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en mira que en su misión resultaba insoslayable que los textos fueran leídos del
original directamente —para ser traducidos adecuadamente—, expurgadas las
miserias de los glosadores medievales y “desinfectados” de las distorsiones
interesadas de aquéllos. Como sostiene Grafton “Desde el principio, los humanistas se
dispusieron a rescatar a los clásicos del fortificado hortus conclusus en el que habían
sido encerrados por los comentarios medievales”4. Valla y Poggio estaban seguros de
la necesidad de recuperar el sentido original de los textos.
La humanidad le adeuda a Poggio un tesoro: el rescate de discursos de
Cicerón, del primer texto completo de la Institutio Oratoria de Quintiliano, de un
fragmento de las Argonáuticas de Cayo Valerio Flaco, de comentarios a oraciones de
Cicerón, de Asconio y Prisciano, de un manuscrito de Vitrubio, de un códice de
Vegecio, de De rerum natura de Lucrecio y de obras de Manilio, Silio Itálico, Amiano
Marcelino, de obras de los gramáticos Caper, Eutyches y Probo, de las Silvae de
Estacio, entre muchas otras glorias.
Es sabido que Poggio copiaba línea por línea los textos resucitados —lo que le
permitía luego disfrutar de la consulta en forma única e intransferible—5, y él mismo lo
hace explícito en su epístola a su entrañable Guarino Veronese “De mi puño y letra los
he transcripto —y por cierto velozmente— para enviárselos a Leonardo Aretino y a
Niccoló Florentino, que ni bien se enteraron por mí del descubrimiento de este tesoro,
insistentemente me han solicitado por carta que les enviara cuanto antes a Quintiliano”
(221)
La carta de la cual se extrajo la cita es en su totalidad, testimonio del espíritu
que inspiraba los pasos de Poggio. Para él, intelecto y razón son los guías del feliz y
buen vivir, pero “sin la práctica y el orden del decir” (…) “ni la razón misma ni el
intelecto valdrían de mucho”, porque “sólo el discurso es aquello que, sirviéndonos
para expresar la virtud del espíritu, nos distingue del resto de los animales” (218).
Poggio está muy orgulloso de su hábito de exhumar volúmenes descubriendo reliquias
de las artes liberales y del esmero humanista en devolverles la dignidad injustamente
arrebatada por la barbarie medieval. Quintiliano, recuperado del moho, devuelta su
belleza antigua y su salud, significaba, mucho más que simbólicamente, un avance de
incalculable valía para el derrotero del soñado humanismo. 6
4
Grafton, Anthony, “El lector humanista”, en Guglielmo Cavallo y Roger Chartier,
Historia de la lectura en el mundo occidental, Madrid, Taurus, 1998, p. 286.
5
Es interesante destacar que Poggio, descontento como su antecesor Petrarca con la
letra gótica, inventó a principios del siglo XV una nueva letra, clara, redondeada y
elegante, a la que luego se denominó “letra humanista” y que fue utilizada por él por
primera vez en 1408 al copiar a Cicerón. Dicho manuscrito es el más antiguo que se
conserva en la actualidad en dicha letra.
3
6
Pascal Quignard nos revela el espíritu de Poggio con estas palabras: “Coleccionaba
libros. A veces tomaba su mula, se rodeaba de carros, escalaba una torre en ruinas para
reaprovisionarse de libros desaparecidos. Eso se llama renacer. Son los primeros
renacentistas. Barthélemy de Montepulciano le mostró a Poggio, apretándolo contra su
pecho, llorando, en un granero de la abadía de Saint-Gall, un Quintiliano completo
manchado con basura, viscoso de polvo, que es el tesoro de la retórica especulativa
romana”. (Quignard, Pascal. Retórica especulativa. Buenos Aires: El cuenco de plata,
2006, p. 69.)
7
Soletic, Ángeles, en El Renacimiento italiano. Una incursión en sus fuentes e ideas.
Comp. José Burucúa y Martín Ciordia. Buenos Aires, Asociación Dante Alighieri. 2004. p.
207.
8
Rico, Francisco. Opus. Cit., p. 41.
9
Ibídem, p. 11.
10
Morrás, María. Opus. Cit., p. 14.
11
Rico, Francisco. Opus. Cit., p. 19.
4
12
Esta alusión a Camilo es muy interesante por sus connotaciones: a finales del siglo IV
a.C. los galos que habían invadido Italia, saquearon Roma. En ese momento aparece
Camilo, que viendo Roma ocupada alista en las poblaciones vecinas un ejército de
rescate con el que consigue derrotar a los galos y hacerles huir. Tras la marcha de los
galos, los romanos se pusieron manos a la obra, reconstruyeron su destruida ciudad y
contrataron a ingenieros griegos que les construyeron las famosas murallas que mucho
después impedirían a Aníbal ganar la II guerra Púnica.
13
Aunque exceda las posibilidades de este trabajo, sería productivo confrontar las
palabras de Valla con las de Nebrija, notablemente influido por aquél, y que sin tregua
han sido repetidas a lo largo de la historia, aunque con una hermenéutica no del todo
fiable: “Cuando bien comigo pienso, mui esclarecida Reina, i pongo delante los ojos el
antigiiedad de todas las cosas, que para nuestra recordación y memoria quedaron
escriptas, una cosa hállo y: sáco por conclusión mui cierta: que siempre la lengua fue
compañera del imperio; y de tal manera lo siguió, que junta mente començaron,
crecieron y florecieron, y después junta fue la caida de entrambos.” (prólogo a su
gramática castellana -1492-)
14
En las Institutio oratoria de Quintiliano —curiosamente la obra que Poggio recuperó
con tanta emoción en el monasterio de Saint-Gall—, se lee: “La costumbre es la maestra
más segura de hablar, y hemos de usar de las voces como de la moneda, que sólo es
corriente la que tiene el cuño del día”. http://www.cervantesvirtual.com
5
17
Rico, Francisco. Opus. Cit., p. 43.
6
18
Francisco Rico en la mencionada obra atribuye la expresión a Mario Fois. p. 56.
19
Rico, Francisco. Opus. Cit., p. 38.
20
Rico, Francisco. Opus. Cit., p. 38.
21
Entre otros cargos, Poggio Bracciolini fue secretario apostólico (1414-1418). Entre 1403
y 1453 cumplió diversas funciones para la curia romana. Desde 1453 y hasta su muerte
en 1459 fue canciller de la República florentina. Sin embargo, sus críticas al papado
fueron demoledoras: “En la Curia romana (…) la ciencia y el mérito no sirven para nada.
Trabaja un tiempo en desaprender lo que sabes, y en aprender los vicios que ignoras, si
quieres hacerte apreciar por el Papa”. Quignard, en la obra citada, lo define como ateo
(p. 65) y luego agrega “El secretario pontificio Poggio tenía una absoluta indiferencia en
materia de religión”, p. 69. Lorenzo Valla — quien llegó a ser condenado por hereje por la
curia de Nápoles—, trabajó durante años al servicio del Rey de Nápoles Alfonso el
Magnánimo y el papa Nicolás V lo nombró secretario apostólico.
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Es famoso el Apólogo Vallense contra Poggio Bracciolini (1454) en contestación a la
Cuarta Invectiva de Poggio Bracciolini (1453), en la que éste utililiza la palabra
monstruum como epíteto de Valla.