ACONTECIMIENTO 88
Multi-culturas en Australia, jornada juvenil
en las antípodas
Alejandro de Fez Laso
Investigador agro-ecológico,
en el World Youth Day de Sydney
L
legar a Australia (y poder pagar-
se el trayecto) ya es toda una ha-
zaña en los tiempos de variada
crisis que corren, atravesar casi el
planeta de punta a punta en unas ho-
ras es un portento de la civilización
(como también la destrucción de
ozono estratosférico y la aportación
de CO2 que en gran cantidad se pro-
duce), aburrido paseo de cabina su-
pertecnológico y global como pocas
experiencias; con mimético paso por
zonas en guerra en las que la tripula-
ción te obliga a quitar las luces y ce-
rrar toda ventana al exterior (hable-
mos del norte de Pakistán, de Afga-
nistán, del norte de Irak).
Fue la «Austrialia del Espiritu San-
to» oficialmente bautizada por el es-
pañol Fernández de Quirós en 1606
(en honor a la dinastía de los Aus-
trias), pero sin haber llegado verda-
deramente a ella sino a Vanuatu;
unas recientes investigaciones afir-
man que fue su «descubridor» el
portugués Cristobao de Mendonça
en la temprana ¡1522! (probablemen-
te chinos lo hicieron antes. Primeros
los aborígenes melanesios). Hoy es
parcela de una bella cultura colonial
anglosajona de ultramar, gente prag-
mática de personalidad tranquila y
pionera (granjeros y ganaderos), de
sencillos sentimientos de psicología
familiar y pueblerina y sin complejos
en general; con un fondo marinero
ya perdido por mor de la tecnología y
comodidad actual del transporte,
esencia cultural que quizás hoy per-
dura en los deportes acuáticos de va-
riado signo en los que son líderes,
distracción de una juventud vacía de
existencia y espíritu, la cual posee el
dramático record de la mayor tasa de
suicidios juvenil del mundo. Hoy
Australia es la puerta occidental al
gran mundo del Índico-Pacífico, la
zona más poblada del planeta, una es-
pecie de sencilla California en el Índi-
co. Si su primer nombre fue espiri-
tual, muy espiritual no es ciertamen-
te la promiscuidad sexual liberaloide
que campea a sus anchas en la mo-
derna gran-antípoda. Ya la Olimpiada
de Sydney que abrió el siglo xxi fue
famosa por los escándalos rozando lo
orgiástico, entre la «necesitada de
desahogo abdominal» tropa deporti-
va. Si en Sudamérica se practica una
animal-institiva gomorrización, en
las Antípodas anglófilo-rubias es del
tipo ego-decisorio y frío, consciente y
cual servicio de consumo e intercam-
bio capitalista más; un trueque mo-
mentáneo e interesado, simplemente.
Los aborígenes australianos son un
fetiche turístico y cultural de la gran
isla austral, mágica cultura paleolítica
de los hoy humillados primeros po-
bladores de hace 40 o 50.000 años,
hombres al día actual definitivamen-
te aniquilados en su rebeldía por vía
de los subsidios étnico-sociales (victi-
mistas impotentes en continua pata-
leta «según les pique», comprados
por el dólar gubernamental). De ésta,
quizás la peor colonización moderna,
sólo algun grupo-minitribu auténtica
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sobrevive difícilmente en lejanas re-
servas (el alcohol, las drogas, el desa-
rraigo y cierta violencia ambiental
hacen el resto).
Por sus infinitos bosques de duros
eucaliptos, que sufren cíclicas sequías
por mor del cambio climático y el
efecto Niño del Pacífico, los media-
nos y grandes pájaros autóctonos
(córvidos, faisánidos…) raramente
rehúyen del ser humano, algo que le
parece alucinante al naturalista euro-
peo; y es que sólo hace unas pocas ge-
neraciones, dos siglos, que la civiliza-
ción occidental llegó a sus costas,
progresivamente desparramándose
por su vasta y difícil geografía de far-
west subtropical de la Oceanía mela-
nesia. Dominio del bosque eucaliptal
y del desierto arbustivo, bastante re-
sistentes a la invasión blanca, pero no
tanto a las brutales sequías del cam-
bio climático. Hombre blanco que,
tras la introducción del perro por los
aborígenes (convertido en dingo pre-
dador de felices tonto-marsupiales),
trajo la infestación agro-devoradora
de los conejos asilvestrados, la prela-
ción de gatos caza-pajaritos y marsu-
pialitos, y la alteración de prados na-
turales por los dromedarios lanzaro-
teños. Desde hace lustros Australia se
convirtió con nombre propio en una
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de las mecas del ecologismo y la vida
naturalista, eco-hippy-autosuficiente,
brotando como setas los grupúsculos
ecologistoides, imanes psico-sociales
de jóvenes burgueses «hippies-mal-
criados», nuevas generaciones pos-
modernas sin reales valores morales y
existenciales (paridos en familias aco-
modadas en crisis existencial, los
ateo-agnosti-holistizados son hoy la
mitad de la población australiana).
Almas vacías que buscan ansiosa-
mente la felicidad fácil-comunal en la
agro-Natura, a través de análisis y es-
quemas eco-simplistas en lo socioló-
gico y lo político (en fin, materialistas
de lo biológico y lo sostenible, sin
moral definida excepto en lo utópico-
ecológico). Una comprensible huida
agro-ecologistoide frente a una socie-
dad avasalladora del Medio y de las
culturas tradicionales y sus modos de
vivir, competitiva e individualista, y
gran-consumista. Ahí surgen los Gu-
rús ecológicos, hábiles vendedores de
ilusiones eco-existenciales, padrinos
de sectas cada cual más imagino-alu-
cinativa e infantiloide. Es la misma
corriente y línea que arrasó Califor-
nia desde los 60, y como Dorothy Day
más o menos dijo, lo hippie surge
como un residuo de cierta anomía
burguesa juvenil.
El control inmigratorio en este
vasto y rico país (gas, petróleo, mine-
rales, ganaderías, turismo, astilleros,
industrias tecnológicas, pesca…), de
sólo 20 millones de habitantes, es ri-
dículo y suena casi a chiste, con un
extraño aire de apartheid de pasapor-
tes, si no fuera un drama brutal para
muchos pobres sudasiáticos…. Los
chinos se organizan en redes como
nadie sabe hacerlo por todo el país,
redes de semiesclavitud en muchos
casos, cosa que «agradecen» a los
amos, quizás por algo como aquello
de «no muerdas la mano del que te da
de comer» (uno testimoniaba esto,
agradecer varios años de esclavitud,
para luego poder ser un «normal» in-
migrante). Paternalismo explotatorio
a lo «el padrino» oriental. Y es que los
orientales son marea en Sydney y
otras grandes urbes (y ola en cual-
quier lugar), quizás una tercera o
cuarta parte de su población capitali-
na es ya del Oriente «ojos-rasgados»
(la mayoría chinos). Que un país rico
y con tantas posibilidades y espacios
tenga tal dura normativa anti-mi-
grantes (incluso para un unioneuro-
peo), confirma uno de los esquemas
de la anti-libertad de movimientos en
la aldea global; se trata de que los
puestos de trabajo cualificados (o no)
y bien remunerados permanezcan
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para los locales, bajo cualquier cir-
cunstancia. Los jovencitos universita-
rios (sean torpes o inexpertos), no
pueden tener competidores que les
fuercen al paro-ostracismo o a tener
que hacer trabajos de baja categoría
social y mal pagados, explotados. Eso
es siempre para los de fuera. Xenofo-
bia laboral pura, y mediocrización
progresiva de la economía y la socie-
dad, injusta y (sic) no-liberal. A toda
esta ego-inmisericorida y miserabili-
zación global se une el hecho siguien-
te: ya diversos organismos relaciona-
dos con el medio ambiente han eleva-
do el grito que según avancen los
efectos agravables y permanentes del
cambio climático en las islas coralinas
del Pacífico (destrucción de costa y
llanos útiles agrarios y residenciales,
imposibilidad de supervivencia), tan-
to Australia como Nueva Zelanda de-
ben planificar la recepción de esas
poblaciones, refugiados del cambio
climático para los próximos lustros
(realmente ya). Por el contrario este
país de puro inmigrante es lugar de
tranquila interculturalidad euro-asiá-
tica (latina también), donde el ecu-
menismo cristiano es algo que se vive
ya cotidianamente, en especial a nivel
pcomunitario laico y de base. El ecu-
menismo global es otra cosa.