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EL SUJETO DEL SABER PEDAGOGICO

Uno de los pilares sobre los que descansa la dinámica social de toda
comunidad es la educación. Este término, aunque diferente del de
pedagogía, mantiene una actitud solidaria con él por cuanto
establecen una relación de interdependencia. Este carácter
interdependiente está dado por el hecho de que ningún proceso de
enseñanza-aprendizaje puede concebirse sin una base pedagógica
que agencie.

Existe una ligera diferencia entre estos dos conceptos, la cual sólo es
posible deducir si analizamos detenidamente los significados de cada
una de ellas. Por ejemplo, parafraseando la concepción de L. Dugas,
(Citado por Paul Foulquiè, 1976), la enseñanza es “el proceso en el
que el estudiante aprende a saber encontrar la información (los
conocimientos precisos) de la que tiene necesidad”. La pedagogía,
por su parte, se entiende, en palabras de Hegel, como aquel proceso
en donde el sujeto pasa de una conciencia en sí a una conciencia para
sí y donde el sujeto reconoce el lugar que ocupa en el mundo y se
reconoce como constructor y transformador de éste.

Partiendo de estas consideraciones, es fácil entender que el punto de


reflexión al que haremos alusión en este texto es el pedagógico el
cual, en consecuencia, implica no solamente abordar el concepto en
general, sino el de uno de sus actores, el pedagogo. Por ello, resulta
inevitable preguntarse ¿Qué es un pedagogo? Ésta, actualmente, es
una de las preguntas más frecuentes que a diario escuchamos y que
en ocasiones es difícil responder con rigor.

Si retrocedemos en el tiempo, y nos remontamos a los inicios del


concepto, podemos darnos cuenta que, a la luz de nuestra visión del
mundo, la palabra pedagogo empieza a usarse con cierto tinte
paradójico: los griegos llamaron pedagogo al esclavo que traía y
llevaba niños a la escuela. Sin embargo, dicha concepción no es tal, si
se analizan las actividades a las que se dedicaba un esclavo. Con el
transcurrir del tiempo, y por supuesto, al desaparecer el referente
inicial de ese trabajo, el esclavo, cambió necesariamente la
concepción del término; esto gracias a personajes como Rousseau,
Herbart, Pestalozzi, Frobel… (Siglos XVIII – XIX) que anclaron a su
significado la conducción, el apoyo, las vivencias, la guía, etc.

El término ha continuado su resemantización, al punto que hoy podría


pensarse que aún no existe una precisión en su definición, pues los
grandes aportes sobre esta palabra, inducen a decir muchas cosas
acerca de lo que es un pedagogo; no sólo en lo que es, sino en lo que
debe ser; es decir, en las funciones que debe cumplir para merecer
este título. Así, por ejemplo, el pedagogo no es únicamente quien
enseña, sino también quien lleva a cabo el ejercicio de investigar y
reflexionar sobre su quehacer. De ahí que Olga Lucia Zuluaga (2007)
considere el pedagogo como el sujeto del saber pedagógico,
solamente que algunos no lo saben.

La pérdida del horizonte de formación de los individuos, así como la


pérdida de los objetivos que se persiguen, ha ocasionado, la mayoría
de las veces, también la pérdida y/o la confusión de los términos con
que se ha signado el actor de esta labor. De ahí la proliferación de
nombres con que se referencia dicho actor: docente, profesor,
maestro, preceptor, instructor, pedagogo, entre otros. Sin embargo, y
consecuente con la idea de este texto, se hará una analogía entre
pedagogo y educador (no porque ello sean estrictamente sinónimos,
sino porque dentro de la serie, son los más próximos aunque en la
actualidad el sentido común tienda más a emplear el concepto de
docente para referirse a ambos), pues según G. Mauco (Citado por Paul
Foulquiè, 1976), El educador (…) actúa no sólo por lo que dice o por lo
que hace, sino más aún por lo que es. Y por lo que es a la vez en el
plano consciente y en el plano inconsciente: es decir, según su grado
de madurez afectiva y de dominio interior.

Así entonces, el educador en su ejercicio profesional debe construir


saberes al enfrentarse a situaciones en el aula, pero puede que no
reflexione sobre este proceso desde su práctica. Quiere decir esto,
que él puede ver como normal algo que en realidad no lo es. El
escenario escolar permite la relación del educador con una
comunidad que está vinculada al proceso educativo. Entonces es el
educador quien debe reflexionar desde su práctica para reconstruirla
y resignificarla1.

La reflexión a la que llega el educador hace parte del saber


pedagógico, que es un elemento fundamental en el desempeño del
docente2. Se podría hablar de saber pedagógico como un conjunto de
conocimientos, ideologías, prácticas, que se construyen,
reestructuran y evolucionan, es decir, este saber sufre un proceso en
el cual se desarrolla, reproduce y regenera así mismo. Este conjunto
se origina en un contexto – escenario escolar y se complementa con
los valores y afectos.

Debemos comprender también, que la construcción del saber


pedagógico no sólo se logra al resignificar las prácticas sino mediante
una crítica a las formas pedagógicas hoy existentes. Al decir formas
existentes, se hace referencia a aquellas prácticas en las cuales el
educador se tiene como un ser practico – empírico y que desconoce,
1
Resignificar es efectuar una relectura de un acontecimiento que ha pasado.
2
XVI Congreso Institucional de Investigaciones 2008
en su gran mayoría – o tal vez en su totalidad – la historia de las
ciencias. En palabras de Olga Lucía Zuluaga (1999: 26), este saber
pedagógico es

“El espacio más amplio y abierto de un conocimiento, es un


espacio donde se pueden localizar discursos de muy diferentes
niveles: desde los que apenas empiezan a tener objetos de
discurso y prácticas para diferenciarse de otros discursos y
especificarse, hasta aquellos que logran una sistematicidad que
todavía no obedece a criterios formales. Es decir, el saber nos
permite explorar desde las relaciones de la práctica pedagógica
hasta las relaciones de la pedagogía, así: primero de la práctica
con la educación, la vida cotidiana de la escuela y el entorno
sociocultural que la rodea, pasando por las relaciones con la
práctica política. Segundo de la Pedagogía con la Didáctica, su
campo de aplicación y de articulación con los saberes
enseñados; con las Ciencias de la Educación; con la historia de
la educación y de la Pedagogía que los historiadores de las
ideas toman como historia de su “progreso”; y con las teorías
que le han servido como modelo o de apoyo para su
conformación”.

Cuando se reflexiona sobre el saber pedagógico, no se hace


referencia a una acumulación de sucesos, sino a la complejidad del
trabajo del docente que permite que este saber se elabore como una
expresión sobre la que surge otra nueva3. Es decir, a partir de este
ejercicio de reflexión surge una nueva realidad, la cual surge desde
una perspectiva de experiencias. En el saber pedagógico se analiza el
contexto en que se lleva acabo la interacción y el intercambio de
significados, hecho que a su vez produce nuevos resultados.

Algo muy importante para tener en cuenta, es que el saber


pedagógico es teoría y práctica. Es teoría porque existe una reflexión
hecha por un sujeto – pedagogo, docente, maestro –, y es práctica
porque la teoría se fundamenta un la prueba. Un docente no puede
reflexionar entre disposiciones internas, sino piensa en el contexto en
el que este mismo circunscribe. Tampoco es suficiente con sólo
analizar, sino que debe haber una socialización de aquello sobre lo
cual se reflexiona.

Es mucho lo que puede decirse del saber pedagógico y del sujeto que
lo construye. Sin embargo, y a manera de conclusión, cabe resaltar el
pensamiento que Flórez Ochoa (2002) tiene acerca del docente;
según él, “éste debe preocuparse por reflexionar al menos un poco
3
Revista iberoamericana de la educación OEI
sobre lo que se propone con su enseñanza, preguntarse como es que
avanzaran sus estudiantes y con que técnicas es mejor enseñar cada
contenido”. La falta de esta reflexión es lo que ha llevado a que hoy
en día haya más maestros que pedagogos, pues pocos se preocupan
por reflexionar sobre lo que están haciendo, y es penoso reconocer
que muchos maestros inculquen a los estudiantes el mal de
ignorancia que padecen. Pues no puede un médico operar sin antes
haber estudiado la complexión del cuerpo humano; de la misma
manera, un docente tampoco puede orientar a un grupo de
estudiantes sin antes haber reflexionado sobre el proceso que implica
la buena enseñanza.

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