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PRINCIPIOS
Entre los cristianos tiene una gran importancia la conducta personal y casi todo se hace
depender del esfuerzo individual. Sin embargo, las modernas ciencias sociales aportan una
matización a esta visión de la conducta humana. La visión liberal del hombre y la sociedad
establece una clara separación entre la persona y el orden social: la persona es el sujeto
libre y en la medida en que ponga su libertad al servicio de sus propios ideales encontrará
su propia realización El orden social es una realidad objetiva y dada de antemano que se
constituye en el escenario invariable donde éste se desarrolla. En una consideración
cristiana de esta visión antropológica, el orden social es algo que procede de Dios, ante el
cual -como don del Creador- al hombre sólo le cabe una actitud de respeto y veneración. La
persona es el sujeto capaz de optar por el bien o por el mal, y en esa opción se juega en
sentido último su relación con Dios, que no es indiferente ante la conducta de su criatura.
Habría, pues, una ética social junto a la ética personal. Siguiendo a MEHL se podría decir
que «mientras que la ética personal tiene por objeto y por contenido la acción que yo ejerzo
sobre mi mismo para establecer en mi opción y, de modo más general, en mi estilo de vida
un cierto orden que esté en armonía con unos determinados valores, la ética social tendrá
por objeto la reflexión crítica sobre las estructuras sociales existentes y la acción colectiva
encaminada a la reforma de esas estructuras a o la instauración de unas estructuras
nuevas»(3). La ética personal sobrepasa los actos aislados y queda iluminada por una
opción fundamental que construye la persona como realidad ética. La moral social, por su
parte, tiene por objeto último las estructuras sociales, que son como la forma de ser de una
sociedad concreta. Una ética se calificará de de social cuando se refiera al grupo social, a la
conducta social y a las estructuras sociales, como realidades cualitativamente diferentes de
la persona individual No basta, pues, con atenerse a las acciones individuales con
trascendencia interpersonal(4).
Sistemáticamente considerado, para delimitar en objeto de la ética social como algo distinto
de la ética individual, podríamos exponer los siguientes enunciados:
a) El hombre es al mismo tiempo un ser individual y social. Por esto, los valores han de ser
considerados en esa doble vertiente. Sobre la prioridad de un ámbito sobre el otro existen
dos teorías:
c) Sentido de la autonomía de las realidades terreras: Las realidades terrenas son obra de
Dios y son sagradas por tanto, sin que Dios necesite “tocarlas”continuamente; Santo Tomás
decía que la gracia no anula la naturaleza. Esas realidades terrenas tienen su autonomía, sin
que esto signifique que exista oposición entre las cosas del mundo y las cosas de Dios.
Cada uno de esos ámbitos necesita del otro para explicarse o darse a conocer. Entre ciencia
y moral existen zonas de interdependencia. En cambio, si se absolutiza lo temporal, se
deshumaniza. Con la relación entre lo mundano y lo sagrado, sin embargo, se garantiza la
unidad y la diversidad, y la consistencia y bondad propias de la naturaleza.
De carácter eclesial: Como dice el Papa Pío XII la Iglesia ilumina y profundiza en las
verdades morales manteniendo intacta la sustancia y las aplica a las condiciones variables
de lugares y tiempos.
De carácter estructural: En este proceso social, el cristiano debe distinguir entre la Iglesia y
la sociedad. La Iglesia se presenta como modelo imperfecto de fraternidad universal, como
un anticipo del Reino; sin que se puedan confundir Iglesia, sociedad y Reino de Dios(6).
Antes el hecho social lo componía la suma de individuos. Hoy el hecho social constituye
una realidad original con respecto a los individuos. Esa originalidad proviene de la
importancia que tienen las estructuras y las instituciones como mediación e influencia en la
relación entre individuos. La persona se comprende hoy en un nivel personalista más que
individualista.
Pero también existe un paradigma nuevo, el que Fritjol Capra ha llamado “revolución
blanda”. Es revolución porque está constituida por cambios radicales: cambios del sistema
económico internacional, en la distribución de la riqueza, en el reparto de la pobreza, la
degradación del medioambiente etc. Y es blanda porque intenta minimizar la violencia y
conflictividad que llevan consigo esos cambios (1).
En primer lugar, hay un creciente interés por la moral y se han relanzado actitudes como el
“escándalo”, no sólo ante hechos que se consideran intolerables, sino ante la relativización
de las normas. Surge también la actitud de la “indignación”, como reacción más grave que
el escándalo, pues no sólo rechaza la trasgresión sino que reafirma los valores ofendidos.
Junto a estas actitudes que manifiestan la permanencia del sentimiento moral, la renovación
de la moral social es más comprensible, si se cuenta además con los nuevos movimientos
de tipo cultural, económico, político, social y religioso que han surgido últimamente
-siempre que éstos sean sinceros-. En efecto, la mera presencia de esos movimientos revela
ya que en el mundo reina la injusticia, y confirma a la vez la permanencia del sentimiento
moral y su concreción práctica.
Para construir la moral social es necesario comprender el fenómeno moral actual y sus
raíces. En el fundamento de dicha moral se encontrará, a su vez, el fundamento de toda la
moral y de la moral de la persona que mira a la sociedad. En el proceso fenomenológico de
la experiencia moral en su vertiente social ha de considerarse los siguientes estadios (4):
En la experiencia moral del hecho social se dan unas implicaciones: sociales, personales,
familiares, institucionales, etc.
En la experiencia moral del hecho social se dan unas implicaciones: sociales, personales,
familiares, institucionales, etc.
Se debe considerar seriamente la reconstrucción de las bases de la convivencia civil y del
desarrollo económico.
Frente a una concepción filosófica que entiende al hombre como un instrumento (Hobbes,
Locke y Rousseau), la ética cristiana asume la concepción del hombre como un valor
incondicional y absoluto frente a todos los totalitarismos. El hombre es la realización de sus
capacidades, es un ser esencialmente llamado a la comunión y al diálogo, y, como dice la
Gaudium et Spes, es «el autor, el centro y el fin de toda la vida económica y social» (GS,
63).
La relación social es imprescindible para que el hombre se conozca a sí mismo. Sin los
demás, el hombre desconoce su propia personalidad. Bíblicamente el hombre se presenta
como llamado a la comunión y compañía de Dios, de los demás y del cosmos.
Para que las relaciones humanas no sean alienantes deber ser interpersonales, es decir, un
ser humano no puede ser utilizado para dominar a otro. El deseo profundo del hombre es
que los demás le reconozcan como alguien.
En la relación social nace el conflicto tanto personal como social, bien cuando se anula la
subjetividad y el reconocimiento del otro en favor de la eficacia, bien cuando se anula la
eficacia en favor de la subjetividad, bien cuando se piensa que uno necesita más que los
otros, o bien cuando los medios son insuficientes para satisfacer las necesidades creadas.
En efecto, todo lo considerado hasta ahora podría sintetizarse en dar respuesta a una doble
aspiración humana: el anhelo de libertad y el de igualdad. Llegar a la conciencia de ambas
aspiraciones fue lento, pero mucho más lento es la conquista efectiva de esa libertad e
igualdad. A esto se añade que no se entiende de la misma manera lo que significa ambos
conceptos.
Libertad y justicia, por otra parte, parecen autoexcluirse. La libertad tiende con su ejercicio
a discriminar a unos frente a otros; La igualdad parece enfrentarse en muchas ocasiones con
las libertades individuales. Y sin embargo, no podemos renunciar a ninguno de esos
valores. El equilibrio entre la igualdad y la libertad se sitúa en la ética. Por un lado, la ética
deberá reafirmar esos valores supremos, explicar su contenido y sus exigencias, pero a la
vez buscará permanentemente el equilibrio entre ellos a lo largo de los diferentes momentos
históricos. En la justicia va implícita la aspiración por la igualdad. La libertad postula el
derecho y el deber de todos a participar en la construcción y el mantenimiento de un orden
capaz de garantizar esa igualdad. Ambas -libertad e igualdad- deben implicarse
mutuamente, sin exclusiones. Dadas las dificultades de armonización ésta será siempre una
tarea imperfecta, llamada a su superación continua (6).
Los principios se refieren a las proposiciones o criterios doctrinales que orientan toda la
moral social desde una visión cristiana del hombre y de la sociedad. Tienen carácter teórico,
práctico y validez universal. Son teóricos porque recogen conceptos que desde un análisis
filosófico y teológico tratan de explicar la realidad del hombre y de la sociedad. Son
prácticos porque impulsan a la construcción de un orden social más acorde con la visión
cristiana de la sociedad. Y tienen validez universal en la medida que expresan pilares del
orden moral natural o verdades de fe, aunque su formulación pueda variar según las
circunstancias (1).
Todos los hombres tienen el derecho primario a usar de todos los medios disponibles para
la vida. El derecho de propiedad, aunque sea legítimo, se subordina a este principio. El
verdadero derecho natural y fundamental no es el de propiedad, sino el del destino
universal de los bienes. Por eso, dice la Gaudium et Spes que el propietario «no debe tener
las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también
como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los
demás (núm. 69). Por tanto, las autoridades y los particulares deben arbitrar medidas que
faciliten la distribución real de los bienes. La propiedad privada no es, en efecto, un
derecho absoluto e incondicionado; por el contrario, el bien común puede exigir la
expropiación y la reforma de la propiedad (4).
La ética social está llamada a construir modelos sociales. Y esto sólo será posible en la
medida en que esos modelos sean compartidos por muchos. Esto exige capacidad de
diálogo y claridad de ideas. Así la ética social de los cristianos podrá contribuir a la
transformación del mundo.
El compromiso del cristiano procede de un elemento que está más allá de la ética, procede
de la fe. Ese compromiso intrahumano y plenamente autónomo no disuelve la fe.
El modo de actuar del compromiso ético cristiano puede concretarse en tres formas de
actuación:
Reconociendo los auténticos valores humanos que van haciendo su aparición en las
diversas situaciones históricas de la esperanza humana.
Rechazando los contravalores humanos aunque éstos se presente revestidos como
verdaderos valores.
Nosotros vamos a desarrollar los distintos temas de la moral social, agrupados en cuatro
grandes bloques: