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incluso antes de que haya obtenido una sentencia que lo declare. Si existe la
apariencia de que la deuda está devengada y pendiente –y existe el peligro de
que el deudor disponga de sus bienes en una forma capaz de frustrarla antes
de la emisión de la sentencia–, el tribunal tiene competencia, dados los
supuestos apropiados, para conceder una medida provisional para prevenir esa
disposición de bienes”.
Atención: Es por esta decisión que la institución que vamos a estudiar, y que ha
adquirido una importancia grandísima en el Derecho inglés, se llama(ba) Mareva
injunction (las nuevas ordenanzas procesales la llaman freezing order: orden de
inmovilización).
Pero ¿hay algo especial o inusual en ella? Parece el típico embargo preventivo, o en
general, la típica medida cautelar sin más, con su fumus boni iuris y su periculum in
mora. Advirtamos que el Juez, si hubiera sido por él, también esta vez hubiera
rechazado la solicitud. Y la Corte admite que quizá ése hubiera sido el resultado de la
“práctica anterior”.
Preguntas: ¿Qué es una injunction (si no, como parece, una medida cautelar)?
¿Y qué es eso de “derecho legal” o “según equidad” (at law/in equity)? ¿Cuál
era esa “práctica anterior”, según la cual se hubiera tenido que negar la medida?
3. Remedies e injunctions.
Si vamos a un diccionario jurídico de términos de common law, veremos con sorpresa
que injunction quiere decir
“una orden mediante la cual el juez impone una obligación de hacer o de
abstenerse de un acto determinado, y cuya violación constituye contempt of
court, es decir, un delito”1.
El concepto parece de una extremada vaguedad: comprende tanto lo que aquí
llamaríamos sentencias de condena (perpetual o final injunctions) como decisiones
con carácter provisional, de efecto y función equivalentes a nuestras medidas
cautelares (interlocutory o preliminary injunctions). ¿Por qué el Derecho inglés reúne
en una sola categoría decisiones judiciales de funciones tan disímiles? Su único punto
común pareciera provenir de su contenido y de su sanción: “una orden de hacer o
abstenerse” (¿no son eso, por otro lado, todas las decisiones judiciales?), cuya
infracción constituye delito.
Tras la primera impresión de semejanza de fondo, estas perplejidades nos recuerdan
de pronto por qué el Common law se considera un sistema jurídico completamente
aparte del nuestro. Para intentar entender su lógica, conviene reparar en la idea de
“remedio” (remedy), y hacer, al típico estilo del common law, un poco de historia.
Remedy es un término muy general: todo medio de tutela de un derecho es un
remedy, ya sea judicial (judicial remedies) o extrajudicial (non-judicial remedies). Por lo
tanto, son remedies el resarcimiento de daños y la ejecución de una obligación en
forma específica, pero también las formas de autotutela de los derechos, como la
retención, la legítima defensa, etc. Obviamente, las injunctions son judicial remedies.
Pero no forman una categoría propia por su carácter judicial, sino por su condición de
equitable remedies: todas las injunctions son remedies in equity (literalmente,
“remedios concedidos por equidad”). Lo que requiere explicar la diferencia entre ellos y
los remedies at law, es decir, explicar la distinción entre (common) law y equity (otra
de nuestras preguntas originales).
1
FRANCHIS, Francesco DE; Dizionario giuridico/Law Dictionary, Giuffrè, Milán, 1984, Tomo 1,
voz injunction. Vid. también GASCÓN, Medidas cautelares..., cit. en bibl., p. 133.
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Por otro lado, como también pasa (y antes pasaba más) entre nosotros con la “acción”,
el término remedy indica también el propio derecho sustancial, de modo que la frase
no remedy is available (“no hay remedy disponible”) significa sin más la inexistencia
del derecho (“no hay derecho sin acción”, podríamos decir nosotros).
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conoce originalmente por equity. Ahora bien, como “sistema” consolidado, la equity en
sentido técnico no implica de suyo ninguna referencia a la justicia sustancial, por
encima o más allá de las reglas, ya asentadas, que la rigen.
Actualmente los distintos tribunales han sino unificados en una sola organización
judicial por cada territorio de common law, de modo que no hay apenas tribunales
especiales de equity (la única excepción, que yo sepa, es el Estado norteamericano de
Delaware, donde subsiste y tiene gran vitalidad, una Court of Chancery con
competencia sobre todos los asuntos de equity), sino que todos los tribunales civiles
administran tanto el common law como la equity. Ello ha dado lugar a la aproximación
de las reglas y procedimientos. No obstante, las diferencias que subsisten hacen que,
según algunos, la distinción entre common law y equity, aunque completamente
diversa, sea para los anglosajones ideológica y sistemáticamente tan importante
como, entre nosotros, la distinción entre Derecho “privado” y Derecho “público”. De
hecho, si un remedy pasa a ser regulado por la legislación (statute), no por eso pierde
su carácter original, sea legal, sea equitable.
La distinción entre legal y equitable remedies sigue, pues, siendo notable, sobre todo,
en dos puntos básicos:
1) los remedies at common law se exigen como derecho estricto, de modo que los
tribunales no tienen ninguna discrecionalidad para concederlos o no, mientras que
los remedies in equity siempre han sido descrecionales, debiendo considerar el
tribunal si la justicia será mejor servida concediendo el equitable remedy o
remitiendo al demandante a sus derechos legales; y
2) no existe en common law ningún principio que exija que el ejercicio de los
derechos se haga conforme a la buena fe, o en forma que evite un resultado poco
razonable, mientras que el que acude a la equity, según un viejo principio, ha de
venir “con las manos limpias”.
Por ejemplo: un comprador puede rechazar at law una mercancía con una clara,
aunque intrascendente, diversidad de las especificaciones contractuales, sólo porque
has encontrado entre tanto quien se la venda más barata.
En materia de incumplimiento de contrato, en concreto, los únicos remedies que se
pueden pedir at law son tres: cobranza coactiva de la deuda, indemnización de daños
y perjuicios y restitución de una cosa (y aun entonces, si no se trata de un predio, el
deudor puede optar por indemnizar al acreedor, en lugar de restituir). Desde el punto
de vista de la ejecución, los remedies son sólo dos:
1) poner al demandante en posesión del bien, y
2) capturar suficientes bienes del demandado para obtener el dinero reconocido por
el tribunal (sea como deuda o como indemnización).
Los tribunales de equity, en cambio, empezaron a obligar al demandado a ejecutar sus
compromisos en la forma específica prevista en el contrato (specific performance), o le
ordenaban hacer o no hacer ciertos actos para prevenir perjuicios al demandante, o
instituían administradores judiciales para los bienes litigiosos, u ordenaban la emisión
de los documentos necesarios para transmitir la propiedad, entre otras. Todos estos
remedies hubieran sido impensables at law.
Los equitable remedies pueden ser, por su contenido, pronunciamientos de cuatro
tipos: to give, to do, not to do y to undo, es decir: de entregar cierta cosa, de realizar
una acción distinta de una entrega, de abstenerse de una conducta determinada, y de
destruir, anular o deshacer de otro modo lo que ha sido hecho. Desde el punto de vista
de su ejecución forman dos grupos:
1) las que, si es necesario, puede ejecutar alguien distinto del demandado; y
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2) las que sólo pueden ser realizadas por él.
En el primer grupo caen todas las órdenes de dar y de deshacer, así como algunas de
hacer; en el segundo, las de abstenerse y parte de las de hacer, que no admiten una
coerción directa. Sólo presionando al obligado se puede conseguir que obedezca, lo
que se logra amenazándolo con castigos penales por contempt of court. Las órdenes
de este segundo grupo son precisamente las que se denominan injunctions. Por eso
ellas constituyen una categoría propia de resoluciones judiciales en los países de
common law. Y por eso el término injunction resulta en sí mismo intraducible.
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Pero lo cierto es que, hasta 1975, estas formas de tutela cautelar se consideraban
más bien como “excepciones”, y la regla general, negativa. La mera verosimilitud de
una sentencia favorable al demandante no parecía motivo suficiente para impedir al
demandado usar de sus propios bienes, especialmente cuando no existía una
previsión legislativa específica para ello.
El caso paradigmático era Lister & Co. v Stubbs [1890] All ER 797 (C.A.). La
demandante era una sociedad industrial que empleaba al demandado como jefe de
taller y encargado de compras. Al parecer, había defraudado a su empleadora más de
£ 5 500, suma que se reclamaba en la demanda. El demandado los había recibido de
una proveedora como soborno, por hacerle pedidos en nombre de la demandante. La
demandante pedía también que se prohibiese cautelarmente al demandado vender un
predio que había adquirido, aparentemente con el producto del fraude. Este pedido fue
rechazado por la Corte de Apelaciones, porque al tribunal no halló proporcionado
ordenar al demandado constituir garantías sobre sus propios bienes, mientras no fuera
condenado por una sentencia, aunque tal resultado final fuese verosímil.
En gran medida, lo que la Corte rechazaba era la posibilidad de conceder, mediante
una injunction (acción personal), una security o garantía que le diera precedencia
sobre los demás acreedores del demandado (de efecto real), sin respaldo legislativo:
“si concediésemos al demandante la garantía que pide, estaríamos
introduciendo un principio enteramente nuevo y erróneo, cosa que no
deberíamos hacer incluso aunque fuésemos de la opinión de que, tomando en
consideración las circunstancias del caso, sería justo en extremo emitir esa
orden”.
Eso significa que si se encontraba la manera de que la injunction no comportase ese
efecto “real”, se abriría el camino para superar la regla de Lister & Co. v Stubbs.
Entretanto, este precedente fue un obstáculo que impidió durante poco menos de un
siglo el desarrollo de una tutela cautelar generalizada para las pretensiones
pecuniarias en el Derecho inglés.
Por otra parte, la práctica judicial había establecido que para obtener una medida
provisional cualquiera, en general, el solicitante debía acreditar ciertos requisitos, que
a partir del caso American Cynamid Co. v Ethicon Ltd. [1975] AC 396 (H.L.). quedaron
sistematizados así:
1) La “suficiente seriedad” del asunto que somete a juicio, ya mencionada (a serious
question to be tried).
2) Que el perjuicio que podría derivarse de no concederla no pudiera resarcirse
adecuadamente con una condena a pagar los daños y perjuicios (inadequacy of
damages).
3) Y que el balance of convenience o balance of the risk of doing an injustice
favorezca, en opinión del tribunal, al solicitante, puesto que tanto conceder como
denegar la medida beneficiará a una parte y perjudicará a la otra.
(Compárense con los tradicionales requisitos de nuestras medidas cautelares
continentales: apariencia de buen derecho o fumus boni iuris, periculum in mora y
contracautela).
6
tribunal está facultado (...) para conceder una medida que proteja tal derecho.
(...) [E]se principio es aplicable a un acreedor que tiene un derecho a recibir el
pago de la deuda que le es debida, incluso antes de que haya obtenido una
sentencia que lo declare. Si existe la apariencia de que la deuda está
devengada y pendiente –y existe el peligro de que el deudor disponga de sus
bienes en una forma capaz de frustrarla antes de la emisión de la sentencia–,
el tribunal tiene competencia, dados los supuestos apropiados, para conceder
una medida provisional para prevenir esa disposición de bienes”.
Al parecer, la Corte de Apelaciones (o sea, Lord Denning) abandonaba en toda regla,
con esta decisión, el precedente de Lister & Co. v Stubbs y “reinventaba” para el
Derecho inglés, por la vía de las injunctions de la equity anglosajona, el viejo embargo
preventivo continental: una forma de tutela, a todos los efectos prácticos, de carácter
“real”, aunque el mecanismo utilizado era en principio una acción “personal”. Con la
pequeña “excursión histórica” que precede podemos entender por qué para muchos
juristas anglosajones la Mareva injunction no sólo supuso una “revolución”, sino que
alcanzó ribetes de “escándalo” y hasta de “herejía” jurídica. De hecho, el propio
“inventor” de la medida, Lord Denning, intentó expresamente aproximar la Mareva
injunction al embargo preventivo en la siguiente ocasión que se le presentó. Esta
ocasión fue el caso Rasu Maritima S.A. v Perusahaan Pertambangan Minyak Dan Gas
Bumi Negara (Pertamina) and Government of the Republic of Indonesia, más conocido
como el caso Pertamina.
Rasu Marítima S.A reclamaba fletes impagos por US$ 3 000 000, derivados de un
fletamento por tiempo sujeto al Derecho inglés, en el que Pertamina había actuado por
cuenta del Gobierno indonesio. Éste aducía la nulidad del contrato, pues Pertamina
habría actuado sin la debida representación. El pedido cautelar pretendía inmovilizar
en Inglaterra equipo del Gobierno indonesio, destinado a una planta de fertilizantes
que se construía en Indonesia. Por su parte, el propietario deseaba trasladar el equipo
a Hamburgo, donde formaría parte de un cargamento mayor destinado a su país. El
demandado había comprado el equipo en unos US$ 12 millones, mientras que su valor
de remate no pasaba de US$ 350 000. Esa desproporción de valor fue determinante
para que la Corte rehusase conceder la medida solicitada. En otras palabras, no se
consideró just and convenient conceder la medida, dadas las circunstancias del caso.
Pero en el caso Pertamina se hicieron afirmaciones de mayor alcance sobre la
naturaleza y efectos del nuevo remedy, en parte, como respuesta a algunos
argumentos de los litigantes, y en parte porque Lord Denning lo aprovechó para
recapitular su doctrina, reconciliarla con los precedentes (especialmente con Lister &
Co. v Stubbs) y ofrecer a los futuros usuarios unos criterios que les sirvieran de guía.
Hablando con propiedad, tales afirmaciones eran obiter dicta sin fuerza vinculante,
pero se convirtieron en punto de referencia para decisiones posteriores, que
consolidaron algunas de ellas y rechazaron otras. Así, a partir del caso Pertamina, se
extendió la aplicabilidad de la medida a la inmovilización de todo tipo de bienes, como
ocurría con cualquier otra injunction. Se exceptúan, hasta cierto punto, los créditos
documentarios y negocios asimilados (casi todos “documentados” en algún título
valor), en cuyo caso se prefiere inmovilizar el dinero en destino y no en origen. El caso
Pertamina también modificó, en la práctica, uno de los requisitos exigibles para
conceder una Mareva injunction, respecto de los vigentes para las demás preliminary
injunctions, pero éste es un asunto demasiado técnico para tratarlo aquí con detalle.
Por último, Lord Denning sostuvo en este caso que el demandado debía ser
extranjero, o bien residir en el extranjero o tener en el extranjero su sede de negocios,
para que pudiera concederse al demandante una Mareva injunction. La intención de
este requisito era reconciliar estas medidas con la regla de Lister & Co. v Stubbs. Lord
Denning creyó encontrar la solución aproximando la medida Mareva al foreign
attachment, del cual constituiría una forma moderna. En cierto sentido, parecía un
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camino ideal para excluir de la regla de Lister & Co. v Stubbs los casos en los que un
demandado estaba fuera de la jurisdicción, pero tenía bienes en el país. Hablaban a
favor de esa posibilidad:
1) que tanto los mandamientos Mareva como el antiguo remedy se hubieran dirigido
hasta ese momento contra demandados “afincados en el extranjero” (foreign
based) y ausentes de la jurisdicción;
2) que en ambos casos los demandados tuvieran bienes dentro de la jurisdicción del
tribunal, lo que permitiría afectarlos al aseguramiento de la pretensión (es decir,
permitían al tribunal ejercer una jurisdicción quasi in rem);
3) el carácter comercial, e incluso preferentemente marítimo de las disputas en las
que se concedía; y
4) la existencia de formas de tutela provisional del mismo tipo en el resto de países
de la Comunidad Económica Europea, es decir, el embargo preventivo y las figuras
afines de los ordenamientos de civil law.
Pero esta idea no tardó en ser criticada, primero (por la propia Cámara de los Lores,
en el primer caso que llegó a ella, The Siskina), limitada luego por algunas
excepciones, y finalmente abandonada del todo como una restricción sin fundamento.
Además, resultaba demasiado problemático explicar la naturaleza de esta medida por
referencia a una actio in rem, como el foreign attachment, que implicaba la captura,
física o simbólica, de los bienes del demandado. La teoría no podía sostenerse. En
primer lugar, porque siempre estuvo claro que una injunction opera in personam y se
dirige contra el demandado, no contra sus bienes. No era admisible que Mareva fuera
una excepción. Y en cualquier caso, la sección 45 (1) de la Judicature Act de 1925,
invocada como fundamento de la medida, no concedía al tribunal el poder de crear, o
incluso de resucitar, remedies in rem a través de un procedimiento in personam. Sea
como fuere, en los casos sucesivos no se siguió esta explicación. La explicación que,
salvaguardando la autoridad de Lister & Co. v Stubbs, consiguiese inmovilizar los
bienes del afectado precisamente con la eficacia contra terceros (objetivo práctico
fundamental de la medida) que parecía negar la ratio decidendi de aquel precedente,
aún estaba por llegar. Incluso hay quien sostiene que desde que se admitió la Mareva
injunction contra los demandados afincados en el país, se habría abandonado
finalmente la regla de Lister & Co. v Stubbs. Sea ello cierto o no, y aun a riesgo de
emitir una opinión descontextualizada, me parece que la vieja regla sigue siendo tan
válida como siempre, respecto de la imposibilidad de crear judicialmente (salvo
apoderamiento legislativo expreso) una security (de efecto “real”) sobre los bienes del
demandado a favor del demandante, cuya compatibilidad con la explicación que dio de
las Mareva injunctions Lord Buckley en el caso Cretanor (asumida después por el
propio Lord Denning) es precisamente la principal virtud de ésta.
7. Cretanor Maritime Co. Ltd. v Irish Marine Management Ltd. [1978] 3 All ER
164; [1978] 1 WLR 966.
La superación definitiva de la explicación apuntada en el caso Pertamina, en la medida
en que no sólo implica una crítica (como The Siskina), sino que aporta una solución
creativa y coherente al problema, se produjo en el caso Cretanor, que puso en primer
término los efectos de la medida en relación a terceros.
La injunction en este caso se había concedido a petición de Cretanor en abril de 1976,
respecto de los bienes de propiedad de IMM, para de respaldar una pretensión de
hasta US$ 700 000 decidida y sentenciada a favor de Cretanor en octubre del mismo
año. Como la sentencia no llegó a cumplirse, la injunction permaneció en vigor. Pero
en 1975 IMM había suscrito obligaciones con garantía flotante a favor del Ulster Bank
Ltd., emisión debidamente inscrita en Dublín. La emisión estaba garantizada además
por un tal Mr. Mullion. En setiembre de 1976 el banco le exigió honrar la garantía,
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hecho lo cual, se subrogó en los derechos del banco. Mr. Mullion designó
inmediatamente un representante para actuar por cuenta suya. Éste presentó en
noviembre de 1977 una solicitud para que se levantase la injunction, de modo que los
bienes de IMM en Inglaterra pudieran ser usados para pagar la deuda garantizada.
Aparentemente el único bien de la demandada era un depósito bancario de £ 70 494,
insuficiente para cubrir ninguna de las dos deudas.
Ante esos hechos, la naturaleza de la medida determinaría necesariamente los
derechos de las partes. Un foreign attachment, por ejemplo, afectaría los bienes en
garantía del cumplimiento de una sentencia futura, de modo que el crédito amparado
por dicha sentencia tendría preferencia incluso sobre un crédito anterior. Ya Lord
Denning, en el caso Pertamina, había propuesto una eficacia de este tipo para la
Mareva injunction. Pero Buckley L.J. fue de otra opinión en el presente caso. Según él,
la injunction sólo conseguía un efecto grosso modo similar al attachment, pero
mediante un mecanismo totalmente diferente, como podía observarse en relación con
tres puntos importantes:
1) Un attachment funciona como una incautación de bienes, lo cual requiere
formalismos procesales completamente ajenos a las injunctions.
2) Un attachment debe recaer sobre bienes determinados, mientras una Mareva
injuction sólo exige que los bienes sean determinables. Por ejemplo, puede
dictarse contra “los bienes del demandado que se encuentren en la jurisdicción”.
3) Una injunction es un remedy in personam que impide al demandado disponer
libremente de sus bienes, mientras que un attachment es un remedy in rem
ejecutable directamente contra los bienes mismos.
En consecuencia, el resto de la decisión dependía de la prioridad de los respectivos
créditos. Cretanor (titular de la medida) alegó que el contrato de emisión de valores
permitía a la afectada disponer de sus bienes de cualquier manera hasta la
“cristalización” del gravamen, y que, como la injunction se concedió antes de esa
“cristalización”, el derecho del obligacionista (o el subrogado en su lugar) para
aprovecharse de los bienes quedaba subordinado al derecho de Cretanor para
ejecutar su sentencia con ellos. Buckley L.J. rechazó este argumento porque
consideraba que el derecho del tenedor de los bonos databa de la fecha misma de
emisión, y era por tanto anterior a la injunction, aparte de que el carácter estrictamente
“personal” de la medida excluye que su beneficiario adquiera por intermedio de ella
cualquier tipo de “precedencia” con efecto “real” contra otros créditos legítimos (los
únicos datos relevantes serían en todos los casos la naturaleza y la fecha de los
créditos originales). Por lo tanto, el tenedor de los valores estaba legitimado para pedir
el levantamiento de la medida.
La decisión del caso Cretanor limitaba los derechos que una Mareva injunction crea
sobre los bienes del demandado a favor del demandante, y protege los derechos de
otros acreedores sobre los mismos bienes. Buckley L.J. fue aún más allá, al enfatizar
la importancia de que la resolución por la que se concedía una injunction se redactase
con precisión, aclarando, por ejemplo, si se refería a bienes determinados, o a bienes
indeterminados pero determinables, que podían incrementarse durante la vigencia de
la injunction. Esta necesidad fue recogida posteriormente en los reglamentos ingleses
de práctica procesal.
8. Recepción legislativa
Con el caso Cretanor, la Mareva injunction superó la principal objeción que podía
plantearse a su legitimidad, iniciándose el camino que la ha convertido ya en un medio
de tutela judicial efectivo y plenamente consolidado. Este hecho se refleja en su
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definitiva recepción legislativa, mediante la sección 37 (3) de la Supreme Court Act
1981, no sin que antes de su entrada en vigor algunos casos2 se adelantaran a sus
disposiciones, admitiendo la posibilidad de dictar una Mareva injunction también contra
un demandado afincado en Inglaterra.
La sección 37 de la Supreme Court Act de 1981 dice lo siguiente:
“(1) La High Court puede mediante una orden (ya sea provisional o
definitiva) conceder una injunction o designar un interventor en todos los casos
en que al tribunal parezca justo o conveniente hacerlo así.
(2) Tales órdenes pueden ser emitidas tanto incondicionalmente como en
los términos y condiciones que el tribunal considere justos.
(3) La potestad de la High Court bajo la subsección (1) para conceder
injunctions provisionales impidiendo a una parte en cualquier procedimiento
retirar de la jurisdicción de la High Court, o disponer de ellos en cualquier otra
forma, bienes situados en esa jurisdicción, podrá ser ejercida tanto en los
casos en que esa parte esté domiciliada, resida o esté presente en ella, como
en los casos en que no sea así”.
Puede decirse que esta disposición cierra un primer ciclo en el desarrollo de la Mareva
injunction en el Derecho inglés: el de su génesis y consolidación. Y lo hace poniendo
de relieve que es esencialmente un producto de la moderna interpretación de las
disposiciones legales, y no la resurrección de una antigua institución del merchant law.
Casos posteriores resolveron aún muchos puntos importantes. Algunos fueron
abordados casi inmediatamente. Así, el reforzamiento de la potestad de conceder
Mareva injunctions mediante la posibilidad de investigar los bienes del demandado
presentes en la jurisdicción, incluso ordenándole al propio afectado revelar dicha
información, se produjo casi en paralelo con la reforma legislativa que llevó al
reconocimiento positivo de este medio de tutela judicial. Se siguieron desarrollando las
medidas de protección del demandado (como la exigencia de que el demandante
demostrara tener a good arguable case, el requerimiento de garantizar el reembolso
de costas procesales, o la necesidad de que revele sincera y totalmente los hechos
relevantes de los que tenga noticia) y de los terceros (como la posibilidad de los
demás acreedores de obtener la variación de la medida o su levantamiento, o la
asunción por el solicitante de los costos que la ejecución de la medida impone a
terceros, como los bancos) introducidas en los casos anteriores. Igualmente, las
pretensiones sustantivas en auxilio de las cuales se conceden Mareva injunctions se
han ido ampliando a casos de pretensiones públicas o perseguidas públicamente.
Otros, en cambio, se desarrollaron más lentamente, como el esclarecimiento de que la
medida procedía en Inglaterra aunque la cuestión principal no fuera de la competencia
internacional de los jueces ingleses. Este proceso comenzó con la incorporación al
ordenamiento interno británico del Convenio de Bruselas de 1968, mediante la Civil
Jurisdiction and Judgements Act de 1982, cuya sección 25 aparentemente derogaba la
doctrina del caso Siskina (que limitaba esa posibilidad), al menos para los casos
vinculados a países miembros del Convenio. Pero esta consecuencia fue rechazada
por los tribunales que, interpretando restrictivamente la ley, se mostraron renuentes a
abandonar un precedente considerado importante, si el texto legal no implicaba
inequívocamente su superación. La cuestión fue resuelta finalmente mediante
disposiciones reglamentarias expresas que entraron en vigor el 1 de abril de 1997.
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Cfr. Chartered Bank v Daklouche [1980] WLR 107; Barclay-Johnson v Yuill [1980] 3 All ER
190, 194 (Ch.); Prince Abdul Rahman bin Turki al Sudairy v Abu-Taha and another [1980] 1 All
ER 409, 411; Faith Panton Property Plan Ltd. v Hogetts and another [1981] 2 All ER 877.
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Pero sin duda el desarrollo más espectacular que ha conocido la institución de la
Mareva injunction, y la causa principal de su celebridad mundial, fue el
aprovechamiento hasta las últimas consecuencias de su carácter in personam que
hicieron los tribunales para conceder medidas cautelares con efecto no sólo en su
jurisdicción, sino en todo el mundo3. En relación con las worldwide Mareva injunctions
se desarrollaron precauciones específicas en protección de los deudores y terceros,
en cuanto toda o parte de su actividad estaba también sometida a una jurisdicción
extranjera, que sin embargo no restan un ápice a su extraordinaria utilidad para
conseguir la efectiva realización de los créditos.
9. Conclusión
Paradójicamente, tras esta panorámica de las Mareva injunctions, la conclusión más
clara es que esta institución, que hemos comenzado estudiando desde la perspectiva
del Derecho Mercantil, y más específicamente marítimo, pertenece con toda propiedad
al Derecho Procesal general, y no al marítimo ni al mercantil. Pero su misma
trayectoria demuestra que gracias al Derecho mercantil, y especialmente al marítimo,
el Derecho inglés se dotó finalmente, en la Mareva injunction, de un medio general de
tutela cautelar o provisional de los créditos pecuniarios. La magnitud e intensidad
mayores con que en el ámbito de la empresa, y con mayor razón de la empresa
marítima, se perciben las necesidades económicas, llevaron que fuera especialmente
urgente en ese ámbito poner fin a la inexistencia de una tutela cautelar general de los
derechos de crédito. La solución que arbitraron los tribunales de aquel país, la Mareva
injunction, gracias al carácter precursor en lo jurídico que siempre ha caracterizado a
los empresarios, estuvo muy pronto a disposición de todos.
3
Los casos principales son Babanaft International Co. S.A. v Bassatne and another [1989] 2
WLR, 232; Republic of Haiti and others v Duvalier and others [1989] 2 WLR, 261; Derby & Co.
Ltd. and others v Weldon and others [1989] 2 WLR, 276.
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