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En las relaciones entre ética y política se dan opciones entre las siguientes concepciones
teóricas:
Anarquía: niega la posibilidad de relación entre ética y política porque todo poder político
es en sí mismo injusto.
Realismo político: admite la relación entre ambos campos, porque la ética permite alcanzar
el fin político propuesto. Puesto que a veces será necesario elegir un medio inmoral para
conseguir el fin político, algunos defienden que debería existir una ética distinta para la
política.
c) La dimensión personal y social del ser humano: La persona humana, por su condición de
“hijo” e imagen de Dios, debe ser reconocida como preeminente. La comunidad política
debe reconocer y respetar la dignidad humana de sus miembros y la de otras comunidades
políticas. Servir a la comunidad política es en primer término reconocer la dignidad de sus
miembros. También debe cuidarse la dimensión sobrenatural de la persona. Por esto, la
autoridad política debe estar regida por los principios de solidaridad y de subsidiariedad (2).
d) La misión del poder político: El ejercicio indebido del poder daña a la comunidad. Por
tanto, ese poder político debe estar domesticado y sometido a la ley. Pero la autoridad debe
someterse en primera instancia a la ley divina, intentando reducir la coacción y previniendo
la violencia mediante medios pacíficos (3).
Dos años después del primer centenario de la Revolución francesa se publica la encíclica
Diuturnum illid (1891) sobre la autoridad política. En ella se afirma que el poder dimana de
Dios, no de un supuesto contrato social, y este poder se establece en la dimensión social de
la naturaleza humana. Asimismo, el poder puede ser elegido por la sociedad. En la Au
milieu des sollicitudes (1892) el Papa invita a los franceses a que reconozcan una
posibilidad al sistema democrático juntos con los demás sistemas políticos, como la
monarquía.
d) PÍO XII (1939-1958): Su doctrina sobre la política queda expuesta principalmente en sus
Radiomensajes de Navidad. En In questo giorno (1939) enumera los puntos fundamentales
para conseguir una paz justa y honrosa: la independencia de las naciones, el desarme
mutuo, instituciones jurídicas que garanticen el cumplimiento de los tratados, el respeto de
las exigencias de las minorías, de los tratados internacionales soportados sobre la
responsabilidad política, de la justicia y el amor. En Grazie (1940) presenta las bases para
construir un nuevo orden internacional sobre una sana moral: la verdad, la fidelidad entre
los pueblos, el derecho, la equidad económica, la solidaridad jurídica y económica, y la
declaración teórica de unos derechos jurídicos imprescindibles. En Nell’alba (1941) se
exponen los presupuestos sobre los que se debe basar un orden internacional nuevo. Es
rechazable la agresión contra la libertad de los pequeños Estados y contra las minorías. Es
ilícito el acaparamiento de la riqueza mundial por ciertas naciones, así como la
desenfrenada carrera de armamentos y la persecución contra la religión y contra la Iglesia.
En Con sempre (1942) se atiene al orden interno de los Estados. Sus fundamentos son: la
dignidad y derechos de la persona humana, la defensa de la sociedad como unidad
articulada (y especialmente de la familia), la dignidad del trabajo como medio de
perfeccionamiento personal y el establecimiento de un ordenamiento jurídico en el Estado
soberano. En Benignitas et humanitas (1944) se valora la democracia y se enfrenta a los
Estados totalitarios. La democracia es el régimen más acorde con la Doctrina social de la
Iglesia, porque coloca a la persona en el centro de la vida social.
d) La libertad: Aquí se define como la ausencia de coacción física o moral sobre las
personas. La libertad debe reconocerse en grado sumo al hombre, y no debe restringirse
sino cuando sea necesario y en la medida que lo sea (6). Y cuando sea necesario limitarla
debe restituirse cuanto antes.
La sociedad civil surge por la insuficiencia de los hombres y los grupos sociales, la cual se
supera al orientarse la sociedad al bien común. La comunidad política es más amplia que la
sociedad civil; abarca todos los grupos humanos; está provista del poder para armonizar y
orientar la actividad de los individuos y de las sociedades intermedias. Pero ambas están al
servicio de las personas.
Dios ha puesto en el hombre una inclinación social, porque él solo no puede procurarse
todo lo que necesita, y en sociedad es donde desarrolla plenamente sus facultades (2). A su
vez la sociedad condiciona al hombre.
Para la Gaudium et Spes el bien común consiste en «el conjunto de condiciones de la vida
social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más
pleno y más fácil de la propia perfección» (5). Es un bien espiritual y político: cada uno
sale beneficiado y tiene derecho a esperar algo, a la vez que debe sacrificar algo para
lograrlo. No es la suma de intereses particulares, sino una realidad distinta, armonizada y
con valores jerarquizados.
El poder civil será el encargado de dirigir las voluntades particulares para que no se
conduzcan exclusivamente por interés individual y deberá actuar de árbitro en los
conflictos. Resolver esos conflictos es función de la política (6). Pero el Estado no tiene
preeminencia sobre la familia y sólo de manera mediata gobierna a las personas; por eso, en
la administración de los asuntos públicos jamás puede ahogar la vida privada ni social de
las personas.
El bien común constituye, por tanto, la ley primera de toda sociedad humana en cuanto
principio originante de la misma, y es también la ley última porque contiene el elemento
definitivo para su conservación. El Estado debe promover el bien común tanto en sus
intereses materiales como espirituales. En esta tarea los grupos intermedios deben colaborar
con el Estado.
Los principios que rigen el ejercicio de la autoridad según la Doctrina social de la Iglesia
son tres:
b) El principio de subsidiariedad (9): Con él se corrigen los falsos altruismos que eliminan
la autonomía de las personas y los grupos intermedios bajo el pretexto de que el Estado
cuida de la igualdad de todos, lo cual desemboca en el totalitarismo. El papel del Estado es
subsidiario y complementario a los individuos, a las familias y a los grupos profesionales.
a) Participación de los ciudadanos en la vida pública: El ciudadano debe tomar parte activa
y libre en la actividad política. Los laicos deben actuar políticamente (14) para evitar el
arribismo, la idolatría del poder, el egoísmo, la corrupción, el relativismo moral. En la
democracia, además, deben superarse algunas deficiencias, tales como la lucha para que
prevalezcan los intereses de partidos, el culto al valor cuantitativo de los votos, la
despersonalización, el desorden social, la falta de información adecuada, la instalación
permanente de un partido político en el poder o el protagonismo exclusivo de los partidos,
la excesiva presencia del poder político en la economía, en los asuntos sociales, en la
cultura, en los medios de comunicación, etc. (15)
El poder ejecutivo debe resolver los conflictos de acuerdo con las leyes, y no debe
intervenir desmesuradamente en la vida social, a fin de evitar el adormecimiento de los
cuerpos sociales. Debe controlar los gastos y fijar impuestos prudentes. El sacrificio de los
impuestos debe compensarse con la prestación de servicios. La Administración debe reparar
el daño que cause a los particulares.
El poder judicial debe estar sometido al imperio de la ley y al principio de legalidad Dará a
cada cual su derecho imparcialmente.
La participación política exige que los cristianos desarrollen nuevos modos de acción
política y nuevas actitudes en relación con el propio cristianismo y con otras corrientes
religiosas, filosóficas y políticas. Ahora, la tarea de los cristianos es la construcción de una
nueva sociedad cristiana.
En una situación pluralista se requiere que los cristianos en cuanto cristianos mantengan
una unidad y comunión de fe y defiendan la libertad religiosa y una dimensión comunitaria
de la religión. En cuanto ciudadanos, los cristianos pueden participar de las diversas
soluciones concretas que se ofertan en torno al bien común, según su propio juicio y
discernimiento.
La Doctrina social rechaza tanto que los cristianos se desentienda de la realidad social
como que creen estructuras políticas paralelas a las civiles. Y ofrece a los cristianos unas
directrices claras acerca de su participación y protagonismo ciudadano en su acción
temporal:
a) La autonomía de la política: La política tiene sus leyes y valores propios que los
cristianos tiene que conocer, emplear y ordenar. Los cristianos son miembros del orden
religioso y del orden civil, y tienen en consecuencia los derechos y deberes de cada orden.
Deben vivir ambas dimensiones en unidad de espíritu y coherencia vital; deben distinguir
ambas esferas para no caer en el integrismo o el temporalismo, y a su vez deben
armonizarlas en su actuación cotidiana.
b) Política y heteronomía moral: Los cristianos deben vivir sus responsabilidades políticas
en la sociedad y en los partidos de forma ejemplar, responsable y con voluntad de servicio.
Sus comportamientos deben concretarse en leyes acordes con la moral.
k) El pluralismo político de los cristianos: Los cristianos viven en una sociedad pluralista y
deben expresar las exigencias de la fe para intentar transformar la sociedad, bien desde una
opción política existente o construyendo otra diversa. Debe evitarse un doble peligro: que
una determinada opción reivindique en exclusiva los valores cristianos y que en la
comunidad cristiana se provoque la división por la pluralidad de opciones políticas en las
que participan sus miembros (6).