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YO ACUSO A PINOCHET [1]

Desde Argentina Remember-Chile ha recibido este testimonio, escrito por


una mujer que sobrevivió a la tortura y la persecución. Era ella una
estudiante de secundaria cuando se le detuvo y torturó en tres ocasiones
en menos de un año. Aún hoy el Comandante en Jefe del Ejército de
Chile, General Izurieta, justifica crímenes y asesinatos afirmando que en
esos años Chile se encontraba en guerra. El presente testimonio lo
desmiente: Rosa era una adolescente que ejercía su derecho democrático
de tener ideas políticas, esperaba iniciar sus estudios de Medicina, no
había cometido ningún delito y no estaba en guerra con nadie. Pero la
dictadura estaba en guerra con ella y después de torturarla la empujó al
destierro a los 17 años. En esta denuncia, escrita tras 25 años de silencio,
Rosa se refiere a secuelas psicológicas que aún hoy la atormentan. Su
testimonio se une al de miles que han hablado por ellos mismos o por
sus familiares, pero aún quedan muchos otros que como Rosa han
callado quizá por demasiado tiempo.
La que suscribe declara haber salido de Chile el 5 de septiembre de 1974
y no haber vuelto hasta 1986, pues el régimen militar me había prohibido
el regreso al país. Presento hoy mi testimonio, fuera de Chile, ya que las
condiciones políticas de ese país son inseguras. Lo hago porque deseo
que no quede impune el atropello, el dolor y el desgarro que sufrí y que sé
es el sufrimiento de muchos y de mi familia e hijas que se vieron privadas
de disfrutar a sus tíos primos y abuelos, y esos sobrinos que yo ayudé a
criar y con los cuáles tengo pocos años de diferencia y a los que según
palabras textuales de ellos: "Pinochet les robó a su tía". Ellos
preguntaban una y otra vez por ella hasta que una respuesta, después de
muchos años, les desgarró el alma: "¡La tía Rosa no volverá más!"
Fui una militante de las Juventudes Comunistas de Chile, como
adolescente y con los ideales de todo adolescente. Presidí el Centro de
Estudiantes del Liceo[2] Nº 1 de Niñas de Valparaíso y apoyé activamente
el gobierno de la Unidad Popular[3]. Cursaba cuarto año de Enseñanza
Media y estaba apunto de dar la Prueba de Aptitud Académica (PAA)[4]
para ingresar a la Universidad, cuando el 11 de Septiembre de 1973 me
enteré del golpe con la incredulidad de una militante y con el dolor de un
proceso de ideales rotos.
A los 24 días aproximadamente, al regresar del Liceo, encuentro que mi
casa estaba siendo allanada. Uno de mis hermanos, que me esperaba a
los pies del cerro, me dijo que no regresara porque habían preguntado
por mí. Días después, estando yo en el Liceo, dos marinos me entraron a
buscar a la sala de clases y me llevaron a una Escuela en la cual había
varios dirigentes estudiantiles. Como una consigna no premeditada,
nosotros no nos hablábamos.
Un Oficial de la Marina me interrogó acerca de cuántas células
comunistas funcionaban en mi Liceo, como eso no se confiaba a nadie
me negué y desconocí el hecho. Un par de cachetadas[5] fueron mi primer
enfrentamiento con la realidad. Yo no sabía ante quienes me enfrentaba.
Tenía 17 años. Me dejaron en libertad aconsejándome con rudeza que
dejara mis estudios. Aquello lo conversé con el que después fue mi
esposo y compañero durante 15 años. Creyendo que no era tan grave,
pensando sólo que debíamos irnos a otra provincia, quedamos a la
espera de los resultados de la PAA.
Dos meses después, una madrugada mi padre llamó a la puerta de mi
dormitorio y me dijo: "Hija... la vienen a buscar..." Al despertar me di
cuenta de que mi casa estaba siendo nuevamente allanada. Mi padre era
peluquero y mi madre ama de casa, ambos lloraban y un primo hermano
también. Quien comandaba la patrulla me ordenó: ¡Debe acompañarnos!
Mis padres quisieron saber a dónde me iban a llevar, pero ellos no
contestaron. Salí con lo que alcancé a tomar para medio vestirme: el
camisón, un pantalón y un chaleco que mamá me alcanzó. Me subieron a
un camión militar con infantes de marina armados a cada lado y subieron
por el Cerro O'Higgins. Entraron por diferentes calles del cerro allanando
las casas y abriendo las puertas a patadas. En total sacaron a unos
quince compañeros y los subieron al vehículo, dejando gritos y violencia
en cada lugar. En una casa se escuchó un disparo y allí no subieron a
nadie. Íbamos encapuchados con nuestros pulóveres que más adelante
fueron reemplazados por capuchas malolientes. Al llegar arriba del cerro,
en un lugar llamado Miradero O'Higgins nos hicieron bajar y nos
colocaron en fila tocándonos con los hombros. Yo era la única mujer del
grupo. Alguien ordenó: ¡apunten! Y nos dispararon sobre nuestras
cabezas, …yo me caí del miedo. A lo lejos se escuchaban ráfagas de
ametralladoras.
Luego bajaron del cerro a toda velocidad. Nos llevaban acostados en el
piso del camión, como éramos muchos. Cuando bajábamos por la calle
Washington pude mirar hacia mi casa y ver a mis viejos llorando en la
puerta, sentí terror que les dispararan. A la altura de la Avenida Argentina,
al vehículo se asomó un señor alto con una voz especial, quien dice:
"Estos son los enfermos de «Upitis»[7]. ¡Arriba, Arriba!" (Con el tiempo me
di cuenta de que la orden que dio fue que nos llevaran a la Academia de
Guerra Naval, que quedaba en Playa Ancha). Nosotros estábamos
encapuchados y oíamos que nos alejábamos del Centro. Sólo transitaban
vehículos militares ya que había toque de queda. En el recinto militar nos
hicieron subir unas escaleras. Yo conté los peldaños, porque alguien me
susurró que los contara. Fueron veinte escalones, un descanso y luego
diez escalones. Así hasta el cuarto piso, en donde nos empujaron adentro
de una habitación. Era un recinto de diez metros por veinte, con una
pocas colchonetas en el piso.
Durante varios días esperé, mientras por la noche no dormía debido a los
alaridos, gritos, golpes y gemidos y, más de una vez, disparos. Cuando
entraba algún oficial, por lo general a eso de las seis de la tarde, nos
encapuchaban y nos cuidaban unos marinos con un pañuelo en la cara y
metralletas. Pero había un oficial que se paseaba entre nosotros a cara
descubierta, era alto, tenía el rostro con rasgos caucásicos, pelo y ojos
negros. Nos torturaba psicológicamente diciéndonos: "¿Quieren estar en
sus casas?" Nadie contestaba y él decía: "Yo también. ¿Quieren comer
pollo con papas[8] a la cacerola? Yo, lo mismo." Aquellas palabras
dejaban mal, daban ganas de suplicar, pero nadie, por lo menos en el
tiempo que estuve detenida allí, se quebró. Mis padres, mi compañero y
mis hermanos recorrían los regimientos para saber mi paradero. Con un
marino conocido me hacen llegar ropa y así confirmaron que yo estaba
allí.
Durante mi permanencia allí reconocí a la esposa del Alcalde Barrientos
de Viña del Mar y a unos dirigentes de la Universidad, quienes me dieron
instrucciones: no hablar nada, que era peor, que no hablara de mi
militancia sino del liceo y nada más. Me llevaron al primer interrogatorio,
encapuchada hasta la cintura, me sentaron y me leyeron mi ficha.
Después me preguntaron: "¿Militas en la Jota? (Juventudes Comunistas
de Chile)" Yo lo negué y dije: "Sólo simpatizo con la Unidad Popular." No
me creyeron y a continuación tuve un largo período de sesiones de
tortura con electricidad a través de unos anillos que me ponían en los
dedos de las manos, en las uñas y otros lugares. Siempre eran dos o tres
los torturadores y cada cierto tiempo aparecía una voz que me decía: "Yo
te quiero ayudar". Y yo lloraba. Más anillos eléctricos y bofetones. Me
hicieron desnudarme. Yo no tenía fuerzas y como no me cubría, desnuda
me tiraron al piso. Perdí el conocimiento varias veces. Luego sentí que
me arrastraron hasta dejarme en el piso de la habitación común. Ahí la
esposa del Alcalde Barrientos les gritó: "¡Qué le hicieron, no se dan
cuenta que es una niña!"
A los pocos días me ordenaron preparar mis cosas para un "traslado". Yo
me quedé helada, trataba de refrescar mi memoria con la imagen de mis
viajes que no eran muchos. Sólo había ido a Santiago por asuntos del
partido[9] y a hacer unos cuantos trabajos voluntarios en Quilpué. Yo nací
y viví todo el tiempo en Valparaíso.
Los compañeros que había en ese lugar me hicieron repetir el número de
mi documento de identidad y mi nombre completo, por si me pasaba algo.
La señora de Barrientos me dio un papelito y me dijo que le avisara a su
familia que se fuera del país, que ella está bien y dónde está. Ese papel
me lo comí por miedo a que me lo encontraran. Nos registraban hasta la
vagina. Me encapucharon y en un viaje en el que yo estaba aterrorizada,
pues fue de noche, me trasladaron. Yo no sabía adónde porque después
de unos momentos era imposible adivinar el rumbo que seguían. En el
Regimiento de La Calera me bajaron y fui encerrada sola en un calabozo.
Antes de entrar, un soldado me revisó de manera brutal, introduciéndome
las manos en la vagina, por si llevaba armas. (Desde aquellas agresiones
el pánico que me paraliza, aún perdura. Tras catorce años de
psicoanálisis, todavía me paralizo ante una agresión y no soy capaz de
huir ante un ataque). Mi terror aumentó cuando me di cuenta que no podía
respirar y pedí que me subieran la capucha. Entonces observé, que los
que estaban allí no eran marinos ni carabineros[10], sino hombres del
Ejército.
Estuve en el calabozo hasta que me obligaron a ducharme. Me arreglaron
un poco y me dijeron: "¡Ni una palabra de lo que has visto!" Después un
soldado al que yo no conocía me trató con firmeza, pero casi
paternalmente. Me dijo: "Soy el Teniente Coronel Becker Sepúlveda. Su
familia habló con un tío de mi madre. Como verá, esto yo lo hago por mi
tío y no por usted y como con esto yo me comprometo, para dejarla en
libertad necesito que ponga su nombre, de su puño y letra, en esta libreta
de unos comunistas. Su hermano la espera." Yo me acobardé y firmé. No
tenía otra alternativa, y firmé. Pido perdón si a alguien perjudiqué. Este
Teniente Coronel era sobrino de Manuel Contreras Sepúlveda y su
impunidad estaba totalmente cubierta por lo que abusó del dolor de toda
mi familia y además me utilizó para fines personales.
El 5 de diciembre de ese año 1973 me casé con la firme decisión de irme a
otra provincia. Publicaron los resultados de la PAA. Yo quedé
seleccionada en la carrera de Medicina en la Universidad de Concepción,
y en todas las otras carreras en las que me había inscrito, pero ese
intento se vio frustrado por una tercera detención que sin duda marcó mi
situación para siempre. En febrero de 1974 me detuvieron por tercera vez.
Yo estaba en casa de un hermano cuidando a cuatro de mis sobrinos, que
eran diez. Según el relato posterior de mi padre, había llegado a la
peluquería alguien disfrazado, que le dijo: "Señor Gutiérrez: tengo un
mensaje de la Jota para su hija... Necesitamos saber donde está." Y mi
papá le dijo donde yo estaba, ya que desde mi última detención no
dormíamos en la casa de mis padres por el temor de ser detenida de
nuevo. Cuando me fueron a buscar, yo le estaba dando el biberón al
menor de mis sobrinos y con él en brazos salí a abrir. Eran de
Investigaciones[11], me dijeron: "¡Queda usted detenida!" Yo sentí que el
mundo se me derrumbada. Me introdujeron en un coche a plena luz del
día, y sólo al llegar al centro de Valparaíso me encapucharon,
colocándome en el piso el vehículo.
Al llegar al cuartel de Investigaciones, como en todas las veces
anteriores, me fotografiaron de frente y de perfil. Durante las sesiones de
tortura nos hacían rodar por el suelo y nos tiraban al cuerpo metralletas y
armas, esto duraba. Todos los detenidos éramos estudiantes
secundarios, nos golpearon a rabiar y realmente cuando te golpean, sólo
deseas morir. En una oportunidad sentí que quedaba sola en la cabina de
tortura y levanté la capucha y pude ver una máquina pequeña tipo
sacapuntas[12] de oficina, conectada a la pared por un enchufe (luego
supe que era la picana eléctrica ). Además había un cartel que decía: "No
deben extralimitarse en el uso de maltratos ya que el que se interroga
puede o no ser extremista, pero al salir será un extremista en potencia."
Luego de unos días de torturas, careos, maltratos y vejámenes, con la
amenaza de no ingresar a la universidad me soltaron en un ascensor de
Playa Ancha, cerca de la Aduana. Bajé por el mismo ascensor y en la calle
un feriante que vendía frutas me dio guindas y me dijo que era habitual
que los dejaran ahí. Además me dio dinero para volver a casa. Yo tenía las
manos hinchadas por los anillos de la picana y mi ropa la sentía sucia, al
llegar casa sólo le expresé a mi compañero que me suicidaría si volvían a
detenerme.
A fines del mes de agosto y estando yo en casa, con el objeto de
entregarme unos libros llegó un hombre que me dijo: "Acá está
funcionando una célula del MIR[14] en una peluquería y necesitamos que
colabores." Me citó para una semana después con la amenaza de
detenerme y no volver a contar el cuento. Yo ubiqué a mi compañero, ya
que prefería cualquier cosa antes de ser colaboradora y ese mismo día
salimos hacia Santiago donde sacamos pasaporte con un domicilio
prestado a través del Comité para la Paz. Me entrevistó una Asistente
Social quien me aconsejó que saliese del país, por la edad que tenía y lo
peligroso de mi situación personal. El 2 de septiembre de 1974 firmé por
última vez en una Comisaría en Valparaíso (lo hacía ya desde hacía mas
de 6 meses y era como estar presa en la casa), no sabiendo que no
volvería durante doce años a mi ciudad natal. El 5 de septiembre salimos
de Chile en avión, junto a una decena de otras personas, que también
habían sido detenidos, y las parejas de los mismos, con destino a
Mendoza, Argentina, en donde tramitamos las visas a Canadá.
A través de este testimonio acuso al Gobierno del golpista Augusto
Pinochet, por mis catorce años de exilio; a quienes dirigieron la Academia
de Guerra Naval, por las torturas recibidas, y a quienes destruyeron a mi
familia dejado cesantes[15] a mis tres hermanos. Pido disculpas por los
errores de redacción, pero es difícil rememorar el dolor ya que se vuelve a
sentir. Omito detalles en honor a mi familia e hijas y para ahorrar lágrimas
que hasta hoy eran en vano, pero detallaré todo en una declaración verbal
si me es solicitada.
Rosa Gutiérrez Silva
(Dirección y documentos de identidad suministrados)

[1] la autora desea agradecer al escritor Carlos Bongkam que le ayudó a corregir su
manuscrito. Remember-Chile ha añadido notas para mejor comprensión de los lectores de todo
el mundo.
[2] Liceo: centro estatal de enseñanza secundaria que prepara a los estudiantes para su
ingreso a las universidades.
[3] Unidad Popular: coalición de partidos de izquierda y centroizquierda que triunfó con el Dr.
Salvador Allende en las elecciones presidenciales de 1971. Dicha alianza política fue depuesta
por el cruento golpe de estado encabezado por Augusto Pinochet en Septiembre de 1973.
[4] PAA: La Prueba de Aptitud Académica es un examen anual de conocimientos y capacidades
académicas que se lleva a cabo simultáneamente en todo el país con el objeto de seleccionar
los postulantes a las universidades.
[5] Cachetada: bofetada violenta sobre la cara.
[6] Mis viejos: mis padres.
[7]La Unidad Popular se abreviaba U.P. La pronunciación "upé" dio origen a varios nombres
despectivos. Aquí origina una imaginaria enfermedad, quizá contagiosa.
[8] Papas: patatas.
[9] La autora se refiere a asuntos relacionados con su partido político.
[10] Carabineros: la fuerza de policía militarizada de Chile. Su General en Jefe era el cuarto
integrante de la Junta de Gobierno.
[11] Servicio Nacional de Investigaciones, o policía civil para investigaciones criminales, que la
dictadura empleó también en la represión política.
[12] Sacapuntas: afilalápices.
[13] picana: instrumento de tortura con el cual se aplican descargas eléctricas en distintas
partes del cuerpo.
[14] Sigla del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, un partido político a la izquierda de
Allende, que no formaba parte de la Unidad Popular, y que también fue objeto de una guerra de
exterminio por parte de la dictadura.

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