Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
LA HABITACIÓN DE PASCAL
Ensayos para fundamentar éticas de suficiencia
y políticas de autocontención
Los libros de la Catarata, Madrid 2009 [en prensa]
índice
1
Capítulo 9
¿SOMOS LOS SERES HUMANOS
EGOÍSTAS POR NATURALEZA?
“Uno de los primeros esqueletos de Neanderthal que se descubrieron fue el de un
hombre de unos cincuenta años de edad que había sufrido una extensa artritis. Su
enfermedad fue tan grave que debió de ser incapaz de cazar, o incluso de emprender
una actividad física cualquiera. Por consiguiente, tuvo que depender de su clan para
su supervivencia. Muchos hallazgos prehistóricos sugieren actitudes de afecto
semejantes.”
George H. Kieffer 1
2
transformar este mundo “grande y terrible” estaría muy bien, pero... Voy a
permitirme citar tres pasos de trabajos universitarios (podría haber
espigado muchos otros semejantes). La primera estudiante escribe:
"En este punto se me plantea una duda y es el hecho de si realmente el egoísmo, la
ambición, la agresividad, son males sociales o por el contrario son males del hombre.
Es decir, si es la sociedad la que hace al hombre egoísta, ambicioso o agresivo, o por
el contrario, es el hombre el que hace una sociedad así, según su egoísmo y
ambiciones naturales."
Aquí parece más bien afirmarse que, incluso en el caso de que un egoísmo
bien entendido aconsejase sacrificios, la incapacidad de diferir la
gratificación impediría tales sacrificios. Como los niños pequeños. El ser
humano padecería un egoísmo innato, que para más inri sería de calidad
pueril.
3
concretamente, los seres humanos están predispuestos a ‘situarse’
constantemente en relación al sexo opuesto y frente a sus rivales
sexuales, según la psicología evolutiva. Tal y como apuntaba, con cierto
regocijo, el crítico (masculino) de un libro sobre psicología evolutiva:
‘Los animales y las plantas inventaron el sexo para defenderse de las
infecciones parasitarias. Y vean dónde nos ha llevado a nosotros ahora.
Los hombres quieren tener un BMW, poder y dinero para conseguir
emparejarse con mujeres rubias, jóvenes y esbeltas’.
Para agravar las cosas, este rasgo fundamental que es la competición
sexual nunca se aplaca. Los seres humanos se adaptan a un determinado
nivel de satisfacción, aumentando constantemente sus aspiraciones. (...)
La insatisfacción constante tiene sus ventajas evolutivas, pero el
resultado es que los seres humanos estamos condenados a correr cada vez
más y más rápido para mantenernos en el mismo puesto de la competición,
como la Reina Roja de la novela de Lewis Carroll, Alicia en el país de
las maravillas.
(...) En un estudio reciente sobre el comportamiento humano en tres
culturas completamente diferentes, los investigadores encontraron que las
motivaciones de los consumidores están unidas casi inseparablemente al
lenguaje y la imaginería del deseo sexual. El hecho de que los objetos
materiales desempeñen un papel importante en la creación y el
mantenimiento del deseo es crucial.”
Tim Jackson: “El reto de un mundo sostenible”, capítulo 4 de La situación del
mundo 2008 (informe del Worldwatch Institute), Icaria, Barcelona 2008, p. 120-121.
“Altruismo” en este sentido técnico significa hacer algo para ayudar a las
posibilidades reproductivas de algún otro, incluso aunque esto implique
aparentemente la disminución de las posibilidades reproductivas de uno
mismo 4 . Dicho en otros términos, comportamiento altruista es aquel que
incrementa la idoneidad o aptitud reproductiva de otros en detrimento de la
propia idoneidad (en biología, idoneidad significa la contribución media
que los individuos dotados de cierto genotipo hacen al pool genético de las
generaciones siguientes). Para distinguir este altruismo biológico del
sentido que tiene la palabra en el uso común, subrayaremos el término:
altruismo. 5
5
compañeros para que pueda salir a respirar a la superficie. Los lobos y
perros salvajes llevan carne a los miembros de la manada que no
participaron en la cacería. Entre los vertebrados, son muy conocidos los
casos de individuos que se sacrifican (en general, exponiéndose a un riesgo
mayor) para avisar a los miembros de su grupo de la presencia de un
depredador (así lo hacen, por ejemplo, muchos pájaros, pero también los
babuinos). La evidencia aportada por la investigación en etología es
impresionante:
“Rasgos sociales como el cuidado parental, el aprovisionamiento de alimentos en
cooperación y las atenciones recíprocas muestran claramente que los animales no son
egoístas brutos y excluyentes sino seres que han desarrollado las fuertes y especiales
motivaciones necesarias para formar y mantener una sociedad sencilla. La limpieza
recíproca, la eliminación mutua de parásitos y la protección mutua son conductas
comunes entre los mamíferos sociales y los pájaros. (...) Los lobos, castores y grajillas,
así como otros animales sociales, incluidos nuestros familiares primates, no
construyen sus sociedades mediante un cálculo voluntario a partir de un ‘estado de
naturaleza’ hobbesiano, de una guerra original de todos contra todos. Son capaces de
vivir juntos, y en ocasiones de cooperar en señaladas tareas de caza, construcción,
protección colectiva o similares, sencillamente porque tienen una disposición natural a
amarse y confiar los unos en los otros.” 6
Entre los primates, que son nuestros parientes evolutivos más cercanos, los
comportamientos altruistas son aún más corrientes:
"Entre los monos rojos, si advierten la presencia de depredadores, el macho del grupo
hace todo lo que puede para atraer sobre sí la atención de los depredadores con el
objeto de que las hembras y las crías puedan ponerse a salvo. Los chimpancés, cuando
se trata de salvar a las crías en peligro, ni siquiera dudan en enfrentarse, blandiendo
una rama o un pequeño arbusto especialmente arrancado para ello, a su enemigo más
terrible, el leopardo. (...) En lo que se refiere a los primates en general, puede añadirse
que su comportamiento altruista también se ha estudiado mediante rigurosas
experiencias de laboratorio. Mencionemos una, característica y significativa:
colocados en una jaula donde pueden procurarse fácilmente el alimento accionando
una simple palanca, los macacos se abstienen de hacerlo si ésta última está conectada
con un aparato que al mismo tiempo comunica una dolorosa descarga eléctrica a sus
compañeros". 7
6
publicitado caso de Binti Jua, una gorila hembra que rescató a un niño en
el zoo Brookfield de Chicago”9 . La capacidad de estos grandes simios para
“ponerse en el lugar del otro que sufre” es capaz de saltar las barreras
interespecíficas, como lo prueban interesantes observaciones de los
primatólogos (así, Frans de Waal cuenta el caso de Kuni, una hembra
bonobo que mostró una sorprendente empatía con un estornino en
apuros)10 .
Nótese aquí que lo único que estamos diciendo es que los seres humanos
se comportan a veces, en ciertas situaciones, de forma altruista (no
afirmamos siempre y en toda circunstancia antepongan el interés ajeno al
interés propio). Tampoco afirmamos que esa conducta esté incausada, sino
sólo que en ciertas acciones, sean cuales fueren sus causas (quizás
inconscientes), los seres humanos eligen conscientemente perjudicarse a sí
mismos para beneficiar a otros, sin esperar una retribución futura. Estos
son hechos de la experiencia cotidiana de cualquiera.
9
Frans de Waal: Primates y filósofos. La evolución de la moral del simio al hombre,Paidos, Barcelona 2007, p. 58.
10
Frans de Waal, op. cit., p. 57.
11
Jon Elster: Tuercas y tornillos. Gedisa, Barcelona 1990, p. 61.
7
Biológicamente, ¿cómo es posible el altruismo? Recordemos que esta
pregunta significa: ¿cómo es posible que un organismo se comporte de tal
modo que mejore las posibilidades reproductivas de otro, en aparente
detrimento de las suyas propias? Desde el trasfondo de la teoría
darwiniana de la evolución de las especies, esto en apariencia constituye
un escándalo: las disposiciones egoístas resultan “naturales” a partir de los
mecanismos darwinianos de selección natural, pero no se comprende cómo
pueden evolucionar comportamientos altruistas. El altruismo se presenta
como un problema téorico peliagudo12 . Sin embargo, este problema fue
resuelto satisfactoriamente a partir de los años sesenta del siglo XX.
En primer lugar, hay que observar que sólo es un problema tan peliagudo
para los biólogos que no admiten la selección grupal o poblacional (que
son la mayoría, de todas formas). "Si la supervivencia de la especie, o
mejor, de la población, es (...) el criterio último sobre la base del cual
funciona la selección natural, la existencia de un comportamiento altruista
en el hombre, así como en el resto de los animales, no puede considerarse
(...) como un hecho anómalo y en cierto modo sorprendente. Por el
contrario, desde el punto de vista biológico este comportamiento, que
privilegia directamente la supervivencia de la población, resulta incluso
mucho más comprensible que el comportamiento egoísta, que, al operar a
través de la supervivencia del individuo, sólo indirectamente resulta útil
para la de la población"13 . Melotti, en las páginas siguientes, argumenta
persuasivamente a favor de la selección de grupo, la cooperación y la
ayuda mutua como factores evolutivos fundamentales. Para él, la
formación de comunidades solidarias, importantísimo instrumento de
defensa y de ataque, constituye una de las condiciones esenciales de la
selección de grupo.
8
Los biólogos --incluso los partidarios de la selección exclusivamente
individual-- se las han arreglado bien para explicar el surgimiento y la
preservación del altruismo entre los animales, con teorías ingeniosamente
elaboradas. Se llegó a este punto en los años sesenta del siglo XX. Fue un
estudioso de los insectos sociales, William D. Hamilton, quien identificó la
base del proceso de desarrollo del comportamiento altruista.
9
selección familiar) sino porque está en el interés de los padres del
individuo que éste ofrezca esa ayuda y los padres han sido capaces
de manipular al individuo en cuestión para que la ofrezca. El
ejemplo más conocido es quizá el de la cría que sirve de alimento a
sus hermanos (caso que se da con relativa frecuencia en el reino
animal).
• En tercer lugar tenemos el altruismo recíproco --”hoy por ti,
mañana por mí”--, que depende las interacciones repetidas entre
individuos. Se trata de un mecanismo más amplio que los
anteriores, puesto que puede darse entre individuos no
consanguíneos e incluso entre miembros de especies diferentes. En
la naturaleza se dan muchos ejemplos de “ayuda mutua” en los que
todo el mundo gana cooperando. Uno de los más claros es la
simbiosis de limpieza entre peces. Peces pequeños de ciertas
especies se alimentan limpiando de parásitos a otros; lo
verdaderamente notable es que aunque el limpiador podría
constituir una comida fácil y nutritiva para el limpiado, muy
raramente resulta devorado.
11
humanidad dentro de su propio círculo de familia, y su altruismo no lo es tanto al
hacer el sacrificio por algo que para ella resulta tan real como la realidad" 18 .
Pero hay otro aspecto quizá más importante incluso, que da origen a
errores presentes en otros sociobiólogos de más calado que Morris, y que
ha visto bien Michael Ruse. El asunto me parece tan importante que me
permitiré una cita muy larga:
"La sociobiología, incluso la aplicada a los humanos, es esencialmente una teoría
acerca de los efectos causales de los genes. Lo que se ha afirmado es que los genes
dan lugar a características comportamentales, características que maximizarán las
posibilidades de estar representados en proporciones mayores en generaciones
sucesivas. Esencial en la teoría es la noción de selección individual (...). En este
sentido los genes son, como Dawkins (1976) gráficamente los califica, ‘egoístas’.
Aunque esto, desde luego, es una metáfora. (...) Son los seres humanos los que son
egoístas o no (y quizá algunos de los animales más evolucionados). Ciertamente, está
admitido por la sociobiología que los genes puedan dar lugar al egoísmo, a la
hipocresía, o a otros rasgos desagradables de comportamiento; pero entonces, de
nuevo, como ya hemos visto, los genes pueden muy bien dar lugar a comportamientos
altruistas. Además, es seguramente una equivocación conceptual decir que porque el
altruismo humano es función de los genes (digamos llevado a cabo a través de la
selección familiar) es cualquier cosa menos genuino altruismo [el subrayado es mío,
J.R.]: el ala derecha de la ideología occidental mantiene que no hay altruismo ‘real’ y
que la sociobiología describe un panorama de los humanos enteramente egoísta. Si
estoy tratando de ayudar a alguien sinceramente sin ningún pensamiento consciente de
recompensa --y los sociobiólogos admiten de manera bastante explícita la posibilidad
de esto--, entonces estoy siendo genuinamente altruista. (...) No porque uno encuentre
causas inconscientes detrás de las acciones humanas, serán las acciones menos
genuinas o menos dignas de encomio (o de condena) [el subrayado es mío, J.R.].
Quizá el punto que estoy tratando de establecer pueda comprenderse más claramente
al señalar que muy pocos hoy quieren negar que existen algunas causas, conscientes o
inconscientes, detrás de todas las acciones humanas. Esto es válido tanto si uno cree
que los genes tienen un control total, como un control mínimo sobre las acciones
18
Morris, El hombre al desnudo, op. cit., p. 307.
12
humanas. (...) Genes o no genes, existen causas detrás de nuestras acciones. Pero esto
no significa que excluyamos todos los términos evaluativos. Ciertamente, no significa
que porque nuestras acciones tengan causas no podamos distinguir entre alguien que
es egoísta y alguien que es desinteresado. Es pickwickiano decir que hacemos todo
por interés egoísta, porque entonces no podríamos hacer las distinciones usuales que
hacemos." 19
19
Ruse, Sociobiología, op. cit., p. 130-131.
20
Las causas postuladas pueden ser también de tipo psíquico. Anna Freud --la heredera de su padre Sigmund al frente
del movimiento psicoanalítico internacional-- narra el caso de una joven gobernanta que había reprimido
profundamente sus deseos infantiles de tener lindos vestidos y muchos niños. En su vida adulta estaba soltera, guardaba
abstinencia sexual y vestía muy modestamente; pero, por mecanismos psíquicos de proyección e identificación, vivía
vicariamente aquellos reprimidos deseos interesándose por la satisfacción de los deseos de sus amigos y amigas. “En
lugar de emplear su actividad en la consecución de sus propios fines, gastaba su energía participando en el destino de
sus semejantes. En lugar de experimentar algo en sí misma, vivía la vida de los demás. (...) El abandono de sus propios
impulsos instintivos en favor de otras personas tenía, pues, un sentido egoísta; pero sus esfuerzos orientados hacia la
satisfacción instintiva de sus semejantes promueve un comportamiento que debemos llamar altruista” (Anna Freud: El
yo y los mecanismos de defensa, Paidos, Barcelona 1997, p. 138-139). Lo que aquí nos importa es que, incluso si la
interpretación freudiana es correcta, el comportamiento de la joven gobernanta ha de describirse como altruista, y
calificarse moralmente como tal: sean cuales fueren sus motivaciones profundas, el bien que hace a sus amigos y
amigas no es por ello menos real, y tampoco es menos real el desinterés que podemos suponer en su yo consciente.
21
Singer, Ética para vivir mejor, op. cit., p. 129.
13
Volvamos al ejemplo de Morris antes citado. El padre que arriesga la vida
para salvar a su hija del fuego tendría que explicar a la muchacha, una vez
pasado el peligro, que no se hiciera ilusiones: había obrado de forma
puramente egoísta, no viendo en ella sino un aparatoso envoltorio de sus
propios genes. En este punto, podemos dar una palmada en la espalda al
defensor de la tesis del egoísmo innato y razonar de manera análoga a
Cristina Peri Rossi en su poema HIPÓTESIS CIENTÍFICA:
“Nada dice del amor/ la hipótesis biológica/ de que se trata de una reacción química.//
No tengo ningún inconveniente en admitir/ que te aman mis jugos interiores/ que tu
ausencia me intoxica la sangre de negra bilis/ que al contemplarte/ sube la tasa de mi
monóxido de carbono/ y los linfocitos se reproducen alocadamente./ (...) Hipótesis
científica/ o cultura,/ lo mismo da:/ mis vísceras no distinguen,/ aman, sin preguntarse
qué es el amor.” 22
La anterior confusión, típica de sociobiólogos, tiene que ver con una forma
de argumentación en defensa del egoísmo psicológico que uno encuentra a
veces, y que Kurt Baier ha analizado con acierto23 . Frente a los ejemplos
de conducta altruista, la tesis del egoísmo psicológico insiste en que, en
todos los casos, se trata de autointerés disfrazado; que siempre hay una
motivación egoísta si uno escarba lo suficiente. Sin embargo, pensar que
las explicaciones egoístas son siempre más profundas y convincentes que
las no egoístas es dar por sentado lo que tendría que probarse.
14
información alguna acerca del mundo ni de la conducta humana. Y por
tanto es muy poco interesante. La hipótesis del egoísmo psicológico ha
dejado de ser una hipótesis empírica fuerte --y falsa-- para transformarse
en una tesis cierta por analítica, pero trivialmente inútil.
15
(esto sólo sería plausible si se admite la controvertida selección grupal: las
reglas de la moralidad hacen que el grupo tenga éxito, pero no tienen por
qué beneficiar al individuo). Basta con saber que la selección natural
impulsó el desarrollo de capacidades cognitivas como las tres
mencionadas: a partir de esta base biológica, hemos de concebir el
desarrollo de sistemas morales que desbordaban la “moral familiar” (y
tendencialmente apuntaban a una comunidad moral universal) como un
fenómeno predominantemente social y cultural.
“La ciencia tiene que decirle a la ética muchas cosas importantes. Con la creciente
comprensión de la evolución humana se está haciendo posible reunir las piezas del
mecanismo que cambió un animal genéticamente egoísta en un cooperador como
nunca se había formado en el mundo biológico. El mensaje que nos llega de estos
estudios es que los sistemas de valores (...) son el resultado casi inevitable del modo
en que ha evolucionado el cerebro. (...) La evolución humana se hizo cultural cuando
las interdependencias sociales surgieron como modo de vida. (...) Por ejemplo, el
temprano desarrollo de tabúes para el incesto y las reglas de la exogamia no pueden
explicarse utilizando solamente mecanismos genéticos. (...) La evolución biológica
formó los cimientos del desarrollo de la cultura. El desarrollo de la cultura condujo a
la emergencia del comportamiento ético y moral, que es independiente y a veces
opuesto a las respuestas estrictamente biológicas.” 25
También puede mantenerse que "los seres humanos son egoístas por
naturaleza" desde otra posición: desde una ideología economicista
extrema, que ve a todos los seres humanos motivados siempre y en todo
caso por un interés egoísta consciente. La economía política fundada por
Adam Smith se estableció sobre la base de un individuo guiado
exclusivamente por móviles egoístas: es el famoso Homo economicus
maximizador de su propia función de utilidad, que hoy, dos siglos después
de Smith, sigue campando por sus respetos por toda la mainstream
economics (o sea la economía neoclásica convencional) 26 .
25
Kieffer, Bioética, op. cit., p. 12.
26
Sobre el abuso que se hace de Smith a la hora de legitimar al homo oeconomicus, véase Amartya Sen: Sobre ética y
economía. Alianza, Madrid 1990, p. 38-45; y Serge-Christophe Kolm: La bonne économie -La réciprocité générale,
PUF, Paris 1984, p. 21.
16
Podemos preguntarnos al menos tres cosas: si este modelo antropológico
presupuesto por la economía convencional se asemeja en algo a los seres
humanos reales; cómo puede uno llegar a pensar que sí se asemeja; y si es
bueno para la ciencia económica trabajar a partir de un modelo
antropológico tan extremadamente tosco y reductivo.
17
caso de Japón, existe una fuerte evidencia empírica que sugiere que las desviaciones
sistemáticas del comportamiento egoísta hacia el deber, la lealtad y la buena voluntad
han desempeñado un papel fundamental en el éxito industrial. Lo que Michio
Morishima (1982) denomina el 'carácter japonés' es, sin duda, difícil de encajar en
ninguna descripción sencilla del comportamiento egoísta (ni siquiera teniendo en
cuenta los efectos indirectos). [...] De hecho, el dominio, en Japón, del
comportamiento basado en la norma se puede ver no sólo en términos económicos
sino también en otras esferas de la conducta social, como en la rareza de arrojar basura
al suelo, la poca frecuencia de pleitos, el número extraordinariamente reducido de
abogados y el índice muy bajo de criminalidad comparada con otros países de riqueza
similar." 30
18
tanto, la relación de causalidad más adecuada, a mi juicio, no es que hay
mercados porque el ser humano sea egoísta, sino que el ser humano tiende
a hacerse más egoísta a medida que se generalizan los mercados.
19
los seres humanos de todas las sociedades compartimos nociones
profundamente arraigadas sobre la equidad, nociones que comprenden
tanto la reciprocidad como la generosidad, aunque no suponen formas de
altruismo incondicionales (estas últimas se dan, de todas formas, en
segmentos minoritarios de la población). Las extensas formas de
cooperación y solidaridad que hemos desarrollado los seres humanos
paracen arraigar en dos motivaciones humanas básicas35 :
• La reciprocidad fuerte: una propensión a cooperar y compartir con
aquellos que tienen una disposición similar (“I will if you will”36 ,
yo lo haré si tú lo haces) y una voluntad de castigar a aquellos que
violan la cooperación y otras normas sociales, aun cuando el
hecho de compartir y el castigo conlleven costes personales. Esta
reciprocidad fuerte va más allá de la “reciprocidad débil”, noción
que se refiere a las formas autointeresadas de cooperación, que
aunque sean costosas para quien las realiza suponen la esperanza
de un futuro pago (el altruismo recíproco de los biólogos, que
antes estudiamos, se encuadra dentro de esta categoría)
• La generosidad de las necesidades básicas. Las personas
distinguen entre los bienes y servicios que han de ser distribuidos,
favoreciendo aquellos que atienden necesidades básicas (comida,
cobijo, cuidado médico...). La voluntad de compartircon otros para
asegurarles un mínimo es virtualmente indondicional.
20
por “una combinación de genes y cultura”. Bowles y Gintis resumen sus
hallazgos en cinco puntos:
1. Las personas exhiben niveles significativos de generosidad, aun
hacia extraños.
2. Las personas comparten más cuando lo que ganan se debe al azar
y no al esfuerzo personal.
3. Las personas realizan contribuciones en materia de bienes
públicos, aceptan cooperar entre sí para la realización de empeños
colectivos y consideran injusto que alguien se aproveche de las
contribuciones y esfuerzos de los demás sin poner su parte.
4. Las personas castigan a los “polizones” (free-riders) aun cuando
ello implique incurrir en costes sustanciales para sí mismos y aun
cuando no puedan esperar razonablemente alguna ganancia por
hacerlo.
5. Cada uno de estos aspectos de la reciprocidad aparece reforzado
cuando disminuye la distancia social que separa a los
participantes.40
21
los 100. Pero si el plazo de tiempo es de un año, casi todo el mundo prefiere quedarse
con los 50 euros en mano. Las consecuencias futuras --buenas o malas-- no suelen
contar mucho en nuestras decisiones actuales. Cada año, en el Reino Unido, se
someten a cirugía de bypass miles de personas, pero sólo el 10% de ellas introduce
después en su vida los cambios necesarios para evitar nuevas complicaciones, entre
las que puede estar una muerte prematura. El descuento hiperbólico es uno de los
principales factores que explican la actitud tan perezosa de la mayoría de la gente
ante las amenazas del calentamiento global. Según los sondeos, la mayoría acepta
que el cambio climático es una realidad y que la causa está en nuestro propio
comportamiento. Sin embargo, la proporción de gente que está dispuesta a modificar
ese comportamiento de forma significativa es muy baja. Lo que eso implica es
inquietante. Las campañas de concienciación y los eco-impuestos, por muy
meditados y organizados que estén, tienen una repercusión marginal. Tal vez sea
necesaria una catástrofe --algo que ocurra en el presente-- claramente atribuible al
calentamiento global para que la gente empiece a prestar la debida atención.” 42
42
Giddens, loc. cit.
43
Por no ir muy lejos, podemos fijarnos en la isla de Menorca. Véase Sofía Menéndez, “Menorca: la isla sostenible”, El
País/ Tierra, 15 de diciembre de 2007, p. 18. Otros ejemplos interesantes en Thomas Princen, The Logic of Sufficiency,
MIT Press, Cambridge –Mass.— 2005, capítulos 6, 7 y 8.
22
extraña a gran parte de la humanidad, y se hizo notar por su ausencia durante gran
parte de la historia registrada...” 44
23
“Al mercado pertenece (...) el que es hoy prácticamente único y supremo educador:
la publicidad en general y especialmente la de la televisión. En todos los grupos de
edad es la publicidad la que gobierna las pautas y determina los criterios de la
comparación social. Esta comparación --hoy elevada al grado de obsesión-- es la que
dicta la aceptación, la integración y hasta el prestigio social del individuo. Respecto
de los niños, ya comenté en su día el consultorio de un Suplemento de salud del Abc
del 9 de julio de 2000, que lo expresaba certeramente a propósito de las marcas de
zapatos: ‘Ser propietarios de marcas determinadas -decía el consultor- representa un
código de integración’. El imponente poder pedagógico de la publicidad tiene ya
derrotado de antemano cualquier otro intento educativo. Estoy contando una historia
archisabida y mil veces contada en tonos diferentes, una evidencia palmaria a cada
instante como la luz del día. Mas, sin que nadie niegue esa evidencia, hay dos
maneras de eludirla defensivamente: la primera es decir, con sincera o forzada
convicción: ‘¿Y qué hay de malo en ello?’; la segunda es la que tan penetrantemente
apunta Sigmund Freud (y que yo designaría como ‘apología consolatoria de los
hechos tozudos’) con estas palabras: ‘Si uno está destinado a la muerte preferirá estar
sometido a una ley natural ineluctable, la sublime 'Anánke', y no a una contingencia
que tal vez habría podido evitarse’. El mercado es ya naturaleza del mismo orden de
necesidad que el hambre misma. La publicidad, que hoy ya le es absolutamente
imprescindible, se defiende con el que es uno de los máximos tabús de prohibición
de la llamada democracia: el tabú de la censura. La censura es totalitaria. La
democracia vive de la ilusión de libertad que le produce la execración del
totalitarismo...” 46
Hoy parece más fácil imaginar la devastación apocalíptica del planeta, que
una sociedad no invadida hasta los tuétanos por la propaganda comercial.
Y sin embargo...
46
Rafael Sánchez Ferlosio, “Educar e instruir”, El País, 29 de julio de 2007.
24
“Suecia ha prohibido la publicidad dirigida a niños menores de 12 años. También
Noruega ha impuesto restricciones a los anuncios para niños, y en las escuelas
noruegas el Defensor del Consumidor desempeña un papel educativo. Las últimas
directrices publicitarias aprobadas prohíben anunciar un coche afirmando que es
‘verde’, ‘limpio’ o ‘ecológico’. (...) Quizá el más llamativo de todos los ejemplos
existentes sea la ciudad brasileña de Sao Paulo, la cuarta más grande del mundo, que
se ha convertido hace poco en la primera urbe no socialista que prohíbe la publicidad
en las calles.” 47
Anejo:
Auge y caída de la teoría de la capa,
por Salvador López Arnal49
Primates y filósofos recoge las conferencias Tanner que Frans de Waal,
catedrático C. H. Candler de conducta de primates en el Departamento de
Psicología y director del Living Links Center del Centro Nacional de
primates de Emory (Atlanta, Georgia), impartió en el Centro de valores
humanos de la Universidad de Princeton en noviembre de 2003, los
comentarios a su intervención de Peter Singer, Christine M. Korsgaard,
Philip Kitcher y Robert Wright -los tres primeros filósofos reconocidos
y, el último, un estudioso de la psicología de la evolución- y,
finamente, la respuesta a sus críticos –“La torre de la moralidad”- del
propio De Waal, amén de una magnífica introducción de Josiah Ober y
Stephen Macedo.
Como señalan estos últimos, De Waal y sus críticos comparten puntos
en la discusión. Aceptan la explicación científica tradicional de la
evolución biológica basada en la selección natural. Ninguno sugiere, o
apunta de forma escondida, que el ser humano sea diferente de otros
animales al poseer una esencia metafísica de extraña determinación.
Tampoco ninguno de ellos basa su argumentación en la idea de que los
humanes seamos seres únicos por contar en exclusiva con un alma
trascendente. Finalmente, De Waal y sus interlocutores creen que la
47
Tim Jackson: “El reto de un mundo sostenible”, capítulo 4 de La situación del mundo 2008 (informe del Worldwatch
Institute), Icaria, Barcelona 2008, p. 129.
48
Jackson, op. Cit., p. 123.
49
Reseña de Frans de Waal: Primates y filósofos. La evolución de la moral del simio al hombre, Paidos, Barcelona,
2007. Publicada en El Viejo Topo 244, Barcelona, mayo 2008
25
bondad moral “es algo real sobre lo que podemos establecer premisas
ciertas” (p. 12). No participarán, pues, en la discusión o lo harán de
forma sesgada y con fuertes discrepancias epistémicas e ideológicas por
no aceptar las anteriores premisas, los creyentes religiosos, cuanto
menos los comprometidos con la singular idea, por lo demás nada
igualitaria, de que los seres humanos estamos dotados de determinados
atributos (el sentido de la moral) exclusivamente a partir de la lotería
metafísica-teológica de la gracia divina, ni tampoco aquellos científicos
sociales, conjunto densamente poblado hasta la fecha, que consideren casi
indiscutible una teoría del agente racional que considera esencial a
nuestra naturaleza “una tendencia irreductible a preferir el egoísmo
(hacer trampas, u obtener beneficios sin esfuerzo alguno) a la
cooperación voluntaria” (p. 12) ni, finalmente, aquellos relativistas
morales extremos que consideren que una acción puede ser juzgada como
correcta o incorrecta únicamente en un ámbito local, referida básicamente
a consideraciones contingentes y contextuales.
La pregunta que intenta responder De Waal en su intervención, al
igual que sus interlocutores en sus comentarios, puede ser resumida así:
si existen razones científicas para suponer que el “egoísmo” es un
mecanismo primario de selección natural, por qué entonces los seres
humanos hemos desarrollado un vínculo tan fuerte con el valor moral de la
bondad. Dicho de otra manera, ¿por qué, cuando es el caso, y el caso es
frecuente, no consideramos bueno ser malos? O en palabras del malogrado
Stephen Jay Gould, que el mismo autor recoge (pág. 25), ¿por qué habría
de ser nuestra maldad el bagaje de un pasado simiesco y nuestra bondad
únicamente humana? ¿Por qué, en definitiva, no habríamos de ver
continuidad con otros animales también en nuestros rasgos más nobles?
De Waal da en su respuesta argumentos contra lo que él mismo
denomina teoría de la capa. La moralidad, no adquirida gracias a la
gracia divina, sería únicamente una fina capa que recubre un núcleo
amoral o inmoral. Como Hobbes y sus partidarios (homo homini lupus), que
inician sus reflexiones y construcciones sociopolíticas a partir de una
concepción de los humanos como seres asociales o antisociales al mismo
tiempo que cometen injusticia con los cánidos, uno de los animales más
gregarios y cooperativos del planeta, y en contra por lo demás del
clásico y razonable zoon politikon aristotélico, también Thomas Huxley,
el llamado “bulldog de Darwin” por su defensa de la teoría de la
evolución darwiniana, es objeto de las críticas de De Waal al traicionar
sus propias ideas darwinianas y defender una visión de la moralidad
construida a partir de la metáfora al uso: la moralidad es como un jardín
en el que batallan constantemente las malas hierbas de la inmoralidad que
constantemente amenazan la psique humana. La visión de la moralidad
sostenida por los biólogos durante el último cuarto de siglo la resume De
Waal con una cita de Ghiselin: “Arañe un altruista y verá como sangra un
hipócrita”. En síntesis: los humanos, como el resto de los animales,
somos seres completamente egoístas y competitivos, y la moralidad no es
sino una ocurrencia tardía y por ello poco natural, poco compartida.
Curiosa y destacadamente, De Waal recuerda que ya en la época de
Huxley existía una feroz oposición a sus ideas por parte de biólogos como
Piotr Kropotkin, a quien presenta como verdadero seguidor del legado
drawinista. A los biólogos rusos les impresionaba más la lucha de los
animales contra los elementos inhóspitos que sus luchas internas. El
apoyo mutuo de Kropotkin, con su énfasis en la cooperación y la
solidaridad que contrasta con la perspectiva competitiva y despiadada
defendida por Huxley, es una crítica contra éste escrita con enorme
respecto por la obra y las ideas de Darwin en opinión de De Waal.
En contra de teorías extendidas, y no siempre bien comprendidas,
que argumentan que los seres humanos somos esencialmente egoístas porque
26
nuestros genes son “egoístas”, olvidándose de que estos son simples
moléculas y por ello no pueden tener intencionalidad –el egoísmo implica
la intención de servirse ante nada a uno mismo-, De Waal señala que no
pasa nada por describir a los animales (y a los humanos) como producto de
fuerzas evolutivas “que promueven el interés propio, siempre que se
admita que esto en modo alguno excluye el desarrollo de tendencias
altruistas y compasivas” (p. 38). Es del mismísimo Darwin la siguiente
consideración: “Cualquier animal dotado de unos instintos sociales bien
marcados, incluido el cariño paternal y filial, inevitablemente adquirirá
un sentido moral o conciencia tan pronto como sus facultades
intelectuales hayan logrado un desarrollo tan elevado, o casi tan
desarrollado, como en el hombre”. El mismo Adam Smith, citado por De
Waal, señala que más allá de las consideraciones usuales sobre el egoísmo
del ser humano, debe admitirse igualmente la existencia de algunos
principios en nuestra naturaleza que nos hacen interesarnos por el
bienestar de los otros, de forma tal que la felicidad de estos nos sea
necesaria aunque no obtengamos nada a cambio con ello más allá del placer
de verla.
Un interesante balance de la comparación entre la teoría de la capa
y una visión de la moralidad como resultado de instintos sociales es
expuesta por De Waal en la página 47 del volumen. La teoría de la capa,
cuyo origen atribuye a Huxley y entre cuyos defensores, no sé si con toda
justicia, cita a Richard Dawkins y George Williams, es una teoría
dualista que sitúa a los humanos en contra de los animales, que cree en
el dualismo cultura versus naturaleza y que defiende que la moralidad es
algo que se elige, aceptando la transición de un animal amoral a un
hombre moral, sin evidencia empírica a favor de su posición y sin una
teoría que explique por qué los seres humanos son mejores de lo que es
conveniente para sus egoístas genes. La teoría evolucionista de la ética,
en cambio, que toma en Darwin su punto de referencia (...), y entre cuyos
defensores De Waal sitúa a Edward Westermark, Edward Wilson, Jonathan
Haidt, es una concepción unitaria que postula la existencia de una
continuidad entre la moralidad humana y las tendencias sociales de los
animales, señalando que las tendencias morales son producto de la
evolución, que hay una transición entre el animal social y el animal
moral, apuntando que las teorías de la selección de parientes, altruismo
recíproco y sus derivados (justicia, resolución de conflictos) sugieren
cómo pudo darse esa transición, y cuya evidencia empírica bebe de las
fuentes de la psicología, la neurociencia (los dilemas morales activan
áreas del cerebro emocionalmente implicadas) y la ciencia del
comportamiento en primates.
La tesis de De Waal puede ser expuesta de forma resumida con sus
propias palabras: “La evolución ha dado lugar a especies que siguen
impulsos genuinamente cooperativos. Desconozco si en el fondo la gente es
buena o mala, pero creer que todas nuestras acciones están calculadas de
forma egoísta –a escondidas de los demás y a menudo de nosotros mismos-
equivale a sobreestimar de forma exagerada los poderes mentales del ser
humano por no hablar de otros animales” (p. 80). Más allá de los ejemplos
conocidos sobre la práctica animal del consuelo de individuos afligidos y
la protección frente a agresiones, existe una amplia literatura
científica que concuerda con la clásica estimación de Mencio: en este
ámbito los impulsos preceden a la racionalidad.
Singer, en su intervención, señala una interesante distinción entre
la tesis de que la moralidad humana es inherentemente social y que las
raíces de la ética se encuentran en los rasgos y patrones del
comportamiento que compartimos con otros mamíferos sociales, primates
especialmente, y la consideración de que toda la ética humana derive de
nuestra naturaleza evolucionada en tanto que mamíferos sociales (p. 179),
27
apuntando la siguiente tesis: la idea de una moralidad imparcial es
contraria a nuestra naturaleza evolucionada si por tal naturaleza
entendemos la que compartimos con otros mamíferos sociales a partir de
los que hemos evolucionado. ¿Por qué? Porque ningún animal no humano, ni
tan siquiera los grandes simios, se aproximan a nuestra capacidad para
razonar, por lo que, si esta capacidad de razonar se sitúa necesariamente
detrás del elemento imparcial de nuestra moralidad, entonces ésta
constituye una novedad, una discontinuidad, una ruptura, como quiera
decirse, en la historia evolutiva, aunque, sin duda, nuestra capacidad de
razonar sea parte de nuestra naturaleza y, por tanto, como cualquier otro
aspecto de la misma, sea también producto de la evolución.
En la respuesta a sus críticos, De Waal apunta por su parte que
olvidarnos de las características que compartimos con el resto de
primates y negar las raíces evolutivas de nuestra moralidad equivaldría a
llegar a lo más alto de un rascacielos y afirmar que el resto del
edificio es irrelevante. ¿Son, pues, los animales seres morales? Más bien
ocupan varios pisos en la torre de la moralidad que no es un valle
alargado. El rechazar esta modesta propuesta, concluye razonablemente el
autor de El simio y el aprendiz de sushi, “únicamente puede dar lugar a
una visión muy pobre de todo el conjunto” (p. 224) del escalonado
edificio moral.
28