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AZTECAS, MEXICAS, NAHUAS.1

El término nahua se refiere a todos aquellos grupos y personas que hablaron o


hablan la lengua nahua o náhuatl, y a sus manifestaciones, así, hablamos de
los nahuas de Guerrero, los nahuas del señorío de Tlaxcala o de la cultura
nahua. En tiempos de la conquista, los habitantes de Tenochtitlan eran
mayoritariamente nahuas, pero no eran los únicos nahuas de mesoamérica ni
del Valle de México.

Los nahuas que vivían en México-Tenochtitlan y México-Tlatelolco eran los


mexicas; tal es el nombre que se daban a sí mismos. Las crónicas españolas
del siglo XVI modificaron la terminación de la palabra y los llamaron mexicanos.

Como mexicas o mexicanos aparecen en la historiografía colonial. Sin


embargo, algunos historiadores del siglo XIX cambiaron el nombre a los
mexicas y difundieron el uso del término “azteca” en alusión a las crónicas
coloniales que decían que los mexicas habían salido en peregrinación de un
lugar llamado Aztlán y qué seguramente los historiadores del siglo XIX usaron
la palabra “azteca” para enfatizar la patria de origen de los mexicas. Pero si las
leyendas recogidas en el siglo XVI dicen que los mexicas salieron de Aztlan,
también mencionan que su Dios Huitzilopochtli lo quiso de esa manera, y si los
habitantes de Tenochtitlan se llamaban a sí mismos mexicas, no parece haber
ninguna razón de peso para seguir llamándolos aztecas.

FUERZAS Y RELACIONES MEXICAS DE PRODUCCION2

Por Víctor M. Castillo Farreras

Al tiempo de su fundación México Tenochtitlan ofrecía un panorama poco


prometedor: el área de la isla era bastante reducida, el agua semisalobre y la
vegetación compuesta sobre todo por júnceas; “entre cañas, entre juncias”
dirían luego los informantes indígenas. Por lo que respecta al sustento, solo
podía ofrecer raíces de diversas plantas, peces, ranas, ajolotes, acoziles o
camaroncitos, y todo género de sabandijas propias de una región lacustre,
además de pájaros y de aves acuáticas. La economía estaba entonces basada
1
Recopilación de materiales e ilustraciones por la profesora Silvia Palma Atlixqueño, septiembre,
2007.
2
Síntesis realizada por la profesora María Eugenia Martínez Lira, texto: CASTILLO Ferraras, “Fuerzas
y relaciones mexicas de producción, En León Portilla, Miguel, et al Enciclopedia de Historia de
México. México, Salvat Mexicana de Ediciones, S. A. de C. V. 1978, tomo IV, pp. 865-880.
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primordialmente en la caza de aves y en la recolección y pesca de productos de


la laguna. Con esto se lograba satisfacer las necesidades más urgentes, pero
quedaban por resolver otras, asimismo importantes, como las del vestido y la
habitación, tanto para los hombres como para el dios.

La carencia, entre otras cosas, de piedra, madera y demás materiales para la


edificación movió a los antiguos mexicanos a establecer sus primeros contactos
de índole comercial con la gente de tierra firme. Y para pasar de la simple
subsistencia al mercado, tuvieron que dedicarse al logro de una mayor cosecha
de productos lacustres, que a la postre ofrecieron en trueque principalmente en
los mercados tepanecas de la ribera occidental del lago.

Y para principios del siglo XV el incremento en las relaciones de intercambio


con el exterior les permitió edificar con adobes y piedra y se dieron asimismo
las condiciones para un relativo desarrollo; cegando la laguna aumentaron la
superficie cultivable de la isla; dispusieron acequias y acrecentaron la
navegación que, por la naturaleza misma de la isla, permitió traficar con cierta
autonomía en los centros ribereños, servirse de los bienes introducidos por
mercaderes propios y extraños y aún establecer lazos ventajosos por la vía
diplomática o de matrimonio. Esta situación hizo también posible benéficos
contactos con lugares más alejados de los que fue caso típico Cuauhnáhuac (la
actual Cuernavaca) de dónde se obtuvo al fin el algodón para el vestido.

Con la caída de Azcapotzalco, los mexicas cerraron un ciclo que bien pudiera
llamarse de preparación, e iniciaron al mismo tiempo otro de franco
desenvolvimiento en todos los ámbitos de su organización social. Y es durante
este periodo, comprendido entre la tercera década del siglo XV y la segunda del
XVI, cuando se observan los factores, que caracterizaron la estructura
económica de su sociedad.

Potencial humano

Han sido diversos y numerosos los cálculos efectuados desde el siglo XVI a la
fecha relativo a la densidad de población del México antiguo. Entre los
modernos más conservadores figuran los que dan para el Valle de México,
hacia 1519, una cantidad que rebasa los dos millones de habitantes, y de
300.000 para Tenochtitlan aproximadamente. Otros la fijan en 25 millones en el
México central. Orozco y Berra afirmo que la población del México Antiguo fue
en verdad cuantiosa, tanto como para que “bastara a los contingentes exigidos
por la guerra, sin que escasearan el labrador en los campos y el oficial en los
talleres”.
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Recursos naturales

Son en verdad abundantes las descripciones que se conservan en lengua


nahuatl acerca de la naturaleza proveedora de habitación y sustento del
hombre. En ella se habla de la diversidad de tierras, de bosques, de praderas y
ríos, así como de los recursos contenidos, ya sean de carácter animal, vegetal
o mineral.

De lo dicho por los informantes indígenas se infiere la actitud que los hombres
adoptaron ante los recursos naturales y, por ende el grado de complejidad de
su organización social. Como ejemplos tenemos las versiones que se
encuentran en el Códice Florentino que se refiere a tres distintos tipos de tierra
de labor: hablan de las tierras de aluvión o atoctli, que su nombre viene de atl,
agua y totoca, ir de prisa; quiere decir que corrió el agua. Es tierra amarilla
rojiza, menuda y húmeda, blanda, molida, desmenuzada, buena, suave. Es
creadora de cosas, es ejemplo, modelo, buena”. De la de mantillo o cuahtlalli se
señala que “su nombre viene de cuáhuitl, árbol y tlalli, tierra; esto es de árboles
podridos u hojarasca, astillas o tierra áspera. Es arbolada, es oscura, o quizá
amarillo rojiza; es fructífera” Por último en cuanto a la tierra en barbecho, o
tlalzolli: “Cuando se dice Tlanzolli tierra vieja, es que no es buena tierra por
razón de que allí nada se hace bien; es lugar en donde nada se engendra, que
no sirve para nada, que es inútil de un lado al otro; sin provecho, arruinada,
tierra vieja, envejecida”.

Respecto a los vegetales de carácter alimenticio, como ejemplo de lo que fue el


conocimiento y utilización de los vegetales, veamos la descripción de los
múltiples beneficios que se conseguían del cultivo del maguey (metl). Como se
sabe, las formas de aprovechamiento de esta planta trascendieron del mundo
prehispánico y aún tienen vigencia en nuestros días. En los Papeles de Nueva
España (VI,22) se señala, entre otras cosas, que los magueyes “hacen miel,
como arrope de Castilla; hacen della vino, vinagre, y beben el agua miel por
cocer, que es una bebida muy saludable, purgativa que engorda y da salud; de
las pencas y raíces hacen una comida a su modo, dulce; del zumo de las hojas
se curan llagas y heridas, que es una medicina que aprovecha mucho y se ha
hecho gran experiencia dello; sacan dello nequén con que hacen las mantas,
cuerdas y otras jarcias; sirven estas hojas de tablas a manera de tejas con que
cubren sus casas para las aguas; sírvenles de canales y de leña; crían estos
árboles, en las raíces de dellos, unos gusanos que los naturales comen”.
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EL VALLE DE MÉXICO
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Por lo que toca a la fauna, sabido es que en el México prehispánico no se utilizó


la fuerza animal ni hubo tampoco la gran variedad de animales domésticos que
se utilizaron en otras partes del mundo. Las únicas excepciones en este sentido
fueron el Guajolote y algunos tipos especiales de perro, como el chicha o el
itzcuintli, se crearon para fines alimenticios, particularmente, y que llegaron
además a constituir una fuente importante de ingresos. Había además en las
ciudades de importancia siempre casa para fieras y aves donde se
conservaban y criaban diversas especies aprovechables, principalmente por
sus pieles y plumas y por su continuo uso en el ritual religioso. Desde luego, es
obvio que se contó con una gran variedad de animales de caza (cuadrúpedos y
aves), con otra no menor de sabandijas o insectos (lagartijas, langostas, etc.) y
con otra más de pesca y recolección en la laguna.

Aparte de lo anterior, debe recordarse la existencia de gran número de


animales que se destinaban más bien para funciones médicas y mágico-
religiosas. Por ejemplo, los informantes indígenas de Sahagún señalan al colibrí
(huitzitzilin) como medicina para las bubas: “el que quiere nunca tendrá bubas
comiendo muchas veces su carne; empero dicen que hace estéril a la gente”; y
también las tórtolas (cocotli) que “acaban la tristeza de la gente; dizque su
carne disipa su aflicción. Los celosos, después de comer su carne, con ello
dizque dejan los celos”.

Instrumental y técnica

Es bien conocido el hecho de que en el México antiguo no se utilizó la fuerza de


tracción o de carga de ningún animal, y que tampoco se llegó al uso del arado
ni al empleo de la rueda como elemento motor, como aconteció en el Viejo
Mundo. El instrumental y la técnica utilizados que aunque poco desarrollados
en relación con otras partes del mundo, tuvieron resultados de elevado valor.

Al ser distintos hombres y medios, las circunstancias varían y hacen variar la


utilización de los recursos y de las técnicas para su explotación, y en
consecuencia los logros correspondientes deben ser de muy diferentes matices.
En el México antiguo, la tecnología y el instrumental utilizados resultaban
apenas suficientes, es decir cumplían sus objetivos, pero no podían dar más de
sí; aunque aparentemente dice lo contrario el hecho de que los conquistadores
hispanos, prefirieron por ejemplo, las navajas de obsidiana y las corazas de
algodón, o ichcahuipilli a las que traían de metal.
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El instrumental agrícola se fundo primordialmente, en el huictli comúnmente


conocido con el nombre caribe coa, que era una herramienta de uso múltiple,
de madera resistente y dura. El sistema de cultivo fue generalmente el de milpa,
basado en la roza, quema y preparación del campo. Sin embargo en la región
de los lagos, principalmente al sur de la isla de México, predominó la forma de
cultivo intensivo mediante las chinampas.

La preparación de una nueva chinampa según Armillas y West, se realizaba


como sigue. Primeramente se cortaban tiras césped del tamaño requerido
frecuentemente de cinco a diez metros de ancho y hasta cien metros de largo;
tres o cuatro tiras semejantes eran movidas como balsas hasta el lugar elegido
y allí se amontonaban una sobre otra de modo que la tira superior emergía
ligeramente sobre el agua. La superficie se cubría entonces con cieno extraído
del fondo del lago o tierra tomada de chinampas viejas y quedaba la nueva lista
para ser plantada. La joven chinampa, que al principio flotaba realmente era
anclada por medio de estacas de sauce (Salix acumilata), llamado en México
ahuejote (ahuexotl), hincadas en los bordes; estas estacas arraigaban y se
desarrollaban los ahuejotes que aún dan fisonomía propia al paisaje de la
región y que sirven para retener con sus raíces la tierra de los bordes de la
chinampa, evitando que se desmorone.

Antes de cada siembra se extiende sobre la superficie de la chinampa suelo


nuevo, constituido por cieno del fondo de los canales. Al cabo de cinco o seis
años la chinampa se asentaba sobre el fondo de la ciénaga sus fundamentos
de materia vegetal se habían descompuesto y formaban una base porosa,
permeable, en la cual la humedad se infiltra fácilmente; para facilitar esta
infiltración los islotes construidos son siempre de poca anchura, pero en cuanto
a longitud, no había más límite que la del espacio disponible.

La adición periódica de suelo nuevo va elevando el nivel de la chinampa y


haciendo cada vez más difícil que la humedad penetre hasta las raíces de las
plantas. En consecuencia es necesario “rebajar” la chinampa de cuando en
cuando, quitando con pala una capa de la tierra superficial, la cual puede
usarse para “alzar” otra chinampa que este demasiado baja.

Las chinampas del valle de México –agrega Armillas y West-, se cultivaban y


cultivan en forma extraordinariamente intensiva. Las siembras en almáciga
permiten ahorrar espacio en las chinampas mientras germinan las semillas y
empiezan a brotar las matas. La chinampa raramente se deja descansar; su
fertilidad se mantiene el generoso uso de abonos que hace posible mantener un
ciclo continuo de intensa producción año tras año. El clima favorable, la
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humedad del subsuelo, los riegos de auxilio, el abrigo, el amoroso cuidado


individual que se dedica a cada mata, todo contribuye al mismo resultado.

Régimen de propiedad

La propiedad de bienes muebles e inmuebles estaba rígidamente


reglamentada y se basaba sobretodo en el estrato social del individuo y en la
distinción que en la guerra tuviese. Una persona, aunque su situación
económica se lo permitiera, no podía poseer determinados bienes si estos no
correspondían a su estrato social. Había diferencias en las cualidades de los
adornos, en la indumentaria, en los utensilios caseros y aún en el corte y la
disposición del cabello, según fuera la fama de la persona o del sector social al
que pertenecía.

Desde mediados del siglo XV Moctezuma Ilhuicamina había dictado leyes en


este sentido, las mismas que más tarde el segundo gobernante de igual nombre
haría aún más rigurosas. Según el resumen del testimonio de Durán:

“Ordenóse entonces que solo el rey y Tlacaelel pudieran traer zapatos


por la ciudad y que ningún grande entrase calzado en palacio, y solo ellos
pudieran traer zapatos por la ciudad y ningún otro so pena de la vida,
excepto los que hubiesen hecho alguna valentía en la guerra, a los
cuales por su valor y señal de valientes les pudiesen permitir traer unas
sandalias de las muy comunes y baladíes. También se determinó que solo
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el rey pudiese traer las mantas galanas de labor y pinturas de algodón e


hilo de diversos colores y plumería; y los grandes señores, las mantas de
tal hechura, y los de menos valía, como hubiesen hecho tal o tal valentía o
hazaña, otras diferentes; los soldados, de otra menor labor y hechura.
Toda la demás gente, so pena de la ida salió determinando que ninguno
usase de algodón ni se pusiese de otras mantas sino de henequén, y
questas mantas no pasasen mas de cuanto cubriesen la rodilla; y si
alguno la trujese que llegase a la garganta del pie, fuese muerto, salvo si
no tuviese alguna señal en las piernas de herida que en la ,guerra le
hubiesen dado; y así, cuando se topaban alguno que traía la manta más
larga, luego le miraban las piernas si tenía alguna señal de herida que en
la guerra le hubiesen dado, y no hallándosela le mataban, y si la tenía le
dejaban y se la permitían para cubrir la herida que por valiente le habían
dado; y decían que pues no huyó el pie a la espada, que era justo con
aquélla la galardonase y fuesen aquellas piernas honradas".

Por lo que respecta a los bienes inmuebles -con excepción de la tierra- se


seguían los mismos lineamientos de posesión y uso que para los muebles. Por
ejemplo, como señala Durán y Alvarado Tezozómoc, no se podía tener casas
con almenados altos, ni con techos puntiagudos, ni con miradores elevados, a
no ser que sus propietarios fue sen de notoria valentía guerrera.
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El calpulli

Para tratar lo relativo a las distintas formas de posesión de la tierra y del destino
de sus frutos son necesarias algunas consideraciones generales respecto al
calpulli que, según veremos, va ligado íntimamente con la propiedad territorial.

El calpulli puede ser considerad, por lo pronto no como algo estático, sino
como una institución de existencia histórica; como un ente el continuo proceso
de cambio a través del tiempo y del espacio; y ello no únicamente partir de su
contacto con Occidente, sino en el ámbito mismo de origen, dentro del propio
mundo precortesiano. De tal manera se observará que los calpulli nombrados
durante

La migración azteca no pudieron haber tenido, lógicamente, la misma estructura


y función que los que se organizaron en 1325, en Tenochtitlan, ni éstos que los
del mismo lugar, pero a partir de la caída de Azcapotzalco en 1428, y menos
aún que los tiempo del segundo .Motecuhzoma. Después de 1521, si bien es
cierto que el catpulli fue desaparecido paulatinamente allí donde era mayor la
influencia hispana, en otros muchos lugares, los más apartados sobre todo, per-
sistió hasta nuestros días matizado por las nuevas circunstancias.

Así, pues, considerando lo anterior y partiendo de las informaciones del siglo


XVI y de la confrontación de investigaciones modernas podemos considerar los
siguientes rasgos como los más característicos del calpulli al tiempo de
producirse la conquista española:
a) Conjunto de linajes o grupos de familias generalmente patrilineales
(ambilaterales en el caso de los pipiltin, o nobles), y de amigos y aliados; cada
linaje con tierras de cultivo aparte de las que tenían carácter comunal.
ó) Entidad residencial localizada, con reglas establecidas sobre la propiedad
y usufructo de la tierra.
c) Unidad económica que, como persona jurídica tiene derechos sobre la
propiedad del suelo y la obligación de cubrir el total de los tributos.
d) Unidad social, con sus propias ceremonias, fiestas y organización política,
que llevan a la cohesión de sus miembros.
e) Entidad administrativa con dignatarios propios, dedicados principalmente al
registro y distribución de tierras y a la supervisión de obras comunales.
f) Subárea de cultura, en cuanto se refiere a vestidos, adornos, costumbres
actividades, etc.
g) Institución política con representantes del gobierno central y alguna
ingerencia.
h) Unidad militar, con escuadrones, jefes y símbolos propios.
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Resumiendo, puede concluirse que el Calpulli es la unidad social


mesoamericana típicamente autosuficiente en la que se dan todas las
condiciones básicas de la producción de excedentes, entendidas éstas como
trabajo en común rea1izado para el esplendor y dicha de la propia unidad social
integral y de la unidad superior encabezada por el huey tlatoani o supremo
gobernante.

Posesión de la tierra

El territorio mexica, o mexicatlalli, tuvo su .origen en las antiguas posesiones


tepanecas. En él se advierten estas divisiones modos de posesión y uso de la
tierra:
I. Tierras de propiedad comunal, Calpullalli era el nombre de las tierras
poseídas comunalmente por los integrantes de cada calpulli. En ellas, aparte de
las cu1tivadas en forma comunal para el pagó de tributos, estaban las
entregadas en usufructo a cada uno de los miembros del calpulli. La condición
para disfrutar de este, derecho era precisamente pertenecer al calpulli; siendo
así, un individuo y su familia podían tenerla de por vida, con las restricciones
de no poder enajenada ni dejar de labrarla durante un período máximo de tres
años, ya que de lo contrario la perdían. Y lo mismo acontecía si la persona se
iba a vivir a otro calpulli.

Si un calpulli contaba con tierras vacantes como las de los agricultores


renuentes o de los emigrados a otro las podía ofrecer en arrendamiento a otra
persona, con la condición de que sus frutos se dedicaran a cubrir las
necesidades de aquél.

II. Tierras administradas por el Estado. Son propiamente las altepetlalli, o al-
tepemilli, es decir, las tierras o sementeras de la ciudad. De ellas se distinguen
las siguientes modalidades:
a) Teopantlalli, o tierras de los templos. Eran destinadas a sufragar los gastos
de manutención del cuerpo sacerdotal, los de reparaci6n y conservación de los
'templos y los de las celebraciones religiosas. Según parece, estas tierras eran
de magnífica calidad y de sorprendente extensi6n.
b) Tlatocatlalli o tlatocamilli, es decir, tierras o sementeras del señorío;
llamadas también Itónal in tlácatl, o tierras del destino del señor. Eran
arrendadas para sufragar los gastos de palacio, que incluían, entre otros, el dar
de comer a los huéspedes, a los pobres y a los principales. Estaban asignadas
a los tlatoque, o gobernantes, en cuanto tales, de tal manera que a cualque
individuo, aunque fuese el tlatoani, o señor supremo, le estaba vedado,
disponer de ellas a no ser que pagase el arriendo correspondiente.
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c) Teépantlalli. Sus frutos eran aprovechados para el sostenimiento de los


servidores de palacio, los tecpanpouhque o tecpantlaca. Al igual que las
tlatocatlalli, los derechos a estas tierras pasaban a los sucesores del cargo,
pero siendo éste también hereditario, aparentaban ser propiedad de los
cortesanos. Sin embargo, no había tal, puesto que no podían cederlas a su
arbitrio ni tampoco se excluía la posibilidad de perder sus derechos.
d) Tierra de los jueces o tecuhtlatoque. Eran las señaladas, por el tlatoani
como pago a los servicios de estos dignatarios. La asignación se hacía con
respecto al cargo, y su labor con base en el arrendamiento.
e) Milchimalli y cacalomilli. Eran las tierras señaladas para cubrir el
avituallamiento durante las guerras. La única diferencia entre ambas,
consistía, al decir de Torquemada, en que con los frutos de la primera se hacía
bizcocho (tlaxcaltotopochtli o tortillas de maíz tostadas), y con los de la
segunda, grano tostado con el que se preparaban ciertos atoles.
f) Yaotlalli, o tierras del enemigo. Eran las ganadas por guerra y por lo tanto
el botin, para México y sus aliados. Después de efectuarse su delimitación,
pasaban a tomar las .formas de posesión y aprovechamiento ya descritas.

III. La forma .de posesión de la tierra en torno a la, que más se ha


controvertido es la tradicionalmente considerada como de propiedad privada.
Las tierras sobre 1ª que se ha aplicado esta categoría son las siguientes:
a)Pillalli, tierra de los pipiltin o nobles. El tipo de posesión para estas tierras
parece haber tenido dos modalidades: 1) Era propio de los miembros de la
antigua nobleza transmitir a su descendencia los derechos a estas tierras. 2) A
los individuos no nobles por valor y hazañas en la guerra, el tlatoani podía
encumbrarlos y al mismo tiempo otorgarles tierra de donde se sustentasen. En
ambos casos se advierte que la tenencia se fundaba en el alto-status de las
personas, ya fuese antiguo y recién adquirido. Para la primera modalidad existe
el siguiente término preciso.
b) Tecpillalli, tierra de los tecpiltin o individuos de ilustre cepa. Como se dijo
los derechos a estas tierras los poseían los pipiltin merced a una muy lejana
ascendencia. Alva Ixtli1xóchitl explica que las tecpillallii "eran casi como las que
se decían pillallallii, eran de unos caballeros que sé decían los señores
antiguos”. Clavijero anota a vez que "eran posesiones antiguas de la nobleza
que habían heredado los hijos de sus padres.
Ambos poseedores los nobles y los encumbrados por hazañas-, podían
enajenar las tierras a su arbitrio salvo el único impedimento de hacerlo a los
macehualtin es decir, a la gente común del pueblo. Por lo tanto el carácter
individual de la propiedad, resultaba en cierta manera restringido. En caso dé
contravenir la norma dicha de enajenación, las tierras tornaba a su legitimo
propietario, el, Estado, a través de su máximo representante, el huey tlatoani
para que éste las adjudicara en el momento oportuno a quién fuera necesario.
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Con lo dicho podría concluirse la afirmación de la inexistencia de la propiedad


privada, territorial entre los antiguos mexicanos, ya que vimos que la propiedad
recaía únicamente en dos entidades: el calpulli y el Estado. En las tierras del
primero, sus integrantes las trabajaban para su provecho para las finalidades de
su propia comunidad, en tanto que en las del segundo, el. Tlatoani,como
cabeza del Estado y siguiendo las normas vigentes adjudicaba sus derechos a
los templos, al palacio, al ejército, y a si mismo.

Se puede afirmar que una forma de la tenencia de la tierra en México antiguo


tendía claramente hacia la propiedad privada según hoy se entiende (pero de
hecho no era tal).

Trabajo agrícola

Las tierras antes reseñadas eran labradas fundamentalmente por los siguientes
cuatro tipos de trabajadores, diferenciados por su origen, su relación con la
tierra y el destino del usufructo de su labor.

a) Calpuleque. Eran los mecehuales que trabajaban en los calpullalli, para su


propio provecho y para el pago de los tributos. Lasd tierras dedicadas a este
último fin se labraban mediante jornadas rotativas.
b) Teccaleque Eran los labradores de las tecpantlalli dentro de su propio
calpulli, es decir macehuales de posición similar a los calpuleque. Unos y otros
trabajaban para sí y para cubrir los tributos de tal manera que la única
diferencia entre ambos parece haber estado solo en el destino de los frutos del
suelo que cultivaban en comunidad. En tanto que los calpuleque tributaban al
huey tlatoani, o señor supremo, los teccaleque lo hacían sólo al noble al cual
estaba adjudicado el derecho de la tierra.
c) Renteros Labraban tierras ajenas y podían tener o no parcelas asignadas a
sus personas. Era gente que no teniendo o no queriendo tierras en su propio
calpulli, rentaba por un tiempo determinado las de nobles o de alguna
comunidad. Las tlatocatlalli, según se dijo, eran trabajadas por estos
campesinos, y también se anotó que los miembros de un calpulli podían
arrendar las tierras de otro, siempre y cuando la renta se aplicara en beneficio
del primero.
d) Mayeque. Eran gentes de origen étnico distinto que el de los usufructuarios
de su trabajo. Labraban para los pipiltin, o nobles, las mismas tierras que con
anterioridad había poseído comunalmente, pero que habían perdido por la
conquista. Los mayeque de México aparecen con la toma de Azcapotzalco.

Los mayeque" eran también renteros en las tierras que labraban; pero a
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diferencia de los propiamente llamados así, que lo eran sólo por un


determinado tiempo, ellos estaban ligados de por vida a esta forma de bajo;
además, juntamente con los derechos a la tierra, quedaban incluidos en las
sucesiones hereditarias de los poseedores. La renta que pagaban, aparte del
servicio de leña, y agua para la casa del pilli o noble, consistía en una porción
del producto recolectado o bien del cultivo de determinada superficie.

Como los teccaleque tampoco estos tributaban al tlatoani ni trabajaban en las


sementeras comunales, y únicamente en tiempos de guerra acudían al servicio
del señor supremo, quién, además, tenía sobre ellos jurisdicción civil y penal.

Intercambio comercial

De manera general
puede afirmarse que
las formas de
intercambio
comercial entre los
antiguos mexicanos
estuvieron
condicionados por la
necesidad recíproca
de satisfactores y
realizadas por los
mismos productores.
En la población en
general la finalidad
del intercambio se reducía sólo a nivelar la subsistencia familiar. De este modo,
el pequeño productor quedaba convertido al mismo tiempo en pequeño
vendedor y consumidor de artículos de primera necesidad.

Sin embargo para los sectores altos de la sociedad la cuestión resultaba distin-
ta. Para los tlatoque (gobernantes) y pipiltin (nobles) de México, el origen y
existencia de esta acumulación se localizaba, por una parte, en las
recaudaciones con que afectaban a sus propios súbditos, y por otra, secundaria
y decisiva, en los artículos tributados por los pueblos sometido. Por esta última
vía se obtenían diversos tipos de cereales (utilizados para el sostenimiento del
ejército, de las fiestas, de los convites y del pueblo en épocas de sequía); pero
también se abastecían de objetos más bien suntuarios, manufacturados,
semielaborados o en su estado natural, los cuales si bien es cierto que
sirvieron como obsequios para guerreros y artífices distinguidos, embajadores y
dignatarios de otros pueblos y aun para los mismos comerciantes, una buena
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porción de ellos quedaba atesorada por la nobleza e incluso otra parte


retornaba a los señores de los lugares tributarios.

En suma, las exigencias por las cosas suntuarias de parte de esta minoría
encumbrada de la sociedad y el impulso dado ulteriormente a la expansión, mili-
tarista, provocaron tanto el origen como la consolidación de la renombrada
institución prehispánica del comercio, la pochtecáyotl, cuyas rutas alcanzaron a
cubrir, a la llegada de los españoles, desde las costas del Pacifico hasta las del
Golfo de México, y desde el altiplano central hasta distintos puntos del sureste
mesoamericano.

Pero no fue precisamente


Tenochtitlan la cuna de esta
poderosa institución. Desde los
albores del siglo XV (o poco antes
quizás), había ya aparecido en
Tlatelolco, la ciudad hermana en el
vecino islote, un primer grupo de
comerciantes nombrados con el
antiguo título de pochtecas.
Ocurrió esto durante el gobierno
de Cuacuauhpitzáhuac. (1375?--
1418). Empero, algunos años más
tarde los tenochcas tendrían la
oportunidad de contemplar no sólo
el surgimiento de siete organizaciones similares propias, sino aun el control
universal de las transacciones mercantiles; primero, a través de su victoria
sobre Azcapotzalco en la tercera década, y luego, como remate de su
campaña, por el sojuzgamiento de los tlatelolcas en 1473.

Los comerciantes tenían ritos y ceremonias exclusivos de ellos; poseían sus


propios tribunales; organizaban los diversos sistemas de intercambio comercial;
desempeñaban con frecuencia las funciones de embajadores, emisarios y
espías. Tanto por su riqueza como por las múltiples funciones que
desempeñaban, ejercían, muchas veces más influencia en la vida publica que
los mismos nobles o pipilti.. Los pochtecas, entre otras cosas, habían obtenido
la exención de tributos personales, así como la posesión, de tierras en forma
individual, cosa que los colocaba en algunos aspectos casi a la par con los
miembros de la nobleza".

La actividad de los pochtecas estrechamente vinculada a la de artesanos. Un


ejemplo característico lo constituye su convivencia con los amantecas o
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artífices de la pluma. Ambos grupos residían en localidades inmediatas y


participaban de algunos rasgos culturales semejantes. De este modo, en tanto
que unos, como auténticos intermediarios proporcionaban la materia prima, los
otros la elaboraban para que de nueva cuenta los pochtecas la trataran.

Conforme se iba desarrollando, la pochtecáyotl llevaba consigo la


desvinculación de la tierra de buen número de campesinos hábiles en oficios
artesanales diversos, y provocaba también la formación de grandes mercados,
los célebres tianquiztli, especializados en manufacturas y objetos determinados.
De estas plazas, o "tianguis" como hoy se les llama, sobresalían la de México
Tlatelolco, cuya viva imagen dejaron impresa los sorprendidos conquistadores:
para Cortés, la plaza era como dos veces mayor que la de Salamanca; "para el
Conquistador anónimo, "tan grande como tres veces" aquélla; y para Bernal
Díaz: "desde que llegamos a la gran plaza, que se dice el Tatelulco, como no
habíamos visto tal cosa, quedamos admirados de la multitud de gente y
mercaderías que en ella había y del gran concierto y regimiento que en todo
tenían. Y los principales que iban con nosotros nos lo iban mostrando; cada
género de mercaderías estaban por sí, y teñían situados y señalados sus
asientos"... y para acabar de "decir todas las cosas que allí se vendían, porque
eran tantas de diversas calidades, que para que lo acabáramos de ver e
inquirir, que como la gran plaza estaba llena de tanta gente y toda cercada de
portales, en dos días no se viera todo". (Cap. XCII.)

Aparte de los mercados de México, había en otras muchas ciudades plazas de


importancia, tanto por su grandeza cuanto por su especialización, como
Tlaxcalla, Cholullan, Tetzcoco, Acolman. Sin embargo, eran dos los sitios de
mercado de mayor significación para los tratos que efectuaban los pochtecas.
Uno, Xicalango junto a la Laguna de Términos, en el Golfo de México, en donde
se adquirían productos s provenientes de Yucatán, Honduras y las islas del
Caribe. El otro estaba en la costa del Pacífico, en la región del Soconusco de
donde se extraía el cacao, las plumas de quetzal, el jade y los metales
preciosos.

Los que entraban a Xicalanco llevaban mercancía de Ahuítzotl para comerciar


con ella lo que ya se dijo: mantas para los nobles, bragueros para los señores,
faldas finas..., cintos de oro para la frente, collares elaborados... Para la gente
del pueblo, lo que necesitaban era: orejeras de obsidiana, orejeras de metal
barato, rasuraderas de obsidiana, punzones y agujas, grana, alumbre, piel de
conejo, drogas y medicinas...". Al retornar a México, los pochtecas presentaban
los objetos logrados al señor supremo
17

En suma, con bastante certidumbre puede decirse que hacia los albores de la
conquista los pochtecas o comerciantes, cuyas actividades habían llegado a ser
indispensables para la expansión económica y militarista de los tenochcas,
ocupaban un lugar preeminente en la sociedad y se perfilaban ya como una
clase no fundamental, como un poderoso sector social emergente del sistema
de producción tenochca.

EL PANTEÓN MEXICA

Por Dúrdica Ségota3

La palabra “panteón”,
en su acepción original
griega, significa “todo
dios”, y en lengua
latina, se refiere al
templo romano
dedicado a todos los
dioses; en los estudios
acerca de las culturas
prehispánicas, dicha
palabra se utiliza para
designar a los
conjuntos integrados
por numerosas
deidades
pertenecientes a
diversas culturas
mesoamericanas.

A pesar de los equívocos que se presentan en las obras de de los primeros


misioneros como Sahagún, fray Diego Durán, Motolinía y Mendieta, han sido la
base misma para conocer el panteón de los mexicas y son el punto de partida
en el estudio de las imágenes de cualquiera de sus deidades.

3
Historiadora del Arte. Investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas y profesora del
posgrado en Historia del Arte y en el Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.
18

Espacio y tiempo míticos

Mientras con la letra latina y en lengua náhuatl o castellana se guardaba la


memoria de los dioses, así como de los cultos y rituales dedicados a cada uno,
sus representaciones —en escultura de bulto, relieves, pinturas murales y
códices o en cerámica— fueron enterradas, destruidas o, en ocasiones,
reutilizadas como materiales para las nuevas construcciones de los nuevos
amos. Afortunadamente, estos símbolos e imágenes han ido emergiendo poco
a poco del olvido y del subsuelo de la ciudad de México o de las regiones
cercanas.

En principio, se presentará aquí —aunque sea parcialmente— toda la


complejidad del panteón mexica desde su punto más remoto en el espacio y el
tiempo míticos: el treceavo cielo, áltimo de los niveles celestes, que albergaba a
la pareja creadora, Ometecuhtli, “Señor Dos” en náhuati, y su mujer,
Omecíhuatl, “Señora Dos” (en otras fuentes los encontraremos con los nombres
de Tonacatecuhtli y Tonacacíhuati). Esta pareja es una expresión del principio
dual, que rige tanto a la religión como a la taxonomía de la naturaleza y, desde
luego, al orden social mismo.

Dioses distantes, prácticamente inaccesibles, al parecer no tenían culto ni


templo propios entre los mexicas, pero su existencia era sumamente
importante, pues procrearon cuatro hijos: Tezcatlipoca rojo, Tezcatlipoca negro,
Quetzalcóatl y, con respecto al cuarto hijo, la información varía: algunas veces
es Huitzilopochtli, otras Tláloc u otra deidad. Estos hermanos estuvieron en
pugna constante, y de tales luchas resultaban victorias o derrotas que fueron
creando y destruyendo los mundos-soles, los cuatro espacios-tiempos
consecutivos; también originaron la Quinta Edad, correspondiente a la Tierra y
al tiempo de los hombres mexicas. Los cuatro dioses creadores se hallaban en
plena vigencia durante los siglos XIV, XV Y XVI, ocupando un lugar muy
importante en el panteón.

A Tezcatlipoca, “el Espejo Humeante”, cuyos aspectos múltiples se significaban


por una diferenciación cromática —el negro y el rojo—, se le asociaba con los
poderes nocturnos, con lo maléfico, con la incitación belicosa; era considerado
como “sembrador de discordias”. A veces es fácilmente reconocible por tener,
en lugar de un pie, un espejo circular que humea.

De igual manera, Quetzalcóatl era muy importante, al menos en dos aspectos:


uno, como la “Serpiente Emplumada” (su nombre así lo significa),
correspondiente en el plano cósmico al planeta Venus; creador y benefactor del
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hombre, era considerado a la vez como hombre y como héroe cultural. El otro,
como Ehécatl —la deidad del viento era una de sus advocaciones más
conocidas. Mientras que la representación de Quetzalcóatl era la de un rostro
humano que se asoma entre las fauces de una serpiente emplumada, la de
Ehécatl consistía en una figura de hombre, a menudo de cuerpo entero, que
porta una máscara bucal de ave de tamaño considerable.

Mito e historia: los tiempos de la creación

Ambos dioses, Tezcatlipoca y Quetzalcóatl, son


a la vez personajes de narraciones míticas e
históricas. El más conocido de sus combates
terrenales se ubica en la ciudad tolteca llamada
Tula Xicocotitlan (estado de Hidalgo), hacia
finales del siglo XII. En aquella ocasión, la
victoria fue de Tezcatlipoca; Quetzalcóatl tuvo
que abandonar la ciudad y se dirigió a las
tierras del oriente, al parecer hacia la costa del
Golfo y luego a Yucatán.

Una de las primeras esculturas


monumentales que “emergió” del olvido y
del subsuelo del Zócalo capitalino (a finales
del siglo XVIII) fue la imagen de la diosa de
la tierra, Coatlicue, deidad relacionada con
el “monstruo terrestre”, Tlaltecuhtli, el dios
de la tierra, así como con losdioses de la
muerte: Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl,
cuya morada estaba en el noveno y último
nivel del inframundo.
20

Coatlicue ocupaba un sitio de importancia en


el panteón: era la madre de Centzon
Huitznahua —la estelada Vía Láctea, también
identificada con Mixcóatl, la “Serpiente de
Nubes”—, de Coyolxauhqui, “La de los
cascabeles en la cara”, hermana mayor de
Huitzilopochtli y por ello una de las diosas
más importantes de la mitología mexica.
Según las tradiciones. Coyolxauhqui al
enterarse del embarazo de su madre
Coatlicue, trató de matarla ayudada por sus
hermanos, los cuatrocientos huitznahua.
Huitzilopochtli sale del vientre de Coatlicue y
le da muerte a Coyolxauhqui
desmembrándola.

Coyolxauhqui, mujer guerrera y deidad de la


Luna, y de Huitzilopochtli, joven dios guerrero
asociado al astro solar, además de patrono y
protector del pueblo mexica. Huitzilopochtli
nació armado y al instante inició la defensa de
la madre-tierra contra los poderes oscuros y nocturnos de sus hermanos, las
estrellas y la Luna. Éste fue su primer combate, aquí en la Tierra se erigió como
protector del pueblo mexica y su guía durante la larga peregrinación, desde
algún lugar en el norte de México hasta el islote ubicado en los lagos del
Altiplano Central. Por sus características y funciones, Huitzilopochtli estaba
cercano a las deidades del ol (Tonatiuh) y de la guerra misma, como Yaotl, una
de las advocaciones del poderoso y temible Tezcatlipoca.

El pueblo mexica, a su vez, hacía grandes


merecimientos consagrados a él: le
dedicaba rituales, le ofrecía sangre humana
y animal, cánticos y ricas ofrendas de
escultura en piedra, cerámica, conchas y
caracoles, semillas y textiles, cráneos de
hombres sacrificados, animales de regiones
lejanas conquistadas por los ejércitos
mexicas. Se ha podido conocer la
copiosidad de estas ofrendas gracias a los
trabajos recientes en el Templo Mayor de
México-Tenochtitlan, pero una de las cosas
que más ha llamado la atención es la
21

ausencia de la imagen de Huitzilopochtli, incluso en el contexto de este gran


templo dedicado a él. Lo conocemos hasta ahora tan sólo por las descripciones
de las fuentes coloniales y en una que otra representación —de lamentable
pobreza— de insignias y atributos, como guerrero por excelencia, armado y
portando un yelmo de colibrí.

En este sentido, el caso de Tláloc es muy diferente; su imagen abunda en todas


las regiones del centro de México, y aun fuera de él, conforme se dio la
expansión de la cultura nahua en el espacio y en el tiempo. Se trata de un dios
muy antiguo, que ya existía al menos desde el inicio de nuestra era y de la
cultura teotihuacana. En este aspecto, se asemeja a Huehuetéotl (“el Dios
Viejo”) y a Xiutecuhtli, el dios del fuego, ambos sumamente importantes en el
panteón de México-Tenochtitlan. Tláloc era un dios con funciones múltiples y
poderes tanto benéficos como maléficos. Su manifestación más conocida fue
desde luego como deidad de la lluvia, relacionada con la fertilidad de los
campos, es decir, con la agricultura.

El templo dedicado a Tláloc compartía su lugar, sobre un basamento piramidal


con doble escalinata, precisamente con el de Huitzilopochtli. Y, a diferencia del
dios guerrero, en las ofrendas provenientes de este templo abundan las
imágenes de Tláloc; la iconografía de su máscara, que oculta por entero un
rostro invisible y enigmático, es incluso hoy día una figura muy conocida: los
grandes círculos que rodean los huecos de los ojos; la nariz en forma de torzal
y cuyos extremos terminan en la curvatura de las cejas (semejando una
serpiente bicéfala); el gran hueco de la boca está bordeado también por una
serpiente bicéfala; de la boca de Tláloc asoman a veces dos largos colmillos,
otras, unas franjas que han sido interpretadas como la gran cueva con sus
corrientes de agua.

Deidades menores

El pensamiento religioso mexica estructuró un gran panteón —y si bien no se


trata de 78 dioses, número de templos y sitios sagrados que menciona
Sahagún al describir el espacio del Templo Mayor, su cifra efectivamente era
muy elevada.

Xipe Totec, “Nuestro Señor Desollado”, representaba la renovación de la


naturaleza y la primavera. Una de sus características —y de sus sacerdotes,
por tanto— era la de vestirse con la piel del hombre sacrificado y desollado.
Este hecho pasó a formar parte —fuera del contexto mesoamericano— de una
de tantas narraciones acerca del horror que causaban a los europeos ciertas
22

prácticas, las cuales eran comunes en las culturas de los pueblos


prehispánicos.

El maíz, sustento principal de las culturas del México Antiguo, estaba


representado en el panteón por varias deidades: Cintéotl, Xilonen (la mazorca
joven),Tlamatecuh- tli (la mazorca ya madura), Chicomecóatl (“la diosa de las
siete mazorcas”). Cada una de ellas tenía sus propios templos, cultos y rituales
regidos, desde luego, por el calendario agrícola y los tiempos de maduración
del fruto precioso.

El pulque, bebida embriagante y de uso restringido según las ocasiones y


edades de las personas, tenía por diosa a Mayahuel, a quien ayudaban en sus
quehaceres los Centzon Totochtin, los “innumerables conejos”, deidades
menores del lechoso líquido del maguey.

No sólo las actividades bélicas, políticas o agrícolas gozaban de protección


divina. Los demás oficios y actividades también tuvieron sus patronos, quienes
en la mayoría de las ocasiones fungían como inventores de las técnicas y
artífices de los conocimientos requeridos para cada especialidad. Con esto, el
panteón comenzó a crecer sensiblemente. Los dioses-patronos de diversos
oficios eran “partícipes” en los trabajos, pero el peso de las faenas se aliviaba
también con la creencia en el carácter animista de los materiales (madera o
piedras, por ejemplo); de igual manera, se conjuntaban distintas labores, pues
la ejecución de las obras representaba empresas colectivas, en las que
participaban grupos y aun barrios enteros.

La danza y la música tenían como protectoras a diversas deidades; las más


conocidas son Xochipilli y Xochiquetzal. La mujer que ejercía el oficio de
tejedora estaba protegida por Tlazoltéotl, diosa considerada como “comedora
de las inmundicias y de los pecados”; sin embargo, debe decirse que se trata
de una diosa cuyas funciones y advocaciones son un tema que aún espera un
buen estudio. La misma diosa también velaba por el bienestar de la mujer a la
hora de dar a luz; en caso de fallecer en el primer parto, las mujeres se
convertían en deidades conocidas bajo el nombre de Cihuateteo; eran
compañeras del Sol en su tránsito desde el cenit hasta el ocaso.

Y podríamos continuar con una lista de dioses y diosas que es todavía bastante
más larga. ¿La complejidad de la estructura religiosa politeísta mexica revela la
complejidad de sus relaciones sociales? Una cosa es segura: avanzamos en el
conocimiento del panteón conforme ampliamos y profundizamos nuestro saber
acerca de la sociedad mexica y su historia.

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