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PensamientoSchopenhauer, poco dado en principio a las licencias especulativas del

idealismo alemán, tomó como base de su propio sistema el criticismo de Kant. Sin
embargo, mientras el Kant de la primera crítica negaba radicalmente la posibilidad de
conocer el noúmeno o cosa en sí (Ding an sich), Schopenhauer sostuvo que mediante la
introspección era posible acceder al conocimiento esencial del yo. Identificó a éste con un
principio metafísico al que denominó "voluntad" o "voluntad de vivir" (Wille zum Leben).
Por otra parte, redujo los doce conceptos puros a priori del entendimiento (categorías) del
sistema kantiano a uno sólo: el principio de razón suficiente o de causalidad.

El concepto de voluntad, en el estricto sentido schopenhaueriano, no alude a la mera


facultad psíquica de querer sino que, antes bien, se refiere a un ser o esencia (Wesen) de
carácter metafísico cuyo correlato sensible es el mundo fenoménico. En efecto: el mundo
de los fenómenos —que a diferencia de la Voluntad está sujeto indefectiblemente a las
coordenadas espacio-temporales determinadas por el principio de individuación
(principium individuationis) y a la ley de causalidad—, no es más que la Voluntad misma
"objetivada" que, en cuanto tal, debe ser entendida en términos de lo que Schopenhauer
llama "representación" (Vorstellung).

Según Schopenhauer, la voluntad —en su modo de ser objetivado— se manifiesta en todos


los estratos del mundo natural, desde la simple piedra hasta el hombre, en quien alcanza su
grado máximo al adquirir la forma del deseo consciente —en cuyo único caso pasa a
identificarse con la noción corriente de voluntad—. En sí misma, sin embargo, la Voluntad
no es otra cosa que "un ciego afán (Drang), un impulso (Trieb) carente por completo de
fundamento y motivos" (El mundo como voluntad y representación, II.

Bajo tales aspectos, entonces, resulta evidente que yo, con razón, haya puesto a la Voluntad
de vivir como lo ulteriormente inexplicable, o más bien, como fundamento y base de toda
explicación y que ésta —muy lejos de ser un palabrerío vacío como 'lo absoluto', 'lo
infinito', 'la idea' y demás expresiones similares— sea lo más real (das Allerrealste) que
conocemos; más aún: el núcleo de la realidad misma (der Kern der Realität selbst). (Ibid.)

Ahora bien, en la medida en que la voluntad se expresa en la vida anímica del hombre bajo
la forma de un continuo deseo siempre insatisfecho, Schopenhauer concluye que "toda vida
es esencialmente sufrimiento (Leiden)" (Op. cit., IV, § 56). Y aun cuando el hombre, tras
múltiples esfuerzos, consigue mitigar o escapar momentáneamente del sufrimiento, termina
por caer, de manera inexorable, en el insoportable vacío del aburrimiento. De ahí que la
existencia humana sea un constante pendular entre la Escila del dolor (Schmerz) y la
Caribdis del tedio (Langeweile), periplo éste que la inteligencia sólo puede anular a través
de una serie de fases que conducen, progresivamente, a una negación consciente de la
Voluntad de vivir.

Es por ello por lo que Schopenhauer propone una huida del mundo. Con todo, no aprueba
el suicidio como camino, ya que el suicida no renuncia a la vida en sí misma, sino a la que
le ha tocado vivir en condiciones desfavorables. Por lo tanto, el filósofo reconocerá como
válidas sólo tres alternativas, que jerarquiza según el grado de aniquilación de la Voluntad
implicado en cada una de ellas:
• la contemplación de la obra de arte como acto desinteresado, fundamento de su
estética;
• la práctica de la compasión, piedra angular de su ética;
• la autonegación del yo (asimilable a una suerte de nirvana) mediante una vida
ascética.

Por lo demás, Schopenhauer fue el primer gran filósofo occidental que puso en contacto los
pensamientos de su época con los de Oriente y uno de los primeros en manifestarse
abiertamente ateo.4

La originalidad y el carácter anticipativo del pensamiento schopenhaueriano dejó su fuerte


e insoslayable impronta en autores de la talla de Friedrich Nietzsche, Sigmund Freud,
Thomas Mann, Ludwig Wittgenstein, Eduard von Hartmann, Hans Vaihinger, Marcel
Proust, Henri Bergson, Émile Cioran, Jorge Luis Borges y Michel Houellebecq, entre otros.

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