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Día de la independencia.

Sin duda que los momentos que está atravesando nuestro país no son los mejores.
Hacer memoria de nuestra independencia, puede resultar difícil en estos días. Pero en
verdad, los argentinos ya estamos inmunizados contra cualquier crisis que nos quiera
doblegar. Los años de experiencia que nos hundieron en depresiones económicas,
desequilibrios sociales y dificultades políticas, nos han dado una agilidad de reflejos,
capaces de enfrentar las más diversas contrariedades. Sin duda, que muchos han tenido
que padecer momentos de angustia, llanto y sufrimiento. Pero detrás de este dolor, la
mano de Dios ha querido brindarnos algunos beneficios a lo largo de nuestra historia.
Por ello, en la homilía del Tedeum, celebrado este 9 de julio en Tucumán, su obispo
monseñor Villalba, nos ha querido dejar algunas ideas para construir nuestra Nación.
Según sus palabras: “La difícil situación que estamos atravesando y que compromete a
nuestro país nos pide a todos un suplemento de alma, un suplemento de espiritualidad…
La celebración de esta fecha patria nos debe ayudar a renovar nuestro esfuerzo y
solidaridad para forjar una sociedad mejor, en donde todos puedan vivir con felicidad”.
Los complejos momentos que vivieron los patriotas en 1816, no lograron hacer
decaer sus ánimos. Declarar la independencia ante las innumerables dificultades que se
vivían en aquellos tiempos, parecía una locura. Las guerras Napoleónicas habían
culminado y el rey de España estaba dispuesto a poner orden en América, la Revolución
había fracasado en Méjico y Venezuela, los patriotas Chilenos eran derrotados en
Rancagua, América Central permanecía dominada y nuestras fronteras estaban
amenazadas. Sólo Buenos Aires, parecía ser el único lugar de Latinoamérica, donde se
vivía una relativa libertad. El futuro de la Revolución de mayo de 1810, se presentaba
muy sombrío y la anhelada independencia Americana, parecía inalcanzable.
Sin embargo, ante tantas dificultades, la decisión de aquellos héroes, nos permitió
recibir una patria libre. La valentía de aquellos hombres, nos liberó de la esclavitud,
ante cualquier potencia extranjera que quisiera someternos. No sólo nos hacíamos libres
de España, sino también de cualquier otra dominación ajena a nuestros intereses. Una
nueva etapa de gloria, nacía para nuestra patria.
A menudo, solemos creer que la independencia nos has sido dada por aquellos
patriotas de 1816, de una vez y para siempre. Sin embargo, nos olvidamos que la
libertad no es tareas de un solo momento, sino una lucha permanente, por alcanzar un
país mejor. La verdadera libertad es un anhelo que se construye todos los días, con
nuestros esfuerzos y sacrificios. Por ello, monseñor Villalba nos invita construir una
patria mejor con las siguientes palabras: “La patria no comienza hoy con nosotros, pero
no puede crecer y fructificar sin nosotros. Por eso nos toca a nosotros seguir
construyendo y creando la patria. Edificar la patria: esa es nuestra tarea. Esta tarea hace
renacer en nosotros una gran esperanza. Pero, también, una gran responsabilidad hacia
esa inmensa multitud de hermanos nuestros que necesitan pan, trabajo, educación,
seguridad, paz. Queremos ser para ellos constructores de un mundo más solidario, más
justo, más humano, el mundo que anhela el corazón del hombre. Si hay algo que el país
reclama es la honestidad, la transparencia: en una palabra, la moral de todos sus
ciudadanos, comenzando por quienes tienen mayores responsabilidades políticas”.
A 193 años de aquél momento glorioso de nuestra patria, aun nos quedan muchas
dependencias de las que no nos hemos liberado. Aun nos encontramos con miles de
pobres y excluidos, que no tienen lo mínimo para subsistir. La falta de libertad se
manifiesta en hombres sin techo, enfermos sin atención médica, niños abandonados,
desocupados sin futuro o los ancianos sin cariño. En cada uno de ellos debemos ver a
nuestro prójimo y por sobre todas las cosas el rostro de Jesús, que es aquél capaz de

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hacernos verdaderamente libres. Por ello monseñor Villalba nos propone tres virtudes
sociales que nos permitirán superar estas miserias: “He pensado proponer a la
consideración de ustedes la belleza de tres virtudes que hacen a la vida social. En primer
lugar el amor al prójimo… Somos todos hijos del Padre que está en el cielo. Debemos
ver la vida social con una mirada fraterna. No hay otro modo de asumir con seriedad
nuestros deberes sociales que despertando nuestra responsabilidad hacia los hermanos.
El Padre está sobre nosotros, pero sus hijos están a nuestro lado y amándolos
demostraremos que creemos en Dios. Un amor tal no puede permanecer en estado de
sentimiento abstracto, teórico. Debe manifestarse en la vida diaria, especialmente por la
asistencia otorgada al prójimo en toda circunstancia. El amor a los otros, considerados
como hermanos, ha de manifestarse de manera concreta, eficaz… Los encarcelados, los
enfermos, los discapacitados, los drogadictos, los desocupados, los jóvenes sin futuro,
los niños desprotegidos, los ancianos abandonados; estos son los rostros de los
excluidos que estamos llamados a reconocer como la presencia viviente de Cristo entre
nosotros”.
La única manera de solucionar estas tremendas injusticias que vive nuestro país;
exige de nosotros una nueva revolución. Una revolución que no busque destruir al otro,
sino construir un mundo mejor. Una revolución que comienza por nuestros corazones y
se vuelca al servicio de aquellos que sufren. Una nueva revolución solidaria en donde
todos nos respetemos como hermanos. Pero para que este cambio no sea violento ni
caótico, se necesita de cierta mansedumbre o benevolencia. Tal como los se lee en el
texto del Tedeum: “En segundo lugar señalo la virtud de la benevolencia que es… la
buena voluntad con que se trata a las personas. Benévolo es la persona afable, amable
en la conversación y en el trato para con todos... La benevolencia es el amor
desinteresado al otro… es el amor que se inclina para ayudar, para dar un juicio
favorable, para facilitar el progreso de los otros, que hace posible la recuperación de
quien está en dificultad, que considera, ante todo, lo que es válido en la vida y en las
acciones de los otros. La benevolencia nos hace amplios de mente y de corazón grande.
La virtud de la benevolencia nos lleva a no hablar mal de nadie, a no difundir la
sospecha ni la calumnia… La benevolencia, como toda virtud, tiene que ser querida,
conquistada, ejercitada con abnegación. La benevolencia se distingue, en la arena difícil
y dramática de la vida social, por un estilo calmo, por la capacidad de valorar lo mejor
de cada persona y de cada propuesta, por el esfuerzo por disminuir los contrastes e
instaurar un tipo de relación familiar y amical, comenzando por el lenguaje y que no
olvida que, aun en el fervor del debate, todos somos personas humanas. La sabiduría
está siempre de parte de la benevolencia y nunca de parte de una mezquina
malevolencia, que antes que dañar al que la recibe, humilla al que la realiza. Pero el
motivo principal, el más fuerte, que nos impulsa a ser benévolos con todos, es que
somos “hijos del mismo Padre que está en el cielo y hace salir el sol sobre malos y
buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos” (Mt. 5,45)”.
Esta nueva revolución exige de mucha claridad y calma. Por ello, la única manera de
evitar toda prepotencia, atropello o ferocidad es por medio de la mansedumbre: Tal
como nos dice Villalba: “En tercer lugar nombro a la virtud de la mansedumbre. La
mansedumbre es lo contrario a la arrogancia, entendida como la opinión exagerada de
los propios méritos, que justifica el atropello. La mansedumbre es contraria a la
prepotencia. El manso no guarda rencor, no es vengativo. No da vueltas sobre la ofensa
recibida, no reabre las heridas… Mantiene la propia compostura... La bienaventuranza
de la mansedumbre no pone en el primer lugar el poder y la supremacía; por el
contrario, sabe hacer gestos valientes, de paz, de diálogo. La mansedumbre…privilegia

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la convergencia positiva. Supera las parcialidades y ve el conjunto, que es el
fundamento para promover el bien común”.
De ninguna manera alcanzaremos una Nación verdaderamente libre, mientras
vivamos en un país repleto de analfabetos, desnutridos, desempleados o linyeras.
Depende de todos nosotros que logremos un mundo más humano y libre. La libertad no
significa ausencia de cadenas o prisión, sino lograr que todos tengan un nivel de vida
adecuado. Depende de cada uno de nosotros que logremos recrear un mundo más libre y
más humano. Un mundo en donde reine la paz, la justicia y la solidaridad. Quiera Dios,
que aquellos héroes de 1816, nos puedan marcar el camino hacia una patria
verdaderamente libre.

Horacio Hernández.

http://horaciohernandez.blogspot.com/

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