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Para los alemanes la cultura suele ser por definición crítica y autocrítica,
pero será que en su mayoría apenas sólo recalen en España para bañarse.
Un programa autocomplaciente y de “autoafirmación acrítica” es lo que
encuentran sorprendidos algunos medios alemanes, una vez que se han
estudiado el programa invitado este año a la mayor Feria del Libro del
mundo, en Fráncfort.
“¿Es el momento de revisar el concepto de invitado especial?” se
pregunta el semanario Spiegel, cuestionando si se debe poner la principal
palestra cultural alemana al servicio, no tanto de “una pequeña región con
una política cultural controvertida”, sino de una “gobernada por uno de los
nacionalismos más rampantes en Europa”. La industria editorial de
Barcelona, de larga y honorable tradición en Fráncfort, logró hace años
lanzar con éxito una candidatura catalana a país invitado de honor, pero
miserias políticas intraducibles fuera fueron torciendo el proyecto.
Una Feria Internacional de este nivel “¿no debería invitar antes a
países o regiones que nos abren horizontes en vez de cerrarse en sí
mismos, que ponen en marcha nuevos impulsos en vez de ofrecer
enmohecidos nacionalismos?” La sorpresa ha ido de mayúscula a
desagradable entre los representantes culturales, según han dicho a este
diario, al comprobar que son dos políticos los que están al frente de una
embajada cultural de este porte. Y esto sin saber muchos de ellos que esos
dos políticos son Josep Bargalló y Carod-Rovira.
Sobre este último, comisario ferial, Florian Borchmeyer, que ha elogiado
en el Frankfurter Allgemeine los libros de Sánchez-Piñol y ha preparado un
reportaje televisado sobre la cultura catalana, parece primero atónito y
luego molesto por lo encontrado en una Barcelona a la que acudía
maravillado. En el especial que emite este viernes la ZDF, Carod le explica
al parecer que los alemanes no habrían entendido bien el problema de los
autores en catalán y en castellano: “Es como si Alemania fuera país invitado
y Vds tuvieron que invitar también a los escritores turcos…”
El responsable del Instituto Ramón Llull ha llegado a decir a los
alemanes que aquí el único problema que hay lo habría montado Carmen
Balcells, sugiriendo prevaricación por parte de la conocida agente literaria.
Un pobre nivel argumental y la descarnada obsesión por el mensaje político
a la galería parece haber empezado a tocar las alarmas alemanas.
Catedráticos hispanistas o catalanistas como Dieter Ingenschay, de la
universidad Humboldt, o Johannes Kabatek, de Tubinga, éste además
presidente de la Asociación Mundial de Catalanistas, están demudados y
algunos corresponsales catalanes parecen deprimidos, “menos mal que me
lo he quitado de encima, traen gente de allí a cubrirlo”. Las palabras de
Eduardo Mendoza a este diario, hace dos años cuando se firmó el contrato
entre el Instituto Ramon Llull y la Feria, parecen ahora anticipatorias: “Si lo
pueden hacer mal, lo harán mal”.
¿Pueden resultar bananeros los dirigentes de una de las ciudades más
avanzadas? ¿Ha dejado de ser la Feria “una plataforma viva para devenir
un ejercicio turístico para el ombligo político?”, cuestiona el Spiegel. A los
alemanes consultados sorprende en primer lugar “el grado de politización
de la cultura” en España y, en segundo, el que puedan darse hoy día “listas
de excluídos”, en referencia a los principales autores catalanes conocidos
en el mundo.
Pero personas involucradas en la organización manifiestan en privado la
impresión de que la imponente delegación catalana “no viene en realidad a
vender nada aquí, sino allí”, a su electorado en Cataluña. “¿Para quién, si
no, repite Bargalló una y otra vez que es la primera vez que una lengua sin
estado es la invitada, cuando saben perfectamente que no es así?”, se
pregunta una de las personas que estuvo cercana a la negociación del
contrato, “tan bien lo saben que es el argumento que emplearon para
presentar su candidatura…”
Por sus éxitos, los catalanes “tendrían todos los motivos para tener una
sana autoestima”, ha escrito Andreas Drouve en “Katalonien”, recopilando
admiradores internacionales de Bataille a Noteboom, “pero puede dar a
veces muestras de estrechez de miras, como en esta feria”, observa el
Frankfurter. Paul Ingendaay lo ha descrito como la “voluntaria
autoprovincialización de una gran cultura”. Michi Straussfeld, introductora
de Zafón y tantos otros en Alemania, se dice “muy harta” y acaba de
explicar en “Barcelona, ein Reisebegleiter” su ambivalente relación con el
problema: “Esta es una cultura que se expresa naturalmente y a todos los
niveles en dos lenguas”, dice señalando a autores suyos como Mendoza o
Jaume Cabré, y considera “el mayor de los ridículos que los que escriben
en una vengan a la feria y los otros en las semanas siguientes”.
Los alemanes se sorprenden de que el contrato firmado con la feria
tuviera que imponer unas condiciones de pluralidad, que luego ni siquiera
se han cumplido. El presidente de la Asociación de Editores en Lengua
Catalana se preguntaba el año pasado que”¿por qué esa manía de excluir?”
y la entonces consejera de Cultura Caterina Mieras aseguraba que “nadie
excluirá a nadie de la cultura catalana”. Marifé Boix, que lleva mucho
tiempo en la feria y se ocupa de gestionar la invitación catalana, ha podido
ir observando la involución, de la solvente posición de integración de Alex
Susanna cuando se lanzó la iniciativa -y quien preparó el programa para la
Feria de Guadalajara- a la politización del Tripartit ya con la imposición del
editor Xabier Folch, y finalmente con el político de tomo y lomo creando
listas de ungidos y condenados.
El director Jürgen Boos es un gestor al que parece que le pueden
contar una cosa y la contraria, y ahora le parecería “injusto” que la lengua
catalana sea tan desconocida fuera como lo era para él hasta ahora. Así ha
cambiado “despolitizar” por “politizar” la cultura y lo presenta como un
“obligado compromiso de la cultura con la polémica”. Cuando le han
explicado que no habrá debate alguno con una lista decidida por activistas
políticos, Boos se ha llevado las manos a la cabeza. Los alemanes que
conocen el tema, apuntan con ironía que ante políticas culturales
tercermundistas la feria sólo acepta las listas impuestas a cambio de una
cuota de foros con disidentes, pero “¿se le puede pedir esto a una de las
regiones más desarrolladas de Europa?”, se preguntaba hace días un
observador del Haus der Kulturen der Welt. En el entorno de Boos parecen
moverse ahora urgentes iniciativas para subsanarlo, pero como han dicho
unos visiblemente “cansados” Mendoza, Vila-Matas; Nuria Amat o De Hériz,
“es demasiado tarde”. Cansados de unos políticos-culturales que no
representan a la cultura real.
Pero el Spiegel recuerda que, con todo el dinero que se eche, y por
más que uno se intitule singular y univesal, o se aprovecha bien la
oportunidad -como hizo la edición holandesa o lituana- o a partir del viernes
se estará ya hablando de la feria futura y un peso pesado como Turquía.