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Eduardo Marisca
Diciembre 2007
¿Quién se ha llevado mi objeto del deseo? Eduardo Marisca
(I)
“Suspension of disbelief”
-2-
¿Quién se ha llevado mi objeto del deseo? Eduardo Marisca
1
MCLUHAN, MARSHALL, Understanding Media: The extensions of man, Routledge, London, 2001, pág. 19. La
traducción es mía.
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indiferente, ‘nada en absoluto’, sólo un cierto vacío (una melodía codificada, una
fórmula secreta, etcétera)”2.
Cuando empezamos a interpretar el Macguffin como objeto a, como el objeto
del deseo de la teoría psicoanalítica de Lacan, la cuestión cobra por completo otro giro.
El sentido del objeto queda ahora delineado con una mayor precisión: el objeto a, en
esta conceptualización, es la expresión insimbolizable de aquello que el sujeto
persigue pero es incapaz, estructuralmente, de alcanzar: el objeto del deseo, por su
propia definición, habrá de encontrarse siempre fuera del alcance del sujeto, y en ello
radica precisamente todo su sentido. Pero lo interesante del objeto a ni siquiera radica
plenamente en su carácter de inalcanzable. Lo interesante radica, más bien, en los
efectos que el objeto tiene sobre el sujeto, en la persecución misma que el sujeto hace
del objeto. Pues en esta persecución, en el intento del sujeto por subsanar su falta
original y originaria, despliega una cadena de significante que pretenden pero no
consiguen atrapar a aquello que se escapa. En otras palabras, el objeto del deseo es lo
que hace al sujeto hablar. Movidos por él, verbalizamos con alguna esperanza
inconsciente de que eso nos acerque en mayor o menor medida al objeto de nuestro
deseo, como si tal cosa fuera posible.
Si giramos un poco nuestro enfoque, quizás sea más bien pertinente ponerlo en
otros términos: lo característico del objeto, lo importante, no es el objeto mismo, sino
el hecho de que el objeto devuelve una cierta mirada el sujeto. No es importante lo
que el objeto sea, ni es importante lo que el sujeto crea saber del objeto. Lo
interesante es, más bien, en la medida en que el sujeto busca asimilar al sujeto dentro
de su campo visual o dentro de su orden simbólico, de significarlo, lo que se nos revela
sobre la propia posición del sujeto a partir del punto de vista del objeto.
Así como el objeto a sirve para de alguna manera suscitar el discurso del sujeto
y el desenvolvimiento de los acontecimientos, parece también funcionar el objeto
Macguffin dentro del universo hitchcockiano. El siguiente ejemplo de Pacto siniestro,
donde el objeto en cuestión es un encendedor común y corriente, parece ilustrar
mejor esta idea:
2
ŽIŽEK, SLAVOJ, Mirando al sesgo, Paidós, Buenos Aires, 2004, pág. 232 (nota 13).
3
DOLAR, MLADEN, “Los objetos de Hitchcock”, en: ŽIŽEK, SLAVOJ (comp.), Todo lo que usted siempre quiso
saber sobre Lacan y nunca se atrevió a preguntarle a Hitchcock, Manantial, Buenos Aires, 1994, pág. 28-
29.
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Aunque es importante precisar que el objeto a no es puesto. El objeto a es un resultado
estructuralmente necesario de los procesos del orden simbólico, a los cuales, por su propia naturaleza,
siempre habrá de escapárseles algo para poder ser consistentes.
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(II)
Lo real no es tan interesante como parece
$ → S1
a –//– S2
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Es importante hacer aquí una salvedad. Si seguimos la línea que nos plantea el
Macguffin, homologándolo con el objeto a, estaríamos llevados a asumir que también
el objeto a es un objeto contingente, cuyo valor resulta trivial. Pero a partir de lo
planteado por los discursos, el objeto del deseo parece, por el contrario, ser de
primera importancia. Se muestra como aquello que queda velado, oscurecido, desde
diferentes posiciones, y hacia cuyo descubrimiento pareceríamos querer tender.
Pero si rastreamos el que parece ser el propósito del análisis, no nos
encontramos en busca del objeto del deseo, a pesar de que esa parecería ser la
respuesta a nuestros problemas. Esto no es posible, sin embargo, porque en ello opera
una contradicción inherente: estaríamos, en pocas palabras, buscando simbolizar lo
insimbolizable, hablar de lo que no se puede hablar. El objeto a, como falta, como
pérdida, como la manifestación de lo Real, tiene por fuerza que ser insimbolizable. Si
fuera simbolizable, si pudiera ser alcanzado y asimilado, dejaría automáticamente de
ser objeto de deseo (no sería más que un objeto cualquiera), y perdería así todo
interés. Lo más que podemos conseguir por este camino es una cosa-supuesto-real,
5
ŽIŽEK, Mirando al sesgo, op. cit., págs. 217-218. Mi propia referencia a Zizek resulta un buen ejemplo de
discurso histérico: la falta que percibo en mi propia comprensión me lleva a buscar legitimación y
confirmación en alguien que percibo como manejando un mejor entendimiento de la misma cuestión
(Zizek). Pero el supuesto saber que me aporta el sujeto-supuesto-saber no tiene ninguna relación con mi
falta original: solamente legitima mi discurso ante un Otro.
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¿Quién se ha llevado mi objeto del deseo? Eduardo Marisca
que podemos confundir con el objeto del orden Real, pero nunca podrá ser lo mismo.
Esto queda más claro cuando evaluamos el discurso del analista:
a → $
S2 –//– S1
Cuyo producto no es, justamente, un objeto a o una explicación sobre el objeto a del
sujeto, sino que el resultado es un S1. Lo que el análisis busca encontrar es un nuevo
significante amo que “resuelva” la escisión del sujeto. Parecería, entonces, que en
efecto el objeto a se encuentra homologado con la caracterización que hemos
realizado del Macguffin: se trata siempre de objetos contingentes cuya importancia
parece ser trivial. Pero sólo en términos materiales: su importancia es fundamental en
términos formales, pero no es interesante porque sabemos ya cuáles son sus efectos
(por eso podemos hacer un análisis de los discursos). Por sí sola, la búsqueda de una
explicación del objeto a de cada sujeto no puede revelarnos nada radicalmente
nuevo6. El resultado del discurso del analista lo encontramos más bien en su producto:
su sentido global es la capacidad que tiene de darle al sujeto un nuevo significante
amo, o de devolverle el control sobre sus propios procesos de significación. El
propósito de realizar el análisis no es, entonces, descubrir el objeto de deseo del
sujeto, sino descubrir la peculiaridad y particularidad de su significación.
Esto es importante tenerlo en cuenta si es que pretendemos embarcarnos en
algún tipo de impronta analítica, para entender con mayor claridad qué es lo que
estamos buscando. Nuestro objetivo respecto al objeto de análisis no debe perderse
de vista cuando nos topamos con el objeto del deseo, sino que, por el contrario,
debemos seguir la pista del objeto del deseo como camino que nos permita llegar a
resultados por sí mismos más interesantes. Estos resultado, si nos guiamos por lo que
hemos encontrado en Lacan (y Freud), no son otros que la particularidad de la forma
bajo la cual el sujeto expresa como expresa lo que expresa.
6
Aunque no es novedoso referirlo, es pertinente recordar aquí una nota de Freud a una reedición de La
interpretación de los sueños: “Anteriormente, encontré extraordinariamente difícil acostumbrar a mis
lectores a la distinción entre el contenido manifiesto en los sueños y el pensamiento latente en los
sueños. Una y otra vez argumentos y objeciones fueron aducidos desde el sueño sin interpretar como
era retenido en la memoria, y la necesidad de la interpretación del sueño era ignorada. Pero ahora,
cuando los analistas se han acostumbrado finalmente a sustituir por el sueño manifiesto su significado
encontrado por la interpretación, muchos de ellos son culpables aún de otro error, al cual se adhieren
con la misma terquedad. Buscan la esencia del sueño en este contenido latente, y así obvian la
distinción entre los pensamientos latentes en el sueño y el trabajo del sueño. El sueño no es
fundamentalmente otra cosa que una forma especial de nuestro pensamiento, el cual es hecho posible
por las condiciones del dormir. Es el trabajo del sueño el que produce esta forma, y sólo él es la esencia
del sueño –la única explicación para su singularidad”. FREUD, SIGMUND, The Interpretation of Dreams, en
The Major Works of Sigmund Freud, Encyclopaedia Britannica, Chicago, 1952, pág. 339. La traducción es
mía.
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(III)
Una forma especial de nuestro pensamiento
[H]ay muchos recursos sin uso que no son transables, que no reciben inversión
y que no generan trabajo. Y todo ello por el tabú de ideologías superadas, por
ociosidad, por indolencia o por la ley del perro del hortelano que reza: “Si no lo
hago yo que no lo haga nadie”.
7
El Comercio, edición del domingo 28 de octubre del 2007.
8
El Comercio, edición del domingo 25 de noviembre del 2007.
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Frente a la filosofía engañosa del perro del hortelano, la realidad nos dice que
debemos poner en valor los recursos que no utilizamos y trabajar con más
esfuerzo. Y también nos lo enseña la experiencia de los pueblos exitosos, los
alemanes, los japoneses, los coreanos y muchos otros. Y esa es la apuesta del
futuro, y lo único que nos hará progresar.
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¿Quién se ha llevado mi objeto del deseo? Eduardo Marisca
falta queda expuesta. El objeto del deseo le devuelve una mirada comprometedora
que lo interpela y lo hace hablar: él mismo se encuentra bajo el efecto de su propio
Macguffin en la medida en que enfoca la materialidad contingente del objeto antes
que su necesidad estructural.
El discurso de García pareciera entonces encerrar el único propósito real de
resolver la inconsistencia, de domesticar al objeto esquivo que lo elude. Su gran
propósito es el de articular simbólicamente al resto insimbolizable, lo cual es por
definición un despropósito. Pero al hacerlo, ¿cuál es la forma de discurso que utiliza?
La pregunta podría similarmente formularse de la siguiente manera: ¿a quién le habla
García, a quién se dirige en su discurso? Aunque podría en principio parecer que a los
lectores, se me ocurre que no necesariamente tendría por qué ser así. Una vez que
asumimos que su gran propósito es la domesticación el objeto que lo interpela –
dominar al perro del hortelano– es razonable suponer que su discurso se dirige
directamente al objeto del deseo. Con los lectores, la audiencia, como simples
espectadores enfocados en el desenvolvimiento del Macguffin. En la medida en que el
discurso se da en dirección al objeto a, podríamos afirmar que nos encontramos con
una forma del discurso de la universidad:
S2 → a
S1 –//– $
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saber. La verdad reprimida de este discurso es que, detrás del semblante del
saber neutral que intentamos impartirle al otro, siempre podemos ubicar el
gesto del amo.9
Este gesto del amo, el S1 que adopta la posición de la verdad del S2 que busca
domesticar al objeto del deseo, es la posición presidencial del amo que debe saber algo
respecto a lo que expresa. Pero los sujetos escindidos que produce este discurso, en
cambio, no guardan ninguna relación con la autoridad del significante amo: lo único
que el discurso hace es exhibir precisamente aquello que se quería mantener oculto.
En la necesidad garciana de apuntar el dedo acusador hacia el perro del hortelano, se
vuelve patente su propia incapacidad, y la insuficiencia de su receta. El perro del
hortelano no debería existir, porque su existencia misma prueba que la receta del
gobierno no funciona, y en la medida en que se señale la falla, el mismo dedo acusador
se revierte sobre el propio saber (la receta) y quien está detrás de ella (el gobierno de
García). El intento simbólico de eliminar la existencia del objeto del deseo que lo
confronta no puede sino fracasar, pues como hemos visto, resulta por definición un
despropósito.
Esta pretensión destructiva del discurso de García puede encontrarse en un
elemento adicional, casi trivial: mientras que su primer texto se titula “El síndrome del
perro del hortelano” (que es quizás una expresión equivalente a “el síntoma del
presidente”), el segundo es mucho más radical: “Receta para acabar con el perro del
hortelano”. La receta (el saber que es la cadena de significantes) ya no tiene siquiera
como propósito aliviar el síndrome; el propósito es aquí explícitamente acabar con la
falta, eliminarla por completo, pues su presencia constante no puede sino recordar
que el significante amo está fallado.
La interpretación que hemos realizado nos ha llevado por un camino muy
distinto de las interpretaciones superficiales que habíamos planteado en un inicio.
Pero a pesar de ello, esta interpretación es infinitamente más banal y superficial que
las demás. La cuestión, vista desde este punto de vista, en efecto se muestra como
infinitamente más banal, pero por ello mismo tanto más preocupante. Porque de lo
que estaríamos hablando aquí es de la utilización de la autoridad y legitimidad del
Estado prácticamente al servicio de los deseos de un individuo, o a lo sumo de un
grupo reducido. Lo que “El síndrome del perro del hortelano” y su secuela evidencian
es una desconsideración total por parte del gobierno y del presidente particularmente
por cualquier forma de proceso democrático o inclusivo. Muy por el contrario, si
seguimos la línea que he pretendido aquí delinear, lo que encontramos es la creencia
implícita en que la voz del presidente es la voz divina, y de que cualquier forma de
oposición debe descalificarse simplemente en virtud de tratarse de oposición. García
no está delineando una propuesta política para el país; está sentando los principios de
un Nuevo Orden Nacional, un orden cuasimonárquico donde él se encuentra a la
9
ŽIŽEK, Mirando el sesgo, op. cit., pág. 217.
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(IV)
Todo está lleno de dioses (pero a veces un puro es solamente un puro)
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Esta distinción nos puede ser útil aquí porque creo que ilustra adecuadamente
el problema al que me refiero. En el momento en que nos preguntamos si las cosas
efectivamente suceden como las hemos planteado en el análisis, estamos incurriendo
en una forma mutada de la ilusión de la metafísica, buscando aplicar principios
subjetivos a cuestiones objetivas. De allí que la pregunta por si las cosas son de hecho
como las hemos hipotetizado sea, en este contexto, una pregunta sin sentido.
Pero ello no quiere decir que el análisis así planteado no tenga, tampoco,
ningún sentido. Sin embargo, su sentido y utilidad lo encontraremos más bien en algo
así como un uso regulador. Encontramos una serie de principios, y una serie de
relaciones, que cuando las planteamos como si fueran constitutivos del objeto, no sólo
podemos pensarlos sin contradicción sino que, además, las explicaciones parecen
calzar adecuadamente. Nuestro razonamiento es hipotético, y no tiene la pretensión
de afirmar que efectivamente las cosas sean como se las ha descrito. Tan sólo plantea
la posibilidad de que, pensándolas de esa manera, no se incurre en contradicción
alguna y se brinda una explicación satisfactoria de las cosas.
Aunque esto podría parecer como una enorme limitación, por el contrario creo
que en esto radica la principal fuerza del análisis. Justamente su desconexión radical
con la manera como las cosas son le introduce todo un ámbito de posibilidad respecto
a las cosas como podrían ser. Si pensamos de nuevo en el Macguffin, en este proceso
mismo opera una manera de distraer al perro guardián de la mente. Al introducir una
serie de variables de análisis como hipotéticas, sin pretender conexión efectiva con la
realidad (más que bajo la forma de correlaciones, analogías, paralelos, etc.), dejamos
abierta y sin resolver la posibilidad de que las cosas puedan en efecto ser como se las
describe. No es importante para nuestro análisis si García ha planteado el perro del
hortelano para cumplir funciones similares a las de un Macguffin… pero después de
que lo consideramos, podría ser el caso de que hubiera sido así (pues los
acontecimientos tal como se han dado parecen coincidir, sorpresivamente, con una
descripción de este corte).
Entonces, lo que efectivamente conseguimos al dejar abierta esta posibilidad es
cerrar el círculo necesario para crear la suspension of disbelief. Esta suspensión del
principio de realidad permite dos cosas: primero, que el lector o la audiencia piensen
sobre el objeto de análisis de una manera radicalmente nueva. Al plantear así las
cosas, colapsan las condiciones normales del sentido bajo las cuales el sujeto se
encuentra usualmente forzado a interpretar el objeto de análisis. Lo cual nos da la
segunda posibilidad: la reconstitución del sentido se nos revela entonces como la
posibilidad del sujeto para dar su propio sentido a las cosas. Lo cual me parece nos
remite directamente al S1, el significante amo, que encontramos en la posición del
producto en el discurso del analista.
Lo que somos capaces de restaurar de esta manera, por medio del análisis,
parece ser entonces la posibilidad de que el sujeto recupere la capacidad para
determinar los límites de su simbolización, para fijar el horizonte del sentido. Esto
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podría quedar mejor ilustrado si recordamos el último párrafo del “último” capítulo (el
capítulo 56) de Rayuela, de Cortázar:
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Bibliografía
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