entre dicho auxilio y el alma, porque, si bien el alma es siempre esencialmente
la misma, sin embargo pueden variar las condiciones, la indiferencia, las circunstancias
o el acto primero próximo en los diversos tiempos, ocasiones o sujetos; y como la
determinación de nuestra voluntad depende de todos estos elementos, no hay que
extrañarse de que hoy día preste mi consentimiento al auxilio A, y mañana lo niegue al
auxilio B, o que, mientras Pedro da su consentimiento a un determinado auxilio, Pablo
lo niegue, y viceversa. Esto ocurre en tal forma, que no se puede dar ni buscar otra
razón de que en un determinado instante demos nuestro consentimiento o lo neguemos
sino porque así es como queremos proceder, porque es lo que nos agrada, porque
siempre percibimos algún bien en aquello que elegimos. Aunque no hubiera otro
incentivo que el poder ejercer nuestra libertad, esto sólo sería suficiente. Y como con el

234
correr del tiempo, aunque no cambien los otros elementos, no pueden dejar de cambiar
al menos las circunstancias del tiempo mismo, esto basta para que cuando lo deseemos
varíe la proporción entre la gracia y nuestra libertad. Y así es como, con la indiferencia
propia de los peregrinantes, y aun estando nuestra alma en equilibrio, por el hecho de
ser inestables y tomar gusto de la inestabilidad y la variedad, rechazamos en un
determinado instante lo mismo a que nos abrazamos en un anterior instante. Con todo,
no hay que atribuir este hecho a la gracia, que suponemos es la misma en ambos
instantes, sino al hecho de que, con el cambio de las circunstancias, se cambia nuestra
mente, lo que da como resultado el que necesariamente se cambie también la proporción
entre ella y la gracia, como es obvio. Por lo demás, si entendiéramos esta proposición
sólo por la ciencia media (lo que tal vez tiene más visos de verdad, porque es algo
intermedio entre la ciencia de simple inteligencia y la ciencia de visión, participando en
algo de una y otra, como resulta claro a quien pone atención), sin duda existiría la
ciencia media; pero entonces habría que decir que se conoce el consenso no sólo en sí
mismo, sino principalmente en aquella proposición como medio infalible.

21. Para que se entienda mejor la proporción de que hemos hablado, hay que decir
algo más: aun suponiendo –si se quiere, por un imposible– que se den idénticas
circunstancias y un mismo auxilio divino, puede haber todavía una razón para que
Pedro pudiera consentir y Pablo disentir; esta razón estaría en que, si bien las almas de
Pedro y Pablo coinciden en lo esencial, difieren sin embargo accidentalmente, al igual
que sus cuerpos, lo que bastaría para cambiar la proporción, relación o conexión entre
ellas y la gracia divina; y por lo mismo no sería extraño que Pedro consienta con el
auxilio A, del cual Pablo disiente, o viceversa; y que lo que en uno es gracia sólo
suficiente, en el otro sea gracia eficaz, puesto que en virtud de aquella diferencia
accidental en sus almas, puede ser distinta la proporción entre ellas y la gracia. Incluso
en un mismo hombre y tratándose de una misma alma, que unas veces da su
consentimiento y otras lo niega a una gracia hasta más intensa, basta que se cambie el
tiempo, para poder decir que han cambiado las circunstancias y la proporción respecto
de la gracia. La proporción de que hablamos consiste en una especie de inclinación,
afecto, modificación que existe en nuestra alma frente al bien, en tales condiciones que,
aunque sepamos que podemos no hacer el bien, sin embargo atraídos por la suavidad de
la gracia, nunca dejaremos de hacerlo. Esta es la eficacia. Por el contrario, la ineficacia
está en que, movidos por los atractivos del pecado, anulamos aquella modificación que,
de no ser así, tendría la gracia, y vamos tras el mal. Esta necesidad es por cierto una
necesidad moral, pero en su género no menos infalible que la necesidad física; y así
como de la necesidad física se deduce legítimamente el efecto físico, aunque
metafísicamente pudiera no ser así, del mismo modo de la necesidad moral se deduce
legítimamente el efecto moral, aunque físicamente pudiera darse algo distinto. Por
cierto los que se mantienen en ocasión próxima se sienten atraídos al pecado con
necesidad moral de tal manera que les es moralmente imposible resistir, pero pecan
porque libremente eligen el pecado; de manera semejante, los que están como
asegurados por el atractivo y dulzura de la gracia eficaz, aunque se sientan atraídos con
necesidad moral hacia lo bueno de tal manera que les sea imposible no obrar el bien, sin
embargo adquirirán mérito porque libremente eligen el bien. Esta es la proporción de la
gracia. Según esto, la que hoy día fue para mí sólo gracia suficiente, por más intensa
que sea, el día de mañana podrá ser gracia eficaz, aunque sea menos intensa, y

235
viceversa; porque lo que hoy día quiero puedo rechazarlo el día de mañana, por
haberme inclinado a otra cosa, y viceversa, por la única razón de que eso es lo que
quiero si es de mi agrado. De lo dicho tenemos que concluir que Dios no ve
infaliblemente el consenso de la creatura en sí mismo, ni en la gracia o en la promoción,
ni en ningún otro elemento concomitante, como en medio, sino que lo ve tan sólo en
aquella proporción y relación de nuestra libertad con la gracia divina, y ahí es donde
conoce infaliblemente nuestro asentimiento o disentimiento. Esto es lo que tal vez se
puede decir en una materia tan profunda, sin que sea algo perfectamente claro: a mi
juicio, todo lo que he dicho no es sino un balbuceo; todas estas realidades son enigmas
que jamás podremos comprender en este mundo y que allá las veremos cara a cara.
Nada afirmo, nada doy por decidido y descontado. Lo único que sospecho es que tantas
nebulosidades que se dan en la Teología, tantas querellas, tantas controversias entre los
doctores se deben a que hemos errado en la misma base: no hemos dado todavía con la
auténtica filosofía, y no hay que extrañarse de que, siendo ésta el punto de apoyo de la
Teología, haya tanta oscuridad en esta última. Hay que revolver los viejos fundamentos
analizándolos con más cuidado con la balanza de la razón y dejando en pie solamente
aquellos que sean absolutamente firmes: sólo lo que se edifique sobre ellos tendrá la
deseada solidez. Pero esto rebasa las capacidades humanas y más bien habría que
dejarlo a cargo de algún ángel que tal vez pudiera venir algún día.

22. Baste con lo que hemos dicho en síntesis. Volviendo al hilo de la cuestión,
concluyamos refutando a Milliet: si, como hemos visto, fundándonos en las realidades
materiales y en las opiniones de los doctores, aunque tal vez sean falsas, llegamos a
tener algún conocimiento del mismo Creador, ¿por qué no podremos conocer lo
referente al mundo creado por Él, basándonos en el sistema de Descartes, aunque fuera
pura ficción y pura imaginación? Sobre todo, siendo verdad que en esta materia se da
una proporción mayor entre los conceptos que en la otra que se refiere a Dios; en lo que
estamos tratando comparamos siguiendo a Descartes, lo finito con lo finito, mientras
que los teólogos comparan lo finito con lo infinito, conceptos que, como es sabido, no
guardan entre sí relación alguna. Con razón solía decir este filósofo de gran
clarividencia: y sin embargo me agrada la fábula de mi mundo. A esto se añade que no
es verdad que el sistema de Descartes no sea verosímil. Por mi parte sostengo que es un
sistema tan bueno, que si Dios en este momento revolviera todos los seres y los redujera
al antiguo caos, siguiendo las leyes de dicho sistema podría volver a construirse el
mundo; y no habría que atribuir esto a la casualidad, como pretendían los antiguos que
ignoraban la existencia de la causa increada, sino a la actividad y virtualidad de los seres
naturales, cada uno de los cuales incluso en el caso de darse el caos, observaría las leyes
que en su sabiduría le asignó el Creador desde la eternidad. Por tanto, sea cual sea la
confusión y el caos en que estuvieran los seres, se encontraría un camino para que
pudiera cada cual desembarazarse de los otros y llevar a cabo por separado sus propias
operaciones de acuerdo con sus exigencias y diversos órganos. ¿Acaso el fuego, donde
quiera que este, dejará de quemar? ¿El agua dejará de enfriar? Y así otras cosas. Estas
son leyes estables, inmutables. Pues bien, si la omnipotencia de Dios conserva y ayuda
siempre y en todas partes a dichos entes en sus tendencias, no habrá que extrañarse de
que pudieran producir sus efectos y conformar de nuevo el mundo tal como es ahora. Y
si podemos afirmar esto con razón siguiendo la opinión más probable que no carece de
base, ¿por qué no podremos defenderlo siguiendo la opinión de Descartes? ¿No se

236
podría decir lo mismo siguiendo la opinión de los peripatéticos y suponiendo que Dios
conservara las fuerzas y cualidades de los seres tal como existen de hecho en la
actualidad, con el mismo número, peso y medida? El fuego, tal como ahora quema,
quemaría también y ejercería sus mismos poderes en medio de aquel supuesto caos. De
lo contrario, habría que inferir que no se han conservado sus mismos poderes. Lo
mismo tratándose de otros seres. Luego se puede afirmar lo mismo siguiendo la opinión
de Descartes: según ella, si se la entiende bien, Descartes no excluye las cualidades y
virtualidades que señala Aristóteles; lo único que hace es explicar mecánicamente y
describir estupendamente los modos como aquellas se reducen a su acto.

23. Pero para que no haya ninguna contradicción en su sistema, y que el mundo,
en el caso que hemos supuesto, volvería a ser el mismo que es en la actualidad, voy a
analizar cuatro puntos que impugna el ilustre adversario, a saber, la identidad del
movimiento, sus diversas clases, el orden de las partes y la formación del sol; prescindo
de los puntos que ya han sido suficientemente resueltos en lo que antecede, que son los
siguientes: que parece sólida la razón que se apoya en la inmutabilidad; que no se
produce ningún movimiento si no es ab extrínseco: desde fuera; que los cuerpos blandos
cuando pierden de pronto todo su movimiento, lo hacen por el influjo recibido de la
materia sutil; que es falso que según la doctrina de Descartes los cuerpos más pequeños
no ejercen ninguna fuerza contra los mayores; y que la materia sutil se mueve a enorme
velocidad entre los glóbulos o pequeñas esferas. De todos estos puntos hemos tratado lo
suficiente en las páginas anteriores. Voy pues a hablar de los cuatro puntos antes
mencionados, que deben quedar perfectamente claros, porque son las realidades a las
que se reducen principalmente todos los elementos del universo. Y es que los cuatro
elementos de los peripatéticos, el agua, el fuego, la Tierra y el aire; o los cinco
elementos de los químicos, la sal, el azufre, el mercurio, el flegma, la cabeza muerta, y
otros elementos de diversa índole, sean muchos o pocos, de los Atomistas, pueden ser
aptos para explicar algunos fenómenos más simples; pero para la explicación de los
fenómenos más sutiles o difíciles hay que recurrir necesariamente a los tres famosos
elementos de los cartesianos, la materia sutil, la globulosa o esférica y la ramosa, como
se desprende claramente de todo este tratado. Y admiremos de paso una sola cosa en
esta terna de elementos: su congruencia. Efectivamente, como hay sólo tres principales
clases de cuerpos, los celestes que emiten luz, los aéreos que la transmiten y los
terrestres que la reflejan, en congruencia con esto son también sólo tres los principales
elementos que tienen que ser los primarios, a saber, la materia sutil correspondiente a
los cuerpos celestes, la globulosa correspondiente a los aéreos, y la ramosa
correspondiente a los terrestres. En el decurso de nuestra exposición iremos aclarando
todo lo referente a ellos.

24. La identidad del movimiento ha de entenderse como sigue: el uso del término
equívoco la misma, no es un juego de palabras, como pretende Milliet, para indicar
solamente la igualdad y no la identidad, no. Se habla y se ha de entender de la verdadera
identidad, como voy a explicar, a fin de no confundir lo verdadero con lo falso. Cuando
los cartesianos dicen que se conserva el mismo movimiento, no hablan de un accidente
físico inherente a otro ser, como quieren los aristotélicos, o de algún ente absoluto que
pasa de uno a otro como venido de fuera, por ejemplo como pasa una moneda de las

237
manos del deudor a las del acreedor, no. Lo que entienden por ello es sólo un modo de
un cuerpo móvil que, al incidir éste contra otro cuerpo y moverlo, como que se
reproduce en este segundo cuerpo que no tenía antes ese movimiento; pero esto, no
porque se introduzca adecuadamente el mismo movimiento numérico, pues tal cosa
sería imposible, toda vez que el modo depende esencialmente del cuerpo modificado y
no es otra cosa, como ya quedó explicado, que el mismo cuerpo con una determinada
relación a las cosas externas; precisando más, el mismo en cuanto a la especie, a la
causalidad, a la dependencia, a la relación y conexión, o sea, el mismo al menos
inadecuadamente; y es que hay una dependencia mutua en la respectiva modificación
de los dos cuerpos en cuanto al movimiento de acuerdo con la proporción del impulso
que imprime el cuerpo móvil en el cuerpo al que pone en movimiento y en cuanto que el
movimiento que se suprime o desaparece en el un cuerpo aparece en el otro con la
misma fuerza. Expliquémoslo con el ejemplo de lo que acontece con cuerpos tangibles.
Supongamos dos bolas de Tierra suave, igualmente redondas que chocan entre sí;
después del impacto se verá que ambas se han achatado un poco en el punto de
contacto. Pregunto: por este hecho ¿vamos a decir que no sigue ahí la misma Tierra, la
misma cantidad, la misma cosa, la misma naturaleza, las mismas bolas? No sólo que
queda todo eso, sino también el mismo color, la misma flexibilidad, la misma lisura, la
misma superficie, etc. que había antes; y si bien ha cambiado un tanto la figura, no se
puede decir que es una figura francamente distinta sino solamente que se ha modificado
en parte la figura anterior. No hay, pues, nada nuevo a excepción de aquel modo
concerniente a dicho cambio que depende del mayor o menor impulso de la una bola
contra la otra. Pues bien, en esto consiste el movimiento que no significa otra cosa sino
las esferas con distintas relaciones a lo exterior; luego al menos inadecuadamente
permanece la misma cantidad numérica de movimiento. Así hay que entender el tránsito
del movimiento de un cuerpo a otro y, si se trata de un tercer cuerpo, también se realiza
y se explica perfectamente con la distinción real inadecuada.

25. Supongamos así mismo dos esferas de hierro. Después del impacto producido
entre ellas, no habrá una configuración distinta y permanente que se perciba con los
sentidos, como en el caso anterior, a causa de la elasticidad y de la dureza del hierro,
pero sí habrá un cambio transitorio e insensible como el que veíamos antes de hablar de
la piedra que se arroja: ambas esferas experimentarán momentáneamente ciertas
inflexiones y sacudimientos y se dilatarán sus partículas en virtud del impacto sufrido y
se contraerán por la presión recibida del aire, en serie sucesiva de reacciones,
continuándose el proceso y perdiendo gradualmente algo del movimiento adquirido
hasta quedar en perfecta quietud. Nuevamente hay que decir que aquí no se ha
producido nada nuevo de aquellas configuraciones pasajeras –en contraposición a las
permanentes del caso anterior-, que dependen del impacto recíproco experimentado por
las esferas. Ahora bien, dichas configuraciones sucesivas no son otra cosa que las
mismas esferas con diversas relaciones a los objetos exteriores, permaneciendo
idénticas las esferas; luego de esto se deduce la permanencia de la misma identidad de
movimiento. Por lo tanto, el movimiento consiste en aquellas configuraciones. En
efecto, como las esferas adquieren sucesivamente diversas ubicaciones en virtud de sus
respectivas configuraciones, y como el movimiento no es sino una ubicación sucesiva,
una sucesiva relación hacia los cuerpos circundantes, el movimiento tiene que consistir
en dichas configuraciones. Por consiguiente no hace falta el paso material del

238
movimiento de una esfera a la otra, como podría decirse sólo en el caso de que el
movimiento fuera un accidente físico. Siendo en cambio, como decimos nosotros, sólo
un modo del cuerpo, su explicación no puede ser otra sino precisamente aquellas
configuraciones en virtud de las cuales tienen lugar las respectivas relaciones nuevas,
los cambios de los poros, las luchas externas, la elasticidad, la materia sutil y toda la
dependencia de un movimiento respecto de otro. Por lo tanto, y para concluir, queda
asentada no solamente la igualdad del movimiento sino también su verdadera identidad,
puesto que permanece la misma materia, permanecen los mismos poros, los mismos
filamentos, el mismo cuerpo, la misma cantidad, la misma esencia, la misma causa de la
elasticidad y todo lo demás tanto en la una como en la otra esfera; esto y no otra cosa
conlleva y significa la razón formal del movimiento y es lo que da lugar al mencionado
modo de configuración. Si los modos suprimieran la identidad de las cosas, San Pedro,
su alma unida de nuevo al cuerpo, no se podría decir que es al mismo San Pedro, pues
se supondría que esta segunda unión sería distinta de la primera.

26. Se deben considerar ante todo tres clases de movimiento teniendo en cuenta
las partículas en que se divide la materia y según su naturaleza y esencia: un
movimiento velocísimo, correspondiente a la materia sutil, uno más lento o no tan
veloz, correspondiente a la materia globular, y uno más lento, correspondiente a la
ramosa; pero todos estos movimientos si se los compara con lo que vemos en el agua,
en el aire y en los demás cuerpos sublunares hay que decir que son extremadamente
veloces. Carecen de valor las objeciones que acumula el Matemático al decir que el
movimiento de la materia sutil sería tan veloz, que llegaría a ser infinito para poder
llenar todos los vacíos que irían apareciendo entre los glóbulos que también estarían en
movimiento, y que, por tanto, o la materia se dividiría hasta el infinito exigiendo un
tiempo también infinito para llenar aquellos vacíos, o que el movimiento sería algo
distinto de lo que decimos nosotros: serían objeciones sin valor, porque, como ya hice
notar más arriba, eso sería caer sin necesidad en el problema del infinito. Además las
partículas ramosas del tercer elemento, que se mezclan con la materia sutil, son
innumerables y de figuras las más variadas, ya puntiagudas, ya triangulares, estriadas,
piramidales, en forma de arco, cilíndricas, cuadradas, cónicas, etc.; de modo que no es
difícil que puedan ser introducidas en forma de cuñas de acuerdo con la necesidad, en
todos los ángulos, los vacíos y los espacios abiertos, y llenar todo sin que haga falta una
división actual de la materia sutil hasta el infinito. Por lo demás, se puede muy bien
conjeturar que de la acumulación y de la variadísima combinación de tantísimas
partículas a que da lugar el contacto de los glóbulos que se mueven en todas
direcciones, puedan muy bien surgir cuerpos mayores; y como estos cuerpos son
irregulares, y han adquirido una configuración no muy apta para el movimiento, y como
las partículas redondeadas de que están compuestos los dos primeros elementos, tendrán
que moverse más lentamente que aquéllos, los que a su vez, dada su mayor movilidad,
habrán de conservar su anterior fluidez, mientras las otras a su tiempo la irán perdiendo
con la adición de nuevas y nuevas partículas, hasta conformar un cuerpo duro y sin
movimiento. Esto vemos a diario en el hielo y en la coagulación: al quedar impedido
por el frío o por los elementos coagulantes el movimiento céntrico de las gotas de agua
o de los otros líquidos, se combinan y concentran las partículas formando un cuerpo de
carácter sólido; de donde se deduce que puede suceder lo mismo con las partículas

239
ramosas del tercer elemento y con tanto mayor éxito cuanto que los cuerpos que de allí
resultan adquirirán una dureza mayor.

27. Todo esto vale para la velocidad en general. Pero se preguntará cómo tienen
lugar aquellos movimientos, cómo se producen las diversas velocidades específicas.
Respondo: lo podemos descubrir recurriendo nuevamente a lo que nos dice la naturaleza
y suponiendo, según la hipótesis de Descartes, que la materia fue dividida desde el
principio en infinitas o indefinidas cuadrículas o cubos y que recibió una cantidad fija
de movimiento, de la que hemos hablado tantas veces. No importa que se crea que es
imposible esta cantidad de movimiento así considerada, o que es posible –prescindimos
de esto-, aunque por otra parte apenas se podrá negar que es posible al menos por
milagro si se recuerda lo que dijimos al comienzo acerca del Santísimo Sacramento; lo
que digo es que toda aquella materia dividida al principio en cubos indefinidos, podrá
muy bien moverse, con sólo que se compenetren un poco los ángulos o superficies de
los cubos, o con sólo que se reconcentren en sí mismos –cosa que no es imposible-,
podrá moverse, digo, la materia sin que haya temor de que se produzca vacío alguno.
Sea como sea, aun cuando fuera imposible, todavía en ese supuesto se puede preguntar
qué sucedería si la materia dividida así en cubos comenzara a moverse: muchas cosas se
proponen como imposibles y sin embargo no deben despreciarse enteramente. Pues
bien, si se admite esa suposición, lo primero que ocurriría sería la siguiente: todos los
cubos comenzarían a sacudirse sobre su propio eje restregando su superficie una contra
otra y adoptando paulatinamente la figura de semicírculo; seguirían luego moviéndose a
una y otra parte como hacemos con las manos que, obligados por el frío, las
restregamos. Es claro que entonces irá despidiéndose una cantidad de materia mucho
más sutil de la que había antes, debido a la fricción finísima que no puede menos de
barrer el polvo sutilísimo aun en grado sumo. A fuerza de repetirse este proceso
acabarán por adoptar una figura circular equivalente al cilindro, para continuar
moviéndose sobre su propio eje y en círculo; con esto se tendrán innumerables
partículas que habrán obtenido una figura esférica, como acontece con las partículas de
plomo que puestas entre dos piedras de molino, adquieren dicha figura debido al
movimiento, a saber el movimiento de vértigo, de remolino, de rotación que
corresponde al movimiento de cada partícula sobre su propio eje y su propio centro, y es
en concreto el movimiento propio de la materia globular.

28. Sigamos adelante: muchos de aquellos pequeños cilindros que no pudieron


llegar a la forma esférica, con el ímpetu del movimiento general, tratarán de salir
disparados junto con los glóbulos con que están mezclados, hacia alguna parte distante
del centro del movimiento circular; porque por otra ley natural, los objetos que
adquieren este movimiento tratan de salir en dirección recta por la tangente, como
sucede con la honda y otros objetos que se los hace girar. ¿Qué sucederá? Chocarán los
cilindros contra los cilindros, los glóbulos contra los glóbulos, las partes de abajo contra
las de arriba y viceversa; cambiarán la inclinación de los ejes, y se mezclarán entre mil
impulsos y sacudimientos; seguirá entonces una verdadera lucha a sangre y fuego: habrá
partículas que se rompan y se despedacen adquiriendo las más diversas figuras y
fragmentándose en forma de media luna, o en forma cuneiforme, molar, triangular,
cuadrada, piramidal, cúbica, de paralelogramo o de trapecio, y mil más. Divididas así,

240
seguirán moviéndose, o más bien se verán impelidas desde fuera por no ser aptas, dada
su configuración, para producir su propio movimiento desde su interior; estarán, pues,
sujetas a toda clase de movimientos y seguirán chocando unas con otras, los ángulos
contra las superficies, los lados contra los lados en continuo proceso de fragmentación,
como si se tratara de un ejército que no sabe qué determinación o dirección tomar y
dispuesto a lanzarse en todas direcciones o hacia donde le empuje la suerte. Este
conglomerado de partículas corresponde a la segunda clase de movimiento que tiende a
propagarse en toda dirección, hacia arriba y hacia abajo, a la izquierda y a la derecha,
según la dirección del impulso que recibe de fuera: es el movimiento propio de la
materia ramosa. ¿Quién no ve que de tan diversos movimientos de estas partículas
habrán de originarse no sólo mayores cantidades de partículas redondas o glóbulos
perfectamente conformados, correspondientes al segundo elemento, además de otras
innumerables partículas de forma irregular propias del tercer elemento? Y sobre todo un
tipo especial de materia sutilísima de máxima fluidez, llamada a invadir el universo
entero con la fuerza de su impulso –el más veloz que pueda concebirse, como si fuera la
raíz y principio de todo movimiento que todo lo domina. Esta es la que Descartes llama
la materia sutil propia del tercer elemento. Sus partículas no solamente se moverán
sobre su propio eje y en todas direcciones según la necesidad sino que todas tratarán así
mismo tiempo de lanzarse en línea recta en dirección al cielo: pero como en estas
regiones encontrarán otra multitud de partículas semejante a la anterior, dada la pugna
universal entre los diversos grupos de partículas, y no podrán romper la resistencia de
las mismas para seguir subiendo, tendrán que refrenar su impulso y que cambiar su
curso en dirección al occidente sin dejar de tender hacia arriba. Pero como en todas
partes encuentran la misma resistencia y jamás encuentran una salida en línea recta,
continúan su curso hacia el occidente en tal forma que acaban por volver al punto de
donde salieron. Así tenemos la tercera clase de movimiento, a saber, el movimiento
circular definido con dirección a una zona también definida, tipo de movimiento que es
propio de la materia sutil.

29. Creemos que la materia sutil gira de oriente a occidente llevada por este
movimiento (que conviene tener muy en cuenta por ser el más importante); y es que no
puede estar inmóvil, como ya hemos dicho, y no puede moverse si no es en círculo,
mientras nosotros que estamos en medio de ese fluido como los peces en el agua, le
asignamos las denominaciones de oriente y occidente con relación a nosotros. Gira,
pues, la materia de oriente a occidente, pero no aislada de los demás elementos, sino
arrebatando consigo a todo este fluido que vemos y nos rodea y en medio del cual nos
encontramos y nos movemos también, fluido que llega hasta el cielo y está compuesto
tanto de la materia globular como de la ramosa y de otras partículas del mismo aire más
denso. Y mezclada como está con las demás partículas, y como es mucho más
abundante y lleva una velocidad mucho mayor, obliga a toda la atmósfera a seguir su
propio impulso de oriente a occidente, como hace el viento general de la zona tórrida,
que con la mayor fuerza y rapidez de que está dotado, empuja a los otros vientos y los
va llevando hacia la misma zona. Pero esto, sin impedir los otros movimientos
particulares propios de cada elemento. Los glóbulos, por tanto, conservan su propio
movimiento sobre su eje, y la materia ramosa el suyo en todas direcciones. Se
conservan igualmente todos los demás movimientos accidentales de las diversas
materias, al igual que el de la misma materia sutil, movimientos que se realizan ya sea

241
sobre su propio centro, ya en todas direcciones, o de cualquier otro modo según las
diversas circunstancias que se vayan presentando. La razón es que lo general no impide
lo particular. Tan es así, que si el fluido se viera impedido por algún obstáculo de seguir
su curso inicial, buscará modos de moverse en cualquier dirección para poder llegar a
donde pretende por vía indirecta ya que no se lo permite por la vía directa. Tenemos el
ejemplo de esto en el río: sus aguas, cuando topan con las piedras que encuentran al
paso, se dividen y buscan otras direcciones para proseguir su curso oblicuamente. De
otro lado este flujo de la atmósfera es la verdadera raíz y principio de la elasticidad,
como el movimiento de las partículas sobre su propio centro es la causa del equilibrio
que hay en el fluido: lo primero, es decir el flujo de la atmósfera, es la verdadera causa
de que en todas partes esté presente aquella fuerza maravillosa, como lo segundo, es
decir el movimiento de las partículas, es la causa de que un grupo de partículas ocupen
las partes superiores y otro las inferiores, puesto que las que se mueven con mayor
velocidad se precipitarán hacia arriba y las menos veloces irán hacia abajo. Tengamos
muy en cuenta la diferencia entre estos dos movimientos: el primero que va de oriente a
occidente, se realiza en forma de remolino, de modo que las partes inferiores o más
próximas al centro se mueven más velozmente que las superiores tal como ocurre en los
remolinos; y el otro movimiento en el que cada partícula se mueve sobre su propio
centro, se realiza como el movimiento de una rueda sólida, en el que las partes más
próximas al centro se mueven más lentamente que las exteriores.

30. Al considerar los tres elementos por separado, no nos fijamos especialmente
en los poros o en la elasticidad, como hacemos al estudiar los otros cuerpos, porque
pueden hacer el papel que hacen los poros, los mismos espacios vacíos que quedan
esparcidos por doquiera entre los glóbulos, y las escamas equivalen a los filamentos y
nexos que dan lugar a los poros en los otros cuerpos, y el continuo flujo de la materia
sutil da lugar a la elasticidad; y esto, para que no se produzca un proceso en infinito, o si
se prefiere, para evitar el miedo al infinito, o como se dice a otro propósito, el miedo al
vacío, es decir, para no tener que vernos con las dificultades del infinito, las cuales,
como he sugerido ya muchas veces, son más de temer que el mismo vacío. Únicamente
los demás cuerpos más densos tienen poros y elasticidad: en efecto las escamas son las
que forman los filamentos y nexos que forman los poros, y los glóbulos son los que con
su tensión conservan unido todo el conjunto y finalmente la materia sutil es la que con
su natural influjo a través de los poros, determina el sitio y estado en que debe
mantenerse cada cosa. De todo esto y según las exigencias de la naturaleza y de las
causas concurrentes, se origina la forma sustancial, cuya existencia difícilmente se
puede negar. Este estado parece ser el connatural a los cuerpos, y cuando se turba,
cuando v. gr. se doblan los filamentos, cuando los poros experimentan un cambio
debido a la violencia externa, tiene lugar la elasticidad, es decir, cuando la materia sutil
con su incursión violenta en los mismos poros pugna por hacer recuperar su anterior
estado al cuerpo que ha sufrido dichos cambios. En este movimiento de la materia que
va, como hemos dicho, de oriente a occidente, en continuo giro, parece que consiste
radicalmente la cantidad fija del movimiento, de que hemos hablado ya tantas veces,
cantidad que en absoluto y en abstracto es siempre la misma, aunque puede ser diversa
en su aspecto relativo y en concreto como aplicada a los distintos cuerpos: como éste es
el movimiento supremo y el más general, y además está difundido por todo el orbe, es
fácil que de él participen en diversas proporciones los cuerpos inferiores o particulares.

242
Además de estas clases de movimiento, se dan otros tipos que son ya propios de los
mismos remolinos, materia de nuestras próximas reflexiones en la que veremos el modo
maravilloso como el movimiento que dijimos tiene lugar de oriente a occidente; en el
remolino de la Tierra se efectúa más bien de occidente a oriente. Los otros tipos
particulares de movimiento que tienen lugar en los cuerpos sublunares que están a
nuestra vista, son sin número, v. gr. el movimiento de lanzamiento, de gravitación, de
inclinación, de balanceo, de sacudimiento, de circulación, de pulsación, de nutrición, de
secreción, de transpiración, de fermentación, de las sensaciones, etc., cuya enumeración
completa sería muy larga. Por lo demás la razón del movimiento de oriente a occidente
se origina, como ya hemos dicho, de la primitiva pugna de las partículas que se daba
cuando en un comienzo se movían los cubos disputándose el dominio de todo el
universo. ¿Quién no comprende que, al surgir aquella ingente cantidad de materia sutil
que dirigía su curso hacia el occidente en precipitada y velocísima carrera,
necesariamente tenían que ceder a ella las demás partes que estaban en plena pugna y
tomar la misma dirección? En todo esto no hay nada imposible y contradictorio, como
pretende Milliet.

31. Pero se dirá: ¿Cómo pudo ser que las partículas del tercer elemento adoptaran
formas tan diferentes y adquirieran un movimiento que les permitiera concentrarse para
formar un cuerpo duro y sin movimiento? ¿Por qué más bien no adoptaron la forma del
primero y segundo elemento, de manera que no dieran origen sino a un inmenso fluido?
Y ¿cómo pudieron nacer de allí tantos remolinos cada uno con su propio centro?
Aquella gran cantidad de elementos, una vez vencidos los demás, hubiera arrebatado
consigo al resto de la materia y como un torbellino incontenible lo hubiera arrollado en
torno a su único centro, y con ello, no hubiera tantos remolinos cuantas son las estrellas,
como quieren los cartesianos, sino que reinaría el sol como único señor de este imperio.
A lo primero, respondo: Es muy fácil de entender. En efecto, o hablamos de las
primerísimas partículas mínimas del tercer elemento, que son más pequeñas todavía que
los glóbulos y están inmersas en la materia sutil entre los vacíos que van dejando los
glóbulos, y entonces afirmo que nacieron tal como hemos explicado como producto de
aquella primera lucha en que estaban empeñados los cubos. En cuanto al movimiento, la
explicación es ésta: por lo mismo que no son figuras redondas, que es la única figura a
propósito para el movimiento, el movimiento que pueden tener les viene de fuera, o hay
que decir más bien que es una mera traslación de un lugar a otro que un verdadero
movimiento: tal ocurre con las cosas que están dentro de una nave, de las que se dice
que más bien son transportadas y no que se mueven: por tanto, aquellas partículas
tienden más bien a la quietud y a formar un cuerpo duro y no al movimiento y a
constituir un cuerpo fluido. En cuanto al hecho de que no se hayan transformado en
otros elementos, es porque así lo exige la esencia del fluido: en efecto, el fluido no
puede constar sino de partículas redondas que puedan moverse continuamente alrededor
de su propio centro; las partículas redondas a su vez, suponen esencialmente vacíos que
necesariamente deben ser ocupados por una materia más sutil a fin de que se evite el
vacío; por otra parte los pequeños vacíos tienen ángulos tan tenues e irregulares que no
admiten sino una materia también irregular, pues de lo contrario habría que conceder
que existe una materia dividida de hecho hasta el infinito: por tanto, si se admiten los
otros elementos, no se puede negar la existencia de esta materia. Así que dígase lo que
se diga, o que estos elementos pueden intercambiarse y transformarse, generarse o

243
corromperse, como dicen los aristotélicos, o lo contrario seguirá siendo verdad que hay
que admitir la existencia de estos tres elementos. Y si se quiere admitir la existencia de
otros elementos físicos de dimensiones pequeñísimas que hayan ido formando un mayor
conglomerado mediante la unión y adición de otras partículas y hayan adquirido una
mayor dimensión haciéndose menos aptos para el movimiento, digo que necesariamente
tendrán que apartarse dejando el sitio a los glóbulos y pequeños vacíos en medio de los
cuales sobrenadan, para ir a revolotear en el fluido hasta encontrar algún equilibrio
equiparándose en tamaño a las partículas que van encontrando a su paso. La razón es
porque todo elemento que está contenido en el fluido tiene que moverse expulsado por
una fuerza mayor. ¿No vemos cómo en la fermentación de los líquidos se unen entre sí
las partículas iguales o semejantes, quedando en la parte superior las más ligeras y
bajando al fondo las más densas, y cómo en la fusión de los metales, como el oro, se
desprenden, disuelven y consumen el plomo, el cobre y las demás impurezas que hay en
la mezcla y que se va separando y precipitando la escoria y queda solamente el oro
purificado y libre de todo? Algo semejantes ocurre en los elementos de que venimos
tratando.

32. A lo segundo digo que nada hay tan fácil de entenderse: en efecto, dada la
extensión tan enorme de la materia primitiva, con la división indefinida de los cubos y
con el impulso comunicado por la acción divina y correspondiente a aquella
determinada cantidad de movimiento, comenzaron sin duda varias porciones de
partículas a concentrarse en núcleos separados, por varios sitios, dirigiéndose a diversas
regiones, como vemos que sucede en el mar, en donde se originan por separado diversos
remolinos y corrientes que giran y giran por diversos sitios. Así sucedió al comienzo:
nacieron tantos remolinos cuantas son las estrellas que miramos y aun cuantos se quiera
imaginar –esto poco importa -, pero todo eso no era sino un juego y algo así como leves
escaramuzas que precedieron a la lucha universal, en que unos sobrevivieron y otros
desaparecieron por completo. Después de tan gigantesca lucha, y mientras el sol con su
velocísimo movimiento iba poco a poco absorbiendo más y más remolinos y
proyectando lejos a otros, quedó fijada la división definitiva de todos ellos, las estrellas
tomaron su propia y permanente ubicación en los confines de ese gran imperio rodeando
por todas partes al torbellino del sol, los planetas definieron sus rutas en el firmamento,
quedando el mismo sol en el centro del espacio para brillar como único dueño y
emperador de tan inmenso imperio. Digamos también que la diversidad de remolinos se
debe a la diversidad de aquellos primeros movimientos de donde nacieron unos para
seguir moviéndose con mayor velocidad, otros con menor, según la mayor o menor
cantidad de materia sutil concentrada en el centro de cada uno. En efecto, en los puntos
de mayor cantidad y concentración de materia, el movimiento de agitación era mayor,
habiéndose también mayor la extensión del remolino, como efecto de la mayor
velocidad con que se movían las partículas, muchas de las cuales se reducían con la
fricción y eran lanzadas a mayor distancia, aumentando así también las dimensiones del
remolino. Un proceso inverso tenía lugar en los sitios de menor concentración de
materia: no había tanta velocidad en el centro, las partículas se movían también con
menor velocidad, no eran lanzadas a mayores distancias y por lo mismo, adquirían
mayor tamaño, quedando también más reducida la dimensión del remolino. Aquí está la
causa de la distinta magnitud de las estrellas: son mayores aquellas en cuyo centro hubo
mayor cantidad de materia, y menores las que tuvieron menos cantidad en su núcleo.

244
Así se explica también la lucha empeñada entre los remolinos y por qué reaccionan y se
excluyen mutuamente al igual que el agua que excluye al aire. Siguen conservando las
características de las diversas partículas de que fueron formados y jamás abandonan su
mutua antipatía. Nada hay de extravagante en esta explicación. ¿Acaso el imperio
romano, que al principio era un solo imperio, no se dividió después de mil convulsiones,
en cantidad de reinos mayores o menores y cada uno con su propio centro conforme a la
magnitud de sus respectivas fuerzas? ¿Por qué va a ser imposible un proceso similar en
el cielo? Si Milliet admite esta posibilidad en un ámbito pequeño, habrá que admitirla
también tratándose de grandes espacios: no habrá disparidad que pruebe lo contrario. Si
bien para nosotros no es legítimo un argumento en que se procede de menor a mayor, no
se puede decir lo mismo respecto de la naturaleza y del Creador, el cual sabe que las
causas que actúan en ámbitos pequeños pueden también, y con mayor facilidad en
ámbitos mayores.

33. Lo que a Milliet le parece totalmente contradictorio es el orden o distribución


de las partes: ¿cómo no va a ser contradictorio –dice-, lo que afirma descartes, primero
que las partículas más grandes se sitúan en la circunferencia de los remolinos, y luego
que son las más cercanas al centro? Pero no debe entenderse así, sin más, lo que dice
Descartes: hay que examinar mejor su pensamiento. Una cosa es que las partículas
tengan un mayor movimiento, o mayor superficie, y otra que sean mayores en sí, es
decir que tengan mayor masa; según los principios suyos más bien ocurre lo contrario:
una partícula mayor en cuanto a su masa, tiene un movimiento menor, y viceversa, y
como las partículas menores han sufrido más divisiones que las mayores y, por lo
mismo tienen en sí una superficie mayor y por su finura tienen una configuración más
apta para el movimiento que la que tienen las partículas más densas, no es extraño que
la materia central las arroje a mayores distancias y se desplacen hacia la circunferencia
de los remolinos; por el contrario, las partículas más densas tienen menor superficie y
una configuración menos apta para el movimiento, tienen mayor peso, y por lo mismo
tienden a ir hacia el centro. Se pueden pues, hablar de partículas mayores y menores en
masa. En este sentido hay que entender lo que dice Descartes y en ello no hay ninguna
contradicción. Por tanto, la distribución de las partículas en los remolinos es la
siguiente; las partículas menores, más sólidas y más aptas para girar con gran velocidad
alrededor de su propio eje, se desplazan hacia la circunferencia; las más densas, más
raras y con mayor masa de cuerpo, se ubican junto al centro, de modo que las partículas
son tanto menores cuanto más distan del centro, en gradación ascendente, y tanto
mayores cuanto más próximas a él, en gradación descendente; pero todas tienden de
suyo por su propio impulso hacia la circunferencia, por efecto de la fuerza de la materia
sutil que continuamente se mueve en circulo en torno al centro del remolino; pero como
hay una saturación completa y las partículas inferiores sufren una presión continua por
parte de las superiores, tienen que cambiar de dirección y continuar su movimiento
circulando de oriente a occidente. Se dan por lo mismo dos movimientos particulares en
cada remolino, movimientos que hay que tener muy en cuenta, uno de oriente a
occidente, otro el propio de las partículas sobre su propio eje. En el primero de estos
movimientos, las partículas se mueven tanto menos cuanto más lejos están del centro, y
la razón es porque este movimiento proviene de la materia sutil que, moviéndose
circularmente en el centro del remolino, impulsa las series de partículas inferiores con
más fuerza y rapidez que las superiores. En el segundo de dichos movimientos sucede lo

245
contrario: cuanto más lejos están del centro del remolino las partículas se mueven a más
velocidad, porque en este caso el movimiento es el que les da su equilibrio, en cuanto
que las partículas que se mueven con más velocidad ocupan los espacios superiores, y
las más lentas, los inferiores. Por lo demás, en medio de cada remolino está el inmenso
espacio al que fue a parar la materia sutil que, una vez que llenó los pequeños espacios
vacíos entre los glóbulos, no tuvo a dónde desplazarse, y con su movimiento y agitación
continua sobre sí misma, se convierte como en el alma de todo el conjunto, en el primer
móvil de aquella máquina, en la modeladora del impulso del remolino y el fuego y
medida de la magnitud de cada una de las estrellas.

34. De aquí se pueden deducir la naturaleza de las otras clases de movimientos que
se dan en los remolinos y que es posible describir muy bien por lo que acontece en los
torbellinos que se dan en el agua o en el aire, y lo primero, la materia que gira a gran
velocidad en el centro del remolino, y que en virtud de su propio impulso tiende a
precipitarse en línea recta hacia fuera, impulsará continuamente en la misma dirección a
los glóbulos adyacentes, y éstos a otros, dando lugar al movimiento que llamamos de
expulsión, en el que todos los glóbulos así impulsados se ubican en línea recta en
sucesión continua desde el centro hasta la circunferencia del remolino. Se cree que este
movimiento causa la visión y muchísimos otros fenómenos. Además de éste, se da
aquel otro movimiento ya mencionado de todo el conjunto globular, en el cual todas las
series de glóbulos a la vez adquieren un movimiento dependiente del centro y que se
continúa en proporciones desiguales y en forma de espiral hasta la circunferencia el
remolino y es similar al que tiene lugar en los remolinos de agua: así, toda la materia
contenida en el remolino sigue el movimiento de la materia central, pero no de una
manera uniforme en todas sus secciones, pues será más veloz la sección cercana al
centro, y más lenta la que está más lejos de él, continuando en gradación hasta la
circunferencia con pérdida progresiva de velocidad, como ocurre en el agua cuando se
mueve en círculo. Este es el llamado movimiento espiral, porque se propaga en forma
de espiral como los hilos del ovillo en la rueca, y es el que hace mover a los remolinos
de oriente a occidente, con movimiento más rápido en las proporciones de materia más
cercanas al centro, y más lento en las más lejanas a él, en sus respectivas revoluciones;
por consiguiente, mientras la materia de la circunferencia realiza una revolución, la del
centro realizará muchísimas. En este movimiento no ocurre lo que en el de la rueda
sólida: en ésta, las secciones internas o inferiores acomodan su curso a la regulación de
las exteriores, de cuyo movimiento dependen, y avanzan siempre con más lentitud sea
cual sea la velocidad de las otras, debiéndose estos a la solidez de la rueda y a la
interconexión de sus partes que hace que ninguna sección se mueva si no es
acoplándose a la otra. En los remolinos por el contrario, todo es fluido y como
inconexo, ni dependen unas partes de otras al punto de no poder moverse por separado;
se puede, sí, decir que más bien las partes superiores dependen de las inferiores y no al
revés.

35. El tercer movimiento es el de proyección o lanzamiento, el cual es más


violento que los otros y tiene lugar en medio del cúmulo del remolino, en dirección a la
eclíptica, como sostiene Descartes, aunque más bien diríamos en dirección al ecuador y
a la zona tórrida por donde pasa transversalmente toda la eclíptica; y la razón de esto es

246
porque la fuerza de todo el remolino se dirige principalmente hacia el ecuador y hacia el
cinturón de la zona tórrida, en donde se divide equidistantemente su eje que va de polo a
polo: cuando el eje se pone en tensión con la fuerza ejercida por la materia que se agita
en el interior, no puede menos de acumular una fuerza mayor en un solo punto, es decir
en el centro y ejercer allí la mayor presión, como ocurre en el arco, que cuando se
encorva, ejerce mayor presión en el punto medio, por donde se dispara la saeta, que en
las extremidades; si se pusiese la saeta en una de las extremidades, al ser arrojada no
tendría ni fuerza ni puntería. Por consiguiente la materia que es más abundante en la
parte céntrica, estará continuamente impulsada hacia el ecuador y hacia la zona tórrida y
no hacia las demás zonas del remolino. El cuarto movimiento, es el movimiento
magnético, en virtual del cual la materia que ha sido impulsada hacia la circunferencia y
hacia el ecuador, se orienta hacia los polos para continuar su movimiento en esa
dirección; y es que al salir de su propio remolino, topa con la materia de los remolinos
cercanos, que es una materia distinta y como enemiga, y se siente repelida por ella,
como ocurre con el agua de las fuentes artificiales, encanto de los parques y jardines: el
surtidor es repelido por el aire y cae desflecado con admirable gracia y variedad de
movimientos. Así la materia, como no puede regresar con la misma fuerza que traía
antes, por la continua serie de empujones que le salen al paso, tendrá que dividirse y
curvar su curso y desparramarse en parte hacia el un polo y en parte hacia el otro del
remolino, y una vez allí, se sigue rompiendo y doblegando por la sucesión de oleadas
que van llegando, y como no puede desparramarse a otros puntos a causa de la
compresión de los otros remolinos, presiona a su vez la materia de los polos en
dirección al centro, a donde vuelve para repetir el proceso. Posteriormente
describiremos la figura especial que compete a esta materia y en la cual consiste la
fuerza magnética. El quinto movimiento es el de trepidación, por la cual una parte de la
materia, al recibir el impulso de otra que le sobreviene, se estremece y se sacude sin
apartarse de su propio sitio. El sexto movimiento es el local por el que una parte de la
materia es llevada violentamente de un lugar a otro. El séptimo es el movimiento de
balanceo, por el cual el eje de todo el remolino se balancea a una y otra parte. El octavo
es el de traslación, por el cual todo el remolino se traslada dejando a uno y acercándose
a otro. El noveno es el movimiento de gravitación que ejerce cada remolino respecto de
otro. El décimo el de inclinación de un remolino hacia otro, etc.

36. No hay duda de que todos estos movimientos puedan tener lugar en mutua
concordancia: basta ver los movimientos que concurren cuando alguien viaja en una
nave sacudida por los vientos y llevando un reloj en el bolsillo: cuántos movimientos no
se dan!: el de la misma nave que sigue su rumbo; el que causan en ella los vientos que la
sacuden, el de inclinación de la nave a un lado y otro, el de balanceo de la quilla, el del
timón, el de tu propia marcha, el del remolino en que se mueve la nave, el de la Tierra
que cada día se mueve sobre su propio centro, y el movimiento anual de la misma en su
órbita, en realidad tiene este último movimiento, etc.; además se mueve también el reloj
que lleva en el bolsillo, y todos estos movimientos no se estorban entre sí. Y en el
mismo reloj se dan prácticamente todos los movimientos que ya hemos enumerado: el
movimiento circular en las ruedas, el del golpe y el impulso de un eje contra otro, el de
elasticidad en la espiral, el de empuje en el martillo, el magnético en la aguja
indicadora, el de trepidación en la campanilla, el local en la antena, el de balanceo en el
nivel, el de traslación en la marcha, el de gravitación en toda la máquina, el de

247
inclinación de los ejes, según las distintas posiciones del reloj en el bolsillo. Todo esto
va más bien a favor del adversario; pero si lo llevan a mal, y lo rechazan como cosa de
poca importancia, no tengo inconveniente; lo único que pretendo es confirmar lo que ya
dije antes: que en un mismo sujeto se pueden dar al mismo tiempo innumerables
movimientos en combinación armónica, sin que se obstaculicen entre ellos, cosa que no
puede negarse; como no pueden negarse los infinitos movimientos que se dan en la
máquina de nuestro cuerpo: el del pulso del corazón y las arterias, el movimiento
peristáltico, el de respiración, el gástrico, el de fermentación de los humores, el de la
transpiración, el de exudación, el de la sensación de las potencias, etc. En la sola
glándula, cuántos movimientos, hacia arriba, hacia abajo, a la derecha, a la izquierda, de
un modo y de otro, tantos que nadie es capaz de enumerarlos y establecer diferencias.

37. Cuanto a la confirmación con que se quiere reforzar el argumento, y que se


refiere a la violencia del movimiento y a la paridad con el péndulo, en nada ayudan al
ilustre adversario, por varias razones. Primero porque no advertimos aquí ni admitimos
ninguna otra violencia que la exigida por el presente estado de cosas en la naturaleza:
así como el vapor no sufre violencia al subir por el aire, sino que lo hace de un modo
natural y por acción de las causas naturaleza que así lo exigen, del mismo modo el
movimiento circular del péndulo se efectúa por la reacción de las causas naturales que
actúan sobre él. En segundo lugar, hay una gran disparidad entre la vía recta del péndulo
y la que exigen los glóbulos en los remolinos: las oscilaciones del péndulo no llegan a
cubrir ni la mitad del círculo, mientras que los glóbulos avanzan a completar todo el
círculo; las vibraciones del péndulo son muy lentas, las de los glóbulos, velocísimas; en
el péndulo todo se puede explicar por medio de la gravedad, como todo lo que ocurre en
los cuerpos pesados, en los glóbulos todo se explica sólo por la razón. La diferencia que
existe entre el péndulo y los glóbulos podemos decir que es la que existe entre los
fenómenos muy visibles y como palpables y los apenas perceptibles: aquéllos, dada su
magnitud se nos presentan en tales condiciones que podemos verlos y palparlos, los
otros, dadas sus condiciones de pequeñez y finura, muchas veces no alcanzamos a
percibirlos ni con nuestra mente y tenemos que contentarnos con rastrear alguna cosa
como de lejos y por meras conjeturas. Por otro lado sabemos que el movimiento en todo
plano inclinado es más lento que el movimiento perpendicular, según que se acerque o
se aleje de la línea perpendicular lo que fácilmente se aplica al péndulo fijado en una
pared, pudiendo darse la misma explicación; por tanto, lo que hace en Tierra el plano
inclinado en diversos grados, es decir, aumentar o retardar el movimiento del cuerpo
que por él se desliza, eso mismo hace el clavo fijado en la pared del que cuelga el
péndulo: como el plano, cuanto más se acerca a la línea perpendicular, tanto más
aumenta la velocidad del cuerpo que por él se desliza y cuanto más lejos está de la
perpendicular, tanto más la retarda, así el clavo ejerce una fuerza tanto mayor sobre el
péndulo cuanto más se acerca éste a la línea perpendicular, y una fuerza tanto menor
cuanto más lejos está de la perpendicular. Aquí se puede admirar una vez más lo que es
la elasticidad de la materia sutil.

38. Expliquemos esto un poco más. Mientras el péndulo cae perpendicularmente


en línea recta, toda la columna de aire que gravita sobre él, tiene que ser sustentada por
el clavo, el cual se comprime y se encorva siguiendo las líneas de la elasticidad; con

248
esto sus poros se contraen, la materia sutil penetra en ellos con más dificultad, y el clavo
ejerce mayor fuerza o presión; en cambio cuando el péndulo se mueve hacia los lados,
cada una de sus partes sufre la presión de las diversas columnas de aire que se van
haciendo más y más cortas, conforme se va elevando el péndulo, y por lo mismo
gravitan sobre él cada vez con menos fuerza, disminuyen también la velocidad del
péndulo y el clavo ejerce menor presión y se encorva menos. Cuando baja el péndulo, el
clavo tiene que resistir y encorvarse mucho más; pero como al descender el péndulo no
aumenta la velocidad de su movimiento en la misma proporción con que la disminuye al
subir, puesto que al subir pierde con cada oscilación algo más de velocidad de la que
gana al bajar, resulta que el cabo de muchas oscilaciones, que pueden repetirse hasta 24
horas si el péndulo es perfecto, quedará inmóvil y en línea perpendicular. En esta
posición el clavo sustenta el mayor peso que puede haber. Por lo que hace a los
remolinos, no se puede decir lo mismo, y la razón es obvia: en el centro del remolino no
hay nada que sea fijo e inmóvil, como para que las partículas que están girando no
exijan continuar por la vía recta y perpendicular con la misma velocidad que tenía antes,
como ocurre en el péndulo, donde el clavo del que cuelga, impide dicha exigencia;
consecuentemente siempre se alejan lo más que pueden. Y pensándolo bien, debo añadir
que el péndulo no sólo no va contra el aserto de Descartes sino que lo confirma, porque
lo que el clavo hace en el péndulo, lo hacen como si fueran planos opuestos, las
partículas superiores del remolino, que resisten a las inferiores que provienen desde el
centro, con tanta fuerza como la que ejerce el clavo para que el péndulo no vaya hacia
abajo en línea recta, lo que hace que las partículas inferiores cambien su movimiento
rectilíneo en circular. En este punto, para proseguir el rumbo comenzado no hace falta
otra fuerza que la necesaria para que el péndulo oscile en su movimiento semicircular,
porque así como en esta fase recibe los impulsos externos para sus vibraciones
ordinarias, del mismo modo aquellas partículas son empujadas desde fuera para
continuar en su movimiento circular; la única diferencia está en que el péndulo, por
moverse sólo dentro de un semicírculo, al ascender disminuye su fuerza de gravitación
sobre el clavo en una proporción más o menos igual a la de la velocidad que gana al
bajar, de modo que la velocidad suple la pérdida en la gravitación, hasta que el péndulo
queda en reposo; mientras que en el remolino no se da este proceso, porque las
partículas se mueven en círculos completos y mantienen siempre la misma velocidad y
la misma fuerza de gravitación, y nunca hay reposo como lo hay en el clavo, porque la
materia del centro que inicia el movimiento jamás está en reposo.

39. Vengamos al plano inclinado: supongamos un plano de forma cuadricular y


que a manera de péndulo, cuelga de un clavo; con la mano hagámoslo subir de un lado y
otro de modo que vaya tomando diversas alturas y hasta completar un semicírculo; en
esta prueba fácilmente se podrá aplicar al plano inclinado todo lo que se ha dicho del
péndulo. En efecto, cuanto más se inclina el plano y va tomando la posición
perpendicular, las columnas de aire que caen sobre él se hacen tanto más largas, tienen
mayor fuerza de gravitación y el cuerpo colocado sobre el plano irá más rápido hacia
abajo; y cuanto menor sea la inclinación del plano y cuánto más se aleje de la posición
perpendicular acercándose a la posición horizontal, tendrá lugar el fenómeno opuesto:
las columnas se acortarán y se volverán menos pesadas, y el cuerpo demorará más en
bajar. Parecería que el plano al ejercer su mayor fuerza procede al contrario de lo que
hace el clavo del péndulo, pues hace mayor fuerza cuando está en posición horizontal

249
que cuando está en posición perpendicular; pero la razón es la misma en ambos casos,
porque lo que hace el clavo cuando el péndulo está en posición perpendicular, hace
también el plano cuando está en posición horizontal, al sustentar como el clavo la
columna de aire que pesa sobre él, pero con esta diferencia: que el plano actúa como si
opusiera sus hombros al peso de la gravedad rechazando esta fuerza de abajo hacia
arriba, y el clavo como si con su brazo suspendiera ese peso desde arriba sosteniéndolo
para que no baje. Pero todo esto pertenece más al campo de las matemáticas. Dentro de
los términos de la física hay que decir algo más, puesto que en relación con las
columnas de aire, no se ha explicado aún cómo ejercen su fuerza de gravitación. Cierto
que para los cálculos de los matemáticos, que no se preocupan sino de los números y no
de las causas y motivos fundamentales de comportamiento de las cosas, lo dicho hasta
ahora es muy útil. Pero, así como los puntos matemáticos son cosa muy distinta de los
puntos en sentido filosófico, pues nadie duda de ellos a pesar de ser meramente puntos
mentales, mientras que de los puntos en sentido filosófico se suscitan tremendas
discusiones y problemas insolubles, así respecto de las columnas de aire los
matemáticos no se cuidan de esclarecer las causas y modalidades de los fenómenos,
dejando toda la tarea a los filósofos. Pues bien, debemos preguntarnos cómo ejercen su
fuerza de gravitación y cuál es la causa de este fenómeno. En este punto, la mejor
explicación es la de los cartesianos: por el movimiento circular de la atmósfera, por la
elasticidad de las partículas y por la materia sutil, o si se quiere, diciendo en pocas
palabras, que es un accidente físico.

40. El péndulo en su movimiento semicircular trata de alejarse del clavo tanto


como los glóbulos en su movimiento circular hacen por alejarse del centro del remolino;
y así como los glóbulos para su movimiento circular reciben el impulso desde fuera, es
decir, de los glóbulos superiores contra los cuales chocan los inferiores, así el péndulo
recibe el impulso para su movimiento de las columnas colaterales contra las cuales
choca alternativamente, pero en ambos casos con el influjo de la fuerza de la elasticidad
a través de la materia sutil que produce el arqueamiento de los cuerpos impelentes y los
impulsados y la contracción mayor de los poros. El péndulo al subir por los lados es
repelido por las columnas de aire que les salen al paso sucesivamente debido a la
reacción de las partículas también arqueadas por la subida del péndulo, y así ante la
resistencia de tantos elementos adversos pierde poco a poco su movimiento inicial y
baja nuevamente. Pero con esto hay un aumento de velocidad por la consiguiente
presión de nuevas series de columnas de aire, seguida de sacudimientos cada vez
mayores, de la acción de la elasticidad y del arqueamiento de las partículas, puesto que
cada columna que sobreviene le comunica nuevo impulso con su elasticidad, y por eso
al llegar a la línea perpendicular el péndulo no se detendrá sino que continuará su
movimiento hacia el lado contrario, en donde se encontrará con las respectivas
columnas de aire y se seguirá un proceso semejante al inmediatamente anterior,
repitiéndose continuamente la marcha a un lado y otro. Pero como en cada una de las
vibraciones pierde algo de velocidad, porque tanto las columnas como el clavo y la
elasticidad, que es la causa radical de este movimiento, pugna por reducirlo a la
inmovilidad, exigidos por los poros que reclaman la configuración de antes, resulta que
el péndulo al cabo de muchas oscilaciones que se van haciendo cada vez menores y más
lentas, tendrá que detenerse en la línea perpendicular, detenido además por las columnas
que han perdido su movimiento y elasticidad, como el brazo de la balanza en equilibrio

250
o la espada en la vaina. Así se entienden fácilmente tanto la gravitación del péndulo
hacia los lados, como su velocidad, la disminución de su movimiento y finalmente la
quietud.

41. Sin embargo y para concluir, por esta vez de acuerdo con Milliet, hay que
añadir que, además de todos aquellos movimientos, que es la forma sustancial propia y
esencial de todo ente material y sustancialmente distinta de las demás; pero esto no por
la razón que señala Milliet, cual es la de que sin ella no se podría explicar la naturaleza
de los movimientos, sino –como ya he dicho a otro respecto-, porque esta forma es
necesaria para explicar la diferencia específica de los entes, y también por la necesidad
de establecer un principio intrínseco que conforme, conserve y repare los filamentos,
poros, nexos y contextura propia de cada uno de los cuerpos y mantenga constantemente
en su estado natural al compuesto al que sirve de constitutivo; porque, dada la
indiferencia de todos estos elementos, si no existiera la forma que es la que suprime la
indiferencia, no se explicaría por qué, al concurrir determinadas causas, no se formara
un cuerpo humano en vez de un cuerpo de león u otro cualquiera, como es evidente. Las
formas, como muy bien dicen los aristotélicos, son el principio de la constitución de los
cuerpos, pero no pueden lograr su efecto sino a través de los medios naturales cuales
son los mil movimientos, corpúsculos, nexos, partículas, poros, etc., que intervienen en
esto, como explican los cartesianos. Pero éstos no tienen razón al insistir, contra los
aristotélicos, en que las exigencias de la forma son algo discursivo, que les sirviera para
distinguir lo que les cae bien de lo que les cae mal; dichas exigencias no son sino modos
particulares o propios de las formas, por cuyo influjo cada forma está muy en armonía
con el respectivo cuerpo tal como está organizado y con otro. Si este cuerpo sufre algún
cambio, la forma dejará de informarlo, o si puede dispondrá a otro cuerpo de parecidas
características para dar lugar a una nueva forma sustancial similar que, en
compensación, le permita continuar en otro cuerpo como elemento informante. Así
como el movimiento, la figura, etc. se llaman y son modos de los cuerpos, también
existen modos relacionados con las formas, lo cuales se armonizan sólo con
determinados órganos o determinados cuerpos y no con otros; con unos son como la
argamasa en los muros de la propia casa, con los otros son como el aceite rechazado por
el agua, en una palabra por los unos son exigidos, por los otros rechazados. Esta es la
función de las exigencias de las formas, las cuales sin embargo no pueden realizar
aquello que demandan si no es a través de los medios e instrumentos naturales de que
está llena toda la naturaleza. Por lo demás, ya advertimos antes que las formas
sustanciales participan más bien del concepto y naturaleza del espíritu que de la materia,
lo cual sin embargo no quiere decir que sus exigencias sean algo discursivo, porque esto
es propio únicamente de la forma sustancial que es espíritu y no de cualquier forma en
general; las que no son espíritu reclaman como propiedad debida a su naturaleza sólo las
exigencias.

42. Tengamos aquí muy en cuenta algo que es causa de los muchos errores en que
caemos en nuestras discusiones filosóficas, y es el creer que una cosa es la potencia
extraordinaria de Dios y otra su potencia ordinaria; y así decimos que con su potencia
ordinaria Dios no puede hacer determinadas cosas, como por ejemplo, que el fuego no
queme, que una piedra no caiga, que el sol no alumbre, etc., pero sí puede hacerlo con

251
su potencia extraordinaria. En esto no perdamos de vista que, aunque en verdad que
Dios puede hacer todo aquello con su potencia extraordinaria, sin embargo no lo puede
sino a través de los instrumentos de la misma naturaleza, sean cuales fueren; el milagro
consiste sólo en que estos medios se aplican en el caso preciso sin que lo exija ninguna
causa sino porque Dios así lo quiere, y no en que Dios opere aquellos efectos
prescindiendo de los medios naturales; porque esto no sería hacer un milagro, sino
engañar como lo hace el demonio. Y para que se vea que las cosas son así, preguntó:
Cuando Cristo, como se narra en el Evangelio, devolvía la vista a los ciegos, hacía andar
a los cojos, daba la salud a los enfermos, etc., ¿devolvía de hecho a los ojos algo que les
faltaba, o quitaba algo que impedía la visión, o no hacía ni una cosa ni otra? Si no hacía
nada de esto, lo que hacía es engañar, pues los que luego veían, no veían de ley natural,
puesto que los ojos seguían como antes, y sólo creían que estaban viendo; pero si
cambiaba algo en los ojos, era señal de que la potencia extraordinaria operaba tal como
lo hubiera hecho la potencia ordinaria al comienzo en el vientre de la madre, es decir
infundiendo nuevos humores, o quitando las cataratas o realizando cualquier otra cosa,
con la única diferencia del tiempo, pues el milagro se realiza instantáneamente y las
operaciones naturales con el transcurso de los días. Pero volvamos a las exigencias.
Convengamos en que cuando nos referimos a un ente y decimos: esta es su exigencia,
ésta es su virtualidad, la forma sustancial exige tales cosas, efectivamente tiene que ser
así; sin embargo también será verdad que esa exigencia no logrará su fin sin servirse de
los medios necesarios para conseguirlo; aquella virtualidad, aquella fuerza, aquella
forma jamás realizará algo prescindiendo de los medios naturales necesarios para obrar,
es decir, de la elasticidad, de la materia, de los glóbulos, de los corpúsculos, de los
poros, de los movimientos, etc., ya que si no hubiera necesidad de todos estos
elementos, sería verdad que siempre estamos en un engaño, y no existiría nada en el
mundo sino aquello que nos parece que existe, y en consecuencia vendríamos a dudar
de lo que dice nuestro filósofo no por el prurito de filosofar, sino que en realidad
podríamos decir que nada existe de verdad sino que todo es mera ilusión y fantasía.
Veamos entonces a qué conclusiones llevan los principios aristotélicos entendidos sin su
respectiva explicación, y qué decir de los principios de los modernos filósofos ingleses,
como de la ley de la atracción de Newton, según los cuales todo sería ley de la
naturaleza y puro efecto de la voluntad de Dios. Siguiendo esta lógica lo mismo podría
decirse de todas las cosas existentes, v.gr. que el sol es la Tierra, que los planetas y todo
este mundo en realidad de verdad son pura nada, que nada sentimos, nada vemos, nada
oímos y que todo se reduce sólo a la voluntad de Dios que así lo dispone y opera sin la
intervención de ningún medio natural, y que así nos engaña. Si no es así, señálese la
disparidad. Es claro que esta manera de pensar es muy afín al escepticismo de los
filósofos de la antigüedad y aun del ateísmo.

43. Hay además otra cosa que hay que tomar en cuenta, y es la cantidad de errores
en que caemos, a más de los ocasionados por nuestros propios perjuicios. Violencia es
la resistencia que padece una cosa cuando se hace algo contrario a sus exigencias; pero
es algo es realidad muy distinto de lo que nosotros imaginamos: no sólo porque creemos
que es una realidad distinta de la cosa, como en el accidente físico inherente al sujeto
que lo padece, como en el caso del calor, del frío, del color, etc., sino también en los
demás casos en los que decimos que se da la violencia, mientras que en otros, aunque se
dé un fenómeno parecido, lo negamos. Pongamos el caso de una madera que se quema,

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del agua que se calienta con la introducción del calor, de una nave sacudida en el mar
por la tempestad, de un cuerpo vivo que es atravesado por una flecha o por un puñal, de
una piedra que se arroja al aire, etc.: decimos que padece violencia únicamente la
madera, el agua, la nave, el cuerpo viviente, la piedra, siendo así que sufre violencia
tanto el fuego como la madera, o el agua, el mar igual que la nave, el puñal, la flecha y
el aire lo mismo que el cuerpo viviente y la piedra, toda vez que el cuerpo que padece
reacciona contra el agente en la misma medida que éste contra aquel, en razón de que
todo ente tiende naturalmente a su conversación y defensa y el cuerpo que es vencido y
destruido tiene tanta exigencia y hace tanto esfuerzo para resistir cuanto pone para
perseverar el cuerpo que vence o es generado. Si el fuego no sufriera ninguna
resistencia de parte de la madera, el calor de parte del agua, el mar de parte de la nave, o
el aire de parte de la piedra, no se explicará por qué la madera no habría de quemarse y
reducirse a cenizas en un sólo instante, ¿por qué el agua no habría de calentarse al
momento, o la nave y la piedra atravesar instantáneamente todo el mar o todo el aire, ya
que cuando no hay obstáculo alguno, todo ocurre al instante, como cuando al abrir los
ojos sin más vemos el sol aunque diste tantísimas lenguas, porque no hay ningún
obstáculo que se interponga. Así mismo el puñal y la flecha si no encontrara resistencia
en el cuerpo viviente, sino opusieran resistencia los espíritus animales, las fibras, los
huesos y la carne, al herir el pecho destruirá de inmediato toda su carne y contextura. La
realidad es que todas las cosas cuando sufren violencia, reaccionan y también la
provocan. Por lo mismo debemos admitir que la acción de la violencia es recíproca, es
decir que si un cuerpo la provoca, también la recibe de parte del otro; aunque en rigor y
hablando en sentido filosófico, hay que decir que no se da violencia, porque no puede
llamarse violencia lo que es una exigencia de las cosas naturales.

44. De suerte que cuando trabajamos, v.gr. si padecemos una enfermedad, si


leemos, o escribimos, no solamente somos nosotros los que sufrimos violencia, nos
fatigamos e incluso desfallecemos, sino que también influimos en el cuerpo contrario,
es decir que, por ejemplo al trabajar los espíritus de nuestro cuerpo ejercen alguna
acción sobre el aire, y a su vez la sangre, los humores, las venas y todo el cuerpo
accionan contra los espíritus excitados más de lo que pide el estado normal, y a su turno
los espíritus excitados en demasía reaccionan en contra de nosotros; si se sienten en
buen estado, reaccionaran en cambio contra los humores pestilentes que vienen de fuera,
y éstos contra aquellos, de manera que, aun en esto resulta verdad que la vida del
hombre sobre la Tierra es un continuo combate, y que los males se curan con sus
contrarios. Todo esto se puede apreciar en el mismo estudio que llevamos a cabo: al
realizar el estudio, sufrimos, nos hacemos violencia a nosotros mismos y nosotros
mismos la hacemos frente, y por eso experimentamos la fatiga. La causa de esta lucha
hay que buscarla en la elasticidad y en la materia sutil. Vemos, pues, sensiblemente que
aquí se da una violencia recíproca, ya que los espíritus de nuestro cuerpo luchan contra
nosotros y nosotros contra los espíritus, es decir las partes volátiles contra las sólidas y
éstas contra aquéllas, como también las internas contra las externas y viceversa; por
ello, para no equivocarnos, tenemos en adelante que afirmar que cuando un cuerpo sufre
violencia, la provocará también contra el otro, en acción recíproca, aunque esto no se
note sensiblemente, pero sin que ello signifique que la violencia es un accidente físico
como se supone, sino explicándolo todo por los movimientos y la elasticidad de los
diversos agentes. La naturaleza cuida del equilibrio y del ahorro de fuerzas, y así como

253
una de sus leyes es que una acción o un ente al vencer, debe conseguir su efecto del
modo más fácil posible, así otra de sus leyes es que cada cosa ha de permanecer en el
estado que tiene mientras no sea perturbada por otra. Así se explican las pugnas y luchas
que se originan y la violencia de que venimos hablando. Si no existieran los cuerpos
contrarios, si por ejemplo el aire no ofreciera resistencia a la piedra que se arroja y no
sufriera la violencia que a su vez sufre también la misma piedra, ésta una vez iniciado
su movimiento, no lo dejará jamás sino que siempre conservaría la velocidad inicial, no
habría violencia alguna, sino que todas las cosas se conservarían intactas de acuerdo con
la exigencia de la naturaleza.

45. El estudio de la formación del sol exigiría mayor espacio del que nos permite
nuestro intento, ya sea por la importancia del asunto dado que el sol es el centro del
universo, ya por la utilidad, pues todo nos viene del sol, ya finalmente en razón de la
belleza que en el sol es tan grande que pareciera que con su brillo, su luz y su fulgor lo
transforma; desde luego, nada puede decirse bello si le falta la luz. Pero en esta materia
trataré de ser breve en cuanto pueda. Digo, pues, que el sol es exactamente lo que ya
tengo dicho, a saber, aquella materia sutil que cayó en gran abundancia en el centro del
remolino que prevaleció más tal como sostiene y explica en su bien pensando sistema
nuestro investigador de la naturaleza. ¿Para qué buscar otras teorías si con ésta tenemos
una explicación satisfactoria? ¿Acaso los aristotélicos dan una explicación más fácil?
¿Podrán ellos señalar la verdadera causa de la redondez del sol, de su centelleo, de la
transferencia de la luz hasta nuestros ojos y por todo el universo en toda su extensión,
del movimiento de su remolino y de sus manchas, de su carrera y rotación anual de
oriente a occidente y de occidente a oriente? ¿Podrán dar alguna vez una explicación
satisfactoria del viento general de la zona tórrida, del curso arrebatado de los astros y
del primer motor, de la agitación del mar y de sus flujos y reflujos, que tanto han dado
qué hacer hasta ahora a los ingenios, de la verdadera esfera y natural ubicación del
fuego elemental, y de mil otras cosas que Descartes explica con tanta facilidad? No
hablarán de otra cosa que de la fuerza interna, de la exigencia natural, del apetito innato,
de la voluntad de Dios, etc. Pues supongamos que se den todos estos elementos, que se
den las formas sustanciales, concedamos, como ya lo hice anteriormente, aun en contra
de Descartes, que estas formas tengan una determinada constitución; aún así, pregunto
yo: estas formas dotadas de estas fuerzas, de estas exigencias, de sus distintas
atracciones y de mil otras ventajas, ¿cómo actúan sobre el sujeto paciente, cómo ejercen
sus virtualidades, cómo se reducen a su respectivo acto? ¿sin intermedio alguno? ¿como
a distancia y prescindiendo de todo instrumento? ¿sin que intervenga ningún
corpúsculo, ningún movimiento, ningún modo? No se puede afirmar tal cosa porque
sencillamente no es posible –a no ser que todo sea ilusión y engaño-, ni siquiera por el
poder extraordinario de Dios. Con una explicación o respuesta así, se cae en la misma
dificultad que se trata de resolver, y al rechazar los corpúsculos, por fuerza se tiene que
volver a recurrir a ellos.

46. Examinando ahora el principal argumento de Milliet, se ve que no sólo no va


contra Descartes sino más bien favorece a sus ideas. Admito la similitud o paridad con
el molino de la Tierra y la supongo en el sentido que dice al ilustre adversario. Pero
debo añadir lo siguiente: ¿No admitimos todos que hay fuego encerrado también en el

254
centro de la Tierra? ¿no está ahí el infierno, en que de manera admirable pero verdadera
son atormentados por el fuego material los espíritus de los condenados? Pues bien,
¿diremos que ese fuego tiene su propio pábulo que lo alimenta? ¿o más bien que está
como en reposo, o quizás que sin pábulo, se revuelve en sí y sobre sí en continua
agitación? Esto último es más conforme a la razón, y no sólo en cuanto a una ebullición
en torno a la misma parte de la Tierra, ya que en el centro no puede haber otra causa que
intervenga en esta dirección, puesto que allí todo es igual; luego esa resolución se
realiza en torno a sí misma y en torno al centro de la Tierra. Formulo, pues, el siguiente
razonamiento: apliquemos al centro del sol lo que encontramos de parecido en el centro
de la Tierra y no sólo en su superficie exterior, y veremos la total paridad.
Efectivamente el fuego del infierno está cerrado en aquella horrenda concavidad sólida
y más resistente que el diamante, que se la puede llamar magnética o de cualquiera otra
especie, pero de una contextura tal que admite cierta cantidad de poros y el tránsito de
varias pequeñas partículas de fuego, que brotan de todos lados y se concentran o dirigen
sobre todo hacia la zona del ecuador en mayor abundancia, para luego confluir hacia los
polos impulsados por el movimiento magnético, y regresar una vez más al centro y
seguir repitiendo el proceso comenzado. Ya más arriba explicamos esto
suficientemente. ¿Y quién no sabe que los fuegos subterráneos que conocemos se
originan de estas partículas que emergen por todas partes? Lo mismo que tantos
torbellinos que emergen de las entrañas de los volcanes cuyo número es muy grande en
estas regiones. Esto, en tratándose de la Tierra. Pero lo mismo se puede aplicar al sol,
con parecido proceso discursivo: imaginemos su remolino, en cuyo centro se agita en
movimiento circular un fuego purísimo como el que se figuraban había en su propia
esfera los autores antiguos según sus concepciones irrisorias, y que ese fuego pugna
continuamente por apartarse de su centro, impulsado por la agitación del remolino; de
tiempo en tiempo se proyecta hacia los lados y presiona contra los glóbulos que forman
el remolino y están dispuestos a modo de bóveda, los sacude con sus impulsos y
continuamente va introduciendo su abundante materia a través de las cisuras que se
forman entre los vacíos de los glóbulos a manera de canales, pero la mayor abundancia
de materia lleva hacia el ecuador, tal como ocurre en la Tierra, debido a la mayor
violencia con que ahí circula la materia; esta materia, una vez que llega a la superficie
exterior del remolino, al ser rechazada por la fuerza de los otros remolinos se divide en
varias corrientes para volver a entrar de nuevo por los polos al centro del sol.

47. Por consiguiente no hay que buscar paridad entre la superficie de la Tierra y el
remolino del sol, sino entre el centro de una y de otro. Siendo así y conforme a lo ya
expuesto, no hay una disparidad total y esencial sino sólo accidental, en cuanto que la
concavidad de la Tierra es más dura y más fuerte, por estar compuesta de partículas
ramosas, que son las propias del tercer elemento y que se unen entre sí más
estrechamente y no tienen movilidad, mientras que la concavidad del sol es de
constitución más débil y más blanda por estar compuesta de glóbulos que corresponden
al segundo elemento que es de consistencia líquida y fluida y como es natural no puede
llegar a tener la consistencia de la tierra, a través del cual puede pasar la materia
circulante con mayor facilidad que las partículas ígneas a través de la tierra. No faltan
sin embargo diversas porciones de materia globulosa que a su modo adquieren también
cierta consistencia. Efectivamente, los glóbulos que están más cercanos al centro están
sujetos a un continuo frotamiento, debido a la materia que circula en el interior, y sufren

255
además el impacto de las partículas del tercer elemento, con lo cual se ven obligados a
detener su marcha y entrar en un proceso de coagulación, y con el transcurso del tiempo
no pueden menos de conformar un cuerpo con cierta dureza o diversos trozos a manera
de costras distintas de las demás partículas con las que se entremezclan; estas porciones
duras no pueden confluir hacia el centro, pues lo impide el continuo ímpetu o empuje de
la materia que ahí se agita, ni pueden tampoco desplazarse a la circunferencia, por
impedirlo la presión contraria de los glóbulos, ni siquiera estrecharse unas con otras y
fundirse por impedirlo el flujo más copioso de la misma materia a través de los diversos
intervalos; tienen entonces que detenerse en el mismo sitio en que se formaron, para
luego seguir, como los demás glóbulos de todo el remolino, el movimiento vertiginoso
causado por la materia que está girando en el interior. Estos cuerpos endurecidos, o
costras, son las que llamamos manchas solares y completan su curso más o menos en 27
días; aparecen en el disco solar unas veces en mayor, otras en menor número; algunas
persisten durante todo el año, otras desaparecen muy pronto; parecen como aquellas
nubes densas que se forman en la tierra y suben y se acumulan en gran abundancia en la
atmósfera, y brotan del horno solar elevándose como columnas de humo; en la altura se
condensa con la acumulación de cantidad de partículas y persisten durante mucho
tiempo o desaparecen muy pronto, según fuere más o menos duro el material que las
conforma. Estas son las manchas solares que ocasionaron la formulación del Sistema de
Descartes; su descubridor es conocido, y por ello sabemos a quién se debe atribuir en
último término tamaña empresa.

48. Ahora bien, lo que ocurre a partir de estas manchas en dirección a la


circunferencia del remolino del sol, es lo mismo que hace notar el ilustre adversario
desde la superficie de la Tierra en dirección al cielo; los glóbulos más cercanos a las
manchas son más densos que los demás; los que están en la cercanía de la
circunferencia son más rápidos finos o sutiles; éstos, por lo que hace el movimiento en
torno a su propio centro, son los más veloces y por tanto, más pesados; aquéllos, son
más lentos y también más pesados, pero en todo caso más rápidos que las manchas que
son las más pesadas de todos estos elementos. En el movimiento del mismo remolino,
ocurre lo contrario: los glóbulos de la parte superior se mueven más lentamente que los
de la parte inferior, como ya se explicó más arriba; por ello este movimiento es
directamente contrario a la doctrina de los peripatéticos que atribuyen al primer motor el
movimiento más veloz, porque con su rapidez –como ellos dicen- arrastra consigo de
oriente a occidente todo este fluido con el sol, los astros y los planetas, pero con
continua y variada gradación de velocidad a medida que llega a nosotros. En nuestro
caso las cosas ocurren exactamente al revés: las partes inferiores se mueven más
rápidamente que las superiores; la razón está en la naturaleza misma del remolino, que
por ser fluido, debe guardar las propiedades de los fluidos cuando entran en el
movimiento propio de los remolinos. Es sabido que los objetos que se mueven en forma
circular, si son sólidos mueven sus partes en proporciones desiguales, las partes más
alejadas del centro, con más velocidad, y las más cercanas con más lentitud, puesto que
las primeras tienen que recorrer una distancia mucho mayor que las otras en la misma
cantidad de tiempo: esto se ve en la rueda, que mueve las partes de la circunferencia
mucho más rápidamente que las partes cercanas al eje. Pero no sucede así en los fluidos
y en los remolinos, en que las partes ceden con tanta facilidad unas frente a las otras,
que en la misma cantidad de tiempo pueden recorrer distancias diferentes; y es que la

256
comunicación del movimiento a partir del centro no se hace como en los sólidos como
de un solo impulso, sino poco a poco y por partes, pasando de una porción a otra, de una
serie de glóbulos a otra sucesivamente hasta llegar a la circunferencia del remolino; y
como esto se efectúa por decirlo así, paso a paso, es claro que los glóbulos de la parte
superior tienen que moverse mucho más lentamente que los de la parte inferior. Este
movimiento se propaga en forma de espiral, según explicamos antes, y es similar al
movimiento del muelle de los relojes, en el cual la parte que está fijada al eje nivelador
debe moverse antes que las que están junto a la barra opuesta, a donde el movimiento de
la espiral llega más tardía y lentamente. Así que, como la perfección de los relojes está
en el movimiento de su espiral, bien podemos decir también que la perfección de los
remolinos consiste en el movimiento en espiral.

49. Aquí está la verdadera causa y explicación de los diversos fenómenos del sol
que, como he dicho, no atinan a señalar los adversarios, causa de su redondez, de su
centelleo, de su luz, de sus diversos movimientos y demás fenómenos. Por que si el sol
es un fuego como el que acabamos de explicar, que gira en torno a su propio centro no
puede dejar de ser redondo, tiene que estar en continua efervescencia como agua
hirviente, en continuo sacudimiento, en estado de continua explosión, y arrebatará
consigo todo lo que está cercano a él, y no dejará de centellear, desmenuzando y
despidiendo glóbulos por todas partes –en lo cual consiste el fenómeno de la luz-, y de
producir innumerables movimientos, gobernando desde su esfera y desde su centro
ignívomo todos los fenómenos que nos causan tanta admiración. Por lo demás no hay
sino esta esfera de fuego elemental. Así se explica también que pueda formar manchas a
manera de espumas o nubes concentradas de su furor, que comunique su movimiento
llamado de trepidación o balanceo a la eclíptica, que determine el distinto ritmo de los
años, meses días, horas y el de las estaciones, así como las diversas corrientes y
agitación del mar, milagro que no ha podido explicarse en todos los siglos; y que, dentro
de los términos de su magnitud, pueda eventualmente agrandarse o disminuir, y
producir mil otros fenómenos que tienen asimismo fácil explicación a la luz de nuestros
principios, como veremos más adelante, fenómenos que los peripatéticos ni siquiera
mencionan, o para cuya explicación recurren a las fuerzas ocultas o a las
interpretaciones de los atomistas. Todo lo que se ha dicho del sol se aplica muy bien a
los demás astros y a cualquier fuego de la Tierra, con la única advertencia que en este
caso la luz del fuego es de forma piramidal, porque los glóbulos inferiores del aire que
está junto al fuego se mueven con más velocidad que los superiores haciendo que el
mayor ímpetu que es el que tiene lugar en la parte inferior se desplace hacia arriba, en
donde la resistencia es menor, y dando así como resultado, una llama en forma de
pirámide. Si se pudiera controlar y modelar artificialmente el impulso de los glóbulos,
de modo que todos los sitios tuviera la misma intensidad, sería fácil construir lámparas
inextinguibles, como pequeños soles, que vendrían a formar en sí tantos pequeños
remolinos cuantas llamas en su torno. En cuanto a la figura externa del sol y su
remolino, sostengo yo que no es globular ni elíptica, sino semejante a la figura de la
Tierra, es decir en forma de naranja. Pero de esto nos ocuparemos en su lugar. Por
cuestiones que acumula el adversario al final de sus objeciones, no sin reconocer para
terminar este capítulo, que esta vez el R. Padre Milliet ha propasado los límites de un
verdadero censor.

257
XII- Respuesta a la Proporción 12ª. Las manchas de los astros

1. En la proposición anterior hemos estudiado principalmente lo que toca a la


materia sutil, de la que están formados el sol y los demás astros, y lo de materia
globular, que es la propia de los remolinos. Pasamos ahora a considerar la materia
ramosa que es el constitutivo de los cuerpos terrestres, densos y corpulentos. También
aquí presenta el adversario poderosos argumentos asegurando que su contrario no puede
dar peor explicación de lo que son los cometas y sus características; veremos en seguida
si le asiste la verdad. Es totalmente inexacto lo que afirma Milliet. No hay cometa tan
irregular y con tal variedad de movimientos, de órbitas, momentos de aparición,
retrogradación, centello y demás propiedades, que no tenga su perfecta explicación en
los principios establecidos por Descartes, explicación en que no pueden ni soñar los que
defienden otros sistemas. Para empezar, veamos si es verdad la proposición de
Descartes, que ya mencionamos antes, según la cual los cuerpos más voluminosos son
impulsados hacia la circunferencia del remolino y por otra parte, según otra de sus
conclusiones, en torno al centro de todo remolino se ubican cuerpos que así mismo son
de mayor volumen; al parecer nada puede ser más contradictorio, y es razonable la
reacción contraria de los adversarios. Es, pues, necesario satisfacer a sus demandas, y si
no les convence lo dicho hasta aquí, probarles con nuevos argumentos que esa es la
verdad. Para entender bien la mente de Descartes no basta con leer aisladamente una u
otra de sus afirmaciones; hay que asimilar antes todo su sistema a fuerza de continua
reflexión, so pena de caer en mil errores. Para sus lucubraciones Descartes se apoya en
los principios de su sistema ya suficientemente probados y da por supuestos varios otros
que no se consideran tales en el sistema aristotélicos y más bien se los rechaza como
contrarias a él; por eso, lo que a los aristotélicos les parece contradictorio, para
Descartes es verdad cierta, como el axioma que lo da por supuesto, de que ningún
movimiento es contrario a otro, mientras los peripatéticos sostienen todo lo contrario.
Es, pues, muy natural la mutua discrepancia.

2. Expliquemos el pensamiento de Descartes en el punto que nos ocupa. Cuando


afirma que los cuerpos de mayor volumen se ubican alrededor del centro del remolino,
se refiere a la fase previa en que tuviera lugar la lucha general y la composición misma
de los remolinos, y en la cual todo el cúmulo de materia, es decir, todo el conglomerado
del fluido estaba en proceso de ordenamiento de sus partes distribuyéndolas en sus
respectivas esferas, correspondientes a la parte superior o inferior, de acuerdo con la
mayor o menor ligereza y pesadez de las partículas, y siguiendo las leyes del equilibrio,
tal como ocurre en los demás fluidos, por ejemplo el agua, cuyas partes se van ubicando
en los niveles superiores o inferiores, de acuerdo con su mayor o menor peso. En esta
parte, pues, Descartes se refiere a las partes de la misma especie y que no difieren entre
sí palpablemente. En cambio cuando en otra sección de su tratado da la impresión de
establecer la regla contraria, no se está refiriendo a la lucha primitiva de los elementos,
ni al orden o distribución de las partículas de una misma especie e iguales a la vista,
sino a los remolinos ya perfectamente constituidos según todas sus partes, y trata de
averiguar qué ocurriría si en alguna sección de su interior hubiera otras dos clases de
cuerpos mucho mayores y de distinta especie, de los cuales unos fueran más sólidos,
duros y compactos, y otros más suaves, flexibles y de poca consistencia, y afirma que

258
los primeros deberían desplazarse hacia la circunferencia, y los otros hacia el centro.
¿No vemos a diario que si se echan al agua pequeños desechos de madera, unos se
quedan en la superficie y sobrenadan y otros se sumergen? ¿Por qué no puede ocurrir lo
mismo en los remolinos? Pero esto parece complicar más las cosas y aumentar la
dificultad, pues los fragmentos que sobrenadan en el agua son precisamente los más
ligeros, y los que van al fondo, los más pesados; y Descartes afirma lo contrario en el
caso de los remolinos: que los cuerpos duros se apartan del centro y van a la
circunferencia, y los blandos se acumulan en el centro. Esto que parece el nudo mismo
de la dificultad tiene una solución muy fácil, con sólo tomar en cuenta la diferencia
entre los cuerpos que flotan en un medio fluido y los que lo hacen en un remolino: los
que flotan en un fluido de quietud se comportan realmente como muestra la dificultad,
es decir, los duros van al fondo, y los ligeros sobrenadan por la sencilla razón de que en
esto se toma en cuenta únicamente el efecto de la gravedad a falta de ella, y según esto,
los cuerpos blandos, que tienen más abundancia de poros y mayor superficie y por lo
mismo son más ligeros, reciben más cantidad de impactos de las partículas del fluido
que están en continuo movimiento, y en consecuencia se desplazan hacia arriba y
sobrenadan. Por el contrario, los cuerpos duros que tienen menor cantidad de poros y
también menor superficie, reciben menos impactos de las partículas del fluido y por lo
mismo se sumergen. Esto en cuanto a los cuerpos que flotan en un fluido sin
movimiento, que es lo contrario de los que flotan en un remolino.

3. Es también patente la experiencia: en los ríos o en cualquier masa de agua que


se mueve a velocidad en forma circular, los cuerpos duros son impulsados hacia la
circunferencia del remolino, mientras los más ligeros como las pajuelas y deshechos
quedan en el centro. ¿Puede haber error en la misma raíz y en la misma hipótesis de la
doctrina de Descartes, como pretende Milliet? Aquella lucha primitiva de los elementos
en la concepción de Descartes, se asemeja a una guerra como si dijéramos civil y
doméstica entre los pueblos de igual origen y costumbres, y en la que se analizan las
partes de un mismo remolino separadas de otros elementos pero todavía incoherentes y
el modo de ordenarlas para conseguir el equilibrio necesario, partes que por lo demás
apenas si tienen diferencias entre sí. El caso de los otros cuerpos, en cambio, es
semejante a una lucha entre verdaderos enemigos y una guerra externa, en la que
intervienen pueblo de nacionalidad y costumbres diversas, es decir entre partes
enteramente distintas del mismo remolino; por tanto, es natural que todo el reino, es
decir todo el remolino; aúne sus fuerzas, ya sea para expulsar el enemigo fuera de sus
confines si se trata de un enemigo más fuerte o más duro, ya para admitirlo y
concentrarlo en sus dominio, si se trata de un enemigo débil, menos numerado y de
ánimo más opacado. Así queda pacificado el reino y todo recobra el conveniente
equilibrio. Esta descripción es evidentemente alegórica y encaminada a entender la
acción de los glóbulos del remolino, los cuales, hablando ya en términos físicos, son los
que expulsan los cuerpos sólidos en dirección a la circunferencia, y atraen a los blandos
hacia el centro. La razón de esto es la siguiente: el cuerpo más compacto puede
concentrar más rápidamente mayor y más duradera fuerza de elasticidad que un cuerpo
más disgregado, debido a la constitución más compacta y cohesionada de sus partículas;
lo que no ocurre en un cuerpo blando, cuya constitución es más frágil y cuyas partículas
no tienen una cohesión tan estrecha; por lo mismo, también los poros del cuerpo
compacto son menores que los de cuerpo blando. Ahora, bien, como las partículas más

259
sutiles y más pequeñas del remolino son, como hemos dicho, las que ocupan la
circunferencia porque, atendiendo al equilibrio, las partículas son tanto menores cuando
más se alejan del centro, resulta que el cuerpo duro se desplazará juntamente con ellas,
precisamente en razón del equilibrio, porque allí guarda proporción con sus poros en el
flujo de las partículas; mientras que el cuerpo blando, que tiene menor fuerza de
elasticidad y poros más grandes, se verá impulsado hacia el centro, en donde encontrará
su estado connatural, entre partículas más grandes. El movimiento de las partículas es
interno (ab intra), y el del cuerpo duro, ab extra, como efecto de una fuerza externa;
aquél es movimiento propio de casa una de las partículas que se mueven sobre su propio
centro, el otro es un movimiento que proviene de la materia central que pone todo el
remolino en movimiento espiral; el primero logra el equilibrio del fluido por la acción
de cada partícula por separado, el segundo, mueve al remolino como un solo conjunto.
No nos extrañemos, por tanto, de que lo que se dice del un movimiento sea contrario a
lo que se afirma del otro.

4. Siguiendo enteramente estos principios, me he puesto a estudiar, no sin


admiración, todo lo referente al remolino y sistema del sol, que lo concibo de la manera
siguiente: inmersos en todo el sistema y más cercanos al sol, estarían en primer lugar los
planetas y nuestra Tierra, y más lejanas y como en el exterior, las estrellas y más lejanos
aún por ser más sólidos, los cometas. En el centro de todo este inmenso vórtice, impera
como rey el mismo sol; siguen, por su orden, Mercurio y Venus; hacia la parte media, la
Tierra con la luna; y en las inmediaciones de la circunferencia, como resguardo de los
límites del territorio, Marte, Júpiter y Saturno, estos dos últimos seguidos siempre de
sus satélites; todos como en continua guardia, para impedir la entrada de cualquier
elemento peligroso que venga de fuera, o a su vez, la salida peligrosa de cualquier
objeto; la última circunferencia, que viene a ser como la corona del sistema, está
ocupada por los innumerables vórtices que corresponden a las estrellas que lucen en el
firmamento. Este es el reino de los 7 planetas, que los aristotélicos conciben de distinto
modo que los cartesianos: según aquéllos, la Tierra está inmóvil en el centro del
universo; según los cartesianos, el sol es el que ocupa el punto céntrico, y el que con su
incansable movimiento impulsa la espiral de todo el inmenso vórtice y hace girar en
torno a sí mismo la Tierra y los demás planetas, pero con movimiento diverso según que
disten más o menos del sol, y al mismo tiempo proporcionado al flujo de las partículas
con las que se mantienen en equilibrio. Los planetas que están más cercanos al centro
recorren su órbita más rápidamente; tales son Mercurio y Venus, y la Tierra con la
Luna; los que están más lejanos del centro, demoran más en recorrer sus órbitas, como
he dicho, se mueven en espiral, disminuyendo gradualmente el impulso conforme se
acercan a la circunferencia; por eso Saturno por ejemplo marcha más lentamente, y
Júpiter mucho más rápidamente.

5. ¿Cuál es el juicio que merece la opinión de Descartes? Podemos decir que no


ha sido condenada ni es contraria a la Sagrada Escritura. En cuanto a lo primero, él
mismo se encargó de señalar la diferencia que hay entre su doctrina y la doctrina
condenada de Galileo o de Copérnico, pues si bien concuerdan en lo sustancial, difieren
mucho en el modo de expresarse, que es lo que hay que cuidar principalmente en esta
materia: Descartes sostiene que, hablando en términos generales, debemos decir que la

260
Tierra está inmóvil, porque eso es lo que nos da la experiencia y eso es lo que vemos y
palpamos, y en la manera de hablar hay que seguir lo que dice la opinión común y
vulgar; pero añade que en el proceso de investigación para llegar a la verdad, es posible
seguir la opinión de aquellos pocos que sostienen que en sentido filosófico la Tierra se
mueve de hecho, a no ser que una razón poderosa nos obligue a negar esta verdad. Así
también se dice que por ejemplo un individuo que está sentado en una nave agitada por
lo vientos, esta inmóvil y sin embargo se mueve son relación a la playa; con relación a
la nave guarda siempre la misma proporción, y por eso se dice que está inmóvil; con
relación a la playa, cada momento adquiere una nueva situación o proporción y por eso
se mueve realmente; pero, repito, hablando en términos generales, habrá que decir más
bien que está inmóvil y no que se mueve, reconociendo para la sola nave la
denominación de en movimiento como propia de todo el conjunto tomado como una
unidad. No era ésta la manera de hablar de aquellos otros autores, pues sostenían de
modo absoluto y en general respecto de todos los casos y en términos ordinarios y
comunes, que la Tierra no está inmóvil, sino que se mueve; y esta proposición sí está
condenada. Siendo esto así, y siendo norma aceptada en el derecho que hay que
restringir todo lo que conduce al odio y acrecentar todo lo que es beneficioso, no hay
razón para condenar a Descartes equiparando su sentencia a la de los otros autores:
basta con la condenación que éstos merecen. Según estos autores en ningún sentido es
verdad que la Tierra está inmóvil; en cambio, según Descartes, se mueve pero al igual y
en el sentido que alguien que está sentado en una nave. Y es que no se puede decir que
alguien se mueve sino cuando el mismo se impulsa ab intra, es decir por su propia
fuerza intrínseca, o cuando para moverse recibe un impulso directo de fuera; y como la
Tierra, incluida en su vórtice o remolino como un núcleo, no se excita a sí misma y ab
intra, ni tampoco recibe ningún impulso de fuera para moverse, sino que únicamente se
traslada, como lo hacen todas las cosas que están incluidas de una nave, no puede según
la manera común y ordinaria de hablar, recibir la denominación de algo que se mueve,
aun cuando en otro sentido y en términos filosófico, sí merece tal denominación.

6. Y no se diga que la manera de hablar es algo meramente accidental y, por lo


mismo, que si ambas sentencias coinciden en lo sustancial, ambas deben ser condenadas
por igual; porque las expresiones de Descartes, si bien se observa, tienen como
fundamento algo que, si no queremos apartarnos de la manera natural de hablar, no
podemos entender sino como lo que suena y lo que es. Los otros autores no consideran
los remolinos a la manera de Descartes, no suponen que la Tierra se traslada como lo
hace un individuo llevado por una nave, sino que dicen simplemente que se mueve, y
por lo tanto, no tienen un verdadero motivo para afirmar que sin embargo está inmóvil y
que el que se mueve es el sol. Es natural entonces que no hayan podido evadir la
sentencia condenatoria. Hay que tratar los problemas filosóficos de tal manera que no
sean ocasión de escándalo para la gente sencilla; lo que es contrario al sentido común,
hay que irlo presentando con habilidad, de modo que ni se supriman de golpe las
antiguas convicciones, ni por temor a las controversias se vaya contra los fueros de la
verdad. Descartes procedió dando lo suyo a cada cosa, satisfaciendo tanto al sentido
común como a los filósofos, pues no afirmó sin más que la Tierra se mueve, sino que
ideó el sistema de los remolinos, reservando uno de ellos para la Tierra a manera de
transporte, como lo es la nave para el individuo que va instalado en ella, y dice que, así
como al ver a dicho individuo, podemos decir en rigor que no se mueve, así debemos

261
decir en término de rigor, que la Tierra, estando como está instalada en el centro del
remolino, tampoco se mueve, aun cuando el mismo remolino es su conjunto se mueve a
gran velocidad. Pero esto no dicen, ni pueden decirlo, los autores mencionados; luego
hablando en términos estrictos, Descartes no está de acuerdo con ellos en los sustancial.

7. En cuanto al segundo punto, es evidente que no va contra la Sagrada Escritura,


porque ésta se acomoda en su manera de hablar a las opiniones del común de la gente, y
en ella no vamos a buscar las reglas de cómo hacer filosofía, sino de cómo vivir bien.
Lo que no es el campo de la fe y de las costumbres, no es materia de decisión de la
Sagrada Escritura. Cuántas veces encontramos en ella frases como éstas: El alma de los
animales está en la sangre; su sangre es su alma; mi alma está en mis manos; tenían
como objetivo mi alma, etc. Con estas expresiones sólo se designa la vida y la sangre, y
nadie va a decir que el alma del hombre es únicamente la sangre. Así mismo cuántas
veces habla la Sagrada Escritura de faunos, lamias, de animales velludos, de unicornios
y otros animales que bien sabemos que no existen ni han existido en la naturaleza. El
que los menciona la Sagrada Escritura, ¿puede ser argumento para probar su real
existencia? Habla también de las cataratas de los cielos, concibe el cielo como una piel
o un rollo distendido, menciona las aguas superiores, las bases o cimientos
inconmovibles de la Tierra, las columnas solidísimas, el abismo insondable del mar, y
dice que la Tierra se afirma sobre las aguas, siguiendo en esto las ideas de los antiguos
judíos y del rey David. Pero ¿dónde vemos esto? ¿Dónde están los cimientos del
mundo, y en qué ha quedado la concepción según la cual la Tierra era totalmente plana
y el firmamento tendido por toda amplitud de los ámbitos como bóveda colocada sobre
la Tierra? Nada de esto corresponde a la verdad. Sin embargo mucho de esto era real
para el común sentir de la gente y para la manera de pensar de los judíos, y es lo que
sostenían los sabios y los ignorantes, los grandes y los humildes, los nobles y los
plebeyos, los sacerdotes y los profanos, y esto suponían y de esto hablan como de cosa
por todos aceptada. A estas ideas se adaptan los profetas, y así como la gracia se adapta
a la naturaleza, así Dios hablando por boca de los profetas, se acomodaba a la manera de
hablar de la gente. Si, pues, la Sagrada Escritura se adapta en muchas cosas a la opinión
del común de la gente, sin entrar a juzgar y decidir sobre la verdad o falsedad de dicha
opinión, sino simplemente prescindiendo de ello, hemos de pensar que lo mismo hace
cuando habla de la estabilidad de la Tierra, y consecuente con su modo de hablar, dice
que la Tierra está firme; que no se mueva el sol, etc. En todo esto, Dios mismo se
acomoda al sentido común de la gente y a la primera idea que se nos viene a la mente,
pero sin definir cuál es la realidad de los hechos, sino haciendo abstracción de ello y
dejándolo, como tantas cosas, a la libre discusión de los filósofos.

8. Ahora sabemos que es un hecho la existencia de los antípodas, y nadie cree


que vayan a caerse de cabeza al cielo, sin embargo los antiguos y entre ellos – ¡quién lo
creyera!- el mismo S. Agustín se echaban a reír de semejantes ideas. El peso de la
gravedad que nos ata a la tierra en América, es el mismo que el de Europa. Otra cosa:
los antiguos estaban convencidos de que la zona tórrida era poco menos que inhabitable,
y sin embargo estamos viendo que en medio de ella, y sobre todo aquí en Quito, hay una
temperatura de lo más saludable, reina una perpetua primavera, los campos son de
extrema fertilidad, abundan las ciudades y poblaciones, y las gentes gozan de todo lo

262
necesario para tener una vida feliz, y lo que es más, con una abundancia que no decae
durante todo el año. Hay además para estas fechas cantidad de hechos y datos que se
han descubierto sobre la región de Palestina, sobre las costumbres, la lengua, las guerras
y la historia de los Judíos, que precisan y confirman mucho mejor que antes el sentido
literal de la Escritura, pero que no constituían la principal preocupación del Creador,
cuyo objetivo primordial no es instruir nuestro entendimiento con estas ideas y
problemas, sino atraer hacia sí suavemente nuestra voluntad obstinada y gobernar a sus
criaturas por medio de las leyes inviolables y santas en orden a la consecución de eterna
bienaventuranza. Por eso el mismo Cristo no quiso refutar abiertamente las ideas
absurdas de su tiempo acerca de la metempsicosis y de la creación de las almas anterior
a la del cuerpo con la creencia de que vivían en no sé que concavidad de la luna quién
sabe dónde, obrando bien o mal, para luego bajar a informar los cuerpos; no hizo esto,
sino que se dedicó a instruir a sus discípulos y a la Iglesia naciente en las cosas útiles a
la fe. ¿Cuál fue su respuesta cuando le preguntaron acerca del día del juicio? Nadie sabe
cuándo será aquel día o aquella hora, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el
Padre, no porque ignorara el día incluso con su sabiduría de hombre, sino porque era de
más importancia y de mayor provecho para nosotros el ignorar el día que no el
conocerlo. Finalmente, algo que ya he observo a otro propósito, cuántas veces no se
dice en la Biblia que Dios se arrepiente, tiene ira, dolor, que baja a la tierra, que es
llevado por el viento, que tiene brazos, manos y pies, que habla, que se atreve, que tiene
deseos, etc. ¿Vamos a creer, por eso, que en realidad se comporta así, que en verdad
tiene ira, se arrepiente, habla? Lejos de nosotros semejante monstruosidad. La verdad es
que estas expresiones y muchas otras que se encuentran en la Sagrada Escritura, no son
sino maneras triviales de hablar a las que Dios se adapta para promover la salvación de
los hombres, lo que no se lograría utilizando expresiones filosóficas. En consecuencia,
no veo problema en interpretar en ese sentido lo que dice la Escritura acerca de la
Tierra.

9. Las razones que prueban la verdad de la opinión de Descartes pueden ser las
siguientes: Primera, que el sol se llama, y es en realidad el que rige al mundo, la más
importante de las estrellas, la lumbrera máxima, principio de todo movimiento, del calor
y de la luz, alma, corazón y ojos del universo; y nada más índigo de tal príncipe, nada
más absurdo para la producción natural de sus efectos que una ubicación fuera del
centro del universo. ¿Acaso los reyes no viven en el lugar más céntrico de sus dominios,
con el fin de hacer llegar más fácilmente sus órdenes a las diversas regiones, cosa que
no podría hacerlo viviendo junto a las fronteras? Así el Romano Pontífice vive tranquilo
en Roma sabiendo que en cuanto publica algún decreto no tarda en difundirlo por todo
el orbe católico. Así es como se organizan los asuntos de la vida pública; ¿Por qué no
puede ser lo mismo en el campo de la física? La segunda razón en que la teoría de
Descartes explica muy bien los innumerables efectos y fenómenos que se producen en
el mundo, mientras que las otras teorías o no los explican o lo hacen con mucha
dificultad. En efecto, si no existieran los remolinos tal como los imagina Descartes,
¿habría una causa razonable que explique la estabilidad de la Tierra, la rotación tan
violenta del sol y de los astros, los movimientos de los cometas, la inclinación de la
Eclíptica, el ritmo de los equinoccios, la dirección de la aguja magnética, etc.? Si no se
admitiera la teoría de Descartes, cuántas cosas habría que suponer y combinar, como lo
hacen los matemáticos para establecer sus cálculos, pero sin fundamento real: cuántos

263
epiciclos, líneas deferentes, anomalías, apogeos, perigeos, círculos, etc., que sin duda
son productos de mucha capacidad científica, pero que no veo de qué puedan servirnos,
si no es para darnos una idea de lo que ocurre aparentemente, de lo que creemos ver
desde la superficie de la tierra en que vivimos, y que sería muy distinto si viviéramos en
el centro del universo, mientras seguimos ignorando la verdadera realidad de las cosas.
Pero limitarse únicamente a esto sería dejar de cumplir con la misión del filósofo. Por lo
tanto hay que buscar otra solución y, para evitar errores, buscarla en la teoría de
Descartes. La tercera y quizás la principal razón es que con nuestra teoría no hace falta,
como en la teoría contraria, atribuir una increíble velocidad al sol y al primer motor
como la que se supone que tendrían para girar cada día alrededor de la Tierra que se
supondría estable. Supuesto el movimiento de la Tierra, ésta recorrerá cada año una
órbita circular de por lo menos doscientos millones de leguas, con un diámetro de 66
millones; suponiendo que no se mueva la Tierra, el sol y el firmamento tendrían que
recorrer cada día no solamente los doscientos millones sino tantas leguas cuantas
corresponde al inmenso espacio de los cielos, respecto del cual la Tierra con su círculo y
diámetro de 66 millones, sería como un punto, lo cual es poco menos que increíble. ¿A
qué, pues, buscar mil y mil explicaciones en una cosa que puede demostrarse mucho
más sencillamente?

10. Y a decir verdad, ¿no es cierto que concebimos el empíreo como algo
tranquilo y quieto, y no como en constante y rapidísimo movimiento? ¿Cómo se verían
los bienaventurados en el cielo, si tuvieran que estar moviéndose siempre con semejante
rapidez? Esto sabe a imperfección, e imperfección que en cierto modo redundaría
también en el mismo Dios. Si, pues, concebimos el cielo como algo tranquilo y sin
movimiento, porque la tranquilidad es cosa más perfecta que el movimiento rápido,
¿cuál no sería la imperfección del universo, si además de la Tierra tuvieran que moverse
tan rápidamente todos los demás cuerpos, como suponen los adversarios? Esto
ciertamente no sería para mayor belleza y perfección, sino más bien para deshonor,
inestabilidad e imperfección que redundarían luego en el mismo Creador. Todo lo
contrario con la teoría de los remolinos, porque en ella se suprimen todos esos
movimientos inútiles, en comparación de los cuales los pocos que se admiten son
sumamente lentos y prácticamente nulos; fuera de esto hay otra ventaja, y es que así el
cielo visible viene a ser figura de aquel otro invisible al que aspiramos nosotros los
cristianos no solamente por su belleza extremada, su serenidad, el fulgor de las estrellas,
la variedad de colores y muchos otros encantos, sino también por la característica
principal de la felicidad que es la paz y la quietud, como atestigua la frase del
Eclesiástico: descansen en paz. Estas razones bien podrían mover a muchos filósofos a
adoptar este sistema tan bien estructurado. En cuanto a los otros sistemas, sobre todo el
que sostiene que los cielos son sólidos y cristalinos y llenos de innumerables canales,
antros, cavernas internas y externas, en los que están ubicados y giran los planetas, no
hay nada que decir, porque apenas hay quien los defienda, estando ya todos de los
ingleses, acordes en que todos los espacios inclusive más allá del firmamento, están
llenos de algún tipo de materia fluida. Los ingleses admiten el vacío como cosa natural,
y sostienen que en él flotan y se mueven las estrellas y los astros con gran concordia y
armonía únicamente en virtud de la gravedad y se sus mutuas atracciones; pero como
nosotros no admitimos el vacío pues lo consideramos imposible aun por vía
sobrenatural, y como el sistema de los filósofos ingleses recurre a una serie de

264
cualidades ocultas o algo que no llegan a explicar, o hablan únicamente de la voluntad
de Dios que simplemente así lo ha querido y dispuesto, prescindiendo de todo otro
factor, no podemos aceptar una explicación semejante.

11. Si, pues, se admite el sistema de Descartes tal como lo hemos explicado, al
menos como hipótesis, lo que es perfectamente legítimo, y si se pone al sol en el centro
del remolino principal, como soberano señor, será fácil explicar el orden y ubicación de
los planetas y su cercanía o alejamiento del centro: y es que el remolino del sol está
compuesto de diversas partículas, unas más densas y más pesadas en su parte inferior,
otras más sutiles y ligeras en su parte superior; los remolinos de todos los planetas por
su parte, están compuestos de partículas estructuradas de un modo similar al del sol,
pero de naturaleza muy distinta, por lo mismo no pueden ocupar el mismo lugar en el
ámbito del remolino del sol, sino que buscan los ámbitos superiores en torno a la
circunferencia, o los inferiores en torno al centro, con miras a encontrar en el espacio el
equilibrio propio de cada uno conforme a su naturaleza y a la de sus partículas; y como
no pueden lograr este equilibrio ni no es ocupando los estratos inferiores o los
superiores, es natural que los remolinos de partículas más ligeras y compactas, como
Saturno, busquen las partes altas, y los de partículas más pesadas y manos compactas,
busquen las partes inferiores, dejando para la Tierra y la luna, por su orden al sector
intermedio. Un ejemplo de este modelo de distribución se puede ver en una redoma de
vidrio llena de agua, al introducir en ella otras ampollas más pequeñas que contengan
agua y aire, pero de diferente peso: se verá que unas bajan al fondo del vaso, otras se
quedan en el sector medio y otras sobrenadan en la parte superior de acuerdo con el
mayor o menor peso de cada una. Cosa igual debemos pensar respecto de los planetas y
sus remolinos: unos buscan el centro del remolino del sol, otros se alejan de él, según el
grado de peso que poseen, es decir habida cuenta de la serie de partículas entre las que
flotan y también de los movimientos propios de las mismas, ya sea el movimiento que
proviene del centro, como quedó explicado más arriba, ya el movimiento de cada
partícula sobre su propio centro, y esto de lado y lado, es decir, habida cuenta de las
partículas de un remolino y de las del otro, en lo cual consiste el perfecto equilibrio
entre los dos. Esto, por lo que refiere a los planetas. Pasemos ahora al estudio de los
cometas.

12. Todo el empeño del ilustre Padre Milliet apunta aquí a demostrar la
imposibilidad de que los cometas sean proyectados de un remolino a otro. Para probar
su aserto, afirma en contra de Descartes que, inclusive según su doctrina, todos los
planetas deben ser proyectados o empujados hacia la circunferencia; además, que los
planetas son más compactos que los cometas, lo que consta –dice Milliet– por el aspecto
de sus colas y porque no dan la apariencia de ser más compactos que una nube
cualquiera; añade que, según esto, un cometa no podría bajar mucho en dirección a
nuestro remolino y ponerse muy cercano de la Tierra, y finalmente que los cometas se
mueven por lo general no en dirección a los cuerpos que los siguen sino de los que los
anteceden. Veamos cuál es la respuesta a tales dificultades. En primer lugar tengamos
muy en cuenta el proceso de formación de los cometas y de los planetas, no menos que
sus diferencias. En cuanto a la formación, rige el mismo principio para unos y otros, y
se diría que el proceso es igual, con la única diferencia del mayor grado de cohesión.

265
Como ya se explicó al tratar del sol, en el centro de cada remolino se forma aquella
concavidad móvil de glóbulos que es continuamente empujada, pulverizada y
comprimida por la materia ígnea del astro que se agita dentro a gran velocidad; por
efecto de la proyección continua hacia el ecuador y del retroceso hacia los polos, no
pueden menos de originarse de allí, incluso bajo el disco mismo el astro, como en el sol,
series de escamas o costras y manchas, como ya explicamos también anteriormente.
Puede muy bien suceder que se multipliquen tanto estas manchas y que se condensen y
concentren a tal punto, que de tal modo se opaque y desaparezca el disco del astro, y
que la materia central se vea como encerrada dentro de barreras tan fuertes, que acabe
por imposibilitarse toda ordenada eyaculación de la materia; el resultado será que la
cantidad de materia ahí detenida, acabará por sofocar el movimiento del remolino que
depende del centro, y hacerlo mucho más débil. Ahora bien, como este movimiento se
propaga en forma de espiral a lo largo de toda la estructura del remolino, al ascender de
los estratos inferiores hacia los superiores se irá haciendo más y más lento a medida que
se acerca a la circunferencia; si por su parte las porciones inferiores encuentran mayor
dificultad de la que solían tener para moverse, es obvio conjeturar que las proporciones
superiores se moverán todavía más lentamente que antes; todo el remolino se moverá
también con más lentitud y perderá el equilibrio que mantenía antes con los demás.
¿Qué se puede esperar entonces? –Un fenómeno igual al que tiene lugar en un remolino
de agua, y podemos verificarlo a cada momento: si arrojamos o introducimos
violentamente un bastón en el remolino, éste pierde su equilibrio y es lanzado en otra
dirección por los remolinos vecinos.

13. Este es el principio que rige la formación de los cometas: la esfera o globo
salpicado de manchas o costras y como perforado por todos lados, es arrojado, a una
con su propio remolino, como en destierro fuera del consorcio de los remolinos vecinos
a él. Para entender esto con más claridad, debemos corregir la idea que tenemos desde
niños acerca del firmamento como si fuera una inmensa bóveda constelada de tantas
lumbres cuantas son las estrellas que lucen en él; y en vez de esto, pensemos que en
toda la inmensidad no hay sino una innumerable cantidad de remolinos dispersos, cuyos
centros son las mismas estrellas. Más aún, podemos pensar que hay tantos soles cuantas
estrellas, acompañado y rodeado cada uno por su vórtice, tal como nuestro sol, más o
menos con tantos planetas sobrenadando en él, cuantos son los que se cuentan alrededor
de nuestro sol; de hecho, ni con los mejores telescopio podemos distinguir todos los
remolinos y cuerpos que existen en la inmensidad; según esto, podríamos decir que
cualquier estrella, no menos que nuestro sol es el centro del universo, y si fuera de
señalar la supremacía en razón de la magnitud, no se la daríamos al sol, sino a otros
astros mucho mayores que él. Pues bien, el remolino de que hemos hablado antes, con
su globo incluido en el centro como núcleo, una vez expulsado de su sitio por los
remolinos vecinos a él, irá vagando en la inmensidad del espacio por entre los diversos
remolinos, pugnando por integrarse ya a uno, ya a otro, y sufriendo el rechazo de los
mismos; tratará de mezclar su materia y sus glóbulos con los de los otros, pero éstos,
dada la desemejanza que advierten, se retraerán como el aire del agua reconcentrándose
sobre sí mismos. Y así irá pasando de un lugar a otro, recorriendo diversidad de zonas,
en todas direcciones, hacia abajo, hacia arriba, a derecha a izquierda, en un plano o en
otro, marchando en línea recta o circular, avanzando o retrocediendo, hasta encontrar en
la zona de la circunferencia o del centro de algún remolino, una materia con la cual

266
pueda estar en equilibrio. Allí se detendrá, y si no sucede otra cosa, como el proceso por
el cual la materia central dotada de nuevo impulso, destruye las manchas que le vinieron
y restaura la primitiva estrella, el cometa se convertirá en planeta. Es creíble que así
hayan nacido innumerables planetas en los diversos remolinos que, como he dicho
pensamos que existen, dada la inmensa variedad y cantidad de estrellas; pero son
planetas que, por la enorme distancia y por la estrechez del ángulo visual, no pueden ser
observados con ningún instrumento.

14. Una vez establecidos estos hechos, se entiende fácilmente la posibilidad de


que el remolino en cuestión luego de haber sido expulsado del grupo de los demás, se
acerque a nuestro sol y sumergido profundamente en él, desarrolle los mismos procesos
que advertimos en los cometas, y no hay duda de que, si logra encontrar en alguna zona
un equilibrio constante, quedaría allí permanentemente sin sufrir una nueva expulsión.
Más aún, es creíble que esto precisamente haya ocurrido muchas veces, y que así fueron
en un comienzo los satélites de Júpiter y Saturno, es decir, cometas que habiendo sido
arrojados de su primer asiento, y no habiendo encontrado su equilibrio y lugar
apropiado en los remolinos de las otras estrellas por donde iban pasando, llegaron por
fin a los dominios de Júpiter y Saturno y, dada la similitud de su materia, fijaron allí su
asiento más o menos cercano al centro de la estrella, cada uno según la magnitud y
proporción de su mole y sus partículas. Así es como los cometas pudieron transformarse
en planetas. Se puede al menos afirmar que así ocurrió en la primera etapa de la
constitución del mundo correspondiente a la lucha entablada entre los remolinos, a
saber, que los planetas y nuestro mismo globo terráqueo se acercaron al vórtice del sol
hasta encontrar su equilibrio en el sitio y posición en que ahora se encuentran, ocupando
la zona media la Tierra con la luna, y los demás sus respectivos sitios en la zona inferior
o superior. El resultado de este proceso, fue que los llamados cometas que fueron
arrojados de sus primitivos asientos, una vez que ya han encontrado su equilibrio
constante y se han establecido en su nueva sede, son y deben llamarse planetas. Salta a
la vista, por tanto, la diferencia de los respectivos fenómenos y constituciones de los
cometas y de los planetas: los planetas suponen y tienen una ubicación cierta y estable
en la que se mueven y giran, y son más compactos y densos, de tal manera que jamás o
muy difícilmente podrían convertirse de nuevo en estrellas; en cambio los cometas no
tienen ubicación cierta y estable, van vagando de aquí para allá, sus períodos de
aparición son más largos o más cortos, son raros y tienen pocas manchas, de modo que
fácilmente pudieran convertirse nuevamente en estrellas. Aquí está también la solución
de todos los fenómenos que notamos en los cometas para clasificarlos en barbados,
crinitos, caudatos, según su diversa posición respecto del sol, más lentos al comienzo de
su curso y aparición o más rápidos en la mitad del mismo; y por qué no se mantienen en
la misma zona, ni son uniformes en cuanto al modo y al tiempo de su aparición, y nunca
llegan a completar un medio círculo, como luego veremos. Paso ahora a examinar los
argumentos y razones aducidas por el adversario.

15. A la primera respondo que es falso que según la doctrina de Descartes todos
los planetas deberían ser empujados hacia la circunferencia del remolino; y esto, porque
si bien es verdad la razón que aduce, que la esfera o globo de los planetas, por ejemplo
la de nuestra Tierra, es más compacta que la materia globulosa del vórtice del sol en el

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cual se mueve, es verdad solamente respecto de la materia de dicho vórtice y las partes
sólidas de la Tierra que habitamos, no respecto de las partículas propias del remolino
terrestre. Cuando decimos que un planeta se sumerge en otro remolino, no nos referimos
únicamente a su cuerpo duro y sólido, sino además a toda la atmósfera de que está
rodeado con todos los elementos que en ella se incluyen: por ejemplo, si se trata de la
Tierra, se entiende que se sumerge todo lo que pertenece a su remolino, en el cual está
incluida también la luna. Por tanto, la comparación se ha de establecer entre éste y el
cuerpo duro de la Tierra: en esas condiciones es fácil encontrar el equilibrio. Por
ventura no se establece un real equilibrio entre la nave y todo lo que en ella se contiene
y una masa de agua igual a su magnitud, de tal manera que ningún objeto de los que
están en la nave se va al fondo del mar, aunque si echamos al mar cualquiera de los
objetos por separado, habrá de sumergirse en seguida. Lo mismo en nuestro caso: si
nuestra Tierra llegara a separarse de su remolino, en el que está inserta como en una
nave, se podría decir que no tardaría en desplazarse hacia la circunferencia; lo que no
ocurriría si hubiera una presión que la mantenga unida a su propio remolino. Y no vale
decir que hay disparidad entre la nave y el remolino, puesto que la nave es sólida y dura,
y el remolino fluido y líquido, y que por tanto, la nave puede sostener fácilmente los
cuerpos pasados e impedir que vaya al fondo, mientras que el remolino más bien
absorbe en sí a dichos cuerpos. Esta observación no tiene importancia, porque lo que se
dice es verdad tratándose únicamente de los cuerpos duros, que no sufren igual presión
por parte de los líquidos en todos los puntos, como consta en el caso de la nave y de los
objetos contenidos en ella, mientras que el remolino ejerce igual presión sobre la Tierra,
y no hay en ella ninguna porción que ceda su lugar a otra; y no sólo esto, sino que con
su movimiento circular de oriente a occidente, la abraza y estrecha igualmente por todas
partes: la Tierra, pues, no tienes por dónde escapar; en otras palabras, estando en un
medio uniforme en todas sus partes, no puede ubicarse sino en la parte media del
remolino, conservando ahí su posición estable, y sin poder escapar.

16. En cuanto a la segunda objeción, afirmo que lo que dice es verdad sólo si se
compara la masa o cuerpo de los cometas con el de los planetas. Según esto, y como ya
lo hemos visto en el caso de la Tierra, los planetas son mucho más compactos y duros
que los cometas, ya que éstos, como sabemos por lo dicho anteriormente, son planetas
en formación, con manchas que cuando llegan a crecer y tomar consistencia dura con la
concentración de la materia, se convierten de hecho en planetas. Pero no es así como
debe establecerse la comparación: está debe hacerse más bien entre dos remolinos
considerados en su totalidad: sólo así se explica cómo los cometas son en ese sentido
más compactos que los planetas: y es que la materia que rodea a un cometa puede ser
mucho menor, mucho más movida y por tanto, puede comprimir y presionar sobre las
manchas del cometa mucho más de lo que hacen la materia y el remolino de un planeta.
Por lo demás, si se hace la comparación entre cuerpo y cuerpo, no debe hacerse entre
todo el globo o núcleo del un cuerpo y el globo del otro, sino entre partes y partes, entre
una mancha del cometa y una porción igual del planeta, y entonces será verdad lo
contrario: podrán ser más compactas y de menores poros las diversas manchas de los
cometas que las porciones iguales de los planetas. Por consiguiente los cometas no
podrán caer más hacia el fondo en dirección al sol, tanto por esta razón que acabamos
de exponer, como por impedirlo la materia de su propio remolino; la harían sí, sólo en
caso de verse libres de esa especie de cárcel. Al tercer punto respondo lo siguiente: no

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podemos admitir que aquello sea cosa fácil, y mucha razón tuvo Descartes al dudar de
aquel cometa que se dice haber cubierto a la luna, y al creer que tal se equivocaron los
astrónomos de esa época: pues aunque dicho fenómeno no parezca del todo imposible
suponiendo que un cometa fuera lanzado por algún inmenso vórtice de una de las
estrellas que circulan en gran número en la inmensidad de los espacios, hasta descender
a las inmediaciones de la luna, sin embargo, considerando el estado actual de las cosas,
eso jamás podría ocurrir sin un cambio extraordinario en el universo; fuera de que tal
vez se podría pensar que aquel cometa fue una emanación, o algo parecido que pudo
arrojar el cuerpo de la luna. Pasemos a la cuarta observación o dificultad: sabemos que
los cometas se mueven por todas partes y en cualquier dirección, sin que hasta ahora se
haya precisado nada acerca de este fenómeno: sus leyes no han sido todavía
descubiertas, digan lo que digan los aristotélicos y otros matemáticos; en este orden, el
único método más seguro parece ser el de la teoría de los remolinos.

17. Quisiera añadir algo más para exponer lo que sobre esta materia opina
Descartes, o al menos lo que podemos sostener sobre la base de sus principios. Aun
cuando él da una explicación como ninguna analizando muchos puntos con tanta
penetración y sutileza, deja todavía algo por explorar. Consta que la barba, la cabellera,
y la cola de los cometas, están íntima y necesariamente relacionadas con el sol, puesto
que cambian su brillo de acuerdo con la diversa situación del astro; afirmar lo contrario
sería como pretender que el arco iris bajo tal o cual ángulo no proviene del sol. En este
punto estoy de acuerdo con Milliet. Pero añado la siguiente razón: como el cuerpo del
cometa consta de costras o manchas todavía medio transparentes, es decir un tanto
tenues y muy porosas, puesto que todavía no están completamente cuajadas y
condensadas sino en gran parte descontinuadas dejando por tanto muchos intersticios
luminosos, resulta que al incidir sobre el disco del cometa los rayos del sol, empujan la
materia sutil que gira en el centro a gran velocidad, hacia la parte contraria y con una
velocidad todavía mayor, llevando por lo mismo mayor cantidad de materia en esa
misma dirección. Ahora bien, como la luz no es otra cosa que cierto movimiento de la
materia, como tantas veces ya hemos dicho, o un cierto desplazamiento de los glóbulos
en línea recta hacia nuestros ojos, se puede pensar que los rayos del sol comunican a
dichos glóbulos o partículas el grado de velocidad que se requiere para producir aquella
sensación y aquel brillo visible que parece difundirse en la medida en que se deja sentir
aquel grado de velocidad adicional, y que será más débil o más fuerte y adoptará una u
otra figura, según que los intersticios, poros o manchas del cometa fueren más o menos
grandes y según fuere también su configuración. A veces la cola del cometa crece tanto
que equivale al parecer a la duodécima parte del cielo. Es evidente, por tanto, que al
cambiar la relación de ubicación del cometa respecto del sol, habrá de variar también su
brillo y habrá de hacerse ora barbado, ora crinito o caudato y habrá de adoptar el
tamaño, la forma, la modalidad y demás características, conforme al modo, fuerza y
dirección con que el sol impulsa y sacude la materia central.

18. Veamos ahora de qué depende la mayor o menor velocidad de un cometa.


Como todo cometa, según se supone, es lanzado en el firmamento por el inmenso
remolino de alguna estrella en la dirección más viable, no será raro que vaya pasando de
remolino en remolino sin que podamos verlo; a veces permanecerá por más tiempo en

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las inmediaciones de un remolino, otras será arrojado mucho más pronto de acuerdo con
la fuerza y magnitud del remolino; puede ser que en algún remolino penetre más
profundamente, puede ser también que algún remolino lo rechace con menos fuerza:
según esto permanecerá más o menos tiempo en los diversos remolinos. Puede suceder
también que en alguna parte encuentre un equilibrio temporal pudiendo permanecer allí
por más tiempo, hasta que con el andar del tiempo y por haber cambiado el centro o la
velocidad de la materia que en él se agita, o por la disminución o aumento de las
manchas, llegue a perder el equilibrio y verse arrojado en otra dirección. Todo esto
depende de la naturaleza de cada uno de los remolinos, de la diversidad de las partículas
de que están compuestos y de la mayor o menor agitación que haya en los centros
respectivos. Pues bien, supongamos que un cometa sale disparado de un remolino que
esté orientado hacia el de nuestro sol en dirección noreste: al comienzo, mientras el
cometa va descendiendo hacia nosotros y el sol, no lo podremos ver, dada la distancia; a
medida que se aproxima irá creciendo en luminosidad; seguirá avanzando como al
comienzo hasta sumergirse en nuestro remolino; entonces se lo verá mucho más claro y
avanzará en una u otra dirección, en línea recta o curva, en dirección al este o al oeste,
hacia delante o hacia atrás, según el impulso, la fuerza y la dirección comunicada por el
remolino que lo arrojó y según los otros factores que intervienen a lo largo de la
trayectoria, toda vez que conserva en lo posible la dirección del impulso recibido, tal
como lo hace una piedra que se arroja al aire o al rayo lanzado por las nubes, cuya
dirección y movimientos depende tanto de la dirección del primer impulso como de los
diversos cuerpos que encuentra y con los que se topa a su paso. Finalmente el cometa,
libre de esos obstáculos dará la impresión de avanzar más rápidamente que antes, ya por
irse aproximando más y más hacia nosotros y hacerse mas sensible su carrera, ya porque
aumenta su movimiento por razón del movimiento de nuestro propio remolino; pero
esto, en caso de que su acercamiento a nuestro remolino se haya hecho de tal forma que
puede seguir conservando su trayectoria en condiciones favorables; en caso contrario, y
si se ve forzado a ir en otra dirección, su movimiento puede parecer más rápido, a
condición de que el remolino de procedencia del cometa lo impulse sin mucha fuerza, y
el remolino a donde se dirige le presente una resistencia mucho menor aún: en este caso,
el cometa vencerá más fácilmente con su propio impulso el obstáculo de nuestro
remolino, y se moverá con mayor velocidad.

19. El hecho de que al final disminuya nuevamente su velocidad y avance como al


comienzo en los dos casos, de tener condiciones favorables o desfavorables, se explica
por lo siguiente: que el remolino hacia el que se dirige tiene mayor fuerza de resistencia
que la fuerza de impulso que tiene el remolino por el cual fue lanzado; lo cual es
perfectamente razonable, pues en estas condiciones el cometa no podrá menos de ir
perdiendo mucho de su primera velocidad. Esto supuesto, el resultado será
necesariamente igual al del comienzo: el cometa avanzará más lentamente, pues
habiendo disminuido sus fuerzas y teniendo que enfrentarse a un cuerpo contrario más
fuerte, forzosamente se irá quedando y finalmente se agotará por completo. Así las
cosas, y siendo tales las características y constitución de los remolinos, no veo mejor
explicación que la siguiente: la materia superior de nuestro remolino del sol, en donde
están ubicados Marte, Júpiter y Saturno, lo mismo que cualquiera de sus partes en
cualquier lugar que se encuentren, tiene las mismas cualidades y movimiento y más o
menos la misma fuerza y la misma resistencia; lo mismo digamos de los demás

270
remolinos considerados separadamente; pero si se comparan unos remolinos con otros,
si se compara la fuerza, fortaleza, el movimiento y las propiedades de un remolino con
los de otro, por ejemplo el remolino Sirio con el de nuestro sol, encontraremos una gran
diferencia, y seremos que cada remolino tiene sus propias cualidades, su propio
movimiento y su propia fuerza, mayor o menor que los otros, o también a veces igual,
según la respectiva naturaleza. Nada extraño, pues, que por lo mismo, tengan que ser
también distintas las características y el comportamiento de los cometas, y que uno sea
lanzado con mayor violencia hacia nuestro remolino, se sumerja en él más a fondo y
avance con mayor rapidez, y que otro tenga distintas características y se comporte de
distinto modo: esta es la explicación de la diversidad del movimiento en los cometas; a
no ser que se prefiera esta otra explicación: que el cometa se mueve al comienzo
lentamente porque resiste con más violencia el rechazo de los cuerpos contrarios, algo
así como el soldado en el primer ímpetu del ataque, pero que, una vez vencido y
expulsado y una vez que va descendiendo hacia nuestro remolino, se comporta como un
fugitivo que llevado de la vergüenza y el temor, apresura el paso soportando todo
rechazo y repulsa, y que finalmente tratando de encontrar salida, exhausto de fuerza y
habiendo perdido en el camino muchas de sus partículas, no halla otra manera de lograr
su intento si no es disminuyendo.

20. Queda finalmente por explicar la razón de por qué ningún cometa en su
trayectoria puede completar un semicírculo. Si la razón no es la que voy a exponer, no
sé qué otra pueda darse. Digo, pues, que todo remolino se supone que constituye un
todo único como un gran mar desplegado en la inmensidad de la esfera, o como un
gigantesco globo compuesto de materia fluida y distinto de los demás, y hacia el cual,
como he dicho, son proyectados de cuando en cuando los cometas. Supongamos un
cometa que viene proyectado desde cualquier dirección, y que, después de pasar por
todos los remolinos que encuentra a su paso, se aproxima al remolino de nuestro sol;
pregunto: ¿cómo llega a sumergirse en nuestro remolino con aquélla fuerza de
proyección? Prescindo aquí de la magnitud del remolino del sol que se extiende por el
espacio y prescindo de lo que ocurriría si otro remolino fuera proyectado desde fuera
contra él –ocurriría lo que en el mar: cualquier río, inclusive el mayor de todos, cual es
el río Marañón, no solamente no llegará a dividir todo el mar y penetrar en él con toda
la violencia y las aguas dulces que tenga, sino que apenas logrará entrar unas 20 o 25
leguas cuando será totalmente absorbido por las aguas saladas del mar; o también
ocurrirá lo que cuando se encuentran dos ríos de impetuosa corriente, cada uno de los
cuales trata de dominar al otro sin lograr sobreponerse por completo; prescindo, digo, de
estas circunstancias y fijándome únicamente en el primer impulso con que el cometa es
lanzado hacia el centro del remolino del sol, pregunto cómo es su trayectoria: ¿seguirá
la línea recta? Sin duda, al menos durante un buen trecho, pero no muy largo, porque al
toparse en el camino con tantas partículas, glóbulos y con la gran cantidad de materia
del remolino, habrá de reaccionar tal como lo hace una piedra o una esfera de hierro
lanzada al aire, y como éstos tendrá que abandonar en un momento la trayectoria recta y
tomar una trayectoria parabólica, elíptica o de otra forma irregular. Es verdad que cada
uno de los glóbulos contra los que choca aquel extraño huésped, tomados
separadamente parece que no ofrecen ninguna resistencia frente a la magnitud y
velocidad del cometa, pero de hecho no dejan de tener su efecto, pues ofrecen alguna
resistencia aunque sea mínima, tal como las partículas de aire que no dejan de oponer

271
alguna resistencia a la piedra o a la esfera; pues la fuerza de resistencia de tantísimas
partículas y glóbulos mirada ya en conjunto necesariamente tiene que dejarse sentir.
Ahora bien, así como la acción que ejercen las partículas de aire sobre la piedra es una
acción de rechazo en dirección contraria a la que traía cuando fue arrojada, y para que
caiga al suelo, así la acción de los glóbulos sobre el cometa tienden a rechazarlo en la
dirección contraria a la que traía y por tanto, a empujarlo hacia arriba; pero esto no
puede hacerlo el cometa sin salirse del semicírculo; luego nunca llegará a completar una
trayectoria en semicírculo. Y a esto contribuye todavía con más efectividad el
movimiento espiral del remolino, cuyo impulso, dado que sobrepasa al semicírculo en la
misma proporción en que la media espiral sobrepasa a su circunferencia, nada más
natural que impida al cometa completar el semicírculo y que lo impulse cuanto antes
hacia arriba. Todos los demás fenómenos se explican con estos mismos lineamientos. Y
aun diré, como al comienzo, que no hay cometa por irregular que sea, cuyos
movimientos no puedan explicarse perfectamente con la teoría de los remolinos.

21. Pasaría ya a la siguiente proposición, pero me detiene la consideración del


movimiento de la Tierra que hemos examinado en esta misma: habría que analizar
cuatro o cinco fenómenos que la tocan de cerca y que no sabría decir si son más difíciles
de explicar o más dignos de admirarse. Su fácil explicación confirmará la doctrina que
vamos exponiendo. Entre los diversísimos fenómenos nos causan gran admiración los
vientos, sobre todo el viento general que domina en la zona tórrida y que va de oriente a
occidente, y no menos el rayo, el trueno, las tempestades, las lluvias y la nieve, las
fuentes y manantiales que se alzan hasta las cimas de los montes y son fuente de riqueza
y fertilidad para valles y llanuras al convertirse en amenos riachuelos y torrentes y
finalmente en inmensos ríos para deleite de innumerables pueblos y naciones; fuera de
esto tenemos los terremotos, los fuegos subterráneos de los abismos y de los volcanes,
los globos ígneos que aparecen de pronto en el espacio, el resplandor o aurora boreal,
los dragones volantes, los meteoritos, los fatuos y otros fenómenos por el estilo.
Digamos algo sobre estos movimientos y fenómenos en cuanto lo permitan los límites
que nos hemos propuesto en este estudio. En primer lugar analizaremos lo que se refiere
a la formación de la Tierra, siguiendo siempre a Descartes, aunque no con sus propias
palabras ni en todos los detalles. Cuando nuestra Tierra fue llegando al estadio del
planeta y dio consigo en la zona del remolino del sol, por efecto de la misma caída y
además por la acción del fuerte impulso que traía hubo de sufrir sin duda un gran
cambio en la constitución de su cuerpo, dada la presión y reacción del remolino del sol
que resistía con toda su fuerza al huésped que se le avecinaba, y la conmoción del
centro de la propia Tierra y de la materia incluida en él y de todas sus partes en general:
¿qué no sufriríamos en nuestro cuerpo si cayéramos de una gran altura aunque fuera
sobre un suave cojín? La Tierra, pues, al caer sobre el colchón del remolino del sol,
sufrió un gran cambio, y hubiera cambiado todavía más si al ir pasando por entre los
otros remolinos, hubiera dado contra un cuerpo duro, por ejemplo contra otro planeta o
contra algún satélite de Júpiter o Saturno –cosa no imposible, porque parece cierto,
como observamos más arriba, que hay muchos cuerpos o satélites en el inmenso espacio
ocupado por los remolinos, si bien no los podemos ver a causa de la gran distancia.
Pues bien, supongamos que la Tierra chocó con algún planeta: ¿qué pudo pasar? -
Sencillamente, y para decirlo en una palabra, lo que vemos que de hecho ha ocurrido.

272
22. Veámoslo más en concreto. Con aquel tremendo choque, la costra externa del
globo terráqueo que rodea la materia sutil del centro no pudo menos de conmoverse,
resquebrajarse y fragmentarse en innúmeros trozos, que inmediatamente debieron caer
en la zona del centro, como ocurre con una esfera de vidrio que choca con otro cuerpo:
los fragmentos caen en el líquido que contiene la esfera. Pero en el caso de la Tierra
podemos creer que todas las partes de naturaleza homogénea se juntaron ocupando
zonas separadas de las partes heterogéneas en cuanto era dable y éstas lo permitían.
Ahora bien, como la costra estaba compuesta de un inmensa cantidad de partículas de
distinta figura, como hemos dicho, figura sobre todo cilíndrica, espiral, muelle, cúbica,
piramidal y estriada, es muy explicable que de ahí se hayan formado los seis elementos
de los cuerpos terrestres, a saber la sal, al aire, el agua, la tierra, el fuego y la piedra
imán- y así vemos también que los tres elementos señalados por Descartes componen
los cuerpos, el aire para su ligereza, el agua para su blandura, la tierra para la
inmovilidad, el fuego para el movimiento y el imán para establecer el equilibrio; estos
seis elementos, como consta por la química, están en todos los cuerpos terrestres, y por
cierto formalmente, como se dice en lenguaje filosófico, y no sólo virtualmente, lo que
sería ininteligible, ya que todos los elementos se encuentran formalmente en los cuerpos
mixtos. Así y todo, si pasamos a considerar los fenómenos secundarios de aquel
proceso, además de las seis clases de partículas que acabamos de señalar, podremos
encontrar varias otras de distintas formas, como dentadas, a modo de sierra, de lámina,
aguzadas, en forma de espina, de esponja, de naturaleza flexible, etc. que son las que
componen los cuerpos llamados mixtos, como los metales, el aceite, el azufre, la brea,
etc. Estas partículas son más densas que las anteriores, y se pueden dividir en tres
clases: primigenias, elementales y mixtas, correspondiendo las primigenias a los tres
elementos superiores, las elementales a la siguiente serie que es la de los seis elementos
de los cuerpos terrestres, y las mixtas a los cuerpos mixtos; con otro criterio se las puede
dividir también en dos clases: sensibles, las que se pueden distinguir y apreciar por los
sentidos, e insensibles aquellas cuya figura es tan tenue y diminuta que no pueden
percibirse por los sentidos ni por instrumento alguno. Ateniéndonos a esto no caeremos
en errores.

23. El hecho de considerar únicamente seis clases de elementos, obedece a la


misma contextura y composición de las costras del globo terráqueo, que es de tal
naturaleza que no se ve que pueda permitir otra cosa: podemos tener una idea de esto al
considerar el modo de confeccionar un tejido. Este arte de gran utilidad, consiste en
extender hebras iguales en sentido longitudinal e irlas entrelazado con otras en sentido
transversal, formando así la tela completa. Lo mismo en nuestro caso: a partir de las
materias primigenias señaladas por Descartes, y con la fuerza del impulso proveniente
del centro se forman, en torno a su cavidad varias hileras de cilindros elementales
dispuestas en formas transversal y una sobre otra; esto ocurre al tiempo en que van
aumentando las manchas de la estrella; las hileras y cilíndricos mencionados, se van
coordinando entre sí y disponiendo en tal forma que la costra a que dan lugar toma la
apariencia de un paño o tejido. Luego se van sumado nuevos y nuevos cilindros y con
ello se va haciendo más compacta toda la estructura, de modo que su aspecto ya no es el
de un tejido, sino más bien el de un muro hecho de ladrillos perfectamente trabados.
Continuándose el proceso acaba por condensarse la materia a tal punto que da lugar a un

273
cuerpo enteramente duro, como la obra de fortificación resistente como el hierro o el
diamante. Analizando con cuidado esta especie de tejido, encontramos en él los
primeros seis elementos de que hablamos antes: los filamentos o cilindros dispuestos
unos sobre otros en forma transversal, corresponden a la sal y son partículas duras que
no se doblegan fácilmente. Pero estas partículas, para poder extenderse a todo lo largo y
formar la superficie de la costra o mancha, deben extenderse a todo lo largo y formar la
superficie de la costra o mancha, deben unirse unas con otras: ¿Cómo lo hacen? Por
medio de nudos a lo largo de la hilera, diríamos, como es obvio; pero a los nudos en
este caso corresponden las partículas espirales que enganchando los extremos de los
cilindros los unen y hacen de toda la estructura un solo cuerpo; estas partículas
constituyen el aire. Entre las partículas espirales y los cilindros quedan muchos
pequeños conductos que deben ser llenados; para ello están muchísimas partículas
flexibles y mucho más tenues, capaces de adaptarse a la configuración de los conductos;
éstas son las partículas de agua. Entre los mismos cilindros dispuestos, como hemos
dicho en forma transversal, quedan todavía diversos espacios de forma cuadrada, que
deben ser llenado con partículas de formas cúbicas; éstas son las partículas de tierra. A
todo esto, la costra o capa se va haciendo cada vez más compacta y su superficie externa
más y más dura, y al mismo tiempo los espacios cuadrados que dan hacia la parte
externa a donde afluye en mayor abundancia la materia expulsada, se van estrechando
mientras permanecen grandes hacia la parte interna y hacia el centro; para llenarlos
hacen falta partículas de forma piramidal; éstas son las partículas de fuego. Finalmente
el movimiento circular del centro produce necesariamente partículas estriadas, como
luego veremos; éstas son las partículas magnéticas. Tenemos, pues, en esta especie de
tejido, como en germen, los seis elementos que hemos señalado.

24. Supongamos ahora que se derrumba todo este edificio, que ese muro de dureza
de hierro o de diamante se desploma y tras la colisión con otro planeta, se rompe en
pedazos de número indefinido: ¿no habrá una confusión general de partículas y
elementos? ¿No caerán esos trozos en el centro, para quedar en él flotando o para
sumergirse al ser expulsados por la materia sutil que ahí se encuentra en perpetuo
movimiento? ¿Quién podría describir las reacciones y cambios que sufrirán ahí todos
esos fragmentos: fricciones, arqueamientos, conmociones, plegamientos, presiones,
calentamientos y mil divisiones y fusiones mutuas? ¿Cuántas veces quedarán flotando,
cuántas serán proyectados hacia arriba y volverán a caer al fondo, y al chocar entre sí
una y mil veces cuántas divisiones y fragmentaciones no sufrirán hasta disolverse,
mezclase y coagularse en movimiento incontenible? ¿Qué no hará aquella materia en
continua efervescencia? Si una lente es capaz de quemar no sólo las telas, las maderas y
cuerpos similares, sino hasta los metales como el oro, y el hierro, y disolver hasta las
piedras y cualquier objeto con la mera concentración de los rayos solares, ¿qué no hará
la materia sutil cuya actividad es tan fuerte que no admite ni comparación con la de la
lente? Pues imaginaremos, como lo hago yo siguiendo a Descartes, que así fueron las
cosas cuando Dios creó el universo, y lo mismo quizás con más visos de verdad, cuando
tuvo lugar el diluvio: ¿no es entonces natural que de ese proceso haya surgido el mundo
que habitamos? Porque aunque haya sufrido tal desintegración y aunque al comienzo la
situación haya sido de completo caos, no tardaría en rehacerse de nuevo por la acción
renovadora de la materia sutil. En la parte interior y central de la Tierra pudo haberse
formado una concavidad muy semejante a la primera, como ensamblada en diversas

274
formas por los primitivos fragmentos y manchas y acomodada en la posible circulación
de la materia; pero en lo exterior, como es evidente, hubo de aparecer como un globo de
naturaleza distinta, es decir con las características reales que tiene y que le atribuye la
Sagrada Escritura: por tanto, en condiciones aptas para que se separaran unos de otros
los elementos, tomara consistencia la tierra, se juntaran las aguas en un solo lugar,
separándose las superiores de las inferiores, luciera el firmamento, aparecieran las
partes secas, se empinaran los montes, se formaran los valles, se multiplicaran los ríos,
produjera la tierra hierba verde, los árboles dieran sus frutos conforme a su especie,
presidieran el día y la noche las dos grandes lumbreras, para señalar el tiempo, los días y
las noches y los años; todo en fin pudo acontecer como sabemos que fue en la creación
del mundo.

25. Ahora bien considerando todo esto desde el punto de vista de la física, en
medio de aquella confusión y lucha general que imaginamos y en el desgarramiento de
todo el globo terráqueo, y al verse agitadas con movimientos tan tremendos las diversas
partículas de los elementos, ¿no debieron de reagruparse buscándose entre sí las de
idéntica naturaleza y separándose de las de naturaleza distinta, tal como se separa el
suero de la crema cuando se bate suficientemente la leche? ¿No enseñan esto la
experiencia y la misma razón? Ciertamente cada uno busca a su semejante, y más
fácilmente se juntan las cosas que armonizan mutuamente. Así pues, aquellas partículas
al verse remecidas, zarandeadas y agitadas en toda forma, se fueron adhiriendo de
preferencia a aquellas que por su similitud presentaban más facilidad para una más
íntima y fuerte unión mutua; es decir, las partículas de forma cilíndrica se unieron con
los cilindros, las espirales con las espirales, las blandas, cúbicas, piramidales y
magnéticas a sus semejantes; tal como ocurre en la fusión de los metales, en que por
ejemplo las partículas de oro se unen entre sí más fácilmente que con las partículas de
hierro. Y así, una vez que las partículas de los diversos elementos ya reunidas en sus
respectivas porciones se situaron en un lugar determinado, salieron a flor las seis
especies de elementos arriba mencionados, a saber, la sal, el aire, el agua, la tierra, el
fuego y el imán, cada cual en el sitio que convenía a su propia naturaleza; no es otra
cosa el mundo que ahora hollamos con nuestros pies. Y así tenemos el océano
Atlántico, el Indico y el Pacífico; junto a ellos, el África, Europa, Asia y América; así
mismo los montes Pirineos, los Alpes, el Tauro, el Caucaso, el Irnao, la cordillera china,
y en otra zona la cordillera del Atlas, los montes de la luna, el Sinaí, el Gatis, la
cordillera del Perú. La sal invade los mares en estado de disolución, el fuego está dentro
de varios cuerpos mixtos, el aire se eleva a lo alto, el imán circula de polo a polo: todo
como en desorden, como si los elementos hubieran sido distribuidos al acaso, más por
obra de nuestros delitos que por el designio original de Dios; sin embargo, no obstante
esta distribución como improvisada y sin concierto, no podemos menos de admirar la
maravillosa concordia de la naturaleza y la íntima y necesaria conexión que reina en los
elementos en medio de su misma lucha; porque nada es superfluo, nada redundante,
habiendo sido dispuestas todas las cosas con admirables sabiduría, a tal punto que nunca
podremos admirar y alabar lo suficiente la infinita providencia y sabiduría de Dios y su
delicadísimo amor hacia las creaturas.

275
26. Con esta hipótesis o teoría tenemos a la mano la explicación de la formación
de los montes y los valles, como es claro, lo mismo que de la disposición de las demás
partes de la tierra; con los mismos principios se explica también la división de las aguas
en superiores e inferiores, es decir, la composición del aire que respiramos y que está
formado principalmente por partículas de agua provenientes del agua de las zonas
inferiores que se eleva por el ambiente: en efecto las partículas más tenues que como
germen del agua dulce, llenaban los pequeños conductos de la superficie de la tierra, son
la materia que a una con varias otras partículas, impregna continuamente el aire; ello
hace posible la respiración de todos los seres vivientes, y es la causa principal del
crecimiento de los vegetales. Si esas partículas se elevan en mayor cantidad, ya no se
podrá hablar simplemente de aire respirable sino que surgirán los vapores, los
aguaceros, las lluvias y las tempestades; con esto se explica también el verdadero origen
y causa de la elasticidad del aire: éste se compone de aquellas partículas espirales que
en un principio entrelazaban los cilindros en el tejido de la tierra y mantenían en sus
pequeños conductos el germen del agua dulce, y luego liberadas por la fragmentación
del globo, se elevaron a lo largo de la atmósfera como elemento más leve, pudieron
reducirse a un volumen mucho más pequeño y ponerse en condiciones de producir la
elasticidad; se da así mismo una explicación al hecho de que exista tanta abundancia de
sal, abundancia que corresponde a la gran cantidad que había de cilindros, que son
precisamente los que constituyen la sal: tanta es su abundancia, que con estar mezcladas
a lo largo y ancho de la Tierra con todos los cuerpo mixtos, y a pesar de que existen
salinas en tantos sitios, todavía hay suficiente para impregnar todo el océano. El agua
dulce está hecha de aquellas partículas blandas que se formaron dentro de los pequeños
conductos que dejaron entre sí las partículas espirales. El agua del mar se convierte en
agua dulce a fuerza de penetrar y filtrase por las capas de tierra y arena en donde se
sedimenta la sal como cuerpo de partículas más densas y voluminosas, y también por
efecto de la evaporación en que sube continuamente hacia el aire, a donde la sal, como
cuerpo más pesado, no puede subir. El fuego, fulgor móvil, piramidal y velocísimo, no
muy distinto de la materia sutil, se formó en los pequeños vacíos o intersticios del tejido
de la tierra y no puede menos de estar encerrado y como encarcelado en sus entrañas y
en lo interior de los cuerpos mixtos, como las piedras, la madera, etc., y ¡cuánta
destrucción no provoca cuando logra estallar y salir afuera! El imán con sus estrías
nacidas tras diversidad de movimientos, circula ocultamente por todo el universo; más
abajo veremos cómo cumple esta sorprendente actividad. La explicación que precede
nos descubre las causas de la configuración de todos los elementos; y no son éstas
suposiciones arbitrarias como las que proponen otros autores. En una palabra, con los
principios establecidos en la teoría de Descartes y con sus bien fundadas y sabias leyes
sobre la formación y características de los remolinos, el movimiento diurno y anual de
la Tierra y los demás fenómenos, no hay nada que no tenga su conveniente y adecuada
explicación, cosa que no es posible obtener con otras teorías o hipótesis. En cuanto a las
otras partículas que hemos llamado mixtas, tenemos lo siguiente: son partículas más
densas o voluminosas, que se forman en las entrañas de la tierra por acción de los
elementos y de otros cuerpos ahí presentes, y de las cuales se componen
inmediatamente todos los cuerpos mixtos; pero de esto no podemos ocuparnos más en
detalle en este corto tratado.

276
27. Volviendo a lo insinuado anteriormente, quisiera ahora tratar como primera
cosa, la naturaleza de los vientos. ¿Qué son los vientos? Es más fácil sentirlos que dar
una explicación racional de ellos; son tantos y tan diversos: vientos generales y
particulares, periódicos y erráticos, constantes e inconstantes, monzones, tifones, etc., y
lo contrario de todos, las calmas. ¿Quién puede entenderlos y explicarlos, quién dar una
enumeración completa de ellos? Vienen partiendo de tantas zonas del horizonte, y
circulan casi en todas direcciones; ya se lo siente por la espalda, ya de frente y es el
mismo viento que ha cambiado por una especie de reflexión: uno a veces se asemejan a
un torrente arrebatado y otras, a un tranquilo río; unas veces parece que ondulan como
las olas de un estanque, y otras se encrespan y arremolinan como las olas de un mar
enfurecido, y hacen temer que las casas y las naves no sólo sean abatidas, sino
descuajadas y elevadas con todo por los aires. ¿Quién podrá descubrir las causas de
todos estos fenómenos? El viento general es el que se siente en la zona tórrida y sopla
continuamente de oriente a occidente, y al parecer tendría como causa al sol, porque
según dice, el sol con su rotación rápidamente de oriente a occidente no puede menos de
llevar consigo en la misma dirección al fluido en el que está flotando; este fluido a su
vez comunica su movimiento al de las zonas inferiores, y éstas a las siguientes, hasta
llegar al aire que rodea la Tierra que es arrastrado en la misma dirección; y como la
zona tórrida es la propia del sol, se deduce que en ella tiene que producirse el viento
general: sería ésta una razón aceptable. Sin embargo, me temo que nos ocurra lo que
con la sombra que juraríamos que va corriendo y se mueve, siendo así que, como bien
sabemos, no se mueve, pues el que se mueve es nuestro cuerpo. ¡Estamos imbuidos de
tantos prejuicios! Se ve muy claro en esto de la sombra, que es tan obvio, que si la
seguimos, sabemos que huye delante de nosotros, y si la huimos sabemos que nos sigue:
si todo fuera así de fácil, pronto enmendaríamos nuestros errores, y seguramente
diríamos que la causa del viento general no es el sol, sino la misma Tierra. Esto es
precisamente lo que dice Descartes, y supuesto el movimiento de la Tierra, esto es
precisamente lo que se debe afirmar. En efecto, según nuestra teoría, mientras el sol y el
firmamento se mantiene en su puesto, la única que se mueve es la Tierra y lo hace de
occidente a oriente, y por eso nosotros que nos movemos juntamente con ella, sentimos
que el viento sopla desde la parte de oriente. Si quisiéramos describir las cosas tal como
son en realidad, deberíamos más bien decir que nosotros moviéndonos desde el
occidente chocamos contra el viento de oriente, y no que el viento sopla de oriente a
occidente. Por lo demás este viento es una de las principales causas para probar que la
Tierra, y no el sol, es la que se mueve. Y en realidad, distando el sol de nosotros tantos
millones de leguas, como todos saben y lo admiten, parece imposible que un
movimiento suyo, por más fuerte que se suponga, llegue hasta nosotros y se haga sentir
como lo notamos, en el viento. No ocurre esto con el movimiento de la Tierra; en ella
dado, su movimiento diurno de occidente a oriente, en proporción a su fuerza y
volumen deberá sentirse un viento tanto más fuerte de oriente a occidente.

28. Y ciertamente es así. Pero también en esto nos engañamos, porque no


llegamos a percibir el movimiento de la Tierra a la que estamos adheridos; y es natural:
porque si a veces no distinguimos en una nave de enormes proporciones un movimiento
de alguna velocidad, y juzgamos que la nave está inmóvil, aunque en verdad se mueve,
no es extraño que tratándose de la Tierra creamos lo mismo con tanta tenacidad, aunque
no haya una razón evidente para ello, pero el hecho es que la Tierra se mueve y por

277
cierto juntamente con el aire que la rodea y con el conjunto de su remolino; pero en ese
conjunto no todo se mueve por igual; la Tierra como es sólida, no puede moverse sin
que al mismo tiempo se muevan todas sus partes; en cambio, el aire y el remolino; pero
en este conjunto no todo se mueve todas sus partes; en cambio, el aire y el remolino son
fluidos y sus partes no dependen unas de otras; en consecuencia, la superficie de la
Tierra habrá de moverse con más rapidez que el aire adyacente, y mientras ella gira en
dirección al oriente, el aire marchará hacia el occidente, y no seguirá el movimiento de
la Tierra sino por partes y poco a poco; de todos modos a nosotros que nos movemos al
igual que la Tierra, nos dará la impresión de ir hacia el occidente; aunque habría que
reconocer que en esto tiene su parte también el sol, pues sobre todo al salir por la
mañana hace que dicho fenómeno sea más sensible. Hay que reconocer con todo, que
esta no es la causa única de los vientos, sino que son muchas las causas que los
producen. El viento en efecto consiste en el movimiento del aire, movimiento que puede
depender de muchos factores. Por eso se puede decir en general que todo agente capaz
de mover el aire por un tiempo considerable en alguna dirección, puede ser causa de
algún viento particular. Pero si se investiga más a fondo y se va a la raíz o causa última,
digo que ésta es la elasticidad y la materia sutil; y es que las partículas del aire, por
efecto del calor o de cualquier otro modo, se encorvan y se vuelven elásticas, ejercen
presión sobre las partículas adyacentes, éstas sobre otras y otras sucesivamente, hasta
que poniéndose todas en movimiento, tratan de ocupar un espacio mayor y finalmente
todas a una se precipitan con violencia en una determinada dirección; este flujo es el
viento. Si el globo terráqueo fuera perfectamente esférico y no hubiera tantos montes,
prominencias y sinuosidades que lo ciñen como estorbos, tal vez no habría sino un
único viento general que se haría sentir en todas partes, como explicamos antes; pero
como la Tierra está llena de pliegues de todo tamaño, de valles que se extienden en
diversas direcciones, de colinas, de planicies extensísimas, de roquedales escarpados y
selvas interminables y de mil otros accidentes, con ellos sufre mil cambios y
modificaciones el viento en general, y da origen a otros innumerables y distintos
vientos.

29. Dicho de otro modo, el viento general que sopla de oriente a occidente
pasando por sobre la tierra y los mares, se ve de hecho dividido y dispersado en
dirección a los cuatro puntos cardinales, Este, Oeste, Norte y Sur, y en las que señala la
rosa de los vientos, o sea las 32 que están en uso; pero como los puntos del horizonte
son innúmeros, es fácil admitir que bien podrían haber innumerables direcciones, y por
tanto vientos, dado que en todas partes habrá mil obstáculos contra los que podrá chocar
repercutiendo y retrocediendo luego en una y otra dirección, y en mil formas según los
tiempos y circunstancias, ya de modo continuo, ya a intervalos, unas veces con
violencia, otras débilmente, provocando incluso las terribles calmas, todo lo cual incide
en la gran variación de los vientos. Otra es la situación en lo alto de la atmósfera que
cubre las cimas de los montes: como no hay ningún obstáculo, el viento general sopla
en la misma dirección de oriente a occidente; o lo que tal vez sea más conforme a la
verdad, mientras el aire en lo alto de la atmósfera circula en sentido contrario al de la
Tierra que en su movimiento diario gira a toda velocidad en torno a su centro, con todo
el conjunto de cumbres, cordilleras, elevaciones, cuencas y valles y demás
irregularidades, muchas porciones o zonas de la atmósfera sufren diversas divisiones, se
en agitadas y empujadas y comprimidas por efecto de la presión que ejercen los

278
diversos obstáculos que salen al paso, de tal manera que tienen que dispersarse con gran
violencia en todas direcciones. Esta es la causa de los vientos particulares, causa que por
lo demás puede variar mucho por acción de las nubes y las tempestades que se forman
en el cielo con la acumulación de vapores y exhalaciones, y que empujan hacia la Tierra
el aire de la atmósfera encerrándolo y comprimiéndolo en las diversas depresiones y
concavidades, perturbando al mismo tiempo todo el ambiente con rayos y truenos.
Fuera de estos y otros factores, está el movimiento anual de la Tierra por su órbita que
influye enormemente en la variación de los vientos y del comportamiento de la
atmósfera a lo largo del año, como es evidente. Efectivamente la Tierra en su recorrido
circular alrededor del sol, se acerca más a él y se aleja, según las épocas del invierno y
del verano, y sufre mayor o menor presión por parte de los remolinos externos sin dejar
al mismo tiempo de girar cada día en torno a su centro; es claro que de todo esto se
origine una gran variedad en el régimen de los vientos.

30. Si bien se considera, parece que entre los vientos de la atmósfera y las olas del
mar hay una gran semejanza, y que bien pudiéramos decir que las olas son los vientos
del mar, y los vientos, las olas de las tempestades aéreas; y es que además del flujo y
reflujo, del que hablaremos más adelante, se da en el océano el movimiento general,
como en el viento, de oriente a occidente, o sea el que nosotros lo vemos así, según
nuestra explicación, porque nosotros nos movemos a gran velocidad de occidente a
oriente. Esto, además de la experiencia, lo confirma la razón; es patente el fenómeno
experimental en varias regiones de la zona tórrida, como la que va de la nueva España a
la China, de la India al África, del África al Brasil, en las cuales se ha hecho notar este
movimiento; y la razón nos dice que la misma causa que mueve el aire debe influir
necesariamente también y en el mismo sentido, en el océano, que no es menos fluido
que el aire, si bien con alguna diferencia debido a la naturaleza más densa del agua y el
aire inferior propio del océano. Tenemos, pues, que si bien el océano se mueve de
oriente a occidente en virtud de su movimiento general, sin embargo su flujo se extiende
por infinidad de pliegues y golfos, estrechos, mares, zonas y corrientes, como diversos
son los promontorios, perfiles de costas y demás accidentes que rodean el agua, que
influyen en la variada y múltiple dirección del flujo del agua que se acomoda a las
diversas situaciones y configuraciones que encuentra sin que jamás en ella se produzcan
movimientos contrarios entre sí. Más aún, un mismo flujo o corriente, en un mismo
golfo, en un mismo estrecho o en una misma zona sufren cambios debidos a causas
especiales que concurren en ciertos tiempos y ciertos meses del año experimentando
movimientos contrarios y regresando por la misma dirección por donde entraron. Y lo
mismo ocurre con los vientos, que en su esencia no son más que el movimiento del aire,
como las corrientes del océano que no son sino el movimiento del agua. Por eso, para
asegurar una navegación próspera hay que tener en cuenta no solamente los vientos del
aire sino también los flujos y corrientes del agua: cuando hay armonía entre estos dos
elementos, se puede esperar un completo éxito. Y así, todo lo que se diga del viento se
puede aplicar a las corrientes de agua: podemos hablar de los torbellinos del viento o del
aire y de los torbellinos del agua, de las ondulaciones del aire y de las olas del agua; así
mismo vemos que en determinados tiempos hay vientos fijos en el aire, como flujos y
corrientes fijas en el agua; nubarrones en el aire, y espantosas espumas en el agua; y
tanto en uno como en otro elemento, empujes de entrada y retrocesos, movimientos
violentos, variación en la continuidad, y diversas calmas; en uno y otro clamorío y

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estruendo como de trueno, en el aire como si estuviéramos en el fondo del océano y en
el mar como si estuviéramos en medio de la atmósfera, como si el agua no fuera sino un
aire más denso y el aire como una agua un tanto más limpia y ligera. Hay en el aire sus
flujos y reflujos como en el mar: la atmósfera, como luego veremos, se agranda y se
esponja en las inmediaciones de la circunferencia del remolino de la Tierra, y luego
decrece y se comprime según el influjo de los movimientos de la luna, tal como ocurre
con el flujo y reflujo del mar.

31. ¿Cómo explicar lo que es el trueno, voz terrible del Dios airado, estímulo que
nos obliga aun contra nuestra voluntad a ser más bueno y acercarnos al sumo bien, ya
que no nos bastan tantos prodigios de la naturaleza para aspirar a él con todo nuestro
amor y nuestras fuerzas? La explicación es la siguiente: con la fuerza del calor del sol,
como dice el común de la gente, pero hablando con más exactitud, con la fuerza del
movimiento de la Tierra que gira sobre su propio centro, movimiento que excita y
expele hacia fuera los fuegos subterráneos, y además con la continua y violenta
agitación del sol que gira sobre sí mismo en el centro del universo y en lo cual consiste
su calor, se elevan (con el concurso aquí de la elasticidad y de la materia sutil) tantos
vapores y exhalaciones, provenientes los unos del agua y otras del fuego y de muchos
otros minerales, que con ellos llegan a formarse las nubes; las nubes que son tan
esperadas por nosotros como sombra contra el rigor de los calores y como tesoro
inestimable para el riego de los campos, llegan de pronto a encresparse y engrosar, y
entonces cambiamos de actitud y llenos de temor por su aspecto tenebroso y horrendo,
las detestamos como presagio de la próxima tormenta. Ya vimos cómo tiene lugar este
proceso; pero expliquemos ahora algo más claramente cómo se acumulan en la
atmósfera las nubes y las tempestades: debido al frío que reina en la región intermedia,
los diversos corpúsculos y partículas se reúnen y concentran como formando un solo
conjunto, pues los vapores y exhalaciones han alcanzado una zona en donde ya no
puede moverse tan rápidamente como antes, y en esto consiste precisamente el frío; las
partículas así concentradas, dan lugar a los relámpagos, rayos y truenos que con su
estruendo aterran al mundo, y ellas mismas se convierten en lluvia, nieve y granizo.
Comúnmente se cree que esto es efecto del frío, como acabo de anotar. Yo sin embargo,
teniendo presente el proceso de la cristalización que analizamos anteriormente, y
aunque de Chales dice en otro sitio que no acaba de entenderlo a satisfacción, sostengo
con él que, hablando en rigor, el fenómeno que estamos analizando es efecto del calor.

32. El proceso es el siguiente: el sol y los fuegos subterráneos con la fuerza del
calor elevan a la atmósfera tal abundancia de exhalaciones y partículas, las vuelven tan
tenues y sutiles, las agitan y hacen girar con los repetidos impulsos de la materia sutil y
las impelen hacia arriba en tal forma, que dada su gran cantidad ya en la parte superior
no pueden menos de concentrarse, combinarse unas con otras y unirse en partes y
aglutinarse fuertemente perdiendo su anterior movilidad; esto hace que las partículas
oculten muchas de sus superficies, adquieran una configuración impropia para continuar
su movimiento, reciben menos número de impulsos, se agrandan y se vuelven pesadas y
ya por su propio peso tienden a la inmovilidad. Es como el fuego en la paja, que cuanto
más voracidad adquiere, tanto más rápidamente se apaga y termina; y es que en muchas
cosas lo mismo se puede pecar por abundancia y exceso como por escasez y defecto, la

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mejor prueba de lo cual tenemos en las reacciones químicas, en que un fuego ya sea más
intenso o menos intenso produce efectos enteramente contrarios. Pues así opera el calor
en las partículas de la atmósfera; con su ardor las eleva, las une y acumula de tal manera
que, no por el frío que reina en la zona, sino por la abundancia y enorme concentración,
pierde su capacidad de agitación y movimiento. Siguiendo el proceso, tendríamos que
en un comienzo las partículas se extienden a lo largo y a la ancho como los flecos de la
lana y luego se encrespan y condensan, formando así las nubes, a través de las cuales
nos llega el sol con tan bellos y vivos colores que no hay espectáculo más placentero.
Pero luego sobreviene más y más materia, la nube se vuelve más espesa, más oscura,
más densa y pesada, pero sigue suspendida, como una nave en medio del mar, por ser
todavía más leve que la masa correspondiente de aire, pero es juguete de los vientos que
la llevan de una a otra parte. Pero sigue acumulándose más y más materia y puede
ocurrir por ejemplo que la nube llegue a dividirse, a sacudirse en partes, que se
condense todavía más o se disperse, se comprima, descienda, vuelva a elevarse, se
deprima o se rompa y sufra más y más cambios: tendremos entonces las condiciones
para los fenómenos atmosféricos que ahora estamos estudiando.

33. Veamos primero lo referente al trueno y al rayo. Como se forman las primeras
nubes, según acabamos de ver, se pueden formar varias otras quedando también
suspendidas en la atmósfera, unas más encima, otras debajo como le toque a cada una y
sea conveniente para el equilibrio; podrán entremezclarse unas con otras, o dividirse y
separarse en mil formas, por efecto de los vientos o por efecto de algún movimiento
exterior, o en fin por mil causas y factores que sería imposible enumerar en su totalidad.
Supongamos, pues, que hay dos nubes que estén colocadas una sobre otra con un
espacio vacío entre la dos, como supone Descartes; o mejor, una nube sola pero
equivalente a dos en razón de la distinta densidad correspondiente a las capas internas y
a las externas tanto superior como inferior, como si se tratara de un pan cocido al horno,
que tiene más dura la superficie externa debido al calor que seca mucho más
rápidamente estas capas que la masa interior, que permanece suave y mezclada con
mayor cantidad de partículas de agua. Este fenómeno o característica en la nube se
explica por lo siguiente: los vapores que es el principal elemento constitutivo de las
nubes, al ir adquiriendo mayor elevación, van perdiendo poco a poco su movimiento y
tienden a quedar inmóviles, y de hecho se detienen cuando se acaba su fuerza de
impulso. Entre tanto van llegando nuevos vapores que se mezclan con los primeros y
que así mismo pierden algo de su velocidad, chocan unos con otros, se comprimen
mutuamente, y la superficie de la nube se vuelve necesariamente más dura; lo mismo
sucedería con todo el cuerpo o todas las capas de la nube, si no fuera porque en la parte
interior están concentradas pero en continuo movimiento y ebullición las exhalaciones
ígneas como en su propia sede; son estas exhalaciones las que con sus movimientos, su
furia y su violencia, forman en medio de ese conjunto vacíos a propósito para producir
sus efectos específicos. Esto contribuye también para que la superficie de la nube se
vaya haciendo más fuerte, más dura y más densa, puesto que las exhalaciones ígneas en
su continuo y tumultuoso movimiento, chocan contra todo lo que se encuentra a su
paso, expulsan en todas direcciones a los vapores de agua forzándolos a ocupar como si
fuera cuñas las partes de la superficie de la nube, y así la condensan más y más. La nube
entonces ha adquirido una doble contextura: la de la parte interna ocupada por las
exhalaciones ígneas, y la circunferencia o superficie externa, que equivale a la

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caparazón o a las paredes dentro de las cuales se mantienen como encarceladas y a
presión esas hirvientes exhalaciones que luego habrán de estallar arrasándolo todo. Un
buen ejemplo para entender mejor el comportamiento y constitución de la nube es el de
una bomba: en su interior tenemos la pólvora, como las exhalaciones en el interior de la
nube, y en la circunferencia o superficie externa, el caparazón o cobertura de hierro,
como la capa externa y más densa de la nube.

34. Vengamos ahora al momento en que se enciende la bomba, artefacto terrible


capaz de destruir cualquier fortificación; y en el caso de la nube, supongamos que las
exhalaciones, ya sea por la fuerza misma de sus impulsos y movimientos que se
multiplican a gran velocidad en el interior de la nube o por los choques y fricciones que
tienen lugar como al restregar dos trozos de madera o el pedernal, se encienden de
pronto y comienzan a expeler a los glóbulos de aire lanzándolos como sea a modo de
chispas contra la materia sutil: entonces, como en el caso de la bomba, lo primero que
aparece y se ve es el fuego antes de percibirse ningún ruido o estrépito; por tanto, los
centelleos y relámpagos que a modo de flechas voladoras anuncian el futuro trueno,
antes de escucharse el estampido. En tanto seguirá resistiendo con toda fuerza la
superficie de la nube, mientras por su parte seguirán presionando las exhalaciones, el
aire se enrarecerá en ciertos puntos y se comprimirá en otros ocupando menor espacio; a
veces por acción de la gravedad o por el impulso de los vientos caerá una nube sobre
otra, o una misma nube se reconcentrará sobre sí misma; y a fuerza de repetirse estos
fenómenos el aire comprimido presionando de pronto con mayor fuerza sobre alguna
parte más débil de la nube, acabará por romperla repentinamente por la zona superior o
inferior precipitándose a través de la grieta con grandes estampidos. Es, pues, el
estallido de la nube, que produciendo el trueno conmueve todo el aire, semejante al
estallido de la bomba producido por la expansión del fuego que se comunica a la masa
de pólvora en el interior del artefacto. Si a esto se añaden las mil emanaciones
provenientes del nitro, el azufre y la brea, y si se quiere, del tartrato y otras sustancias –
que son sin duda las que componen estas emanaciones ígneas–, y llegan a formar una
especie de cuerpo denso y compacto, tendremos el rayo que por la grieta de la nube sale
disparado como la bala de una cañón, produciendo con sus partículas sutilísimas
totalmente inflamables y de extraordinaria movilidad, los efectos que de hecho produce
y son objeto de comentario, para hacer caso omiso de las imaginaciones y cuentos de las
almas timoratas. Así se explica porqué tienen lugar estos fenómenos solamente en
épocas de verano y en los sitios en donde predomina el calor, y sólo rara vez en épocas
de invierno y donde domina el frío; es que las emanaciones ígneas se agitan con el calor
y se apaciguan con el frío, y sin ellas no pueden producirse el trueno. Aquí en cambio,
en la zona tórrida y en la provincia de Quito, en donde estamos, y en donde tenemos una
especie de mezcla de calor y de frío, alternan durante todo el año días de serenidad y de
tormentas.

35. La lluvia, líquido que constituye un verdadero tesoro para la fertilidad de los
campos, es fenómeno más frecuente en todo el mundo, pues se produce con mayor
facilidad, porque proviene de los vapores que trasudan en abundancia en todas las zonas
y son el principal elemento que conforma las nubes. Sin embargo, hay sitios en los que
nunca o rara vez llueve, como en Egipto, en el Perú cerca de Lima y Trujillo, y en

282
medio del océano, fenómeno debido al viento general que sopla de continuo de oriente a
occidente. La razón de esto es que en las zonas occidentales de aquellas regiones no
existen montañas ni cordilleras en donde puedan detenerse las nubes, y por lo mismo, el
viento las lleva consigo dispersándolas por otras zonas y arrebatando y deshaciendo la
materia productiva de las lluvias. Por lo demás la lluvia se forma no debido al frío de la
región media, como se dice comúnmente, sino más bien debido al calor; son en efecto
las exhalaciones las que, mezclándose continuamente con los vapores, aunque no
siempre en igual abundancia, y extendiéndose por toda la nube, sacuden y remueven
con frecuencia el aire, rompen por todos lados los lazos de los vapores que entretejen las
nubes y dividen toda aquella masa en infinidad de partículas, dando origen a la
formación de las gotas que serán tantas cuantas fuere las partículas en que se logró
dividir la masa de la nube. Si aumentan las exhalaciones que suben de la tierra,
aumentará también su movimiento y su velocidad, se extenderán más violentamente por
la nube y sacudirán con más fuerza las partículas con el efecto consiguiente de
comunicar a cada una el movimiento giratorio sobre su propio centro, porque su
continuo fluir y refluir por los lados y las respectivas divisiones no puede menos de
mover en todas direcciones las diversas gotas imprimiendo un movimiento circular en
cada una de ellas; esto a su vez hará que las diversas partículas o porciones mínimas
retraigan sus fibrillas y filamentos con que se extendían por la nube, hacia su propio
centro y las concentre sobre sí misma; finalmente estas porciones mínimas ya así
divididas, impulsadas por tantos movimientos, chocarán con infinidad de otras
partículas y corpúsculos, uniéndose y combinándose con ellos de tal manera que
acabarán por convertirse en pequeñas gotas líquidas con menos superficies, menos
movimiento pero más pesadas que el aire, y tendrán que precipitarse a la tierra. Esto,
como se ve, es un fenómeno producido por las exhalaciones, por el movimiento y el
calor, y no por la inacción y por el frío.

36. Si las exhalaciones disminuyen y, por tanto, se ve más diluida su incursión por
entre los pequeños fragmentos de la nube, como ocurre durante el invierno, el efecto
será la formación de pequeños flecos de nubes, o sea la nieve; ésta en efecto, no parece
ser ora cosa que pequeños trozos de una nube de cierto espesor algo más pesados que la
correspondiente mole de aire y que caen a la tierra. La razón de esto es que aquellas
masas diminutas o pequeños fragmentos en que se divide la nube cuando no hay la
debida abundancia de exhalaciones no pueden retraerse y contraerse ni girar sobre su
propio centro y antes de convertirse en gota de agua, descienden plácidamente siendo en
sustancia de naturaleza casi igual a la de la nube. Si la disposición de las exhalaciones
es distinta de tal manera que en la parte superior de la nube estén en mayor cantidad y
como es lo propio de ellas, moviéndose con violencia, y en la parte inferior estén en
menor cantidad, lo que tendremos es granizo; y es que en la parte superior de la nube no
dejan de formarse gotas de agua, como en el caso de la lluvia, pero éstas al descender a
donde hay menos cantidad de exhalaciones y menor movimiento, pierden su fluidez y se
congelan convirtiéndose en granizo. Las nieblas, parelios, halos, etc., difieren de las
nubes únicamente en lo que se refiere a la ubicación, reflexión de la luz, densidad y
otras características como éstas; en lo demás son sustancialmente nubes; así como el
rocío, la escarcha, etc.; y así, no hace falta analizarlos por separado. Por lo que
acabamos de decir se explica la causa de la redondez de las gotas de agua y del granizo,
y de la suavidad y expansión características de la nieve, características que se deben al

283
movimiento circular o a la falta del mismo; se explica así mismo por qué el granizo
tiene en su interior las características del hielo, y en su exterior muchas veces las de la
nieve: pero al mismo tiempo tiende a congelarse en su parte inferior, con lo cual atrae
hacia sí algunas motas de nube entre las que sobrenada y adopta externamente las
características de la nieve. Lo dicho anteriormente explica también por qué cae granizo
en verano y no en invierno, y al contrario por qué nieva en invierno y no en verano, y
por qué en Europa y en las regiones que, como ella, están a la misma altura respecto del
polo, llueve en época fijas del año, mientras que aquí en la zona tórrida alternan estos
fenómenos indistintamente en cualquier tiempo del año. Todo se debe a las
exhalaciones: si éstas son tan abundantes que lleguen a convertir toda la nube de agua,
tendremos lluvia; si sólo llegan a dividirla en innumerables partículas y motas o flecos,
tendremos la nieve; si se concentran en mayor abundancia en la parte superior de la
nube que en la inferior, tendremos al granizo. Esto es lo que se da en Europa en épocas
fijas; en cambio aquí en la zona tórrida, en donde las exhalaciones se producen
indistintamente en cualquier época del año, y donde cada día se reproducen en cierto
modo las cuatro estaciones, esos fenómenos, como dijimos, alternan indistintamente.
Pero en razón de cierto régimen distintivo en cuanto a las lluvias, solemos dividir aquí
el año en dos partes que son verano e invierno; se llama verano la época en que hay un
tiempo despejado o caen pocas lluvias; invierno, cuando aumentan las lluvias y hasta se
producen muchas inundaciones; y algo que no deja de ser extraño: en verano se siente
un frío más intenso que en invierno, dado que en los días despejados llega más
fácilmente el viento helado de las cumbres nevadas, cosa que no ocurre en tiempo
lluvioso.

37. En cuanto a lo que dicen algunos, que las gotas al caer van creciendo de
volumen, porque en el trayecto se van juntando unas con otras, como las bolas de nieve
que al deslizarse monte abajo, llegan a adquirir volúmenes inmensos, es cosa
enteramente falsa; la experiencia más bien enseña lo contrario: si se derrama agua desde
una parte alta, no sólo no aumentan de tamaño las gotas, sino que por la resistencia del
aire se dividen y se convierten en tenuísimo vapor; pues en cuántas partículas no se
dividirán las gotas que caen a tierra desde una altura tan grande cual es a veces la de la
nube. Aunque en esto hay que atender también al lugar de origen de las gotas y al modo
como se forman: si al formarse las gotas ya en la misma nube son tan tenues que apenas
llegan a superar la resistencia del aire, como es el caso de la niebla, se podría admitir
que al caer aumentaran un tanto de volumen; pero si ya al comienzo son gotas grandes,
con la caída más bien disminuirán de tamaño, a no ser que por casualidad alguna gota
cayera sobre otra llegando a unirse. Pero si no encuentra debajo sino el aire que le
ofrece resistencia la gota volverá a dividirse dando lugar a muchas gotas más pequeñas.
Por tanto, la magnitud de las gotas no se debe a la adición de nuevas gotas en la etapa de
caída, sino a su constitución y disposición original en la misma nube: la gota será mayor
cuanto más grande fuere el fragmento de nube que le dio origen, o menor si el grumo de
la nube fuere también menor. Es falso también el argumento principal de los adversarios
que afirman que estos fenómenos son producidos por el frío contra lo que nosotros
afirmamos, es decir que son producidos por el calor. Apoyan su argumento en el
fenómeno que tiene lugar en el alambique, instrumento conocidísimo, en el cual, según
lo que ellos dicen, si está frío, se ve claramente que se condensan los vapores que van
subiendo. A esto respondo lo mismo de antes, a saber, que incluso en el alambique este
efecto se debe al calor y no al frío. Y me dan la razón los tumores de nuestro cuerpo,

284
que a pesar de que se curan cataplasmas aplicados externamente, pero utilizamos ese
remedio principalmente para impedir que salgan los humores internos y para alejar el
frío de los humores externos y nocivos. La curación se obtiene principalmente mediante
el calor interno. Lo mismo en el alambique: echamos mano del frío para impedir que
escapen los vapores internos, que son los que, suspendidos en el capitel y al ir
aumentando con nuevas cantidades que sobrevienen por acción del calor se condensan
forzosamente hasta fluir convertidos en agua destilada. Si miramos esto atentamente y
lo analizamos con mente tranquila, veremos que queda ratificado todo lo que hemos
dicho sobre los efectos del calor y tendremos que aceptar la correspondiente
explicación; es decir nos convenceremos que todos estos fenómenos se deben en a los
diferentes movimientos, a la elasticidad y a la materia sutil, que son los elementos que a
nuestro juicio corresponden al calor, y se echará por fin al olvido la vieja cantilena del
frío de la región media.

38. Quedan por explicar dos fenómenos propios de la nieve que no podríamos
pasar por alto: la figura que es hexagonal y en forma de estrella, y el efecto que produce
cuando mezclada con sal convierte en hielo el agua puesta en un recipiente, a condición
de que se le mueva continuamente; esta agua helada resulta una bebida agradable, y la
explicación del proceso es sorprendente. Frente a él, los peripatéticos hacen burla de los
cartesianos que afirman que el movimiento es la causa del calor: aquí se da movimiento
–dicen– y viene a ser causa del hielo. Pero es fácil responderles con igual risa burlona al
hacerles ver que ellos, sabiendo bien que en la naturaleza se dan tantísimos
movimientos distintos, que no pueden dejar de admitir, sin embargo se empeñan en
creer que los cartesianos dicen que cualquier movimiento es causa del calor. No son tan
simples, o si se quiere, tan materiales, para decir semejante cosa; lo que ellos afirman es
que todo efecto tiene que ver con sus correspondientes y propios movimientos,
naturalmente muy distintos de los otros; movimientos que tiene lugar bajo determinada
combinación, con determinadas modalidades, en determinada dirección, a determinado
tiempo y sujeto a mil otras circunstancias, de modo que si algo falta, o sobra, o se
cambia, el resultado será distinto del efecto que se busca. Considérese por ejemplo el
fuego, o los procesos químicos, a los cuales ya antes hice alusión: ¡cuántas maravillas
produce la sola temperatura del calor! Y si ésta se aumenta, o disminuye, si se van
añadiendo o quitando determinados grados de temperatura, con frecuencia se obtienen
efectos contrarios; pues lo mismo ocurre con los movimientos que estudian los
cartesianos. Pues volviendo a lo de la nieve, el vaso o recipiente puesto sobre ella, se
agita continuamente, y con esto, en primer lugar se licuan la nieve y la sal, de modo que
las correspondientes partículas puedan aislarse más fácilmente, volviéndose también
más duras por la presencia de la sal y al mismo tiempo más fluidas por la flexibilidad
del agua, luego, con el movimiento continuado se abren un poco los poros del cobre y
en el agua del vaso se forman diversos intersticios, y si previamente se la ha calentado
al fuego (porque la experiencia muestra que así se congela más fácilmente), dichos
intersticios vendrán a ser más espaciosos. Es natural que con esto las partículas de la sal
y la nieve, ya más rígidas y fluidas, como hemos dicho, entren accionadas por el
movimiento continuo, por los poros del vaso y, al mezclarse con el agua, SE
COAGULEN entre los intersticios quitándole su movimiento de fluidez, y se conviertan
en hielo, como ya quedó explicado. Puede rechazar quien quisiere este razonamiento y
aun hacer burla de él, pero al menos con esto queda dicho algo que es conforme a la
razón.

285
39. Mayor dificultad presenta el otro fenómeno que vemos en la nieve, es decir, su
forma hexagonal y de estrella. Pero se puede explicar diciendo que se debe a los rayos
del sol que, al propagarse en forma de cono con el vértice en el mismo sol y la base en
el cuerpo de la nube y al dividirse ésta en partículas, van formando necesariamente
cantidad de diminutas estrellas y, dada la escasez de vapores, van dándoles la forma
hexagonal. Y la razón es que el eje del cono de luz incide en la parte media del grumo
de nieve y lo empuja diametralmente hacia la tierra, mientras por al lado opuesto el aire
pendiente resiste en la misma forma a otro cono aéreo contrario a él y cuya base
coincide con la suya pero cuyo vértice toca a la tierra; esto hace que ambas fuerzas se
dividan por igual y que con el concurso de la agitación violenta del sol, hagan surgir
seis pequeños vacíos en el cono de luz y al mismo tiempo, con el concurso de la fuerte
resistencia del aire, seis puntas en el cono aéreo; el efecto natural de este proceso es la
forma de estrella y hexagonal de la nieve. Ahondando en la explicación digamos que al
actuar aquellos dos conos como dos módulos que concurren para el efecto, y con la
agitación de las exhalaciones circundantes, los grupos de nieve divididos en la nube en
la forma que hemos dicho, necesariamente resultan unidos por su parte media por una
especie como de clavo, porque precisamente esa parte media es el punto a donde
concurren sin inclinarse, los dos ejes agarrando al grumo de nieve como el eje a su
propia rueda. Por otra parte, las demás líneas radiales se apartan del eje de los conos
inclinándose hacia las extremidades de los grumos de nieve, las solares moviéndose
continuamente, centelleando y presionando sobre ellos, como si quisieran seguir en su
camino, las aéreas como levantando sus hombros y resistiendo con todas sus fuerzas;
esto hace que en los grumos de nieve aparezcan diferentes cortes a partir del centro de
los conos en dirección a la circunferencia, es decir, seis puntas correspondientes a la
acción del aire, y seis vacíos correspondientes a la acción de los rayos solares; y así se
explica la figura hexagonal de la nieve. En cuanto al hecho de que los puntos salientes y
entrantes sean solamente seis, y no más ni menos, se debe a una exigencia del punto
medio del grumo de nieve que, por ser redondo, demanda precisamente esas seis
divisiones, porque no es posible que se dé a su alrededor otra disposición de seis puntos
iguales, como lo prueba la experiencia al tratarse de diversas figuras redondas. El hecho
de que con las fisuras alternan extremidades puntiagudas, y tanto más agudas cuanto
mayor es su extensión, se debe a la inclinación de la líneas radiales que, cuanto más se
alejan del eje de los conos, tanto más oblicuamente hieren o resisten; y como el sol tiene
cierta mayor fuerza por su continuo movimiento dejando al aire en alguna desventaja,
va rayendo insensiblemente las puntas hasta dejarlas enteramente agudas.

40. En cuanto a las fuentes y los terremotos, el razonamiento y la explicación son


los mismos que hemos hecho para las lluvias y los truenos. Hay que admitir que
también en el interior de la Tierra existen vapores y exhalaciones, en concreto los
conductos internos de las aguas y los llamados fuegos subterráneos que en la atmósfera
tienen el nombre de vapores y exhalaciones. Vamos a explicar el origen de las fuentes y
por qué sube el agua, contra lo que parece exigir su naturaleza, incluso hasta la cima de
los montes. Es evidente que el origen de las fuentes se debe a muchas causas, como por
ejemplo la fuerza de empuje y el movimiento ascensional del mar que incursionan
continuamente en las playas; los conductos y cavidades subterráneas por donde se
comunican los mares entre sí humedeciendo y bañando continuamente la tierra, la cual a
su vez, dada su constitución porosa y absorbente como de esponja, se impregna de agua

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y la eleva a gran altura con la fuerza de succión y de atracción. La subida del agua se
explica muy bien por la acción de los tubos capilares, que es la que produce dicho
efecto de manera eficaz, como es fácil comprobarlo: podemos estar seguros de que en la
tierra hay infinidad de pequeños conductos, vías oculta y canales que juegan el papel de
tubos capilares, y son los que llevan el agua de los ríos, lagunas y mares hasta la cumbre
de los montes. Otro origen de las fuentes está sin duda en los vapores que a diario
surgen de los mares y se elevan a la atmósfera, y además en las lluvias, el rocío, la
escarcha y humedad que producen estos fenómenos y que además contribuyen a
incrementar el caudal de sus aguas, pues vemos que muchas fuentes manan en tiempo
de lluvias y todas en ese mismo tiempo aumentan su caudal, mientras que en tiempo
seco muchas se secan y todas decrecen sensiblemente. Asimismo debido a los fuegos
subterráneos, las aguas de las diversas concavidades y receptáculos o de los depósitos
internos podrían muy bien calentarse y agitarse hasta convertirse en vapor y, como en el
alambique, subir hasta las cumbres de los montes, vapor que enfriado con la
temperatura baja de las rocas, o más bien condensado por acción del calor, se
convertiría nuevamente en agua para dar origen a una fuente. Pero hay todavía una
dificultad que no se resuelve con lo dicho hasta ahora, y es que las causas que hemos
señalado como origen de las fuentes sirven sólo para algunas de ellas y únicamente en
algunos sitios, pero no para todas absolutamente. En efecto, si bien el ejemplo de los
tubos capilares parece que lo explica todo, sin embargo únicamente ayudan a entender
cómo el agua llega a las cumbres, al igual que la sangre a todas las partes del cuerpo por
las venas capilares, pero no nos explica cómo fluyen las fuentes, porque el aire que
gravita sobre los orificios, parece que impediría la salida del agua y más bien anularía el
fluir de todas las fuentes.

41. Voy, pues, a señalar la verdadera causa que, añadida a las anteriores, dará la
solución requerida. Para esto nos dará luz la comparación con el sifón. Así como en este
instrumento para vaciar una tinaja no basta con introducir en ella el un extremo mientras
gravita el aire sobre la superficie del líquido, sino que además hace falta succionar el
tubo para lograr el enrarecimiento del aire contenido en él y así destruir el equilibrio de
las columnas que gravitan, así también en la tierra se necesita algo más que los
conductos capilares para suprimir el peso de las columnas de aire en el punto de la
salida del agua. Este factor adicional es el mismo que ya señalamos antes, a saber la
misma rotación continua de la Tierra sobre su propio centro. En efecto este continuo
rotar y sacudirse de la Tierra hace que las secciones o partes que componen su interior,
se separen un poco unas de otras, que se aflojen las uniones, se remuevan las rocas,
aparezcan fisuras y pequeñas estrías, se abran grietas, y alternativamente se compriman
y cierren, como el pulso de las arterias o el movimiento de sístole y diástole del
corazón. Creo que no hay dificultad en admitir esta clase de movimientos en la Tierra.
Pues bien, todo lo que hay en su interior con características de elemento fluido y
gaseoso o volátil y que no puede mantenerse completamente clausurado irá siendo
empujado hacia fuera a través de aquellos conductos y llevado por los repetidos
impulsos de aquel movimiento alternativo, llegará a las inmediaciones de la
circunferencia, como llega la sangre a través de las arterias hasta las extremidades del
cuerpo. Ahora bien, como el vapor de agua es de lo más móvil y volátil y como también
la misma agua, que se forma por la condensación de los vapores, una vez encerrada
dentro de los conductos no opone resistencia a los impulsos que la empujan hacia arriba,

287
así ella como los vapores a fuerza de ceder a estos empujes que son como olas que
empujan a las olas, acabarán por salir a la superficie. Aquí desde luego les sale al paso
el aire cuyas columnas con su peso gravitacional tratarán de cerrar los orificios de los
conductos para impedir la salida del agua, como veíamos en el caso del sifón; pero no lo
consiguen, porque el agua con la ayuda de la presión de los fuegos subterráneos y del
empuje de la materia sutil que partiendo del centro de la Tierra se desparrama por todo
su cuerpo, destruye el equilibrio con las columnas de aire, lo mismo que en el sifón, y al
vencer la resistencia del aire, sale afuera.

42. No puede darse mejor explicación que ésta sobre el origen de las fuentes,
sobre todo si tomamos en cuenta la acción de la elasticidad contenida en el interior de la
Tierra, el flujo continuo de la materia sutil, la rotación de los vapores sobre su propio
centro, las divisiones y fisuras de que antes hemos hablado, la acción de los fuegos
subterráneos, los diversos movimientos de aceleración, la configuración y posición de
los conductos y muchísimos otros factores. Así podemos ver claramente por qué y cómo
sube el agua por las entrañas de la tierra, llega hasta la cima de los montes y sale a flor
de tierra, dando origen a las fuentes de fluir perenne. Siendo ésta una buena razón para
explicar los fenómenos concernientes al origen de las fuentes, no es menos apta para
descubrir la naturaleza de los fuegos subterráneos y la especial estructura y composición
del aire que respiramos. Pero somos tan torpes que apenas si podemos adivinar o
vislumbrar la naturaleza de los elementos y fenómenos ocultos en la Tierra y de los que
tiene lugar en la atmósfera, y ni siquiera somos capaces de entender lo que pasa dentro
de nosotros mismos. Digo, pues, en cuanto a lo primero, que así como hemos explicado
por qué el agua sube hasta la superficie de la Tierra, podremos explicar también cómo
circulan los fuegos subterráneos por el interior de la Tierra hasta llegar hasta las cimas
de los montes, porque en uno y otro caso la causa es la misma: ante todo, así como las
exhalaciones dan origen al fuego, así los vapores forman el agua; ahora bien, como el
agua sube a la superficie llevada por la rotación de la Tierra sobre su propio centro, así
también y con mayor velocidad el fuego. En la Tierra las exhalaciones hacen más o
menos la función de los espíritus animales en nuestro cuerpo, como los vapores juegan
la función correspondiente a la sangre y a los demás humores. Las exhalaciones
calientan al interior de la Tierra, la remueven suavemente y la reaniman y al mismo
tiempo funden, transforman y afinan los metales, minerales y fósiles y demás cuerpos
en ella contenidos; la sangre y los humores contribuyen a mantener la humedad del
cuerpo, lo refrescan, aplacan sus fiebres y calores, y también ordenan y tratan los
minerales y elementos sólidos para lograr el equilibrio perfecto del cuerpo; y así como
en éste la sangre y los espíritus dependen del corazón y de sus continuos latidos, así los
vapores y exhalaciones dependen del centro de la Tierra y de los impulsos de la materia
que está en continua rotación. Pasando ahora a la segundo, es decir a la constitución del
aire, la explicación es muy clara: una vez que se ha visto cómo los vapores y
exhalaciones suben a la superficie de la Tierra, nadie podrá negar que innumerables
partículas de estas emanaciones pasarán a la atmósfera y permanecerán en ella
dispersándose con otras innumerables partículas de agua y aire invadiendo la atmósfera,
que se eleva sobre la Tierra por más de 500 pasos, entrando a formar parte en uno u otro
modo, de sus constitución. Y como todas estas emanaciones son elementos provenientes
de diferentes materias heterogéneas, como el agua, la misma tierra, diversas materias
líquidas cuales son los aceites, el betún, el nitrato, diversos metales, el azufre, el

288
alumbre, cristales y vidrios y mil otras sustancias, es lógico que el aire esté compuesto
de todos estas partículas y sustancias en diversa proporción según su especie y en mayor
o menor grado según el sitio o la región de que se trate. Tal es la constitución del aire,
que a su modo puede aplicarse también al mar y a otros depósitos de agua que así
mismo están como impregnadas de esta clase de sustancias.

43. Si queremos ahora ver la finalidad que encierran todos los fenómenos hasta
aquí descritos y qué ventajas tiene para nosotros, tenemos que analizar los movimientos
a que están sometidos estos vapores y emanaciones. Se mueven desde luego de mil
maneras en el aire y en la atmósfera; pero sobre todo tienen un movimiento muy
especial, semejante al movimiento que se advierte en el imán, en virtud del cual las
limaduras de hierro se distribuyen en forma de semicírculos siguiendo las líneas de
fuerza según la dirección de los polos y en torno de los cuales circula continuamente la
materia magnética. Muy bien podríamos admitir la existencia de un movimiento similar
en nuestros efluvios y en la continua transpiración de nuestro cuerpo, formando como
un solo conjunto de cada cosa en particular. En este ámbito se podría fácilmente admitir
parecidas órbitas o movimientos circulares, remolinos o torbellinos especiales. Y así
como establecemos esta hipótesis ciertamente provechosa, bien podríamos admitir
tratándose de los vapores y exhalaciones del aire, otro remolino mucho mayor en torno
a toda la Tierra y la totalidad de la atmósfera. La transpiración y los efluvios que
emanan continuamente de nosotros, no dejan de circular y de formar una especie de
remolino en torno a nuestro cuerpo, yendo y viniendo, penetrando en él y volviendo a
salir; lo mismo podemos decir de los vapores y exhalaciones respecto de la tierra: van y
vienen atravesando el aire, entran a la tierra y salen de ella, en continuo movimiento
circulatorio. Así se explican fácilmente todos los fenómenos que tienen lugar sobre la
Tierra, cuales son la acción vivificadora en toda su superficie, la abundancia y fertilidad
de los sembríos y los campos, la hermosura de los bosques, los parques y los huertos, el
vigor y actividad de las plantas; el movimiento, fortaleza y salud de nuestro cuerpo y el
de los animales, como podemos demostrarlo fácilmente. Todo esto nos da a entender
también algo que, por lo demás, nos muestra la experiencia, a saber que todos los seres
que crecen, se alimentan o se multiplican se nutren no menos desde dentro que desde
fuera; así, las plantas y los vegetales adheridos a la tierra se nutren tanto a través de la
corteza, las ramas y las hojas, como a través de las raíces; y el hombre y los demás
animales nos alimentamos no solo por intususcepción sino también a través de la piel y
los poros de nuestro cuerpo. Para esto son los efluvios y movimientos circulares que
decimos que existen en torno a cada uno de los seres y a nosotros mismos: sus
respetivas partículas traen consigo la infinidad de corpúsculos de naturaleza aceitosa,
bituminosa, metálica, etc., que hay en el aire, y penetrando por la corteza, las hojas y las
ramas de las plantas, y por los poros, la piel, la barba y los cabellos de nuestro cuerpo,
los van depositando a su paso y transmitiendo a los diversos miembros, contribuyen así
a la nutrición y crecimiento.

44. Así se comprende por qué la tierra adquiere calor, los montes arden
interiormente, mientras la nieve permanece dura y fría, por qué el aire se entibia, es más
caliente en las partes bajas y más frío en las altas, por qué hay nieve perpetua en las
cumbres de los montes más altos, y frío en la región media y superior del aire, y en las

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zonas australes y septentrionales; y por qué en cambio es más benigno el clima de los
valles, las zonas templadas y la región más baja del aire, y por qué las regiones de la
zona tórrida son continuamente cálidas, etc. Todos estos fenómenos son efecto del
movimiento de la Tierra de occidente a oriente, que hace que la proyección de la
materia sea más violenta, como ya es sabido, en torno al ecuador y a la zona tórrida, y
proporcionalmente más moderada en torno a las otras regiones. El ardor del sol por sí
solo, cuyo efecto más que el de calentar es el de iluminar, si se suprime la ayuda de las
emanaciones ígneas que provienen de la tierra no es muy a propósito para excitar a
nosotros la sensación que llamamos calor. Con la exposición que hemos hecho se puede
también dar una explicación fácil del fenómeno de los horribles terremotos que
destruyen tantas ciudades y acaban con la vida de tantos hombres; los terremotos, que se
dirían la amenaza de dios que se apresta a lanzar a los infiernos a los pecadores, pero
que en su piadosa misericordia mueve con el temor de las penas los corazones
endurecidos que desprecian sus voz que resuena en las alturas. Tal es la explicación de
los terremotos; no vayamos a creer, como pretenden otros, que su verdadera y principal
causa está en la conmoción violenta y casual de ciertas secciones de la tierra contra
otras, que hace temblar todos sus flancos; no creamos tampoco que los terremotos se
deben al empuje de las aguas sobre la tierra al romperse el equilibrio que reina entre
ellas; o al hecho de que el mar enfurecido y bravío, penetrando a los canales
subterráneos, concavidades y receptáculos de agua que hay en diversos sitios, comprime
de tal manera las respetivas paredes que cediendo éstas al empuje, se deslizan haciendo
temblar todo lo que hallan al paso; o en fin a otros hechos como los que acabamos de
mencionar. A no ser que se quiera acoger la explicación de quienes dicen que la Tierra
es como un animal cuyas fiebres son precisamente los repetidos temblores. Pero no:
todos estos fenómenos pueden ciertamente producir algún movimiento, pero no son
explicación suficiente; como tampoco decir sin más que los terremotos se originan de
los hálitos y emanaciones ígneas que pululan en las concavidades de la Tierra en donde
se encuentra almacenado aire impregnado de partículas grasas, corpúsculos de azufre,
de brea y otros, y que al inflamarse fortuitamente dilatan el aire y como un artefacto
neumático hacen estremecer todo lo que hay a su alrededor. Esta parece ser la opinión
de Descartes, y hay que reconocer que esto es lo que ocurre con frecuencia. Pero como
los terremotos pueden tener lugar en regiones en donde no hay cavidades internas, como
en medio del océano, hay que añadir algo a esta última explicación que es la de
Descartes.

45. Es también plausible la opinión que atribuye los terremotos a los vientos
subterráneos. Dicen los que sostienen esta opinión: supongamos que el agua encerrada
en las concavidades de algún monte sobre todo nevado, se calienta y se pone en estado
de ebullición al contacto de alguna emanación que entró por alguna parte; es bien sabido
que así se puede excitar el viento como ocurre en una caldera; cuando en una caldera se
calienta por medio del fuego toda el agua contenida en ella, todo el líquido se convierte
en vapor, y sale produciendo estrépito por el orificio del cuello, y si llega a faltar el
orificio, destruye el artefacto con tremendo fragor. Este es el fenómeno que se produce
en la caverna del monte: con la entrada de las emanaciones ígneas, el agua que se ha
puesto en ebullición y se ha dilatado, al no encontrar ordinariamente ningún orificio o
conducto por donde puedan salir sus vapores, acabará por romper la masa que tienen
encima y destruirlo todo con tremendo fragor y conmoción. Esto es lo que sucedió el
año de 1742 en Latacunga, hermosa región de esta provincia: la cumbre del nevado

290
Cotopaxi, en cuyo cráter abierto por otra erupción, se había acumulado gran cantidad de
material, llegó a estallar tras repetidos sacudimientos y truenos, y lanzando lodo, agua,
materiales sulfúreos y enormes piedras entre violentos estampidos, acabó con media
ciudad y con gran número de vidas humanas, llevando la destrucción a las regiones
circunvecinas y acabando con manadas y rebaños de animales. La erupción se repitió a
finales de este año de 1744, acarreando todavía mayor destrucción y provocando mayor
terror; los estruendos se oyeron aquí en la población de Borja, en la de la Laguna y en la
región de los Jíbaros, y la destrucción llegó hasta los confines de Canelos y del Napo,
en donde murieron muchos indios y se destrozaron nuestras canoas que se hallaban
entonces en dicho río. Y todavía sigue despidiendo torbellinos de fuego y humo en
medio de incesantes bramidos el horrendo cráter que como un nuevo Etna es el terror y
castigo de las gentes. No faltan desde luego terremotos artificiales como los provocados
por los cañones que se disparan como truenos, y aquellos que se originan en las minas
subterráneas, repletas de pólvora y que se utilizan para destruir y dispersar por los aires
ejércitos, torres y fortalezas militares. Pero lo que tratamos de averiguar y señalar aquí
es la causa general de los terremotos naturales que se dan en todas partes, incluso en
regiones en donde no hay depósitos de agua, ni cavernas como las que antes
mencionábamos, ni a donde no tienen acceso los vientos, e inclusive en medio del mar,
como ya se ha visto. Y esta causa es la que yo quiero señalar.

46. ¿No está entre las maravillas de la naturaleza el oro explosivo, que es ese
polvo precioso que se obtiene de la disolución del oro en agua regia y la combinación
del ácido nítrico con el clorhidrato, y que tiene la virtud de estallar al menor contacto de
calor y de romper con enorme fragor todo lo que hay sobre él? Igual cosa se hace con el
bronce y con el hierro. Afirmo, pues, que estos fenómenos lo mismo que el de los
explosivos en las minas subterráneas, dan una idea de las causas de los terremotos
naturales. El origen de los terremotos en términos generales concibo del siguiente
modo: imaginemos cualquier lugar de la Tierra, por ejemplo el otro monte, llamado
Chimborazo, situado no lejos del Cotopaxi, a cuyas faldas se levanta la hermosa ciudad
de Riobamba; es un monte de nieves perpetuas y el más alto de la Provincia de Quito, y
que parece querer taladrar con su cúspide los cielos de América, como el Atlas sostener
con sus hombros el cielo de África. Hasta ahora no ha hecho ninguna erupción, como la
han hecho el Cotopaxi, el Tungurahua, el Sangay, el Pichincha y los demás montes
circunvecinos; pero se cree que con seguridad habrá de hacer erupción en el futuro, ya
sea porque así se puede colegir por lo ocurrido con los otros montes, ya también por la
continua acumulación de hielos y de nieve sobre sus cumbres. Pues bien, las
exhalaciones y emanaciones internas, al no encontrar salida al aire exterior, debido a la
oclusión de los poros de la tierra causada por el frío, aumentarán y se acumularán
enormemente; con ello, y con el calor propio a más de los diversos movimientos que no
faltan, concentrarán tales fuerzas de presión que finalmente las paredes que las
encierran serán incapaces de contener su furor, tendrán que ceder ante sus ímpetus y
acabarán por estallar con enorme fragor. Pues llegará un momento en que las entrañas
de este monte (como puede ocurrir también en cualquier otro sitio en que concurran
parecidas o equivalentes circunstancias), debido al movimiento de la Tierra que gira
sobre su propio centro, como factor interno, y como factor externo debido a la
resistencia de la nieve que con su costra espesísima cubre continuamente toda la
cumbre, se verán repletas de tantas emanaciones ígneas y de exhalaciones internas que

291
con su fuerza lleguen a provocar en el interior de la caverna tremendas mutaciones,
como el calentamiento de la tierra, la calcinación de las piedras, la fusión de los metales,
el sacudimiento y amasijo de la arena; con estos se producirá la separación de las
distintas partes y elementos, habrá diversas cocciones, precipitaciones, elevamientos; se
unirán los elementos duros con los duros, los blandos con los blandos, los líquidos con
los líquidos, y se irán poniendo en equilibrio de acuerdo a su respectiva gravedad o
ligereza, ubicándose en las partes superiores los elementos más sutiles como lo hiciera
un aire muy ligero. Como efecto de esos fenómenos viene a formarse en el interior del
monte de paredes sólidas, una caverna que será nido de tempestades subterráneas, como
según dijimos, el vacío de una nube es fuente de las exhalaciones atmosféricas. Sin la
existencia de estas cavernas no será posible explicar el fenómeno de los terremotos.

47. Suponiendo ahora que lleguen a penetrar a la cámara de este aire así formado,
tantas emanaciones ígneas y exhalaciones internas, todas velocísimas y que van y
vienen en todas direcciones y de naturaleza sulfúrea, bituminosa, etc., que
necesariamente y por su misma abundancia tendrán que unirse unas a otras cobrando
cada vez mayor volumen y fuerza; ¿qué podrá ocurrir sino lo mismo que ocurre en la
nube? Brotarán dentro chispas y relámpagos de fuego, se dilatará el aire y presionará
condensándose hacia una u otra parte, invadirá las diversas irregularidades y entrantes
de las paredes de la concavidad, conmoviéndola toda con movimientos circulares y
vertiginosos, produciendo una serie de ruidos y estruendos y sacudimientos de Tierra
como los que experimentamos con frecuencia en tales ocasiones. Y si la concavidad no
estuviera protegida por tan sólidas paredes como son las imponentes rocas, los ingentes
cúmulos de piedra mezclados con lodo, arcilla y más escombros que forman una
densísima costra, que componen los montes y el interior de la Tierra, habría un mayor
número de erupciones de toda clase. Y si llega a crecer la violencia interna, y se
prolonga la lucha como si dijéramos con nuevos contingentes, si se repiten y prolongan
los sacudimientos y poco a poco se van debilitando y cediendo las paredes, ¿qué podrá
esperarse sino la espantosa ruptura de la parte más débil de la concavidad que hecha mil
pedazos acabará por caer sobre las zonas circunvecinas provocando tremenda
destrucción? Más de temer sería semejante fenómeno si se diera el caso de que en el
interior del monte de nuestro ejemplo, hubiera una masa de tierra tan impregnada de
exhalaciones de nitro, tártaro, oro y otros elementos, que llegue a fundirse y
precipitarse, y luego a disecarse nuevamente con el calor interno (cosa que ciertamente
está entre las posibilidades de la naturaleza, cuyas fuerzas químicas cuando entran en
juego son mucho más eficaces que cualesquiera otra); digo, pues, que si se diera este
caso, estaríamos ante una masa de polvo cargado de fuego, que como el oro inflamable
o la misma pólvora, sería capaz de estallar con la menor chispa de calor producida al
acaso o por fricción, y lanzaría por los aires a toda aquella mole, a todo el Chimborazo
como si fuera el Etna o el Vesubio, y esa visión de piedras que vuelan, llamas, ríos de
brea y azufre y destrucción acompañada de fragores y truenos, vendría a ser como el día
del juicio final, del que Dios nos guarde! Todo esto puede darse también en pleno mar:
el agua haría allí lo que en el monte las nieves y el frío impidiendo la salida de las
emanaciones internas.

292
48. Con lo dicho podríamos descubrir también las causas de otros fenómenos: en
primer lugar, la verdadera causa de tantos fenómenos volcánicos. Efectivamente, la gran
cantidad de emanaciones ígneas encerradas en las entrañas de los montes, sobre todo de
los que tienen nieves perpetuas, emanaciones que, con la rotación de la Tierra y el
impulso de la materia sutil proveniente del centro de la Tierra, presionan hacia arriba,
no pueden menos de disponer las reacciones de la materia convirtiéndola poco a poco en
azufre, brea y otros elementos fácilmente inflamables y suministrando pábulo continuo
a los incendios y humaredas. En segundo lugar, lo mismo es de temerse, de acuerdo con
la teoría expuesta, de los nevados que hasta el presente no han tenido erupciones: éstas
podrían provocarse en cualquier momento. El fuego interior, que permanece como
encerrado bajo cárcel en las entrañas del monte y como oprimido por el hielo, al no
encontrar ninguna otra salida, y al ir además en continuo aumento, llegará con el correr
del tiempo a adquirir tal violencia que para liberarse tendrá que provocar la erupción.
Además, nuestra teoría explica por qué las erupciones son un fenómeno exclusivo de los
montes y no se producen fácilmente en los valles y llanuras. La razón está en la altura
de los unos y la depresión de los otros: los fuegos subterráneos impulsados por el
movimiento de la Tierra llegan más pronto a la superficie de los valles, por estar éstos a
un nivel más bajo, y más lentamente a las zonas de los montes que están en el alto. En
los valles las emanaciones ígneas no tardan en salir a flor de tierra y mezclarse con el
aire, mientras que en los montes tienen que recorrer un largo camino para llegar a la
cumbre. Por otra parte, y como ya hemos dicho, sobrevienen las nubes, la lluvia, la
nieve, el granizo que al precipitarse sobre la cima de los montes y cubrirlas, cierran la
salida a las emanaciones que tardan en subir allá. El hecho de que las tormentas caigan
sobre los montes más que sobre los valles y de que los rayos fulminen las montañas, se
debe a que el aflujo de las emanaciones que suben continuamente de las llanuras, tiende
precisamente a subir a las cumbres, en donde no encuentra mayores obstáculos y en
donde escasean las emanaciones internas, pudiendo, por tanto, mezclarse fácilmente con
las exhalaciones externas. Y como estas exhalaciones son precisamente las que forman
las nubes y originan el fenómeno de las lluvias, la nieve y los rayos, todo se concentra
más fácilmente en las inmediaciones de las cumbres, Mientras en los montes cae nieve,
muchas veces en los valles cae solamente lluvia porque el calor de la llanura convierte
en agua la nieve que va cayendo. Por fin. Y para terminar en pocas líneas, nuestra teoría
explica las causas y el origen de las aguas termales, de la formación de los diversos
metales, de las minas y los diferentes minerales y piedras, de la savia de los árboles y
plantas y en una palabra de todos los tesoros de la naturaleza, en cuya descripción no
quisiera detenerme. Sólo añadiré lo siguiente: la madre de todos estos tesoros es la
tierra, el padre es el fuego, la partera el agua, la guía y conductora la sal, el aire el
adulador, el sol el observador; y guardián, siempre a la vera como fuerte imán de toda
cosa, el corazón humano.

49. Nos queda por explicar únicamente el fenómeno de los fuegos fatuos, causa de
admiración para los filósofos, pero para la gente común espantoso fantasma. Estos
fuegos no son más que unas exhalaciones muy tenues que surgen de la superficie de la
tierra y son llevadas de una parte a otra por los vientos hasta encontrar algún sitio o
algún cuerpo al que poder adherirse y en cuyos poros infiltrarse con sus tenuísimas
partículas, las cuales se mantienen en movimiento giratorio hasta desvanecerse por
completo. La misma explicación tienen las auroras boreales, las estrellas fugaces, la

293
cabra saltadora, el dragón volador, etc.: son exhalaciones ígneas que se concentran en
un sitio determinado. Igualmente los signos de bueno o mal agüero de las estrellas,
Castor, Pólux y Elena, no son sino otras tantas exhalaciones muy tenues de betún o
azufre concentradas y posadas inofensivamente en los poros de los mástiles, y que
relucen pero no queman. Lo mismo digamos del brillo que emiten algunos insectos
durante la noche, del fulgor que despiden en la oscuridad los ojos de los gatos, y de
otros fenómenos como éstos: se deben a una materia muy especial que tienen los ojos o
los cuerpos de esos animales e insectos y que se mueve con enorme velocidad agitada
por los impulsos de la materia sutil. Cosa parecida ocurre con las maderas pútridas, las
escamas de los peces y demás objetos o fenómenos fosforescentes que se advierten en la
noche. Por efecto de la putrefacción o de la particular contextura inicial, los poros o
conductos de estos objetos o animales, a través de los cuales circula continuamente la
materia sutil, se han vuelto tan finos y menudos, su epidermis tan tenue y por decirlo
así, tan transparente, que a través de ella se puede advertir el curso de dicha materia
como en el microscopio se percibe la circulación de la sangre de una rana, o como se
distinguen a simple vista, dado su color sanguíneo, las venas de nuestro cuerpo. Siendo,
pues, el continuo flujo de la materia sutil y sus vibraciones la causa principal del
fenómeno de la luz, es evidente que aquellos objetos tendrán que emitir brillo en la
oscuridad, como vemos que lo hacen. Por lo demás, estas luces brillan, pero de
ordinario no queman; y la razón es ésta: que no todo lo que arde o brilla tiene elementos
que por exigencia intrínseca produzcan calor. Esto se aplica principalmente al sol, que
para quemar necesita de algún adminículo externo a él, digamos por ejemplo, los
espejos ustorios que concentran los rayos solares en un punto focal; o los diversos
vapores que son como otros tantos espejos ustorios, pues también concentran los rayos
del sol; o también los fuegos subterráneos cuyo aflujo continuo unido con los rayos
solares agitan de tal manera el aire que llega a producir en nosotros la sensación de
calor. Por lo mismo, hay que decir que el sol ha sido creado para dar luz más que para
dar calor. Por consiguiente cuanto más uno se acerque al sol, tanto menor calor
experimentará, aun cuando esto, por otra parte no signifique que irá enfriándose cada
vez más; porque la esencia del frío consiste en la inmovilidad, y el sol gira sobre sí
mismo con increíble velocidad; por lo cual si uno llegara a aproximarse a él muy cerca,
no sentiría ni frío ni calor, sino una sensación distinta; para explicar la naturaleza de esta
sensación no se ha encontrado todavía el término adecuado. Esta es, pues, la propiedad
esencial de todos estos fuegos o luces: que brillan pero no queman; son tan tenues que
sus movimientos vertiginosos si bien bastan para provocar la vibración de los glóbulos e
impresionar con ellos la retina de modo que el ojo perciba la luz, no llegan sin embargo
a impresionar el órgano del tacto de manera que sienta calor.

XIII- Respuesta a la Proposición 13ª. Se defiende la existencia de la materia


globular y de los remolinos

1. Las objeciones que se presentan en este punto, no sólo no invalidan nuestra


doctrina sino que la apoyan y robustecen, como vamos a ver. Pero aquí estamos tocando
una materia que, por su gran importancia, merece la primicia entre todas las que hemos
estudiado hasta ahora. Se trata, en efecto, de los remolinos que, de no admitirse,
estaríamos acabando con la magnífica estructura, con la robustez, el orden y el

294
fundamento mismo del sistema cartesiano. Vamos, por tanto, a poner el mayor empeño
en el análisis de este asunto; tanto más cuanto que no pocos de los aristotélicos y de los
filósofos actuales, si bien rechazan la idea de la solidez de los cielos, dicen sin embargo
que en todo el espacio que nos rodea lo único que hay es fluidez; y afirman que el éter,
o sea el aura etérea, fluidísima, sutilísima, y que con su continua agitación provoca
diversos movimientos, basta para explicar todos los fenómenos sin necesidad de admitir
la existencia de los remolinos; en otras palabras, que basta la acción de esta materia
fluidísima que se mueve en mil formas y direcciones, con diversas velocidades, con sus
partículas de diferente magnitud, si bien recurren además a ciertas leyes de la
naturaleza, a la elasticidad, a varias hipótesis o suposiciones, a las fuerzas de
gravitación, de atracción y otros factores, pero menos a los remolinos, para explicar
todos los movimientos de los planetas y cometas, sus apariciones, inclinaciones,
movimiento retrógrado, sus avances y órbitas excéntricas, etc.; pero, en mi opinión, sin
éxito alguno. Porque, si bien no les faltan razones para sostener sus opiniones, que a
momentos proponen como verdades comprobadas con una sola salvedad o condición:
en cuanto es compatible con las propiedades físicas, sin embargo si vamos más al fondo
de las cosas, es claro que las explicaciones por ellos propuestas no son adecuadas para
lo que pretenden esclarecer, ni de fácil comprensión, ni acordes con todas las exigencias
de la naturaleza ni con el conjunto de su estructuración. El hecho de que en un caso
particular se dé la justa explicación de un fenómeno, o incluso en varios casos, no es
prueba de la validez del sistema, porque un sistema sólido y verdadero debe ser
indubitable, sin posibilidad de que exista otro, y tal que señale las verdaderas causas de
las que depende el efecto que se analiza; si falla en la explicación de un solo fenómeno,
cae por tierra todo el edificio. ¿Acaso el hecho de ver los signos de un reloj que señalan
muy bien las horas alrededor del círculo y de imaginar que de acuerdo a ello hay una u
otra rueda colocada en su interior, es motivo suficiente para inferir que dicho reloj ha
sido fabricado de hecho en tales condiciones, precisamente con tantas ruedas, con ese
orden y esa precisa estructura? No por cierto, sobre todo sabiendo muy bien que el
mismo efecto puede obtenerse con otro sistema, con otro orden, con otra distribución de
las ruedas en el interior del reloj. Si no analizamos más a fondo lo que hay en la
naturaleza, podemos caer en mil errores.

2. ¿Qué camino tomar, cuando todos están sembrados de dificultades, y no hay


sistema que no esté lleno de espinosos problemas?, sin excluir por supuesto el sistema
de Descartes, que presenta dificultades tan fuertes y graves que a primera vista bastarían
para desanimar a cualquiera de querer adoptarlo. A esto digo que lo lógico es seguir el
sistema que nos dé mejores garantías y que presente menos tropiezos y dificultades,
aquel que brinde una explicación más obvia, adecuada, eficaz y clara de la mayoría de
las causas de los fenómenos y de sus conexiones mutuas, un sistema en que los efectos
concuerden unos con otros, en que no haya contradicciones, en que se note una visión
más amplia, y general, y al mismo tiempo sencilla: sembrando y cultivando un campo
como éste puedo asegurar que se obtendrá la más abundante cosecha, cosa que no se
logrará con mejor suerte como no sea en el campo y sistema que tenemos a disposición
siguiendo a Descartes. Hay que reconocer que es un campo y un terreno duro y
dificultoso, como es de lo más arduo ir contra todo aquello a que se está acostumbrando
desde la niñez y tener una visión enteramente contraria a la que se tenía antes en puntos
que ni siquiera se dudaba que pudieran ser de otra manera. ¡Tarea dura y difícil! Pero yo

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daré el ejemplo; y veremos que si se admite la existencia de los remolinos, según la
explicación que daremos luego, descubriremos entre otras cosas, con qué facilitad y
fundamento de verdad daremos con la causa de los siguientes fenómenos: la declinación
de la eclíptica, la precesión de los equinoccios, la inclinación de las órbitas de todos los
planetas, las variaciones que se advierten en los años, los efectos de la excentricidad, la
mayor permanencia del sol en los signos del hemisferio septentrional en comparación
con el austral, la diferencia entre el tiempo medio y aparente, y si el tiempo lo
permitiera y el trabajo no rebasara los límites de mis intenciones, todos los demás
fenómenos de la naturaleza. ¿Qué más podría prometer? No niego que es tarea ingente y
llena de peligros la que tengo en mientes. Pero secunda a los audaces la fortuna; ni el
mismo Descartes ni Aristóteles hubieran podido reclamar para sí la primicia entre los
filósofos de la naturaleza, si no hubieran tenido grandes alientos y se hubieran limitado
a seguir las huellas ya trazadas por otros. Me propongo pues, ofrecer algo nuevo. Pero
esta vez voy primero a hacer pasar a mi insigne maestro Claudio a las ideas y principios
de mi teoría.

3. En primer lugar, los términos y la forma como entiendo yo la concepción y el


razonamiento de Descartes impugnados por Claudio como poco sólidos, son los
siguientes: admito sin dificultad que las estrellas del firmamento son como otros tantos
soles, cada una en su respectivo remolino, pero niego que de ello pueda inferirse que
ellas, como los planetas, estén como nadando en el remolino del sol. Hay una gran
diferencia entre las estrellas y los planetas; sabemos, en efecto que éstos no solamente
se mueven en las inmediaciones de los polos de la eclíptica, o al menos no muy lejos de
ellos, sino también que recorren toda su órbita muy velozmente y dentro de un
determinado tiempo, los inferiores con mayor rapidez y los superiores con menor
rapidez, a saber, Mercurio en 4 meses, Venus en ocho, la Tierra con la luna en un año,
Marte en dos, Júpiter en doce y Saturno más o menos en 30 años. Por el contrario las
estrellas, aunque también se mueven, pero su movimiento es tan lento, que sin peligro
claro de error, se le puede asignar varios meses para la revolución del primer móvil,
toda vez que cada año apenas sobrepasa los 3 minutos 56 segundos; por lo mismo,
recorren todo el círculo en el lapso de miles de años, digamos 26.000. Además, aunque
las estrellas se mueven en las inmediaciones del zodíaco, nunca llegan a cortar la
eclíptica como los planetas. Debe haber, por tanto, una gran diferencia en cuanto a la
ubicación, entre los planetas y las estrellas. Y como esto no puede atribuirse a otra causa
si no es a una fuerza especial, que influya más fuertemente en los planetas que en las
estrellas, y esta causa no puede ser otra sino el hecho de que los planetas están como
nadando en el remolino del sol, en tanto que las estrellas se distribuyen en torno a la
circunferencia del mismo, es precisamente esto lo que debemos pensar y sostener.
Consta por lo dicho, que el mayor ímpetu y fuerza del remolino que empuja la materia
de su parte central, es mayor hacia el ecuador y la zona tórrida, por donde se extiende
toda la eclíptica, y luego se va propagando proporcionalmente por todo el remolino;
pero esto es imposible a no ser que los cuerpos que se encuentran dentro del remolino
tengan que moverse con más rapidez que los que están fuera de él; luego los planetas se
moverán con más rapidez que las estrellas. Además, como ya dijimos antes, la materia
que se mueve desde el ecuador es repelida nuevamente por los remolinos adyacentes en
dirección a los polos y vuelve al centro de donde salió, para repetir sucesivamente su
proceso de circulación, esto quiere decir que comprime con sus curso toda la

296
circunferencia del remolino en dirección al ecuador y a la zona tórrida; pero esto es
posible solo si todos los cuerpos que allí se encuentran son presionados en la misma
dirección, los cuales, en este caso, tendrán que moverse con mayor rapidez; así, éste es
un nuevo motivo para inferir que los planetas se mueven con mayor rapidez que las
estrellas. Por consiguiente, si por una parte consta que los cuerpos que están en las
inmediaciones de la eclíptica deben moverse más rápidamente, y por otra, esto se
cumple solamente en los siete planetas, hay sobrada razón para concluir que únicamente
los cometas ocupan ese lugar, mientras que las estrellas se ven desplazadas hacia fuera.
El hecho de que Descartes no hable del movimiento de las estrellas no afecta a nuestra
teoría; porque en primer lugar no lo niega, y luego puede darse por supuesto teniendo en
cuenta la rotación del remolino del sol y la consiguiente fricción.

4. Lo segundo que Milliet censura en la teoría de los remolinos, es el hecho de que


los glóbulos, que son la materia principal de su composición, dado el movimiento
vertiginoso del centro tienen que desplazarse hacia la circunferencia en línea recta a
partir del centro, como afirma Descartes, y esto, a decir de Milliet, es falso, porque más
bien tratan de desplazarse por las tangentes. Respondo que es verdad lo que afirma el
egregio Milliet (si hay alguien que haya podido ser digno y eficaz opositor de Descartes,
es precisamente Milliet sin duda alguna), pero en este punto justamente sus
observaciones aclaran nuestra teoría en vez de ofuscarla o debilitarla. Efectivamente,
Descartes no niega lo que señala Milliet; sea que lo haga por las tangentes o por otra
línea, es verdad que un cuerpo que se mueve con movimiento circular siempre trata de
apartarse del centro continuando su movimiento a ser posible por la línea recta; en esto
consiste la fuerza centrífuga que, aun cuando vaya por la tangente, recibe la fuerza
direccional de su trayectoria del centro que es la parte principal del remolino. Las
tangentes son también líneas rectas; pero es imposible que por ejemplo una piedra,
lanzada por la tangente con la fuerza de rotación de la honda, no se distancie tanto más
del centro de la primera rotación cuanto más lejos avanza, puesto que la secante que va
desde ahí hasta la piedra y que constituye la mejor medida de su distancia es cada vez
mayor conforme más se aparta y aleja la piedra por la tangente; así mismo es imposible
que los glóbulos del remolino que empujados por la fuerza de rotación se desplazan por
la tangente a partir del centro, no se alejen cada vez más de éste; favorece también a
nuestra teoría la gravitación que se da en el plano inclinado: cuando hay un plano
inclinado, un cuerpo pesado encuentra dificultad para caer perpendicularmente y cambia
su dirección en sentido perpendicular por la dirección en sentido colateral, pero llega
finalmente a donde hubiera llegado por la vía perpendicular. Y esto es lo que aquí
ocurre: los glóbulos superiores contra los que chocan, se deslizan por la tangente y no
pueden continuar su movimiento en línea recta, cambian este movimiento en
movimiento circular. El hecho de que en una pluma de escribir aunque se sostenga
perpendicularmente no caiga la tinta, se debe a que la extremidad adyacente impide la
acción del peso del aire, cosa que no ocurre en un plano descubierto.

5. He dicho que aquel primer movimiento es un movimiento circular. Sin embargo


y para ser exactos, hay que hacer una distinción. (Tengamos en cuenta una vez por todas
lo siguiente: si en el decurso de este tratado doy a veces la impresión de descuidar el
rigor de los términos y de expresarme como lo hace la mayoría, no es que me esté

297
contradiciendo; lo hago por acomodarme al sentido común y al modo de hablar
ordinario de la gente; un filósofo deberá entender mis expresiones en sentido filosófico).
Cuando digo que hay que hacer una distinción, me refiero al término circular. Hablando
sencillamente y en términos generales, es un movimiento circular; en este sentido, es
verdad que todo el remolino se mueve con movimiento circular de oriente a occidente;
pero si hemos de referirnos a la propagación o progresión del movimiento del remolino
con relación a su centro y con dependencia de él, hay que decir que es un movimiento
espiral; porque en realidad se trata de un movimiento desigual, que se propaga como por
secciones desiguales, que son otras tantas series y porciones del remolino
correspondientes al sitio en que se encuentra el movimiento: más fuerte en la parte
inferior y más débil en la superior; y así, el movimiento se comunica a todo el remolino
como por impulsos sucesivos, lenta y gradualmente a manera de espiral, lo que es una
consecuencia de la objeción de Milliet: en efecto, los cuerpos sujetos a un fuerte
movimiento circular tienden a salir impulsados no por la línea perpendicular sino por la
tangente; por otra parte, la tangente se acerca más a la línea espiral que a la
perpendicular –lo que se ve muy bien en un alambre dispuesto en forma circular y de
tangente, en el que apenas se presiona con la mano la tangente en dirección al centro, se
obtiene la figura espiral-; esto nos lleva a decir que el movimiento del remolino es en
realidad espiral: lo que hace la mano en el alambre del ejemplo aducido, hacen en el
remolino la materia y los glóbulos superiores respecto de los inferiores. Esto mismo se
puede, por decirlo así, ver y palpar en una piedra de afilar suspendida en el agua y a la
que se aplican los filos de un cuchillo o un puñal para afinarlos con su rotación: si se la
hace girar violentamente, el agua sale despedida por los aires en forma de espiral por las
líneas tangenciales. Así es como hay que concebir (si comparamos lo chico con lo
grande), el movimiento de los remolinos.

6. Pero no es esto todo: para ver la amplitud y fecundidad de nuestra teoría hay que
saber que, según ella, además de la propagación del movimiento en sentido espiral, se
distingue también en los remolinos otra en sentido perpendicular. Me explico: en el
remolino del sol la materia central como hemos dicho ya tantas veces, está en continuo
movimiento circular, y empuja en todas direcciones los glóbulos contenidos en la
concavidad, agitándolos y dotándoles de movimiento que debería continuarse por la
línea tangencial, como enseña muy bien el egregio Descartes, pero que de hecho se
transforma en movimiento espiral. Pero no todo el movimiento de los glóbulos toma esa
dirección, sino tan sólo una parte; la otra toma la línea recta y directa del centro a la
circunferencia. La razón es porque los glóbulos tienen su propio movimiento desde el
comienzo, y ya antes de iniciar el movimiento espiral por la línea de las tangentes, están
girando sobre su propio centro y en continua agitación; esto trae como consecuencia
necesaria el que los glóbulos y partículas adyacentes se contagien del mismo impulso y
se vean empujadas gradualmente en todas direcciones, incluso hasta más allá de la
misma circunferencia, con más velocidad y fuerza las partículas más cercanas, y con
menos las más apartadas. Esto es innegable dada la ausencia del vacío, la contigüidad de
los glóbulos y la vibración propia del movimiento. Es, pues, claro que si se mueven
todos los glóbulos, con mayor razón lo harán los que se continúan en línea recta desde
el centro a la circunferencia. Este es precisamente el movimiento que hemos
denominado movimiento de empuje o avance, en el que consiste sustancialmente la
visión y que constituye la razón formal de por qué todo el mundo y desde todas partes

298
pueda mirar el sol y los demás astros que están a millones de leguas de distancia. Esté
donde esté la mirada del espectador, hasta ella se propaga ese movimiento incluso
pasando de un remolino a otro, y mientras sea perceptible no dejará de representar al
objeto, con su dimensión mayor o menor claridad, según sea más o menos fuerte, más o
menos regular y adecuada la impresión que produzca en el órgano de la visión. El
ángulo visual del que hablan los matemáticos y que puede ser mayor o menor y que
hace que el objeto aparezca también mayor o menor, es solo una medida de esta
sensación pero no su razón formal. De lo contrario, el objeto no tendría ni con relación
a nosotros, magnitud alguna fija y estable. Ya dijimos antes que nosotros no podemos
saber ni entender con claridad cómo son los objetos en sí mismos, ni cuán grande o
pequeña sea su magnitud. Sin embargo debemos prescindir de esta relación a nosotros,
y asignar alguna medida determinada en todos los objetos; pero esta medida no es
precisamente el ángulo de visión bajo el cual el objeto aparece distinto de lo que es en
sí, sino su verdadero diámetro que se determina cuando medimos el objeto con nuestras
manos de un extremo al otro.

7. El tercer argumento aducido por Milliet no tiene fuerza. Objeta la constitución


de los remolinos partiendo de la comparación con las ruedas sólidas de los relojes; pero
olvida que el movimiento circular de los fluidos es distinto del que tienen los sólidos,
como dijimos antes. Los sólidos tienen que moverse o reposar a la vez con todas sus
partes juntas y unidas; en cambio los fluidos, sucesivamente, por secciones separadas. Y
en cuanto a lo que se dice de las tres ruedas sólidas, no es verdad en todos los casos;
porque se pueden acoplar ruedas sin dientes, con la circunferencia pulida, dispuestas de
tal manera que se muevan todas al mimo tiempo ya sea de derecha a izquierda o
viceversa, o también una a la derecha y otra a la izquierda por separado, o en fin como
se quiera; no habría dificultad en esto; mucho menos en un remolino fluido. No hay que
creer que los remolinos se ubican junto a la circunferencia cuando uno se pone en
contacto con otro, como las ruedas sólidas; porque todos están compuestos del glóbulos
muy fluidos y juntamente con los otros dos elementos que son todavía más fluidos,
acabarán por formar diversas protuberancias y cavidades como si por efecto de la
compresión surgieran entre ellos montes y valles, como sucede en el mar cuando arrecia
la tempestad: el agua actúa contra el aire y éste contra el agua; el agua se eleva con las
olas, el aire abre hondonadas; luego ella se precipita a lo hondo y el aire fluye a las
partes altas, alternando en las protuberancias y depresiones. Si el aire fuera visible,
veríamos en él los mismos efectos de la tempestad que en el mar, puesto que son
correlativos. El efecto no puede ser sino el mismo en uno y en otro. Igual cosa vemos en
la Tierra, pero en forma sólida: el aire recibe y asimila las mismas figuras de los valles y
los montes que tiene la Tierra, pero en forma inversa. Así es como debemos imaginar y
concebir la forma y comportamiento de los remolinos: se presionan mutuamente y
ondulan en mil formas, llenando las depresiones que surgen con sus respectivas
partículas, de modo que los valles o cavidades de uno, vienen a ser protuberancias en el
otro, y viceversa, dando lugar a infinidad de pliegues y cavidades. Un buen ejemplo de
esto tenemos en los ríos: el agua al chocar contra las piedras y las rocas y al encontrar
diversas sinuosidades o corrientes opuestas, etc., forma una serie de remolinos o
remansos y muchas veces cambia de dirección y va de una parte a otra, ora
precipitándose con fuerza, ora deteniéndose tranquilo por largo tiempo. El
comportamiento de los remolinos es parecido: dado el contacto estrecho y la

299
compresión en que están, se forman en ellos diversos círculos y movimientos aislados,
secciones estancadas y sinuosidades que toman diversas direcciones, sin que el
remolino pierda en su conjunto el movimiento general de oriente a occidente.

8. La observación que hace sobre la materia sutil ya quedó analizada anteriormente


y la revisaremos más ampliamente al final de nuestro estudio. Aquí únicamente señalo
que la materia sutil se comunica de uno a otro remolino dando lugar a un flujo general
en el conjunto de todos los remolinos, aunque no de contenido tan copioso como el de la
materia que circula en su respetivo remolino; porque dicha materia es como la sangre
del cuerpo, y es la base que da origen a los humores naturales que mantienen a cada
remolino en su respectiva ubicación, consistencia y equilibrio y, por lo mismo, regresa
natural y fácilmente por los polos al sitio de donde salió en vez de escapar al exterior. Si
alguna parte o residuo logra salir afuera, pasa a integrar otros remolinos, como ocurre
entre diversos cuerpos, y dando lugar a una serie de emanaciones y transpiraciones
ocultas que como espíritus latentes interconectan los diversos remolinos poniéndolos
como en mutua dependencia para la realización de sus diversos movimientos. Existen,
pues, en los remolinos infinidad de movimientos impulsivos, como en nuestro cuerpo y
en todos los demás entes. Pero cada remolino recibe por este intercambio la cantidad de
materia que a su vez le tocará compartir con los otros, restaurando así continuamente
sus deficiencias. Además, aunque admitamos que no solamente la materia sutil sino
también diversas cantidades de glóbulos son lanzados a través de los polos hacia el
centro del sol, y que allí se trituran y se transforman en materia sutil, pero como estos
elementos pueden también de suyo generarse y corromperse, como ya he señalado en
otras ocasiones, no hay que creer que este fenómeno se produce con frecuencia y en
grandes proporciones; porque ello supondría un proceso en infinito y porque no lo
permitiría la cantidad fija de movimiento creada al comienzo, y también en razón de los
mismos glóbulos que encontrarían un especial obstáculo por parte de la materia sutil
que se halla en movimiento en el centro del remolino y presiona continuamente hacia
fuera con más fuerza de la que impulsa a los glóbulos hacia adentro y por tanto impide
que ellos caigan en el centro. Los glóbulos pueden únicamente facilitar, con sus
sacudimientos, el acceso de la materia circulante. Además hay que tener en cuenta que
es muy creíble que en los polos existen diversas costras y manchas, porque allí el
movimiento y las vibraciones de los glóbulos son menos intensos que en otros sitios y
también por la distancia que media entre aquellos y el ecuador, en donde el movimiento
es más intenso que en todos los demás sectores. Todos estos factores impiden la caída
de los glóbulos hacia el centro.

9. Para responder al último argumento del adversario insisto en lo que ya dejé


expuesto anteriormente, a saber que la serie de los glóbulos inferiores se mueve con más
velocidad que la de los superiores, porque a pesar de que entre ellos hay la misma
correspondencia que entre una rueda y otra, en las que los dientes de una corresponden a
los entrantes de la otra; sin embargo, como cada glóbulo por separado es un cuerpo
móvil y no sólido, ocurre en ellos lo que ya antes he señalado, que antes ya de ser
impulsados por el movimiento espiral del centro, tienen su propio movimiento y con él
impulsan en todas direcciones a las partículas adyacentes, de modo que cuando éstas
quedan un tanto desplazadas, los glóbulos adelantan el espacio de un diente o un grado;

300
con lo cual la serie inferior se libera un tanto de la presión de la serie superior y puede
fácilmente moverse más rápidamente que ésta. Al mismo tiempo esta resistencia de los
glóbulos superiores produce el movimiento de empuje o avance en línea recta, al que
nos hemos referido poco antes, y la disminución de los grados del movimiento espiral;
en efecto, como los glóbulos inferiores no pueden moverse en sentido circular sin
liberarse un tanto de la presión de los glóbulos superiores, y esto no puede ser sino en
ritmos sucesivos y con alguna detención, necesariamente la parte del impulso recibido
desde el centro se repartirá en el sentido de la línea recta u otras direcciones incluso
hacia fuera del propio remolino, y en el sentido de la dirección espiral dentro del propio
remolino. Esto nos indica que la visión no es cuestión de un solo instante, como
creemos, sino de movimientos sucesivos, porque indudablemente se requiere algún
espacio de tiempo para que el empuje de un glóbulo se transmita a otro y éste a otro
hasta llegar al último que es el que impresiona nuestros ojos. Se requiere, pues, algún
tiempo no solamente para la propagación del sonido, lo que todos lo vemos
perceptiblemente, sino también para la propagación del movimiento que hace posible la
visión de un objeto. Lo mismo se diga de lo que toca a los otros sentidos, el olfato, el
gusto y el tacto: se requiere algún tiempo para que la sensación se propague desde las
partes exteriores del cuerpo hasta la glándula; pero la sucesión de movimientos es tan
tenue o rápida que no podemos percibirla. Por lo demás, el impulso que imprimen los
glóbulos inferiores sobre los superiores encuentran también en éstos alguna resistencia;
porque los glóbulos superiores sufren la presión de otros y otros que se suceden hasta
los estratos de la circunferencia, y aun ésta misma sufre la presión de otros remolinos
que pesan sobre ella, presión que se ejerce por impulso –puesto que todos los elementos
que componen el remolino están en perpetuo movimiento–; no podemos, pues, dudar de
que los glóbulos superiores ejercen alguna presión sobre los inferiores y los impulsen en
dirección al centro. Esta pugna se produce sobre todo también por la intervención de
otros factores: cada elemento, como ya se ha dicho, gravita en su propio sitio, cada uno
de los glóbulos, además de los mencionados, tiene el movimiento circular sobre su
propio centro; esta serie de impulsos en todo sentido, hacia abajo, hacia arriba, a la
derecha, a la izquierda, etc. necesariamente combinados y mutuamente nivelados, tienen
que dar por resultado el movimiento circular sobre el propio centro. Con esto creo que
está dada la respuesta a las objeciones del adversario. Paso, por tanto, a analizar la
estructuración propia de los remolinos.

10. Afirmo en primer lugar que la figura de los remolinos, según nuestra teoría y
como he insinuado en otro lugar, tiene que ser en forma de naranja o de piedra de
molino, ancha y redonda pero aplanada en los polos, y que con la acción del
movimiento va cambiándose continuamente en ovalada, pero sin perder la depresión de
los polos, y ensanchada en la sección de la eclíptica o del ecuador; sostengo también
que esta misma es la forma del remolino de nuestra Tierra; pero la misma Tierra
contenida en él, aunque tiene casi la misma figura, se diferencia de su remolino en que
es sólida e inmutable, no líquida y variable. Siguiendo, pues, el modelo que considero,
digo que todo remolino según la explicación dada anteriormente, debe su origen a la
materia del primer elemento en rotación velocísima en el centro de un cúmulo de
partículas globulares, acumulada principalmente en torno al eje y por efecto de su
misma agitación en lucha continua por escapar del centro hacia fuera; de esto se sigue
que todo remolino debe tener la forma que hemos dicho de piedra de molino, puesto que

301
la materia central impulsa con más fuerza los glóbulos cercanos a la eclíptica y al
ecuador que los cercanos a los polos, con la siguiente particularidad: que en la medida
en que aumenta el movimiento de la materia central a partir de los polos hasta la parte
media del eje, en la misma disminuye el movimiento de los glóbulos a partir de la
eclíptica y el ecuador hasta los polos. Ahora bien, como la materia es fluida y debe
seguir esa conformación del movimiento, se verá atraída con más velocidad hacia el
ecuador que hacia los polos , y como esto hace que el remolino se ensanche en la parte
en que el impulso es más fuerte, y se deprima en donde es más débil, verificándose lo
primero en el ecuador y lo segundo en los polos, habrá que admitir que todo aquel
cúmulo de materia presionado en forma desigual a partir del eje, tendrá que resultar
también de forma irregular, a saber, ensanchada en la zona del ecuador y deprimida en
la de los polos; ésta evidentemente es la forma de piedra de molino; luego todo
remolino habrá de tener precisamente esta forma, exigida por sus mismos elementos y
fuerzas intrínsecas; y esta forma tendrían de hecho todos los remolinos si estuvieran
separados unos de otros. Pero como hay innumerables remolinos que están unos al lado
de otros, y muchos por cierto penetran hasta el remolino de nuestro sol, como es el caso
de los siete planetas con sus satélites, y además cada uno gira sobre su propio centro,
resulta que aquella primera figura con el transcurso del tiempo tiene que cambiar
adoptando una serie de irregularidades. Por lo mismo, podemos tener la seguridad de
que el remolino de nuestra Tierra, como el de todos los planetas, debido a la compresión
sufrida de parte de la materia solar, haya ido cambiando su forma de piedra de molino
en ovalada.

11. Pero por lo que hace a la misma Tierra, es decir a su cuerpo que es enteramente
sólido, como los cuerpos de los planetas, prescindiendo de sus remolinos y quizás de
otras circunstancias particulares que pudieran ser causa de alguna diferencia, hay que
creer que tiene la misma figura de piedra de molino, con esta única salvedad: que la
figura de aquellos igualmente de piedra de molino, permanece inmutable y jamás se
vuelve ovalada. La razón está en la misma formación y naturaleza de las esferas: como
ya hemos dicho, en un principio habrían sido estrellas que se fueron llenando de
manchas y costras para convertirse en cometas y luego condensándose de nuevo y
absorbiendo en mayores cantidades la materia del tercer elemento, acabar
transformándose en planetas y encontrar su equilibrio en el remolino del sol; según esto,
es razonable pensar que las costras se hayan concentrado adoptando la figura que
presenta el remolino y la materia que gira en el centro y no una figura distinta; ahora
bien, la figura del remolino era, como hemos dicho, la de piedra de molino; por tanto las
costras se condensaron y unieron adoptando la misma forma, comenzando en los polos
y en las partes cercanas a ellos, en donde el movimiento era menos intenso y avanzando
hacia el ecuador, cuya zona, dada la mayor cantidad de materia y la mayor velocidad de
movimiento, tenía que ser la última en quedar aprisionada; y así toda la esfera vino a
convertirse en un globo enteramente sólido. Además hay que tener en cuenta que la
Tierra tuvo su proceso de concentración dentro de su propio remolino, así como el
diamante en su costra o el núcleo dentro de su corteza; en consecuencia, así como el
diamante adapta su figura a la de su costra, así también la Tierra no pudo menos de
adaptarse a la figura de su remolino que tenía la forma de piedra molar. El hecho de que
en el transcurso de su marcha no cambie de figura haciéndola ovalada como la de su
respectivo remolino, se debe a la solidez y dureza de su cuerpo con la que resiste a la

302
presión externa que por ser de naturaleza fluida resulta impotente para vencer dicha
solidez. Esto sin embargo no impide que la Tierra al ir ejecutando su movimiento diario
al ritmo de su torbellino, se vea continuamente un poco desviada del centro de éste, y
describa un pequeño círculo en torno a su propio centro teniendo como punto medio el
centro de su propio remolino.

12. Esto confirma la idea de que el globo terráqueo no es esférico, como se creía
antes, ni tampoco elíptico con el eje mayor en dirección de polo a polo, como piensan
muchos, sino realmente de figura de piedra de molino, es decir achatado hacia los polos
y ensanchado y túrgido en la zona tórrida y en torno al ecuador, cosa que está en
consonancia no solamente con las razones expuestas y con la opinión de los principales
filósofos actuales, sino también con las mediciones y cálculos de los egregios
matemáticos enviados hace poco a la Provincia de Quito y hace pocos años al círculo
ártico por la Real Academia de Ciencias de Paris (empresa cuyos frutos redundarán en
gloria perenne de dicha Institución ); pero de esto nos ocuparemos más adelante con
algún detalle. Lo dicho está además en consonancia con los fenómenos del péndulo que
es el instrumento conocido, fácil y mejor de todos para medir el tiempo y que, colocado
dentro de una misma longitud tarda más en realizar sus oscilaciones cuanto más cerca
está del ecuador, y menos cuanto más lejos de él; lo cual sin duda se debe a la menor
fuerza de gravedad del aire en el ecuador y a la mayor fuerza junto a los polos, o lo que
es lo mismo, a las columnas de aire que gravitan sobre el péndulo y que son menos altas
en el ecuador que en los polos; esta diferencia de altura en las columnas de aire se debe
a su vez precisamente a la figura de piedra de molino que presenta la Tierra inmersa en
la rotundidad de su remolino; luego tenemos que admitir que la figura de la Tierra es la
que hemos dicho. Por fin esto concuerda también con los experimentos verificados en el
barómetro: en Guayaquil en la costa marítima de esta Provincia descubrieron los
mencionados sabios matemáticos de la Academia de París que el nivel del mercurio
llegaba a 28 pulgadas y cero líneas, mientras que en Europa otro de los socios de la
misma Academia descubrió que en la costa marítima el nivel llegaba a 28 pulgadas y
dos líneas; esta mayor altura de nivel se debe así mismo a la mayor fuerza de gravedad
del aire en Europa, es decir a la mayor altura de las columnas de aire, así como aquí en
la zona tórrida el nivel más bajo, de dos líneas del mercurio, se debe a la menor fuerza
de gravedad del aire; este efecto es otra prueba de la forma de piedra de molino que
tiene la Tierra; luego hay que reconocer que ésta es la forma de la Tierra.

13. Cierto que de todo lo expuesto no se sigue con plena evidencia que la figura de
la Tierra es de piedra de molino; a lo más se diría que es ovalada y elíptica, como
pretenden deducir los filósofos actuales, con el diámetro mayor no en dirección de polo
a polo sino de estas regiones de América que caen bajo la zona tórrida a la
circunferencia de las regiones opuestas o antípodas; pero por otra parte, la razón primera
que señalamos de la formación del globo, no menos que el movimiento de la materia
central, su fuerza de impulso y la figura de piedra molar del remolino indican a las
claras que debe haber la misma protuberancia en todas las zonas de un mismo nivel,
puesto que a lo largo de la zona tórrida y del ecuador son las mismas las causas que
actúan con igual eficacia, debiendo producir en todo el trayecto de su acción el mismo
efecto, es decir, producir la misma protuberancia. Pero según esto, la forma que de ahí

303
resulta no puede ser puramente elíptica y ovalada, sino de hecho redondeada y de piedra
molar; luego ésta es la figura que se debe atribuir a la Tierra. Por consiguiente así como
aquí en Quito las diversas mediaciones que se han hecho han demostrado que la
superficie del globo terráqueo presenta protuberancias, al par que depresiones en los
polos, lo mismo habrá que decir de las regiones del Congo en África, de Abisinia, de
Malaca en la India, de las diversas islas del océano y de todas las superficies que caen
bajo la zona tórrida y el ecuador. Por lo tanto, doy por supuesto que ésta es la figura de
la Tierra y que además es una figura inmutable, en razón de la solidez y dureza de su
ingente masa; pero al mismo tiempo sostengo que está inmersa en su remolino que es de
figura de piedra molar pero no inmutable, como ya dije anteriormente; en el centro del
remolino la Tierra se mantiene en equilibrio porque la materia de éste fluye sobre ella
por todos los lados con igual fuerza de presión. La luna forma parte de este cúmulo o
conjunto y, a mi modo de ver, está ubicada precisamente en donde se encuentra, es decir
en algún sector de la zona tórrida pero en su respectivo remolino, y de acuerdo con los
diversos movimientos del remolino de la Tierra, va como navegando y desplazándose
de un sitio a otro, como una nave en medio del mar a merced de la corriente y los
oleajes que van apareciendo. Con esto, sostengo además que el eje de la Tierra, lo
mismo que su paralelo y los de su remolino, coinciden con los del sol, correspondiendo
entre sí el eje con el eje, el ecuador con el ecuador, los trópicos con los trópicos, los
paralelos con los paralelos, etc., sin ninguna elevación en los polos como la que hay en
las cercanías de Quito. Ahora yo pregunto: ¿cuál será el comportamiento del remolino
de la Tierra así estructurado? ¿permanecerá inmóvil o estará en movimiento? No
podemos decir que esté inmóvil tanto en razón del movimiento continuo del remolino
del sol que arrebata consigo todo cuanto encierra en su interior, como en razón del
propio movimiento de la Tierra que, girando continuamente a impulsos de la materia
existente en su centro, no puede menos de moverse en el mismo sentido a una con su
propio remolino. Por tanto, la Tierra se mueve. Pero ¿qué clase de movimiento es el
suyo? ¿Cómo tiene lugar y hacia dónde se dirige? ¿cómo origina los días, los meses y
los años? ¿permanece inmóvil o cambia la elíptica, etc.? Estos y otros fenómenos son
los que tratamos de analizar y esclarecer. Pues, fiel a mi palabra dada, paso a exponer lo
que ya dejé insinuando más arriba.

14. En primer lugar el remolino o vórtice de la Tierra sufre el impulso del remolino
del sol que por partes o porciones impacta sobre las diversas porciones de aquel
impulsándolas hacia la circunferencia con el movimiento espiral que proviene del
centro. Pero la Tierra no puede llegar hasta la circunferencia porque lo impide su propio
impulso en virtud del cual tiende a ir a través de la espiral de su propio remolino, hacia
el centro del sol, de modo que permanece en equilibrio precisamente en el punto en
donde se encuentra. ¿Cuál es el resultado de esta situación? El remolino de la Tierra,
presionado por igual desde todos los puntos, es decir, por los flancos, por la parte
superior y por la inferior, por el remolino del sol, encuentra necesariamente su
equilibrio en el punto que hemos indicado; la misma Tierra se ve presionada también en
el centro de su remolino por la fuerza de las partículas que lo componen, así mismo por
igual y desde todos los puntos, de tal manera que no puede encontrar reposo sino en el
punto medio o centro del remolino. Digo presionada por igual, hablando en sentido
físico, en cuanto que lo que es poco es como nada, y en relación al cúmulo de partículas
de que está compuesto el remolino de la Tierra; pero hablando en sentido estrictamente

304
matemático y parando mientes en lo que ocurre en la circunferencia, hay que decir que
la presión no es enteramente igual. La razón es que el remolino de la Tierra no pierde
nada de sus partículas que son de tal naturaleza que no les permite mezclarse con las
partículas solares; además es mayor el impulso hacia arriba que sufre por parte de las
partículas inferiores del remolino del sol, si bien las partículas superiores que gravitan
hacia abajo, la detienen con resistencia proporcionalmente igual, mientras que la presión
lateral es por así decirlo completa y uniforme; de ahí que toda la cantidad de materia del
remolino de la Tierra que debería ubicarse en forma circular en torno a la
circunferencia, no describe esta figura, sino que se ensancha o vuelve protuberante en
las zonas en donde es menor la resistencia, es decir en la parte anterior y posterior y
adopta la forma elíptica, como un balón esférico inflado cuando es comprimido entre las
manos. Tal es la figura ovalada que forma el remolino de la Tierra inmerso en el
remolino del sol: achatada hacia los polos y alargada en dirección de oriente a occidente
(vamos entendiendo todo correctamente; nada diremos que vaya contra la Mecánica).

15. Sin embargo esta formación elíptica habrá de moverse, y aun cuando logre
mantenerse así en equilibrio, no dejará de girar sobre su propio centro impulsada por la
agitación central de la materia interior. Pero ¿cómo efectuará su movimiento?
Veámoslo: en su marcha experimentará diversos cambios, puesto que las partes que
antes ocupaban las zonas protuberantes pasarán a las zonas de depresión, luego hacia
otra zona de protuberancia y de ésta nuevamente a las zonas opuestas de depresión, para
volver finalmente a la primera zona o sector protuberante y así sucesivamente
adaptándose al continuo y variado movimiento giratorio del remolino; esto prueba que
la figura de piedra molar está sujeta a continuos cambios. Pero ¿qué dirección seguirá
en su movimiento? No otra sino la que corresponde tanto al impulso de la materia
central del sol como al impulso de la materia central de la Tierra; estos dos movimientos
están necesariamente en mutua coordinación, porque así como la materia solar que se
agita en su centro comunica gradualmente y en forma espiral su movimiento a su mole y
a todas sus partes, según hemos dicho, y por cierto con mayor violencia en dirección a
la zona tórrida y al ecuador que hacia las otras zonas, así también lo hace, aunque con
menor violencia, la materia de la Tierra que se agita en su centro así mismo con gran
velocidad; sin embargo hay una diferencia que es la siguiente: si bien en la Tierra el
impulso es también más fuete en dirección a la zona tórrida, no afluye hacia allá tanta
abundancia de materia como la que afluye en el remolino de sol. Esto se debe a la
solidez propia de la Tierra, cuerpo más duro, más denso y compacto que el sol y que no
puede romperse fácilmente. Por lo mismo su materia generalmente vuelve y se
reconcentra sobre sí misma agitándose con mayor velocidad en el centro y proyectando
mayor abundancia a través de los polos que no son tan sólidos, duros y densos como la
zona tórrida. Se verá que no son tan compactos si se considera con más cuidado la
violencia de la materia central, cuya acción va haciendo cada vez más compacta la zona
tórrida y menos resistentes los polos. En efecto la materia proyectada hacia la zona
tórrida, resaltando al impactar en la solidez de la Tierra va acumulando de tiempo en
tiempo en sus innumerables cavidades partes de la materia ramosa y la va haciendo cada
vez más dura, y además va como despojando de dicha materia a las paredes de los
polos, las cuales necesariamente se van haciendo por lo mismo cada vez más delgadas.
Además en la superficie externa de la Tierra hay también factores que coadyuvan al
incremento de la zona tórrida, como son las innumerables hojas, árboles, troncos y leños

305
pútridos que caen continuamente y no pueden menos de ir endurando y elevando el
terreno, cosa que no ocurre en los polos, en donde las nieves cumplen otra función que
tiene que ver con la fuerza magnética, de la cual hablaremos más adelante.

16. El movimiento correspondiente a los dos remolinos es el siguiente: por una parte
las zonas tórridas o sectores de la circunferencia de las dos moles de los remolinos del
sol y de la Tierra se enfrentan una a otra, por otra parte el remolino de la Tierra se halla
inmerso y como nadando en el remolinos del sol, actuando cada uno de ellos con todo el
ímpetu de su movimiento vertiginoso y espiral, contra el otro. Esto forzosamente tiene
que dar lugar a una de tres alternativas: o ambas moles permanecerán inmóviles, o
ambas se moverán en el mismo sentido y en la misma dirección o finalmente, si una se
mueve de derecha a izquierda, la otra se moverá de izquierda a derecha. Ahora bien, no
se puede sostener la primera hipótesis debido a la agitación continua de la parte central
de los remolinos que comunica y despliega por todas partes su movimiento espiral y
jamás puede dejar de moverse; la segunda hipótesis iría contra la naturaleza de las dos
moles en movimiento, puesto que al enfrentarse entre sí, siempre la más fuerte
determina el movimiento de la más débil hacia la parte contraria; luego se debe sostener
la tercera hipótesis, a saber, que si la mole del sol se supone que se mueve de derecha a
izquierda, la mole de la Tierra se moverá de izquierda a derecha, más o menos como lo
hacen las ruedas del reloj; en otras palabras (y para dejar asentado algo cierto), el
remolino del sol se moverá de oriente a occidente, y el de la Tierra marchará en sentido
contrario girando de occidente a oriente, completando cada día una revolución completa
dentro de su órbita y descontando de la órbita circular anual un espacio igual a la
circunferencia de su cuerpo. Este es el movimiento de la Tierra sobre su eje y su propio
centro, movimiento que da lugar alternativamente al día y a la noche y que al cabo de
365 revoluciones y un cuarto no completo, es decir al cabo de 365 días, cinco horas y
unos 49 minutos, completa la órbita circular de todo el año. Y es también el movimiento
que, como hicimos notar antes, nos pone generalmente a todos en la sensación y en la
mente, pues siendo en realidad un movimiento que va de occidente a oriente, nosotros
no lo advertimos, sino que atribuyéndolo al sol y al firmamento, creemos que es un
movimiento que va de oriente a occidente. Y lo mismo decimos del viento general,
siendo así que somos nosotros los que, arrebatados de occidente a oriente, chocamos
contra el aire.

17. Sigamos adelante. Hemos dicho que las dos moles, con los respectivos
movimientos que hemos descrito, dan lugar al día y al año; pero tratemos de esclarecer
más este punto y veamos si hay una razón que lo compruebe. Si hay alguna, tengo para
mí que la siguiente es enteramente adecuada: como las dos moles no cuentan en ninguna
parte con un eje fijo y estable como en el caso del reloj, sino que se mueven libremente
en el seno de un elemento líquido o fluido, tenemos que establecer nuevamente una de
tres posibilidades: o que ambas realicen sus revoluciones en el mismo sitio, o que ambas
vayan cambiando de lugar, o que al menos una de ellas gire dentro o alrededor del
cuerpo de la otra; lo primero es imposible en medio de un elemento líquido, pues para
que así se muevan haría falta un punto fijo en el que estén enclavados los ejes, cosa que
no puede haber en un medio líquido; la segunda posibilidad no puede aplicarse al sol,
puesto que lo impiden su enorme magnitud, la amplitud y difusión de su remolino y los
vórtices de las demás estrellas del firmamento que rodean su circunferencia

306
presionándola en diversas formas; no queda, pues, sino la tercera posibilidad, es decir
que la mole terrestre, que es mucho menor y dista tantos miles de kilómetros del
firmamento y se halla además como sumergida en el seno del remolino del sol, sea la
que se mueve trasladándose dentro de los límites del cuerpo de la mole del sol y a lo
largo de la serie de los signos del zodíaco. Este es el que llamamos movimiento del sol
en el curso del año y que va siguiendo la eclíptica. Por este movimiento la mole terrestre
al trasladarse por el interior de la mole del sol, completa cada día una revolución
alrededor de su propio eje, como ya dijimos, y cada vez que lo hace ocupa un nuevo
lugar respecto del centro de la mole del sol, como una rueda que al girar por un terreno
plano va ocupando cada revolución diversos puntos; en el movimiento de la Tierra estos
puntos se llaman grados de los signos del zodíaco en la eclíptica. Pues bien, cuando la
Tierra en su movimiento de traslación por el interior del remolino del sol, pasa por los
12 signos y vuelve al punto en donde comenzó su movimiento, sabemos que ha
recorrido toda la eclíptica y ha completado un año. Por otra parte, cuando decimos que
el sol está quieto y que la Tierra se mueve, hablamos de un modo contrario a la manera
común, y por tanto, debemos hacer lo mismo al referirnos a muchas otras cosas y
atribuir a una lo que antes se creía ser propio de otra: habrá que invertir los puntos
cardinales y decir que la Tierra está en el punto correspondiente al solsticio de verano
cuando el sol está en el solsticio de invierno, que la Tierra está en el signo de libra
cuando el sol está en aires ocupando siempre los dos cuerpos los puntos opuestos del
zodíaco.

18. Pero es preciso estudiar un poco más a fondo la figura de las dos moles (me
gustaría ya llamar así a los remolinos), pues aquí está la clave para la solución de
cualquier dificultad. En la figura tengamos muy en cuenta dos características: la
circunferencia circular y los flancos achatados. La circunferencia, además de la
propiedad que tiene de convertirse, a medida que avanza, en elipse variable, es de
suponer que tiene una determinada latitud o anchura: ¿cuántos pies o cuántos hexápodos
medirá? Afirmo que los mismos que se dice que tiene la zona tórrida de un trópico a
otro; porque, como esta latitud depende de la materia del remolino del sol que presiona
por todos los lados sobre la mole terrestre, y al mismo tiempo de la propia fuerza
interna, con que el remolino de la Tierra resiste al del sol, la medida debe tomarse en el
sector de la zona tórrida y entre los límites en donde es más violento el empuje de la
materia y mayor la resistencia; según esto habrá que decir que la latitud de la
circunferencia de la mole terrestre abarca todo el espacio en que es notable aquella
mayor violencia; este es el sector que denominamos la zona tórrida, limitada por los
mismos trópicos con el ecuador en medio; entre estos límites y en sentido transversal a
ellos pasa la eclíptica con signos y grados; ésta es también la zona en donde el calor es
extremo, mayor la protuberancia, más pronunciados los arcos de la circunferencia y
extrema también la fuerza de empuje de la materia central. Hay que concluir, por lo
tanto, que la latitud de la mole terrestre está comprendida entre los trópicos, es decir, en
toda la franja que corresponde a la zona tórrida. Lo que se dice de la Tierra se ha de
aplicar también igualmente a todos los demás planetas y remolinos, en los cuales por lo
general tenemos la misma latitud de la circunferencia, los flancos achatados, la zona
tórrida, el ecuador, la eclíptica, etc. y además, respecto del mismo sol, la órbita anual
que con su movimiento giratorio diario describe la Tierra siempre en dirección hacia el

307
oriente, mientras la eclíptica, y todos los fenómenos que se advierten en el firmamento y
en la Tierra se han de relacionar con ella para su respectiva explicación.

19. Por lo que se refiere a los flancos, tenemos lo siguiente: por toda la franja que
comienza en el término de los trópicos comienza a formarse por un largo trecho en
dirección a los círculos polares una nueva figura en la superficie de nuestra mole
terrestre, figura de características muy visibles, pues así como la zona tórrida de que
hablamos antes tenía la protuberancia de la forma esférica, esta otra toma la forma de
elipse, es decir la figura que describiría una elipse con su movimiento circular cóncavo.
La razón de esto reside como antes en la misma fuerza de impulso de un remolino
contra otro; y es que, como dijimos, la mayor fuerza de empuje de la materia central se
ejerce en dirección a la zona tórrida hasta los trópicos, mientras que a partir de éstos
hasta los círculos polares el empuje de la materia no es tan fuerte, y por lo mismo en
esta zona los arcos de la superficie de las moles no son tan pronunciados, como en la
otra zona, disminuye la protuberancia, no es tan fuerte la presión del remolino del sol y
la superficie de la Tierra se extiende más fácilmente, tomando la figura ovalada. Esta
franja corresponde a las zonas que llamamos temperadas, en donde las curvas de los
arcos son moderadas, moderada también la fuerza de empuje de la materia central y los
calores no tan fuertes. Queda la última zona que va desde los círculos polares hasta los
mismos polos, zona que exige una configuración enteramente distinta de la que
presentan las zonas templadas. La razón está en que en este sector el empuje de la
materia central es más débil que en otras zonas. Es lógico, en efecto, que si a la zona
templada debía atribuirse una configuración distinta de la zona tórrida en razón del
menor empuje de la materia central, con mayor razón a la zona fría en donde dicho
movimiento de empuje es más débil que en las otras zonas. En su configuración los
polos son como una inmensa concavidad que comienza en los términos de la parte
ovalada de la zona templada y avanza hasta cada uno de los polos, viniendo a formar
éstos una superficie cóncava en vez de convexa, con el arco hundido en dirección al
centro de la Tierra. Esto se deduce del siguiente hecho: como ya se ha dicho, la materia
central de la Tierra fluye con mayor fuerza y en mayor abundancia en dirección al
ecuador y a la zona tórrida y de ahí refluye hacia cada uno de los polos, para remover y
empujar el material que en ellos encuentra en dirección al centro, a donde vuelve
también ella a su vez tras repetidos impulsos y sobresaltos, para recomenzar una y otra
vez el mismo proceso. Ahora bien, con el transcurso del tiempo y a fuerza de repetirse
dicho proceso en el flujo de la materia, es de suponer que una capa a manera de costra
de la materia central debería convertirse en corteza que recubra el núcleo, y con esto la
superficie de los polos curvarse necesariamente en dirección al centro de la Tierra por
razón de la continua fuerza de presión que reciben desde fuera. Esto es evidente. Ahora
bien, ya dijimos antes que la Tierra al convertirse en planeta pasó precisamente por este
proceso de formación; luego debemos concluir que la superficie de los polos es de
figura cóncava y hundida en forma de inmenso abismo. Los polos constituyen las zonas
frías. Tenemos una imagen muy clara de estas diversas figuras de la Tierra en la
manzana, cuya superficie es circular en el medio, ovalada en los flancos y cóncava en
las extremidades: así es precisamente la configuración de la Tierra.

308
20. De lo hasta aquí expuesto se puede calcular la amplitud de las diversas zonas,
como se ha venido haciendo hasta ahora: para la zona tórrida comprendida entre los
trópicos, tantos grados cuantos encierra el ángulo que forma la eclíptica con el ecuador,
es decir, más o menos 23 grados y medio a cada lado; para las zonas frías los mismos
grados, pero comenzando de los polos y terminando en sus respectivos círculos, para las
zonas templadas. Pero ya se ve que esta división es una división matemática antes que
física, pues la razón que hay o que se da para establecer dicha división deduciéndola de
la eclíptica, es una razón puramente arbitraria. No digo que sea una mala razón, pero por
de pronto la juzgo extraña y, como se dice, traída por los cabellos. Hablando en
términos físicos, ¿no sería mejor tomar como base la misma Tierra y no el firmamento
para establecer dicha división? Ciertamente que sí, ya que en la Tierra tenemos lo que
para ello es preciso: basta con decir que las diferentes zonas comienzan en los sitios en
donde la configuración de la mole terrestre se presenta notablemente distinta; tenemos
entonces que, siendo notablemente distinta las tres configuraciones en las que se divide
el globo terráqueo, circular junto a la circunferencia, ovalada en los flancos y cóncava
en los polos, justamente esas configuraciones deben señalar los límites en que empiezan
y acaban las diversas zonas. No obstante, no sabemos todavía el punto preciso en donde
comienzan y terminan las zonas, si bien los matemáticos podrían señalarlo con alguna
probabilidad, por cierto después de largo y penoso trabajo. Pero esto dejemos para otros
individuos. Por ahora, para dejar identificadas las zonas como acabamos de hacerlo, nos
baste con saber que muchos americanos habitan la zona correspondiente a la
circunferencia, los europeos la zona de los flancos y los de Groenlandia la zona cóncava
de la mole terrestre. En cuanto al clima y temperatura de las diversas zonas, es cosa que
depende de la fuerza de empuje de la materia central: si ésta se proyecta con más
violencia y en mayor abundancia contra la zona tórrida, con menos fuerza contra las
zonas templadas, y con muy poca fuerza contra las zonas frías, es lógico que tenga que
reinar un tremendo calor en la zona tórrida, un frío intenso en las zonas frías y una
temperatura intermedia en las zonas templadas. Poco es lo que puede hacer la nieve de
los polos para suplir o llenar la concavidad de sus abismos, porque con relación al globo
terrestre y al igual que las elevaciones montañosas de otras latitudes, es prácticamente
nada. No obsta tampoco lo dicho anteriormente acerca de la Tierra y los demás planetas,
a saber que es mayor la cantidad de materia que fluye por los polos que por el ecuador,
porque ésta es una materia que sirve para otros fines, cuales son los de la fuerza
magnética, de la que hablaremos más adelante, y es una materia que no está sujeta a
ningún cambio y, por tanto, no es capaz de producir calor.

21. Y para que no se crea que nuestras afirmaciones son arbitrarias, vuelvo a aducir
en confirmación de ellas, lo que ya expuse anteriormente sobre los datos descubiertos
por los sabios matemáticos de la Real Academia de Ciencias de París en sus mediciones
realizadas así en Quito, como en el círculo ártico y en todo el territorio de Francia.
Según los cálculos realizados en el círculo ártico, se deduce que la Tierra es bastante
achatada en la zona de los polos; los cálculos hechos en Quito indican así mismo que es
algo achatada, pero no tanto como indican los datos tomados en el círculo ártico; en
cambio los datos de las mediciones realizadas en Francia, indican más bien lo contrario,
o sea, que la figura de la Tierra es ovalada y elíptica con el eje mayor en dirección del
un polo al otro. ¿Qué mejor base para fundamentar nuestro sistema, que esta diferencia
en los cálculos mencionados? ¿Va a ser menos apreciable la dedicación, el cuidado y la

309
extraordinaria pericia con que realizaron su laboriosa tarea los sabios matemáticos al
medir el territorio de Francia que la que emplearon sus colegas enviados al Ecuador y al
círculo ártico? Si hubiera que sospechar de algún error en todos estos cálculos, más
razonable sería ciertamente atribuirlo a los sabios que estuvieron en Quito y en el polo
antes que a los que trabajaron en Francia, y esto por varios motivos: primero, porque en
Francia se podía contar con mejores desplazamientos y elegir los más aptos para la toma
de los ángulos, en segundo lugar disponían de mejores y mayores instrumentos y menos
sujetos a cualquier variación o cambio, por ser Francia un centro en donde abundan
maestros y técnicos en la confección de diferentes artefactos; además en Francia las
mediciones abarcaron un número mayor de grados del meridiano, como 8 grados o más,
lo que no ocurrió en la Provincia de Quito, en donde sólo llegaron a tres grados y
medio, ni tampoco en el polo ártico. Finalmente, fuera de Francia bien pudieron surgir
no pocos obstáculos que hicieran menos exactas las mediciones, como el frío
extremadamente intenso en la región polar, la variación de la temperatura en la
Provincia de Quito, y en una y otra la variedad del clima, la humedad o la sequía, la
serenidad o turbulencia en el ambiente y mil otros factores; añádase a esto la poca
habilidad de los ayudantes en el manejo de los instrumentos y la falta de técnicos o su
incapacidad para construir nuevos aparatos. ¿Qué se puede decir en conclusión? Una
vez admitida la configuración de la Tierra tal como hemos explicado y una vez
establecido este nuevo sistema, podemos decir ciertamente que todos los datos
concuerdan muy bien, se explica la diferencia en los cálculos de las mediciones, los
experimentos se ajustan a los datos de la razón, cada cual se puede afanar de su triunfo
y, lo principal de todo, queda a salvo en general el honor de tantos insignes
matemáticos, puesto que las diferencias encontradas en sus cálculos se pueden muy bien
atribuir a la distinta configuración de la superficie de la mole terrestre que, siendo
circular en la parte media en donde estamos los habitantes de Quito, ovalada en los
flancos en donde habitan los franceses, y cóncava en el círculo ártico en donde están
ubicados los noruegos, no puede menos de influir en el resultado algo distinto de los
cálculos.

22. Hasta aquí hemos analizado la configuración de la Tierra y las características de


sus movimientos, considerando su eje como paralelo al eje del sol. Pero no siempre se
conserva así, pues cambia continuamente orientándose a una parte y a otra, como
dijimos antes, variando por lo mismo también la distancia de unos 23 grados y medio
correspondiente a la latitud de la zona tórrida. Analicemos, pues y expliquemos este
fenómeno. La explicación es la siguiente: hay que suponer, como dijimos antes, que las
dos moles se enfrentan una a otra, con el eje del remolino de la Tierra paralelo al eje del
remolino del sol y las demás partes en mutua correspondencia. A partir de esta
ubicación, como la parte central de ambas moles están en continuo movimiento, la
superficie frontal de la una irrumpe en la de la otra, el movimiento de la una en el
movimiento de la otra, el ecuador en el ecuador, los trópicos en los trópicos y los
paralelos de la una zona tórrida en los paralelos de la otra, mientras que las partes
restantes de las moles ejercen poca presión contra los polos a causa de la depresión
característica de éstos; en este punto la crencha o línea del sol en la que se introduce el
remolino de la Tierra, corresponde todavía a su parte frontal, porque la relación es la
misma y porque el sol actúa en dicha línea exactamente como lo hace en la
circunferencia y en el extremo de la parte frontal. ¿Cuál será el efecto de estos

310
movimientos o irrupciones? Ante todo, ubico ya el principio del movimiento en la línea
llamada eclíptica y concretamente en el punto del ecuador que se denomina Aries.
¿Permanecerán las dos moles en el mismo punto y guardando el mismo equilibrio?
Ciertamente no seguirán así por mucho tiempo, dada la fuerza y la tendencia de impulso
de una y otra. Más bien orientarán sus respectivas superficies frontales a una parte o a
otra, pero de tal modo que, si una ocupa la parte derecha, la otra ocupará la izquierda, o
viceversa, y sea cual fuere el grado de velocidad que adquiera la una sobre la otra,
bastará para destruir el equilibrio y para que la mole más débil se vea impulsada a la
parte contraria. Pues bien, supongamos que se sobrepone o vence la mole del sol: nadie
podrá negar esta posibilidad si se tiene en cuenta la tremenda actividad y violencia del
sol. Y supongamos que supera al ímpetu de la mole terrestre en un único grado, si se
quiere; con esto se romperá el equilibrio, el sol cambiará de posición, su espiral
avanzará oblicuamente sobre la superficie frontal de la mole terrestre, empujándola un
poco digamos en dirección al norte; pero entonces la espiral del sol declinará hacia el
sur, aunque una parte de su masa seguirá inclinándose hacia la superficie frontal anterior
y una parte irá declinando insensiblemente hacia un lado. Algo semejante observamos
en las ruedas de molino movidas por un salto de agua: si se cierra el cerrojo tienden de
por sí a la inmovilidad, una parte del agua sigue empujando la superficie de la rueda, y
otra parte va cayendo poco a poco por un lado, hasta que al terminar de correr deja sin
movimiento a la rueda. De un modo semejante, el impulso de la espiral del sol recorre
oblicuamente y poco a poco la parte ancha de la mole terrestre, es decir su zona tórrida,
pero al mismo tiempo una parte se inclina hacia aun lado y va en aumento mientras a su
vez disminuye la parte que dio contra la superficie frontal, hasta que finalmente
abandonando dicha superficie, el flujo se precipita hacia allá con la totalidad de su
ímpetu, en el momento en que el eje de la Tierra dista del eje del sol más o menos 23
grados y medio en dirección nordeste. Así tenemos ya tres signos boreales desde Aires
hasta Cáncer.

23. En este punto se detendrá la mole terrestre, y su eje ya no seguirá desviándose


hacia la misma parte; el motivo de esto es la mencionada concavidad del polo ártico.
Tan sabiamente han sido creadas todas las cosas, que ni siquiera los grandes abismos y
vórtices dejan de tener en el mundo sus fines muy especiales, sin los cuales llegaría a
cambiarse el orden de la naturaleza. Digo, pues, que la causa del efecto que acabamos
de señalar, es la concavidad del polo. En efecto, como la mayor fuerza del movimiento
espiral del sol, es decir la mayor cantidad del flujo de la materia de su remolino,
avanzando desde los filos del trópico de Cáncer de la mole terrestre, incide en la parte
septentrional tocando ligeramente y comprimiendo su flanco, tratará de mantener, como
viento impetuoso, el movimiento de su impulso incluso hasta más allá del mismo polo,
hasta encontrar algo en qué chocar y retroceder de rebote; y como no encuentra nada a
propósito si no es en la concavidad opuesta del polo ártico, vuelca ahí toda su fuerza,
golpea fuertemente la franja que tiene delante y actuando como un gancho alargado,
detiene la marcha ulterior de la mole. Pero esta acción, como en la rueda de molino, no
puede ser estable y duradera; la razón está en la misma espiral y en el flujo del remolino
del sol, que como va tocando, comprimiendo y empujando el flanco de la mole terrestre
con todo el poder de su fuerza, resulta que la gran masa de materia central que, como
dijimos antes, fluye en la Tierra desde los polos en más abundancia que desde otros
sectores, se detiene como lo hace el torrente en el curso de un gran río, sin poder
encontrar salida por el camino acostumbrado. Habrá, pues, de retroceder como lo hace

311
el torrente, al centro de a Tierra, para agitarse y luchar allí con más violencia en busca
de nuevas brechas por donde salir hacia afuera, empujará con más fuerza la restante
materia que ahí mismo se halla en circulación, y a una con ella se precipitará hacia el
sector opuesto. Como aquí el principal aflujo de la materia del sol que viene de fuera no
constituye obstáculo mayor, encontrará lógicamente menos resistencia y saldrá con más
violencia y en mayor abundancia. Y como a la salida de la concavidad del polo antártico
no hay nada más que la materia de la mole del sol en lento aflujo con la parte menos
pronunciada de su espiral, presionará sobre ella obteniendo ventaja, y con esto, el flujo
proveniente del centro apartará la mole terrestre de la materia solar, tal como lo hace
con su lancha un marinero al apartarla de la orilla presionando su remo contra la tierra;
y una vez roto así el equilibrio, hará que la circunferencia de la mole regrese del polo
ártico hacia el ecuador. Tenemos así otros tres signos boreales, de Cáncer hasta Libra, y
en este punto los ejes de la Tierra y del sol se encuentran nuevamente paralelos.

24. Pero al llegar acá no se detiene le movimiento comenzado, porque no hay en el


ecuador ninguna fuerza que pueda detenerlo, sino que continúa en dirección a la parte
contraria, es decir hacia el polo antártico, a donde ya tendía a ir la anterior trayectoria; y
prosiguiendo la marcha toca el trópico de capricornio en el momento en que el eje de la
Tierra dista nuevamente 23 grados y medio del eje del sol, pero esta vez hacia el
noreste, y tenemos entonces los tres signos australes desde Libra a Capricornio. Aquí
ocurrirá lo que antes en Cáncer: ante el flujo de la materia solar en la cavidad del polo
antártico, no podrá continuar adelante el movimiento de la Tierra, sino que rechazado
por la materia central, cambiará de rumbo volviendo nuevamente hacia el ecuador; con
esto aparecen los tres signos restantes, de Capricornio a Aries, quedando los ejes otra
vez en paralelo. Como se puede ver, así queda cerrada la eclíptica, y después de pasar
por los doce signos con sus grados que corresponden a las doce partes o casas celestes o
cualquiera otra división que se prefiera, se vuelve al mismo punto en donde comenzó el
movimiento. Como ya señalé antes, este recorrido se llama vulgarmente el recorrido del
sol, y es el que el astro completo con su movimiento anual, empujado, según la
explicación que suele darse, por su propia fuerza interna en dirección de occidente a
oriente, si bien la fuerza del primer móvil le lleva cada día de oriente a occidente; pero
en la teoría cartesiana hay que decir que este recorrido es el que la Tierra con su
movimiento de rotación diaria sobre su propio centro y en dirección de occidente a
oriente, describe cada año alrededor del sol, y se podría llamar movimiento de balanceo
del eje ecuatorial, por el cual el ecuador puesto a nivel por el eje del sol en un sentido y
en otro, recorre con su movimiento todos los signos que figuran en la zona tórrida. Esto
prueba que los movimientos de la mole terrestre que van desde el ecuador hacia los
trópicos, dependen, como quedó explicado, de una fuerza extrínseca, a saber del
movimiento espiral del remolino del sol; y los que van de los trópicos hacia el ecuador,
dependen de la fuerza intrínseca propia de la Tierra. De acuerdo con esto, los signos se
podrían dividir, si se quiere, en solares y terrestres: seis solares –aries, tauro, géminis,
libra, escorpión y sagitario; y seis terrestres –cáncer, leo, virgo, capricornio, acuario y
piscis. El tiempo necesario para recorrer todos estos signos, restados los segundos de la
precesión de los equinoccios es, como ya señalamos antes, de 365 días, cinco horas y
más o menos 49 minutos, correspondiendo a cada día 59’, 8’’, 20’’’. Si se desea saber la
época en que se hallaba el sol al comenzar la era de Cristo, calculando a partir del medio
día último de diciembre en términos astronómicos tendremos que era de 9 signos, 7

312
grados y más o menos 40 minutos, y de la luna 4 signos y más o menos 2 grados,
teniendo en cuenta la corrección del año 1582 y 11 días del tiempo actual, para hacer
coincidir el un sistema con el otro.

25. Con la introducción de este nuevo sistema, se explican muy bien por de pronto
los tres fenómenos siguientes: la declinación de la eclíptica, la precesión de los
equinoccios, y la inclinación de las órbitas de todos los planetas. En cuanto a la
eclíptica, así como puede haber períodos, en los que se cree que su declinación es
estable e invariable, pueden darse también otros períodos en los que se advierta lo
contrario y parezca inestable y variable, es decir que aumente o disminuya su ángulo
oriental con el ecuador. Esto es lo que demuestra la experiencia y lo que se explica
fácilmente con este sistema. La razón es clara si se tiene en cuenta la figura de la mole:
en efecto, la órbita señalada cortando oblicuamente al ecuador, se dirige por sobre la
superficie frontal de éste extendiéndose hasta los trópicos, mientras todo aquel espacio
no corresponde sino al espesor de la mole terrestre que está inmersa en el remolino del
sol; siendo esto así, con el correr del tiempo puede ocurrir que aquel espesor o
protuberancia disminuya por acción de la continua fricción de las partículas del
remolino del sol que se van mezclando con las partículas del remolino de la Tierra,
originándose un cambio o conversión de unas partículas en otras y por tanto, una
especie de generación y corrupción; o puede ocurrir también que aumente la
protuberancia, si se da el caso de que en aquella lucha y colisión de los remolinos,
resulten vencedoras las partículas terrestres; puede ocurrir también que no haya
vencedores ni vencidos, sino que todo siga enteramente igual e invariable. Si, pues, en
el primer caso disminuye la protuberancia, en el segundo aumenta, y en el tercero
permanece invariable, debiendo acomodarse a estas variaciones la oblicuidad de la
eclíptica y su ángulo oriental, necesariamente habrá períodos en los que se vea
disminuir y períodos en los que se vea crecer y finalmente en que aparezca
absolutamente invariable. En la actualidad se ha descubierto que es de 23 grados y unos
29 minutos, y según los cálculos realizados en Quito, de 23 grados 28’, 24’’. Pero no
sabemos qué pueda ocurrir en el futuro, aunque la experiencia indica que irá
disminuyendo más o menos en un minuto cada siglo, es decir en 30’’’ cada año;
conjetura que no carece de razón, porque la materia del sol que hasta ahora es la más
poderosa, muestra indicios de que la mole terrestre es algo más blanda y débil que la del
sol.

26. En cuanto a la precesión de los equinoccios, mi pensamiento es el siguiente:


como el remolino del sol ejerce continua presión contra el remolino de la Tierra, la mole
contra la mole, la superficie cóncava contra la similar de la Tierra, no solamente se
producen los movimientos ya explicados de las sucesivas fases de la eclíptica, según los
cuales la Tierra al moverse sobre su propio centro se desplaza de un trópico a otro, sino
también otro impulso de movimiento más directo, el cual desde el punto de contacto en
el que la mole del sol irrumpe sin cesar en la de la Tierra, se dirige en línea recta
avanzando hacia su centro. Este impulso no puede menos de conmover un tanto a la
Tierra empujándola desde la parte opuesta en línea recta hacia alguna región del cielo y
por consiguiente introduciendo con el correr del tiempo alguna variación aunque en
mucho tiempo imperceptible. Así pues el remolino del sol chocando una y otra vez
contra el de la Tierra y sucesivamente ya en un punto, ya en otro, con su movimiento

313
espiral hace que la Tierra gire sobre su propio centro en sentido contrario, como ocurre
en las ruedas del reloj, es decir que si el primer movimiento fue de derecha a izquierda,
el segundo será de izquierda a derecha; en otras palabras, mientras el sol va de oriente a
occidente, la Tierra gira de occidente a oriente. Pero este movimiento supone otro
anterior a él, que es el primer impulso por el cual el remolino del sol empuja una y otra
vez en línea recta al remolino de la Tierra hacia la parte contraria; y este movimiento
será el que como algo connatural se sienta antes que los demás cuando se encuentran las
dos moles; tal como sucede cuando chocan en el aire dos esferas que avanzan en sentido
opuesto: el primero y connatural impulso no sería para bajar hacia la tierra, sino más
bien para dirigirse hacia aquella zona del cielo hacia la que se dirigían anteriormente.
Conforme a esto, si no fuera porque la Tierra se opone al sol con la fuerza propia de su
movimiento contrario, sería impulsada por aquella dirección directamente hacia el cielo,
pero como ella misma ofrece resistencia al tiempo que su materia central hace mover
todo su remolino en forma espiral, y por otra parte encuentra también el obstáculo que
presenta desde fuera el remolino del sol en el cual está inmersa, acaba por cambiar aquel
impulso directo en circular integrándolo en su rotación diaria sobre su propio centro; sin
embargo ese impulso no puede desaparecer totalmente, al punto de que no se pueda
advertir ninguna diferencia, y bastará que en todo el recorrido de un año la Tierra se
adelante con 55’’ en entrar al signo de Aries calculando con respecto a la eclíptica solar,
o lo que es lo mismo, que se anticipe 55 segundos en cortar el ecuador, para que se
produzca lo que se llama precesión de los equinoccios; de donde se infiere que no son
las estrellas las que cambian de lugar en la misma cantidad hacia el oriente, sino con
aquel impulso nosotros y la Tierra declinamos contra S.S. hacia el occidente y por eso
nos imaginamos que las estrellas han avanzado en la misma cantidad S.S.S. hacia el
oriente.

27. La inclinación de las órbitas de los demás planetas dependen únicamente de la


diversa magnitud de sus moles, siempre que su disposición y figura sea igual o
semejante a la de la Tierra; se puede advertir sin embargo una pequeña diferencia: que
el diámetro o latitud de la zona tórrida sea proporcionado a la inclinación de los
planetas, mayor o menor según sea mayor o menor su inclinación; todo lo demás, igual
a lo que tiene lugar en la Tierra. Con todo, digamos en primer lugar que el diámetro de
los planetas es mayor que el de la Tierra; porque como las respectivas inclinaciones
resultan y se calculan con relación a la misma eclíptica de la Tierra, de la cual se
desvían más o menos grados hacia una parte u otra, y a su vez la misma eclíptica se
desvía del ecuador 23 grados y medio, abarcarán aquellas todo el diámetro de la mole
terrestre y algo más. Por otra parte diferirán entre sí en la mayor o menor medida con
que exceden al diámetro de la Tierra y según el mayor o menor número de grados de
desviación de sus órbitas respecto de la misma eclíptica; de modo que cuanto mayor
fuere la inclinación de un planeta, tanto más amplia será la superficie circular de su
mole, y cuanto menor fuere la inclinación, tanto más estrecha resultará la superficie
circular; así, el mayor o menor grado de inclinación delata la diferencia entre los
planetas. Ahora bien, como por otro lado sabemos que la inclinación de los planetas
inferiores comenzando por las mismas manchas del sol, es mayor, y que la de los
planetas superiores es menor, podríamos asegurar sin ningún temor (hablando según las
apariencias y a menos que lo impida la diversa celeridad parcial del movimiento del
remolino del sol), que los planetas inferiores, Mercurio y Venus, tienen moles más
abultadas y amplias que los planetas superiores, Marte, Júpiter y Saturno. Esto nos

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proporciona una explicación perfectamente adecuada del movimiento anual de los
planetas en sus órbitas y del movimiento diario sobre su propio centro, que son
exactamente como los de la Tierra, pudiendo decir que así mismo la mole del sol gira en
torno a las moles de los planetas de acuerdo con el diverso diámetro de cada uno, por
uno y otro lado hasta los respectivos trópicos y diariamente según los respectivos días,
es decir según las respectivas revoluciones diarias sobre su propio centro, mientras la
materia central de cada uno los repele de nuevo desde los polos hacia el ecuador. Esto
demuestra que se requiere una mayor inflexión, y que el eje de cada planeta habrá de
alejarse del eje solar hacia el noroeste o el nordeste para que el sol los rodee
íntegramente y recorra las respectivas eclípticas hasta los trópicos, si el espacio que
debe recorrer oblicuamente es más amplio; no así, si es más estrecho. Esta inflexión es
la llamada mayor o menor inclinación de los planetas.

28. Dije que esto es según las apariencias, porque así es como tiene que
presentarse a nuestra observación este fenómeno, si se consideran las cosas
prescindiendo de la diferencia o distinta velocidad del movimiento del remolino solar,
dentro del cual están flotando. Pero como en rigor la verdad es más bien todo lo
contrario, tenemos que discurrir de otra manera. Y es que la razón nos dice que de entre
los planetas que a la vista parecen tener más o menos igual magnitud, los superiores y
los que están más lejos del centro del sol son en sí mucho mayores que los inferiores y,
por tanto, más voluminosos, más corpulentos y comparativamente más pesados. Y es
necesario que sea así para que a través de tan inmensa distancia las respectivas
inclinaciones resulten visibles a nuestra observación y mensurables en grados. De lo
contrario y dada la pequeñez, vendrían a esfumarse el mismo cuerpo y la misma
inclinación del planeta. ¿Qué consecuencia fluye de esto? –La misma que
experimentamos, a saber que los planetas inferiores tardan más en completar su
movimiento diurno y menos en su movimiento anual, mientras que los planetas
superiores completan más rápidamente su movimiento diurno y más lentamente su
movimiento anual. Y es que los planetas superiores son, como acabamos de decir, más
corpulentos y más pesados y además, dada su mayor distancia respecto del sol, es
menor también el impulso que reciben del movimiento espiral del mismo, impulso que
va disminuyendo a medida que crece la distancia a donde llega su acción; de donde
resulta que será más difícil el avance oblicuo de las superficies frontales de los planetas,
que será más lenta la declinación de los ejes respecto del paralelismo, y que el descenso
del aflujo solar a los trópicos y a los flancos de las moles será más tardío. Ahora bien,
como en esto consiste el movimiento anual de los planetas dentro de sus órbitas, al igual
que el movimiento anual de la Tierra en la eclíptica, tendremos que la revolución
completa de los planetas superiores será más lenta o de mayor duración que la de los
inferiores, pues siendo las características de éstos contrarias a las de aquéllos –cuerpos
menores, distancia más corta respecto del sol, mayor impulso del movimiento espiral de
éste-, tendrá que ser también mucho más rápido el movimiento anual y la revolución
completa de los planetas inferiores. Pero no podemos decir lo mismo del movimiento
diurno. Porque las mismas razones que hay para probar la diversidad en los
movimientos anuales prueban lo contrario respecto de los movimientos diurnos.
Veámoslo: el movimiento diurno de los planetas es el que realizan girando sobre su
propio centro, y es movimiento que depende de la materia central de cada uno de ellos
que se agita a enorme velocidad en su núcleo y, por lo tanto, es cosa clara que en virtud

315
de su fuerza intrínseca se moverá con mayor velocidad aquel globo que encuentre
menor resistencia externa, menos número de obstáculos y menos movimientos
contrarios que aquel en que no intervengan estos factores. Estos últimos se dan en los
planetas inferiores y no en los superiores; luego hay que admitir que el movimiento
diurno de los planetas superiores es mucho más rápido que el de los inferiores.

29. Tenemos, pues, que el movimiento diurno de un planeta llega a completarse


cada vez que éste realiza una revolución completa sobre su propio centro, y el
movimiento anual cada vez que éste realiza una revolución completa sobre su propio
centro, y el movimiento anual cada vez que describe una órbita entera alrededor del sol;
es decir, aplicando al caso de los planetas lo que hemos dicho al tratarse de la Tierra,
cada vez que un planeta inclinándose a un lado y otro presenta en dos ocasiones la
superficie frontal de su mole circular y sus flancos al flujo principal del remolino del
sol, inclinando así alternativamente su zona tórrida hasta los trópicos, completa un
nuevo año en su trayectoria circular, al mismo tiempo que con sus revoluciones diarias
da origen a los días y a los meses planetarios. Pero el ritmo y la velocidad de estos
movimientos no es igual en todos los planetas: el movimiento anual desde luego,
conforme a lo expuesto al comienzo de esta parte de nuestro estudio, es más rápido en
los planetas inferiores que en los superiores; y en este punto es notable la gran lentitud
que se advierte en Saturno al emplear en su recorrido más o menos 30 años, y en cambio
la enorme velocidad de Mercurio, que apenas emplea 4 meses, mientras los planetas
intermedios emplean un tiempo proporcionalmente mayor o menor entre estos dos
extremos. En el movimiento diurno ocurre lo contrario: los planetas superiores se
mueven a mayor velocidad que los inferiores; esto se ve claramente al comparar el
movimiento de la Tierra y el de Venus: este planeta se mueve con tanta lentitud que en
una sola revolución sobre su propio centro emplea 23 o 24 veces más tiempo que la
Tierra; Marte emplea más o menos 24 horas, Júpiter nueve, y los demás, como se puede
suponer, un tiempo proporcional a su respectivo volumen. La razón de esta diferencia
quedó señalada poco antes: depende del sitio que le ha tocado ocupar a cada planeta
dentro del remolino del sol, pues cuanto más lejos está un planeta del centro, tanto
menor es la fuerza externa que experimenta en su recorrido en el que consiste su
movimiento anual; y a su vez la fuerza interna propia que origina su movimiento diurno
es tanto más fuerte para hacerlo girar sobre su propio centro; en cambio cuanto más
cerca está un planeta del centro del remolino solar, el efecto es contrario. Esto es cosa
muy clara. Pero hay cierta dificultad en explicar la diferencia de inclinación de las
órbitas por las que pasan los planetas inferiores que en los superiores: Mercurio llega
casi a los 5 grados mientras que Saturno apenas si alcanza a los tres. Esto depende así
mismo del sitio que ocupan los planetas, pero también de su magnitud. Conforme a esto,
como los planetas inferiores están más cerca del centro y son de mucho menor magnitud
que los superiores, no es extraño que el flujo del remolino que en las cercanías del
centro es mucho más violento, los lleve más lejos de la eclíptica, mientras que los
planetas superiores, cuya magnitud es mayor y que están ubicados en las inmediaciones
de la circunferencia en donde el movimiento es menor, tengan una declinación menos
pronunciada. La distancia de Saturno respecto del sol es tan grande que algunos la
ponen en el orden de los 330 millones de leguas, y su magnitud, que es igual a la de
Júpiter, es mil veces mayor que la de la Tierra; ésta, que es mayor que Mercurio, pero
igual a Venus –cuyo medio diámetro es de 100 leguas y cuya circunferencia mide unos

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9 millones de leguas–, es un millón de veces menor que el sol; su distancia respecto del
sol es, según algunos autores, de 33 millones de leguas; y así los demás planetas. Tal
diversidad tanto en la distancia como en la magnitud, no puede menos de dar lugar a
una diferencia así mismo grande en el ángulo de inclinación.

30. Para entender más plenamente la diversidad de las inclinaciones, se puede


inferir de lo dicho que además del balanceo de los ejes que ya mencionamos como
efecto inmediato del flujo de la materia del remolino al incidir ésta ya en la superficie
frontal de las moles, ya en sus flancos y que las detiene, las hace declinar y las dirige
según las diversas épocas de las estaciones, hay que admitir otro movimiento que es el
que empuja a los planetas unas veces hacia el un polo y otras hacia el opuesto de modo
que recorran ya la parte boreal ya la septentrional de la eclíptica, y sin el cual, como es
obvio, no tiene explicación ni el ángulo de inclinación ni la diversa latitud de los
planetas. Este movimiento, digamos una vez más, es efecto natural del mismo flujo del
remolino que al presionar sobre las moles, no solamente las hace girar para que sus ejes
se separen determinado número de grados del eje del sol, sino también las desvía hacia
la parte contraria, ya en dirección al un polo, ya al otro; y es que, como están flotando
en medio fluido y no tienen en donde afirmar sus ejes, no pueden menos de seguir el
impulso que les viene de fuera y por ende cambiar continuamente de lugar. Son muchos
los factores que pueden ocasionar esta serie de cambios: los remolinos externos, la
diversas protuberancias y compresiones, las conjunciones de las estrellas, sus
cambiantes y oposiciones, los nodos y sus variaciones, y el flujo de la materia que
circula continuamente, y además la configuración propia de cada planeta, la exagerada
rotundidad o por el contrario las desigualdades y asperezas, ciertas costras y manchas;
estos y muchos otros factores puede influir en dichos movimientos, ya desviándolos,
acelerándolos o retardándolos. Esto se aplica sobre todo a Saturno, cuya lentitud hay
que atribuir entre otras cosas a la configuración de su propio cuerpo; efectivamente, ¿de
dónde puede provenir su anillo sino de que su mole no es enteramente circular como las
de los otros planetas, sino más bien ovalada, como podemos apreciarla cuando dirige a
la Tierra el lado de su mayor diámetro? Mucho pudo influir para que adoptara esta
figura la proximidad y compresión ejercida por los demás remolinos del firmamento; al
menos no podemos negar que en alguna zona tenga una ingente prominencia que es la
que retarda su movimiento. Y ¿qué nos impide pensar que en los demás planetas haya
también algo semejante relacionado con sus respectivos movimientos anuales y diurnos,
sobre todo sabiendo que hay tantas diferencias entre uno y otro planeta? ¿Qué otra cosa
insinúan, si no, la figura o apariencia corva de Venus, las jorobas de Marte, la doble o
triple faja en determinadas zonas de Júpiter, la superficie montañosa de la luna,
supuesto que estos accidentes no sean transitorios? Ciertas prominencias son
características de sus cuerpos, y no pueden menos de influir en una u otra forma en sus
movimientos.

31. Esto se ve confirmado por una razón inmediata que tiene que ver con el
ángulo oriental de la eclíptica con relación al meridiano, y que se puede aplicar a su
manera a los planetas: este ángulo es de 66 grados y medio, y es el complementario del
ángulo de declinación de la eclíptica respecto del ecuador, que es de 23 grados y medio,
y además va en continuo aumento a partir del equinoccio de primavera, conforme
aumenta la declinación del sol, pero en forma muy irregular, menos al principio y más a
medida que se aproxima al solsticio de verano, en el cual está en posición recta, para

317
volver a disminuir a un ritmo igual al de antes, hasta el otro equinoccio, y así
sucesivamente. ¿A qué se debe tanta desigualdad e irregularidad en la ascensión de las
rectas que son tanto menores cuanto mayor es la declinación, y viceversa? Sostengo yo
que los que provocan esto son los rayos materiales del remolino del sol, más
concentrados hacia los polos y más espaciosos junto al ecuador, y luego el encuentro o
enfrentamiento directo de las moles del sol y de la luna en los equinoccios, que en los
demás puntos pasa a ser oblicuo; ahora bien, al enfrentarse ellas en línea recta, la mole
terrestre se ve impulsada con mayor fuerza hacia el meridiano opuesto, inclina hacia allá
el ángulo de su dirección con una apertura más aguda, y avanza más rápidamente puesto
que los rayos que allí son menos concentrados ofrecen también menor resistencia y la
espiral del sol que presiona directamente sobre la mole terrestre, opera con mayor
pujanza. Pero cuando más adelante la mole terrestre es empujada hacia el polo y va
entrando a la zona de los rayos más condensados y la espiral del sol avanza en dirección
más oblicua, es claro que su anterior trayectoria se verá desviada más fuertemente del
meridiano, disminuirá la velocidad de su marcha y aumentará poco a poco el ángulo de
intersección hasta que en el solsticio de verano esté en posición recta. Aquí el sol da la
impresión de pararse o retardar su movimiento, en tanto que la Tierra rechazada por una
parte por la condensación de los rayos y por otra impulsada por la espiral del sol que
incide en ella lateralmente, está dudando hacia qué parte volverse; pero al fin se
sobrepone y vuelve a emprender su marcha siguiendo los mismos pasos por donde vino
hasta regresar al segundo equinoccio y de allí al otro solsticio y finalmente a su lugar
primitivo en el ecuador. Así se completa toda la eclíptica, cuyo polo coincide con la
distancia de 23 grados y medio del eje del sol, como comúnmente se piensa. Queda así
establecida la causa del retardo de los solsticios, del adelanto de los equinoccios, de la
diferencia en la ascensión de las rectas, de la desigualdad de las declinaciones y de la
variación de los ángulos de intersección. Apliquemos esto a los planetas, salvo en una
cosa: reemplazar la eclíptica por el ecuador y los círculos de las longitudes por los
meridianos; en lo demás hay total coincidencia. Con esto, y armonizando todo, las
diversas distancias, magnitud, configuración, ubicación, lugar que ocupan en el
remolino del sol, la materia central de cada uno, la fuerza de desplazamiento y la
rotación, se tendrá mediante un análisis más riguroso si se quiere, todos los elementos
de juicio para explicar la diversa y cambiante inclinación de los planetas.

32. Puede con todo surgir una pregunta: ¿por qué se da como cosa establecida
aquel movimiento de balanceo de los ejes, siendo así que en la teoría de Descartes más
bien se requiere el paralelismo para explicar los cambios en las épocas del año?
Respondo que ello se debe a la rapidez del flujo de la materia del remolino solar, que al
ir impulsando a un planeta por su órbita, no puede menos de desviarlo en cierta manera
causando por lo mismo el balanceo de su eje. Mucho influye también en esto la forma
de las órbitas, que las suponemos elípticas; siendo así, y como la Tierra y los demás
planetas en su recorrido anual al rededor del sol, llevados tanto por sus propios
movimientos internos como por el impulso del sol, describen elipses, y por cierto
excéntricas como luego veremos, y por tanto con diámetros desiguales, mayores y
menores, se seguirá necesariamente el siguiente fenómeno: que cuando la Tierra y los
planetas llegan al punto en que el diámetro es menor, sufrirán en sus cuerpos una
compresión notable por parte de la materia que los envuelve, viéndose obligados a
meterse directamente por aquel callejón, poniendo sus ejes paralelos con los del sol;

318
entonces tiene lugar el equinoccio. Una vez que dejan el callejón, disminuye la
compresión y pueden desplazarse con más libertad desviándose oblicuamente a una
parte o a otra, hasta que llegan al punto de mayor extensión del diámetro. Como en este
punto el movimiento del sol es menor y por otra parte los planetas comienzan como a
deslizarse en dirección al sol, se equilibran los movimientos, el impulso queda como
indeciso, se producen, como dijimos, los solsticios, y es como si el sol, es decir la
Tierra, se detuviera un tanto, hasta que prevalece finalmente la materia central.
Entonces el movimiento de los planetas se dirige sensiblemente hacia la otra parte de la
elipse, y continúan ellos su trayectoria avanzando oblicuamente hasta el trópico
contrario y el solsticio, poniendo así mismo sus ejes paralelos al del sol al pasar por el
callejón antedicho. Y así lo hacen y lo harán sucesivamente sin interrupción mientras la
divina Providencia siga conservando el mundo en su estado actual. Es cierto que si nos
atenemos sólo a la hipótesis cartesiana, no es posible dar una adecuada explicación de
todo, pero esto se debe a que se supone que la Tierra es redonda; según nuestra teoría se
supone que es achatada en los polos y protuberante en la zona de la circunferencia; de
ahí que sea necesaria la inflexión de los ejes para que los rayos solares lleguen a tocar
sus flancos.

33. Esto es lo que ocurre en la Tierra, y es de creer que lo mismo tiene lugar en
los demás planetas, puesto que la razón es la misma y no hay en sus trayectorias
obstáculo alguno que impida la continuación del movimiento una vez iniciado o lo
desvíe hacia otra zona. Hay un notable cambio de los ejes en los puntos extremos de los
diámetros, es decir en los solsticios y en los equinoccios; en los demás puntos de las
órbitas la posición de los ejes es proporcional al movimiento espiral del remolino solar,
el cual es indiferente para seguir manteniendo cualquier movimiento y no hace sino
dejar que continúe la dirección que se tomó al comienzo. Más aún, es tanto más
indiferente cuanto más lejos llega el ámbito de su propagación, no solamente porque
entonces disminuye su influjo, sino también porque viene a ponerse menos inclinado y
por ende, menos apto para empujar más rápidamente en sentido oblicuo las moles de los
planetas. Por eso Saturno, que es el más alto de los planetas, en su marcha a lo largo de
muchos años tiene un movimiento de rotación sobre su propio centro mucho más
frecuente sin desviarse de su órbita muy notablemente en sentido oblicuo al ir de un
trópico a otro y empleando tranquilamente 30 años en completar su marcha de
circunvolución. Y lo mismo hacen proporcionalmente todos los demás planetas. Para
mayor ilustración, y si es dado comparar lo chico sin lo grande, consideremos el caso de
un navío que ante la acometida del viento cambia la disposición de sus velas. ¿No se
doblan las antenas posteriores, correspondientes a lo popa, más a prisa que las anteriores
de la proa? La razón es clara: las de proa con todo su velamen son las primeras que
reciben el choque del viento directamente y sin nada que las proteja, mientras que las de
popa están protegidas por las primeras y además se encuentran algo más alejadas; es
natural entonces que se doblen más fácilmente que las otras; pero después todo llega a
uniformarse. Si esto ocurre en el reducido espacio de un navío en medio del mar, ¿qué
pensar del inmenso ámbito de los planetas, en donde el flujo de la materia central lleva
mucho más violencia que cualquiera de los vientos? Así pues, todos los planetas tienen
sus desviaciones, cada uno recorre oblicuamente su eclíptica, pero más velozmente los
que están más cerca del centro solar, y mucho más lentamente los que están más lejos.

319
34. Quedan todavía tres puntos que explicaremos brevemente. Merecerían por
cierto una exposición más amplia, pero ella caería fuera de nuestro propósito. Estos
puntos son los siguientes: ¿en qué consiste la diferencia de los años? ¿qué efecto
produce la excentricidad y la permanencia más prolongada del sol en los signos boreales
que en los australes, y en qué consiste la diferencia entre el tiempo medio y el aparente?
Por lo que hace al primer punto, y suponiendo como quedó explicado, que todos los
remolinos –que flotan en medio de otro, como ocurre en nuestro sistema solar-, en el
transcurso de su movimiento adoptan la forma de elipse oblonga variable de tiempo en
tiempo debido a la resistencia del fluido que los rodea y por la rotación sobre su propio
centro, afirmo que ocurre algo semejante en el recorrido que cada año realiza el
remolino terrestre alrededor del sol y que también suponemos que es ovalado y elíptico,
según dijimos antes; la razón de esto se ha de buscar en los demás remolinos de las
estrellas que por todas partes ejercen presión sobre le remolino de nuestro sol, pero
evidentemente en forma desigual puesto que las estrellas son también desiguales, tienen
magnitudes diversas –primera, sexta, intermedias–, están ubicadas en el firmamento de
muy distintas maneras, concentradas en mayor número en ciertas zonas y en otras, en
escaso número, conformando así las diversas constelaciones, y en la vía láctea en
cantidad increíble, tanto que logran engañar nuestra vista al formar con la concentración
de su brillo, una sola franja radiante; pues bien, toda esta diversidad, y el hecho de que
cada una de las estrellas no puede actuar si no es conforme a la virtualidad de su propio
centro y a la mayor o menor abundancia de materia de sus remolinos que presionan más
hacia una parte que a otra, no pueden menos de producir también diversos efectos en
nuestro remolino. Por otra parte, como las fuerzas si actúan unidas son más eficaces y
cada remolino actúa a la medida de sus propias fuerzas, hay que afirmar que la
compresión que ejercen las estrellas contra la Tierra y el sol es muy desigual; por eso el
remolino del sol adoptará diversas configuraciones y fácilmente inclusive la forma
elíptica; ahora bien, como el recorrido de la Tierra tiene lugar, como se ha dicho en el
interior del remolino del sol, necesariamente adoptará también la misma configuración,
a saber ovalada y elíptica, como la del sol; y lo mismo digamos de los demás planetas.
De suyo las fuerzas del centro solar estarían hechas para dirigir la marcha de los
planetas en círculo perfecto; pero esto sería posible únicamente en el caso de que su
remolino se extendiera en un perímetro uniforme sin sufrir compresión de parte de otros
remolinos; como esto no puede ser, actúa según la única posibilidad que tiene,
conduciendo a la Tierra y a los demás planetas por un recorrido elíptico, ya que no lo
puede hacer por una línea perfectamente circular.

35. Fuera de esto, por el mismo hecho de la compresión desigual que sufre de las
fuerzas externas, el sol no puede desde su centro distribuir sus fuerzas por igual
manteniendo inmutable la elipsis; las distribuye de manera irregular; así que la elipsis,
cuya línea corre por el centro del remolino solar, tiene que dividirse en partes
desiguales: la parte por donde la Tierra se dirige por ejemplo al sur, será más corta que
aquella que la lleva hacia el norte; es lo que se llama la excentricidad, que se da cuando
el sol está colocado fuera del centro de la elipsis de modo que su distancia de la
circunferencia no es igual en todos los puntos. Y no solo esto, sino que incluso la
periferia de la elipsis que mira hacia el sur podría ser diferente respecto de la que mira
hacia el norte en razón de las diversas inflexiones en dirección al centro del sol causadas
por la mayor compresión ejercida desde el exterior. (Nada se postula en esta hipótesis

320
que no sea conforme a la razón, y por tanto es una hipótesis perfectamente aceptable).
Según ella se entiende con toda claridad por qué el sol emplea menos tiempo en recorrer
los signos australes que los boreales, es decir por qué la Tierra al recorrer los signos
opuestos al sol, le asigna estos determinados efectos y denominaciones y emplea más
tiempo en el verano que en el invierno. Es por causa de la excentricidad que divide la
elipse en dos partes desiguales: es evidente que habrá de recorrer en menor tiempo la
parte más pequeña que la más grande. Por lo demás, esta desigualdad se debe a que en
la zona austral existen remolinos de estrellas más numerosos y más grandes y su
gravitación sobre el remolino del sol es más fuerte que la de los demás que están
ubicados en la zona boreal. Así mismo la desigual distribución y fuerza de gravitación
de los remolinos estelares origina la irregularidad de la periferia, la cual como no es sino
la impronta que va dejando la Tierra al moverse dentro del remolino del sol, es claro
que no puede quedar impresa sino es siguiendo los lineamientos de la compresión
producida por los remolinos externos; y como ésta es desigual, pues corresponde a la
diversidad de los remolinos compresores, la periferia tiene que ser también irregular. Lo
mismo se diga de la órbita de los demás planetas que, al igual que la Tierra sobrenadan
en el remolino del sol y marchan alrededor del astro; aunque, dada la inmensidad y
amplitud de su recorrido y la enorme distancia que nos separa de ellos, no podemos
observar exactamente todas sus variaciones (como tampoco las de la misma Tierra),
tenemos, pues, que limitarnos a los datos de los apogeos y perigeos y las distancias
medias que en gran parte se pueden atribuir también al movimiento excéntrico de la
Tierra.

36. Con esto, pasemos a analizar la diferencia de unos años a otros, no solamente
en cuanto al calor y al frío, sino también en cuanto a la duración del tiempo, en que no
son exactamente iguales y se puede advertir cierto aumento y disminución. Una misma
es la causa de ambos fenómenos. Tanto el aumento como la disminución dependen de la
mayor o menor agitación de la materia en el centro del sol, la cual impulsa con mayor o
menor fuerza al remolino de la Tierra por la línea de su elipse. Si el impulso que se
imprime en una pelota al arrojarla es más fuerte, ésta se aleja más, y viceversa. Lo
mismo el remolino de la Tierra: si recibe un impulso más fuerte de parte de la materia
solar, se alejará más, aumentando el tiempo del año; si el impulso es más débil, no
llevará tan lejos y disminuirá el tiempo del año; si el impulso es igual, los años serán
también iguales. Suponiendo que en el sol todo permanezca igual, puede haber todavía
diferencia en los años, pero debido a otra causa, que es la siguiente: puede sobrevenir
alguna novedad en el centro de la Tierra, en donde la materia sutil que también está en
continuo movimiento, puede agitarse con mayor o menor violencia, de acuerdo con las
diversas variaciones que pudieran presentarse. Supongamos que sobreviene algún
cambio, por ejemplo que la materia comience a circular con más fuerza o por el
contrario con menos de la normal y que, por tanto, se rompa el equilibrio que mantenía
la Tierra con el remolino del sol; inmediatamente la Tierra buscará una nueva ubicación,
ya sea en la parte alta de la elipse si el impulso que recibe es más fuerte, ya en la parte
baja si es más débil. Provenga de donde provenga esa diferencia, sea del sol, y por tanto
de fuera, sea del interior de la misma Tierra, el efecto es el mismo que acabo de señalar:
la Tierra se desplazará hacia arriba o hacia abajo tomando un recorrido más largo o más
corto. ¿Qué otra cosa pueden producir estos cambios sino lo que ya dijimos, a saber la
distinta duración de los años y la variación de la temperatura? Y es que no puede variar

321
la elipse de la Tierra, es decir achicarse o agrandarse sin acercarnos al sol o alejarnos de
él, y esto, como es evidente, no puede menos de acarrear cambios de frío o calor en la
temperatura. En cuanto al calor, es cosa de por sí muy clara, porque si bien el sol no es
la causa formal del calor, que más bien debe atribuirse a los fuegos subterráneos que
suben a la atmósfera, sin embargo contribuye mucho a su intensificación. En cuanto al
tiempo, hay una razón que confirma lo dicho: una elipse más corta o reducida consta de
menos puntos que una más amplia; pues bien, tan cierto es que para recorrer un camino
más largo se necesita más tiempo, y menos para uno más corto, como lo es que la
aproximación o alejamiento del sol influyen en el paso del calor al frío. La desigualdad
de los años depende de los meses, días y ahora que también pueden ser desiguales, y las
partes necesariamente deben corresponder al todo.

37. Los cambios en el centro de los remolinos del sol y de la Tierra, pueden ser
efecto de varias causas, por ejemplo la mayor abundancia de materia proveniente de
otros remolinos, diversas obstrucciones que se presentan en las concavidades internas
del sol y de la Tierra, el desprendimiento de costras o trozos de material en el interior de
los mismos, el nacimiento eventual de nuevas costras o manchas, y en el sol sobre todo
las manchas que aumentan o disminuyen a diario en proporción y número tan notable
que a veces se llegan a contar hasta 50 al mismo tiempo, y otras veces no pasan de tres o
cuatro, y en algunos años ninguna o sólo muy raras; todos estos factores no pueden
menos de influir en la mayor o menor fuerza de empuje del movimiento espiral de la
materia sutil. Habrá, pues, una gran diversidad en el ritmo del recorrido de la Tierra por
su elipse: Unas veces será más rápido, otras más lento; así mismo su movimiento de
rotación sobre su propio centro podrá ser más o menos veloz, al igual que su
desplazamiento en la eclíptica: y por consiguiente será también más corto o más lago el
lapso de los minutos, horas, días, semanas, meses y años; es como en el reloj: si se
añade más peso formal o virtualmente, es decir poniendo un nuevo peso, o fortificando
el muelle elástico, o bajando la esfera del péndulo, o por el contrario, si se disminuye el
peso, se verá que los minutos, las horas y los días se alargan o se acortan. En resumen,
si la elipse que tiene que recorrer la Tierra se agranda, el año será más largo, y si se
acorta, será más breve. En cuanto al calor y al frío, es natural, como dije antes, que
corresponderán a la mayor o menor proximidad al sol. Pero atendiendo a otros factores,
lo verdadero sería más bien lo contrario. Me explico: No habría explicación satisfactoria
de la permanencia más prolongada de la Tierra en unos signos que en otros, si no es por
la excentricidad y la división de la órbita terrestre en partes desiguales , lo que quiere
decir que se emplean más tiempo y más días en recorrer a igual ritmo el trayecto más
largo que el más corto; esa diferencia llega hasta 10 días; no así la diferencia en los
años, que sólo alcanza a unos minutos; la razón de esto último está en la causa efectiva
de uno y otro fenómeno, puesto que el primero se debe a la excentricidad del sol que es
estable y bastante clara, mientras que el segundo se debe a los cambios en los centros
del sol y de la Tierra, que son accidentales y apenas perceptibles. Si no hubiera
excentricidad sino que el sol estuviera en el punto medio, y si no hubiera cambios en los
centros del sol y de la Tierra, todo sería igual y no habría diferencia en lo uno ni en lo
otro.

322
38. Quedan todavía en esto dos graves dificultades que tienen que ver con los
efectos de la excentricidad: la primera es ¿por qué sentimos más calor cuando la Tierra
se encuentra en la parte mayor de su elipse, y menos cuando se encuentra en la otra
parte? Debiera ocurrir más bien lo contrario; porque así resulta que en el invierno
estamos más cerca del sol, y en el verano más lejos. La segunda dificultad se refiere a la
causa del cambio en la excentricidad, que no debería considerarse tan inmutable que no
pueda admitir ninguna variación; pero vemos que es todo lo contrario: que ella se
vuelve menor y que en consecuencia el apogeo avanza S.S.S. A la primera dificultad
respondo que no se debe medir el calor del sol o del verano por la proximidad o lejanía
respecto del sol, porque éste es un prejuicio que proviene de lo que sucede con el fuego,
como si no hubiera otra causa que pueda producir tal efecto; tampoco se debe apreciar
el calor por el hecho de que los rayos del sol caigan sobre nosotros oblicua o
perpendicularmente como se dice de ordinario, oblicuamente desde Capricornio, cuando
está más cerca de nosotros, directamente desde Cáncer, mucho más lejano a nosotros.
No es así. Ya señalé en otro lugar que el sol de suyo más está hecho para brillar que
para calentar, si bien con su movimiento calorífico ayuda mucho para concentrar calor.
Además es tan grande la distancia o la oblicuidad que es totalmente incapaz de producir
aquellas diferencias: según algunos autores la distancia es de 33 millones de leguas;
¿cómo a través de tan inmenso espacio podría hacerse notar la diferencia? Y otra cosa:
dada la distancia, la Tierra no parecer sino un punto en comparación del sol; y en un
punto no sería posible distinguir tantas diferencias entre el frío y el calor.

39. Esto es notorio incluso en el fuego aquí en la Tierra: enciéndase un gran


fuego, póngase delante de él una esfera, acérquese al fuego la esfera, o aléjese cuanto se
quiera; ¿se podrá advertir alguna notable diferencia de calor en la esfera respecto de sus
partes? Prácticamente ninguna, o a lo más la que pudiera notarse como efecto de una
gran diferencia, pero sólo considerando la totalidad de la esfera. Lo mismo pienso yo
respecto del calor del sol: así como el fuego ilumina por igual todas las partes de la
superficie de la esfera que tiene delante, debemos pensar que también sol calienta
siempre por igual todas las partes del hemisferio de la Tierra que tiene en frente: creo
que no hay disparidad. Los rayos del sol siempre llevan consigo hasta donde llegan, los
dos efectos, y éstos se difunden a través de este medio fluido por todo el firmamento y
más allá de él, como luz y calor. ¿Qué razón habría para que el calor no llegue hasta
donde llega la luz, y en la misma forma? Ahora bien, la luz del sol se deja sentir y llega
por igual a todo este hemisferio, y nadie podrá decir que ilumina más claramente aquí
en Borja que en París, en Lima o en Roma; luego hay que decir lo mismo respecto del
calor: se hace sentir y se difunde por todo el hemisferio sin que caliente más en Borja
que en París, ni en Lima más que en Roma. De modo que desde este punto de vista no
habría diferencia. Pero además, la oblicuidad que se dice tener lugar en el invierno, toca
únicamente a Europa y las zonas del norte, no a América meridional y la zonas
australes, en donde el sol en esa época está más cerca de nosotros y nos da directamente,
trayéndonos verano en vez de invierno, y no por eso los calores que sentimos son más
fuertes que los de Europa, sino muchas veces más benignos; es así que el sol en esa
época está más cerca de nosotros, y en su perigeo, y nos da directamente; luego el calor
del sol no debe atribuirse a la cercanía o a la oblicuidad sino a otra causa.

323
40. Luego en esto hay que aplicar el mismo razonamiento que aplicamos antes, y
decir que el calor consiste en el movimiento y el frío en el reposo; el calor dice
agitación de la materia central del sol, el frío, negación de la misma; en esto reside la
auténtica naturaleza del calor y del frío. Porque así como la luz consiste en el
movimiento vibratorio de los glóbulos de los remolinos, apto para impresionar
suavemente la retina de nuestros ojos, así el calor consiste en el movimiento de rotación
y punción de la materia sutil que proyecta el centro del sol y que fluye en mayor
cantidad hacia la zona tórrida que a otras zonas y que al llegar a nuestro cuerpo, punza y
remueve con cierta violencia los nervios impulsando y haciendo girar sobre su propio
centro los espíritus encerrados en ellos. De este modo es como percibimos el calor del
sol. ¿Qué otra cosa pueden hacer los espíritus agitados así violentamente por el sol, sino
recorrer velozmente todo el cuerpo, excitar la sangre más de lo acostumbrado, aumentar
la circulación, hinchar las venas y las arterias y producir un sudor copioso, es decir
causar un calor extraordinario? Todo esto es lo que entendemos al hablar de calor. Si
todo procede con regularidad y equilibrio, habrá una buena temperatura; si hay algún
exceso, habrá calor y aun combustión; si hay defecto, vendrán el frío y el reposo,
actuando siempre como factor primordial los fuegos aéreos que son la causa principal
del calor. Así se entiende fácilmente la distinta manera que tienen de propagarse la luz y
el calor, a pesar de que una y otra forma parte de un mismo rayo solar: la luz, como
acabamos de decir, es el movimiento vibratorio de los glóbulos que se propaga en todas
direcciones en línea recta, y el calor depende del movimiento de proyección de la
materia sutil que al chocar contra los fuegos imperceptibles que pululan en el aire, los
aguzan y excitan para que adopten un movimiento pungente; ahora bien, como la
materia solar se acumula más junto a la zona tórrida y no tanto junto a los polos, es
claro que el calor no puede propagarse por igual a todas partes. Así, todo el mundo
puede entender también por qué se siente más calor junto a la zona tórrida, menos en las
zonas templadas, y frío junto a los polos; y así mismo por qué el sol calienta más
durante el verano, aunque está más lejos, y menos en el invierno, aunque está más cerca;
la razón es la misma para ambos efectos, y es la proyección de la materia central del sol,
que en verano fluye en mayor abundancia y con mayor violencia que en el invierno; a
esta violencia y abundancia corresponde un mayor sacudimiento en la Tierra y por
tanto, el calor, y respectivamente en invierno el frío y la nieve.

41. O, si se quiere, expliquemos de la siguiente manera: puede suceder, y de


hecho sucede, que la agitación de la materia central del sol es mayor en verano que en
invierno, porque la materia que se derrama en mayor abundancia durante le verano,
mientras circula por su remolino al paso que con el movimiento espiral se va
propagando poco a poco hasta la circunferencia, desde la cual vuelve hacia los dos
polos a manera de un doble río, demora un año entero en completar su proceso de
circulación, para repetirlo después como el año anterior. Es lo mismo que ocurre con las
personas que padecen de fiebre: después de uno o dos días, al evaporarse la materia
maligna que se había concentrado en el foco de la fiebre, excitando y haciendo
fermentar con toda suerte de reacciones toda la sangre, sufren diversos accesos de frío y
de calor, como si en el ambiente hubiera invierno y verano. Es claro entonces que esta
abundancia y violenta expulsión de la materia es la causa de este doble efecto: en
nuestro caso, en primer lugar la elipse de la Tierra que mira hacia el Boreas y los signos

324
del verano, se agranda debido a la acción de la materia, mientras el diámetro de sol
aparece más pequeño y de hecho estamos más lejos de él, y permanecemos más largo
tiempo en aquellos signos; en segundo lugar, aumenta el calor, el aire y las partículas de
fuego que contiene se agitan con mayor violencia, y se hacen sentir más los espíritus de
nuestro cuerpo causando la sensación de calor. En el invierno ocurre lo contrario:
después de la erupción circula en abundancia la materia, se dispersa por todo el
remolino, llega a la circunferencia, avanza hacia los polos en doble corriente, disminuye
poco a poco su fuerza de agitación, se aminora su flujo desde el centro y decrece su
empuje sobre la Tierra, con el siguiente doble efecto: en primer lugar la elipse de la
Tierra que mira hacia el austro y los signos; en segundo lugar, hay menos calor o, lo que
es lo mismo, tiene que hacerse sentir el frío. Por tanto, lo que hace la materia con su
abundancia y movimiento de agitación en el verano, hace en el invierno con su escasez
y poco movimiento. Lo que hemos dicho del sol debe aplicarse a la Tierra, cuya materia
central agitada por el mayor ardor del sol, fluye en mayor abundancia durante el verano
que durante el invierno, siendo éste otro de los factores que producen la diferencia.

42. Y tenemos todavía otra razón de mayor alcance de las variaciones en el calor
y la luz, tomando muy en cuenta el comportamiento del eje terrestre con relación al
solar, en el curso del balanceo ya mencionado hasta los 23 grados y medio. El eje no
procede en este movimiento, como alguien pudiera pensar, siguiendo una línea recta,
rozando el horizonte, sino siguiendo un camino irregular: una de sus extremidades
describe diversas espirales dentro del círculo ártico, la otra dentro del círculo antártico,
orientando hacia el flujo del remolino del sol ya el un lado, ya el otro, mientras avanza
la mole en su recorrido, pero sin que jamás la extremidad del eje llegue a desbordar su
círculo, aunque una vez fuera de los equinoccios, en donde tiene lugar el paralelismo, se
incline en una u otra forma hacia el eje solar. Por consiguiente el eje terrestre avanza
desde los equinoccios por ángulos agudos, variando poco a poco dichos ángulos hasta
los solsticios en donde se produce la inclinación de 23 grados y medio; desde allí
decrece en igual ritmo hasta el otro equinoccio, y así sucesivamente, alternando de
tiempo en tiempo este paralelismo y sucesiva inclinación. Y esto no carece de
fundamento, porque es una consecuencia del ángulo que forma la eclíptica con el
meridiano, y lo exige el flujo de la materia del remolino solar que presiona sobre la
mole terrestre; porque si la fuerza con que se enfrentan las dos moles en los equinoccios
y los rayos más dispersos o más concentrados en los sucesivos pasos son los que
causan, como vimos, el primer movimiento, ¿cómo no van a hacer declinar del
paralelismo al eje de la Tierra? Sin duda los rayos del remolino solar más concentrados
en los solsticios, no solamente presionarán con más fuerza contra el flanco opuesto de la
mole terrestre, sino que además adaptarán a su dirección el plano de ella; y como ahí ya
comienzan a curvarse hacia abajo, y tanto más cuanto más concentrados, cosa que es
más visible ya junto a los polos, manteniéndose rectos hacia el ecuador, suspenderán,
como es claro, el plano de la mole terrestre en conformidad con esa curvatura, y
formarán los mencionados ángulos de los ejes. A todo esto, como dice de Chales es de
gran importancia en esta teoría el paralelismo de los ejes que sin embargo (añade él)
pocos entienden, y que además él mismo explica de otra manera suponiéndolo
invariable, siendo así que sólo en los equinoccios no varía y en las demás épocas
siempre es variable. Por lo demás hay que reconocer también aquí la verdad: la
variabilidad de que hemos venido hablando, es real en sí misma y con respecto a la

325
mole terrestre, pero por la distancia a que estamos, es apenas perceptible; de todos
modos, unida al paralelismo, que al menos en cuanto a las apariencias no podemos
negar, es de gran importancia.

43. Esto supuesto, es fácil ver como con esta inclinación mayor o menor del eje
terrestre hacia el eje del sol con respecto a sí mismo, y con el paralelismo respecto a
nosotros, el calor y la luz se reparten las épocas cada año en forma tan desigual: todo es
parejo en los equinoccios, los días son más largos en la época de los solsticios y más
cortos en la contraria, las noches siguen en todo a los días; se explican así mismo la
duración de los levantes y ponientes, las elevaciones de la recta y la oblicua, la
diversidad de las estaciones, esferas, zonas y climas, etc. Y además se entienden
fácilmente las diversas alturas del polo, que son otra cosa que nuestra posición
perpendicular en el sitio en que estamos respecto de la tierra y del horizonte, lo que hace
que seamos más bien nosotros, y no algún punto del cielo, los que nos elevamos o
descendemos. Todo esto, repito, se debe a la posición que guarda el eje terrestre
respecto del eje solar: ella hace que, cuanto más cercanos estamos al ecuador, tanto más
fuertemente sintamos el movimiento espiral del sol, flotando como estamos en él
incluso junto al mismo ecuador; de ahí el calor tan grande que hay en aquella zona, cuya
violencia va decreciendo que nos alejamos en dirección a los polos, a donde la espiral
del sol llega como menor fuerza y más tardíamente. Como se ve, todo esto depende del
paralelismo del eje que insensiblemente va adoptando o dejando la inclinación de que
hablamos anteriormente, y que poco a poco se va orientando o desviando de la espiral
del sol, a fin de que el flanco de la mole terrestre pueda ser tocado más directa u
oblicuamente. Según la inclinación será el aumento o disminución de la fogosa
impulsión de la espiral, en la cual consiste el calor que podemos sentir proveniente del
sol. La diferencia entre las noches y los días, que tiene que ver con la luz, compañera
inseparable del calor, no se debe tanto al movimiento espiral del sol, cuanto al
movimiento de la misma Tierra alrededor del astro y a la retensión del paralelismo de
los ejes, porque conforme avanza la Tierra orientando los flancos de su mole y los polos
o la circunferencia hacia el sol, necesariamente recibe en diversas formas los rayos del
astro y pasa por la notable diferencia producida por los días y las noches. En los polos el
día es continuo durante seis meses, y lo mismo la noche por otros seis meses; porque al
mantenerse la Tierra durante seis meses en el diámetro mayor de su elipse, orienta sus
zonas septentrionales hacia el sol, dando así lugar a un día continuo, y otros seis meses
las oculta con su sombra, dando lugar a una continua noche. Finalmente el movimiento
de las estrellas hay que atribuir también al mismo movimiento de la Tierra alrededor del
sol: aunque las estrellas están inmóviles nos parece que se mueven alrededor de los
polos de la eclíptica, mientras nosotros que somos los que nos movemos con la Tierra
en la eclíptica, atribuimos a las estrellas el movimiento que advertimos en nosotros
mismo y en la Tierra.

44. A la segunda dificultad respondo lo siguiente: como la excentricidad es


efecto de la desigual división de la elipse por la cual el globo terrestre marcha cada año
alrededor del sol en una proporción de 3.460 partes más o menos en relación con el
campo de excentricidad, lo que hace que a veces estemos más cercanos al sol y a veces
más distantes, y esto proviene, como hemos visto, de la diferente comprensión de los

326
remolinos externos desde la zona austral, resulta que la Tierra mientras se encuentra en
el callejón de su camino junto al diámetro menor, se mueve y gira sobre su propio
centro con más velocidad que en los otros sitios donde no sufre tantas presiones. Esto es
claro si se comprara este fenómeno con el de un líquido sobre el que se ejerce presión y
por lo mismo fluye más rápidamente que cuando no se lo oprime, y también si
considera el hecho de que la Tierra en esa época está más cerca del sol que la arrastra
con más violencia. Y ¿cuál es el resultado de esta situación? –Sencillamente que la
Tierra, que ahí se agita y gira con mayor ímpetu, actúa también y opera con más
violencia contra los flancos opuestos y contra los remolinos adyacentes y, con la ayuda
de los demás planetas, sobre todo los superiores, Marte, Júpiter y Saturno, los empuja
continuamente hacia fuera, como tratando de abrirse a toda costa y a la fuerza un
camino más amplio. Con esto ceden un poco en aquella parte los remolinos externos
como respondiendo a los repetidos impulsos, y la elipse de la Tierra ya como liberada
de presiones, no puede menos de ensancharse por aquella parte con el correr del tiempo
y achicarse por otras secciones, dando lugar a las variaciones del apogeo y del perigeo
en los grados subsiguientes S.S.S. La razón de esto es que el impulso de la Tierra se
produce según la misma serie, y por tanto cada año varía más o menos en un minuto.
Esto es fácil comprobar por lo que sucede en un cable hecho de alambres unidos en sus
extremidades por un nudo y dispuestos en forma de elipse por dos o tres individuos; si
se lo tira desde una parte con fuerza, aflojándolo en la misma medida por la otra, se verá
que cambia toda la periferia y que el nudo avanza hacia las manos en donde se ejerce
mayor violencia; lo mismo sucede en nuestro caso, en que el apogeo representa al nudo
y el impulso de la Tierra a la tracción de las manos.

45. En todo este proceso influye no poco la materia del remolino del sol que
fluye desde el centro en forma de espiral: ella, al presionar contra la Tierra aprisionada
en su callejón, y al verse obligada en el afán de continuar su movimiento, a tomar el
camino comenzado en el centro de donde fluye, tendrá ciertamente que empujar
violentamente a la Tierra hacia fuera, es decir al lado contrario; la Tierra a su vez tendrá
que presionar con igual empuje sobre las órbitas de los demás planetas y por ende sobre
los remolinos exteriores, dando lugar a los cambios ya señalados, en virtud de los cuales
se ensanchará hacia la parte de la elipse a donde se dirige la mayor fuerza de empuje, se
adelantarán el nodo y el apogeo, al mismo tiempo que se acortará su distancia debido a
la resistencia de los contrarios, pero crecerá la contraparte del perigeo junto con su
correspondiente porción elíptica, habrá alguna presión ulterior sobre todos los remolinos
y variará un tanto la disposición de todo el firmamento; y como esto tiene lugar por
S.S.S., es decir hacia la parte contraria por donde viene el movimiento espiral del sol –
porque así es como la Tierra girando cada día de occidente a oriente, va marcando y
describiendo toda la elíptica contra corriente-, con razón se dice que el apogeo avanza
sucesivamente. En la actualidad ocupa más o menos el octavo grado de Cáncer,
mientras que en la época de Cristo se encontraba en el décimo octavo de Géminis.
Además de este efecto se nota otro que se debe a la misma causa, a saber que con ello
disminuye la excentricidad de la Tierra en la medida en que aumenta la parte menor de
su elipse; porque como todo su ámbito se mueve, según hemos dicho, tendiendo a
conseguir una distribución igual respecto del sol, resulta que así como el apogeo
disminuye con el avance y aumenta el perigeo, necesariamente y en la misma medida
tiene que variar y disminuir la excentricidad y toda la elipse volverse como más

327
uniforme. Esto influye también en la mayor permanencia en los signos boreales,
permanencia que se irá siempre acortando a medida que aumenta en los signos australes,
y no menos en su diámetro, en el calor, los días, semanas, meses y años, por la natural
conexión y dependencia de todos éstos respecto de la excentricidad; sin embargo en esto
pueden darse muchas irregularidades por las diversas causas que entran en juego.

46. Pasemos a ver la causa de la diferencia del tiempo medio y aparente. Por una
parte vemos que en la época en que el sol (como se dice ordinariamente) se encuentra en
los signos australes, los días no solamente son más cortos que aquellos en que el sol se
encuentra en los signos boreales, debido a la mayor o menor elevación del polo y a la
mayor o menor aproximación del sol; por otra parte, observamos que de hecho los días
naturales, o sea las revoluciones completas de la Tierra sobre su propio centro y dentro
de un mismo año, son notablemente distintos, mayores o menores; hay, pues, que
establecer la causa de efectos tan diversos. Al mismo tiempo notamos que esta variación
tiene lugar en forma sucesiva disminuyendo y aumentando como sigue: de noviembre a
febrero los días se acortan, de febrero a mayo, se alargan; y nuevamente de mayo a julio
se acortan, de febrero a mayo, se alargan; y nuevamente de mayo a julio se acortan y de
julio a noviembre se alargan; es decir, comenzando desde noviembre más o menos cada
tres meses se acortan y alargan alternativamente hasta volver al mismo noviembre, y la
diferencia es más o menos de 31 minutos de aumento y más de 22 de disminución. Este
es el tiempo que llamamos aparente, a pesar de que el movimiento medio del sol es
siempre absolutamente igual. Estas diferencias se notan clarísimamente en dos relojes,
uno de sol y otro de péndulo, que a pesar de ser muy perfectos y exactos, se
desigualarán en la forma que hemos señalado al hablar de los días, pues el reloj de sol
se adelantará a veces al de péndulo con un determinado número de minutos, y otras
veces se retrasará o también marchará al mismo ritmo que el otro, a pesar de que ambos
relojes, como hemos dicho, no tiene ningún defecto. El reloj de péndulo indica el
movimiento medio del sol, siempre igual; el reloj de sol indica el movimiento aparente
y señala las horas aparentes. Se pregunta, pues, cuál es la causa de fenómeno tan
extraño.

47. Respondo que la causa no es otra que la gravitación de los diversos


remolinos sobre el remolino del sol. La explicación es la siguiente: como los remolinos
son desiguales y están distribuidos y gravitan en formas diversas, resulta que
comprimen más la elipse de la Tierra en dirección al centro del sol en la época
correspondiente a los signos y los meses en los que se nota el aumento, que en las
épocas en que se produce la disminución; varía según esto la inflexión o curvatura de la
periferia de la elipse. Se puede decir entonces que a partir de noviembre dicha periferia
se curva hacia el interior del remolino del sol en forma de joroba presionada
fuertemente desde fuera por alguno de los remolinos precisamente en esta zona; y como
el remolino de la Tierra tiene que seguir en su marcha esta nueva línea, irá poco a poco
acercándose más al sol y llegar a las zonas en donde el movimiento de la materia solar
es más veloz; por lo mismo girará también más rápidamente sobre su propio centro y
dará lugar a días más cortos. Hacia el mes de febrero el remolino de la Tierra se escapa
de aquella línea de curvatura como saliendo a campo abierto, libre ya de la fuerza de
presión externa, y se aleja del sol más que antes; en ese punto es más lento el

328
movimiento de la materia solar y consecuentemente el remolino de la Tierra gira
también con más lentitud sobre su centro dando lugar a días más largos. Hacia le mes de
mayo entra de nuevo la Tierra en el callejón angosto siguiendo la línea de su elipse que
ha cedido a la presión externa, y bajo la fuerte acción de la materia que la rodea, acelera
su movimiento giratorio dando lugar a días más cortos. Finalmente en el mes de julio
vuelve a salir a mar abierto y avanzando con mayor libertad, se aleja del sol, retarda su
movimiento giratorio y da lugar otra vez a días más largos hasta noviembre. No puede
haber explicación más clara que ésta, porque si la revolución de la Tierra sobre su
propio centro es la que da lugar al día natural, es evidente que si dicha revolución se
completa en un lapso rápido, los días serán más cortos, y viceversa.

48. Paso por último a analizar el movimiento sucesivo de las estrellas, si bien se
mueven tan poco en el día, que no llegan ni siquiera a cubrir cuatro minutos, como ya
vimos antes. Hay una razón para la diferencia entre el movimiento de las estrellas y el
de los planetas, y es que las estrellas no están flotando en el remolino del sol como los
planetas, sino que están ubicadas fuera de su circunferencia, cada una circunscrita a su
respectivo remolino, al que no llega mucho el influjo de la materia central del sol;
además son tan numerosas y están distribuidas en el espacio de modo tan variado en
dirección al empíreo, que por la abundancia y apretujamiento, se estorban mutuamente y
por lo mismo, no pueden tener un rápido movimiento circular con relación al sol. Cada
una gira en su propio centro al ritmo de la agitación de su respectivo remolino, unos
más rápida y otros más lentamente, a una parte o a otra, cada cual siguiendo el impulso
de sus fuerzas en relación con los demás, como ruedas entrelazadas; pero esto en su
propio sitio sin surgir ningún desplazamiento sensible respecto del centro del sol. Sin
embargo se adelantan un poco y se desplazan sucesivamente como los planetas S.S.S.;
la Lucida de Aries por ejemplo, que en la época de Tolomeo se encontraba en el coluro
de los equinoccios habiendo avanzado a los 18 grados de Aries, ha ocasionado la
correspondiente diferencia entre los signos de las constelaciones y los puntos signados;
es, pues, necesario establecer la causa de esta progresión; esto es fácil en nuestra teoría;
no sé cuál sería la explicación en las teorías que no admiten la existencia de los
remolinos. Si el fenómeno debiera atribuirse al movimiento propio de las estrellas de
occidente a oriente, como afirman los defensores de la estabilidad de la Tierra, el avance
no sería tan lento como para que en tantos años desde Tolomeo hasta nuestros días,
haya cubierto únicamente 18 grados. Si hubiera que atribuirlo al movimiento sobre su
propio centro en el mismo sitio, como quieren otros que admiten el movimiento de la
Tierra, debería así mismo admitirse una progresión mayor: en ambas teorías no hay
razón para que la estrella no se desplace a mayor distancia por la misma vía, y no habría
explicación para un avance tan lento. En cambio en nuestra teoría todo se explica
mucho mejor.

49. El avance de las estrellas se realiza, pues, como efecto del remolino del sol
cuya circunferencia presiona sobre los que desde fuera se apoyan en él: los conmueve y
trata de hacerlos girar sobre su centro, lo mismo que a la Tierra y a los demás planetas,
en el sentido que cuadra con su movimiento espiral, en cuanto que el flujo que proviene
de él de derecha a izquierda, los mueve a girar de izquierda a derecha: no tiene, pues,
nada de extraño que también aquí actúe como lo hace con la Tierra. Pero por otra parte,

329
como es evidente, el efecto no puede ser exactamente igual en ambos casos, por
diversas causas: la desigualdad de los remolinos, su distinta gravitación, movimiento y
agitación, el obstáculo que presentan las diversas prominencias y concavidades, valles
líquidos y colinas, etc., fuera de que unos remolinos se mueven en un sentido y otros en
otro, ya sea de derecha a izquierda, ya de izquierda a derecha, ya hacia arriba o hacia
abajo, de una zona a otra, etc., en combinación de movimientos apropiada a la totalidad
de los remolinos; a esto se añade, como factor primordial, la multitud de estrellas que se
comprimen mutuamente y que difícilmente ceden su puesto. Todo esto se echa de
menos en la Tierra que en su medio fluido se encuentra enteramente sola. Por tanto no
todo puede ser igual en uno y otro caso. Sin embargo tiene que hacer algo el remolino
del sol en su continua presión sobre los remolinos externos. En conclusión, como al
menos los remolinos que se apoyan en la zona tórrida tendrán que ser impulsados en el
mismo sentido que la Tierra y los planetas, es decir sobre su propio centro de
occidente a oriente, mientras que los otros que dan hacia el empíreo y los polos, giran en
sentidos contrarios y distintos, aquéllos, al ser impulsados por el flujo oriental del sol,
no pueden menos de avanzar un tanto hacia la parte contraria, llevando consigo a los
demás remolinos por la misma ruta, lo que harían mucho más velozmente si no tuvieran
el continuo obstáculo de los remolinos laterales. Por consiguiente bien podemos
concluir que las estrellas, inmersas en sus respetivos remolinos, tienen que avanzar a
fuerza de tantas revoluciones y repetidos impulsos, al menos algunas líneas S.S.S. de
occidente a oriente, arrastrando consigo lentamente en la misma dirección a todo el
firmamento, cubriendo cada día al menos unos tres minutos y 56 segundo en su marcha
progresiva.

XIV- Respuesta a la Proposición 14ª. Se prueba la existencia de la materia ramosa

1. Por último trataré de analizar más de cerca y en detalle la materia del tercer
elemento, es decir la materia o elemento ramoso, que es el constitutivo de todos los
cuerpos compactos y terrestre, así como el primer elemento, o sea la materia sutil, es el
constitutivo de los cuerpos ígneos y celestes, y el segundo elemento, o sea la materia
globular, es el constitutivo de los cuerpos líquidos y aéreos. Este tercer elemento podría
desde luego ponerse en el segundo lugar tomando en cuenta su finura o sutileza y
velocidad, y aún en el primer lugar atendiendo a su propiedad especial que le capacita
para llenar todos los vacíos que quedan entre los glóbulos y los sitios de contacto de las
partículas impidiendo así cualquier posibilidad de vacíos, y esto más rápidamente que la
misma materia sutil. Sin embargo, como la materia ramosa no tiene capacidad intrínseca
para un movimiento tan rápido, porque como vimos antes, está compuesta de cantidad
de partículas de muy diversas figuras no aptas para los movimientos veloces, como son
las partículas triangulares, piramidales, curvas, espirales, estriadas, etc., que para llenar
aquellos intersticios necesitan el impulso externo de la materia sutil y de la globular,
con las cuales anda siempre mezclada, y como la materia sutil y globular son mucho
más veloces que la ramosa por estar compuestas de partículas extremadamente redondas
y sutiles, por eso frente a estas materias, el lugar que entre los elementos le corresponde
a la materia ramosa es el tercero. Además en la materia ramosa tienen su origen todos
los cuerpos sólidos: los terrestres y los de los planetas, las manchas del sol y de las
estrellas y los cometas, que son los cuerpos que corresponden al último y más bajo de

330
los elementos; está bien, entonces, que a la materia ramosa se le asigne el último lugar.
Se podría decir no sin razón que las partículas ramosas lo mismo que las globulares y
las de la materia sutil son los últimos y más pequeños elementos físicos, porque si bien
por el poder divino pudieran seguir dividiéndose hasta el infinito, de hecho en el actual
estado de cosas ello no será fácil, ya que debe señalarse un término para esas divisiones.
Esto no obstante, la posibilidad de división más que a las otras partículas corresponde
precisamente a las ramosas, porque sus partículas con la continua presión y movimiento
a que están sujetas en medio de los glóbulos por parte de la materia sutil, y con las
continuas inflexiones que tienen que sufrir al verse obligadas a entrar y salir por tantos
intersticios, cavidades y canales abiertos en formas tan irregulares, pueden adoptar
distintas configuraciones, al punto de que por ejemplo una partícula que antes era
piramidal, sin perder nada de la cantidad de su primitivo cuerpo, puede hacerse estriada,
o de estriada convertirse en piramidal, y así las demás partículas, cosa que parece exigir
la naturaleza misma de los remolinos.

2. Con todo, si vamos a considerar más de cerca la fuerza y poder de los remolinos
en su movimiento espiral, y si queremos saber cuál es la figura de la mayor parte de las
partículas de la materia ramosa que se ven continuamente impulsadas hacia el
conglomerado de los glóbulos, yo diría que hay que admitir lo que insinúa Descartes, a
saber que la mayor parte tiene la figura estriada. Esto se puede deducir de la misma
serie de glóbulos puestos en trance de movimiento espiral dentro del remolino. En
efecto, el movimiento espiral de los glóbulos de oriente a occidente no se interrumpe
por el hecho de que la materia ramosa que flota y abunda entre la materia sutil, circule
en el centro del remolino y a una con ellas sea impulsada y fluya en mayor abundancia
en dirección al ecuador; el movimiento de los glóbulos continúa inmutable.
Supongamos ahora que salen del centro partículas ramosas de forma piramidal y que se
propagan hacia arriba por el plano del ecuador: tendrá que chocar contra los glóbulos
del remolino que están moviéndose en forma de espiral, y con el choque harán mover a
las series de glóbulos inferiores más rápidamente que a las superiores; luego no puede
ser igual la presión y el impulso ejercido sobre las partículas piramidales; porque los
glóbulos que presionan sobre la base las impulsarán con más fuerza que los que
presionan sobre la parte alta; luego necesariamente producirán en ellas cierta inflexión:
éste es el comienzo de la espiral. Sigamos adelante: como los glóbulos no solamente
están dotados de este movimiento espiral, sino también de un movimiento de impulso
en línea recta, y de uno de sacudimiento en todas direcciones y finalmente del
movimiento de rotación sobre su propio centro, después del impulso que obligará a las
partículas piramidales a doblarse a la derecha o a la izquierda: con esto queda
conformada la primera espiral que luego al ir subiendo más y más por el remolino
encontrando siempre las mismas condiciones, llegará a su perfecta configuración. Ahora
bien, como todos los glóbulos están circulando continuamente por todo el remolino y
como allá van llegando a intervalos las otras partículas, es obvio que vaya
acumulándose una gran cantidad de materia estriada. Hasta se podría decir que ésta es la
razón para que los remolinos no se entremezclen: necesariamente tiene que repelarse
mutuamente como el aire y el agua debido a la gran diversidad de estrías que contienen,
las cuales no solamente no se avienen entre sí, sino que se rechazan. Pero al mismo
tiempo hay también otra serie de movimientos entre los vacíos de los glóbulos,
movimientos que van en todas direcciones y son causados por la materia sutil o por

331
algún otro factor: de ahí diversas otras porciones de partículas de toda clase de figuras,
que surgen en este tercer elemento, si bien no en tanta cantidad como las partículas
estriadas.

3. Todas estas partículas, pero sobre todo las estriadas son las que circulando en el
remolino en la forma indicada, del centro al ecuador y del ecuador hacia los dos polos y
nuevamente hacia el ecuador, constituyen las manchas de las estrellas. Las manchas
comienzan a crecer y engrosar primeramente alrededor de los polos y zonas adyacentes,
luego van avanzando poco a poco a las zonas templadas para llegar finalmente a la zona
tórrida y al ecuador de cada estrella, en donde una vez destruido el equilibrio,
conforman los cometas. Si continúan acumulándose hasta cubrir de costras todo el disco
de la estrella, se origina un planeta, es decir un cuerpo duro, compacto y sólido como el
de nuestra Tierra. Voy ahora a analizar en esta última parte precisamente la Tierra con
la luna y los demás planetas en relación con este tercer elemento de la materia ramosa.
Y lo primero, sostengo que no se puede negar la existencia de la materia estriada en
nuestra Tierra y además que esta materia es la verdadera causa del magnetismo, si bien
no tengo dificultad en admitir que las estrías que señalo como necesarias para el
magnetismo, son muy distintas de las que se forman en el proceso de circulación por
entre los glóbulos. Estas últimas pueden sin duda producir las manchas y en
combinación con otras partículas, pueden fácilmente conformar los cuerpos sólidos.
Pero la fuerza magnética se debe a una clase especial de estrías. Expliquemos su
naturaleza: como antes dijimos, no se puede negar que la materia ígnea está en continuo
movimiento giratorio en el centro del planeta y que dirige su fuerza de impulso
principalmente hacia la zona tórrida y el ecuador tratando de salir afuera, aunque sin
conseguirlo en la abundancia y proporción que correspondería a su empuje debido a
solidez y dureza de la zona; esto hace que vuelva sobre sí misma y que aumente en el
centro la fuerza de su movimiento a una con la materia restante. Persistiendo en su
empeño por liberarse a través de cualquier vía, acaba por fluir copiosamente por los
polos y las zonas frías que son las menos densas y compactas, más delgadas y con la
curvatura hacia adentro. Pero no hay que creer que esto se realiza con tanta facilidad y
sin el concurso de ninguna fuerza o impulso desde el interior, sobre todo ante el
obstáculo que presentan las nieves eternas de los polos que con el frío comprimen
fuertemente los poros; hace falta un impulso violento. Por lo mismo, muchas de las
partículas sobre todo del tercer elemento, antes de salir y debido a la dureza de la
concavidad se prenden en las paredes como clavos y para poder salir tienen necesidad
de ser golpeadas y empujadas como con un martillo por el flujo del movimiento central.

4. Supongamos ahora que innumerables partículas de forma cilíndrica quedan


clavadas en el interior de la concavidad, en dirección a los polos y con uno de sus
extremos adherido a su respectivo orificio y con el otro mirando al abismo de la
concavidad: ¿qué puede ocurrir? –la materia sutil que está dentro en continua
circulación y girando sobre sí misma impulsada siempre en la misma dirección,
comenzará por lamer los pequeños cilindros y empujarlos más y más hacia sus orificios
y pasando como la corriente de un río golpeará sobre las adherencias sacudiéndolos
constantemente. Como los cilindros no ceden fácilmente a causa de la dureza de la
concavidad que impide su salida, y sobre todo a causa del obstáculo que presentan las

332
nieves encargadas de obstruir los poros; y como además no se desprenden tan
fácilmente a causa de la estrechez de los orificios a los que quedaron adheridos, tendrá
que curvarse un tanto la parte de ellos que mira hacia el centro: éste es el comienzo de la
espiral. Pero como la materia ígnea es una porción de la materia sutil, cada una de cuyas
partes gira sobre su propio centro, y como además del movimiento general de toda la
materia ígnea en una misma dirección, existe este movimiento particular de cada
partícula sobre su propio centro, resulta que las partículas que chocan contra los
pequeños cilindros los irán volviendo cada vez más curvos: así los dos movimientos, el
general y el particular producen las estrías perfectas. Si se amasa un poco de cera entre
los dedos comprimiéndola con un doble movimiento, uno hacia delante y otro circular,
se forman también fácilmente estrías como las que estamos considerando. Ahora bien,
como aquellos movimientos se continúan sin interrupción y una partícula sucede a otra,
una estría a otra, siempre del mismo modo, éstas llegarán a perforar a manera de
taladros las paredes de los polos, se abrirán paso a través de la nieve, y empujadas
continuamente conservarán por fuerza su movimiento estriado, lleguen a donde
llegaren. Además las estrías correspondientes a un polo serán distintas de las que
corresponden al otro, porque si bien todas se forman igualmente por la acción del
mismo movimiento de la materia central, sin embargo ocupan distintos sitios, pues unas
se ubican en la parte derecha de la concavidad y otras en la izquierda; siendo esto así,
las partículas que se adhieren a la parte derecha, es decir a la pared del polo ártico
adoptarán una curvatura distinta de las que se adhieren a la parte izquierda, es decir a la
pared del polo antártico; habrá, pues, estrías que se curvan de derecha a izquierda y
estrías que lo hacen de izquierda a derecha. Esto explica fácilmente todo el misterio del
magnetismo.

5. Lo dicho debería bastar para admitir como principio indubitable el principio de


la materia ramosa, así no fuera porque nos empeñamos en querer ver y palpar las cosas
tal como son en sí mismas: estamos imbuidos de tantos prejuicios, que seríamos capaces
de negar hasta la existencia del aire que por momentos respiramos, por el hecho de que
no lo percibimos con nuestra mirada. A este paso podríamos negar hasta la existencia de
los efluvios y transpiraciones de nuestro cuerpo y de tantos otros elementos que existen
sin duda ninguna, como los delicados olores que percibimos sólo con el olfato, los miles
de átomos que al trasluz distinguimos con la vista, la cantidad de microbios que sólo a
través del microscopio podemos descubrir en el vinagre, en la leche, en el queso y otras
sustancias. Y cuántas otras cosas no descubrimos en los insectos con el microscopio. Él
nos permite por ejemplo comprobar que algunas veces la suciedad de los dientes se debe
a la acumulación de innumerables microbios; más aún, es probable que muchas
enfermedades del cuerpo humano, sobre todo la lepra y las infecciones venéreas no sean
sino acumulación de microbios. Tendríamos que negar de plano la existencia de todo
esto si nos empeñáramos en querer mirarlo a simple vista. No puede negarse la fuerza
magnética incluso por parte de quienes no están de acuerdo con Descartes y con la
circulación de los corpúsculos en torno al imán, aún cuando es un fenómeno invisible
que en la actualidad no podrá negar quien se precie de buen filósofo, toda vez que las
cualidades ocultas parece que hace tiempo es algo desechado por los peripatéticos, pues
aun cuando los seguidores de Newton parece que las quieren revivir, niegan sin
embargo que la fuerza de atracción sea lo mismo que las cualidades ocultas. Pues lo que
admitimos en el imán no hay razón para negarlo en la Tierra, que muy bien puede

333
llamarse el gran imán, ya que la materia convertida en espirales fluye desde sus polos,
para volver a circular continuamente de polo a polo por todo su remolino.

6. En todo esto nada puede haber de más verosímil que lo que hemos establecido
acerca de la materia estriada, ello explica bien su configuración y cómo fluye y circula a
través de los polos y continúa su movimiento sin ningún obstáculo por todo el remolino,
puesto que dondequiera que se encuentren las partículas concuerdan y cuadran muy bien
entre sí por la presencia de las estrías contrarias; explica también cómo entra por los
mismos polos, aunque por distintas vías y matrices de modo que los orificios que sirven
para la salida impidan la entrada y viceversa, gracias a la diversa forma de
enrollamiento de las partículas espirales. Como no podemos negar la existencia en el
imán de tales orificios, es fácil explicar también por estas mismas leyes el efecto de los
experimentos que con él se llevan a cabo. En conclusión, es la materia estriada la que se
lanza sobre todo lateralmente contra la materia del remolino del sol, de la que nos
ocupamos en la proposición anterior, dirigiendo de nuevo la mole de la Tierra desde los
trópicos hacia el ecuador; ella es también la que saliendo con ímpetu directamente por la
región de los polos, trata de avanzar manteniendo a toda costa su marcha de orientación
estriada; sino que al chocar contra las corrientes contrarias que con igual ímpetu le salen
al paso, es decir contra las partículas del remolino del sol con las que no puede
entremezclarse, vuelve atrás torciendo su dirección y tomando una ruta oblicua en torno
a la Tierra; ella es la que así continúa su marcha del uno al otro polo, oponiéndose a sí
misma en medio camino, como si fuera un doble río que corren en dirección contraria,
sin que por ello se estorben uno a otro, gracias a la total diferencia, congruencia y
conformación de las estrías, que explicamos hace poco, las cuales no impiden sino más
bien favorecen su continuo flujo; finalmente ella es la señora y rectora del imán, juez de
sus declinaciones e inclinaciones, soberana de las agujas y rosas magnéticas, la que
preside y acompaña el rumbo de los vientos, la esperanza de los navegantes y refugio de
los náufragos; es en fin alegría de los emporios, riqueza y gloria de Europa, prenda de
salvación y descubridora de este nuevo mundo.

7. El P. De Chales impugna en general la existencia de esta materia. Paso, pues, a


responder a sus objeciones, antes de entrar al estudio de la luna y otros cuerpos
importantes que faltan. A la primera objeción respondo la siguiente: no hay que pensar,
como se puede ver muy bien por lo que hemos dicho tantas veces, que el primer
elemento es tan líquido que no estén flotando en él muchísimas otras partículas del
tercero; hay que admitir necesariamente esto último, por varias razones: para no dar
lugar a la división actual de la materia hasta el infinito lo mismo que a la demora
interminable con que se debería recorrer una distancia infinita de unos glóbulos a otros
hasta llegar a cualquier punto de contacto, y también para asegurar la presencia de una
serie de partículas puntiagudas, a manera de cuñas o pequeños punzones o estopas que
la materia sutil va empujando, comprimiendo y fijando en todos los ángulos y orificios
que encuentra a su paso; esto es indispensable para evitar el vacío. Tengamos también
encuentra que por la misma razón aquellas partículas, aun cuando muy difícilmente
pueden perder algo de su masa, como quedó explicado, sin embargo cambian de figura
con cierta facilidad en razón de las diversas compresiones y torsiones a que están
sujetas; y este fenómeno es más bien frecuente, puesto que van pasando de las

334
inmediaciones de unos glóbulos a las de otros con extraordinaria violencia. Las
partículas ramosas, por lo tanto, tienen que ser más duras que la materia sutil que es
extremadamente fluida y sujeta a división indefinida más que las otras, pero también
más blandas que la materia globular; eso sí, las tres clases de partículas en cuanto a su
magnitud y dentro de los términos de su pequeñez, distan entre sí muchas parasangas.
Además todas las partículas mencionadas en primer término, son mucho más diminutas
que los orificios triangulares o vacíos que quedan entre los glóbulos. Y la razón es ésta:
muy bien podemos pensar que en uno solo de aquellos pequeños orificios, por mínimo
que sea, pueden caber innumerables partículas de muy diversa configuración: cae así
por Tierra toda la fuerza de la objeción de nuestro adversario.

8. Si entre los espacios triangulares tuvieran cabida partículas como las que
propone el adversario, sería verdad lo que él sostiene, a saber que no tendrían
posibilidad alguna de salida, porque supone que cada partícula por sí sola y sin
necesidad de mezclarse con otras llena completamente el espacio que ocupa entre los
glóbulos; pero ya dijimos que esto no puede ser, al probar que las estrías se originan en
los remolinos como resultado de los dos movimientos de los glóbulos, el movimiento
espiral de todo el remolino y el movimiento circular de cada glóbulo sobre su propio
centro; y es que este movimiento de torsión producido por el movimiento circular que
se transforma en espiral, da a las partículas la forma de caracol, tal como ocurre con las
estrías magnéticas en el centro de la Tierra por la acción del movimiento general y
particular de la materia ígnea; es lo que ocurre también, según el ejemplo que dimos,
cuando enrollamos una bola de cera entre los dedos dándole forma de concha o caracol
cada vez que se quiere. Y como las estrías se originan por el movimiento, torsión y
violencia que sufren a la salida por el contacto de los glóbulos y toman su figura
conforme al molde y medida de las estrechuras por donde pasaron, es claro que tienen
que ser extremadamente pequeñas y finas; por consiguiente bien pueden caber en los
espacios varios innumerable estrías junto con muchas otras partículas de diversas
figuras. Siendo esto así, el molde en que se forman las estrías no puede ser el espacio
triangular que se encuentra entre los glóbulos en el seno del remolino, como supone
Milliet, sino la compresión de los glóbulos en sus puntos de contacto, con el concurso
de los dos movimientos ya mencionados. Y como este proceso es continuo y se lleva a
cabo a lo largo de todo el remolino en perenne y total agitación, podemos imaginar la
gran cantidad de partículas en forma de caracol que se derivará, cantidad que será
mayor que la que corresponde a las partículas con otras configuraciones. Fluye de aquí
la respuesta a la siguiente objeción.

9. Digo, pues, que según nuestra teoría se explica por qué la materia estriada que se
acumula en torno a los polos de los remolinos, proviene desde la eclíptica o desde el
ecuador de los otos remolinos, lo cual explica a su vez la intercomunicación y esa
especie de común circulación sanguínea que se da entre los remolinos con seguridad al
menos en lo que se refiere a las partes más sutiles, o sea los efluvios y transpiraciones.
Aun suponiendo que aquellas partículas provengan del ecuador y de la zona tórrida de
su propio remolino, siempre será verdad que las espiras y caracoles se forman mucho
mejor en la vecindad de los polos y que allí se encuentran en mayor abundancia que en
ninguna otra parte; esto último, como es sabido, por la menor agitación de la materia

335
junto a los polos, y lo anterior por cuanto esta misma agitación menor de la materia
contribuye para la mejor formación de las estrías. En efecto, en esa zona los glóbulos
sufren menos agitación que en el ecuador y en la zona tórrida y su compresión es
también menos fuerte y no dejan pasar tantas partículas (sea cual fuere su figura) de un
espacio triangular a otro, como ocurre en el ecuador y en la zona tórrida por la mayor
movilidad de los glóbulos; por lo mismo también resultan más perfectas las partículas
que conforman. Con toda razón se puede decir entonces que junto a los polos se
producen una mayor abundancia de estrías y que allí hay mayor abundancia de todo
género de partículas de diversas figuras que en ninguna otra parte y no hay que
extrañarse de que ahí se condensen las manchas con mayor facilidad; pues como dice
muy bien Milliet, si se formara una partícula estriada que pudiese llenar con su cuerpo
todo el espacio triangular que se halla entre los glóbulos, no podría salir de allí, tanto
por la resistencia del cuarto glóbulo a la salida, como por las ramificaciones que
extendería para ocupar en lo posible todos los ángulos en aquel espacio. Por lo demás,
no siendo esto algo imposible y pudiendo deducirse que tiene lugar con muchísima
frecuencia, al menos en caso de que muchas partículas ramosas se condensen en un solo
cuerpo adhiriéndose unas a otras con sus ganchos, tendremos que admitir que esto es lo
que de hecho sucede cuando comienzan a formarse las manchas. Esto supuesto, nadie
podrá negar que una ingente mancha o costra bien puede ser efecto del pequeño
principio de estos cuatro glóbulos unidos en un solo cuerpo y de la adición continua de
más y más del mismo género.

10. Esto explica también por qué dicha materia no puede regresar por la misma ruta
por donde vino, sino que necesariamente tiene que dirigirse al centro. Y es que, así
como la materia que adviene empuja la materia que se encuentra en los polos, así
también sufre el empuje de otra: como una ola empuja a otra ola, así la materia empuja a
la materia; y esto es lo que ocurre por toda la circunferencia, en un movimiento que va
del ecuador hacia los dos polos en los remolinos de las estrellas, y de los polos hacia los
polos en los remolinos de los planetas. La razón de esta diferencia está en lo que hemos
dicho antes: lo que tiene lugar en los remolinos de las estrellas por el ecuador hacia cada
uno de los polos, debido al mayor impulso directo de la materia en esa dirección, tiene
lugar también en los remolinos de los planetas pero del centro hacia los polos, debido al
impulso indirecto que sufre la misma materia por esa ruta: en los planetas la densidad de
la zona tórrida impide lo que la fluidez permite en las estrellas. Pero lo mismo que
hacen las estrellas por vía directa, hacen también los planetas por vía indirecta, según la
ley de la naturaleza ya tantas veces mencionada, en virtud de la cual un movimiento que
no puede continuar en una dirección, toma otra distinta sin peligro de que haya
confusión de movimientos; esto se ve claramente en los remolinos de las estrellas, en
que la materia que es impulsada desde el ecuador se divide y se dirige hacia los dos
polos, y en los planetas, con las estrías enrolladas en sentido contrario se dirige de un
polo al otro, cambiando su movimiento directo que tiene tanto en el ecuador como junto
a los polos, en movimiento circular, en razón de otros remolinos que presionan desde
fuera.

11. Es fácil también la solución y respuesta al tercero y cuarto argumento u


objeción. Es falso que no puedan producirse estrías con movimientos adecuados para
ello, y no es verdad lo que dice Milliet, que para que se forme un caracol o concha, tiene

336
que haber un agujero firme y consistente en el que se introduzca la partícula, o al menos
que esté firme el cuerpo que se ha de transformar en concha; no es así, como se
evidencia en el trozo de cera que se mueve entre los dedos, en donde aunque nada está
firma e inmóvil, sin embargo se pueden formar espirales con toda facilidad. Y la razón
es que para lograr este efecto no hace falta sino que el cuerpo que se transforma en
espiral se mueva más lentamente que la espiral o que ésta se mueva más lentamente que
el cuerpo, o si el movimiento es igual, que el impulso venga desde lados opuestos; como
quiera que sea, se formará la espiral. Según esto, si los glóbulos del remolino se mueven
con más rapidez de lo que conviene, o si saltan de una parte a otra, o si el impulso
proviene de un mismo lado, la partícula que sale formando contacto con ellos no
adoptará la forma de espiral, como tampoco llegaría a cuajar en la fragua una varilla de
hierro si durante el proceso se rompiera el molde o la matriz en que se la introduce. Pero
si se cumplen las condiciones necesarias, se torneará sin dificultad. Si la actitud del
remolino decae, lo único que hará es disponer la materia para la formación de manchas
o costras. El hecho de que Descartes no se empeña aquí en hacer distinción entre las
partículas estriadas y la materia del primer elemento, porque como dice, no producen
ningún especial efecto mientras están flotando en él, no hace el caso, porque hay cosas
que desde distintos puntos de vista pueden muy bien confundirse y mirarse como si
fuera una sola cosa, aunque por separado y en sí misma sean muy distintas. Así por
ejemplo, no solamente dos de los elementos superiores sino los tres juntos, si se
comparan con los terrestres e inferiores, podrían considerarse como un solo elemento
simple que llamaríamos éter. No por eso va nadie a deducir que el éter no consta de muy
diversas partículas y no tiene distintos grados de fluidez. El agua y el aire son de tal
naturaleza que sus partículas nos parecen iguales; sin embargo sus diversos efectos que
son muchísimos, nos dicen claramente que son partículas muy distintas entre sí: ¿por
qué no podemos suponer lo mismo respecto del primer elemento de Descartes?

12. Para tener una visión más clara en este punto, analicemos con más precisión,
aplicándolo al aire, lo que vamos diciendo. ¿No flotan en este elemento tantísimas
partículas diferentes entre sí hasta el punto de no poder contar su número? Son
innumerables las partículas que provienen de diversos compuestos y que las llamamos
simplemente vapores y exhalaciones: partículas nitrosas, oleaginosas, bituminosas,
gredosas, sulfurosas, de vidrio, de alumbre, de agua, de tierra, ígneas, espirituosas y
provenientes de toda clase de metales. etc.; hay también toda suerte de olores, efluvios,
transpiraciones, corrupciones, venenos, fermentaciones, pestilencias, etc. Todas estas
partículas al mezclarse con el aire no pueden menos de introducir variaciones en su
grado de fluidez y en su misma constitución: sin embargo se suele considerar al aire
como una sola cosa en sí misma y sin mezcla; así Descartes considera aquí su primer
elemento sin separarlo del tercer elemento y tampoco distingue las estrías y otras
partículas que flotan en él, precisamente por el hecho de estar así flotando; analiza,
pues, todo ese conjunto como si fuera uno solo compuesto de muchas partículas,
incluido el tercer elemento aunque éste en realidad es muy distinto del primero como se
ha explicado ya suficientemente. Se podría, eso sí, admitir que las partículas estriadas
conservan su figura en el seno del sol mejor que cuando se deslizan por entre los
estrechísimos espacios de los glóbulos, aunque no pueden permanecer allá mucho
tiempo debido a la agitación y a la fuerza de impulso proveniente del centro. Al
desplazarse por todo el remolino podrán cambiar muchas veces de figura, pero sin

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perder nada de la mole de su cuerpo; incluso no faltarán partículas que en casos
excepcionales se conviertan en materia sutil, u otras que puedan nacer de los glóbulos, y
viceversa, puede haber glóbulos que nazcan de esas partículas o incluso de la materia
sutil. Esto no tiene mayor importancia. Lo cierto es que estos procesos no rebasan la
medida de la cantidad primitiva de movimiento a que tantas veces hemos aludido antes,
y que es la que domina y regula todos los efectos que pueden darse en la naturaleza.
Pero esto, si bien pude ocurrir en casos excepcionales, no puede admitirse de ley
ordinaria. Sea cual fuere la explicación para las generaciones y corrupciones de los
elementos, prescindiendo de ellos siempre será verdad que la mayor cantidad de estrías
corresponde a las partículas de la materia ramosa por sobre todas las demás. Si se trata
de las manchas y de los demás cuerpos terrestres, para cuya composición se originan
estas partículas, habrá que distinguirlas cuidadosamente de las otras; pero fuera de este
caso se las puede considerar como formando parte con otras partículas de distintas
figuras de un mismo elemento, y aun se podría considerar sin ningún peligro como una
sola cosa los mismos elementos, el tercero con el primero, éste con el segundo, éste con
el tercero, y todos juntos, según lo permitan o exijan las circunstancias.

13. Digo, pues, para completar mi respuesta en esta materia, que de todos estos
elementos y partículas en conjunto se originan las costras que llamamos manchas, de las
cuales nos hemos ocupado ya lo bastante. Quisiera añadir sólo un ejemplo que utiliza
aquí Descartes, y contra el cual propone todavía sus dificultades el ilustre matemático.
Vemos, dice Descartes, que los licores o líquidos que hierven al fuego, producen
espumas que luego son absorbidas por el mismo líquido; así las partículas estriadas
impulsadas por el calor del sol se convierten en manchas y a veces son de nuevo
absorbidas por el sol; pero Milliet sostiene que esto no tiene validez. Sin embargo, y con
perdón del ilustre adversario, a mi entender esta es una comparación excelente: no es
que este fenómeno se deba a la mayor ligereza como la entiende Milliet en su teoría,
sino en el sentido en que la hemos explicado ya en otro lugar al tratar de la gravedad y
la ligereza. En efecto, por lo mismo que las partículas estriadas se supone que son
mayores que las de la materia sutil en la cual están flotando, mientras ésta se aleja en
forma de espiral hacia la circunferencia del remolino, aquellas se detienen en las
inmediaciones del centro, en lo cual consiste la naturaleza de la ligereza y la gravedad;
por consiguiente, así como la espuma de los líquidos es impulsada hacia arriba por ser
más ligera, es decir porque sólo ahí encontramos su equilibrio, así también las manchas
se ven impulsadas porque son más ligeras y encuentran su equilibrio precisamente en
ese sitio: en esto consiste la paridad. Además hay otra cosa: la materia sutil, en la que
flotan las conchas, se agita y se precipita siempre con tal ímpetu a una con las demás
partículas de diversas figuras del tercer elemento, que no puede arrebatar más
velozmente todo lo que contiene, como un rápido torrente que se precipita desde la
montaña llevando consigo lodo, piedras, terrones, árboles y a veces hasta rebaños de
bueyes y ovejas, y lleva más rápidamente los cuerpos cuya figura se presta más para ser
arrastrados y detenidos más firmemente en el agua, como los troncos nudosos, que si no
los detiene las desigualdades de la ribera o alguna otra cosa son arrastrados a mayor
distancia: pues así y mucho más arrastrará la materia sutil a la materia ramosa que no se
puede separar de ella tan fácilmente debido a sus ramificaciones, estrías, conchas,
ganchos, puntas y demás figuras irregulares que como si fueran amarras se agarran
tenazmente a lo que encuentran. Y si todas estas partículas y elementos se juntan y

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condensan como formando un solo conjunto, como sucede también con los deshechos
que lleva el río, ¿qué puede esperarse sino una especia de coagulación, el
amontonamiento de troncos, una como nube, humo, espuma o costra, o lo que llamamos
mancha? pero ésta será luego empujada hacia donde es más violento el ímpetu del
remolino, es decir hacia el ecuador, aunque se haya formado junto a los polos; esto se
confirma con la experiencia, puesto que no se encuentra ninguna mancha más allá del
grado 30 a uno y otro lado del ecuador. Pero si luego la materia del sol la empuja con
tanta fuerza que llegue a disolverse, acabará por ser absorbida por el sol como la
espuma por el líquido o los troncos por el torrente.

14. Además hay otro hecho en que se ve aun mejor la paridad del ejemplo dado:
las partículas de los líquidos que forman espuma, indican que hay en ellas algo que falta
en las demás partículas con las cuales están flotando; porque si no, también estas otras
partículas formarían fácilmente espumas; ¿y qué puede ser aquello que no tiene estas
partículas, sino la especial configuración que hace que coincidan y cuadren mejor unas
con otras y que tengan entre sí una cohesión más estrecha? por eso es más difícil que
puedan separarse y que con el calor del fuego se transformen en espuma; en cambio las
otras que tiene figuras distintas y que no encajan bien unas con otras ni se asimilan a las
primeras, no tienen nada que impida su elevación a la superficie. Pues bien, así como la
violenta agitación sufrida por parte del fuego que desde fuera conmueve todo el líquido,
es señal de que las partículas espumosas tienen una figura distinta de las demás con las
que están mezcladas en el líquido, así también la agitación y el empuje de la materia del
centro hacia el ecuador y los polos será señal de que las partículas que se concentran en
una determinada parte, son de figura distinta que las demás: aquí está el quid de la
comparación; comparación tanto más perfecta cuanto que las manchas que se van
formando se pueden considerar como una especie de espuma concentrada: al comienzo,
mientras se van acumulando las partículas, se ve aparecer como una humareda o nube,
luego viene la espuma, en seguida una como escoria y materia gruesa, y finalmente un
cuerpo sólido y compacto, salvo el caso en que todo ello sea absorbido por la voracidad
del sol, lo que sucede con frecuencia. En resumen, así como la espuma puede ser
absorbida fácilmente por el líquido al retirarse la materia ígnea que producía la
expansión, y al ir bajando al fondo nuevamente las partículas que habían subido a la
superficie, así al irrumpir a su vez una mayor abundancia de materia expulsada desde el
centro y al chocar contra el obstáculo que suponen las manchas, todo se puede
desmoronar fácilmente, la nueva fuerza desbarata la mancha, reduciéndola a mil
fragmentos, absorbiendo las partículas y presionándolas contra el mismo centro, en
donde chocando unas con otras y a fuerza de fricciones y golpes, vuelven a adoptar su
primitiva figura y convertirse en parte del primer elemento.

15. Otros puntos como el color de las manchas y el hecho de que se transforman
en teas o antorchas, como explica Descartes, no carecen de probabilidad; ¿por qué las
manchas no han de poder acabar en punta a la manera de un prisma triangular a efectos
de reflejar los colores, siendo como son más gruesas en le medio de su cuerpo y más
delgadas en sus extremidades? efectivamente, la materia que proviene de fuera y busca
el centro del sol, habrá de detenerse y acumularse evidentemente con más facilidad en el
centro que en los bordes del cúmulo que necesariamente vienen a ser más delgados que

339
las demás partes internas. Las manchas son como montes invertidos con sus cumbres
orientadas hacia la Tierra y con sus bordes como aguzados y en forma de filamentos, al
igual que las bases y partes ínfimas de los montes que se extienden por la llanura y son
bañadas en mil formas por el agua: así las manchas por la parte que mira al centro del
sol son alimentadas por todos los lados por la materia sutil, y por la parte que mira hacia
nosotros, están pendientes con su dorso y su giba sobre la zona globular, con sus
extremidades terminadas en punta. Así se entiende muy bien cómo forma en sus bordes
y extremidades un ángulo a propósito para reflejar la luz y representar los colores como
lo hace un prisma triangular. Este mismo fenómeno se advierte en las nubes cuando se
las mira bajo determinado ángulo: al reflejar la luz entre una gran variedad de colores,
blanco, amarillo, rosado, violeta, azul, a través de sus cendales de rizadas urdimbres,
ofrecen a la vista un espectáculo de lo más apacible y encantador. Si es verdad que esas
llamas o pequeñas antorchas son producto de una rápida transformación de las manchas,
es algo que sin duda debe explicarse enteramente de acuerdo con la teoría de Descartes:
puede darse un aflujo tan copioso de materia proveniente de fuera y una cantidad tan
grande despedida desde el ecuador o de otros remolinos, que chocando de frente y por la
espalda en la parte alta de la mancha y gravitando sobre ella con más fuerza de lo
acostumbrado, la sumerja enteramente y de una vez por todas en la misma materia del
sol que se agita continuamente en el centro y haciendo que ésta se eleve a gran
velocidad sobre la parte contraria y forme la antorcha protuberante, cuyo origen estamos
indagando. No es difícil que ésta, desplazándose después a impulsos de una fuerza
externa, se vea expulsada de nuevo por el sol y vuelva al lugar que ocupaba antes: ¿qué
problema puede ocasionar esta explicación?

16. De todo lo anterior concluyo que no hay un solo punto de los recriminados
por tan ilustre Padre a tan perspicacísimo autor, que, una vez consideradas bien todas las
cosas, se manifieste como contradictorio, imposible, absurdo, peligroso o menos
conforme a la razón. Así es como al menos yo entiendo su sistema. Pero si él mismo
sostiene algo diferente, o si otros cartesianos discrepan en muchos puntos de su
doctrina, yo no saldré fiador de ellos. Una sola cosa sí reclamo, y es punto que lo
considero como corona y lustre de mi propia doctrina, y es que se reconozca la
existencia de las formas sustanciales. Fundamento mi sistema en los dos principios, el
de la materia cartesiana y el de la forma aristotélica, sin adherirme enteramente a
ninguno de ellos sino tomando un camino intermedio, es decir aceptando por una parte
la teoría de la materia de Descartes y por otra la de la forma aristotélica, y afirmo que el
mundo y la naturaleza están constituidos en la forma que hemos explicado en todo lo
que antecede. En el mundo tienen que conservarse siempre la misma cantidad de
movimiento y la misma cantidad de reposo, debiendo llamarse tanto la una como las
otras leyes de la naturaleza. Y así como para la producción del movimiento se requiere
algún principio, para no recurrir inmediatamente a la causa primera, y este principio es
la materia cartesiana, así también y por la misma razón, para asegurar el reposo se
requiere otro principio, y éste es la forma aristotélica. Porque la quietud o reposo que
aquí defendemos no es otra cosa que la negación de un mayor movimiento, toda vez que
el reposo total y absoluto, como dijimos en otro lugar, es cosa imposible. Pero decir que
esa negación de un mayor movimiento es efecto del mismo movimiento no sería
conforme a la razón, puesto que el movimiento por sí mismo no puede producir sino
movimiento, no negación del mismo movimiento; de lo contrario habría algo que estaría

340
tendiendo a la destrucción de sí mismo y produciría por sí mismo su propia negación;
luego dicha negación debe provenir de otro principio, y éste no puede ser otro que la
forma aristotélica; luego existe dicha forma. Si se dijere que el movimiento produce
indirectamente ese efecto, porque el cuerpo que mueve pierde tanta cantidad de
movimiento cuanta comunica al cuerpo que es movido y que, por tanto, sin necesidad
de otro principio ya se da en el cuerpo que mueve la negación de la correspondiente
cantidad de movimiento, respondo que, aunque así fuera, sin embargo sigue siendo
verdad que no se puede llegar al reposo absoluto; y lo que se busca es la causa directa
de esta imposibilidad, causa que evidentemente se funda en algo positivo, y algo que no
puede ser la negación de todo movimiento, porque, si no, sería posible aquello mismo
que se supone imposible, ya que la negación de todo movimiento es formalmente el
reposo total y absoluto.

17. Por consiguiente, la causa verdadera y directa de aquella imposibilidad es


algún obstáculo positivo e intrínseco al objeto, obstáculo que no puede ser un
movimiento, como es evidente, ya que un movimiento no puede ser obstáculo para otro
movimiento. No vale decir que un cuerpo no puede llegar a estar en reposo absoluto
porque siempre está con algún movimiento: entonces resultaría que el cuerpo que choca
contra él no perdería nada de su movimiento, porque no chocaría contra ningún
contrario, sino que más bien aumentaría su movimiento, tal como se aumenta el
movimiento del cuerpo que recibe el impulso, toda vez que un movimiento añadido a
otro movimiento aumenta el movimiento. El obstáculo que estamos indagando tampoco
puede ser la negación del movimiento, como ya quedó clarificado. Finalmente, no
puede ser el mismo reposo, porque entonces se niega el supuesto de que pueda haber
reposo en este sentido, ya que tendría que ser reposo absoluto, y éste es imposible, ni
hay cuerpo que no tenga algún movimiento; luego aquel obstáculo tiene que ser algo
distinto. No hay más que los poros del cuerpo, su disposición interna, los filamentos y
diversos ligamentos, la dureza, la inflexibilidad, etc.: todo esto sirve de obstáculo, pero
tomado en sentido vago y general, porque volvemos a lo mismo y podemos
preguntarnos ¿cómo vienen a ser obstáculo? ¿cómo adquieren consistencia estos
elementos? ¿por qué sus partes permanecen unidas durante tanto tiempo? ¿por qué no se
disgregan? ¿por qué cada uno de estos elementos y partes tiende con tanta fuerza a su
propia conservación y reparación? ¿no son todas ellas indiferentes tanto para separarse
como para unirse? ¿cómo se quita esa indiferencia? ¿por qué algunos elementos exigen
unas veces la unión antes que la separación, y luego ésta antes que aquélla? Y estando,
como se supone, en continuo movimiento, ¿cómo pueden resistir el movimiento que
sobreviene? y ¿cuál sería el principio de esa resistencia? Es preciso dar una razón de
todos estos fenómenos, para no recurrir inmediatamente a Dios. Porque así como hay
una razón para establecer un principio concreto y fijo de la movilidad, tenemos que
concluir que debe haber otro principio directo, positivo y estable del reposo. El
principio del movimiento es la materia cartesiana; luego el principio del reposo tiene
que ser la forma aristotélica.

18. Y aquí me detengo no sin dolor. El repasar en Descartes, mi Autor que tengo
a la vista, la última parte, objeto de nuestro estudio, no puedo contener las lágrimas: lo
que me hiere en lo más íntimo es que un Padre tan conspicuo haya acabado sus días sin
terminar su obra: hecho que debe sentir más que nadie el mismo Descartes. Porque así
como Alejandro acrecentó su fama por obra de Darío y César por Pompeyo, así

341
Descartes lo hace por medio de Milliet. Pero mitigan mi dolor las ideas y puntos que
logró desarrollar hasta aquí, por su mérito y amplia trascendencia, pues son ideas que
como en germen encierran todas las demás. En ellas tenemos, al par que verdaderos
principios filosóficos, los tres elementos de la naturaleza, es decir los tres medios que
utilizó Dios en la creación de los seres, cuando con el aliento de su boca que se cernía
sobre las aguas, sacó del caos y la confusión general, la belleza y armonía del mundo,
comenzando por la producción de la luz, y dividiendo luego las aguas de las aguas,
haciendo surgir la Tierra de en medio del agua y finalmente colocando al sol, a la luna y
a los demás luminares del firmamento como señales de las estaciones, de los días y los
años. ¿Qué más podemos esperar? Esto es precisamente lo que nos dice la Escritura y lo
que, apoyados en la hipótesis cartesiana, defendemos como verdad, dejando en la niebla
de lo ficticio otras muchas circunstancias que pudieran estar en contradicción con esta
única historia. Pero aquí aparecen claramente, si no me equivoco, los tres elementos que
hemos analizado hasta ahora, a saber la materia sutil en el espíritu de Dios, en las aguas
superiores o remolinos, la materia globular, y en la tierra, la materia ramosa.

19. Si se me permite hablar un poco en sentido acomodaticio, diría que muy bien
se compara el primer elemento por su movilidad y velocidad, con el aliento de la boca
de Dios, como prontísimo y fidelísimo ejecutor de su voluntad y siervo diligentísimo
preparado para todo, puesto que nada hay en el mundo más veloz que este primer
elemento. Y ¿qué es el segundo elemento sino el conjunto de aguas superiores
separadas de las inferiores? en otras palabras, los diversos remolinos de las estrellas del
firmamento; de ellos se dice que se separaron unos de otros, porque la materia sutil que
al tiempo de la primera confusión, revoloteaba y giraba en muchas zonas como en
conjunto separados, puso en movimiento y distribuyó aquel fluido en los diversos astros
que ahora podemos enumerar. Finalmente la tierra emergió de las aguas y representa
precisamente el tercer elemento. Esto quiere decir que la Tierra en un primer estadio de
su formación cubrió de manchas todo su cuerpo perdiendo el equilibrio con los
remolinos cercanos a ella y desplazándose hacia afuera como un cometa; luego fue
acumulando más y más costras y barreras en su circunferencia volviéndose más pesada
hasta convertirse en planeta, al mismo tiempo que era empujada hacia el remolino del
sol; ya en este punto, al no encontrar el equilibrio necesario en la parte superior, se
precipitó a una zona más baja; pero su descenso fue más bajo de lo que exigía su propia
gravedad; entonces volvió a subir hasta encontrar el sitio de equilibrio que es el que
ahora ocupa; fue un proceso parecido al que atiene lugar en una bola de cera que se
arroja con fuerza dentro del agua: penetra y baja muy adentro, pero luego es empujada
por la misma agua hacia la superficie. Podemos, pues, decir que se podía ver cómo todo
el remolino de la Tierra salía a flote surgiendo de las zonas inferiores, y cómo su parte
árida brotaba de entre las propias aguas que la cubrían. Tenemos así descritos en la
Sagrada Escritura los tres elementos: pues así como son tres los que dan testimonio en
el cielo, a saber el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, así son también tres los que,
como imagen y figura de su Creador, dan testimonio en la Tierra, a saber el espíritu, el
agua y la sangre; es decir, en un cierto sentido acomodaticio, el espíritu o materia sutil,
el agua o materia globulosa, y la sangre o materia ramosa; porque también estos tres
elementos son obra de Dios, y obra en la cual resplandecen igualmente la omnipotencia,
la sabiduría y el amor de su Creador.

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20. Habiendo, pues, examinado ya estos tres elementos, y siendo éstos los
principios de todos los entes naturales y como abundosa fuente de la que se derivan
innumerables ríos y las causas generales de todos los efectos y la raíz de la explicación
de todos los fenómenos, no hay nada más que podamos echar de menos. Todas las
deducciones particulares fluyen de ellos, y más fácil resulta dar razón adecuada de algún
caso en particular en cualquier sistema de doctrina, que conocer clara y distintamente
los primeros principios. Esto solo, sin embargo, no basta para establecer un sistema,
como no bastan para construir un aparato mecánico, las diversas partes fabricadas si se
quiere con elegancia y según las reglas de la técnica por distintos artífices, pero sin que
éstos hayan seguido un mismo principio y hayan tenido presente una misma idea
respecto del aparato. En fallando esta condición, jamás llegarían a ponerse de acuerdo, y
cada uno pensaría de distinta manera, en cambio si todos se guían por una misma idea,
todas las partes encajarán muy bien aunque hayan sido hechas por distintos artesanos.
En nuestro sistema todo concuerda; no hay puntos incongruentes y que estén en
oposición con otros; todos encajan muy bien y dependen unos de otros con admirable
coherencia. Bien entendidos y asimilados los principios generales, y bien concebida la
idea de todo el conjunto, no podrá haber cosa en particular sin su conveniente y
adecuada razón; y no se formularán argumentos partiendo de lo particular para concluir
lo general, sistema muy peligroso y sujeto a cualquier error, sino que de lo general se
deducirá lo particular, conforme a los dictámenes y procedimientos de toda verdadera
doctrina. Pues bien, estos tres elementos se apoyan únicamente en dos principios, que
son el movimiento y el reposo, o sea la materia y la forma; tan necesario es el un
principio como el otro, porque en toda la naturaleza hay siempre algún movimiento y
también algún reposo, y no se puede entender el movimiento sin algún reposo, ni se
puede concebir éste sin algún movimiento; y esto es verdad no solamente tratándose de
las realidades superiores y generales, es decir las que podemos alcanzar sólo con la
mente, sino también de las inferiores y particulares que, por decirlo así, pisamos con los
pies.

21. Hay, pues, movimiento al producirse las tempestades, los vientos, los rayos y
truenos; hay movimiento en los vapores, las exhalaciones, la nieve, el granizo, la lluvia;
en el fenómeno del magnetismo, en el flujo y reflujo del mar, en los ríos y torrentes, en
las ebulliciones, condensaciones y fermentaciones; las llamas y el fuego, como es
evidente, están en perpetuo movimiento. Van así mismo acompañados de movimiento
los sacudimientos de la tierra y los estremecimientos de las cumbres, los ruidos
subterráneos, las llamas y humaredas y los fuegos que brotan de las entrañas del suelo,
etc. ¿Cuál de estos fenómenos no van acompañado de movimiento? No se hace sin
movimiento la fabricación del oro y de los demás metales, como tampoco la
fosilización, o la formación de las piedras y mármoles. ¿Pueden tener lugar sin algún
movimiento la yuxtaposición, la nutrición, el crecimiento, la transpiración, los efluvios,
etc.? ¿Y qué otra cosa es nuestra propia vida, sino continua circulación, pulsación,
respiración y movimiento? respiración que se repite 1450 veces cada hora, pulsación
que se repite 64 veces cada minuto y 3840 cada hora, y circulación de la sangre que
impulsada por el corazón hace su recorrido completo tres veces por hora. No hay cosa
que se pueda imaginar que no tenga algún movimiento. En el mismo proceso del
pensamiento experimentamos algo que aunque no sea verdadero movimiento, no se
puede explicar sino diciendo que sentimos algo que nos conmueve en alguna forma. Y

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así como todo está en movimiento, si bien se consideran las cosas veremos que todo
está acompañado de reposo, y que no se puede entender el movimiento sin la inclusión
del algún reposo. Efectivamente el movimiento puede aumentar en el cuerpo móvil más
y más hasta el infinito; pero esto no se puede entender a menos que, al tiempo que se
acelera no se haya dado previamente dicha aceleración en dicho cuerpo, y por tanto que
haya carecido de los gados de movimiento que después adquiere, pudiendo decirse que
adquiere tantos grados de movimiento cuantos tuvo antes de reposo, puesto que el
reposo y el movimiento son correlativos en cuanto al aumento y disminución, de modo
que los grados que se aumentan al uno, se quitan al otro, y viceversa; siendo, pues,
infinitos los grados de aceleración que puede adquirir el movimiento, son también
infinitos los grados de reposo que se le pueden quitar.

22. Por consiguiente hay algún reposo en el fenómeno de las tempestades, los
vientos y los rayos; en la lluvia, la nieve y el granizo; en el magnetismo y en el flujo del
mar y de los ríos; en el fuego, los ruidos subterráneos, los sacudimientos, las
erupciones; en la formación de los fósiles, en la nutrición, en los efluvios, en la
fermentación. ¿Puede dispararse una bala de cañón sin que intervenga algún reposo?
Después de disparada la flecha, ¿podrá la cuerda del arco volver a su primer estado sin
haber tenido primero algún reposo en su estado de tensión? Nuestro mismo corazón,
nuestros nervios, venas y arterias ¿podrán ponerse en situación de ejercer sus diversos
movimientos y pulsaciones sin haber contado primero con un instante de reposo?
¿Cómo podría la fuerza locomotiva mover el pie o el brazo a una y otra parte, hacia
arriba o hacia abajo si antes del acceso o del alejamiento de los espíritus animales a los
músculos conforme a la exigencia del respectivo movimiento, no hay un elemento fijo y
en reposo, que desate o restaure los lazos de la elasticidad y que obligue a los espíritus a
acudir más o menos pronto, en mayor o menor abundancia, al instante o paulatinamente,
según lo exijan las circunstancias? La elasticidad, en la cual consiste cualquier
movimiento, para poder dirigir su acción a una u otra parte en el instante en que cambia
su dirección alternando sucesivamente sus vibraciones, se instala un poco en reposo,
porque si no, no habría razón para ningún cambio. Y si no, pregunto yo: ¿Qué es el
intervalo que hay entre una y otra vibración? ¿acaso nada? No se puede decir que es una
nada, porque allí se percibe o se concibe algo real. ¿Será un movimiento? No puede ser,
porque no se podría determinar a qué vibración pertenece. Luego tiene que ser algún
reposo, porque si es algo y no es movimiento, no puede ser otra cosa sino reposo. En
resumen sea cual fuere la cosa de que se trate o en que se piense, en todo movimiento
debe necesariamente concebirse algún reposo. En resumen sea cual fuere la cosa de que
se trate o en que se piense, en todo movimiento debe necesariamente concebirse algún
reposo, y esto por el mismo hecho de que se mueve y por ser verdad que puede moverse
siempre con más velocidad. Esto se ve principalmente en lo que sucede con el
pensamiento: aunque a uno le parezca que al pensar, en cierto modo se mueve, sin
embargo siente que está en reposo. Más aún, a menos que con un acto reflejo piense en
la unión que existe con el cuerpo, no solamente no advierte el movimiento, sino que no
sabe en realidad en dónde está, y opera como si no estuviera ocupando algún lugar, sino
como si estuviera sólo dentro de sí mismo. Por tanto, hay reposo en todas las cosas,
como hay también movimiento. Y el reposo, como dije, no puede atribuirse sino la
forma aristotélica, como el movimiento a la materia cartesiana.

344
23. Una vez establecidos los principios generales con los tres elementos que
hemos mencionado como instrumentos primordiales de las operaciones de la naturaleza,
para terminar voy a demostrar con algunos ejemplos concretos cómo ciertos fenómenos
particulares que se creen de lo más difíciles y que hasta ahora ninguna hipótesis les ha
explicado sin algún tropiezo, en nuestro sistema encuentran una fácil y clara solución.
Entre estos fenómenos está en primer lugar la luna con su curso tan irregular que jamás
se ha sujetado a leyes fijas; luego la declinación de la aguja magnética, el flujo y reflujo
del mar, y finalmente el curso no menos irregular de los planetas y los cambios en los
nodos de cada uno de ellos. Si logro explicar adecuadamente todos estos fenómenos,
estoy seguro de que habré introducido las reformas del caso en el sistema de Descartes,
reivindicado a su autor ante todo tipo de adversarios, y devuelto a la concordia
definitiva con Milliet. Veamos, pues, ante todo lo que se refiere a la luna: dado que el
remolino de nuestra Tierra es achatada junto a los polos, como dejé explicado antes, y
que se va dilatando hacia el ecuador en forma de elipse que varía continuamente a
medida que la Tierra avanza S.S.S. en su órbita con su materia fluida que va ocupando
ya las partes protuberantes ya las entrantes de la elipse, creemos que el cuerpo que
llamamos la luna está flotando en este remolino y que está suspendido precisamente en
la parte en que ha encontrado su equilibrio, siendo sesenta veces menor que la Tierra y
distando de nosotros más o menos unas noventa mil leguas. Pero según mi teoría, carece
de remolino propio y se mantiene en su lugar gracias únicamente a la fuerza magnética.
Expliquemos esto más en detalle: ya dijimos que en el remolino de la Tierra hay una
gran cantidad de partículas estriadas que fluyen continuamente partiendo de uno y otro
polo, y que se derrama ordenadamente por todo el remolino circulando sin que ninguna
partícula estorbe a la otra, sino más bien ayudándose mutuamente para ir pasando de un
polo al otro; pues bien, estas partículas que vienen de lado y lado, se encuentran en
medio camino con el cuerpo de la luna suspendido en su puesto y chocan contra su
superficie al tratar de penetrar en los pequeños orificios de que está llena; pero como se
supone que éstos están orientados en sentido contrario, resulta que las partículas que
provienen del polo ártico no pueden penetrar en los orificios de las que provienen del
antártico, y viceversa, sino que cada partícula conserva sus propios orificios, tal como
ocurre en el imán.

24. La razón de que la luna tenga entre sus componentes cantidad de orificios
que están orientados en sentido contrario puede estar en el hecho de que, según se puede
creer, ella no es más que un gran trozo de una mancha de alguna estrella, o tal vez de la
misma Tierra, y que comenzó a transformarse en cometa y luego en planta al tiempo de
la lucha primordial de los remolinos; o es, si se quiere, una mancha aparte y separada de
las otras y que puesta en movimiento por la materia central de la Tierra, fue lanzada al
lugar que ocupa actualmente y en el cual, habiendo encontrado su equilibrio, ha
continuado hasta ahora. Siendo esto así, y como su origen se debe a las partículas del
tercer elemento que pudieron acumularse, y por cierto en uno de los dos polos, en donde
como dijimos antes, se formaban con más facilidad y antes que en ninguna otra parte las
costras, la luna al tomar cuerpo y detenerse allí necesariamente debió de configurarse
con orificios orientados en sentido contrario por le aflujo y reflujo de las diversas
estrías. Ahora bien, supongamos que la mancha así formada se desprende de allí y es
arrojada fuera por un violento impulso del centro o por alguna otra fuerza; fácilmente

345
pudo entonces sumergirse en el centro del remolino dejándose absorber por él. Sujeta
ahí a los ardores de la materia bullente, debió de seguir su proceso de transformación
estrechando más y más sus poros, hasta ser lanzada por el ecuador al sitio en donde
ahora se encuentra. Llegada a este punto, y al encontrar en él a la materia estriada en
continua circulación de polo a polo y por cierto en tal abundancia y proporción que no
podía ser mejor para sus orificios y su gravedad, encontró su equilibrio y se detuvo
precisamente allí y no en otra parte. Esto supuesto, tenemos asegurados ya dos
resultados: la causa del equilibrio de la luna con la materia en la cual flota, y la
explicación de por qué nos presenta siempre la misma cara y por qué no se mueve sobre
su propio centro como los demás planetas. Veámoslo: además de que no cuenta con
ninguna materia sutil que gire en su centro, diferenciándose en esto de los demás
planetas, carece también de un remolino propio; por otra parte, impiden su movimiento
sobre el propio centro los radios de las estrías que de lado y lado vienen desde los polos
y que, siendo de diversa orientación como se supone, no pueden menos de afectar
siempre a la misma cara de la luna y buscar siempre los poros proporcionados a ellas;
pero esto no puede ser, a menos que entren y salgan siempre por el mismo camino y por
una misma parte, manteniendo así a la luna siempre en la misma posición; por
consiguiente, esté donde esté, la luna nos presentará siempre la misma cara. Con esto, y
al no encontrar una materia adecuada a sus poros si no es en el sitio en donde está
suspendida, es claro que, aun cuando trate de ascender o descender, siempre volverá al
mismo sitio, pues solamente en él encontrará su equilibrio.

25. Supongamos ahora que la luna así suspendida se ubica juntamente con la
Tierra en la zona o dirección que corresponde al comienzo de Aries en la elíptica del
sol, que la mole o remolino de la Tierra gira S.S.S. por la acción de su materia central
sobre su propio centro de occidente a oriente, y que cambia la elipse en el sentido que
explicamos antes: qué puede pasar? sin duda que al girar todo el remolino y al ocupar la
Tierra con cada revolución un nuevo grado en la eclíptica, la luna incluida en dicho
remolino tendrá que verse arrebatada por el mismo movimiento que la Tierra; algo muy
parecido ocurre con las naves en el mar: que a veces, a pesar de tener tremendos vientos
a favor, se ven arrastradas por el flujo interno de las corrientes marinas a tal punto que
no adelantan nada y por la mañana, después de la brega de toda la noche, se encuentran
incluso más alejadas del punto de su destino. Con mayor razón en el caso de la luna que
no cuenta con ninguna fuerza en sentido contrario y se mueve con el mismo
movimiento de la Tierra y a una con ésta, tanto más cuanto que no tiene remolino
propio para empeñarse con él en otro camino. Con esto tenemos el comienzo del
movimiento de la luna en el signo de Aries. Pero la luna no se detiene ahí, sino que
dirige su curso a uno de los dos polos de la Tierra, en razón de la mutabilidad del
remolino en el que se encuentra, y del impulso de la elipse terrestre que va de oriente a
occidente al ser empujada hacia atrás la materia desde la parte saliente hacia la parte
estrecha de la elipse; lo cual origina un doble movimiento en el cuerpo de la luna, uno
de occidente a oriente que la arrebata a una con el remolino de la Tierra, y otro contrario
a él, de oriente a occidente que arrastra a la materia sutil pasando del sitio más
espacioso al más estrecho. Algo semejante se advierte en una vejiga llena de aire
haciéndola girar en círculo: presionada en la parte anterior, dirige el aire y el impulso a
la parte posterior; ¿qué hará la luna impulsada en ambos sentidos por los dos
movimientos? –tendrá que ceder en lo posible a uno y otro; pero como no puede hacerlo

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directamente a causa de la oposición del contrario, tendrá que hacerlo oblicuamente
cediendo proporcionalmente a uno y otro y desviando un tanto sus lados; por ello
declinará el camino comenzado y se dirigirá hacia uno de los dos polos, digamos ahora
hacia el ártico; con esto la luna se encuentra avanzando en posición oblicua a la órbita
de la Tierra y sobre su mole.

26. Supongamos que sigue avanzando hasta encontrar algún obstáculo. Por ley
de la naturaleza las cosas tienden a permanecer en el sitio en que están, a no ser que se
vean impulsadas por una acción violenta, y así mismo es de ley que un movimiento que
comienza debería continuar siempre a no ser que encuentre algún obstáculo en su
camino. La luna en su movimiento tendrá que pasar por la zona tórrida de la Tierra
hasta el trópico más próximo, es decir el de Cáncer, toda vez que en todo este trayecto
no hay nada que obstaculice su paso o que lo dirija hacia otra zona, ni tampoco decaen o
cesan aquellos dos movimientos ya mencionados que la impulsan siempre más y más
desde fuera. La luna llegará incluso a sobrepasar el trópico en más de cinco grados,
dada la gran inclinación de su órbita que varía exactamente entre uno y veinte min. La
razón sigue siendo la misma, a saber que hasta aquí no encuentra obstáculo alguno que
impida su curso. Sin embargo en algún momento tendrá que llegar al sitio en donde el
flujo de la materia estriada se hace más abundante y más denso; y ya sabemos que esto
ocurre a medida que dicha materia se va acercando más a los polos, que es también la
zona en donde se da una mayor convergencia entre los radios magnéticos, debido al
flujo de entrada y salida de las partículas. ¿Cuál será el resultado? Esa fuerza
concentrada actuará con más presión sobre la luna, detendrá su impulso y dirigirá su
curso hacia otra zona; tenemos así el momento del regreso de la luna del signo de
Cáncer. El cuerpo oblicuo de la luna nuevamente se doblará o desviará un poco, más o
menos como el de una nave que orienta su velamen para recibir el golpe de un viento
distinto al de antes: es decir orientará sus flancos frontales para adaptarse siempre a
aquel doble impulso, el oriental y el occidental, tal como explicamos hace un momento,
mientras siguen por supuesto circulando en todo el remolino las partículas estriadas y
magnéticas que como cercos de hierro mantienen a la luna en equilibrio en cualquier
sitio en que ella se encuentre. Regresando así del trópico la luna llega de nuevo al
ecuador; sigue adelante sin encontrar ningún obstáculo y llega nuevamente hasta más
allá de los 5 grados del trópico opuesto: termina así el regreso desde Capricornio. Aquí
se repite el mismo proceso de antes: la luna sufre una desviación debido a la acción de
la materia estriada presente en mayor abundancia, y otra vez dirige su curso hacia el
ecuador, completando ahí su órbita entera desde Aries hasta el mismo punto. Tenemos
con esto una revolución, a la que llamamos un mes completo; y como esta revolución se
efectúa doce veces alrededor de la Tierra mientras ésta completa una sola revolución
alrededor del sol, decimos que el año consta de doce meses, o 365 días y unas seis
horas, los cuales divididos para 7, dan 52 semanas y un día; este período repetido cuatro
veces, da cada cuatro años un año bisiesto, que a su vez repetidos siete veces,
constituyen un ciclo solar de 28 años; este período con la indicación de 15 años y el
ciclo lunar de 19, constituye el número áureo, clave de la determinación del tiempo en
el período juliano de 7.980 años.

347
27. Y hay algo más que fluye de la exposición que acabamos de hacer, y es ante
todo la causa del balanceo del disco lunar de una parte a otra en dirección a los polos,
fenómeno desconocido por los antiguos y que los modernos han descubierto por medio
del telescopio. Este balanceo es como sigue: cuando la luna permanece en las
inmediaciones del signo de Cáncer, inclina su borde boreal en dirección al polo ártico, y
cuando está en la zona de Capricornio su borde austral se inclina en dirección al polo
antártico; contribuyen además a este cambio los radios magnéticos que se encuentran
más concentrados cuando la luna está en ese sitio y que como a una aguja en suspensión
atraen al limbo amigo con más fuerza que al contrario, produciendo así la inclinación.
Además con nuestra teoría se explica por qué los nodos de la luna retroceden tanto cada
año contra S.S., es decir más de 19 grados, por tanto cada día más de 3 minutos, lo que
hace que su movimiento diurno cubra más de 13 grados y un minuto y un tercio de
latitud. Y es que, en razón del continuo empuje de su elipse hacia la parte anterior
mientras la Tierra se mueve sobre su propio centro, se da un continuo impulso a todo el
remolino en dirección contraria y directamente hacia el cielo, de acuerdo con lo que
dejamos dicho acerca de la precesión de los equinoccios, y por eso la luna que está
flotando siempre en ese remolino, no puede menos de verse empujada hacia la misma
región cambiando así sus nodos y anticipando su intersección en el ecuador; y como
esto ocurre cada mes y la luna está muy cerca de la Tierra, no hay que extrañarse de que
el retardo de sus nodos en el año sea tan notable. Este movimiento es muy importante,
porque de él dependen todos los eclipses; en efecto ni la luna puede interceptar al sol, ni
la Tierra a la luna, a no ser que los tres estén en una misma línea recta, y como esto
solamente sucede en los nodos, es decir en la cabeza y en la cola del Dragón, o sea en la
intersección común con la eclíptica, los eclipses pueden tener lugar sólo en este punto.
Por lo demás todo lo que dijimos acerca de las horas, los días, las semanas, los meses y
los años respecto del sol y de la Tierra, hay que decir también respecto de la luna: todos
ellos aumentan o disminuyen eventualmente y están en mutua dependencia y tienen que
ver con las mismas causas, pues todos dependen de la misma fuente, de los mismos
movimientos, impulsos, moles y torbellinos.

28. Bueno sería que en todo esto reinara una perfecta igualdad y
correspondencia, de modo que una revolución de la Tierra sobre su propio centro haga
un día exacto, siete revoluciones una semana, una semana la primera parte de la órbita
lunar desde Aries a Cáncer, dos semanas la segunda desde Cáncer a Libra, tres semanas
la tercera parte desde Libra a Capricornio, cuatro semanas la cuarta parte desde
Capricornio nuevamente Aries, es decir que las cuatro semanas hagan un mes y los doce
meses un año exacto; pero de hecho no se da una precisión tan perfecta que nada falte ni
nada sobre, sino que hay una serie de variantes y de interferencias: ni los meses
coinciden con el movimiento de la luna, ni ésta con las semanas, ni éstas con los meses,
ni éstos con los años. Las sicigias no mantienen un día estable; la luna se retarda cada
día tres cuartos de hora, es decir más o menos 50 minutos en llegar al meridiano; los
meses tienen una serie de variantes: los civiles son de 30 días, o uno más y uno menos;
el mes lunar sinódico es de 29 días, 11 horas y unos 44 minutos; el periódico, 27 días, 7
horas y 43 minutos. Varían también las entradas de los signos de la eclíptica desde el
día 18 al 25 de los meses; varían las letras dominicales, los números áureos, las epacta,
el año solar es más largo que el lunar con 11 días; los años bisiestos más largos que los
ordinarios, etc. ¡Qué de ingenios no multiplican sus fatigas elaborando mil hipótesis

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para tratar de coordinar toda esta serie de datos y fenómenos y cuántos matemáticos no
consumen horas y horas realizando sus minuciosas observaciones! Antes del diluvio
parece que todo era mucho más regular, supuesta la verdad de la teoría que sostiene que
en aquella época el sol jamás se desplazaba del ecuador. Y si ahora marchara todo en
perfecta concordancia, como la que hay entre las partes de un reloj muy preciso: las
manillas, las ruedas, los dientes, los ejes, los tímpanos, los muelles, las campanillas,
etc., de modo que en el instante en que las manillas coinciden con las horas, los minutos
y los segundos se oye el sonido de la campana, entonces también en el instante en que
se completan los doce meses se completaría exactamente el año. También la diferencia
está en la materia que es sólida en la máquina del reloj, y en los remolinos y en el
mundo es fluida. En el reloj las ruedas tienen un punto de apoyo estable; en el mundo
nada hay que sea firme, y todo está flotando en un medio fluido. Por lo mismo,
cualquier movimiento produce alguna discordancia. Todos los remolinos son fluidos y
compuestos de diversidad de partículas y se hallan en continuo movimiento,
sobreponiéndose alternativamente unos a otros o cediendo a la presión del contrario, y
mirando por su propia integridad. El hecho de que la luna retarda diariamente su acceso
al meridiano se debe al movimiento del remolino de la Tierra sobre su propio centro: en
efecto, la Tierra, por estar más cerca del centro, se mueve más rápidamente que la luna
que está más distante, siguiendo en esto las leyes de los remolinos, cuyo movimiento es
tanto más débil cuanto más lejos está del centro; así resulta que la Tierra completa su
revolución antes que la luna, y ésta da la impresión de llegar más tarde al meridiano
porque nosotros nos movemos a mayor velocidad.

29. Entendida así la hipótesis cartesiana, no haría falta explicar los demás
movimientos de la luna y los planetas, puesto que en la sustancia, o sea en el punto más
importante coincide con la hipótesis de Copérnico en la cual ciertamente todo tiene su
perfecta explicación: teoría no deformada, como en otra parte dice Milliet, sino
verdaderamente reformada, pues se trata de una teoría que además de explicar todo
mucho mejor incluso conforme al sentido de la Escritura, descubre las causas físicas
que explican y confirman cualquier hipótesis, lo que no hace la teoría de Copérnico que
aplica solamente los métodos matemáticos y no los físicos. Por no decir nada de los
demás movimientos, ni del paralaje y la refracción, de la aparición y forma de las
estrellas, de las conjunciones, oposiciones y eclipses de la luna, del sol o de los satélites
de Júpiter, que respecto de éste tienen las mismas propiedades que la luna respecto de la
Tierra y se puede decir que son otras tantas pequeñas lunas, quisiera tan sólo hacer notar
brevemente que nuestra teoría explica perfectamente también por qué la luna apresura
su marcha en las sicigias y retarda en las cuadraturas, y por qué su diámetro aparece
más grande en las distancias anteriores que en las posteriores. La razón es que la luna no
puede moverse en el remolino de la Tierra configurado en forma de elipse variable, sin
seguir también en cierto modo una trayectoria elíptica aunque tal vez no tan extensa y
oblonga como la elipse de la Tierra, como es natural. Esto produce necesariamente un
doble efecto: en primer lugar en las sicigias al encontrarse la luna en la extremidad del
diámetro menor de la elipse, ya sea en conjunción ya en oposición, vendrá a quedar más
cerca de nosotros y por tanto su diámetro aparecerá un poco mayor; luego la materia del
remolino presionada con el cambio de la elipse por la parte anterior, al llegar por la
parte posterior al callejón estrecho del diámetro menor, fluirá con más rapidez;
consecuentemente también la luna se impulsará más rápidamente dando la impresión de

349
moverse más a prisa. En las cuadraturas ocurre lo contrario: la luna, más alejada que
antes a una distancia equivalente a aquella con que el diámetro mayor supera al menor y
además avanzando por espacios mayores, parecerá de menor tamaño y debido a la
materia de la elipse menos presionada, se moverá más lentamente.

30. Pero como hay quienes niegan que los hechos sigan el proceso que hemos
descrito y sostiene todo lo contrario y afirman que la luna retarda su marcha en las
sicigias llevando un ritmo más lento que en las cuadraturas y que en ese lapso no está en
el perigeo ni su diámetro parece mayor, porque si no, habría dos perigeos y dos apogeos
en cada mes, o mejor dicho que aquella lentitud es variable y tiene también su período
relacionado con el adelanto del apogeo, digo que en esto no hay lugar a discusión si en
razón de la compresión que hemos mencionado, se ubica el perigeo por la parte
delantera pero muy inclinado hacia la parte estrecha de la elipse, y el apogeo en la parte
diametralmente opuesta; porque así, debido al impulso de la materia en dirección a
occidente y debido a la extensión transversal de la elipse, la luna se pondría más cerca
de nosotros por la parte delantera, y debido a la mole de su propio cuerpo, se retardaría
su movimiento junto a las zonas estrechas, mientras sigue fluyendo con mayor rapidez
la materia fluida de que está rodeada. Pero una vez superado el obstáculo y con el
aumento de fuerzas debido a la demora, se vería impulsada con más violencia por la
parte posterior, con la protuberancia dirigida al polo del mismo nombre debido a la
resistencia de la materia que le sale directamente al paso; luego, superada fácilmente esa
demora, subiría más alto hasta el apogeo acelerando su movimiento en el trayecto, y
disminuyendo su diámetro aparente en la distancia opuesta que es mayor. Descendiendo
de allí a las zonas estrechas más próximas, retardaría de nuevo su marcha, con una
protuberancia similar en dirección al otro polo y finalmente regresaría al primer perigeo.
A mi entender, esta protuberancia producida por la compresión de los remolinos
exteriores a uno y otro lado en la elipse de la luna hacia los extremos de su latitud, es la
segunda irregularidad de este astro que debe acabar en las sicigias pero que está llamada
a modificar dos veces al mes a la segunda irregularidad en las cuadraturas. Con esta
explicación parece que podrían unificarse las diversas opiniones a este respecto. Más
aun, el desplazamiento del perigeo que en este caso no es de un minuto al año como en
el caso del sol, sino de más de seis minutos al día hacia delante, y la consiguiente
excentricidad, las anomalías, las prostaféresis tan variables y muchos otros fenómenos,
no podrán tener mejor explicación en términos físicos que por aquella violenta y diaria
irrupción de la materia en las zonas estrechas, que retrocediendo a manera de torrente
que choca contra las rocas, conmueve los diámetros anteriores, y empujándolos en
seguida S.S.S. por la espalda mientras ella se desliza hacia el occidente, forma una
nueva elipse y muy irregular hacia el oriente.

31. El hecho de que en la luna se den tantas irregularidades que no se encuentran


en el sol ni en los demás astros, se debe a que la luna está muy cerca de nosotros y
presenta un paralaje demasiado pronunciado, no menor de 48 minutos ni mayor de 68,
pero variable entre estos dos términos, de modo que suponiendo que esté ubicada en un
punto excéntrico con una relación de excentricidad al radio de 8744 partes, se deduce
que dista de nosotros más o menos lo equivalente a 50 semidiámetros de la Tierra, cada
uno de los cuales equivale a unas 1500 leguas. En cuanto al sol, no se puede pensar que

350
diste menos de 7000 semidiámetros, y no faltan quienes crean, como ya dije antes, que
dista 33 millones de leguas. Las estrellas fijas distan muchísimo más, aunque no se
puede establecer nada cierto por no disponer de los datos de sus paralajes. Según esto, el
sol nunca tendrá un paralaje horizontal mayor a un medio minuto, es decir 30 seg., la
cual es una medida apenas perceptible; no así la luna, cuyo paralaje es siempre mayor
de 48 minutos; por tanto cualquier fenómeno que le afecte en su marcha, si es más o
menos notable, será perceptible a nuestras observaciones. Por consiguiente, serán
perceptibles sus desviaciones inusitadas, sus orientaciones más violentas a una u otra
parte, sus aceleraciones o dilaciones, sus inclinaciones, sus acercamientos o
alejamientos, descensos o ascensos, etc. Todos estos fenómenos tienen lugar en la luna
debido a la distinta constitución, porosidad o densidad del medio en que se mueve, a la
incursión de los diferentes corpúsculos, a los diversos impulsos que recibe, a las
diversas presiones, etc. a todo lo cual tiene que acomodarse la luna en razón de las leyes
del equilibrio y de su propia gravedad específica. De ahí el continuo cambio de su
diámetro aparente, que si bien es tan pequeño en comparación del sol que apenas si es
mayor que un punto, sin embargo comparado consigo a veces aparece con un diámetro
de 30 min., y a veces mayor o menor con dos min., según que en su curso, que es tan
irregular, se acerque más o menos a nosotros.

32. Pero además la refracción horizontal en la atmósfera, es decir a la entrada del


remolino terrestre, en donde flotan en el aire partículas terrestres de todo género, y es la
zona que propiamente se llama la atmósfera, la refracción, repito, que es de 31 minutos
en el sol, mayor con un minuto en la luna, y menor con uno en las estrellas, viene a
complicar más las cosas, sobre todo en el caso de la luna, en donde siendo el paralaje
mayor que la refracción, aquel deprime al astro más de lo que ésta lo eleva, mientras
ocurre lo contrario en el sol y las estrellas, en que la refracción es mayor que el paralaje.
Se exceptúan go. u. en que tanto el paralaje como la refracción desaparecen por
completo y por lo mismo no causan ningún temor o dificultad. Digo, pues, que en el
caso de la luna todos estos fenómenos son muy perceptibles y notorios, mientras que en
el sol y en los demás astros, aunque tal vez presenten irregularidades mucho mayores,
no se notan a causa de la enorme distancia, ni jamás se podrán distinguir por más que se
utilicen los mejores telescopios. Y a estos se añade otro inconveniente, que no podemos
medir los cuerpos y fenómenos celestes si no es por medio del círculo; pero el círculo
no es la medida física de los movimientos que tienen lugar en el firmamento, pues por
más irregular que se suponga el curso de un astro, estando a una distancia tremenda
siempre parecerá que cae bajo ángulos iguales; el círculo es medida matemática, que
con frecuencia mira las cosas de un modo muy distinto a como son en sí mismas. Así
pues, el punto que estamos analizando viene a complicarse también por este lado. Son
dificultades que ponen en aprietos a todo el mundo, y no hay sistema que se libre de
ellas. Bástenos a nosotros el haber dado algunas razones de tantas irregularidades.
Como un punto a favor de los cartesianos tengamos en cuenta que de la distancia del sol
respecto de la Tierra muchos peripatéticos concluyen que el sol contiene 266981
Tierras; esto, dice De Chales, parece algo increíble. Pero en su contra yo arguyo lo
siguiente: luego no solamente los cartesianos se ven obligados a admitir la increíble
distancia de los torbellinos superiores, respecto de los cuales incluso la órbita anual de
la Tierra resulta imperceptible; pero de la opinión común se sigue también algo
semejante. Hay aquí, a mi juicio, una gran disparidad; porque los cartesianos hacen la

351
distancia del firmamento 7000 veces mayor que los demás autores; y como las esferas
guardan entre sí una relación de uno a tres, tendrán ellos que afirmar que el globo
terrestre es al celeste como uno a 343, más nueve ceros, lo cual le hace realmente
imperceptible. Sin embargo, considerando la omnipotencia de Dios, juzgo que no es
menos posible lo uno que lo otro, aunque atendiendo a la limitación de nuestro
entendimiento, ambas cosas tiene que parecer increíbles.

33. Dije antes que la luna no se mueve en una elipse tan oblonga como lo es el
torbellino variable de la Tierra; la razón es la corriente de la materia proyectada por
ambos lados desde los polos y que mantiene a la luna equilibrada en el aire de tal
manera que no le permite moverse más de lo justo; si la presión de la materia fuera igual
en todo el ámbito, la luna describiría un círculo perfecto; al menos esa es la tendencia de
su mayor esfuerzo; ofreciendo por tanto mucha resistencia los cambios continuos del
torbellino de la Tierra en el que está encerrada; pero como al mismos tiempo sufre
también la presión de la Tierra, su elipse debería ser algo circular, aunque en realidad
tiene que ser oblonga, para satisfacer a las dos presiones o fuerzas de movimiento. De
todos modos tanto porque la órbita de la luna tiene que adoptar esta forma alargada,
como por el hecho de que la materia estriada no fluye desde los polos por igual en todas
direcciones sino por un lado en mayor abundancia que por otro, igual rumbo resultará
muy variable: en ciertos puntos presentará una joroba, en otros una depresión, allá una
prominencia, en otro sitio un hundimiento; y como la luna tiene que ir avanzando por
todos estos tramos irregulares acomodándose a la mayor o menor abundancia de la
materia que la sostiene, la eleva o la deprime, forzosamente tiene que variar los aspectos
con que se presenta, dándonos la impresión de que su curso jamás puede sujetarse a
ninguna norma fija. Y contribuye a aumentar todavía más la dificultad el hecho de que
el flujo de la materia desde los polos, como veremos en seguida, no siempre es el
mismo en el sentido de que si en un año fluye en mayor abundancia por una zona, en el
siguiente lo hace por otras zonas. Por último hay que señalar que esta irregularidad en el
flujo de la materia es otra de las verdaderas causas de la variabilidad de la inclinación de
la órbita lunar. Y es que la luna, como ya dijimos antes, cambia continuamente sus
nodos; cambian por lo mismo también los puntos de su llegada a los trópicos; esto da
por resultado que cuando la luna llega a la zona en donde el flujo de la materia es
menor, puede avanzar algo más haciendo crecer su inclinación hasta los 5 grados y 20
minutos, por ser menor la resistencia que encuentra, y en cambio cuando llega al sitio en
que es mayor el flujo de la materia, la inclinación será también menor, en algún
momento sólo de 5 grados, por ser mayor la resistencia que encuentra.

34. Paso a analizar ahora el fenómeno de la desviación de la aguja magnética


que por lo demás constituye una sólida confirmación de cuanto hemos dicho acerca de
la luna; pero más que explicar, como merece, este verdadero milagro de la naturaleza, lo
que haré será llenarme de admiración ante él. La aguja magnética es una invención de
los últimos tiempos, con la que creemos haber tocado la cumbre de la perfección, como
en los adelantos de las demás ciencias, por ejemplo el álgebra especial, el nuevo centro
de gravedad, las progresiones geométricas, los logaritmos; de ahí el dicho generalizado:
somos más sabios que nuestros antecesores. Bien podríamos poner también como
epígrafe en la aguja magnética: más allá. Y a la verdad en la época actual estamos

352
haciendo prodigiosos descubrimientos de cosas antes invisibles, a través del
microscopio; podemos estudiar mucho mejor el mismo firmamento por medio del
telescopio; agitamos y turbamos el aire con proyectiles más potentes; protegemos
nuestras tierras con obras y ciudadelas más ingeniosas; aplicamos el fuego, con mayor
cordura y conocimiento, a diversos cuerpos químicos y compuestos inflamables; nada
digamos de la música, la medicina, el papel, la prensa, los tejidos y demás artes
mecánicas, y muchas otras ciencias, sobre todo la teología, la S. Escritura, la historia, el
derecho civil y eclesiástico. Capítulo aparte es todo lo relacionado con la fe, que en todo
tiempo ha gozado de la misma firme certeza, pues por ella creemos las verdades a ojos
cerrados por sola la autoridad de la revelación divina, y sin que tenga que ver nada la
agudeza del entendimiento, sino sólo la luz de la fe, que muy bien puede actuar en el
ignorante o en la viejecilla como en el más eximio de los doctores. La luz de la fe es un
don sobrenatural y un modo especial que, supuestos los motivos de credibilidad,
infunde Dios en nuestra alma, don que nos mueve internamente a creer y defender
ciertas verdades con una actitud muy distinta de la que tenemos respecto de otras en las
que creemos, o que vemos y experimentamos por otros motivos, aunque éstas nos
parezcan más claras y ciertas que la luz del día la razón de esto es el motivo por el que
creemos, que supera infinitamente a cualquier otro motivo; aquí el motivo es
únicamente la autoridad de la divina revelación: nada puede haber más firme, más cierto
y más infalible que lo que ella nos dice. Esta certeza no se da en los hallazgos de las
ciencias modernas, y por desgracia muchos de los que han llegado a lo más alto en estos
conocimientos se olvidan por completo de la fe y lo que es más doloroso, mientras se
empeñan en sacar a luz sus eventuales descubrimientos, tratan de acumular sombras
únicamente sobre la luz de la fe. ¡Qué tiempos y costumbres! Pero volvamos a nuestro
asunto.

35. ¡Cuánto no se ha intentado y se sigue intentando en los últimos tiempos con


sólo la rosa náutica y con la sorprendente dirección de su aguja hacia el polo! Provistos
de este instrumento navegamos con toda seguridad por los océanos, nos reímos de las
olas y las tormentas, hacemos caso omiso de los naufragios, pasamos días y meses y
hasta años navegando sin cesar como si la vida no tuviera para nosotros ningún valor; y
no faltan quienes confiándose a un pobre barquichuelo, pero guiándose por el
sorprendente movimiento direccional de la aguja magnética, llegan a diario a las costas
de la India y del nuevo mundo, para volver con infinidad de nuevas mercaderías y
grandes cantidades de oro y plata. No es posible describir y analizar en pocas palabras
tanta maravilla. Pero no voy a alargar mi exposición. Una vez analizadas y bien
entendidas las ideas que hemos ido viendo acerca de la luna, y reflexionando en lo que
dice el mismo Descartes sobre la materia, no será difícil resolver todo lo referente a la
fuerza magnética: por ejemplo que los polos de un mismo signo se rechazan, que se
atraen los de signo contrario, que los elementos afines a un mismo polo son contrarios
entre sí y viceversa; que la aguja que ha tocado el polo norte se orienta luego hacia el
sur y la que ha tocado el sur se vuelve hacia el norte, y muchos otros fenómenos. No
habrá nada que no tenga su aplicación, aunque Milliet volviéndose también aquí contra
Descartes –cuya hipótesis alaba y reconoce que es muy ingeniosa-, pretende demostrar
lo contrario. Yo voy a tratar aquí solamente de la declinación o diversa orientación de la
aguja magnética a partir del norte y del polo terrestre hacia el oriente y el occidente, o
como se dice también, el este y el oeste, con diversos grados de desviación, y así mismo

353
de su declinación hacia el polo, según la cual vemos que cuanto más se acerca a él tanto
más fuerte es la inclinación, y cuanto más se aleja acercándose al ecuador, tanto menor
es la inclinación, hasta ponerse en situación paralela cuando llega al ecuador, para
volver a inclinarse al polo contrario al sobrepasar el ecuador. ¿A qué causa obedecen
todos estos efectos?

36. Digo, pues, que lo que produce ambos efectos es el mismo flujo de la materia
estriada desde los polos, fenómeno que ya explicamos anteriormente. Veamos cómo,
sirviéndonos primeramente de un ejemplo casero: sin duda que muchas veces ha jugado
uno lanzando al aire un chorro de agua con una jeringa. ¿Qué se nota en este caso como
fenómeno interesante? ¿No es cierto que el agua sale al principio como sujeta a presión
en forma de tubo o de cilindro líquido, y luego al seguir subiendo se va abriendo hacia
los lados y como distribuyéndose en todas direcciones al ir chocando contra la
resistencia del aire, hasta que deshaciéndose en gotas menudísimas y adoptando la
figura de lirio, cae a tierra formando un círculo? Cuanto más violenta es la presión
aplicada al émbolo, tantos más lejos se proyecta el chorro de agua. O si no, veamos más
bien lo que sucede con una fuente hidráulica que lanza su chorro de agua al aire con
efectos tan placenteros como curiosos. El fenómeno es el mismo que acabamos de
describir. Al subir el agua y chocar contra el aire, se abre en forma de campana y se
precipita a tierra describiendo líneas parabólicas o elípticas. Algo semejante ocurre con
la materia en los polos del mundo: el movimiento central de la Tierra proyecta hacia
ellos la materia estriada más o menos en la misma forma; la materia se proyecta en
mayor abundancia por la zona de los polos que es más delgada, es decir por la depresión
que forman, como vimos antes, y en cantidad proporcionalmente menor por las zonas
más abultadas, pero no siempre en proporciones exactamente iguales por todas partes,
pues con el andar del tiempo varía incluso la misma fuerza de propulsión; luego
después, en un proceso parecido al del chorro de agua despedido por un tubo, toda la
masa de materia se proyecta desde los polos y se propaga directamente por todo el
torbellino que saliéndole al paso por todas partes le cierran el camino, reacciona como
el agua proyectada por la jeringa o por el surtidor y se abre hacia los lados en forma de
lirio o de campana, y como no puede regresar por el mismo camino, ni caer hacia otras
zonas, dirige su trayectoria como al azar en forma circular en dirección al ecuador y
luego al polo contrario, como lo hemos explicado ya suficientemente.

37. Esto nos hace ver en primer lugar la causa de la inclinación de la aguja. Las
líneas de la trayectoria que a la salida de los polos son rectas, al ir avanzando y
propagarse por todo el torbellino se van desviando poco a poco del camino recto y van
adoptando una trayectoria curva con una periferia elíptica en dirección al ecuador. Es lo
que sostenemos nosotros. El resultado de esto no puede ser sino el siguiente: las
partículas estriadas que al recorrer esa trayectoria, encuentran a la aguja suspendida
libremente en el aire, van entrando por sus poros, la doblegan e impulsan provocando en
ella diversos efectos de acuerdo con la intensidad de su corriente. En los polos la línea
de esta corriente es recta, como ya dijimos; pero luego se curva un poco, disminuye su
tensión y finalmente en las inmediaciones de la zona tórrida y del ecuador se vuelve
paralela a los meridianos. Lo contrario ocurre en la trayectoria hacia el otro polo. En
resumen la inclinación de la aguja sigue los mismos pasos: primero mira directamente a

354
los polos, luego se va desplazando poco a poco hasta llegar a ponerse paralela junto al
ecuador. La causa de la declinación está en lo siguiente: dado que la materia estriada
sale a través de los polos proyectada continuamente por medio de violentos impulsos y
acompañada de un incesante flujo de estrías, los poros a través de los cuales escapa
tienen que ensancharse un tanto con el correr del tiempo; con esto no solamente
permiten el paso de las estrías, sino también de muchas otras partículas de diferentes
figuras que pertenecen sobre todo al tercer elemento y que flotan en la materia sutil, y
que afluyen en gran abundancia. Ahora bien, estas partículas se incrustan ahí como si
fueran clavos, se agrupan y forman un solo conjunto hasta llegar a obstruir por completo
hasta los poros propios de las partículas estriadas, de modo que éstas no puedan pasar a
través de ellos como lo hacían antes. Como efecto de esto tiene que cambiar la vía de
salida de las estrías, pues la porción mayor de la que hablamos antes, al ver cerrado el
paso ordinario de su salida, cambia su base de movimiento obligándose a deslizarse por
el cerco de las paredes del polo, alejarse por tanto de los pasos que se le han cerrado por
las espaldas, y a buscar sucesivamente salida por las capas más débiles del lado opuesto.
Pero aquí con el tiempo pasará lo mismo que antes: se agrandarán de nuevo los poros,
se verán obstruidos por partículas extrañas a ellos y se cambiará la vía de salida,
desarrollándose el mismo proceso; y como las condiciones del cerco y de las
concavidades de todo el polo son las mismas, hay que concluir que la corriente más
fuerte de la materia tendrá lugar aquí en forma circular. Por tanto, junto a cada uno de
los polos existe una sucesiva, continua y especial variación en el tránsito de la materia
estriada que, proyectada desde el centro de la Tierra, completa también a su tiempo su
propio período de movimiento.

38. Esto supuesto, no veo dificultad en la explicación del fenómeno de la


declinación de la aguja en que estamos empeñados: si consideramos atentamente cómo
se efectúa y a dónde tendrá que llegar aquel mayor aflujo de la materia impulsada como
hemos visto en forma circular por el torbellino terrestres, concluiremos que va de polo a
polo no por un camino directo, sino por partes y pasos muy variados: durante un
trayecto mantendrá un rumbo recto, luego seguirá un camino oblicuo y tortuoso; en la
zona donde el flujo es mayor y más fuerte, seguirá un camino oblicuo. El fenómeno es
parecido al que tiene lugar en el mar cuando una corriente de agua se acerca a una
determinada playa: ¿qué sucede? –dicha corriente empuja en mil formas y divide las
aguas vecinas apartándolas hacia los lados, asegurando para sí el paso directo a su
destino: así también las partículas estriadas no todas llevan un camino recto y directo al
ir del un polo al otro, pues si se exceptúan las que formando una corriente más
voluminosa y más fuerte y concentrada, avanzan más en línea recta, todas las demás se
desvían notablemente orientándose a una u otra parte del horizonte, hasta llegar al polo
por vía oblicua. Por consiguiente los radios o líneas de fuerza magnéticas que van de
polo a polo, no son todas rectas ordinariamente, sino complicadamente tortuosos, a
excepción de los que se concentran en la corriente más fuerte de materia estriada.
Teniendo esto presente, quién no ve que si la aguja náutica, apoyada en su barra de
sostén, está flotando en medio de la corriente más impetuosa de materia, tendrá que
mirar directamente al polo sin desviarse en lo más mínimo, y, por el contrario, que si se
encuentra ubicada en una zona en donde el flujo de la materia es distinto y no avanza en
línea recta sino en sentido transversal, tendrá que desviarse en el mismo sentido,
inclinándose a una parte o a otra, es decir orientándose unas veces al este y otras al

355
oeste, tantos grados más o menos cuantos correspondan a las desviaciones de las
estrías? La diferencia alcanzará a veces hasta 22 grados y tal vez incluso hasta 30, como
quieren algunos, dependiendo de los cambios en las concavidades polares que pueden
ser muy variados. Pero teniendo en cuenta las observaciones mejores de que
disponemos, el límite mínimo se podría señalar entre 14 y 16 grados, considerando
como excepción irregular lo que supere ese límite.

39. Así podemos saber claramente por qué aumenta o disminuye la declinación
en un mismo lugar y de manera sensible aunque el movimiento sea muy lento, y
podemos también predecir lo que ocurrirá en el futuro, pues se sabe que ello depende,
como acabamos de decir, del mayor o menor flujo que lleva la materia en su
movimiento circular y en torno a las concavidades polares: si cambia este movimiento
ya en su misma salida, tiene que cambiar necesariamente la línea de su propagación por
el torbellino hasta el otro polo, como también todos los demás efectos y por lo mismo
inclusive las declinaciones correspondientes de la aguja. Ahora bien, como la corriente
de materia se mueve en forma circular, la aguja que se adapta a él constantemente no
podrá hacer otra cosa que orientarse y declinar ya el este ya el oeste señalando con su
extremidad en el horizonte sucesivamente los grados que a su vez señala la corriente
circular de la materia en la concavidad de los polos. Con nuestra explicación se
comprende también cómo puede en otros lugares ocurrir lo contrario, es decir en donde
no se dan leyes fijas sino que las cosas marchan en forma distinta, no sólo en cuanto a
las declinaciones sino también en cuanto a las inclinaciones, pues todo ello depende del
camino que sigue por el torbellino la corriente más fuerte de materia y sus diversos
radios y porciones, dando lugar en torno a ella a distintas inflexiones en las líneas
magnéticas, a las cuales tiene que acomodarse la aguja; y depende también de los
cambios en las concavidades polares, pues lo que en ellas ocurre es causa de diversas
irregularidades en todo el torbellino: así en el polo las cosas son distintas, no habrá que
extrañarse de que lo mismo ocurra en la aguja. Finalmente con nuestra teoría se explica
por qué las declinaciones pueden ser más pronunciadas en dirección al austro que en
dirección al bóreas: es que en el austro la concavidad puede ser mayor, y mayor también
la corriente de materia y más irregular su desplazamiento y la dirección que pueda
tomar. Aquí en Borja, cuya latitud sur es de 4 grados y medio, en este año de 1744, año
en que estoy redactando estas páginas, la declinación alcanzó los 8 grados y 40 minutos
en dirección al este, y tal vez siga avanzando más. Por último está el llamado ángulo de
posición y la razón de por qué en el curso de las naves por el océano más bien tenga que
cambiarse el rumbo por el cual queda señalada la línea loxodrómica: y es que el lirio
que va sobre la aguja y que, donde quiera que se encuentre la nave, mira siempre al
norte y a la misma zona septentrional, con el cambio de lugar viene también como a
cambiar su orientación y por lo mismo no puede menos de cambiar también toda la rosa
náutica; pero entonces, si no se cambia el rumbo que en la anterior posición era el que
dirigía la ruta, vendría a ser causa de error en el resto del curso. Si una nave diera la
vuelta el mundo manteniéndose en un mismo paralelo, no se cambiaría el rumbo, pero
el lirio, que seguiría orientado tenazmente en dirección al polo, describiría un círculo
menor que la parte contraría que describiría uno mayor. Por lo demás es tarea arriesgada
en esta materia el querer señalar reglas a la aguja, como pretenden algunos juzgando
que el período de declinación se completa en 300 años, y que el movimiento anual es de
1 grado, el mensual de 6 minutos y el diario de 12 segundos, y asignan el doble de

356
tiempo para el polo antártico. como es arriesgado también querer explicar todo esto de
la aguja con la idea de un imán gigantesco que se mueve circularmente alrededor de los
polos. Esto es perder energías y tiempo, como lo sería también querer desarrollar la
teoría de la longitud geográfica con los mismos razonamientos.

40. El hecho de que el imán no atraiga al oro y a otros cuerpos, sino solamente al
hierro y al acero no se debe a que las partículas estriadas no encuentran sus poros o no
puedan taladrar los demás cuerpos para penetrar libremente en ellos (no hay apenas
cuerpo por el que no pueden entrar y salir libremente), sino porque aquellos poros no
pueden adoptar en forma permanente la figura de caracol que les comunican las
partículas estriadas y no conservan intactos los surcos producidos por la penetración de
la fuerza magnética. En el hierro y el acero ocurre lo contrario: conservan tenazmente
los poros originales adquiridos bajo tierra o al calor de la fragua y del yunque y además
también los que le vienen en gran número con la acción del imán y con el gran aflujo de
las partículas estriadas, como lo demuestra con su movilidad y su constante orientación
hacia el polo. El oro, como cuerpo más suave que el hierro y el acero, no puede
conservar por mucho tiempo los surcos y huellas producidos por las estrías. Cuanto más
duro es un metal, tanto más fuerte y resistente resulta. Y prescindiendo de la corrosión
producida por los agentes externos, generalmente un efecto o un cuerpo durará tanto
más, cuanto más duro fuere. En cuanto al oro, el hecho de que no se consuma tan
fácilmente como el hierro no se debe a que sea más duro, sino a que consta de poros
más estrechos y en menor número, es más puro y las partículas que lo componen están
más estrechamente unidas entre sí; en el hierro no se dan estas características sino las
contrarias, y por ello, si bien es un cuerpo más duro, se consume más fácilmente por
efecto de la corrosión. Lo mismo se diga de muchos otros cuerpos, entre los que hay
algunos más duros que el hierro y el acero, como diversos tipos de piedras y no por eso
son capaces de conservar por mucho tiempo los surcos producidos por el imán; y es que
a pesar de ser más duros, son más frágiles. A este propósito se me ocurre una última
observación: ¿Qué decir si la zona fría de la Tierra se determinara por la mayor
declinación de la aguja o ambos lados, y no como hasta ahora se ha venido haciendo,
por la declinación de la eclíptica respecto del ecuador? Sin duda el mayor aflujo de la
materia estriada por sobre el último borde de la concavidad de los polos no pasaría
fácilmente más allá, por impedirlo el espesor de la mole terrestre que ahí resulta
notablemente mayor; porque en ese punto la figura de la Tierra se invierte cambiándose
las zonas cóncavas en subsiguientes zonas ovoidales, y por lo tanto el espesor de los
bordes y de la inflexión no puede ser muy superior al espesor de las concavidades de los
polos, como es evidente. Ahora bien, como aquellas concavidades son las que
constituyen las zonas frías, según dijimos anteriormente, y como la extensión de dichas
zonas se determina por la declinación de la guja magnética, ¿por qué no se ha de poder
sostener que aquellas zonas comienzan en el sitio que corresponde a la mayor
declinación? Así la zona boreal abarcaría 16 grados y tal vez el doble la zona austral.

41. Digamos también algo acerca del flujo y reflujo del mar. En esto sostengo
que no hay mejor manera de explicar adecuadamente el fenómeno, que la propuesta por
Descartes; porque las demás hipótesis son arbitrarias o muy complicadas, y algunas
incluso exóticas, arduas y basadas en suposiciones ininteligibles. Además no se puede

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entender cómo la luna, cuya conexión con el fenómeno que nos ocupa es innegable,
pueda influir en los cuerpos sublunares, si no es del modo que nosotros proponemos en
nuestra explicación. En efecto, ya sea que se admita la atracción, la gravitación, la
ebullición, el influjo, o cualquier otro factor en la luna respecto del mar, o en éste
respecto de la luna, pregunto: ¿cómo explicar el medio o el instrumento con que actúan
estos factores? ¿Habrá que admitir aquí la acción a distancia? ¿Habrá que atribuirlo todo
a la pura voluntad del Creador? No puede ser nada de esto ni otras explicaciones
similares. Lo que aquí se busca es la razón física de estas hipótesis, la causa natural de
la dependencia del un cuerpo sobre el otro, el medio o instrumento que convierte en acto
lo que advertimos en el fenómeno. Y esto es lo que explica nuestro sistema, que además
de otros puntos, hace ver por qué existen partículas estriadas, por qué éstas tienen que
fluir por los polos y propagarse en forma circular por la atmósfera, por qué la luna
carece de torbellino y sin embargo se mueve en una órbita elíptica, y mil otros
fenómenos. Así pues, este sistema explica bien este profundo misterio de la naturaleza
que en vano han tratado de aclarar los antiguos y que los modernos tratan de hacerlo con
diversidad de hipótesis y que solamente Descartes ha logrado plantear con suficiente
lucidez y explicarlo a cabalidad. No se trata aquí de buscar meras palabras, o de recurrir
a las cualidades ocultas, al decreto de Dios o a su pura voluntad, sino de identificar el
instrumento físico que permite a la luna causar un efecto en el mar, sin que lo impidan
ni el aire, ni las nubes, los vientos, la atmósfera, la distancia o cualquier otra cosa que se
interponga entre los dos.

42. Afirmamos nosotros que este instrumento es una corriente de materia fluida.
Hay tanta cantidad de elemento fluido en la naturaleza que sin él y sin los movimientos
propios suyos, decaería totalmente todo el universo: llamar a ese elemento alma del
mundo y espíritu que reanima todas sus partes internas, no estaría lejos de la verdad.
Digo, pues, que la corriente de materia, no la materia estriada que proviene de los polos
y a la que nos hemos referido antes, sino la que proviene del mismo torbellino de la
Tierra y se mueve de oriente a occidente, es la que produce aquel efecto especial: En
efecto, si tomamos en cuenta que el torbellino terrestre tiene, como hemos visto, forma
de elipse oblonga, y que de su protuberancia central y gracias al movimiento diurno de
la Tierra que va de occidente a oriente, fluye la materia hacia el occidente buscando las
zonas estrechas que junto a su diámetro menor forman la luna y la Tierra, tenemos que
concluir que al llegar a ese punto sufrirá una compresión mucho más violenta y,
siguiendo las leyes de los fluidos, se moverá también con mayor rapidez. Irrumpirá con
más ímpetu en las zonas estrechas y, como tratando de abrirse paso, empujará a uno y
otro lado, es decir a derecha e izquierda, a la luna y a la Tierra alejándolas un poco de
sus respetivos sitios, hasta que logra salir a espacios más abiertos en donde deja también
ya de ejercer presión. Según esta explicación se ve claramente cómo y por qué el centro
de la Tierra tiene que desplazarse un tanto hacia la parte contraria respecto del centro de
su propio torbellino y por qué la superficie del mar debido a la acción de aquella
corriente de materia sufre una compresión notable y se ve como empujado hacia abajo,
es decir en dirección a la misma Tierra, lo que resulta todavía más notable cuando la
luna llega a tocar el meridiano: y es que en ese punto las zonas estrechas se reducen
todavía más y la corriente de materia más presionada que en otros sitios, ejerce también
con más fuerza su empuje contra los flancos opuestos, correspondiendo por lo mismo a
este momento la mayor detumescencia o depresión. Pasado este momento, y con el

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avance progresivo de la luna que disminuye su presión sobre los cuerpos sublunares,
desaparece la detumescencia y el mar vuelve a tomar la configuración que tenía antes.
En esta depresión e intumescencia consiste precisamente el flujo y reflujo del mar:
cuando su superficie se ve comprimida, se da la intumescencia en la zona costanera, y
es la hora del flujo o marea; cuando se aminora la presión sobre la superficie del mar,
desaparece la intumescencia, y es la hora del reflujo. Por consiguiente la causa del flujo
y reflujo del mar, es la compresión ejercida sobre él, como dice muy bien el mismo
Descartes; compresión producida por la materia que circula entre las zonas estrechas de
la Tierra y de la luna; y cómo ésta llega al meridiano con una retroceso diario de algo
más de tres cuartos de hora, o cincuenta minutos, es claro que el flujo y reflujo del mar
debe corresponder justamente a esas horas. Lo mismo se diga proporcionalmente de los
demás fenómenos que ocurren en las sicigias cada mes o cada año en los equinoccios,
en que el flujo o la marea es todavía más fuerte, por cuanto la luna en esa época se
encuentra en la extremidad del diámetro menor de su elipse y por consiguiente produce
también una presión mayor dando lugar a esas variaciones en la fuerza de las mareas.
En cuanto a la resistencia que ofrecen la Tierra y la luna a la materia, cuyo influjo
hemos analizado, lo hacen por medio de la materia estriada que proviene de los polos,
cuya corriente a su vez mantiene a los dos cuerpos en equilibrio permanente no obstante
los movimientos y tiempos en que éste llega a desigualarse momentáneamente.

43. Hay únicamente un punto que parece echar por tierra toda esta línea de
pensamiento y se extrañan los adversarios de que no haya caído en la cuenta de él un
filósofo tan perspicaz como Descartes, cuando hasta el poco erudito Nauclero lo vio y
entendió a la perfección: la intumescencia del mar cuando la luna está en el meridiano.
Descartes afirma lo contrario el sostener que, debido a la acción y fuerza de la materia
que fluye entre las estrechuras de su cuerpo y de la Tierra, la luna conforme se acerca al
meridiano gravita más sobre la superficie del mar, empuja el agua hacia abajo
provocando una depresión en todo el océano, y que este fenómeno se hace más notorio
precisamente bajo el propio meridiano: no tendría entonces lugar la intumescencia
cuando la luna está en el meridiano, como afirman todos los demás, sino más bien la
depresión; pero esto nadie sostiene sino únicamente Descartes. Esta dificultad tiene
visos de nudo gordiano, y es otro de los escollos de la teoría de Descartes, contra el que
tantos se han estrellado. pero nosotros, si pudimos sortear con éxito el otro escollo en la
cuestión del Sacramento, espero que pasemos con igual fortuna por éste de la
intumescencia. Digan lo que digan los demás y sea cual fuere la explicación que
propone el mismo Descartes al afirmar que con la depresión provocada en medio del
mar cuando la luna se acerca al meridiano, se llenan de agua las costas y en ellas se
produce la intumescencia y por tanto, la correspondiente depresión en medio del mar;
no queda solucionada la dificultad, y esto para varias razones: en primer lugar, aun
suponiendo que fuera así, se necesitaría más de un mes, como muy bien dice Milliet,
para que se note este aflujo de las aguas en las costas más lejanas comenzando desde el
ecuador; en segundo lugar la experiencia patente prueba todo lo contrario incluso a
nivel del ecuador, en donde si fuera verdad lo dicho por Descartes, se debería notar la
depresión cuando la luna está en el meridiano, y ciertamente no es así: porque si se va a
Portobelo y Panamá, a la isla de la Gorgona, a la punta de San Francisco, en donde está
la línea equinoccial, a Manta, a la punta de Santa Elena, a la isla Puná y Guayaquil, a
Piura, Trujillo, Lima y más adelante, en todos estos lugares de la zona tórrida se nota lo

359
mismo que en las demás apartes del mundo, a saber que cuando la luna toca el
meridiano tiene lugar la intumescencia.

44. Pues bien, esto último habla a favor de Descartes, y hace ver que no hay
mejor modo de hacer filosofía que el enseñado por este filósofo, pues hasta sus
inadvertencias resultan verdades, y aun cuando parece dar contra un escollo, al fin
alcanza el puerto con toda seguridad. Así es en efecto en el punto que nos ocupa: el
flujo y reflejo del mar es efecto de la compresión de la materia que fluye entre las
estrechuras de la Tierra y de la luna; esta compresión al tiempo que la luna llega al
meridiano produce de hecho la intumescencia, como todos afirman, y no precisamente
la depresión; por lo demás esto mismo dice también Descartes, pero no sin más sino
añadiendo la conveniente explicación; tanto él como todos los cartesianos, al analizar el
fenómeno sostienen que debido a la compresión que se da en medio del mar, el agua
refluye hacia las orillas, en donde se advierte la intumescencia que no se nota en medio
del mar; por eso debemos decir –añaden ellos- que la intumescencia se produce cuando
la luna llega al meridiano, aun cuando en medio del mar más bien hay una depresión.
Con esta explicación Descartes no está en contra de las afirmaciones de los demás
autores: ella hace ver que no opinaba lo contrario de lo que ellos dicen; pero no aclara
un punto que queda por averiguarse, a saber cómo o por qué cuando la luna llega al
meridiano se produce la intumescencia incluso en las costas de la zona tórrida, siendo
así que por ser el período de mayor compresión, debería producirse en ellas más bien
una depresión. ¿Cuál es la razón de este fenómeno? A mi juicio, solo la siguiente: la
tierra con sus cumbres y montes resalta sobre la superficie del mar como si se elevara al
cielo; esto hace que no siempre sea igual la compresión que sufre por acción de la
materia que fluye de oriente a occidente, mientras ella gira en sentido contrario
moviéndose sobre su propio centro de occidente a oriente. Y es que la Tierra sufre el
impulso no solamente de la fuerza que una vez por todas se aplicara a todo el globo
terráqueo, y en virtud de la cual todo el globo juntamente con la luna se ve impelida un
tanto fuera de su centro hacia la parte contraria desplazándose a una con el agua con la
que forma un solo conjunto, como el continente con el contenido; sino que sufre
también el impulso de otra fuerza que acompaña a la primera, a saber el impulso de
inclinación a la parte que está en oposición al flujo de la materia que proviene del
oriente cayendo con toda su violencia en el cañón del meridiano, mientras por su lado,
el aire de la parte contraria ofrece también resistencia, y presionando sobre la superficie
del mar, empuja las aguas hacia la costa y la zona de oriente. En una palabra, la causa
de esta inclinación es el viento general, del que ya hablamos más arriba, y que sopla sin
cesar de oriente a occidente.

45. Expliquemos esto a partir del meridiano de Quito: todos sabemos muy bien
cuánto trabajo, con cuántos gastos y con qué prolijidad se dedicaron los Académicos
franceses bajo el meridiano de la noble ciudad y Provincia de Quito a realizar por más
de seis años continuos la serie de observaciones necesarias para tratar de establecer con
la mayor exactitud algunos grados de la esfera terrestre en dirección Norte-Sur. Como
feliz resultado de sus esfuerzos lograron identificar y determinar tres grados y medio
desde los llanos de Yaruquí, lugar cercano a Quito, en donde se puede ver el
monumento erigido en conmemoración de estos hechos, hasta más allá de Cuenca,

360
pasando por Latacunga, Ambato, Riobamba y Chillanes. No satisfechos con esto,
llevaron a cabo muchas otras investigaciones que serán perenne testimonio de su fama y
nombradía. Voy a resumir aquí toda la labor realizada por ellos, con las mismas
palabras que en testimonio fidedigno nos dejaron esculpidas en una lápida de piedra
puesta en nuestra iglesia del Colegio Máximo de Quito. Una copia del texto me entregó
en el pueblo de Borja el sabio y atentísimo Doctor La Condamine, al regresar a su patria
navegando por el Amazonas, con el encargo de que hiciera esculpir algunos datos que
faltaban en la lápida. Y yo (para confesar ya paladinamente la verdad) creí del caso
emprender, en atención y homenaje al sabio Académico, el trabajo en que estoy
empeñado, pues pensando bien qué podría hacer yo en reciprocidad por el cariño y
amistad tan especial con que me distinguió, no encontré nada mejor que destacar la
figura del ilustre autor que con su sistema nos descubrió los secretos del universo,
altísima gloria de la Academia Real de Ciencias, y descubrir hasta dónde puede llegar
uno, aunque tenga que estar entre fieras y salvajes, con la guía de tan excelso maestro.
Dice así la inscripción de la lápida:

Mediante las observaciones realizadas por Luis Godin,


Pedro Bouger y Carlos María de la Condamine, Miembros de la Academia
Real de Ciencias de París, se determinaron en Quito:
la Latitud de este templo austral: gr. O, min. 13, seg. 28; la Longitud occidental desde el
observatorio real de París: gr. 81, min. 42, seg. La declinación de la aguja magnética
desde el Norte hacia el oriente a finales del año 1736: gr. 8, min. 45; el año 1742: gr. 8,
min. 20; la inclinación de la misma bajo el horizonte en la parte norte de Cuenca el año
1739: gr. 12; en Quito: gr. 15. La altura sobre le nivel del mar calculada
geométricamente en hexápodos parisienses de los más altos nevados de esta provincia,
muchos de los cuales hicieron erupción: el Cotacachi, 2.561; el Cayambe, 3.028; el
Antisana, 3.016; el Cotopaxi, 2.952; el Tungurahua, 2.623; el Sangay que sigue en
actividad, 2.678; el Chimborazo, 3.220; el Illiniza, 2.717. La altura del suelo de Quito
en la plaza mayor, l.462; la de la cruz que se ve en la cumbre aledaña del Pichincha,
2.042, y la de la cumbre rocosa más alta que muchas veces se cubre de nieve y
corresponde al límite inferior de la nieve perpetua de los nevados, 2.740. La elevación
media y poco variable del mercurio en el barómetro suspendido en la zona tórrida a la
orilla del mar, 18 pulgadas, o líneas; en Quito, 20 pulgadas, 1 y media líneas; en la cruz
del Pichincha, 17 pulgadas, 7 líneas; en el límite de la nieve, 16 pulgadas, o líneas. La
dilatación del espíritu de vino que en el barómetro sub desde 1.000 al comenzar el hielo
hasta 1.080 en el agua en estado de ebullición, en Quito, desde 1.000 hasta 1.018; junto
al mar, desde l.018 hasta l.026; en la cumbre de Pichincha, desde 995 hasta 1.012. La
velocidad del sonido, de un minuto para un intervalo de 175 hexápodos; del péndulo
equinoccial sencillo, de un minuto de tiempo medio a la altura del suelo de Quito.
Modelo: (Tipo de la medida natural y ojalá universal) equivalente a 50791/ 100000
hexápodos, o sea tres pies, 0 pulgadas, 6 84/100 líneas, con una máxima de 33/100
líneas a la orillas del mar y de 12/100 en la cumbre del Pichincha. La refracción media
astronómica bajo el ecuador y junto al mar, 27 m., en la nieve del Chimborazo y según
otras observaciones realizadas en Quito, 9. La distancia de los contornos inferiores del
sol en los trópicos de diciembre de 1736 y de junio de 1737 observada con un
instrumento de doce pies, 47 gr., 28m, 36; sobre cuya base y suponiendo los diámetros
del sol en 32m, 3 sec. y 31 m. sec. y la refracción en 1 sec. del paralaje 6, se deduce la
oblicuidad de la eclíptica en torno al equinoccio de Marzo 1737 en gr. 23, m. 28, sec.

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24. De las tres estrellas del cinturón de Orión y de la media del Boyero y la declinación
austral en julio de 1737, gr. 1, m.23, sec.24. Con un arco real de gr. 3 1/2 el primer
grado de latitud del meridiano al nivel del mar reducido a hexápodos, 56.

Para gloria y progreso de la Física, la Astronomía, la Geografía y la Náutica


hicieron consignar estos datos en la inscripción de esta lápida incrustada en
los muros del templo del Colegio Máximo de Quito de la Compañía de Jesús
los mismos sabios que realizaron las respectivas observaciones, el año de
1741.

46. Esto supuesto, el fenómeno se explicaría de la siguiente manera: se presenta


un aflujo de materia en dirección de oriente a occidente, mientras la Tierra gira como de
costumbre en sentido contrario, o sea de occidente a oriente; se supone que dicha
materia deberá chocar contra los montes y las elevaciones del meridiano de Quito, a
cuyas faldas está el cabo de San Francisco, Manta, Guayaquil, Piura, etc. y toda la línea
de la costa del Océano Pacífico que va de norte a sur; en concreto el flujo de materia
deberá chocar sobre todo contra las montañas cuya altura se acaba de calcular en
hexápodos parisienses teniendo como base la superficie del mar, como consta de la
inscripción de la lápida que hemos citado: por tanto, irá a dar contra el Cayambe, el
Cotopaxi, el Chimborazo y las demás montañas, esto hará que la materia que fluye por
entre las estrechuras de este meridiano no solamente haga balancear un poco a la luna y
a la Tierra, sino que además hará inclinar un tanto dichas cumbres hacia la superficie del
océano Pacífico que se extiende a sus faldas en la vertiente occidental. Con esto, y con
la acción concomitante del aire que por la zona occidental presiona sobre la superficie
del mar impidiendo que el agua salga por dicha zona y comprimiéndola más bien hacia
la parte oriental, tendrá que producirse necesariamente el siguiente efecto: que el mar,
aun cuando en realidad sufre a una con la tierra una compresión hacia abajo en sentido
perpendicular a lo largo de toda la costa, sin embargo debido a la inclinación de las
cumbres, parece subir y como trepar por sus faldas: de ahí el fenómeno de la
intumescencia, fenómeno semejante al que tiene lugar en un vaso lleno de agua, que si
se lo inclina a un lado, sube el agua, y baja si se lo inclina al otro lado; esto no impide
que si se quiere, se aplique al mismo tiempo otro movimiento hacia abajo en sentido
perpendicular, movimiento que, como es claro, tendrá que seguir necesariamente
también el agua contenida en el vaso. Aplicando esto a nuestro caso, el vaso representa
a la Tierra, el agua representa al mar que está contenido en la Tierra, y el aflujo de la
materia cuando la luna está en el meridiano hace lo que las manos que mueven el vaso:
dada la estrechez del camino por el que tiene que pasar, la materia comprime hacia
abajo todo el conjunto haciendo inclinar las cumbres hacia la parte contraria y dando así
lugar al ascenso o intumescencia del mar. De modo que no se produce la intumescencia
porque el mar suba hacia arriba por las orillas opuestas, sino porque éstas se sumergen
en el mar.

47. Para entender mejor todo esto es muy ilustrativa la explicación que dimos
acerca del viento general; en efecto, el viento general no es lo que comúnmente se dice,
un soplo en dirección de oriente a occidente: somos nosotros y la Tierra los que
chocamos contra el fluido, llevados cada día por el movimiento central de aquella en

362
dirección de occidente a oriente; pero engañados por estas apariencias, decimos que el
viento sopla desde el oriente, cuando la verdad es más bien lo contrario. Lo que ocurre,
y es la causa de nuestro error, es que la Tierra, de acuerdo con las leyes de los
remolinos, como he anotado ya tantas veces, se mueve más rápidamente que el aire, por
ser más sólida y por estar más próxima a su materia central que es el principio
modelador de aquel movimiento, mientras que el aire, que es elemento fluido y está más
alejado del centro, le sigue más lentamente; nosotros, al chocar contra el aire, creemos
que el viento sopla desde el oriente. Reflexionando sobre estos hechos, podemos darnos
cuenta claramente de cómo los montes que, como nosotros, van girando de occidente a
oriente al impulso del movimiento de la Tierra, tienen forzosamente que chocar contra
el elemento fluido y el aire retrasado, cuya resistencia hace que se inclinen un tanto
hacia el occidente. Podemos decir entonces que el viento oriental es la materia que fluye
de oriente a occidente y que causa el flujo y reflujo del mar, o más exactamente, que la
causa de este efecto es el aire que avanza más lentamente que la Tierra. En otras
palabras, en el proceso de estos movimientos el aire, dada su lentitud y resistencia, no se
deja vencer tan fácilmente aunque al fin acaba por ceder; los montes tienen que ir
siguiendo el movimiento de la Tierra, de la que no pueden separarse; entonces, por una
suerte de compensación de fuerzas, se inclinan un tanto hacia el occidente, mientras el
aire parece fluir hacia la misma zona y en ella también las costas se sumergen un poco
en el océano Pacífico haciendo visible la intumescencia. Pero en esto sufrimos el mismo
engaño, pues la realidad es que la intumescencia no se produce porque el agua suba
hacia las costas, sino que tan sólo parece que suben porque con la inclinación las costas
se sumergen en el agua. De modo que podemos decir en conclusión, que cuando la luna
toca el meridiano, lo que nos parece intumescencia no es tal, sino en realidad depresión.
No es preciso, por tanto, rectificar lo dicho por Descartes, que el flujo y reflujo del mar
se debe a la compresión de la materia que circula entre la luna y la Tierra bajo el
meridiano –lo cual es verdad y vale para todas partes, inclusive, como acabamos de ver,
en el ecuador y en la zona tórrida-; la única enmienda en la teoría de Descartes es
respecto de su idea, que por lo demás ha sido hasta ahora idea sostenida por todo el
mundo, de que la intumescencia se produce por la subida del agua sobre el nivel de la
costa: esto no es verdad, puesto que se produce más bien debido a la inmersión de las
costas en el agua. ¿Puede darse algo más sorprendente? –Pero por asombrosa que
parezca, habrá que admitir esta nueva explicación si se examinan y ponderan bien las
razones expuestas.

48. Se objetará sin embargo que se puede admitir esta explicación de la


intumescencia para la zona occidental de aquellos montes, pero no para la zona oriental,
pues en ésta más bien debería producirse una depresión, y por lo mismo –se añade- en la
región del Pará y en la del río Amazonas debería presentarse el reflujo cuando en
Guayaquil y en la región de la costa aparece el flujo, y viceversa, en el Pará debería
darse el fenómeno del flujo cuando en Guayaquil se de el reflujo. La respuesta es
sencilla: es verdad lo que se dice en la objeción, pero eso mismo confirma nuestro
aserto. Según dicen algunos en realidad en la desembocadura del Amazonas la subida de
la marea tiene lugar en el plenilunio o en el novilunio más o menos a las seis después
del mediodía, y en la costa occidental desde Panamá hasta Chile, más o menos a las tres
después del mediodía. Es decir que cuando a las seis se presenta en el Pará la
intumescencia, en Guayaquil tiene lugar la depresión; por el contrario, mientras a las

363
tres se presenta en Guayaquil la intumescencia, a la misma hora en la región del Pará
tendrá lugar la depresión; es un fenómeno parecido al que tiene lugar en el vaso
inclinado, en el que el agua sube por el lado a donde se inclina y desciende por el lado
contrario. Esto es lo que al parecer ocurre en el mar. Y si no se da una exactitud y
coincidencia perfecta, de modo que en el instante en que tiene lugar el último grado de
intumescencia en Pará, se dé también el último de depresión en Guayaquil, y viceversa,
ello se debe a que la distancia entre estas dos regiones no llega a cubrir todo el
cuadrante del círculo, es decir seis horas completas de longitud; en realidad las dos
ciudades distan muy poco, ya que según el observatorio real de París, a Pará le
corresponden más o menos 50 grados hacia el occidente, y a Guayaquil apenas 82
grados; por lo mismo hay que buscar la parte opuesta del vaso más allá del cabo de
Buena Esperanza, es decir en las inmediaciones de Goa, Malaca y quizás Macao en
donde el grado más alto de intumescencia tiene lugar hacia las nueve. La coincidencia
será entonces entre el último grado de depresión en Macao y el último de intumescencia
en Guayaquil. En la ciudad de Pará propiamente, conforme a las observaciones más
recientes la intumescencia en el plenilunio tiene lugar a las diez y cuarenta y cinco, lo
cual concuerda perfectamente con lo que hemos dicho. Sin embargo, y como las dos
regiones de que venimos hablando no distan entre sí lo correspondiente a un cuadrante
del círculo, el flujo o intumescencia en ellas debe atribuirse, a mi juicio, más a las
causas particulares que a esta general. Por otro lado, si en muchos sitios las cosas no
corresponden con perfecta regularidad de acuerdo con la explicación que acabo de dar,
y más bien ocurre lo contrario, la razón está en la resistencia del aire que presiona sobre
la superficie del mar y que, por lo que se ve, puede producir en esto muy diversos
efectos.

49. Pasemos a examinar lo referente a las causas particulares. Aun cuando no


deja de ser verdad todo lo que hemos dicho en general acerca de las maneras, con todo,
si nos ponemos a examinar más de cerca cada fenómeno en particular, iremos
descubriendo una serie de irregularidades notables, tanto respecto del tiempo y la hora
en que se produce la intumescencia en las diversas costas, como respecto de la llegada
de la luna al meridiano que muchas veces no coincide tan exactamente con el momento
de la marea que pueda decirse que la culminación de ésta tenga lugar precisamente a la
hora en que la luna entra directamente al meridiano, sino que muchas veces tiene lugar
antes o después de este preciso momento. Estas irregularidades hay que atribuir a
diversas causas externas y particulares que pueden cambiar y hacer variar en distintas
formas aquel movimiento general. Entre estas causas están los diversos entrantes y
salientes de las costas con sus diferentes extensiones, las lenguas de Tierra que entran al
mar y las corrientes de agua que se internan en la costa llegando a distancias a veces
inmensas; los fondeaderos y ensenadas con sus diversas extensiones y declives, los
recodos encerrados entre altísimas murallas de rocas; y tantísimos otros accidentes del
mar y de la costa con sus formaciones de lo más raras, como antros, concavidades,
rodeos, obstáculos internos, como remolinos, corrientes subterráneas, abismos; tanta
cantidad de islas, escollos, arenales, meandros; tantos otros accidentes y obstáculos
externos al mar, como ríos que desembocan en él con diversos caudales de agua, vientos
continuos en algunos parajes, frío, calor, lluvias, tempestades, hielos, etc. ¡Estos y otros
mil fenómenos cuántas irregularidades no pueden provocar! De todos modos en la costa
del océano Pacífico, desde Panamá hasta más allá de Lima y refiriéndonos solamente a

364
las regiones de la costa, no a las de la zona mediterránea, el mayor grado de
intumescencia tiene lugar en el novilunio y el plenilunio regularmente a eso de las tres,
y en las mediterráneas a la hora correspondiente según la distancia que las separa de la
costa.

50. Además puede haber otros cambios que provienen de la atmósfera y del
firmamento y que se deben a las diversas conjunciones, salidas u oposiciones de los
astros, a los eclipses, etc.; porque es evidente que los cuerpos y fenómenos celestes
influyen de muchas maneras en los de la Tierra, no ciertamente con una especie de
influjo misterioso o con las llamadas cualidades ocultas que vendrían a dominar incluso
en nuestra libertad –fantasía ilusoria de los astrólogos, aunque en algunos detalles
particulares pueda darse algún influjo-, sino mediante los diversos movimientos de sus
remolinos que se propagan a través del firmamento hasta la Tierra, por medio de sus
diversos impulsos y agitaciones, del flujo y reflujo de la materia y sus distintas
proyecciones y trayectorias, etc., que es como operan dichos cuerpos según se puede
observar fácilmente. Pues bien, si todos los fenómenos sublunares depende de los
celestes, mucho más el flujo y reflujo del mar, cuyos cambios, además de los ordinarios
y pequeños como efecto de las conjunciones y oposiciones en que la luna se encuentra
en las extremidades de su diámetro, suelen ser mucho mayores cuando en su
movimiento diario llega a la zona de Aries o de Libra, o sea cuando en la época de los
equinoccios se encuentra en el ecuador, y es que entonces no solamente la luna sino
también la Tierra se encuentran alineadas directamente en las extremidades del diámetro
menor de su elipse, con las trayectorias anuales en la eclíptica, y allí sufre una presión
más violenta que en ninguna otra parte en dirección al sol, sin que la luna deje de sentir
también este mismo efecto; por ello la materia que circula entre los dos cuerpos sufre
una compresión mayor que en ningún otro sitio de la elipse terrestre. ¿Qué efecto puede
seguirse de esto? Desde luego no podrán ser desplazadas de su sitio ni la Tierra ni la
luna, porque para esto se requeriría una fuerza mucho mayor; pero al menos sí se
logrará hacer que las cumbres se inclinen más que en otras épocas del año. Explicada así
la hipótesis de Descartes, ya muchos incluso de los mismos cartesianos verán sin
extrañeza cómo fluye sin dificultad esta última deducción de los principios tan
claramente establecidos por el ilustre filósofo.

51. Con estos quiero ya concluir mi obra con lo referente al curso de los
planetas; éstos a veces parece que avanzan y a veces retroceden, a veces parecen
mantener una marcha directa y a veces una retrógrada o incluso que son cuerpos
estacionarios; en cuanto a sus órbitas, unas son muy inclinadas, otras menos, unas
variables, otras al parecer inmutables. Los matemáticos consumen horas y horas
tratando de explicar estas irregularidades, con sus epiciclos y diversas hipótesis; y
logran desde luego explicar aparentemente las cosas, pero sin entrar a la realidad tal
como es en sí; porque un mismo fenómeno puede ser efecto de diversas causas, pero los
matemáticos no se preocupan de descubrir y explicar las causas con tal de explicar con
sus cálculos los efectos aparentes. Ya hicimos notar antes que por ejemplo en un reloj,
con sólo observar la marcha de las manecillas se puede deducir fácilmente el número de
cuartos y de horas que dará la campana, cuando aquellas lleguen a un determinado
guarismo, pero sólo por eso no se puede conocer tan fácilmente la disposición interna de

365
las ruedas, porque el efecto de señalar las horas puede depender de una enorme variedad
de ruedas; lo mismo podemos decir en el caso de los planetas: con los datos que señalan
los cálculos matemáticos se puede sí deducir el curso que infaliblemente seguirán los
planetas, pero no se puede deducir de qué depende ese movimiento y cuál es la causa
que lo produce, pues un mismo efecto puede provenir de causas diversas. Los
matemáticos suelen deducir algo verdadero inclusive sobre la base de algo falso; pero
no por eso vamos a decir que la causa formal de lo verdadero es aquella base falsa, pues
aquello es un resultado meramente accidental, es decir un proceso por el que, partiendo
de un falso supuesto y sirviéndose de mil combinaciones y rodeos desde luego con
admirable sutileza, logran ellos una conclusión que les permite vislumbrar la verdad; si
luego se descubre que esa verdad coincide con lo que ellos afirmaban, no es
evidentemente en virtud de lo falso en que ellos se apoyaron sino en virtud de otra causa
que se ve que tiene conexión con el efecto. ¡De qué no es capaz la ciencia admirable del
álgebra con la sutileza de sus procedimientos! únicamente con la base de ciertos signos
y letras, añadiendo, restando o comparando un dato con otro, llega a desarrollar y
resolver mil problemas de lo más intrincados y difíciles con pasmosa facilidad: se diría
hecha para despachar oráculos. Así son también los matemáticos: sin preocuparse de
más, dejan a los físicos la investigación de las verdaderas causas de las cosas.

52. Como una observación general, tengamos en cuenta con la física no debe
fiarse mucho de los matemáticos, aunque se gloríen éstos de penetrar más a fondo en los
secretos de la naturaleza, pues en realidad ocurre más bien todo lo contrario: puestos en
un plano demasiado elevado y flotando en la nube de sus demostraciones más arriba del
mismo firmamento y como arrobados en sus inaccesibles pensamientos y suposiciones,
todo pueden hacer menos penetrar en lo hondo de los problemas concretos. Baste como
prueba aquello que anda tan en boga como cosa indubitable, a saber la elevación del
polo: se dice que por ejemplo en Roma el polo ártico se eleva a 41 gr. 54 min., en París
a 48 gr. 50 min., en Quito el polo antártico a 0 gr. 13 min., en Lima a 12 gr. 20 min.
Todo el mundo habla en este sentido; y sin embargo, examinada a fondo la realidad de
las cosas, no hay nada más falso. Y si no, pregunto sencillamente: ¿cómo se entiende
aquella elevación del polo? cuando se habla de elevación ¿se entiende del polo terrestre
o del celeste? Pero de cualquiera de los polos, aquello es falso; porque no se eleva ni el
uno ni el otro, ya que son puntos inmóviles y no se desplazan a ningún punto; no
podemos decir, por tanto, que se elevan, porque en ese caso tendríamos que admitir o
que los cielos se mueven de polo a polo, y estaríamos suponiendo que el polo celeste se
eleva o se deprime, o tendríamos que admitir que con ese mismo movimiento se mueve
la Tierra y por tanto, que su polo se eleva o se deprime; pero nadie ha soñado en
semejante cosa. Luego es falso todo lo que se diga de la elevación o de la depresión del
polo; y por lo mismo son también arbitrarias las divisiones de la esfera en recta, oblicua
y paralela y arbitrario también todo lo que se pretenda sacar como conclusión de estas
suposiciones. Lo que sí debemos afirmar es que somos nosotros los que estando sobre la
superficie de la Tierra, nos elevamos o descendemos, al acercarnos más a los polos o al
alejarnos de ellos y acercarnos al ecuador, y por eso, según que estemos en un punto u
otro del mundo, dada la rotundidad de su figura nos encontramos con otro horizonte, y
para el cenit encontramos también otro punto en el cielo, mientras siguen inmóviles
tanto el globo terrestre como su eje y cada uno de los polos. Considerando, pues, las

366
cosas desde el punto de vista de la física, las esferas artificiales deberían construirse de
distinta manera, y no como se ha hecho hasta ahora; quiero decir que el horizonte
debería hacerse móvil de manera que pudiera elevarse o deprimirse, y el meridiano con
el eje y los polos debería ser metálico e inmóvil, de tal manera que todos los puntos del
globo tengan siempre fijos sus respectivos cenit y nadir. Los matemáticos son como
espejos de acabada tersura o como fuentes inagotables de agua cristalina, pero lo que
ellos dicen hay que tomarlo con no pocas reservas, pues con frecuencia hay que
entenderlo en forma inversa: los espejos y las fuentes, si bien representan muy al vivo
los objetos y reflejan las imágenes con absoluta fidelidad y perfección, tienen sin
embargo el inconveniente de que lo que está a la izquierda aparece en ellos a la derecha
y viceversa, y lo que está en lo alto aparece debajo; en el caso que nos ocupa, los
matemáticos hablan de elevación del polo, y lo que debe entenderse es que le horizonte
se deprime, etc. ¿Qué pensar, desde el punto de vista de la física, acerca del curso de los
planetas?

53. Mi pensamiento es el siguiente: si para explicar aquella irregularidad no


basta solo el movimiento de la Tierra, y el hecho de que somos nosotros los que
avanzamos, nos detenemos o retrocedemos, mientras equivocadamente atribuimos
nuestros movimientos a las estrellas que están inmóviles, si esto no basta, como parece
por la excesiva distancia a que están los cielos, respecto de los cuales no solamente la
Tierra sino también su órbita anual se supone que son imperceptibles; si eso no basta,
repito, digamos que aquella irregularidad se debe necesariamente atribuir a la
irregularidad del torbellino del sol; el cual por una parte encierra dentro de sí gran
cantidad de planetas y pequeñas lunas, por otra parte tiene alrededor de su
circunferencia muchísimos otros torbellinos que pesan y gravitan sobre él, y además
está rodeado por la vía láctea, la cual a manera de cero rigidísimo compuesto de
innumerables luminarias lo aprisiona y le obliga a adoptar la figura de elipse con sus
entrantes y depresiones; por lo mismo no solamente no puede formar un círculo
enteramente regular o una elipse también regular, sino que tiene que degenerar en
diversas zonas, con depresiones, ensanchamientos, jorobas, sinuosidades, curvas, etc.,
más o menos como la Tierra que también presenta mil accidentes de esta índole a lo
largo de sus costas marinas, llenas de anfractuosidades, promontorios, prominencias,
flujos y reflujos de toda dimensión que aparecen pro todas partes en tal cantidad que no
es posible tenerlos presentes a todos; y en el mismo mar, cuántas corrientes impetuosas,
abismos, estrechos, remolinos, recovecos, movimientos contrarios de las aguas, ya de
superficie ya de fondo, en una palabra cuántas irregularidades que influyen en el
movimiento de las naves desviándolas a una y otra parte, retardándolas, obligándolas a
mil rodeos, arrastrándolas o acelerando su carrera! Es de creer que algo semejante se da
en el torbellino del sol y en su elipse y que cuanto hace la Tierra respecto del mar y de
sus costas, hacen también las prominencias de los torbellinos externos respecto del
torbellino del sol. Y no solamente es la circunferencia exterior la que está sujeta a todos
esta serie de irregularidades, sino también las partes interiores de la misma elipse, tanto
por la presencia de los planetas y de sus satélites que con sus respectivos torbellinos
están incluidos dentro de ella y la modifican en mil formas con sus movimientos
particulares y propios, como también por la presencia de tantas materias de diversa
naturaleza que pueden formar parte de sus elementos constitutivos; porque así como la

367
Tierra está hecha de cuerpos compuestos de diversas clases, como los metales, las
piedras, los fósiles y diversos minerales, así también el fluido del torbellino del sol bien
puede estar compuesto de materias muy diversas.

54. Esto supuesto, no es difícil explicar cualquier punto referente a los planetas.
Consideremos el curso de una nave en el mar, digamos por ejemplo en el golfo de
México, en el de Bengala o en el mar Adriático: ello nos dará una idea de lo que es el
curso de los planetas. Estos, como ya dijimos, se presentan a veces marchando
directamente hacia delante, otras veces como astros estacionarios, luego como
retrógrados, nuevamente como estacionarios y de nuevo avanzando hacia delante. Esto
se observa sobre todo en Marte, Júpiter y Saturno, con las siguientes características: en
Marte, entre el punto medio de su viaje retrógrado hasta el punto medio del siguiente
viaje, se cuentan más o menos dos años con 50 días; según esto, Marte en cada
revolución completa alrededor de su orbita se convierte en retrógrado una sola vez,
Júpiter diez veces, Saturno 25 veces (hablo en números redondos, dejando a los
matemáticos el cálculo exacto, como suele hacerse también en otras materias); ese
movimiento en Mercurio y Venus es tal vez mucho más irregular. Ahora bien, cuál
puede ser la causa de estos diversos movimientos, sino ciertos torbellinos externos o
internos con sus diversas presiones sobre la circunferencia o sobre la parte interna del
torbellino del sol, presiones que dan lugar a una serie de sinuosidades en diferentes
zonas? Son como las irregularidades que en el mar produce la tierra con sus diferentes
lenguas y promontorios que penetran en él. Podríamos decir que las sinuosidades
producidas así dentro de la materia solar, son otros tantos promontorios o cabos de
Buena Esperanza que tiene que sortear el navegante. Supongamos, pues, que un planeta,
al ir avanzando por su órbita, llega a uno de estos obstáculos: naturalmente tratará de
empujarlos y llevarlos a la parte opuesta, pero no siempre lo logrará, sino que se verá
obligado a detenerse en el recoveco que ellos han formado; es como una nave que
arrastrada por las olas o los vientos va a parar en algún estrecho o ensenada: ¿qué puede
hacer ese castillo marino? –tratará de avanzar, se detendrá, querrá volver atrás, se verá a
momentos sacudido y balanceado, mientras hace mil intentos para encontrar alguna
salida; pero esto no le será posible hasta no tener un buen temporal y vientos favorables.
Lo mismo los planetas: una vez entrados en alguno de esos recovecos, tendrán que estar
como anclados en ellos hasta que venga la Tierra y los saque de su prisión: sabemos por
experiencia que al interponerse la Tierra en sus inmediaciones pueden los planetas
liberarse de obstáculos y continuar su curso, como lo hacen a veces las naves al abrigo
de los montes o de otros accidentes de la costa.

55. Lo que acabo de decir acerca del mar se ve también con frecuencia en este
famosísimo río del Amazonas o Marañón, sobre todo aquí en el pongo de Borja en
donde paso ahora mis días aprovechando mis tiempos libres en elaborar estas soluciones
y respuestas y mitigando así al menos en algo con la ayuda de mis reflexiones, la
terrible y amarga soledad que supone el estar metido entre estas fieras. El pongo es un
paso angosto que abarca unas tres leguas de longitud y de anchura, pero que en su parte
más estrecha no mide más de cincuenta metros y está encajonado entre murallas de
rocas altísimas de las que brotan aguas termales, y por el cual se precipita todo el
Marañón. Además todo el trayecto está como sembrado de tremendos riscos y cúmulos

368
de piedras que ha formado el boquerón del elevado monte Manseriche para dejar paso,
por decirlo así, a las furibundas aguas del río. Cuando el torrente llega a este punto
precipitándose de lo alto, una parte del agua retrocede y forma hacia los lados unos
recodos o remansos en que la corriente queda moviéndose tranquilamente en forma
circular, mientras otra parte se precipita por el cauce del río con tremenda velocidad.
Esto hace que las balsas o troncos de árboles unidos que utilizan los indígenas como
embarcaciones para bajar por el río, confiándolas sin mayor gobierno y dirección a la
turbulenta corriente, si van a parar en alguno de estos remansos queden aprisionadas en
ellos por mucho tiempo, a veces hasta por tres o cuatro días dando vueltas día y noche
sin poder salir mientras no las saquen a viva fuerza con la ayuda de otras lanchas, o no
salgan ellas mismas al producirse algún cambio en la corriente del mismo río, por
ejemplo con un notable aumento o disminución del caudal de las aguas. Algo parecido
tenemos en nuestro caso: si los planetas llegan a detenerse en los estrechos o recodos
que forman los diversos torbellinos en el gran torbellino del sol, no podrán continuar su
curso, mientras no les llegue de afuera alguna ayuda, como es la inclusión o presencia
de la Tierra que los libere y los haga salir a campo abierto.

56. Existe, pues, en el torbellino del sol precisamente en la zona en que Marte
suele permanecer estacionario, una enorme saliente o cabo de algún torbellino, digamos
el de Júpiter o el de alguno de sus satélites, o quizás de algún planeta que puede estar
ahí sin que sea visible para nosotros, y que se introduce profundamente en el torbellino
del sol. Pues bien, al acercarse Marte a dicha zona llevado por la trayectoria de su elipse
y por el movimiento espiral del sol, se verá empujado a esa especie de ensenada que
forma la protuberancia de aquel torbellino extraño, y va a parar como si dijéramos en el
golfo de Bengala o del Adriático, quedando aprisionado y sin poder avanzar por la
resistencia que ofrece el torbellino contrario. ¿Qué puede entonces ocurrir? no puede
retroceder por el camino por donde llegó, porque persiste la causa que le llevó a esta
zona: se puede comparar a una nave que no puede retroceder mientras dura el viento
que la llevó a una de aquellas ensenadas; el planeta tiene también que detenerse por
algún tiempo en ese recodo, esperando como la nave el viento favorable que lo pueda
liberar: tenemos así el caso de un planeta estacionario. Pero al presentarse el torbellino
de la Tierra y al interponerse su cuerpo entre el planeta y el sol, el torbellino de éste
disminuirá un tanto su presión o impulso ejercido sobre el planeta, presión que antes de
presentarse la Tierra ejercía sin ningún obstáculo; continuando el proceso, este impulso
del torbellino del sol se dividirá entre la Tierra y el planeta; lo que naturalmente
mitigará la presión sufrida por éste en el recodo a donde había llegado, y le permitirá
moverse, tal como una nave a lo largo de la costa, bordeando los flancos de la
prominencia junto a la cual se había detenido y en camino de regreso hacia el cabo o
promontorio: tenemos así el planeta retrógrado. Ahora bien, como los planetas con estos
movimientos se acercan a nosotros, sus diámetros deberán necesariamente aparecer
mayores, como por lo demás lo prueba la misma experiencia: en efecto Marte al
efectuar este movimiento de regreso, parece seis veces mayor que antes, Júpiter tres
veces y Saturno dos veces. Se desliza, pues, el planeta, como decíamos, hasta llegar al
promontorio; una vez ahí, se encuentra con que el movimiento espiral del torbellino del
sol se divide una vez más, pues una parte de él entra en el recodo y otra parte continúa
su curso a lo largo de los flancos del promontorio opuesto, produciéndose una especie
de equilibrio de la corriente, es decir haciendo que ésta no se desplace sensiblemente ni

369
a una parte ni a otra, y por lo mismo paralizando el peso que flota en medio de ella:
tenemos así al planeta estacionario. Finalmente el planeta continuará poco a poco la
marcha comenzada, sobrepasará el cabo de Buena Esperanza, y con viento favorable y a
favor de la corriente seguirá su curso ya sin obstáculos por el piélago del sol: estamos
así nuevamente ante un planeta en curso de avanzada, o directo.

57. Estos recodos, prominencias y cabos no son otra cosa que los comúnmente
llamados epiciclos. En efecto, decir que los planetas se mueven en el firmamento
observando los epiciclos, como quieren y sostienen los matemáticos, de hecho es tan
verdadero como decir que las naves que superan el cabo de Buena Esperanza en África,
lo hacen también observando sus epiciclos. Lo que se ha dicho de Marte se puede decir
también de Júpiter y Saturno, pero con la diferencia de que en el decurso de sus órbitas
se vuelven estacionarios y retrógrados con mucho mayor frecuencia que aquel, y esto
por una razón, cual es la de ser superiores a Marte y encontrarse por lo mismo más
cercanos a las prominencias de muchos otros torbellinos externos, y además por ir
acompañados de muchos satélites, todo lo cual da por resultado que con ellos se repitan
con más frecuencia las mismas circunstancias. En cuanto a la irregularidad que
presentan los demás planetas y en particular Mercurio y Venus, que están más cerca del
sol, y que proviene de las conjunciones y oposiciones periódicas con el mismo sol, no
parece que pueda atribuirse a la misma causa, porque no llegan hasta sus trayectorias los
cabos y prominencias de los torbellinos externos ni son planetas que estén acompañados
de satélites como lo están Júpiter y Saturno, siendo por lo mismo hasta mucho más
irregulares sus aceleraciones y retardaciones. Por consiguiente, su irregularidad se
deberá atribuir a otra causa: o al paralaje de la órbita anual de la Tierra, o a la diversidad
de la materia del torbellino del sol, o mejor a una serie de estrechos que eventualmente
se presentan dentro de sus trayectorias, las cuales siendo como son, variables y
dependiendo del influjo de diversos torbellinos así externos y siderales como internos –
de la Tierra y de los demás planetas-, y además dependiendo también de sus mismas
conjunciones u oposiciones y de muchas otras circunstancias, que modifican su
situación, no pueden menos de introducir irregularidades en el movimiento general. Los
factores que acabamos de mencionar muy bien pueden ser la causa de las
irregularidades que se observan en Mercurio y Venus; este planeta por ejemplo se
moverá con más velocidad al entrar en las zonas estrechas que al avanzar por los
espacios libres, ya sea porque en ese caso se aproxima más al sol, ya porque recibe un
impulso más fuerte de parte de la materia interplanetaria que a su vez está sujeta
también a mayor presión. Lo mismo se diga de mercurio. Con esto, la apariencia de sus
respectivos diámetros será sucesivamente mayor o menor según que se acerquen más o
se alejen de nosotros. Tengamos también en cuenta que por medio del telescopio
podemos distinguir las fases de estos dos planetas que son variables como las de la luna;
en cambio no podemos distinguirlas en Marte, Júpiter y Saturno; y ésta es la razón de
por qué cuando Venus está más cerca de nosotros parece menor y mayor cuando está
más lejos, debiendo ser más bien lo contrario; y es que en las cuadraturas y en el
apogeo, si bien está más lejos de nosotros, pero su disco más iluminado está también
más y aun totalmente orientado de frente hacia nosotros, mientras que en el perigeo, está
más y aun totalmente oculto; por ello, en el primer caso tiene que parecer mayor por la
cantidad también mayor de luz que refleja, y en el segundo caso tiene que parecer
menor debido a la falta de luz.

370
58. Nos queda por ver solamente un punto acerca de los planetas, a saber si
movimiento de progresión hacia delante y su movimiento de retroceso, si es que en
realidad existe este movimiento al menos en todos los planetas. Según algunos autores,
poniendo como puntos de referencia las máculas y Saturno, ciertos planetas darían
marcha atrás contra S.S. y otros irían hacia delante según la misma serie. Las máculas,
Venus, la Tierra y Júpiter vuelve atrás; Mercurio, Marte y Saturno avanzan hacia
delante, dando lugar por lo mismo a la variación en las inclinaciones de las órbitas de
todos ellos, que aumentarán o disminuirán respecto de la eclíptica: en los planetas
retrógrados, las inclinaciones serán menores, en los que van hacia delante, serán
mayores, aunque en Júpiter y Venus permanecen sensiblemente inmutables. ¿Qué se
puede afirmar y sostener con alguna certeza, en medio de tanta oscuridad? En primer
lugar y considerando las cosas en términos generales, parece que todos los planetas
deben tener una igual marcha de retroceso y que los nodos de cada uno con el ecuador
deben anticiparse, puesto que tanto para algunos como para todos la causa es la misma:
la misma causa que se da en la Tierra para la precesión de los equinoccios, existe en
todo el ámbito del torbellino del sol, en el que flotan todos los demás planetas al igual
que la Tierra; y si esta causa empuja a la Tierra hacia atrás, por qué no ha de hacer lo
mismo con los demás planetas? Sin embargo hay que admitir que esto no puede ser en
total igualdad, no sólo habida cuenta de su distancia del centro del sol sino también de
quienes habitamos la Tierra. Porque los cálculos se efectúan conforme las apariencias
que vemos, y aplicamos a nuestro uso los movimientos correspondientes a dichos
cálculos; siendo por lo mismo ésta otra de las causas que hacen variar aquella
diversidad; así que, tratándose de detalles mínimos, no pueden considerarse como tales
los 50 segundos de precesión de los equinoccios de nuestra Tierra respecto de las
estrellas.

59. Tenemos, pues, que la causa del retroceso de todos los planetas e incluso de
las manchas, es el mismo movimiento espiral del torbellino del sol, que no puede dejar
de arrebatar consigo todo lo que en él se contiene en la dirección a la que tiende su
movimiento, es decir de oriente a occidente y contra S.S. Ahora bien, como las manchas
están más cercanas al centro, ellas serán también las primeras en verse arrebatadas por
aquel movimiento; y como éste se efectúa contra S.S. en sentido retrógrado, es claro que
las manchas deberán retroceder un poco. No obstante, Mercurio que es el planeta que
sigue inmediatamente, parecerá que más bien avanza hacia delante; y la razón es la
siguiente: las manchas del sol no están dispuestas en línea continua sino dispersas sobre
el disco en distintos puntos y distantes entre sí, y son innumerables aunque no siempre
aparecen de continuo; de todos modos dejan entre sí diversos vacíos o espacios abiertos,
por los cuales se escapa en mayor abundancia la materia central que se halla en veloz y
continuo movimiento circular; esta materia, al chocar contra los bordes y las
extremidades de las manchas, se esparce en sentido oblicuo hacia el torbellino de
Mercurio empujándolo por la espalda hacia la parte contraria; esto hace que ante la
presencia de dicha materia, mientras retroceden las manchas Mercurio se vea marchar
hacia delante. Además tendrá que aumentar también su inclinación, puesto que el
impulso que recibe por la espalda, no puede menos de llevarlo más allá de lo
acostumbrado, desplazando su eje a mayor distancia respecto del eje solar y

371
produciendo, según las leyes que hemos expuesto acerca de las moles, una mayor
inclinación con la eclíptica. Lo contrario sucede en las manchas y en el planeta Venus
que siguen la dirección espiral de la materia solar y hacen lo mismo que la Tierra: dicha
materia comprime sus moles y las mantiene como dentro de sí, las desvía menos y no
les permite escapar tan fácilmente fuera de los trópicos y hacia los polos, sino que antes
de que lleguen a donde acostumbraban llegar antes, las desvía hacia la parte contraria,
haciendo menor su inclinación.

60. El fenómeno que tiene lugar en Marte, Júpiter y Saturno es distinto del que
vemos en las manchas, Mercurio y Venus; y es que, tratándose de los planetas
inferiores, el que ocupa la zona media, a saber Mercurio, sigue una marcha progresiva
hacia delante, y el que ocupa la zona media entre los planetas superiores, a saber Júpiter,
más bien retrocede, mientras avanzan sus dos compañeros, Marte y Saturno según
S.S.S. Esto va contra la razón que señalamos al comienzo. Pero hay que tomar en cuenta
que en los tres planetas superiores la razón es distinta de la que se asigna para los
planetas inferiores; en efecto, como los tres planetas superiores se encuentran cerca de
la circunferencia del torbellino del sol y no cerca de su centro, como los inferiores,
resulta que el movimiento espiral del sol los empuja hacia los torbellinos externos
adyacentes a ellos; debido a este impulso hay una gran abundancia de materia que
regresa por el mismo camino por donde vino, es decir, de occidente a oriente, puesto
que el movimiento espiral del sol se efectúa, como se ha dicho ya tantas veces, en
dirección de oriente a occidente. Ahora bien, dicha materia en su camino de regreso
choca por la espalda en primer lugar contra el cuerpo de Saturno que es el más cercano
a los torbellinos externos, y lo empuja hacia la zona contraria, es decir hacia delante en
el sentido de la serie de los signos, y con estos Júpiter, al igual que Mercurio que
también ocupa la zona media, verá aligerado un poco su movimiento para proseguir su
marcha pero hacia los signos antecedentes. Pero al ir avanzando Júpiter chocará a su vez
con la abundante materia de su torbellino, contra otros torbellinos; esto hará que dicha
materia regrese nuevamente por una parte y otra hacia Saturno y Marte, y empujándolos
por la espalda los obligue a avanzar hacia delante siguiendo la serie de los signos. Esta
es la diferencia que hay entre los planetas superiores y los inferiores. Así se entiende por
qué tiene que aumentar la inclinación de Marte y de Saturno y la de Júpiter disminuir, o
al menos seguir prácticamente igual, como respectivamente en Venus; puesto que lo
mismo que aquí ocurre en Júpiter respecto de Marte y de Saturno, ocurre también en
Venus respecto de la Tierra y de Mercurio; en todo esto, la Tierra puesta en medio de
los demás planetas y como más libre que ellos, plegándose al torbellino del sol, marcha
contra la serie de los signos.

61. Esto no obsta para que el apogeo de los planetas se adelante anualmente más
o menos un minuto y medio; lo cual se ha de explicar utilizando el mismo método que
se aplicó en el caso del sol y de la luna. Además los modos de los planetas, al contrario
de lo que ocurre con la luna, se desplazan también en la misma dirección y según la
serie de los signos más o menos 45 segundos cada año. Y es que los planetas tienen
además un movimiento intrínseco, que depende de la fuerza de su propio torbellino,
mientras que la luna que carece de torbellino propio, depende totalmente del
movimiento externo que le viene de la Tierra, y lo único que hace es ceder siempre al

372
impulso de la materia que por la compresión de la elipse, viene en dicho torbellino
desde oriente, y toda su resistencia y su movimiento de avance los adapta al ímpetu que
le comunica la Tierra. En cambio los demás planetas se mueven también en fuerza de su
impulso intrínseco, como la misma Tierra, y además resisten también a la espiral del sol
apoyándose por decirlo así, en sus propias fuerzas que rehacen continuamente con el
empuje de sus respectivos centros. Esto hace que no se desvíen mucho en sentido
oblicuo, sino que avancen más directamente. En consecuencia, más bien posponen su
corte con la eclíptica y, en vez de anteponerlo, adelantan un poco su marcha siguiendo
la serie de los signos. Estas son las causas de la diferencia que se advierte en los nodos;
a no ser que se prefiera relacionar este punto principalmente con la precesión de los
equinoccios, y las diferencias tan notables que advertimos se consideren únicamente
como un fenómeno óptico. En éste como en muchos otros fenómenos la causa de
nuestro error es el movimiento que puede tener la Tierra y el que ella nos comunica al
irnos llevando consigo, si bien es indudable que en el medio fluido de los inmensos
espacios las estrellas se desplazan por diversas zonas a grandes distancias, aunque por
otra parte el sol, sobre todo en las conjunciones y oposiciones, las refrena y controla
impidiendo que se alejen demasiado de sus respectivos ámbitos.

62. Esta es ciertamente la posible explicación de todos estos fenómenos, si


hemos de dar fe a lo que los astrónomos dictaminen acerca de tales movimientos, cosa
que todavía no es absolutamente segura, pues no es tan fácil obtener datos y
observaciones con la exactitud que para ello se requiere. Sin embargo la razón nos dice
que así deben ser las cosas. Sea lo que fuere, no insistiré más ni continuaré en este
estudio, pues me basta haber demostrado que las razones apoyan los datos de la
experiencia y muchas veces los confirman plenamente. Sólo mencionaré un último
hecho, que servirá para confirmar todo lo dicho; es el fenómeno sorprendente que suele
atribuirse a la intervención del demonio y no a factores naturales, aunque no es
improbable que pueda atribuirse a causas meramente naturales; se trata de lo siguiente:
una pequeña esfera de plomo que por medio de un hilo sostenido entre los dedos queda
suspendida dentro de un recipiente, adquiere un movimiento vibratorio reproduciendo
con los respectivos golpes o pulsaciones la cuenta exacta de las horas, ya sea que para
comprobarlo se utilice el cómputo italiano, ya el ordinario; caso dudoso ciertamente,
pero que quizás puede ser real por medio del pulso de la sangre en los dedos y con la
ayuda de la imaginación; porque puede sostener el hilo un individuo que se concentre
mentalmente pensando en la hora italiana o en la ordinaria de tal modo que los espíritus
animales se dirijan insensiblemente a los dedos por los conductos de los nervios
concurriendo exactamente los necesarios para producir el número de golpes que
corresponden a las horas que el individuo tiene en la mente; y como al percibir los
golpes el individuo experimenta a través del oído algo nuevo en su imaginación y en su
glándula pineal, instantáneamente se perturba el flujo de los espíritus y cesan los golpes.
Alguna vez y en algunos individuos puede darse este caso, pero no en la generalidad,
porque no todos tienen la misma capacidad de imaginación. Aquí se ve cómo la razón
sirve de apoyo a la experiencia, aunque en otros casos más bien la experiencia ayuda a
la razón, pues muchas veces los hechos experimentales se deben suponer como algo
inconcluso antes de que la razón pueda ocuparse de ellos con garantías de provechosa
seguridad. Pero si no se dan tales hechos, si las experiencias son dudosas o inciertas, no
queda más posibilidad que insistir en la vía de la razón que es también la más segura. Y

373
éste fue precisamente el método de Descartes: cerrar los ojos y ponerse a reflexionar,
desconfiar del testimonio de los sentidos y del propio juicio; sobre la base de la duda
universal analizar en sí misma las causas y los efectos que, puestas en determinadas
circunstancias podrían ellas producir, prescindiendo por de pronto de los reales o
supuestos efectos; y finalmente dar por ciertas y establecidas sólo aquellas cosas que
por más que se pretenda negar, estarían exigidas por la razón. Pues bien, como todas las
cosas que tenemos delante y que vemos y palpamos experimentalmente en el universo
son tales que no podemos tener ninguna certeza sobre ellas, y como en las mismas cosas
accesibles a nuestros sentidos lo único que hay de cierto es que no sabemos lo que en
realidad son en sí mismas, tenemos que concluir que, si bien hay que dar fe tanto a la
razón como a la experiencia ayudándonos de la una y de la otra, sin embargo para no
errar debemos fiarnos más de la razón que de la experiencia.

63. Y baste con lo hasta aquí expuesto como ejemplo y prueba de nuestro
sistema filosófico. No hace falta añadir más ni dispongo de tiempo ni de disposición de
ánimo para ello; por lo demás, es fácil sacar las conclusiones particulares de lo que
hemos dicho hasta ahora en términos generales. Hemos ofrecido los principios
universales, los primeros elementos de todas las cosas y las causas generales tratando de
explicar únicamente por vía de hipótesis los puntos que al parecer no concuerdan bien
con las verdades de la fe; y en esto debo insistir para que nadie piense que ha sido otra
mi intención a lo largo de todo mi trabajo. Se puede echar mano de todos estos
principios para la explicación de todos los fenómenos: lo que hemos hecho es descubrir
la fuente y delinear el cauce de muchos veneros recorriendo las márgenes de un
inmenso río: grata y fácil tarea será beber de sus aguas; todo deberá referirse a esa
fuente y en ella analizarse y dilucidarse, pues nada puede haber en los cielos o en el
aire, en el mar o en la tierra, que no llegue a ilustrarse y aclararse perfectamente con sus
linfas. En conclusión, y para recapitular en pocas palabras todo lo dicho, al trasluz de
esta fuente sabremos que la luz consiste formalmente en cierta impulsión, el calor en la
eyaculación, la gravedad en la repercusión, al elasticidad en el arqueamiento móvil, la
blandura en la facilidad de ceder el sitio; el color en la reflexión, el sonido en la
ondulación, el olor en la penetración, el sabor en la agitación o sacudimiento, el tacto en
la fricción; la fluidez en la división, la dureza en la unión, el cuerpo en la extensión, el
espíritu en el pensamiento; que la materia es indiferente para todo, y que la que suprime
esta indiferencia es la forma; que hay dos principios: el movimiento y el reposo, de los
cuales el primero exige la división y reside en la materia, y el segundo exige la unión y
reside en la forma; que la dilatación consiste en la introducción de materia externa al
cuerpo y la condensación en la expulsión de dicha materia, la diafanidad o transparencia
en la porosidad, la opacidad en la trabazón de las partes, la unión en la ligazón interna,
la ubicación en la ligazón externa, la duración en la sucesión de movimientos, etc. Las
tinieblas, el frío, la ligereza y muchos otros fenómenos parece que se entienden mejor
por el concepto negativo y la privación antes que por el positivo y la constitución
intrínseca de los mismos. Podemos decir que estos son los conceptos formales de los
diferentes entes mencionados, en cuyo análisis no quisiera insistir, como tampoco
detenerme en el estudio de tantos otros fenómenos como los que tienen lugar en el aire
o firmamento o los que se relacionan con los seres volátiles o los seres animados e
inanimados que hay en la tierra, o con los cuerpos salados y los peces del mar, con los
diferentes cuerpos ígneos, y los magnéticos y estriados que circulan del uno al otro

374
polo, etc., cuya explicación y concepto formal se pueden fácilmente deducir de lo que
hemos dicho a lo largo de nuestra exposición, -tarea cuya realización dejo en manos de
otros ingenios: a mí me basta con haber indicado el camino que en esto se deberá seguir.

Juan Magnin.

TODO A LA MAYOR GLORIA DE DIOS

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