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EL ADIOS A UN DISIDENTE
Nerio Tello
CORNELIUS CASTORIADIS Y EL IMAGINARIO RADICAL
Cornelius Castoriadis
EL PRÓJIMO O LA RANA ASOMADA
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El adiós a un disidente
Cornelius Castoriadis construyó un pensamiento siempre original. Crítico del marxismo desde su
interior, defendió la posibilidad de la sociedad de autogestionarse
La imaginación al poder
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CAPÍTULO 6
LA IMAGINACIÓN AL PODER
Si una palabra pudiera representar (o significar) los movimientos de mayo del 68 ésa es, sin
duda, imaginación. Ese año en París se produjo un acontecimiento que, como el fuego o la lava,
quemó, mojó y tiñó el mapa cultural del mundo. Las revueltas estudiantiles de Francia y sus
coletazos en otras regiones, sobre todo en Latinoamérica, impregnaron la conciencia colectiva
del mundo con su reclamación de «la imaginación al poder».
Pero ¿qué quedó de aquel mayo francés? Una idea, una construcción, una significación.
En el presente, aquellos episodios generan fantasías que se ajustan poco o nada a lo que
realmente sucedió. Ahora bien, ¿importa el «rigor histórico»? ¿Importan los detalles de la
revuelta? ¿O importa la idea de «revolución juvenil» que dejó encendida la revuelta en la mente
de casi todos?
Los imaginarios
Sería aventurado decir que estos nuevos preceptos de las ciencias duras -que ese «algo»
indeterminado o imprevistoalimentaron el concepto de imaginario. Pero sí es cierto que el
criterio de determinación científica -y sobre todo el principio de causalidad- comenzaba a ser
seriamente cuestionado.
Si este nuevo modo de ver la materia constituye un desafío para las ciencias tradicionales,
¡qué decir de las ciencias humanas! Desde distintas perspectivas se comienza a intuir que «algo»
más que meras tradiciones o necesidades conforman las conductas de los hombres y de las
sociedades.
Ese «algo», que va más allá de la realidad tangible y que impregna de alguna manera los
procesos sociales, logra diferentes traducciones a través de los intelectuales que
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Paradigmas
La palabra paradigma remite a ejemplo o patrón de alguna cosa o conducta; constituye un
modelo de organización o explicación del mundo. El término adquiere su popularidad merced al
filósofo de las ciencias Thomas Kuhn. En La estructura de las revoluciones científicas (1962)
afirma que las ciencias no progresan siguiendo un proceso uniforme por la aplicación de un
hipotético método científico. Observa dos fases diferentes de desarrollo: en un primer
momento, se instituye un amplio consenso en la comunidad científica sobre cómo explotar los
avances conseguidos en el pasado ante los problemas existentes; se crean así soluciones
universales a las que Kuhn llama, precisamente, «paradigmas».
En un segundo momento, a medida que esas soluciones pierden eficacia, se buscan nuevas
teorías y herramientas de investigación. Si se demuestra que una nueva teoría es más eficaz que
las existentes entonces es aceptada y se produce una «revolución científica». Tales rupturas
revolucionarias traen consigo un cambio de conceptos científicos, problemas, soluciones y
métodos; es decir, se crean (o instituyen) nuevos paradigmas.
Representaciones sociales
También a comienzos de la década del sesenta el investigador francés y psicólogo social
Serge Moscovici (La influencia social inconsciente) acuña el término representaciones sociales.
Las representaciones sociales son «formas de pensamiento de sentido común, socialmente
elaboradas y compartidas, que les permiten a los individuos interpretar y entender su realidad y
orientar y justificar los comportamientos de los grupos» .
Según Moscovici, «no representan simples opiniones, imágenes o actitudes en relación a un
objeto, sino teorías o áreas de conocimiento para el descubrimiento y organización de la
realidad»
variación puede tener que ver con la complejidad de cada sociedad, la categoría social de sus
grupos, los valores, etcétera.
Son construcciones simbólicas de la realidad. Se percibe y conceptualiza un objeto en
función de su simbólica y significativa realidad: la imagen del objeto y su concepto están
cargados de significado. A diferencia de una representación individual, «la representación
simbólica es una construcción de la realidad que una vez que está construida existe casi
independientemente de ese aspecto de la realidad que es representado».
«El contenido de las representaciones puede variar de un grupo a otro, de una cultura a
otra. »
Representaciones colectivas
El término representaciones colectivas suele confundirse con representaciones sociales.
Acuñado a comienzos del siglo xx por Émile Durkheim, las representaciones colectivas
comprenden un cuerpo de creencias, actitudes morales y normas compartidas por los
componentes de una sociedad. Pero, según este autor, la conciencia colectiva es más propia de
las sociedades simples; esto es, aquellas en las que prepondera la «solidaridad mecánica»
(contrapuesta a la «orgánica»), basada en la semejanza entre individuos, y donde el proceso de
la división del trabajo está poco avanzado. Estas representaciones están constreñidas a
determinados grupos sociales; por tanto, no son compartidas homogéneamente por todos los
miembros de una sociedad. Son ejemplo de éstas: la religión o el mito, transmitidos a través de
generaciones, y que uniforman conductas y pensamientos. Al contrario de la representación
social, prefiguran procesos estáticos muy resistentes al cambio
Imaginario radical
Tanto los paradigmas como las representaciones sociales definen qué es una sociedad, qué
hace que se mantenga unida y qué diferencia a una de las otras. Ambos conceptos sirven para
explicar el mundo e interpretar los cambios.
Para Castoriadis, la sociedad se mantiene unida porque establece una urdimbre de
significaciones sociales que son creadas por los seres humanos que integran esa sociedad. Esta
red es lo que él denomina magma. Ahora bien, el magma no es creado por nadie, sino que todos
lo crean. Y al decir «todos crean ese magma» se está diciendo también «nadie» crea el magma.
En ese magma está lo que ya se definió como el imaginario social.
El imaginario social instituido establece qué es un hombre y una mujer; qué es el Estado,
la libertad y la honestidad. También da cuenta de qué es un niño, un delincuente, la moral, etc.
Según la psicóloga social Gladys Adamson:
«El imaginario social eficaz es aquello que compartimos, aquello que nos da
certidumbre, que nos parece lógico, obvio, de sentido común; no lo ponemos en cuestión
[...] "las cosas son así»[...] .
Esta mecánica de percibir, valorar, distinguir y jerarquizar determinadas cosas implica, por
cierto, un grado de clausura. Desde lo social se determina que «lo malo» es malo y que «lo
bueno» es bueno.
«Cada cultura establece qué es lo percibible, lo pensable, lo significable; y esto, en
ese sentido, implica cierto grado de clausura» ".
los cambios. También en las comunidades marcadas por una religiosidad rigurosa. En el otro
extremo pueden situarse las sociedades fundamentalistas «que tienden a clausurar su magma de
significaciones dándoles un carácter de certeza», según Adamson.
Pero, y he aquí la originalidad de Castoriadis, la sociedad, dice, es un algo no
determinado, algo no completo; un algo dinámico en un hacerse permanente. Y esto se refleja
en el imaginario social radical que es, además, instituyente.
El imaginario radical da forma a una sociedad abierta, autónoma, que aun resistiendo, da
oportunidad al cambio. La democracia, el gran invento que los griegos antiguos legaron al mundo
occidental, es la muestra más acabada del imaginaria social radical en acto.
Aunque las sociedades democráticas tiene un universo de significaciones dado:
democracia, individuo, ciudadano, hombre/mujer libre, matrimonio, participación, etc.,
también deja margen para que alguien (individuo, grupo, sociedad) se enfrente con las
significaciones dadas y proponga un cambio.
La virginidad de la mujer, significación instituida como virtud en muchas sociedades del
siglo Xx (y, ciertamente, su contracara: la condena social para la transgresión de esa «virtud»), a
comienzos del siglo XXI es una cuestión casi anecdótica.
Ese cambio en la significación «virginidad» corresponde a la dimensión del imaginario
social radical.
Ésta y otras significaciones -como la ecología, el indigenismo, el machismo, la honestidad,
la revolución social, la psicología, la comunicación, las políticas sociales, y un largo etcétera-
sufrieron a lo largo del siglo un dramático cambio gracias a un contexto democrático. Se
entiende «democrático» como una significación más allá de las prácticas democraticas
concretas.
Así como el humanismo introdujo el concepto «individuo», la modernidad incorporaría
posteriormente el concepto «ciudadano»; y más allá de que en la práctica muchas veces las
democracias concretas avasallen al individuo, y por cierto, al ciudadano, el magma de
significaciones sociales tiene claramente definido ambas funciones y también los «derechos»
adquiridos.
Si la democracia es un sistema «abierto» que permite la expresión o traducción de nuevas
significaciones sociales, ¿por qué el mundo de finales del siglo XX -cuando Castoriadis elaboró sus
últimas reflexiones- aparece como un sistema «clausurado», sin mayores márgenes para la
creatividad -en el mejor de los casos- o para la supervivencia, en el peor?
Los imaginarios sociales, como los paradigmas de Kuhn, se debaten entre articulaciones y
tensiones. Según la visión de Kuhn un nuevo paradigma eficaz desplaza a uno anterior ineficaz.
Para el imaginario de Castoriadis, tal situación no existe y se pueden afrontar situaciones
paradójicas.
A finales del siglo anterior, el imaginario social capitalista -que esgrime las significaciones
de exacerbado individualismo, eficientismo, competencia, eliminación de las diferencias y la
preeminencia de los intereses del mercado sobre los intereses de las personas- choca
inevitablemente con el imaginario social democrático, que sostiene las significaciones de la
igualdad ante la ley, la equidad social, la solidaridad, el bien común y el respeto a las
diferencias.
Esta avanzadilla del imaginario social capitalista penetró aun en áreas impensables como el
arte y la justicia. Esta «gran mentalidad capitalista», reacia a establecer compromisos
colectivos, termina dinamitando todo sentido de cohesión social.
APÉNDICE
Tengo el deseo, y siento necesidad, para vivir, de otra sociedad que la que me rodea. Como
la gran mayoría de los hombres, puedo vivir en ésta y acomodarme a ella, en todo caso, vivo en
ella.
Tan críticamente como intento mirarme, ni mi capacidad de adaptación, ni mi asimilación
de la realidad me parecen inferiores a la media sociológica.
No pido la inmortalidad, la ubicuidad, la omnisciencia. No pido que la sociedad «me déla
felicidad»: sé que no es ésta una ración que pueda ser distribuida en el ayuntamiento o en el
consejo obrero, y que, si esto existe, no hay otro más que yo que pueda hacérmela, a mi
medida, como ya me ha sucedido y como me sucederá sin duda todavía.
[...] en la vida, tal como está hecha para mí y para los demás, topo con una multitud de
cosas inadmisibles; repito que no son fatales y que corresponden a la organización de la
sociedad.
Deseo, y pido, que antes que nada, mi trabajo tenga un sentido, que pueda probar para
qué sirve y la manera en que está hecho, que me permita prodigarme en él realmente y hacer
uso de mis facultades tanto como enriquecerme y desarrollarme.
Y digo que es posible, con otra organización de la sociedad para mí y para todos. Digo
también que sería ya un cambio fundamental en esta dirección si se me dejase decidir, con todos
los demás, lo que tengo que hacer y, con mis compañeros de trabajo, cómo hacerlo.
Deseo, con todos los demás, saber lo que sucede en la sociedad, controlar la extensión y la
calidad de la información que me es dada.
Pido poder participar directamente en todas las decisiones sociales que pueden afectar a
mi existencia, o al curso general del mundo en el que vivo.
No acepto que mi suerte sea decidida, día tras día, por unas gentes cuyos proyectos me
son hostiles o simplemente desconocidos, y para los que nosotros no somos, yo y todos los
demás, más que cifras en un plan, o peones sobre un tablero, y que, en el límite, mi vida y mi
muerte estén entre las manos de unas gentes de las que sé que son necesariamente ciegas.
Sé perfectamente que la realización de otra organización social no será de ningún modo
simple, que se encontrará a cada paso con problemas difíciles.
Si incluso debiésemos, yo y los demás, encontrarnos con el fracaso, prefiero el fracaso en
un intento que tiene sentido a un estado que se queda más acá incluso del fracaso y del no
fracaso, que queda irrisorio.
Deseo poder encontrar al prójimo a la vez como a un semejante y como a alguien
absolutamente diferente, no como a un número, ni como a una rana asomada a otro escalón
(inferior o superior, poco importa) de la jerarquía de las rentas y de los poderes.
Deseo poder verlo, y que me pueda ver, como a otro ser humano: que nuestras relaciones
no sean terreno de expresión de la agresividad, que nuestra competitividad se quede en los
límites del juego, que nuestros conflictos, en la medida en que no pueden ser resueltos o
superados [...] arrastren lo menos posible de inconsciente, estén cargados lo menos posible de
imaginario.
Deseo que el prójimo sea libre, pues mi libertad comienza allí donde comienza la libertad
del otro y que, solo, no puedo ser más que un «virtuoso de la desgracia».
No cuento con que los hombres se transformen en ángeles, ni que sus almas lleguen a ser
puras como lagos de montaña, ya que, por lo demás, esta gente siempre me ha aburrido
profundamente. Pero sé cuánto la cultura actual agrava y exaspera su dificultad de ser, y de ser
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con los demás, y veo que multiplica hasta el infinito los obstáculos a su libertad.
Sé, ciertamente, que este deseo mío no puede realizarse hoy; ni siquiera, aunque la
revolución tuviese lugar mañana, realizarse íntegramente mientras viva.
Sé que un día vivirán unos hombres para quienes el recuerdo de los problemas que más
pueden angustiarnos hoy día no existirá.
Este es mi destino, el que debo asumir, y el que asumo. Pero esto no puede reducirse ni a
la desesperación ni al rumiar catatónico.
Teniendo este deseo, que es el mío, no puedo más que trabajar para su realización. Y, ya
en la elección que hago del interés principal de mi vida, en el trabajo que le dedico, para mí
lleno de sentido (incluso si me encuentro en él, y lo acepto, con el fracaso parcial, los retrasos,
los rodeos, las tareas que no tienen sentido por sí mismas), en la participación en una
colectividad de revolucionarios que intenta . superar las relaciones reificadas y alienadas de la
sociedad actual, estoy en disposición de realizar parcialmente este deseo.
Si hubiese nacido en una sociedad comunista la felicidad me hubiese sido más fácil.
En este pretexto, no voy a pasar mi tiempo libre mirando la televisión o leyendo novelas
policíacas.
Nerio Tello: “Cornelius Castoriadis y el imaginario radical”. Ed. Campo de ideas, España,
2003. Págs. 51-108