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DOCTRINA SOCIAL SOBRE LA POLÍTICA

1. Ética y política (1)

1.1. Etimología y conceptos de política y de ética

Política proviene de πολις y se refiere a la ciudad-estado. Actualmente evoca a los partidos


políticos y a los modos de gobernar. Restrictivamente se refiere a las actividades del poder
para el gobierno de la comunidad, para acceder a ese poder o para conservarlo. En sentido
amplio abarca cualquier conducta que influya en los asuntos públicos.

Ética (εθος) significa en griego comportamiento o carácter adquirido. Se traduce al latín


como moral (costumbre). Ambos términos no son del todo sinónimos, pues la ética se usa
para la reflexión teórica y la moral para la realización práctica. La ética no debe
confundirse con el civismo o con las convenciones sociales. La ética no afecta sólo a las
decisiones individuales, sino que se relaciona también con modelos sociales y con las
normas morales que ofrece.

En las relaciones entre ética y política se dan opciones entre las siguientes concepciones
teóricas:

Anarquía: niega la posibilidad de relación entre ética y política porque todo poder político
es en sí mismo injusto.

Realismo político: admite la relación entre ambos campos, porque la ética permite alcanzar
el fin político propuesto. Puesto que a veces será necesario elegir un medio inmoral para
conseguir el fin político, algunos defienden que debería existir una ética distinta para la
política.

Maquiavelismo: teóricamente es posible una relación entre ética y política, pero en la


práctica ésta es imposible porque la política requiere comportamientos inmorales.

Opción de la Doctrina social de la Iglesia: la política no tiene motivo para renunciar a la


ética. El poder es necesario y por ello no puede ser malo. Por tanto, la política en su
realización práctica puede estar condicionada por la moral.

1.2. Fundamentos éticos para la acción política

a) La Sagrada Escritura: La moral política tienen también un fundamento en la Sagrada


Escritura, pero de ella no se desprenden modelos o criterios políticos válidos para
realidades o problemas del mundo actual. El Evangelio no se impone a la voluntad de las
personas ni ofrece recetas o fórmulas automáticas. Lo sagrado no anula lo temporal, ni el
mundo profano puede cerrarse a lo sobrenatural. La técnica política escapa al mensaje del
Evangelio, pero el Evangelio incide sobre la comunidad de las personas organizada en
comunidad política, la cual debe impregnarse de sentido cristiano.
b) El Derecho natural: El Derecho natural se impone a la conciencia y al ordenamiento
jurídico en su totalidad. Este derecho deriva de la naturaleza, depende del Creador y une al
hombre con la universalidad de la humanidad. Los principios de este derecho son
descubiertos por el conocimiento reflexivo, y la Iglesia los ha ido concretando a lo largo de
los siglos. Unas normas serán de carácter permanente, otras de duración limitada. Pero
ambas deben ser recogidas por el derecho positivo. Obedeciendo los dictámenes del
Derecho natural, se obedece a la ley de Dios. La revelación no suprime el Derecho natural;
por el contrario, lo supone y lo supera. Así, toda actividad verdaderamente humana es
también actividad cristiana.

c) La dimensión personal y social del ser humano: La persona humana, por su condición de
“hijo” e imagen de Dios, debe ser reconocida como preeminente. La comunidad política
debe reconocer y respetar la dignidad humana de sus miembros y la de otras comunidades
políticas. Servir a la comunidad política es en primer término reconocer la dignidad de sus
miembros. También debe cuidarse la dimensión sobrenatural de la persona. Por esto, la
autoridad política debe estar regida por los principios de solidaridad y de subsidiariedad (2).

d) La misión del poder político: El ejercicio indebido del poder daña a la comunidad. Por
tanto, ese poder político debe estar domesticado y sometido a la ley. Pero la autoridad debe
someterse en primera instancia a la ley divina, intentando reducir la coacción y previniendo
la violencia mediante medios pacíficos (3).

e) La recta razón: Un fundamento de la dimensión moral de la política está en la recta


razón. Ni todos los males sociales se pueden atajar con la ley ni todas las normas éticas
deben transformarse en ley civil. Pueden darse situaciones de conflicto moral cuando se
pretenden evitar males mayores, por lo que será necesaria una solución política dictada
desde la prudencia. Esa solución política no puede recurrir a medios inmorales y debe ser
fiel a valores superiores: el fin no justifica los medios.

1.3. Historia del Magisterio pontificio sobre la política

1.3.1. León XIII

En la Humanum genus (1884) se rechaza una moral cívica basada en el subjetivismo y en la


ausencia de normas objetivas que controlen la actividad política. En la Inmortale Dei
(1885) se refiere a la constitución cristiana de los Estados y en la Libertas praestantissimum
(1888) examina la libertad y el liberalismo, y se opone al agnosticismo y al laicismo
integral del Estado y de la escuela. La Sapientiae christianae (1890) se dedica a los deberes
ciudadanos y llama a los cristianos a participar en las instituciones políticas, pero advierte
para que ninguna formación política monopolice la fe católica. Defiende la práctica libre de
la religión, reconoce la indisolubilidad del matrimonio, la educación cristiana, la paz social
y las relaciones de la Iglesia con el Estado.

Dos años después del primer centenario de la Revolución francesa se publica la encíclica
Diuturnum illid (1891) sobre la autoridad política. En ella se afirma que el poder dimana de
Dios, no de un supuesto contrato social, y este poder se establece en la dimensión social de
la naturaleza humana. Asimismo, el poder puede ser elegido por la sociedad. En la Au
milieu des sollicitudes (1892) el Papa invita a los franceses a que reconozcan una
posibilidad al sistema democrático juntos con los demás sistemas políticos, como la
monarquía.

1.3.2. De León XIII al Concilio Vaticano II

a) PÍO X (1903-1914): Para él la existencia de dos sociedades distintas (el Estado y la


Iglesia) implica una relación basada en el reconocimiento mutuo y en los derechos
específicos de cada uno. El Estado no puede condicionar a la Iglesia ni la Iglesia al Estado.
No obstante, el Estado sí está obligado por las normas morales.

b) BENEDICTO XV (1914-1922): Acude al pacifismo evangélico en los años de la Primera


Guerra mundial. En la Ad beatissimi (1914) presenta su tarea como el ofrecimiento de las
condiciones necesarias para la reconciliación de los pueblos. La guerra es consecuencia de
la crisis moral que vive Europa, la cual desborda el marco político y se adentra en las
conciencias. Como remedio ofrece: la caridad cristiana en las relaciones humanas, el origen
divino de la autoridad, la obediencia debida, la justicia como base de la convivencia y una
recta percepción de la felicidad. En la nota Dès le debut (1917) propone a los gobiernos en
guerra las medidas para una paz justa y verdadera: el desarme, el arbitraje, vías de
comunicación libres, reparación de los daños, liberación de los territorios ocupados y
arreglo pacífico de los conflictos. En la encíclica Pacem Dei (1920) se centra en la caridad
cristiana y niega la existencia de una doble moral, la del individuo y la del Estado.

c) PÍO XI (1922-1939): En el momento en el que los totalitarismos ocupan el poder político


en Europa, el Papa expone la concepción cristiana del Estado; reafirma el papel de los
poderes públicos para alcanzar el bien común y clarifica los límites de la actuación del
Estado. En la Non abbiamo bisogno (1931) condena la estatolatría, la agresión política a las
conciencias y el monopolio estatal de la enseñanza. En la Mit brennerder Sorge (1937)
condena el racismo del Estado nazi y el derecho entendido como una función de utilidad
nacional. En la Divini Redemptoris (1937) condena el comunismo por su visión
materialista y atea de la realidad y formula el principio de subsidiariedad.

d) PÍO XII (1939-1958): Su doctrina sobre la política queda expuesta principalmente en sus
Radiomensajes de Navidad. En In questo giorno (1939) enumera los puntos fundamentales
para conseguir una paz justa y honrosa: la independencia de las naciones, el desarme
mutuo, instituciones jurídicas que garanticen el cumplimiento de los tratados, el respeto de
las exigencias de las minorías, de los tratados internacionales soportados sobre la
responsabilidad política, de la justicia y el amor. En Grazie (1940) presenta las bases para
construir un nuevo orden internacional sobre una sana moral: la verdad, la fidelidad entre
los pueblos, el derecho, la equidad económica, la solidaridad jurídica y económica, y la
declaración teórica de unos derechos jurídicos imprescindibles. En Nell’alba (1941) se
exponen los presupuestos sobre los que se debe basar un orden internacional nuevo. Es
rechazable la agresión contra la libertad de los pequeños Estados y contra las minorías. Es
ilícito el acaparamiento de la riqueza mundial por ciertas naciones, así como la
desenfrenada carrera de armamentos y la persecución contra la religión y contra la Iglesia.
En Con sempre (1942) se atiene al orden interno de los Estados. Sus fundamentos son: la
dignidad y derechos de la persona humana, la defensa de la sociedad como unidad
articulada (y especialmente de la familia), la dignidad del trabajo como medio de
perfeccionamiento personal y el establecimiento de un ordenamiento jurídico en el Estado
soberano. En Benignitas et humanitas (1944) se valora la democracia y se enfrenta a los
Estados totalitarios. La democracia es el régimen más acorde con la Doctrina social de la
Iglesia, porque coloca a la persona en el centro de la vida social.

e) JUAN XXIII: Con la Pacem in terris (1969) se ofrece la constitución de un orden


mundial basado en la justicia y en respeto a los derechos humanos. En ella afronta los
siguientes temas: derecho y deberes de la persona, la naturaleza y función de la autoridad,
el bien común y formas de gobierno, la autoridad política mundial, evaluación de la ONU y
el cristiano y la política.

1.3.3. Del Concilio Vaticano II a nuestros días

a) CONCILIO VATICANO II: En al Gaudium et spes (1965) se dedica un capítulo a la


comunidad política y se coloca como base moral de la vida pública la participación libre y
activa de todos los ciudadanos. También se abordan las relaciones entre La Iglesia y el
Estado; particularmente en la Declaración Dignitatis humanae se abogó por la libertad
religiosa.

b) PABLO VI (1963-1978): Para él la ciencia, la técnica y la organización política están al


servicio de la paz del hombre, de sus derechos y deberes. En la Octagesima adveniens se
observa de manera favorable el encuentro del cristiano con lo político. Se ofrece una
alternativa a la sociedad científico-técnica y se presenta a la Iglesia como buscadora de
caminos de justicia. Afirma el pluralismo de los cristianos en la acción y en el compromiso
social y se aportan criterios para que el cristiano pueda discernir en sus compromisos
políticos, sin poner en peligro la fe cristiana.

c) JUAN PABLO II (1978-2005): El Mensaje ante la ONU en 1979 lo dedica al tratamiento


del tema político. También la Centesimus annus aborda escuetamente el tema de la
democracia y defiende los derechos humanos. Nuevamente en 1995 vuelve a la ONU y se
centra en el carácter planetario de los derechos humanos enraizados en la persona, los
cuales reflejan exigencias objetivas de la ley moral universal. El mundo está iluminado por
una lógica moral que posibilita el diálogo entre los hombres. Falta un acuerdo internacional
que afronte de modo adecuado los derechos de las naciones, tanto en sus vertientes de
“particularidad” (exigencias vitales) como de “universalidad” (obligación de unas naciones
con otras y con la humanidad entera).

1.4. Algunos principios éticos para la práctica de la política

a) La verdad: En la política la libertad es la llave para la libertad. Los gobernantes están


obligados por la verdad (4).

b) La justicia: La justicia se entiende aquí como un intento de dar al hombre la posibilidad


de ser efectivamente hombre. La justicia exige redistribución social: unos darán más de lo
que reciban y otros recibirán más de lo que dan.
c) El amor: El amor suple la falta de justicia, pero no renuncia a ella. La caridad es más que
la justicia y sirve para iluminar a ésta (5). Suple la inexistencia de los derechos sociales.

d) La libertad: Aquí se define como la ausencia de coacción física o moral sobre las
personas. La libertad debe reconocerse en grado sumo al hombre, y no debe restringirse
sino cuando sea necesario y en la medida que lo sea (6). Y cuando sea necesario limitarla
debe restituirse cuanto antes.

e) La igualdad: En la vida contemporánea es un valor fundamental de la vida social. La


desigualad es rechazada por la Pacem in terris, que llama anacrónicas a las teorías que
consideraban que ciertas clases sociales recibieran un trato de inferioridad y que otras
fueran privilegiadas.

f) La participación: Por la participación el pueblo interviene en las tareas de gobierno. Ella


se opone a la tiranía y al gobierno aristocrático. La participación se refiere a todos los
ciudadanos, no sólo a la denominada clase política. Con ella se expresa de manera
inequívoca la salud democrática, y para ella se debe educar

2. La comunidad política (1)

2.1. Sociedad civil y comunidad política

La sociedad civil surge por la insuficiencia de los hombres y los grupos sociales, la cual se
supera al orientarse la sociedad al bien común. La comunidad política es más amplia que la
sociedad civil; abarca todos los grupos humanos; está provista del poder para armonizar y
orientar la actividad de los individuos y de las sociedades intermedias. Pero ambas están al
servicio de las personas.

Dios ha puesto en el hombre una inclinación social, porque él solo no puede procurarse
todo lo que necesita, y en sociedad es donde desarrolla plenamente sus facultades (2). A su
vez la sociedad condiciona al hombre.

La sociedad no tiene su origen en un pacto social, sino que su origen primero y su


fundamento último está en Dios, ocupando el hombre el lugar central de la sociedad. La
comunidad política es un medio para la perfección del hombre, el cual constituye el
fundamento, la causa y el fin de todas las instituciones (3).

2.2. El bien común crea y sostiene a la comunidad política.

En la sociedad se concilian intereses particulares, a veces contrapuestos. El bien común


será el elemento catalizador en el que se sustente la sociedad humana. Cada miembro de la
sociedad está obligado a desear y luchar por el bien común (4).

Para la Gaudium et Spes el bien común consiste en «el conjunto de condiciones de la vida
social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más
pleno y más fácil de la propia perfección» (5). Es un bien espiritual y político: cada uno
sale beneficiado y tiene derecho a esperar algo, a la vez que debe sacrificar algo para
lograrlo. No es la suma de intereses particulares, sino una realidad distinta, armonizada y
con valores jerarquizados.

El poder civil será el encargado de dirigir las voluntades particulares para que no se
conduzcan exclusivamente por interés individual y deberá actuar de árbitro en los
conflictos. Resolver esos conflictos es función de la política (6). Pero el Estado no tiene
preeminencia sobre la familia y sólo de manera mediata gobierna a las personas; por eso, en
la administración de los asuntos públicos jamás puede ahogar la vida privada ni social de
las personas.

El bien común constituye, por tanto, la ley primera de toda sociedad humana en cuanto
principio originante de la misma, y es también la ley última porque contiene el elemento
definitivo para su conservación. El Estado debe promover el bien común tanto en sus
intereses materiales como espirituales. En esta tarea los grupos intermedios deben colaborar
con el Estado.

2.3. La autoridad es exigida por la comunidad política

La comunidad política por su necesidad de permanencia requiere una autoridad, cuyo


origen lo sitúa la Doctrina social en Dios mismo, y cuya función consiste en mandar según
la recta razón para que el ciudadano colabore en la prosecución del bien común (7). Su
fuerza moral se fundamenta en la libertad y la responsabilidad de los miembros de la
comunidad política.

Los principios que rigen el ejercicio de la autoridad según la Doctrina social de la Iglesia
son tres:

a) El servicio a la sociedad: El poder es necesario, pero como significa una imposición de


unos hombres sobre otros conlleva el peligro de la soberbia en sus ejecutores. Para
contrarrestar este peligro es necesario entender el poder como un servicio a la comunidad
(8) y a sus miembros más débiles.

b) El principio de subsidiariedad (9): Con él se corrigen los falsos altruismos que eliminan
la autonomía de las personas y los grupos intermedios bajo el pretexto de que el Estado
cuida de la igualdad de todos, lo cual desemboca en el totalitarismo. El papel del Estado es
subsidiario y complementario a los individuos, a las familias y a los grupos profesionales.

c) EL principio de solidaridad: Es una actitud de determinación firme y perseverante de


empeñarse en el bien común (10). Constituye una categoría moral determinante de la
actuación política en el intercambio de bienes, capitales y personas y en la comunicación
entre personas.

La doctrina tradicional postula que es una exigencia moral la obediencia a la autoridad. La


rebelión sistemática contra la autoridad se muestra contraria a la razón. No obstante, si se
promulga una ley o se dicta una orden contraria a la ley divina, natural o cristiana, será
lícita la desobediencia a la autoridad civil, por el grave y permanente conflicto contra la ley
moral (11). Pero también puede admitirse la rebelión cuando existe una amenaza violenta
de un gobierno injusto y opresor contra el pueblo o contra la Iglesia (12). Sin embargo, para
cambiar las situaciones injustas, la Iglesia prefiere la evolución a la revolución. La reforma
de las estructuras sin violencia y partiendo de las instituciones anteriores es la forma más
adecuada a los principios morales.

2.4. Organización de la comunidad política

No es competencia de la Iglesia determinar el mejor régimen político ni precisar las


mejores instituciones (13). Ningún sistema es inmutable o perenne. Ya con León XIII se
aceptó la validez del sistema democrático, aun cuando éste pretendía excluir a la Iglesia de
la vida pública. Pero fue Pío XII el que lo reconoció plenamente por ser un sistema que se
escapa al monopolio de poder incontrolable e intangible.

La democracia verdadera asegura la participación de los ciudadanos en las decisiones


políticas, garantiza el control y sustitución de los gobernantes y ofrece condiciones para la
educación de las personas en la participación política. El orden democrático esta orientado
por los siguientes principios:

a) Participación de los ciudadanos en la vida pública: El ciudadano debe tomar parte activa
y libre en la actividad política. Los laicos deben actuar políticamente (14) para evitar el
arribismo, la idolatría del poder, el egoísmo, la corrupción, el relativismo moral. En la
democracia, además, deben superarse algunas deficiencias, tales como la lucha para que
prevalezcan los intereses de partidos, el culto al valor cuantitativo de los votos, la
despersonalización, el desorden social, la falta de información adecuada, la instalación
permanente de un partido político en el poder o el protagonismo exclusivo de los partidos,
la excesiva presencia del poder político en la economía, en los asuntos sociales, en la
cultura, en los medios de comunicación, etc. (15)

b) El pluralismo social e ideológico: La sociabilidad humana se desarrolla a través de la


familia, y los grupos sociales, económicos, culturales y políticos. El Estado no agota la
sociabilidad humana. Esta sociabilidad hace crecer la subjetividad de la sociedad. El
pluralismo social es positivo si la libertad esta protegida y provoca el deseo intenso de
imitar y superar las acciones ajenas. No corresponde al Estado fijar las convicciones sobre
la naturaleza humana, sobre su origen ni su destino. Eso es tarea de los distintos grupos
culturales o religiosos de la sociedad. Lo contrario derivaría en totalitarismo o sectarismo.

c) Respeto y promoción de los derechos humanos: Es una dimensión esencial de la


democracia. A los derechos corresponden unos deberes que la comunidad política debe
reconocer. Deben ser armonizados, tutelados, promovidos y facilitados. Si los derechos son
violados deben ser inmediatamente restablecidos (16).

d) La división de poderes en el Estado de derecho: La Ley es la que ostenta la soberanía en


un Estado de derecho (17). Además es necesario dividir el ejercicio del poder a través de
tres órdenes: el legislativo, el ejecutivo y el judicial:
El poder legislativo no puede prescindir de las normas morales, constitucionales ni de las
exigencias del bien común. Los miembros del Parlamento han de ser personas
espiritualmente eminentes, de carácter firme y representantes del pueblo, no de la masa.
Para que haya gobiernos fuertes debe moderarse el pluripartidismo.

El poder ejecutivo debe resolver los conflictos de acuerdo con las leyes, y no debe
intervenir desmesuradamente en la vida social, a fin de evitar el adormecimiento de los
cuerpos sociales. Debe controlar los gastos y fijar impuestos prudentes. El sacrificio de los
impuestos debe compensarse con la prestación de servicios. La Administración debe reparar
el daño que cause a los particulares.

El poder judicial debe estar sometido al imperio de la ley y al principio de legalidad Dará a
cada cual su derecho imparcialmente.

e) La vinculación al derecho: El derecho natural es esencial para organizar a la comunidad


política. Inspira al derecho positivo y es un medio de regulación de la libertad. La ley moral
vincula a las leyes humanas (18).

f) La autonomía de los grupos intermedios: El pluralismo social se refleja en las múltiples


instituciones y organismos que componen la sociedad. Esos grupos intermedios deben ser
autónomos y están llamados a colaborar unos con otros. También las minorías étnicas,
lingüísticas, culturales o de raigambre histórica deben ser respetadas y deben gozar de
autonomía. Esas minorías, a su vez, no deben resaltar más de lo debido sus peculiaridades
para no dañar el bien común, y deben enriquecerse con la aportación de otras culturas.

3. El compromiso político del cristiano (1)

3.1. Democracia y participación política de los cristianos

La participación política exige que los cristianos desarrollen nuevos modos de acción
política y nuevas actitudes en relación con el propio cristianismo y con otras corrientes
religiosas, filosóficas y políticas. Ahora, la tarea de los cristianos es la construcción de una
nueva sociedad cristiana.

En una situación pluralista se requiere que los cristianos en cuanto cristianos mantengan
una unidad y comunión de fe y defiendan la libertad religiosa y una dimensión comunitaria
de la religión. En cuanto ciudadanos, los cristianos pueden participar de las diversas
soluciones concretas que se ofertan en torno al bien común, según su propio juicio y
discernimiento.

El cristiano puede realizar su participación política desde la pertenencia a un determinado


partido político, siempre que se mantenga la coherencia de la fe en relación con el
compromiso político. Como criterios morales fundamentales deben ponerse la centralidad
de la persona -en cuanto sujeto, fundamento y fin de la vida social- y la dignidad de la
persona.
3.2. Criterios de participación política

La Doctrina social rechaza tanto que los cristianos se desentienda de la realidad social
como que creen estructuras políticas paralelas a las civiles. Y ofrece a los cristianos unas
directrices claras acerca de su participación y protagonismo ciudadano en su acción
temporal:

a) La autonomía de la política: La política tiene sus leyes y valores propios que los
cristianos tiene que conocer, emplear y ordenar. Los cristianos son miembros del orden
religioso y del orden civil, y tienen en consecuencia los derechos y deberes de cada orden.
Deben vivir ambas dimensiones en unidad de espíritu y coherencia vital; deben distinguir
ambas esferas para no caer en el integrismo o el temporalismo, y a su vez deben
armonizarlas en su actuación cotidiana.

b) Política y heteronomía moral: Los cristianos deben vivir sus responsabilidades políticas
en la sociedad y en los partidos de forma ejemplar, responsable y con voluntad de servicio.
Sus comportamientos deben concretarse en leyes acordes con la moral.

c) La educación para la política: Esta educación debe consistir en contenidos teóricos y


debe distinguir la acción política, del proyecto de sociedad y de las convicciones últimas
(2).

d) El desarrollo de la acción política: La acción política debe ceñirse a la satisfacción de los


derechos ciudadanos y de sus aspiraciones en el orden temporal. Si invaden otros campos,
pueden caer en el totalitarismo (3).

e) Un proyecto político de sociedad: En el proyecto político de sociedad se consideran las


metas y medios, estructurados en una coherencia interna, que se ofrecen como programa
político a los ciudadanos. Esos proyectos no pueden invadir el ámbito de las convicciones
últimas.

f) Las convicciones últimas: El sentido del hombre y de la sociedad escapan a la tarea de


los partidos políticos. La elaboración de las cosmovisiones últimas corresponde a los
grupos culturales y religiosos, los cuales no tienen por función ocupar el poder político. Las
convicciones últimas pueden juzgar los proyectos de sociedad de los partidos, y cuando
esos proyectos y los medios propuestos son conformes con el Evangelio, los cristianos
pueden colaborar con otros hombres en conseguirlos, aunque no compartan las
convicciones últimas. También el cristiano tiene el debe de influir en la elaboración de los
proyectos de sociedad para que se acomoden a los valores y a la antropología del Evangelio
(4).

g) El bien común como primacía de la política: La acción política no se reduce a la gestión


de los intereses colectivos ni al desarrollo económico, sino que su meta es el bien común de
todos los hombres (5).
h) El protagonismo cristiano: El cristiano que actúa en la política debe estar avalado por
una suficiente competencia profesional, una coherencia entre la fe y la conducta moral en la
vida civil y un respeto por las virtudes morales y los valores del espíritu.

i) El compromiso político como prioridad religiosa: En medio de la atonía moral de nuestro


tiempo es necesario presentar la política como una tarea limpia y convocar al cristiano para
que moralice la vida pública en situaciones degradantes. Es necesario poner en práctica los
valores evangélicos relacionados con la política: la libertad, la justicia, el servicio al bien
común, la fraternidad, la sobriedad, el amor por los débiles, etc.

j) La colaboración con los no creyentes: La política tiene su espacio propio en la búsqueda


de soluciones para las comunidades humanas desde los saberes disponibles y desde la
iluminación moral de los fines y medios a conseguir. En ese espacio es posible la
colaboración entre creyentes y no creyentes.

k) El pluralismo político de los cristianos: Los cristianos viven en una sociedad pluralista y
deben expresar las exigencias de la fe para intentar transformar la sociedad, bien desde una
opción política existente o construyendo otra diversa. Debe evitarse un doble peligro: que
una determinada opción reivindique en exclusiva los valores cristianos y que en la
comunidad cristiana se provoque la división por la pluralidad de opciones políticas en las
que participan sus miembros (6).

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