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¿A dónde van las palabras que no se quedaron, adónde van los sueños que nunca partieron?, ¿a dónde van
los terribles encantos que tiene el hogar?, ¿acaso nunca vuelven a ser algo, acaso se van?
Silvio Rodríguez
La frase anterior nos habla de algunas interrogantes que los seres humanos nos planteamos en
circunstancias significativas de la vida, pues las buenas intenciones y deseos se concretan en obras
que de alguna manera marcan el rumbo y el sentir del camino. Sin embargo, cuando se hace eco de
ellas en la voz de otras personas es cuando nos percatamos si lo analizado internamente se
constituye común para los demás. ¿A dónde va lo común?, ¿adónde van los esfuerzos realizados
durante toda nuestra vida?, son preguntas que en muchas ocasiones quedan en el aire por falta de
voces que respondan a esa necesidad de escucharse en otros.
Este es el caso de los que trabajamos con jóvenes y adolescentes, pues hasta un futuro no muy
inmediato recibimos respuestas en la vida de nuestros alumnos, de todo lo que creímos sembrar en
sus personas. Esto es lo difícil de trabajar con personas, que no siempre el trabajo y los resultados
son vistosos, como lo puede ser el producto de un artesano que plasma en su materia la belleza que
quiere expresar por la vida, sino más bien el trabajo humano aún cuando es más detallado no
siempre es valorado.
Cuando se habla del contexto juvenil hacemos referencia a todo un entorno social, cultural y
económico de esos seres en crecimiento que consideramos adolescentes, puesto que no hemos
encontrado otra forma de denominarles por el conflicto que representan para la edad adulta.
Alrededor de ellos, una serie de factores que limitan al sujeto en cuanto maduro, pues es aquí en
donde se rompen los conceptos que mantienen un status quo dentro de la raza humana.
El enfoque metodológico tiene que ver con nuestra propuesta si convertimos la presencia en una
manera de vivir con los jóvenes que nos lleva a ser cada vez más compañeros de un camino que no
esta hecho y que esta por realizarse.
Algunas posturas ante lo juvenil
Es preciso explicar algunas de las posturas que adoptamos ante este contexto juvenil y que, por
cierto, se convierten en obstáculos para la comprensión del mundo postmoderno. Trataré de ser claro
y breve.
Todas estas posturas son cotidianamente adoptadas por los educadores que necesitan mostrarse
como el “maestro” que orienta en el camino de la vida. Habría que plantearse la pregunta, ¿en
verdad somos maestros – guías para nuestros jóvenes interna y externamente? Quizás la
respuesta a esta pregunta esté cuestionada por dos líneas que tenemos que trabajar
humanamente: la congruencia, desde el punto de vista de la psicología rogeriana en donde las
tendencias del hombre están orientadas hacia la adaptación a la vida; y los mecanismos de
defensa que tratan de enmascarar ante la realidad un yo que es débil y fragmentado.
Por esto es que el educador necesita ser un sujeto que humanice con sus actos y se humanice a
sí mismo desde el lenguaje que lo constituye. Muchos de nosotros como guías – orientadores
necesitamos mirarnos al espejo y preguntarnos en qué aspectos de nuestra vida no somos tan
humanos como para escuchar a otro que esta iniciando la construcción de su persona.
La pedagogía de la presencia
Podemos citar un sinnúmero de autores que hablan del sujeto como un ser que continuamente
esta en un proceso de transformación y enumerar cientos de teorías sobre la enseñanza y el
aprendizaje; sin embargo, todo esto se quedaría en el aire si dejamos a un lado la postura del
educador ante estas situaciones. La presencia entendida como la visión realista y horizontal en
relación con el joven que necesita un modelo, o mejor dicho, un brazo extendido para expresar lo
que no ha podido en muchos de sus ambientes.
Muchos de nosotros tenemos la falsa creencia de que los jóvenes no necesitan de los adultos,
pues son audaces y pueden realizar lo que ellos quieran. Por ello, muchos padres de familia
quieren hacerse amigos de sus hijos más que formadores de sujetos en crecimiento, es más fácil
hacerse uno de ellos que mostrarles maneras de cómo pueden hacer ciertas cosas, esto
compromete más.
En los últimos años se ha escrito demasiado acerca de este tema, pero a mi modo de ver, no se
ha profundizado mucho en el ámbito práctico. Es por ello, que al analizar las posturas que
prevalecen frente al mundo juvenil tratemos de situarnos en una visión realista y práctica, más
que pragmática, pues necesitamos ser formadores de generaciones que serán nuestros
sucesores en decisiones vitales para el ser humano.
En cuanto a la filosofía post moderna, nos situamos en un marco todavía más complejo, pues la
mentalidad Light ha permeado muchas de nuestras ideas. Es posible que desde el mundo adulto
podamos contribuir al dialogo con el joven desde su esencia, su episteme, ya que si perdemos de
vista lo común, lo de todos los días, como dice el poeta Silvio Rodríguez, estamos haciendo a un
lado lo que más valora un joven: el ejemplo.
Conclusión
Este trabajo es una invitación a recuperar lo más cotidiano justamente por esta razón, la cercanía,
el dialogo, la horizontalidad bien entendida. El orientador como educador tiene una compleja
misión, tan humana que si lo logra hacer con excelencia puede ser lo que lleve a trascender su
propia existencia, además de hacerle sentir que esta contribuyendo en una misión que pocos han
logrado realizar.
Agradezco a todas las personas que han hecho posible mi aprendizaje a lo largo de mi vida,
sobre todo a aquellos jóvenes que me han abierto las puertas de sus vidas y me han ayudado a
reflejarme en ese espejo que llamamos: realidad.
Bibliografía