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J.S.Santana
21-Feb-2006
Introducción
En el agitado mundo que nos ha tocado vivir, aparecen y desaparecen dis-
tintos modelos para dirigir las vidas de otros seres humanos; esto es, distintos
modelos de liderazgo. En general, sin embargo, podemos clasificar estos mod-
elos solamente en dos: el modelo concebido por Dios, y todos los otros modelos
humanos. Por supuesto que Jesús, como el buen pastor, constituye el máximo
ejemplo del primer caso, mientras que la historia humana está repleta de ejem-
plos del otro caso. En la Iglesia, como una congregación de vidas rescatadas
por Dios y en el proceso de una restauración total, debería manifestarse esa
conducción de vidas propuesta por Dios, especialmente cuando esas vidas es-
tán atravesando por situaciones angustiosas. En este escrito veremos dos casos
paralelos y cercanos que ejemplifican de manera general estos tipos de lider-
azgo en el contexto del Pueblo de Dios en el Antiguo Testamento: se trata del
caso del rey David y de su hijo Absalón.
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por Dios sobre él y se sometió a la acción justiciera de Dios cuando la autoridad
delegada de Dios, esto es el rey Saúl, se volvió injusta (1° Sam 24:10-15); mien-
tras que el otro se rebeló contra la autoridad familiar y política que Dios había
puesto sobre él (2° Sam 15:3, 10, 12), y no esperó en la justicia de Dios cuan-
do su familia se vio ultrajada, sino que se tomó la venganza en sus manos (2°
Sam 13:19-39). Uno llevó a la gente que lideraba, de su situación de angustia,
amargura y desesperanza, a una situación de victoria y valentía que ellos mis-
mos nunca habían imaginado (1° Cro 11 y 12); el otro, condujo a sus seguidores
en rebeldía, incluso cambiando las buenas intenciones con las que algunos de
ellos se le habían acercado (2° Sam 15:11), hasta el punto de una total derrota
(2° Sam 18:5-8). De uno su reino fue confirmado eternamente, en la persona
de Jesucristo, su descendiente (1° Cro 17:7-15); del otro, sus aspiraciones para
arrebatar el reino fueron sofocadas abruptamente con su muerte (2° Sam 18) y
aun de su descendencia no se tiene memoria (2° Sam 18:18).
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los era insensato — véase por ejemplo el consejo que le da a Absalón en 2° Sam
16:21, que aun cuando había sido profetizado por Natán en 2° Sam 12:11,12, lo
ponía a él como instrumento de maldad (cf. Mt 18:7, 26:24, 7:22-23). Es intere-
sante que, en medio de la sabiduría que Dios había dado a Ahitofel su nombre
signifique hermano de estupidez o hermano de impiedad o hermano de insipidez, aquí
está entonces un claro ejemplo de cuando la sal pierde su sabor (Mt 5:13), que
es cuando los dones y talentos que Dios ha otorgado para el bien del mundo,
son empleados con propósitos mezquinos o, incluso, malignos.
Notemos que la situación que estamos describiendo en estas líneas; esto es,
la confrontación entre estos dos estilos de vida, era el resultado de los errores o
del mal comportamiento de cada uno de los dos actores de este episodio: el rey
David y Absalón. Ahora bien, lo que vamos a considerar aquí es la respuesta de
ellos en medio de esta situación. Mientras que en el fondo de la vida de David
operaban el arrepentimiento y el perdón, en Absalón sus móviles eran el odio
la venganza y el rencor. Así pues, el consejo de Dios se manifiesta, no necesari-
amente donde están los profetas, sino donde hay humildad y quebrantamiento
de espíritu (Sal 51:17, Is 57:15).
Al encontrarnos nosotros en alguna situación parecida, ¿cuál será el princi-
pio que moverá nuestro actuar? ¿Será un genuino arrepentimiento delante de
Dios lleno de humildad y quebrantamiento y su perdón y nuestro perdonar a
otros, o será el orgullo, el rencor, la venganza y el odio?
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nosotros? ¿Dios mismo y la Palabra de Él que nos sostiene o nuestra personali-
dad, atractivo personal y nuestra argumentación y elocuencia? ¿Es la posición
de liderazgo algo que Dios me ha dado; es una función que Él me ha puesto
para que desarrolle o es algo que yo he perseguido afanosamente y que he
logrado por el ímpetu de mi personalidad? De la respuesta que demos a es-
tas preguntas se derivará el destino de los grupos que nos toque comandar.
Pero, aún antes de responder a estas preguntas, hay una pregunta más básica
que conviene que nos hagamos: ¿Cuál es la fuente de nuestro actuar? ¿Es una
relación personal de calidad con el Señor o es cualquier otra cosa? La Palabra
de Dios nos muestra que David tenía una relación con Dios cotidiana e intensa
(véase p. ej. Sal 5:3 y Sal 63:1). Incluso en aquellos momentos en que había fal-
lado, su acercamiento al Señor era manifiesto (véase Sal 32, Sal 38 y Sal 51). En
cambio, ¿cuál era la relación que guardaba Absalón con Dios? Nuevamente la
Escritura nos da algunas pistas al respecto. En 2° Sam 15:7-12 lo encontramos
disponiéndose para ofrecerle un sacrificio a Dios; según se nos dice, como una
respuesta a un voto que le había hecho al Señor con anterioridad. Esto quiere
decir que había algún tipo de conversación entre él y Dios, ya que le había
prometido el sacrificio si se le cumplían ciertas expectativas: las de regresar a
Jerusalén, por cierto, pero no las de recibir el perdón de su padre, porque no
sentía culpa alguna por el asesinato de su hermano Amnón (cf. 2° Sam 14:32).
Era su relación con Dios, entonces un tipo de relación condicional: “Señor, si tú
cumples mis deseos, entonces te premiaré con mi devoción”. Evidentemente,
mientras que estas condiciones no se cumplieran no habría ningún tipo de re-
spuesta de su corazón hacia Dios. Es así entonces que, al mismo tiempo que
ejecuta sus sacrificios; esto es, mientras que expresa su devoción, se encuentra
ya desarrollando el plan mezquino y egoísta para apoderarse del reino y hacer
a un lado a la autoridad política y familiar que Dios había puesto sobre él (2°
Sam 15:12). En este mismo versículo encontramos que Absalón manda llamar
a Ahitofel. ¿Qué significado tiene esto? Bueno, pues la fama de este hombre
como consejero de parte de Dios era muy extendida (2° Sam 16:23). Esto quiere
decir que Absalón reconocía la importancia del consejo de Dios para cualquier
empresa. Sin embargo, la manera cómo él pensaba pedir este consejo a Dios
era algo semejante a: “Señor, aconséjame cómo llevar a cabo mis propias em-
presas; cómo lograr mis propósitos; cómo destruir a los que se interpongan
en mi camino”, etc. y no como en el caso de David, que decía: “Señor, aconsé-
jame cómo enderezar mi vida de acuerdo con tus propósitos” (cf. Sal 5:8, 25:4,5,
86:11, y 143:8-10).
Conclusión
De lo anterior entendemos entonces que lo importante en nuestra relación
con Dios, no es, en sí misma, la devoción — esto es, una devoción: alabanza y
adoración, como una actitud religiosa de un pago a Dios por sus servicios —, ni
siquiera es la búsqueda del consejo de Dios — esto es, la búsqueda de la palabra
profética de dirección pero para sacar adelante nuestros objetivos egoístas —,
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sino la alabanza y adoración que dan respuesta al corazón de Dios en espíritu
y en verdad (cf. Jn 4:23), y la búsqueda de su consejo para que abra nuestros
ojos para enderezar nuestros caminos de acuerdo con su Palabra (cf. Sal 119:17-
20,105-112). Es precisamente en este tipo de relación con Dios que David dirige
una sencilla oración a Dios, cuando Absalón había hurtado del lado de David
a su consejero divino: “¡Entorpece ahora, oh Jehová, el consejo de Ahitofel!” (2° Sam
15:31), y es en este mismo tipo de comunión que su oración recibe una respues-
ta explícita por parte del Señor: “Entonces Absalón y todos los de Israel dijeron: ‘El
consejo de Husai, el arquita, es mejor que el consejo de Ahitofel’. Ello porque Jehová
había ordenado que el acertado consejo de Ahitofel se frustrara, para traer Jehová la ru-
ina sobre Absalón” (2° Sam 17:14). Cuando nuestras vidas operan bajo este tipo
de comunión con Dios que busca en espíritu y en verdad su dirección para la
corrección de nuestros pasos, nuestras oraciones son escuchadas por parte de
Dios, y no sólo eso, sino que además, Dios puede incluso frustrar consejos que
acertadamente podrían venir en nuestra contra. ¡Qué Dios nos ayude a buscar
de todo corazón este tipo de comunión con Él cada día!