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-Ya no queda.
-¿Ah?
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-No queda. Se acabó ayer.
-Ajá.
-¡Pendejos!
Poco después se metió en el bote y remó hasta la orilla. De la popa del bote
a la puerta de la casa había una soga larga que permitía a quien quedara en
la casa atraer nuevamente el bote hasta la puerta. De la casa a la orilla había
también un puentecito de tablas, que se cubría con la marea alta.
II
La segunda vez que el negrito Melodía vio al otro negrito en el fondo del
caño fue poco después del mediodía, cuando volvió a gatear hasta la puerta
y se asomó y miró hacia abajo.
Esta vez el negrito en el fondo del caño le regaló una sonrisa a Melodía.
Melodía había sonreído primero y tomó la sonrisa del otro negrito como
una respuesta a la suya. Entonces hizo así con su manita, y desde el fondo
del caño el otro negrito también hizo así con su manita. Melodía no pudo
reprimir la risa, y le pareció que también desde allá abajo llegaba el sonido
de otra risa. La madre lo llamó entonces porque el segundo guarapillo de
hojas de guanábana ya estaba listo.
Dos mujeres, de las afortunadas que vivían en tierra firme, sobre el fango
endurecido de las márgenes del caño, comentaban:
-Hay que velo. Si me lo bieran contao, biera dicho que era embuste.
-Pues nosotros juimos de los primeros. Casi no bía gente y uno cogía la
parte más sequecita, ¿ve? Pero los que llegan ahora, fíjese, tienen que
tirarse al agua, como quien dice. Pero, bueno y esa gente, ¿de ónde diantre
haberán salío?
-A mí me dijieron que por ai por Isla Verde tan orbanisando y han sacao un
montón de negros arrimaos. A lo mejor son desos.
8
-¡Bendito!... ¿Y usté se ha fijao en el negrito qué mono? La mujer vino ayer
a ver si yo tenía unas hojitas de algo pa hacele un guarapillo, y yo le di
unas poquitas de guanábana que me quedaban.
III
La tercera vez que el negrito Melodía vio al otro negrito en el fondo del
caño fue al atardecer, poco antes de que el padre regresara. Esta vez
Melodía venía sonriendo antes de asomarse, y le asombró que el otro
también se estuviera sonriendo allá abajo. Volvió a hacer así con la manita
y el otro volvió a contestar. Entonces Melodía sintió un súbito entusiasmo y
un amor indecible por el otro negrito. Y se fue a buscarlo.
Qerida bieja:
Como yo le desia antes de venirme, aqui las cosas me van vién. Desde que
llegé enseguida incontré trabajo. Me pagan 8 pesos la semana y con eso
bivo como don Pepe el alministradol de la central allá.
El otro dia vi a Felo el ijo de la comai María. El está travajando pero gana
menos que yo.
Juan
Esto sucedió hace dos años, cuando llegaron los restos de Moncho
Ramírez, que murió en Corea. Bueno, eso de “los restos de Moncho
Ramírez” es un decir, porque la verdad es que nadie llegó a saber nunca lo
que había dentro de aquella caja de plomo que no se podía abrir. De plomo,
sí, señor, y que no se podía abrir; y eso fue lo que puso como loca a doña
Milla, la mamá de Moncho, porque lo que ella quería era ver a su hijo antes
de que lo enterraran y... Pero más vale que yo empiece a contar esto desde
el principio.
Seis meses después que se llevaron a Moncho Ramírez a Corea, doña Milla
recibió una carta del gobierno que decía que Moncho estaba en la lista de
los desaparecidos en combate. La carta se la dio doña Milla a un vecino
para que se la leyera porque venía de los Estados Unidos y estaba en inglés.
Cuando doña Milla se enteró de lo que decía la carta, se encerró en sus dos
piezas y se pasó tres días llorando. No les abrió la puerta ni a las vecinas
que fueron a llevarle guarapillos.
Dos meses después de la primera carta, llegó otra. Esta segunda carta, que
le leyó a doña Milla el mismo vecino porque estaba en inglés igual que la
primera, decía que Moncho Ramírez había aparecido. O, mejor dicho, lo
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que quedaba de Moncho Ramírez. Nosotros nos enteramos de eso por los
gritos que empezó a dar doña Milla tan pronto supo lo que decía la carta.
Aquella tarde todo el ranchón se vació en las dos piezas de doña Milla. Yo
no sé cómo cabíamos allí, pero allí estábamos toditos, y éramos unos
cuantos como quien dice. A doña Milla tuvieron que acostarla las mujeres
cuando todavía no era de noche porque de tanto gritar, mirando el retrato
de Moncho en uniforme militar, entre una bandera americana y un águila
con un mazo de flechas entre las garras, se había puesto como tonta. Los
hombres nos fuimos saliendo al patio poco a poco, pero aquella noche no
hubo discusión porque ya todos sabíamos que Moncho estaba muerto y era
imposible ponerse a imaginar.
Los cuatro soldados se apearon, dos de ellos cargando la caja, que no era
del tamaño de un ataúd, sino más pequeña y estaba cubierta con una
bandera americana.
Doña Milla volvió a mirar la caja cubierta con la bandera. Levantó una
mano, señaló, preguntó a su vez con la voz delgadita:
-¿Qué es eso?
-¿Qué es eso, ah? -volvió a preguntar doña Milla, en ese trémulo tono de
voz con que una mujer se anticipa siempre a la confirmación de una
desgracia-. Dígame, ¿qué es eso?
El teniente volteó la cabeza, miró a los vecinos. Leyó en los ojos de todos
la misma interrogación. Se volvió nuevamente hacia la mujer; carraspeó;
dijo al fin:
Después de esas palabras dijo otras que nadie llegó a escuchar porque ya
doña Milla se había puesto a dar gritos, unos gritos tremendos que parecían
desgarrarle la garganta.
Uno de nosotros habló entonces por primera vez. Fue el viejo Sotero Valle,
que había sido compañero de trabajo en los muelles del difunto Artemio
Ramírez, esposo de doña Milla y papá de Moncho. Señaló la caja cubierta
con la bandera americana y empezó a interrogar al teniente:
-¿Ahí... ahí...?
-Sí, señor -dijo el teniente-. Esa caja contiene los restos del cabo Ramírez.
¿Usted conocía al cabo Ramírez?
Eso fue como a las cinco de la tarde. Por la noche no cabía la gente en la
pieza: habían llegado vecinos de todo el barrio, que llenaban el patio y
llegaban hasta la acera. Adentro tomábamos el café que colaba de hora en
hora una vecina. De otras piezas se habían traído varias sillas, pero los más
de los presentes estábamos de pie: así ocupábamos menos espacio. Las
mujeres seguían encerradas con doña Milla en la otra habitación. Una de
ellas salía de vez en cuando a buscar cualquier cosa -agua, alcoholado,
café- y aprovechaba para informarnos:
-Ya está más calmada. Yo creo que de aquí a un rato podrá salir.
El viejo Sotero Valle tampoco quiso tomar café. Se había sentado desde el
principio frente a la mesita y no le había dirigido la palabra a nadie durante
todo ese tiempo. Y durante todo ese tiempo no había apartado la mirada de
la caja. Era una mirada rara la del viejo Sotero: parecía que miraba sin ver.
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De repente (en los momentos en que servían café por cuarta vez) se levantó
de la silla y se acercó al teniente.
-Oiga -le dijo, sin mirarlo, los ojos siempre fijos en la caja-. ¿Usted dice
que mi ahijado Ramón Ramírez está ahí dentro?
-Bueno, mire... es que ahí sólo están los restos del Cabo Ramírez.
El viejo no dijo nada más. Todavía de pie, siguió mirando la caja durante
un rato; después volvió a su silla.
Doña Milla pareció no comprender. Agrandó los ojos y los fijó largamente
en los del oficial, hasta que éste se sintió obligado a repetir:
-Señor -le dijo al oficial, sin mirarlo-, esta caja no es de madera. ¿De qué es
esta caja, señor?
-Es de plomo, señora. Las hacen así para que resistan mejor el viaje por
mar desde Corea.
Otra vez se me hace difícil contar con exactitud: los gritos de doña Milla
produjeron una gran confusión. Las dos mujeres que la sostenían por los
brazos trataron de alejarla de la caja, pero ella frustró el intento aflojando el
cuerpo y dejándose ir hacia el suelo. Entonces intervinieron varios
hombres. Yo no: yo todavía no me libraba de aquella sensación en la boca
del estómago. El viejo Sotero Valle fue uno de los que acudieron junto a
doña Emilia, y yo me senté en su silla. No me da vergüenza decirlo: o me
sentaba o tenía que salir de la pieza. Yo no sé si a alguno de ustedes le ha
pasado eso alguna vez. No, no era miedo, porque ningún peligro me
amenazaba en aquel momento. Pero yo sentía el estómago duro y apretado
como un puño, y las piernas como si súbitamente se me hubiesen vuelto de
trapo. Si a alguno de ustedes le ha pasado eso alguna vez, sabrá lo que
quiero decir. Y si no... bueno, si no, ojalá que no le pase nunca. O por lo
menos que le pase donde la gente no se dé cuenta.
Aquel domingo, cuando el escritor se despertó, la luz del sol entraba ya por
las ventanas entreabiertas y bañaba la habitación de claridad. El hombre se
incorporó en la cama y se desperezó bostezando largamente. Después se
levantó, metió los pies en las pantuflas y se envolvió en una elegante bata
de seda azul.
Salió a la sala.
-¡Laura! -llamó.
Se sentó a leerlo antes del baño, pero los ojos todavía pesados de sueño le
dificultaron la lectura. Explicó entonces, alzando la voz, lo que quería de
desayuno, y con una toalla limpia alrededor del cuello se dirigió al cuarto
de baño.
-Laura...
-¡Ay, Virgen, don Luis, no diga eso! -y seguía tratando de retirar la mano,
pero él no se la soltaba.
-Laurita -le dijo, apoyando un lado de su rostro sobre uno de los senos
estupendamente firmes-. Laurita, acompáñame a mi cuarto. Un ratito nada
más.
-¡Don Luis!
Él se puso de pie.
-Tú sabes que la señora está en casa de sus parientes y no viene hasta
mañana. Vamos, compláceme, mira que te voy a hacer un regalito.
"¡Bah! Jíbara bruta!", se dijo. "Trataré otra vez de aquí a unos días y, si no
se da, a la calle y se acabó."
19
Consultó el reloj pulsera. Las nueve y media. Vio por una ventana abierta
un pedazo de cielo azul purísimo. La luz del sol chocaba con todos los
objetos y trazaba dibujos caprichosos en el piso.
-No sabe cómo se lo agradecería. Usted siempre fue tan buen amigo de
Paco...
-Yo estaría dispuesto a adquirir esa colección por los ochenta pesos que
acaba de mencionar. ¿Le parece?
La mujer miró los libros -los nombres ilustres grabados en oro en los lomos
de las finas encuadernaciones- y balbuceó:
-Pero... esa colección... costó casi mil pesos, y está muy bien cuidada.
Usted sabe que Paco...
(No sabía, no podía saber, que en ese instante ya estaba hablándole a una
viuda.)
-Lo único que queremos es hablar con los compañeros que vienen ahí
arriba. Eso no está en contra de la ley.
-Si ellos lo quieren oír, hable. Pero nada de discursos, que tenemos prisa.
No se puede interrumpir el tránsito.
-Pero si alguien ocupa esos puestos, nos quedaremos sin trabajo, indefensos
ante los patronos. ¡Compañeros, ustedes son trabajadores lo mismo que
nosotros! ¡Si no luchamos juntos, seguiremos toda la vida en la miseria!
¡Compañeros, hoy por nosotros, mañana por ustedes! ¡A bajarse!
Los obreros del camión empezaron a cuchichear entre sí. Los de la calle les
gritaban:
-¡A bajarse!
-¡Así se hace!
Los dos policías volvieron a cambiar miradas rápidas. El mulato les gritaba
ahora a sus compañeros:
-¡Ahora, muchachos!
El otro empezó el registro con desgana. Sacó por todo unas monedas, un
pañuelo sucio, varias piedras y una cartera vieja con un amarillento retrato
de mujer y un carnet de miembro del sindicato de obreros de la
construcción, expedido a nombre de Agapito Olivo hacía menos de un año.
-Ve a dar parte -dijo el primer policía-. A nosotros no nos toca levantarlo.
-¿Qué te pasa?
-¡Qué?
-Eso acabas de descubrirlo ahora. Dime una cosa: ¿cuánto tiempo llevas tú
en la policía?
-Seis meses.
-Me lo imaginaba. A ustedes los nuevos lo que les hace falta es otro
Domingo de Ramos en Ponce, para aprender a bregar con esta chusma.
¡Bueno, camina, que ya mismo vuelve a amontonarse aquí la gente!
Un Buick azul que pasaba por allí en ese momento, se detuvo. Una mujer
joven, muy maquillada, asomó la cabeza por la ventanilla y dejó escapar un
grito cuando vio el cadáver. Le cubrió los ojos a un muchachito rubio que
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llevaba en el regazo y que se agitaba haciendo esfuerzos por mirar, y le dijo
al hombre que conducía:
-¡Ay, Virgen, seguro que era un ladrón! ¡Y a estas horas! En este país
dentro de poco la gente decente no va a poder vivir.
-¡Maldito destino! ¡Tener que vivir en un país donde nunca pasa nada!
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Conversando con José Luis González
Esta es la segunda vez que estoy aquí, después de... ¿cuántos años hará?:
cinco años o algo así. Por otra parte, me da mucho gusto estar en la ciudad
natal de mi querido amigo Águedo Mojica, a quien quise mucho y sigo
queriendo, porque gente así no se muere nunca. Quisiera, entonces, que se
sintieran en total libertad de proponer temas. Me comprometo a abordar
los que pueda y me reservo el derecho de proponerles algunos.
Yo siempre había dicho que no, que no había visto ningún indicio de un
"quinto piso". Lo que sí había visto siempre, desde que escribí el ensayo, era
una profunda crisis en el "cuarto piso"; pero tanto como un "quinto piso" no
lo veía por ninguna parte.
Hubo personas que me dijeron que el "quinto piso" son los cubanos. Yo dije
que no llega a ser un piso porque no son tantos. Olvir Miller me dijo que un
"quinto piso" podría ser el de los puertorriqueños hijos de norteamericanos,
¿y cuántos son ustedes?, le pregunté; son pocos también.
La noticia de la nueva ley que, por una parte, legaliza la estancia en Puerto
Rico de ciento cincuenta mil dominicanos, más la información de la Oficina
de Inmigración que dice que se pueden esperar cuatro nuevos inmigrantes
por cada uno de los ya legalizados (si multiplicamos ciento cincuenta mil
por cuatro tenernos seiscientos mil) sugieren que esto va ser masivo. Sin
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embargo, eso sólo no me haría pensar en un "quinto piso". Lo que sucede es
que junto con eso está pasando un complejo de cosas. Prácticamente cada
día, encuentro en los periódicos, por la radio, un nuevo indicio de que algo
muy serio está pasando.
El día que la inmigración esté en manos de Puerto Rico, que sea el gobierno
de Puerto Rico el que decida quien entra aquí... Yo llegué el día 4 de
septiembre y por poco me devuelven a México en el mismo avión en que
vine. El Presidente de la Universidad tuvo que hablar con el Secretario de
Estado de Puerto Rico, y el Secretario de Estado de Puerto Rico con el jefe
grande de Inmigración, y el jefe de Inmigración con el jefe del aeropuerto
para que me dejaran entrar en mi país, por el hecho de que no tengo la
dichosa ciudadanía. No la ciudadanía del país, porque ésa no existe, sino la
norteamericana.
En nuestra población a finales del siglo pasado había una gran cantidad de
gente de las demás islas del Caribe. Eramos un país caribeño. Dejarnos de
serlo durante unos cuantos años, y se nos olvidó. Todo lo que se va a hacer
ahora es recordarnos; vamos a volver a ser lo que fuimos. No es nuevo, es
rectificar un error que se cometió durante casi medio siglo. Vamos a ser
otra vez país caribeño. Y bienvenidos, entonces, los dominicanos porque -y
esto es algo que nadie está diciendo, pero yo si lo digo- se dice: "están
llegando esos dominicanos aquí y le están quitando los em pleos a los
puertorriqueños". No, no es verdad. Yo no conozco todavía, a un solo
puertorriqueño al que un dorninicano le haya quitado el empleo. Los
dominicanos están haciendo los trabajos que los puertorriqueños no
quieren hacer.
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Es gente pobre; son trabajadores; no vienen a quedarse en el país. Y, por
otra parte, eso sucedió ya a la inversa. Fueron puertorriqueños a trabajar a
Santo Domingo, como fue mi padre, y por eso nací yo allá. En todo caso, lo
que estarnos haciendo es devolviendo un favor por otro. Así que no nos
sintamos muy generosos con los dominicanos: ellos lo hicieron primero por
nosotros. Cuando aquí estaban las cosas muy malas, de aquí fue gente para
allá. Y ahora viene gente de allá para acá, y llegará el día en que vengan y
vayan a la vez.
José Luis González: Esta es una pregunta clásica. Yo suelo contestar a esta
pregunta así: ¿se considera literatura puertorriqueña la obra literaria de
Ramón Emeterio Betances? ¿Qué dirían ustedes? . . - Ese es el Padre de la
Patria, y toda (su literatura) la escribió en francés.
José Luis González: ¿Cómo le llamarían los romanos al latín que se empezó
a hablar en España allá por el siglo y? ¿No seria algo parecido a eso? La
lengua la hace la gente, y los escritores y las escritoras la pulen.
José Luis González: No, eso es otra cosa. Porque cuando Juan Ramón
llegó aquí ya estaba hecho y rehecho. Cuando Alejo Carpentier va a Haití y
escribe una novela sobre Haití, no es una novela haitiana; es una novela
cubana. Y cuando Valle Inclán llega a México y escribe Tirano Banderas,
no es una novela mexicana; es una novela española.
No, el caso de estos muchachos es otro; es que son jóvenes. No es que estén
viviendo aquí para hacer literatura puertorriqueña; es que la hacen allá,
porque son puertorriqueños allá. Eso es otra cosa. Yo lo que no sé -y ahí
está mi gran duda- es lo que va a pasar con los nietos de esos
puertorriqueños; si van a integrarse a esa sociedad o a ésta; o si van a
constituir algo nuevo, como chicanos, o quién sabe. A mí lo único que me
quita el sueño es la posibilidad de una guerra nuclear; pero fuera de eso,
nada me quita el sueño.
Por "spanglish" yo entiendo dos cosas muy distintas. Pienso que hay dos
"spanglishes": el "spanglish" creado en New York, por necesidad cultural, en
el que ambos idiomas colaboran para que los que lo usan puedan expresar
su visión de la realidad y del mundo; yo con ése no tengo pleito. Hay otro
"spanglish" con el que si tengo pleito, y es el de acá. Ese si que no me gusta.
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Porque aquellos han tenido que forjar su propio instrumento de
comunicación; pero, los de aquí, no han tenido que forjar nada, lo han
hecho por vicio.
El otro día iba yo por la Avenida González en Río Piedras. Veo un fulano
ahí, parado en una esquina. Pasa una muchacha muy bonita y él se queda
mirándola y le dice "¿Bregamos nena?" ... Alta metáfora, ¿verdad?
Todo eso viene de "to dial with" o "to handle". Y fue Muñoz Marín el
responsable; eso es de Luis Muñoz Marín, no porque me lo contaron, sino
porque yo vi nacer esa palabra aquí (Imita la voz de Muñoz): "Vamos a
bregar con la realidad de este pueblo". A bregar, y el hombre bregó y bregó
y mira como nos dejó.
Nos dejó y no quiero dejar la cosa ahí. Tampoco quiero despachar una
figura histórica tan importante con una frase humorística. No. Muñoz dejó
muchas cosas; muchas de ellas malas, pero no todas malas.
José Luis González: Los griegos inventaron una palabra para eso:
dialéctica. Hay un diálogo entre lo positivo y lo negativo: tesis, antítesis y
síntesis. Y eso es lo que sucede en todas partes cuando se está viviendo un
momento de transición histórica. Eso es perfectamente normal.
El otro día llegó a la casa donde estoy viviendo, un grupo de nueve o diez
muchachos del Programa de Honor del Recinto de Río Piedras, que me
pidieron reunirse conmigo, no en el aula, sino donde yo estoy viviendo,
porque ellos quieran ver a la gente fuera del aula y yo encantado. Ahí
estuvieron más de tres horas esos muchachos mostrando unas
preocupaciones de una sensatez y de una precisión...
Cuando estudié eran como cinco mil y era una universidad de élite:
universidad de los blanquitos. Aquello era la flor y nata de la sociedad
puertorriqueña, y todos éramos niños sabios; visitábamos a Ortega y a
Platón.
Continúa el participante:
Pero hay una corriente de pensamiento hoy día que está hablando de
que las sociedades modernas tienen una gran capacidad para tragarse a
la oposición y la crítica, y a mi me preocupa que esté ocurriendo eso:
que, en vez de una dialéctica, sea todo lo contrario. Esto es, se permite
leer El país de cuatro pisos en la escuela pública, pero no ocurre nada más,
es decir, la síntesis no se produce.
José Luis González: Yo no creo que esas cosas puedan pasar sin que haya
consecuencias. Por lo pronto, no re cuerdo ningún país en este inundo
donde esas cosas hayan pasado sin que hayan habido consecuencias a corto
o a mediano plazo. Con eso no se juega. Dudo mucho que el Departamento
de Instrucción Pública vaya a poner El país de cuatro pisos como lectura
por jugar con eso. Pienso que ellos saben lo que van a poner a leer, y que lo
han discutido, y que esas decisiones no las torna un funcionario solito. No.
Yo sé lo bastante de política para saber cómo se hacen esas cosas. No puedo
creer, sobre todo, que mi cuasi paisano Cantinflas haya venido a Puerto
Rico hace unos días y les haya dicho a los puertorriqueños: "¡defiendan lo
suyo!" ¿Eso, salir de la cabecita de Cantinflas? Hace exactamente un año, lo
mismo dijo el Papa. ¿Es una coincidencia?
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Déjenme explicarles lo que pienso que se está cocinando y por qué, ya que
llegamos al meollo. Yo pienso que todo esto viene de los Estados Unidos.
Lo que ha cambiado, lo que está cambiando, es la política de los Estados
Unidos en el Caribe, en América Latina y en el Tercer Mundo. Ya se han
llevado varios trancazos y no quieren seguir llevándose más. Se lo llevaron
en Cuba, en Nicaragua. Ellos necesitan organizar el Caribe para sus propios
fines, claro; no para los míos. Y se dan cuenta de que a ellos les hace falta en
el Caribe un intermediario. Ellos no pueden manejar el Caribe
directamente, desde Washington, porque ya eso no se puede hacer en este
mundo. Ya pasó la época de los imperialismos así, en bruto. De que desde
Washington, yo digo; desde París, yo digo; de que desde Londres, yo digo.
No, no, ya se hila mucho más fino. Les hace falta un intermediario eficaz,
aceptable para el Caribe y no sólo para ellos. Y este país, lógicamente, es
excelente.
Ahora bien, como decía Hegel, ocurre algo que él llamaba "las astucias de la
providencia". (Yo le llamo las astucias de la historia). Da la casualidad de
que en este momento el gobierno de los Estados Unidos y yo coincidimos
en lo que hay que hacer para Puerto Rico (Y, que yo sepa, no he hablado
con ningún agente de la CIA). Lo que sucede es que ellos tienen su
propósito y yo tengo el mío. Eso depende... Yo creo que lo que no debernos
ni podernos hacer en Puerto Rico es decir: ¡Ah, si viene de allá no hay que
rneterse en eso! ¿Y entonces qué? ¿quedarme en la colonia a esperar que un
día el pueblo puertorriqueño decida levantarse en armas contra Estados
Unidos? Llegamos al siglo XXII, y estarnos en las mismas.
Hace mucho tiempo ya que aprendí que los hechos históricos no se esperan
sentados. Hay que remangarse las mangas y meter las manos en la cosa esa
que no le gusta a nadie. Hay un viejo dicho popular caribeño que dice: "el
que quiera comer pescao que se moje el culo". Y si se trata de mojárselo en
las tibias aguas del Caribe, yo encantado de mojármelo. Eso de sentarnos a
mantenernos puros: ¿cómo voy a estar metido en un proyecto que, yo sé,
viene de Washington? ¿Y a mí qué me importa de dónde venga si estoy
convencido que para mi proyecto eso es bueno? Entonces yo también le
entro, y la historia dirá quién se sale con la suya.
Bueno, hace falta conocer mal la historia de este país para tenerle miedo a la
asimilación de este pueblo por alguien, cuando este país ha sido el país
asimilador por excelencia. Este país ha asimilado españoles, africanos,
ingleses, holandeses, daneses, norteamericanos, corsos, mallorquines. ¡Si los
expertos en asimilación somos nosotros! ¿Quién ha asimilado a quién aquí
durante cuatro siglos? Asimilamos nosotros. Yo fui niño cuando aquí se
enseñaba en las escuelas en inglés: eso que ustedes cono cen como historia
pasada y como una lucha épica del pueblo puertorriqueño y de los
independentistas para salvar el idioma. Yo leo esas cosas y me sonrío,
porque yo las viví.
Para ir al baño había que levantar la mano y decir: "may 1?". Pero, ¿qué
pasaba? Aquel maestro o aquella maestra, tan pronto salía del aula, en los
pasillos de la escuela, en la plaza, sólo hablaba español, un español
macarrónico, terrible.
Me acuerdo que, una vez, una vieja maestra se encuentra con mi madre en
la calle y le dice: "Señora González, la felicito; usted tener un hijo muy
agusao"... ¡Ellos se puertorriqueñizaron! Se casaron, además,
puertorriqueños y norteamericanos. Eso es lo que Orvil Miller ve como el
quinto piso. Vino de ahí, de la asimilación de aquellos americanos y
americanas por los puertorriqueños. ¿Por qué Orvil Miller no es yanki? Es
puertorriqueño de Santurce, cangrejero; y Roy Brown también. Nosotros
somos los que asimilamos.
En el libro de Fernando Picó hay una oración, una sola oración corta, que
explica toda la historia de Puerto Rico en los siglos XIX y XX, y es ésta:
Esta oración vale por todo El país de cuatro pisos. Eso quiere decir que
once años antes de que los americanos llegaran aquí no había una clase
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dirigente nacional. Era una nación que estaba haciéndose, y esto no es para
que le dé vergüenza a nadie. Los norteamericanos llegaron a una sociedad
que todavía estaba haciéndose, y si todavía no somos país independiente,
no se debe a la maldad de nadie; se debe a que los pueblos luchan por su
independencia sólo cuando la independencia le es necesaria a un sector
importante de su población y si no, no. Y aquí no ha sido el caso.
Está bien que los ideólogos y los poetas hablen de la patria; pero la gente
pelea por la vida. ¿Qué es lo que quiere alguna gente en este país? ¿Que el
pueblo puertorriqueño se levante en armas contra los cupones de alimento?
Mire, eso no ha pasado nunca en ninguna parte del mundo. Y si eso pasara,
yo pensaría que es un caso de demencia colectiva. La gente tiene derecho a
comer: consumismo es otra cosa. Eso de que en un país de este tamaño
pululen los "volvos" y los "mercedes" por sus calles, es demencial. La gente
debe comer bien; pero aquí no hacen falta ni los "volvos" ni los "mercedes".
Aquí hay que fijar un nivel de vida decoroso, de vida de cierta abundancia, y
no volvernos locos comprando porquerías.
Entonces, cuando no les hacen caso a las palabras, empiezan a salir cosas
como "el puertorriqueño dócil". Eso es una calumnia, una calumnia sin mala
fe, porque René Marqués no era hombre de mala fe. Eramos amigos, Yo le
dije: "René, tú oyes campanas, pero no sabes dónde suenan". Lo que le
pasaba a René era que estaba muy enojado con su propia clase que no había
sido capaz de luchar por la independencia: Purificación en la calle del
Cristo, Los soles truncos...
René lo que decía era que los puertorriqueños estaban obligados a liberar a
Puerto Rico. Pero, para empezar, no eran puertorriqueños, ni el abuelo de
René lo era. Era mallorquín. Entonces, ¿qué es lo que están pidiendo?:
¿milagros?...
38
José Luis González: ¡Ah, bueno! Yo acabo de leer un ensayito sobre el Grito
de Lares, de una historiadora muy conocida, donde se dice que en el 1838
hubo en Puerto Rico una conspiración en la que toda la guarnición en la
isla, fuerzas regulares e irregulares, estaba comprometida. Pero que,
entonces, hubo un fulano llamado Juan Almanza que fue, sopló y delató y
entonces el gobernador, arrestó a unos, ahorcó a no sé cuántos, fusiló a
otros tantos, a no sé cuántos deportó, y Puerto Rico perdió la oportunidad
de ser país independiente en el 1838. Lo que es un magnifico ejemplo de lo
que puede llamarse en Puerto Rico la historio grafía del chivatazo. Así que
es un chota el que nos impide ser independientes. Lo mismo en Lares: uno
fue y sopló, y ya no pudimos ser independientes.
Todas las grandes conspiraciones que han habido en este mundo han sido
delatadas. Todas. La conspiración por la independencia de México del
Padre Hidalgo, fue delatada. La revolución por la independencia de Cuba,
fue delatada. La conspiración bolchevique en Rusia, fue delatada: pero se
hicieron. Es que no es por eso. Nos da vergüenza el hecho de que Puerto
Rico todavía no sea independiente. A mi no me da ninguna vergüenza. Yo
sé por qué no es independiente, y no es para que le dé vergüenza a nadie.
Entonces se apela a la mitología.
¿Recuerdan a Seva? Bueno, eso es toda una experiencia. Yo, en México, casi
bailaba sólo de gusto, y le dije a Luis López Nieves. "Chico, te felicito, qué
trabajo de desmitificación has hecho"!
Muy buen cuento aquél; pero, ¡cuánta gente lo creyó! Si un amigo mío fue a
ver al Gobernador Romero Barceló a exigirle que hiciera algo para
reencontrar al profesor aquel que estaba desaparecido, y Romero también
se lo creyó, y llamó a la policía, y busquen a ese hombre. Romero, claro, es
al fin y al cabo, nieto de Don Antonio Barceló. Será muy anexionista; pero la
sangre pesa más que el agua. El se lo creyó.
39
Tenernos que aprender a conocernos para bregar con nosotros mismos
bien, sin angustias ni complejos de inferioridad. No somos ni inferiores ni
superiores a nadie. Somos un pueblo como otro cualquiera con una historia
particular. Si uno quiere marchar, reencauzar la historia, lo que hay que
hacer es caminar con ella. Si la historia va por aquí, y yo digo que va mal,
que lo bueno es por acá, y por acá yo voy solo... mire, esto sigue. Y usted
podrá sentirse muy satisfecho con su conciencia y podrá sentirse usted
héroe, y hasta mártir; pero usted no hará más que meterse en un "ghetto"; el
"ghetto" patriótico. Y a mí los "ghettos" no me han gustado nunca.
Yo, aquí, en este viaje, he pasado horas conversando con la hija del Dr.
Barbosa, la Dra. Pilar Barbosa. Barbosa es una figura a quien yo respeto
mucho. Barbosa era un gran amigo de Antonio Maceo y lo ayudaba en todo
lo que podía. Cuando matan a Maceo en Cuba, el Ayuntamiento de San
Juan hace una fiesta, y en esa fiesta participa José De Diego. Entonces,
¿cómo se brega con eso? ¿Barbosa traidor? ¿Traidor a qué?
En el cuento En el fondo del caño hay un negrito, relata el dolor de una familia
que vive en la extrema pobreza, en el fango del manglar, y el negrito, hijo
del matrimonio, quien busca su imagen en el espejo del agua. El oído de Dios
es un cuento que expone las contradiciones del ser humano en sus códigos
de valores. Mambrú se fue a la guerra (1972). El país de los cuatro pisos y otros
ensayos(1980).Las caricias del tigre (1985); Nueva visita al cuarto piso (1986); La
luna no es de queso (1988);
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Vivió en México desde 1953 y le otorgaron la ciudadanía de ese país en
1955. Fue corresponsal de prensa en Praga, Berlín, París y Varsovia. Trabajó
como profesor en las universidades de Tolouse, Francia; Guanajuato,
México; Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras, Colegio de
Cayey y Universidad Autónoma de México. Murió en México en 1997.
Obras:
Cuentos:
En la sombra. Prólogo de Carmen Alicia Cadilla. San Juan, Puerto Rico: Imp. Venezuela,
1943, 110 págs.
Cinco cuentos de sangre. Prólogo de Francisco Matos Paoli. San Juan, Puerto Rico: Imp.
Venezuela, 1945, 59 págs.
El hombre en la calle. Santurce: Puerto Rico, Bohique, 1948, 75 págs.
Paisa —un relato de la emigración—. Prólogo de Luis Enrique Délano. México: Fondo de
Cultura Popular, 1950, 71 págs.
En este lado. México: Los Presentes, 1954, 180 p. Hay otra edición: En este lado. Edición
corregida. La Habana: Nuevo Mundo, 1961, 123 págs.
La galería y otros cuentos, México: Era, 1972, 144 págs.
Mambrú se fue a la guerra (y otros relatos). México: Joaquín Mortiz, 1972, 205 págs.
Cuento de cuentos y once más. México: Extemporáneos, 1973, 125 págs.
En Nueva York y otras desgracias. Prólogo de Ángel Rama. México: Siglo XXI, 1973, 140 p.
Hay otra edición: En Nueva York y otras desgracias. Prólogo de Andrés O. Avellaneda. Río
Piedras: Puerto Rico: Huracán, 1981, 168 p.
Veinte cuentos y Paisa. Prólogo de Pedro Juan Soto. Río Piedras, Puerto Rico: Cultural, 1973,
203 p.
El oído de Dios. Río Piedras, Puerto Rico: Cultural, 1984, 58 p.
Las caricias del tigre. México, Joaquín Mortiz, 1984, 185 p.
Antología personal. Río Piedras, Puerto Rico: Editorial de la Universidad de Puerto Rico,
1990, 376 p.
Todos los cuentos. México, U.N.A.M., 1992, 354 p.
Ensayos, memorias:
El país de cuatro pisos y otros ensayos. Río Piedras, Puerto Rico: Huracán, 1980, 119 págs.
La luna no era de queso. Memorias de infancia. Río Piedras, Puerto Rico: Cultural, 1988,
297 págs.
Literatura y sociedad de Puerto Rico. De los cronistas de Indias a la Generación del 98.
México: Fondo de Cultura Económica, 1976, 246 págs.
Nueva visita al cuarto piso. Madrid: Flamboyán, 1986, 218 págs.