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CREDITO Y PROTECCION DEL CONSUMIDOR

LA EFICACIA DE LA DIRECTIVA SOBRE CRÉDITO AL CONSUMO

I. Los contratos de crédito al consumo celebrados con anterioridad a la


vigencia de la Ley de Crédito al Consumo. Normativa aplicable.

El presente curso tiene por finalidad analizar la Ley 7/1995, de 23 de marzo, de Crédito al
Consumo (BOE 25 de marzo de 1995), y la trascendencia de la misma en las relaciones
contractuales de financiación de bienes y servicios al consumidor que entran dentro del
ámbito de aplicación de la referida ley, definido en sus arts. 1º y 2º. La nueva ley supone
una importante novedad en el campo contractual del crédito al consumo, al establecer una
amplia regulación de estos contratos, así como de otras cuestiones conexas, en mayor o
menor grado, con los mismos.
Sin embargo, ha de recordarse que dicha ley estableció una vacatio legis de dos meses, por
lo que entró en vigor el 25 de mayo de 1995. Habida cuenta que en la misma no se
excepciona el principio general de irretroactividad de las leyes que establece el art. 2.3 del
Código Civil, y a la vista de las reglas reguladoras del Derecho transitorio que se contienen
en las Disposiciones Transitorias del Código Civil, que establecen los principios rectores
que sirven para solucionar las cuestiones de Derecho transitorio en la legislación de
Derecho privado, las disposiciones de dicha ley no serán aplicables a la mayoría de los
litigios que sobre esta materia se siguen actualmente ante la jurisdicción civil, en primera
instancia o apelación, e incluso a los que tengan entrada durante cierto tiempo. Las
relaciones contractuales de crédito al consumo se prolongan en el tiempo durante períodos
más o menos significativos, a lo largo de los cuales puede surgir el conflicto que determine
la promoción de una demanda ante la jurisdicción civil, demanda cuya presentación
tampoco será instantánea por la dinámica propia de las situaciones litigiosas. Por ello,
cuando se trate de contratos celebrados antes de la vigencia de la nueva Ley de Crédito al
Consumo, sus efectos se rigen por las normas del ordenamiento jurídico vigentes en el
momento en que fueron celebrados, por lo que, en conclusión, durante varios años los
órganos de la jurisdicción civil se seguirán encontrando con litigios sobre crédito al
consumo a los que no podrán aplicar la nueva Ley.
En lo que se refiere a la situación del ordenamiento jurídico español antes de la entrada en
vigor de la Ley de Crédito al Consumo, la misma viene determinada por la inexistencia de
una regulación legal específica de los contratos de crédito al consumo. Estos contratos se
rigen fundamentalmente por la normativa general de los Códigos Civil y de Comercio, de la
Ley 50/1965, de 17 de julio, sobre la regulación de la Venta a Plazos de Bienes Muebles, y
de la Ley 26/1984, de 19 de julio, General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios,
que carecen de un tratamiento legal específico de los referidos contratos, a excepción de las
normas de la Ley de Venta a Plazos de Bienes Muebles aplicables a los contratos de
financiación -si bien las mismas se circunscriben a los contratos de financiación de la
compra de bienes muebles corporales no consumibles, sin exigirse que el financiado ostente
la condición de consumidor, y cuya eficacia es más que discutible ante los
pronunciamientos del Tribunal Supremo sobre el carácter dispositivo y no imperativo de las
disposiciones de dicha ley (1)-, y de algunos preceptos de la Ley General para la Defensa
de los Consumidores y Usuarios, como los que califican de contrarias a la buena fe y al
justo equilibrio de las prestaciones las condiciones generales que omitan, en caso de pago
diferido en contratos de compraventa la mención de la cantidad aplazada y del tipo de
interés anual sobre saldos pendientes de amortización, que la generalidad de la doctrina
entiende lógicamente aplicable a los contratos de financiación de estas compraventas (2).
Pero junto a esta inexistencia de normas legales de Derecho interno que regulen
específicamente las relaciones contractuales de crédito al consumo, la situación anterior a la
vigencia de la Ley de Crédito al Consumo viene determinada por un hecho fundamental: la
falta de transposición por el Estado español de la Directiva del Consejo de las Comunidades
Europeas de 22 de diciembre de 1986 relativa a la aproximación de las disposiciones
legales, reglamentarias y administrativas de los Estados miembros en materia de crédito al
consumo (87/102/CEE), cuyo art. 16 establecía como fecha límite para efectuar la
transposición el 1 de enero de 1990, y que fue modificada en aspectos puntuales,
fundamentalmente en lo relativo al método de cálculo del coste total del crédito al consumo
y al porcentaje anual de cargas financieras, por la Directiva del Consejo de 22 de febrero de
1990 (90/88/CEE), cuyo art. 2 establecía como fecha límite para efectuar la transposición el
31 de diciembre de 1992.
Quiere ello decir que la mayoría de los litigios sobre esta materia que se encuentran
pendientes de resolver por la jurisdicción civil, y buena parte de los que tengan entrada en
los juzgados durante algunos años, versarán sobre contratos de crédito al consumo
celebrados en fechas en las que si bien prácticamente no existían normas legales de
Derecho interno que regularan específicamente estos contratos, sí existían unas Directivas
comunitarias que versaban sobre esta materia, y respecto de las cuales ya había vencido el
plazo de transposición sin que el Estado español -al igual que buena parte de los Estados
miembros de las Comunidades Europeas, hoy Unión Europea- hubiera cumplido con su
obligación de adaptación del Derecho interno mediante transposición de la Directiva, por
cuanto que dicha transposición se ha producido mediante la Ley 7/1995, de 23 de marzo, de
Crédito al Consumo, promulgada una vez transcurridos más de 5 años desde que debía
haberse realizada la transposición de la Directiva.
La cuestión fundamental que un operador jurídico se plantea en relación con los contratos
celebrados durante ese período de tiempo es qué eficacia tiene sobre estos contratos la
Directiva Comunitaria.

II. La eficacia directa de las Directivas comunitarias no transpuestas en plazo


en las relaciones entre particulares.

Afirma Dámaso RUIZ-JARABO COLOMER (5) que en el sistema de Fuentes del Derecho
comunitario la Directiva ocupa un lugar singular. El párrafo 3º del art. 189 del Tratado CEE
la define diciendo que

«... obligará al Estado miembro destinatario en cuanto al resultado que deba conseguirse,
dejando, sin embargo, a las autoridades nacionales la elección de la forma y los medios».

La Directiva es una categoría original entre las fuentes del Derecho comunitario, concebida
de acuerdo con las funciones particulares que caracterizan las disposiciones de los Tratados
comunitarios que prevén su uso. Representa un método de legislación en dos etapas, que
responde a la voluntad de los redactores de los textos constitutivos de las Comunidades, de
ofrecer a las instituciones, junto al Reglamento, instrumento uniformador directo, una
fórmula fundada en un reparto de tareas y en una colaboración entre las instancias
comunitarias y las nacionales, más flexible y respetuosa de las particularidades internas,
especialmente adaptada a la idea de la aproximación de las legislaciones estatales.
Superando la tesis de que las normas de las Directivas no eran invocables por los
particulares por cuanto que de las mismas sólo nacerían obligaciones para los Estados
miembros en orden al desarrollo y transposición al Derecho nacional de las Directivas, el
Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas (TJCE) ha declarado reiteradamente que
los particulares podían invocar directamente los derechos que se deducen de una Directiva,
en sí misma considerada, cuyo plazo de ejecución haya vencido. Así se hizo en la sentencia
de 4 de diciembre de 1974 (caso Van Duyn), en la que se declara:

«Sería incompatible con el efecto obligatorio que el art. 189 reconoce a la Directiva excluir
en principio que la obligación que impone pueda ser invocada por las personas afectadas.
De modo particular en aquellos casos en que las autoridades comunitarias hubieran, por
medio de una Directiva, obligado a los Estados miembros a adoptar un determinado
comportamiento, el efecto útil de tal acto se vería debilitado si los particulares afectados no
pudieran invocarla y las jurisdicciones nacionales no pudieran tenerla en cuenta en tanto
que elemento del Derecho comunitario.
El art. 177 del Tratado constitutivo de las Comunidades Europeas (TCEE), que permite a
las jurisdicciones nacionales dirigirse al Tribunal para que se pronuncie sobre la validez e
interpretación de todos los actos de las instituciones sin distinción, implica además que
tales actos son susceptibles de ser invocados por los particulares afectados ante las
jurisdicciones mencionadas».

En esta sentencia, el TJCE precisó además que el reconocimiento de efecto directo se limita
a la obligación invocada, "aunque haya sido enunciada por un acto normativo que no tenga
de pleno derecho un efecto directo en su conjunto", por lo que aunque una Directiva no sea
en su totalidad susceptible de efecto directo, no impide que alguna o algunas de sus
disposiciones sí puedan tenerlo.
Un presupuesto previo e imprescindible para entrar a considerar la posibilidad de atribuir
eficacia directa a una Directiva es el carácter incondicional y preciso de sus normas, dado
que el TJCE ha exigido estos requisitos para que una norma de una Directiva no transpuesta
en plazo pueda ser invocada ante la jurisdicción nacional.
Efectivamente, el TJCE ha exigido que para que una norma comunitaria pueda producir
efectos jurídicos inmediatos, la misma ha de reunir los requisitos de claridad y precisión
(sentencia de 5 de febrero de 1963, caso Onderneming van Gend and Loos). Concretamente
en lo que se refiere a las Directivas, en la sentencia de 19 de enero de 1982, caso Ursula
Becker, el TJCE ha exigido como requisito de invocabilidad de una Directiva no
transpuesta dentro de plazo y en contra de una norma nacional no conforme a dicha
Directiva, que las disposiciones de la Directiva sea incondicionales y suficientemente
precisas.
No obstante, el propio TJCE ha matizado la exigencia relativa al carácter incondicional,
dado que una exigencia rigurosa de este requisito convertiría en la práctica en inoperante la
posibilidad de invocabilidad de las Directivas, pues las mismas, por su finalidad dirigida
normalmente a la aproximación de legislaciones, dejan siempre un cierto marco de
discrecionalidad a los Estados miembros para adoptar las medidas dirigidas al
cumplimiento de la Directiva, como se desprende de la dicción del art. 189 del TCEE. Así,
en la sentencia de 19 de noviembre de 1991, caso Francovich, el TJCE ha matizado la
cuestión en los siguientes términos:

«La facultad del Estado miembro de elegir entre una multiplicidad de medios posibles para
conseguir el resultado prescrito por una Directiva no excluye la posibilidad, para los
particulares, de alegar ante los órganos jurisdiccionales nacionales los derechos cuyo
contenido puede determinarse con suficiente precisión basándose únicamente en las
disposiciones de la Directiva».

Esta línea es la seguida por el TJCE en la reciente sentencia de 14 de julio de 1994, caso
Faccini Dori, en la que resolvía la cuestión prejudicial planteada por el Giudice
Conciliatore de Firenze, Italia, planteada con arreglo al art. 177 del Tratado CEE, sobre
interpretación de la Directiva 85/577/CEE del Consejo, de 20 de diciembre de 1985,
referente a la protección de los consumidores en el caso de contratos negociados fuera de
los establecimientos comerciales (6). El párrafo 17 de la sentencia declara:

«Los arts. 4 y 5 (de la Directiva) conceden, en efecto, a los Estados miembros un cierto
margen de apreciación por lo que respecta a la protección del consumidor cuando no sea
proporcionada la información por el comerciante y a la fijación del plazo y de las
modalidades de renuncia. Dicha circunstancia no afecta, sin embargo, al carácter preciso e
incondicional de las disposiciones de la Directiva controvertidas en el litigio principal. En
efecto, dicho margen de apreciación no excluye que puedan determinarse unos derechos
mínimos. En este sentido, resulta de lo dispuesto en el art. 5 que la renuncia deberá
notificarse en un plazo mínimo de siete días a partir del momento en que el consumidor
haya recibido del comerciante la información exigida. Es posible, por tanto, determinar la
protección mínima que debe, en todo caso, proporcionarse».

Asimismo, el TJCE ha exigido como condiciones para plantear la eficacia directa de las
normas de una Directiva que el plazo de transposición haya vencido y que la Directiva no
haya sido desarrollada o lo haya sido de modo incompleto o defectuoso (sentencias de 5 de
abril de 1979, caso Ratti, y de 19 de enero de 1982, caso Becker).
La eficacia directa de las normas de la Directivas suficientemente precisas e
incondicionadas no reviste especiales dificultades cuando se trata de relaciones verticales,
entre el particular y el Estado miembro. La jurisprudencia del TJCE ha declarado de modo
reiterado tal eficacia directa en ese tipo de relaciones: dado el carácter obligatorio para los
Estados miembros del desarrollo de la Directiva, si pasado el plazo de transposición no lo
ha hecho, el Estado incumplidor ha de soportar la alegación de los derechos que la
Directiva reconoce a los particulares frente al propio Estado incumplidor (entre otras, y en
relación con distintos aspectos de esta cuestión, sentencias de 5 de abril de 1979, caso Ratti,
de 19 de enero de 1982, caso Becker, de 19 de noviembre de 1991, caso Francovich). Se
basa esta doctrina en el denominado "efecto sanción", conocido en la terminología
anglosajona como estoppel, que se fundamenta no tanto en la eficacia material del
contenido de la Directiva como en el hecho de que el Estado hubiera incumplido su
obligación de desarrollarla o "trasponerla" adecuadamente. En tal sentido, el párrafo 23 de
la sentencia del caso Faccini Dori, invocando la doctrina ya sentada en las sentencias de los
casos Constanzo y Becker, declara:

«Sería inaceptable, en efecto, que el Estado al que el legislador comunitario exige que
adopte determinadas normas, destinadas a regular sus relaciones -o las de los organismos
estatales- con los particulares y conferir a éstos el beneficio de determinados derechos,
pudiera invocar el incumplimiento de sus obligaciones con objeto de privar a los
particulares del beneficio de dichos derechos».

Además, el TJCE ha establecido una interpretación favorable a la máxima eficacia de las


Directivas no transpuestas, al establecer una noción amplia del concepto Estado (sentencias
de 26 de febrero de 1986, caso Marshall, en relación con los servicios de salud públicos (7);
de 22 de junio de 1989, caso Costanzo, en relación con las Administraciones locales (8); de
12 de julio de 1990, caso Foster, en relación con empresas concesionarias de servicios
públicos (9)). Como dice la profesora Araceli MANGAS MARTÍN (10),

«... el Tribunal va ampliando como una mancha de aceite la noción de Estado, lo que sin
duda es plausible, con la finalidad de proteger los derechos de los particulares, pero
también puede originar nuevas dudas y obligar a los jueces a hacer indagaciones inciertas
sobre el control que ejerce la Administración sobre ciertas empresas» (11).

El problema de la eficacia directa de las Directivas se plantea fundamentalmente en la


actualidad en relación con las relaciones horizontales o "inter privatos", dado que si bien de
las Directivas no transpuestas en plazo nacen directamente derechos para los particulares,
sin embargo el TJCE ha entendido que de tales Directivas no podían nacer obligaciones
para dichos particulares.
En esta cuestión, la jurisprudencia del TJCE ha evolucionado hasta sentar una serie de
premisas fundamentales.
En primer lugar, en esa noción amplia del concepto de Estado como sujeto obligado a hacer
efectiva la Directiva y, consecuentemente, a proteger los derechos de los particulares que
nazcan de dichas Directivas, se ha incluido a los jueces nacionales: en las situaciones en las
que interviene el Estado a través de sus jueces, el mismo está obligado a alcanzar el
resultado de la Directiva. Ante la falta de transposición, o en caso de transposición
incorrecta por los poderes públicos competentes, se traslada a los jueces, también órganos
del Estado, la obligación de tomar las medidas necesarias para alcanzar en el litigio
concreto el resultado querido por la Directiva. El juez, en nombre del Estado, hará respetar
las obligaciones adquiridas por el Estado aplicando la Directiva. El juez nacional no puede
dictar sentencia contraviniendo una disposición comunitaria obligatoria.
A estos efectos, es de especial transcendencia el art. 5 TCEE. Este precepto establece que

«... los Estados miembros adoptarán todas las medidas generales o particulares apropiadas
para asegurar el cumplimiento de las obligaciones derivadas del presente Tratado o
resultantes de los actos de las instituciones de la Comunidad».

Sobre la base de dicho precepto, el TJCE ha entendido que las obligaciones derivadas de
una Directiva se imponen a todas las autoridades de los Estados miembros, entre las que
naturalmente están los jueces nacionales. Esta nueva vía para completar los efectos de las
Directivas se basa en la obligación del juez, aplicable a toda situación en que esté en juego
una norma comunitaria, de interpretar el Derecho nacional conforme a la norma
comunitaria (sentencias de 20 de mayo de 1976, caso Mazzalai; de 10 de abril de 1984,
caso Von Colson y Kamann; de 20 de septiembre de 1988, caso Greboeders Beentjes).
La obligación de interpretar el Derecho nacional a la luz de la letra y de la finalidad de la
norma comunitaria cobra especial transcendencia cuando tal norma comunitaria es el
precepto, preciso e incondicionado, de una Directiva no transpuesta en plazo, o transpuesta
incompleta o defectuosamente. Dado que los jueces nacionales, como autoridades del
Estado miembro, tienen la obligación de contribuir a lograr el resultado de la Directiva,
deben interpretar tanto el Derecho nacional anterior a la Directiva como el posterior,
introducido o no para transponer la Directiva, a la luz de la letra y de la finalidad de la
Directiva.
En este sentido es especialmente importante la sentencia de 13 de noviembre de 1990 (caso
Marleasing). Dicha sentencia fue dictada para resolver la cuestión prejudicial planteada por
un juez español en el curso de un litigio planteado entre dos sociedades mercantiles
privadas, las sociedades "Marleasing, SA" y "La Comercial Internacional de Alimentación,
SA", por lo que se trataba de la aplicabilidad de una norma de una Directiva comunitaria no
transpuesta a una relación horizontal.
El TJCE, si bien en el apartado 6º de la sentencia recordaba la afirmación contenida en la
sentencia de 26 de febrero de 1986 (caso Marshall) de que

«... una Directiva no puede, por sí sola, crear obligaciones a cargo de un particular y que
una disposición de una Directiva no puede, por consiguiente, ser invocada, en su calidad de
tal, contra dicha persona»,

sin embargo en el apartado 8º transcribe la declaración hecha en la sentencia de 10 de abril


de 1984 (caso Von Colson y Kamann) en los siguientes términos:

«La obligación de los Estados miembros, dimanante de una Directiva, de alcanzar el


resultado que la misma prevé, así como su deber, conforme al art. 5 TCEE, de adoptar todas
las medidas generales o particulares apropiadas para asegurar el cumplimiento de dicha
obligación, se imponen a todas las autoridades de los Estados miembros, con inclusión, en
el marco de sus competencias, de las autoridades judiciales».

Tras esto, la sentencia afirma que

«... de ello se desprende que, al aplicar el Derecho nacional, ya sea disposiciones anteriores
o posteriores a la Directiva, el órgano jurisdiccional nacional que debe interpretarla, está
obligado a hacer todo lo posible a la luz de la letra y de la finalidad de la Directiva, para, al
efectuar dicha interpretación, alcanzar el resultado a que se refiere la Directiva, y de esta
forma, atenerse al párrafo tercero del art. 189 TCEE».

Basándose en dicho razonamiento, y teniendo en cuenta que la cuestión prejudicial


planteada versaba sobre la prohibición contenida en el art. 11 de la Directiva 68/151/CEE,
del Consejo, relativa a la coordinación de las legislaciones nacionales en ciertas materias de
Derecho de sociedades, de declarar la nulidad del contrato creador de una sociedad
anónima por causas distintas a las enumeradas taxativamente en dicho precepto, el TJCE
falló que
«... el juez nacional... está obligado a interpretar su Derecho nacional a la luz de la letra y
de la finalidad de dicha Directiva con el fin de impedir que se declare la nulidad de una
Sociedad Anónima por una causa distinta de las enumeradas en su art. 11 (de la Directiva
citada)».

En consecuencia, el TJCE impone al juez nacional, como poder del Estado obligado a
alcanzar el resultado buscado por la Directiva no transpuesta, que interprete su Derecho
nacional a la luz de la letra y de la finalidad de la Directiva para obtener el efecto útil
buscado por dicha Directiva.
La diferencia, pues, entre la eficacia de las normas claras e incondicionadas de una
Directiva no transpuesta en una relación vertical y en una relación horizontal cada vez se
han hecho más tenues.
Por otra parte, no es preciso que se haga una invocación expresa de la norma comunitaria,
en este caso la Directiva, por alguna de las partes del litigio que se sigue ante la jurisdicción
nacional. El TJCE se ha pronunciado sobre la posibilidad de aplicación por el juez nacional
de una Directiva comunitaria aun cuando la misma no haya sido invocada por el justiciable.
En la sentencia de 11 de julio de 1991 (caso Verholen) el TJCE falló que

«... el Derecho Comunitario no se opone a que un órgano jurisdiccional nacional aprecie de


oficio la conformidad de una normativa nacional con las disposiciones precisas e
incondicionales de una Directiva cuando el plazo de adaptación del Derecho nacional a la
misma haya vencido, en el caso de que el justiciable no haya invocado ante el órgano
jurisdiccional los derechos que le confiere la Directiva».

Ahora bien, este estado de cosas, sucintamente descrito, no deja de plantear algunos
problemas. Como dice la profesora Araceli MANGAS MARTÍN (12), la jurisprudencia del
TJCE sobre el efecto directo de las Directivas

«... por los múltiples y poliédricos problemas que suscita da mucho juego a la doctrina
científica y a los bufetes de abogados. El efecto directo de las Directivas es un paraíso para
la doctrina científica. Pero un infierno, o al menos un calvario, para los jueces y, lo que es
más grave, para los ciudadanos de la Unión Europea».

La consecución del fin útil de la Directiva no transpuesta por vía interpretativa puede ser
imposible, por cuanto que el resultado práctico querido por la Directiva podría no entrar
dentro de los límites razonables de interpretación, conforme a técnicas jurídicamente
correctas, de la normativa nacional. O, incluso en el caso de ser posible, puede dar lugar a
interpretación forzada de las normas, o simplemente a la inseguridad jurídica que lleva
consigo la solución de un conflicto sobre la base de interpretaciones excepcionales o
inusuales de la normativa nacional, que podría llevar a distintos jueces a soluciones
contradictorias, lo que no sucedería por la vía de la aplicación directa de una determinada
norma jurídica vigente, como podría ser una Directiva comunitaria.
Añade la profesora MANGAS MARTÍN que

«... las mismas razones que llevaron al TJCE en la sentencia Van Gend a declarar que los
particulares son destinatarios de los Tratados le deben conducir a considerarles como
destinatarios de la Directiva no ejecutada. Las Directivas gozan de la misma publicidad de
los Reglamentos. Además, el TJCE reconoció a principios de los años setenta que si bien
los actos del art. 189 no son idénticos, sus diferencias no excluyen que el resultado sea el
mismo en tanto que actos obligatorios: crean derechos y obligaciones… Por ello, el TJCE
debería, por razones de seguridad jurídica y de transparencia, declarar que cuando una
disposición comunitaria, cualquiera que sea su naturaleza, incluida una Directiva, goza de
efectos directos, es decir, si es suficientemente precisa e incondicional, debe desplegar
plenitud de efectos jurídicos: crear derechos y obligaciones de hacer y no hacer y en las
relaciones verticales (entre Estado miembro y particular) y horizontales (entre
particulares)».

Quizás fuera esta razón, la de conseguir una declaración de eficacia directa plena de la
Directiva no transpuesta en plazo en las relaciones entre particulares, la que llevó al juez
italiano a plantear la cuestión prejudicial que fue resuelta por la sentencia del TJCE del
caso "Faccini Dori". Sin embargo, el TJCE no dio el paso adelante que, de acuerdo con lo
deseado por la profesora MANGAS MARTÍN, podría haberse esperado.
El juez italiano, según se recoge en la sentencia del TJCE, planteaba que

«... la limitación de los efectos de las Directivas incondicionales y suficientemente precisas,


pero respecto de las cuales no se ha producido la adaptación al Derecho interno, a las
relaciones entre organismos estatales y particulares, conduciría a que un acto jurídico sólo
tuviera dicha naturaleza en las relaciones entre determinados sujetos de Derecho, mientras
que, tanto el ordenamiento jurídico italiano como el ordenamiento jurídico de cualquier
otro país moderno fundado en el principio de legalidad, el Estado es un sujeto de Derecho
semejante a cualquier otro. Si la Directiva sólo pudiera ser invocada con respecto al Estado,
ello equivaldría a una sanción por la no adopción de medidas legales de adaptación del
Derecho interno, como si se tratase de una relación de naturaleza meramente privada».

El TJCE, que en el párrafo 20 había recordado que

«... es jurisprudencia reiterada del Tribunal de Justicia, a partir de la sentencia de 26 de


febrero de 1986, Marshall, apartado 48, que una Directiva no puede, por sí sola, crear
obligaciones a cargo de un particular y que una disposición de una Directiva no puede, por
consiguiente, ser invocada, en su calidad de tal, contra dicha persona»,

contesta al juez italiano con los siguientes argumentos:

«22. Baste con señalar a este respecto que según se desprende de la citada sentencia
Marshall, de 26 de febrero de 1986 (apartados 48 y 49), la jurisprudencia sobre la
invocabilidad de las Directivas contra las entidades estatales se funda en el carácter
obligatorio que el art. 189 reconoce a la Directiva, que sólo existe respecto a "todo Estado
destinatario". Dicha jurisprudencia tiene por objeto evitar que "un Estado pueda sacar
ventajas de haber infringido el Derecho comunitario".
23. Sería inaceptable, en efecto, que el Estado al que el legislador comunitario exige que
adopte determinadas normas, destinadas a regular sus relaciones -o las de los organismos
estatales- con los particulares y a conferir a éstos el beneficio de determinados derechos,
pudiera invocar el incumplimiento de sus obligaciones con objeto de privar a los
particulares del beneficio de dichos derechos. De ahí que el Tribunal de Justicia haya
reconocido la invocabilidad frente al Estado (o las entidades estatales) de determinadas
disposiciones de las Directivas sobre la celebración de contratos públicos (véase la
sentencia de 22 de junio de 1989, Fratelli Costanzo) y de las Directivas sobre armonización
de impuestos sobre el volumen de negocios (véase la sentencia de 19 de enero de 1982,
Becker).
24. Ampliar dicha jurisprudencia al ámbito de las relaciones entre los particulares
equivaldría a reconocer a la Comunidad la facultad de establecer con efectos inmediatos
obligaciones a cargo de los particulares, cuando sólo tiene dicha competencia en aquellos
supuestos en que se le atribuye la facultad de adoptar Reglamentos.
25. De ello se deduce que, a falta de medidas de adaptación del Derecho interno a la
Directiva dentro de los plazos señalados, los consumidores no pueden fundar en la
Directiva en sí misma un derecho de renuncia contra los comerciantes con los que han
celebrado un contrato e invocarlo ante un órgano jurisdiccional nacional.».

El paso adelante no tuvo lugar. El TJCE concluye en el párrafo 30 afirmando:

«Por lo que respecta al segundo problema planteado por el órgano jurisdiccional nacional
(el relativo a la eficacia directa de la Directiva en las relaciones entre particulares que era
objeto del litigio seguido ante el juez italiano) y habida cuenta de las precedentes
consideraciones, procede responder que, a falta de medidas de adaptación del Derecho
interno a lo dispuesto en la Directiva dentro del plazo señalado, los consumidores no
pueden fundar en la Directiva en sí misma un derecho de renuncia frente a los comerciantes
con los que han celebrado un contrato e invocarlo ante un órgano jurisdiccional nacional.
Sin embargo, éste está obligado, cuando aplica disposiciones de Derecho nacional, sean
anteriores o posteriores a la Directiva, a interpretarlas, en lo posible, a la luz de la letra y de
la finalidad de la Directiva».

Como vemos, el TJCE niega la posibilidad de eficacia directa plena de la Directiva no


transpuesta a las relaciones entre particulares, que no pueden invocar ante los jueces
nacionales un derecho fundado en la Directiva en sí misma, pero insiste en la eficacia de las
normas de la Directiva no transpuesta por vía interpretativa, basándose en la obligación del
juez nacional, como poder del Estado, de conseguir la consecución del "fin útil" de la
Directiva, y así declara en el párrafo 26:

«Debe recordarse además que es jurisprudencia reiterada, a partir de la sentencia de 10 de


abril de 1984, Von Colson y Kamann, apartado 26, que la obligación de los Estados
miembros, dimanante de una Directiva, de alcanzar el resultado que la misma prevé, así
como su deber, conforme al art. 5 del Tratado, de adoptar todas las medidas generales o
particulares apropiadas para asegurar el cumplimiento de dicha obligación, se imponen a
todas las autoridades de los Estados miembros, con inclusión, en el marco de sus
competencias, de las autoridades judiciales. Según se desprende de las sentencias del
Tribunal de Justicia de 13 de noviembre de 1990, Marleasing, apartado 8, y de 16 de
diciembre de 1993, Wagner Miret, apartado 20, al aplicar el Derecho nacional, ya sean
disposiciones anteriores o posteriores a la Directiva, el órgano judicial nacional que debe
interpretarla está obligado a hacer todo lo posible, a la luz de la letra y de la finalidad de la
Directiva, para, al efectuar dicha interpretación, alcanzar el resultado a que se refiere la
Directiva y de esta forma atenerse al párrafo tercero del art. 189 del Tratado».

Quiere ello decir que la cuestión de la eficacia directa de las Directivas no transpuestas en
plazo, cuando son invocadas (o el juez recurre a ellas en virtud del principio "iura novit
curia") en un litigio entre particulares, sigue en el estado en que quedó planteada en la
sentencia del caso Marleasing. El juez deberá alcanzar el fin útil querido por la directiva en
el marco de sus competencias, es decir, si ello es posible mediante la interpretación del
Derecho interno a la luz de la letra y de la finalidad de la Directiva. Pero si ello no es
posible -y es claro que las reformas legislativas quedan fuera de las competencias del poder
judicial-, no puede proceder a la aplicación directa de la Directiva, desplazando a la norma
de Derecho interno contradictoria con la Directiva, si bien el Estado deberá indemnizar al
particular por los daños que la infracción de su deber de transposición en plazo de la
Directiva le haya causado, correspondiendo al órgano jurisdiccional nacional garantizar tal
derecho de reparación.

III. La responsabilidad del Estado por el incumplimiento de su obligación de


transposición en el plazo de la Directiva. Función del juez nacional en la
garantía del derecho de reparación del particular afectado.

Afirma Dámaso RUIZ-JARABO COLOMER (13) que conforme al art. 189.3 del Tratado
CEE, antes citado, "la Directiva obligará al Estado miembro destinatario en cuanto al
resultado que deba conseguirse". La imposición de desarrollar el contenido de las
Directivas en el derecho interno, para alcanzar el objetivo perseguido, constituye una
obligación jurídicamente exigible conforme al ordenamiento comunitario.
El primer remedio contra el incumplimiento de esta obligación consiste en ejercitar contra
el Estado que no transpone la Directiva en su Derecho interno, una acción por infracción de
los deberes que le incumben en virtud de los Tratados, de acuerdo con lo previsto en el art.
169 del Tratado CEE. Pero la sentencia que recae en este tipo de procesos es de naturaleza
declarativa y no hay posibilidad de ejecutar la resolución dictada en los mismos en contra
del Estado incumplidor.
Pero, aparte de esta vía, existe también una obligación de reparación por parte del Estado
de los daños derivados de la no transposición en plazo de la Directiva, incluso sin que se
haya dictado una sentencia en un proceso de infracción por el Estado de sus deberes
derivados de los Tratados, a que se hacía referencia en el anterior párrafo. Así lo ha
declarado el TJCE en la importante sentencia de 19 de noviembre de 1991, dictada en el
caso Francovich y Bonifaci.
El Estado italiano había sido condenado por incumplimiento del Derecho comunitario en la
sentencia Comisión contra Italia de 2 de febrero de 1989, por no haber desarrollado
adecuadamente la Directiva 80/987 del Consejo, sobre armonización de las legislaciones de
los Estados miembros relativas a la protección de los trabajadores asalariados en caso de
insolvencia del empresario. Los ciudadanos comunitarios Andrea Francovich y Danila
Bonifaci reclamaron, ante sus jueces internos, la indemnización de los perjuicios que se les
habían irrogado por el hecho de que el Estado italiano no hubiera transpuesto a su Derecho
interno el contenido de la mencionada Directiva.
El razonamiento del TJCE parte de la idea de que corresponde a los órganos judiciales
nacionales, encargados de aplicar, en el marco de sus competencias, las disposiciones de
Derecho comunitario, asegurar el pleno efecto de esas normas y proteger los derechos que
las mismas confieren a los particulares.
Después, la sentencia afirma que la plena eficacia de las normas comunitarias quedaría en
entredicho y la protección de los derechos que reconocen se vería debilitada, si los
particulares no tuvieran la posibilidad de conseguir reparación, cuando se lesionaran sus
derechos por una infracción del Derecho comunitario imputable a un Estado miembro. Esa
posibilidad de reparación es especialmente indispensable cuando el pleno efecto de las
normas comunitarias se subordina a la condición de una actuación por parte del Estado,
como ocurre en el caso de las Directivas. De todo ello deduce el TJCE en la sentencia
Francovich que el principio de la responsabilidad del Estado por los perjuicios causados a
los particulares por las violaciones del Derecho comunitario que le sean imputables es
inherente al sistema del Tratado CEE. La obligación de los Estados se funda también en el
art. 5 del propio Tratado.
La sentencia precisa, igualmente, las condiciones que deben concurrir para que surja el
derecho de reparación:

1º. Que el resultado perseguido por la Directiva implique la atribución de derechos a los
particulares.

2º. Que el contenido de esos derechos pueda ser identificado con arreglo a las disposiciones
de la Directiva.

3º. Que exista una relación de causalidad entre la violación de la obligación de


transposición en plazo que incumbe al Estado y el perjuicio sufrido por quien reclama su
reparación.

Esta tesis es confirmada por el TJCE en la sentencia Faccini Dori, en lo relativo a los
perjuicios sufridos por el particular que no puede ver reconocido por el órgano judicial
nacional los derechos que le reconoce una Directiva no transpuesta en plazo, por no ser
posible para el juez hacer este reconocimiento por vía de interpretación del Derecho interno
a la luz de la letra y la finalidad de la Directiva. El párrafo 27 de la sentencia declara:

«En el supuesto de que no pudiera alcanzarse el resultado exigido por la Directiva mediante
la interpretación, hay que precisar, por otra parte, que según la sentencia de 19 de
noviembre de 1991, Francovich y otros, apartado 39, el Derecho comunitario impone a los
Estados miembros la obligación de reparar los daños causados a los particulares por no
haber adaptado su Derecho interno a lo dispuesto en una Directiva, siempre y cuando
concurran tres requisitos. Primero, que el objetivo de la Directiva sea atribuir derechos a los
particulares. Segundo, que el contenido de estos derechos pueda determinarse basándose en
las disposiciones de la Directiva. Tercero y último, que exista una relación de causalidad
entre el incumplimiento de la obligación que incumbe al Estado y el daño sufrido por las
personas afectadas».

Tras confirmar en el párrafo 28 que en el caso de la Directiva sobre contratos celebrados


fuera de los establecimientos mercantiles concurren el primero y el segundo de los
requisitos enunciados, añade el párrafo 29:
«Cuando exista un daño y dicho daño se deba al incumplimiento por el Estado de la
obligación que le incumbe, corresponderá al órgano jurisdiccional nacional garantizar, con
arreglo al Derecho nacional sobre la responsabilidad, el derecho de los consumidores que
han sufrido un daño a obtener reparación».

De la dicción de la sentencia pudiera interpretarse que ha de ser el órgano judicial nacional


ante el que se ventile el litigio entre particulares y en el que se declare la no posibilidad de
reconocer a un particular, por vía interpretativa, los derechos que la Directiva no
transpuesta en plazo le reconoce, el que haya de adoptar las medidas que garanticen la
reparación del daño sufrido por el particular a causa del incumplimiento por parte del
Estado de su obligación de transposición de la Directiva. En el caso de nuestro sistema
judicial, un litigio de esta naturaleza sería conocido por un Juzgado de Primera Instancia.
En principio, parece claro que el Juez de Primera Instancia no puede condenar al Estado a
reparar los daños que el incumplimiento de su obligación de transposición de la Directiva
ha causado al particular que fue parte en el litigio en que no pudo reconocerse al particular
el derecho establecido en la Directiva, por cuanto que el Estado no ha sido parte en el
mismo.
Ahora bien, los términos utilizados por el TJCE, que atribuye la obligación de garantizar la
reparación del daño al "órgano jurisdiccional nacional", utilizando el singular, y teniendo
en cuenta que cuando a lo largo de la sentencia ha utilizado esta expresión, lo ha sido
siempre para referirse al juez que conoce del litigio entre particulares en el que se plantea la
aplicación de la Directiva no transpuesta, podría llevar a pensar que es el propio Juzgado de
Primera Instancia que conoció del litigio entre particulares el que ha de llevar a cabo esa
reparación. Podría pensarse que ello sería posible en un incidente en ejecución de sentencia,
que habría de ser naturalmente promovido por el particular afectado, dado el sistema de
rogación e instancia de parte de la jurisdicción civil, en el que habría que traer como
demandado al Estado.
La tesis me parece muy atractiva, sobre todo por la efectividad de una solución de este tipo.
Pero me parece harto arriesgada en un sistema como el Español, en el que un litigio de esta
naturaleza correspondería en principio a la jurisdicción contencioso-administrativa. En este
caso, el juez civil, en su sentencia, cumpliría su deber de garantizar, dentro de su ámbito de
competencias, el derecho del particular a obtener la reparación del daño sufrido, declarando
con claridad que no ha podido acceder a la pretensión del particular de que le sea
reconocido el derecho que le concede la Directiva no transpuesta en plazo por no ser ello
posible por vía interpretativa. Podría discutirse si le corresponde declarar también la
concurrencia de los requisitos exigidos por la jurisprudencia comunitaria para que proceda
la reparación: que el objetivo de la Directiva es atribuir derechos a los particulares, que el
contenido de tales derechos puede determinarse basándose en las disposiciones de la
Directiva (por ser ésta precisa e incondicional) y que el daño sufrido por el particular trae
como causa el incumplimiento de la obligación del Estado de transponer la Directiva en
plazo, sin entrar a considerar sobre la valoración del daño sufrido por el particular. No
obstante, esto último chocaría con el problema de la eficacia que tales declaraciones
tendrían en el ulterior proceso contencioso-administrativo, dada la competencia que a los
tribunales de este orden les corresponde en orden a examinar y decidir sobre los diversos
extremos del litigio sometido a su consideración, así como por afectar tales declaraciones a
la responsabilidad del Estado, que no ha sido parte en el litigio civil.
La cuestión de si el mandato del TJCE, interpretando el ordenamiento comunitario, en el
sentido de que el órgano judicial nacional garantice la reparación del daño sufrido por el
particular, es un mandato específico dirigido al juez nacional que conoció del litigio en que
se invocó la Directiva que finalmente no pudo ser aplicada, o si es un mandato genérico
dirigido al órgano judicial nacional que resulte competente de acuerdo con las normas
orgánicas y procesales que atribuyan la competencia para conocer de este tipo de
reclamaciones contra el Estado, queda, pues abierta, y me parece de sumo interés.

IV. La eficacia de la Directiva de crédito al consumo. La sentencia del TJCE


del caso El Corte Inglés.

El TJCE se ha pronunciado de manera específica sobre la eficacia de la Directiva del


Consejo de las Comunidades Europeas de 22 de diciembre de 1986 relativa a la
aproximación de las disposiciones legales, reglamentarias y administrativas de los Estados
miembros en materia de crédito al consumo (87/102/CEE), más concretamente de su art.
11, al resolver una cuestión prejudicial planteada por un órgano judicial español (14).
La cuestión prejudicial fue planteada en un juicio de cognición en el que una sociedad
dedicada al comercio en grandes almacenes, y que a su vez financiaba bienes y servicios
suministrados por otras sociedades pertenecientes al mismo holding, reclamaba a una
cliente el importe pendiente de abonar de un préstamo de financiación de un servicio
suministrado por una sociedad filial, dedicada a agencia de viajes. La demandada se oponía
a la reclamación basándose en la defectuosa prestación del servicio por la mencionada
agencia de viajes, pero la actora replicó oponiendo la distinta personalidad jurídica de la
sociedad financiadora y la sociedad prestataria del servicio, por lo que entendía que la
demandada no podía oponerle los defectos del servicio objeto del contrato de financiación.
Tras dar vista a las partes y al Ministerio Fiscal para que pudieran realizar las alegaciones
que estimaran convenientes acerca de la pertinencia o impertinencia de elevar al Tribunal
de Justicia de la Unión Europea consulta prejudicial, de acuerdo con lo establecido en el
art. 177 del Tratado constitutivo de las Comunidades Europeas, el Juzgado de Primera
Instancia elevó consulta prejudicial al TJCE mediante Auto cuya parte dispositiva decía:

«En virtud de lo anteriormente expuesto, en base a lo dispuesto en el art. 117 y 96 de la


Constitución Española y 177 del Tratado de la Comunidad Económica Europea
DISPONGO:
Elevar al Tribunal de Justicia de la Unión Europea cuestión prejudicial por la que,

- considerando que el art. 11 de la Directiva del Consejo de 22 de diciembre de 1986


relativa a la aproximación de las disposiciones legales, reglamentarias y administrativas de
los Estados miembros en materia de crédito al consumo (87/102/CEE) no ha sido
desarrollada por el Estado español dentro del plazo fijado en el art. 16 de dicha Directiva
- considerando que la norma contenida en dicho art., concretamente en el apartado 2 de la
misma, es suficientemente clara, precisa e incondicionada
- considerando que no existe en el Derecho nacional español ninguna norma legal
especifica a la que dicha norma de la Directiva haya de desplazar, si bien la aplicación de
las normas genéricas reguladoras de los contratos podría llevar a una solución contraria a la
buscada por la citada Directiva
- considerando que de tal precepto de la Directiva no pueden nacer obligaciones más que
para particulares situados en lo que se ha venido en llamar "relaciones horizontales"
- considerando que en el caso planteado no se trata de exigir por vía de acción el
cumplimiento de una obligación que nacería de una Directiva no transpuesta a un particular
de un Estado miembro, sino de que el particular ejercita una acción que puede vulnerar los
derechos que para otro particular nacen de tal Directiva
- considerando que junto a la citada norma de la Directiva existen en los Tratados
fundacionales de la Unión normas que sientan el principio de protección elevada de los
consumidores
- considerando que el cumplimiento por el juez nacional de su obligación institucional de
adoptar todas las medidas apropiadas para asegurar el cumplimiento de la obligación del
Estado del que es autoridad de alcanzar el resultado previsto en la Directiva, mediante la
interpretación del Derecho nacional conforme a la Directiva no transpuesta, puede bien no
conseguir la finalidad perseguida por la Directiva por no ser posible extender hasta tal
punto la interpretación de la norma, bien obtener tal finalidad causando un grado elevado
de inseguridad jurídica y con posibilidad de soluciones contradictorias entre distintos
jueces; el Juzgado de Primera Instancia nº 10 de Sevilla solicita al Tribunal de Justicia de la
Unión Europea que se pronuncie con carácter prejudicial sobre la siguiente cuestión:

¿Es directamente aplicable el art. 11 de la Directiva del Consejo de 22 de diciembre de


1986 relativa a la aproximación de las disposiciones legales, reglamentarias y
administrativas de los Estados miembros en materia de crédito al consumo (87/102/CEE),
no transpuesta al Derecho nacional por el Estado español, para el caso de que un
consumidor oponga frente a la reclamación del financiador los defectos del servicio
prestado por el proveedor con el que tal financiador tenía suscrito un acuerdo de
financiación exclusiva a sus clientes?».

El texto del citado art. 11 de la Directiva, respecto del que se planteó la consulta, establece:

«1. Los Estados miembros garantizarán que la existencia de un contrato de crédito no afecte
en modo alguno los derechos del consumidor frente al proveedor de bienes o servicios
adquiridos mediante dichos contratos, cuando los bienes o servicios no se suministren o no
sean conformes al contrato de suministro.
2. Siempre que:
a) para comprar bienes y obtener servicios, el consumidor concierte un contrato de crédito
con una persona distinta del proveedor de dichos bienes o servicios; y
b) entre el prestamista y el proveedor de los bienes o servicios exista un acuerdo previo en
virtud del cual exclusivamente dicho prestamista podrá conceder crédito a los clientes de
dicho proveedor para la adquisición de bienes o servicios suministrados por éste último, y
c) el consumidor a que se refiere la letra a) obtenga el crédito en aplicación del acuerdo
previo mencionado, y
d) los bienes o servicios objeto del contrato de crédito no sean suministrados o lo sean
parcialmente, o no sean conformes al contrato de suministro; y
e) el consumidor haya reclamado contra el proveedor pero no haya obtenido la satisfacción
a la que tiene derecho,
el consumidor tendrá derecho a dirigirse contra el prestamista. Los Estados miembros
establecerán en qué medida y bajo qué condiciones se podrá ejercer dicho derecho».
Pocos días después de recibirse la consulta, el Tribunal de Justicia de las Comunidades
Europeas remitió al juez nacional copia de la sentencia dictada en el asunto C-91/92, caso
Faccini Dori, que ha sido objeto de comentario anterior, y que fue dictada días después de
recibirse en el TJCE la cuestión prejudicial planteada por el juez español, solicitando se
informara si a la luz de dicha sentencia se mantenía la petición de decisión prejudicial o si
por el contrario se consideraba que el Tribunal había respondido a la pregunta planteada en
la cuestión prejudicial.
El juez nacional mantuvo parcialmente la cuestión planteada, dictando Auto cuyos
razonamientos jurídicos y parte dispositiva literalmente decían:

«PRIMERO.- Considera este juez nacional que la sentencia dictada por el TJCE en el caso
Faccini, de 14 de julio de 1994, da una contestación que, en principio y con las
matizaciones que se harán a continuación, resuelve de modo claro el problema de la
eficacia de las normas suficientemente claras, precisas e incondicionales de una Directiva
no transpuesta en plazo, en las relaciones entre particulares.

SEGUNDO.- Sin embargo, existe un sólo elemento sobre el que a este juez nacional le
persiste la duda. Cuando se planteó la cuestión prejudicial por el Giudice conciliatore de
Firenze en el caso "Recreb versus Sta. Faccini Dori", no estaba en vigor el Tratado de la
Unión Europea.
El citado Tratado introduce un nuevo precepto en el Tratado constitutivo de la Comunidad
Económica Europea, concretamente el art. 129.A, que dispone:

"1. La Comunidad contribuirá a que se alcance un alto nivel de protección de los


consumidores mediante:
a) medidas que adopte en virtud del art. 100.A en el marco de la realización del mercado
interior;
b) acciones concretas que apoyen y complementen la política llevada a cabo por los Estados
miembros a fin de proteger la salud, la seguridad y los intereses económicos de los
consumidores y de garantizarles una información adecuada.

2. El Consejo, con arreglo al procedimiento previsto en el art. 189.B y previa consulta al


Comité Económico y Social, adoptará las acciones concretas mencionadas en la letra b) del
apartado 1.

3. Las acciones que se adopten en virtud del apartado 2 no obstarán para que cada uno de
los Estados miembros mantenga y adopte medidas de mayor protección. Dichas medidas
deberán ser compatibles con el presente Tratado. Se notificarán a la Comisión".

Este precepto establece en un Tratado fundacional de las Comunidades Europeas, hoy la


Unión Europea, un principio de protección elevada de los consumidores, que refuerza el
que ya venía establecido en el art. 100.A.3 del Tratado constitutivo de la Comunidad
Económica Europea.
La única duda que persiste en este juez es si la doctrina sentada por el TJCE en su sentencia
Faccini no ha de entenderse modificada por la introducción en los Tratados constitutivos de
la Unión de dicho precepto, que no estaba en vigor cuando se planteó la cuestión prejudicial
resuelta por la sentencia del TJCE de 14 de julio de 1994, o si ha de considerarse que la
introducción en los Tratados constitutivos de la Unión Europea, cuya eficacia directa y
primacía respecto de las normas de Derecho interno es incuestionable a la luz del
ordenamiento jurídico comunitario, de un precepto que establece un principio de protección
elevada de los consumidores tiene alguna trascendencia en orden a la eficacia directa de
aquellas normas de una Directiva no transpuesta en plazo y que tengan por finalidad
conceder a los consumidores de la Unión un nivel de protección elevada de sus legítimos
derechos económicos.

TERCERO.- Es por ello que este juez nacional mantiene la cuestión planteada, a fin de que
el TJCE, si considera que la introducción de este precepto ha supuesto un cambio sustancial
en la cuestión planteada, pueda dictar la correspondiente sentencia, o, caso de que considere
que el nuevo precepto no supone alteración sustancial de la cuestión relativa a la eficacia de
dicha norma de la Directiva del Consejo de 22 de diciembre de 1986 relativa a la
aproximación de las disposiciones legales, reglamentarias y administrativas de los Estados
miembros en materia de crédito al consumo (87/102/CEE), pueda resolver en tal sentido del
modo previsto en el art. 104.3º del Reglamento de Procedimiento del TJCE de 19 de junio
de 1991, todo ello salvo el superior criterio de ese Tribunal.

PARTE DISPOSITIVA

Por lo anteriormente expuesto DISPONGO:


Informar al Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas que este juez nacional
mantiene la cuestión prejudicial planteada en el presente juicio mediante Auto de 30 de
junio de 1994, en los términos expresados en los razonamientos jurídicos de la presente
resolución».

Como puede comprobarse, la consulta prejudicial planteada quedó reducida al aspecto


concreto de hasta qué punto el nuevo art. 129.A del TCEE, introducido por el Tratado de la
Unión Europea, había cambiado la situación existente cuando se planteó la cuestión
prejudicial que dio lugar a la sentencia del caso Faccini Dori; es decir, si podía hablarse de
una especie de sinergia entre un precepto suficientemente preciso e incondicionado de una
Directiva no transpuesta que establecía un derecho de los consumidores con un precepto de
un Tratado fundacional de la Unión Europea que establecía, siquiera de modo indirecto, un
principio general de protección elevada de los consumidores, de tal modo que se produjera
la posibilidad de aplicación directa por el juez nacional del citado precepto de la Directiva
no transpuesta en las relaciones entre particulares.
La respuesta del TJCE es negativa. En la sentencia de 7 de marzo de 1996, caso El Corte
Inglés, que resuelve la cuestión prejudicial planteada, tras recordar la doctrina sentada en
las sentencias de los casos Marshall y Faccini Dori en el sentido de que las Directivas no
transpuestas no podían producir como efecto inmediato el nacimiento de obligaciones para
particulares y sí solamente frente a los Estados miembros, a fin de evitar que un Estado
pueda sacar ventajas de haber infringido el Derecho comunitario, el TJCE declara en los
párrafos 18 a 21:

«18.- El art. 129.A del Tratado no puede modificar esta jurisprudencia, ni siquiera respecto
de las Directivas relativas a la protección de los consumidores.
19.- Basta observar a este respecto que el art. 129.A tiene un alcance limitado. Por un lado,
proclama la obligación que tiene la Comunidad de contribuir a que se alcance un alto nivel
de protección de los consumidores. Por otro lado, crea una competencia comunitaria para
acciones concretas relacionadas con la política de protección de los consumidores al
margen de las medidas adoptadas en el marco del mercado interior.
20.- El art. 129.A, que se limita a asignar a la Comunidad un objetivo y a atribuirle
competencias a tal efecto sin establecer, por lo demás, ninguna obligación a cargo de los
Estados miembros o de los particulares, no puede justificar la invocabilidad directa entre
particulares de disposiciones claras, precisas e incondicionales de Directivas relativas a la
protección de los consumidores a las que no se ha producido la adaptación del Derecho
interno dentro de los plazos señalados.
21.- Por consiguiente, el consumidor no puede basar en la propia Directiva una acción
dirigida contra el concedente de crédito, persona privada, a causa de incumplimientos en el
suministro de bienes o en la prestación de servicios, e invocar este derecho ante un órgano
jurisdiccional nacional».

En el siguiente párrafo, la sentencia recuerda que en caso de que no pueda alcanzarse el


resultado exigido por la Directiva por vía interpretativa, el Derecho comunitario impone a
los Estados miembros la obligación de reparar los daños causados a los particulares por no
haber adaptado su Derecho interno a lo dispuesto en una Directiva, invocando la doctrina
sentada al efecto por la sentencia de 19 de noviembre de 1991, caso Francovich, que ha
sido analizada anteriormente.
Concluía el TJCE la sentencia con el siguiente fallo que daba respuesta a la consulta
elevada por el juez nacional:

«A falta de medidas de adaptación del Derecho interno a la Directiva 87/102/CEE del


Consejo, de 22 de diciembre de 1986, relativa a la aproximación de las disposiciones
legales, reglamentarias y administrativas de los Estados miembros en materia de crédito al
consumo, dentro de los plazos señalados, el consumidor, incluso habida cuenta del art.
129.A del Tratado CE, no puede basar en la propia Directiva una acción dirigida contra un
concedente de crédito, persona privada, a causa de defectos en el suministro de bienes o en
la prestación de servicios por parte del proveedor o del prestador con el que dicho
concedente de crédito ha celebrado un acuerdo de financiación exclusiva e invocar este
derecho ante un órgano jurisdiccional nacional».

En consecuencia, también en el caso de la Directiva sobre crédito al consumo, y en todas


las demás que establecieran medidas de protección de los consumidores, seguía siendo
aplicable la doctrina sentada en las sentencias de los casos Marleasing y Faccini Dori: la
Directiva no transpuesta no puede ser fuente directa de obligaciones para particulares; el
particular no puede fundar en la Directiva en sí misma un derecho frente a otro particular e
invocarlo ante un órgano jurisdiccional nacional; sin embargo, el juez nacional, como poder
del Estado destinatario de la Directiva, queda obligado por la Directiva, en virtud de la
obligación genérica impuesta por el art. 5 TCEE, a adoptar todas las medidas generales o
particulares apropiadas para asegurar el cumplimiento de dicha obligación, en el marco de
sus competencias, como declara la sentencia del caso Marshall, y por tanto, como declaran
las sentencias de los casos Marleasing y Faccini Dori, está obligado, cuando aplica
disposiciones de Derecho nacional, sean anteriores o posteriores a la Directiva, a
interpretarlas, en lo posible, a la luz de la letra y de la finalidad de la Directiva. Es decir,
está obligado a buscar el "fin útil" de la Directiva pero dentro del ámbito de sus
competencias, que son estrictamente las de interpretar y aplicar el ordenamiento jurídico. Si
el fin útil de la Directiva no pudiera alcanzarse mediante la interpretación y aplicación del
Derecho interno, el juez ha de desestimar la petición del particular al que la Directiva
atribuye derechos, que habría en todo caso de reclamar al Estado miembro los daños y
perjuicios irrogados por el incumplimiento de la obligación de transposición en plazo de la
Directiva, como declaran las sentencias de los casos Francovich y Faccini Dori.

V. Comentario crítico de la jurisprudencia del TJCE. Trascendencia práctica


de las sentencias de los casos Faccini Dori y El Corte Inglés.

En mi opinión, late en las sentencias de los casos Faccini Dori y El Corte Inglés una escasa
preocupación por el ciudadano comunitario "de a pie", en este caso el consumidor, cuyos
derechos se protegen en algunas Directivas comunitarias, y ello pese a que en los Tratados
fundacionales de las Comunidades Europeas, hoy la Unión Europea, existen preceptos en
los que se establece un principio de protección elevada del consumidor, concretamente, los
arts. 100.A.3 y 129.A del Tratado constitutivo de la Comunidad Económica Europea.
Entiendo que el problema de fondo es estructural, y afecta a la propia orientación política
de la Unión Europea, al "déficit democrático y social" que tantas veces se le ha imputado.
La protección que la legislación comunitaria dispensa al consumidor no está motivada por
una preocupación por los propios consumidores, es decir, por los ciudadanos de la Unión
Europea en cuanto los mismos se hallan incursos, en posición de inferioridad, en relaciones
económicas y jurídicas desiguales con las empresas suministradoras de bienes y servicios.
El fin primordial que persiguen las normas comunitarias protectoras de los consumidores y
usuarios es hacer efectivo un principio económico neoliberal, el aseguramiento de la libre
competencia entre las empresas de los distintos Estados miembros, evitando que las
radicadas en un determinado Estado que no tenga establecido un elevado nivel de
protección a los consumidores y usuarios se encuentren en una posición económica
ventajosa respecto a las radicadas en otros Estados con un alto nivel de protección a los
consumidores. Así lo explicita el TJCE en el párrafo 5 de la sentencia Faccini Dori cuando
afirma que la Directiva sobre contratos negociados fuera de los establecimientos
mercantiles tiene por objeto

«... acabar con las disparidades existentes entre las legislaciones nacionales referentes a
dicha protección (la de los consumidores), disparidades que pueden tener una incidencia
sobre el funcionamiento del mercado común».

Resulta un tanto irrisorio declarar que la solución en estos casos de no transposición en


plazo de la Directiva, para el caso de que el fin útil de la misma no pueda ser alcanzado por
el juez nacional por vía interpretativa, sea que el consumidor que sufra un daño patrimonial
por no amparar el órgano judicial nacional los derechos que le reconoce la Directiva no
transpuesta, reclame al Estado la responsabilidad patrimonial por ese daño. Los litigios en
que son parte los consumidores y usuarios suelen ser de escasa cuantía. A la Sta. Faccini
Dori le pudo costar el curso de inglés 50.000 ó 100.000 ptas. a lo sumo. El pleito a entablar
contra el Estado para reclamarle la reparación del daño patrimonial sufrido por el
incumplimiento por dicho Estado de su obligación de transponer en plazo la Directiva
podría costarle una cifra muy superior a esa cantidad, y varios años de pleitos. Se trata de
una solución a todas luces teórica y carente de eficacia práctica.
Además, parte de la doctrina ha puesto en entredicho los argumentos utilizados por el TJCE
para negar eficacia directa en las relaciones "inter privatos" a los preceptos precisos e
incondicionados de Directivas no traspuestas en plazo y forma. Son especialmente
llamativas al respecto las manifestaciones sobre este punto de la profesora Araceli
MANGAS MARTÍN (15), que por su interés reproduzco textualmente.
Para la profesora MANGAS MARTÍN los argumentos del TJCE para negar esta eficacia
directa

«... son frágiles y artificiales. El formalismo de la designación del destinatario no es


admisible por contradictorio: como ha señalado L. MILLÁN MORO (16), hay una
restricción inexplicable, dado que los particulares también son destinatarios de los Tratados
y sí que reconoció en la sentencia Van Gend en Loos la posibilidad de ser sujetos de
derechos y obligaciones. El argumento de la falta de publicación -sigue diciendo- no resiste
el análisis pues, como es sabido, su publicación es una práctica ininterrumpida en la Serie
Legislación del Diario Oficial de las CE.
No hay justificación jurídica basada en la seguridad jurídica para restringir el efecto directo
a las relaciones verticales.
Además, la doctrina del efecto directo de las directivas puede perder fuerza social y política
si permanecen relegados sus beneficios a las relaciones de los administrados con las
Administraciones publicas (relaciones verticales) y no se permite que afloren en las
relaciones privadas. Las situaciones referidas a la aplicación de las directivas comunitarias
en el ámbito laboral, especialmente sobre igualdad entre hombres y mujeres en las
condiciones laborales y de seguridad social, así como otras directivas sobre protección de
consumidores (por ejemplo, de responsabilidad por producto defectuoso o en materia
bancaria) pueden dar lugar a soluciones discriminatorias en los Estados en que no se
traspongan en plazo o se traspongan mal, ya que los jueces aceptarán la invocación de los
derechos reconocidos por la directiva cuando los invoquen trabajadores al servicio de las
Administraciones públicas (funcionarios y contratados) o consumidores perjudicados por
un producto fabricado por empresas estatales o públicas y negarán la invocabilidad del
efecto directo cuando lo planteen trabajadores del sector privado o un consumidor en
relación con un producto de un fabricante privado (la situación podría ser muy compleja en
caso de un producto con componentes de fabricantes públicos y privados).
El caso Foster es solo una muestra de la inseguridad jurídica de la doctrina del efecto
directo restringida a las relaciones verticales: protegió a las demandantes porque cuando
sucedieron los hechos era una empresa nacionalizada. Poco después al ser privatizada, las
trabajadoras perdieron la protección del Derecho comunitario: no quedó en un buen lugar el
principio de la aplicación uniforme y la primacía del Derecho comunitario, a pesar de que
la Directiva tenía efecto directo y estaba publicada...». Hasta aquí el comentario de la
profesora MANGAS MARTÍN.

No obstante, las conclusiones sentadas por la sentencia Marleasing, confirmadas por las
sentencias Faccini Dori y El Corte Inglés, sobre la obligación del juez nacional de obtener
el fin útil de la Directiva interpretando el Derecho interno a la luz de la letra y la finalidad
de la Directiva, conceden al juez nacional un instrumento que en buena parte de los casos
se muestra útil para conseguir una eficacia cuasi directa de la Directiva no transpuesta, dada
la amplitud de la función interpretativa, e incluso la posibilidad de aplicar instituciones
jurídicas tales como la de la buena fe, en sus aspectos de actos propios, levantamiento del
velo, etc., que permiten obtener la finalidad de la Directiva, en este caso la protección de
determinados derechos económicos de los consumidores y usuarios, pese a la no adaptación
de las normas específicas que regulan las diversas figuras contractuales a las exigencias de
la Directiva dentro del plazo señalado por las mismas para su adaptación.
La cuestión examinada tiene trascendencia para los profesionales del Derecho españoles,
por cuanto que, aparte del caso de la Directiva sobre crédito al consumo analizada en este
trabajo, existen otras Directivas que no han sido desarrolladas en nuestro Derecho interno
dentro de plazo, algunas de ellas relativas a materias de Derecho privado. Así ocurre, por
ejemplo, con la Directiva 85/374/CEE, de 25 de julio de 1985, sobre responsabilidad civil
por daños ocasionados por productos defectuosos, que ha sido desarrollada en Derecho
interno por la Ley 22/1994, de 6 de julio, una vez transcurrido con creces el plazo de
transposición fijado en la propia Directiva, que era de 3 años a partir de su notificación a
los Estados miembros; con la Directiva 85/577/CEE, de 20 de diciembre de 1985, referente
a la protección de los consumidores en el caso de contratos negociados fuera de los
establecimientos comerciales, cuyo plazo de transposición era de dos años y que fue
transpuesta al Derecho interno mediante la Ley 26/1991, de 21 de noviembre, sobre
contratos celebrados fuera de los establecimientos mercantiles; o con la Directiva
90/314/CEE, de 13 de junio de 1990, relativa a los viajes combinados, las vacaciones
combinadas y los circuitos combinados -lo que suele llamarse "viajes organizados"-, cuyo
objetivo era el de proteger a los consumidores en la contratación de viajes turísticos
combinados y favorecer la competencia leal en el sector turístico, cuyo plazo de
transposición venció el 1 de enero de 1993 y que fue transpuesta al Derecho interno por la
Ley 21/1995, de 6 de julio, reguladora de los viajes combinados.
Por ello se plantea este problema de la eficacia de las Directivas no transpuestas en las
relaciones entre particulares en los litigios que sobre estas materias se hayan promovido y a
los que sea aplicable la normativa vigente en el tiempo transcurrido entre que venció el
plazo de transposición de las respectivas Directivas y la entrada en vigor de la
correspondiente ley española, lo que tiene especial importancia en el caso de la Directiva
sobre responsabilidad civil por daños ocasionados por productos defectuosos a la vista del
peculiar régimen de Derecho transitorio que establece la Ley 22/1994, de 6 de julio, de
responsabilidad civil por los daños causados por productos defectuosos. La Disposición
Transitoria Única de dicha ley, bajo el epígrafe de "productos en circulación", establece:

«La presente ley no será de aplicación a la responsabilidad civil derivada de los daños
causados por productos puestos en circulación antes de su entrada en vigor. Ésta se regirá
por las disposiciones vigentes en dicho momento».

En consecuencia, la responsabilidad civil derivada de daños causados por los defectos de,
por ejemplo, un horno microondas o un automóvil puesto en el mercado antes de la entrada
en vigor de la referida ley, se regirá por la normativa anterior a la misma, aunque el
siniestro en el que se hayan provocado los danos haya tenido lugar con posterioridad a la
entrada en vigor de la ley, por lo que los problemas derivados de la eficacia de las
disposiciones de la Directiva comunitaria pueden plantearse en litigios que se promuevan
ante los órganos judiciales españoles durante varios años.
VI. La interpretación por el juez español del derecho interno anterior a la
vigencia de la Ley de Crédito al Consumo a la luz de la Directiva comunitaria
sobre Crédito al Consumo y la posibilidad de lograr por vía interpretativa el
fin útil de dicha Dir

Como antes hemos visto, el TJCE, en el apartado 26 de la sentencia del caso Faccini Dori
declaraba que

«... según se desprende de las sentencias del Tribunal de Justicia de 13 de noviembre de


1990, Marleasing, apartado 8, y de 16 de diciembre de 1993, Wagner Miret, apartado 20, al
aplicar el Derecho nacional, ya sean disposiciones anteriores o posteriores a la Directiva, el
órgano judicial nacional que debe interpretarla está obligado a hacer todo lo posible, a la
luz de la letra y de la finalidad de la Directiva, para, al efectuar dicha interpretación,
alcanzar el resultado a que se refiere la Directiva y de esta forma atenerse al párrafo tercero
del art. 189 del Tratado».

En el caso de la Directiva sobre crédito al consumo (y sin perjuicio de que en los supuestos
de contratos de crédito al consumo concertados por las entidades crediticias que en la época
en que no se había producido la transposición de la Directiva formaban parte el grupo
bancario público el juez pudiera considerar de aplicación directa los preceptos de la
Directiva suficientemente claros, precisos e incondicionados por entender que tales
relaciones no son horizontales o "inter privatos" sino verticales, extendiendo la noción de
"Estado" a estas empresas bajo control público), ha de analizarse hasta que punto el juez
nacional español, por vía interpretativa, puede conseguir el fin útil de la Directiva en
aquellos asuntos a los que es aplicable la normativa anterior a la vigencia de la Ley de
Crédito al Consumo. A tal efecto vamos a analizar la Directiva artículo por artículo,
analizando el modo en que la normativa vigente antes de la transposición de la Directiva
puede ser interpretada y aplicada "a la luz de la letra y de la finalidad" de los distintos
preceptos de la citada Directiva.
Tras establecer en sus arts. 1 y 1 bis (17) el contenido de los conceptos empleados por la
Directiva, tales como "consumidor", "prestamista", "contrato de crédito", "coste total del
crédito al consumo" y "porcentaje anual de cargas financieras", así como establecer el
modo de cálculo de dicho porcentaje anual de cargas financieras, y tras delimitar
negativamente en el art. 2 (18) los contratos de crédito objeto de la Directiva, el art. 3 de la
citada Directiva establece una obligación a cumplir por los ofertantes de crédito al consumo
en sus anuncios u ofertas de tales créditos, al establecer que tales anuncios u ofertas "en las
que estén indicados el tipo de interés o cualesquiera cifras relacionadas con el coste de
crédito, deberán asimismo indicar el porcentaje anual de cargas financieras, mediante un
ejemplo representativo cuando se carezca de otros medios idóneos".
Este precepto de la Directiva puede servir de pauta interpretativa de aquellas normas
dictadas por el Ministerio de Economía y Hacienda en desarrollo del art. 48.2.d de la Ley
26/1988, de 29 de julio, sobre Disciplina e Intervención de las Entidades de Crédito, sobre
publicidad e información de las operaciones activas de las entidades crediticias, y asimismo
deberá servir de pauta interpretativa para la aplicación de los preceptos de la Ley General
para la Defensa de los Consumidores y Usuarios, tales como los arts. 2.1.d y 8.1, que
establecen la obligación de claridad. veracidad y precisión de la oferta, información y
publicidad de bienes y servicios.
El art. 4 de la Directiva establece en su apartado 1º la obligación de que los contratos de
crédito al consumo se hagan por escrito, con entrega de copia al consumidor, lo que ya
venía impuesto en nuestro Derecho interno por el art. 10.1.b de la Ley General para la
Defensa de los Consumidores y Usuarios, que establecía la obligación de entrega, salvo
renuncia del interesado, de copia del documento justificativo "de la operación".
En su apartado 2º, el art. 4 de la Directiva (19) establece las menciones que
obligatoriamente han de contener los contratos de crédito al consumo, tales como la
indicación del porcentaje anual de cargas financieras y de las condiciones en que dicho
porcentaje podrá modificarse, una relación del importe, número y periodicidad, o fechas, de
los pagos que deba realizar el consumidor para el reembolso del crédito y el pago de los
intereses y los demás gastos, así como el importe total de esos pagos y la relación de los
elementos de coste consistentes en sanciones contractuales por incumplimiento, gastos
adicionales por cuenta del consumidor, gastos de transferencia, gastos de mantenimiento de
la cuenta asociada al crédito, cuotas de inscripción en asociaciones o grupos y gastos por
seguros o garantías. A este respecto, las normas 7.4 de la Orden Ministerial de 12 de
diciembre de 1989, (dictada en uso de las facultades atribuidas al Ministro de Economía y
Hacienda por el art. 48.2 de la Ley de Disciplina e Intervención de las Entidades de
Crédito), y 6.6 de la Circular del Banco de España 8/1990, de 7 de septiembre (dictada en
desarrollo de la anterior Orden Ministerial) establecían unas exigencias relativas a la
información que sobre tipo de interés, periodicidad con la que se producirá el devengo de
intereses, fechas de devengo y liquidación de los mismos, comisiones que sean de
aplicación con indicación concreta de su concepto, cuantía y fechas de devengo y
liquidación así como en general cualquier otro dato necesario para el cálculo del importe
absoluto de tales conceptos, en la línea establecida por la Directiva. En consecuencia, este
precepto de la Directiva, conjuntamente con las mencionadas normas administrativas, ha de
servir para interpretar la exigencia de claridad y posibilidad de comprensión directa
contenidos en el art. 10.1 de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y
Usuarios.
También ha de servir de pauta interpretativa de los requisitos de claridad y posibilidad de
comprensión directa contenidos en el art. 10.1 de la Ley General para la Defensa de los
Consumidores y Usuarios la exigencia de información sobre límite del crédito, tipo de
interés anual y gastos aplicables, así como condiciones de modificación de los mismos y
procedimiento de rescisión del contrato que el art. 6 de la Directiva (20) establece para los
contratos de concesión de crédito en forma de anticipos de cuenta corriente que no sea una
cuenta de tarjeta de crédito.
El art. 7 de la Directiva, establece:

«En el caso de créditos concedidos para la adquisición de bienes, los Estados miembros
deberán establecer las condiciones en virtud de las cuales puedan recuperarse dichos
bienes, en particular cuando el consumidor no haya dado su consentimiento. Garantizarán,
además, que cuando el acreedor recupere la posesión de los bienes, la liquidación entre las
partes se efectúe de tal forma que la recuperación de dichos bienes no ocasione un
enriquecimiento injusto».

Este precepto puede servir de pauta interpretativa a la hora de atribuir eficacia imperativa a
algunos preceptos legales preexistentes. Para conseguir el fin útil perseguido por este
precepto de la Directiva puede ser de utilidad lo dispuesto en el art. 11 de la Ley 50/1965,
de 17 de julio, sobre la regulación de la venta a plazos de bienes muebles, que exige que
para que el comprador de un bien a plazos pueda optar por la resolución del contrato, con la
consiguiente devolución del bien por el comprador, es preciso que la demora en el pago
haya afectado a un mínimo de dos plazos, o al último de los plazos, y establece unas pautas
de resarcimiento para el vendedor, que consistirá en un 10% del importe de los plazos
pagados, como compensación por la tenencia de la cosa por el comprador, y una cantidad
igual al desembolso inicial, por la depreciación del bien, salvo que el deterioro hubiera sido
mayor. La obligación que el precepto de la Directiva establece para los Estados miembros
de garantizar que la recuperación del bien no ocasione un enriquecimiento injusto podría
llevar a otorgar carácter imperativo a dicho precepto.
El art. 8 de la Directiva establece:

«El consumidor tendrá derecho a liberarse de las obligaciones que haya contraído en virtud
de un contrato de crédito antes de la fecha fijada en el contrato. En este caso, de
conformidad con las normas establecidas por los Estados miembros, el consumidor tendrá
derecho a una reducción equitativa del coste total del crédito».

También para conseguir el fin útil perseguido por este precepto de la Directiva puede ser de
utilidad lo dispuesto en otro precepto de la Ley 50/1965, de 17 de julio, sobre la regulación
de la venta a plazos de bienes muebles, concretamente el art. 10, que permite al comprador
a plazos de un bien satisfacer anticipadamente el importe de la parte del precio pendiente de
pago, quedando reducidos los recargos que sobre el precio de venta al contado se hubieran
aplicado por razón al aplazamiento del pago, proporcionalmente al período de tiempo en
que resulte abreviada la duración del contrato.
El art. 10 de la Directiva establece:

«Aquellos Estados miembros que, con respecto a los contratos de crédito, permitan al
consumidor:

a) pagar mediante letras de cambio o pagarés,


b) conceder una garantía mediante letras de cambio, pagarés o cheques, asegurarán la
adecuada protección del consumidor cuanto haga uso de dichos instrumentos en los casos
indicados».

Se plantea en este precepto el problema que las características de abstracción y rigor


cambiario de los instrumentos cambiarios presentan cuando el deudor cambiario es un
consumidor. La Exposición de Motivos de la Ley 19/1985, de 16 de julio, Cambiaria y del
Cheque, establecía en su apartado V la previsión de que

lain «... tras los oportunos estudios y cuando las circunstancias económicas y sociales lo
requieran, pueda abordarse la elaboración de un texto legal complementario y específico
que establezca las normas que hayan de regir para las letras emitidas en operaciones
realizadas por los consumidores y usuarios».

La previsión quedó reducida a una promesa de tiempos mejores, por cuanto que esta
regulación legal complementaria nunca tuvo lugar (21). No obstante, esta previsión de la
Directiva puede suponer que los jueces, como poderes del Estado obligados a "asegurar la
adecuada protección del consumidor cuando haga uso de tales instrumentos", opten en los
supuestos contemplados por la Directiva por una interpretación menos rigurosa de la
exceptio doli que la que hasta ahora se venía haciendo (22), y asimismo adopten una
postura más rigurosa frente a la utilización en operaciones de crédito al consumo de
instrumentos cambiarios gravemente atentatorios para los legítimos derechos e intereses de
los consumidores como es el caso del llamado "pagaré en blanco" (23).
El art. 11 de la Directiva establece:

«1. Los Estados miembros garantizarán que la existencia de un contrato de crédito no afecte
en modo alguno los derechos del consumidor frente al proveedor de bienes o servicios
adquiridos mediante dichos contratos, cuando los bienes o servicios no se suministren o no
sean conformes al contrato de suministro.

2. Siempre que:

a) para comprar bienes y obtener servicios, el consumidor concierte un contrato de crédito


con una persona distinta del proveedor de dichos bienes o servicios, y
b) entre el prestamista y el proveedor de los bienes o servicios exista un acuerdo previo en
virtud del cual exclusivamente dicho prestamista podrá conceder crédito a los clientes de
dicho proveedor para la adquisición de bienes o servicios suministrados por éste último; y
c) el consumidor a que se refiere la letra a) obtenga el crédito en aplicación del acuerdo
previo mencionado; y
d) los bienes o servicios objeto del contrato de crédito no sean suministrados o lo sean
parcialmente, o no sean conformes al contrato de suministro; y
e) el consumidor haya reclamado contra el proveedor pero no haya obtenido la satisfacción
a la que tiene derecho,
el consumidor tendrá derecho a dirigirse contra el prestamista. Los Estados miembros
establecerán en qué medida y bajo qué condiciones se podrá ejercer dicho derecho».

Como ya se ha dicho al comentar la sentencia del TJCE del caso El Corte Inglés, el TJCE
ha negado la posibilidad de aplicación directa de dicho precepto de la Directiva no
transpuesta en plazo a las relaciones entre particulares, sin perjuicio de que el juez haya de
buscar el fin útil de la Directiva por vía interpretativa.
El fin útil del art. 11 de la Directiva es permitir al consumidor adquirente de un bien o de un
servicio oponer frente al financiador las vicisitudes del contrato concertado con el
proveedor del bien o servicio, siempre que financiador y proveedor tengan una relación de
financiación exclusiva, sin que la distinta personalidad jurídica del financiador respecto del
proveedor permita a dicho financiador oponer frente al consumidor su "ajenidad" a las
incidencias del contrato entre proveedor y consumidor.
Pues bien, en el ordenamiento interno español existe otra institución jurídica que permite en
ciertos casos prescindir de la apariencia externa de independencia de dos sociedades con
personalidad jurídica distinta y acudir directamente al substrato societario común que
subyace bajo esa apariencia societaria diferenciada, impidiendo de este modo que una
sociedad oponga su "ajenidad" cuando su oponente alega hechos relativos a sus relaciones
con otra sociedad directamente relacionada con la primera (24). Se trata de la doctrina
jurisprudencial del "levantamiento del velo", que tiene su base legal en las exigencias
derivadas del principio de buena fe sentado con carácter general por el art. 7 del Código
Civil, y específicamente en el campo contractual por el art. 1.258 del Código Civil, y que
tiene su antecedente en la doctrina de origen norteamericano denominada del "disregard of
legal entity", expresión que puede ser traducida como el desentendimiento de la persona
jurídica. Tal doctrina hace referencia a la técnica judicial que consiste en prescindir de la
forma externa de la persona jurídica y, a partir de ahí, penetrar en la interioridad de la
misma, levantar el velo -expresión utilizada por la jurisprudencia española al adoptar tal
doctrina- y así examinar los reales intereses que existen o laten en su interior.
Declara la sentencia del Tribunal Supremo, Sala 1ª, de 20 de junio de 1991 que

«... la práctica de penetrar en el substratum personal de las entidades o sociedades a las que
la ley confiere personalidad jurídica propia, con el fin de evitar que al socaire de esa ficción
o forma legal se puedan perjudicar intereses privados o públicos como camino del fraude -
art. 6.4 del Código Civil- o la conducta fraudulenta en general, admitiéndose la posibilidad
de que los jueces puedan penetrar -levantar el velo- en el interior de esas personas cuando
sea preciso para evitar el abuso de esa independencia -art. 7.2 del Código Civil- en daño
ajeno o de los derechos de los demás, fundamento del orden público y de la paz social, es
doctrina jurisprudencialmente consolidada».

En el mismo sentido se pronuncian las anteriores sentencias de la Sala 1ª del Tribunal


Supremo de 28 de mayo de 1984, 9 de julio de 1986, y las más recientes de 12 de
noviembre de 1991, 16 de marzo de 1992, 15 y 24 de abril de 1992, 6 de junio de 1992, 12
de febrero de 1993, 15 de marzo de 1993, 23 de junio de 1993, 10 de noviembre de 1994,
21 de julio de 1995 y 8 de abril de 1996, entre otras.
A este respecto, la sentencia de 30 de julio de 1994 señala como datos para aplicar la
doctrina del levantamiento del velo por existir entre dos sociedades formalmente distintas
un mismo substrato societario, la coincidencia parcial de la denominación social, que
ambas sociedades tengan el mismo domicilio social, tengan sus oficinas en un mismo
edificio, que el letrado que bastantee el poder a procuradores otorgado por una de las
sociedades aparezca como representante legal de la otra entidad, etc.
Por ello, cuando se aprecie que entre la sociedad suministradora del bien o servicio y entre
la financiadora existen relaciones como las descritas en las sentencias comentadas, el juez
habría de proceder a levantar el velo y, apreciando la identidad del sustrato societario,
permitir al consumidor ejercitar frente al financiador las acciones o excepciones que le
correspondan frente al suministrador en virtud del contrato casual, y concretamente el no
suministro o el suministro parcial o defectuoso del bien o servicio financiado.
Cuando no sea posible la aplicación de la doctrina del "levantamiento del velo" por no
concurrir en las sociedades suministradora y financiera las circunstancias exigidas por la
referida doctrina, no parece en principio que pueda obtenerse el fin útil de la Directiva, por
lo que el juez nacional español habría de desestimar la acción o excepción planteada por el
consumidor frente al financiador de los bienes o servicios, sin perjuicio de la
responsabilidad que éste pudiera exigir al Estado por el incumplimiento de su obligación de
trasponer en plazo la Directiva.
Otro tanto cabe decir con relación a lo dispuesto en el art. 9 de la Directiva, que establece:

i993 «Cuando los derechos del prestamista en virtud de un contrato de crédito sean cedidos
a un tercero, el consumidor tendrá derecho a promover contra dicho tercero cualquier
acción que fuere posible contra el acreedor original, entre ellas la compensación, cuando
esta última esté permitida en el Estado miembro de que se trate».

También en este caso el levantamiento del velo podría permitir en ciertos casos conseguir el
fin útil de este precepto de la Directiva, o incluso la aplicación del principio general de
buena fe establecido en el art. 7 del Código Civil (25) en aquellos casos en los que los
elementos fácticos del proceso permitan apreciar al juez que la cesión del crédito se hizo
para defraudar los derechos del consumidor, impidiéndole oponer frente al financiador las
excepciones basadas en sus relaciones personales, y el cesionario del crédito al consumo
fuera consciente de esa finalidad defraudatoria de la cesión

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