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Nº 20

Revista trimestral de literatura Año VI 2009 Nº 22 3 euros


Ediciones del Tábano c/Pozo 94 (bajo), Alicante c.p.03004 www.eltabano.org
SUMARIO
Portada Pedro Coiro.
Frase y dibujo Adán Buenosayres. Leopoldo Marechal. Jóven Sátiro (dibujo). Romina Carrara.
Poesía Ningún. Cercanía. Eugenia Coiro (pág. 3)/Desperté... Diego L. Monachelli. Dibujo: Javier Solari
(pág. 5)/Terceto para un amanecer. Nelo Curti (pág. 5) Dibujo (pág. 6): Javier Solari/Así cantaba
un Silmarillon. Alfonso Rodríguez Sapiña. (pág. 7)/El niño... Cometas... Lucas Barale (pág. 8) Dibujos
(págs. 8,9 y 11): Ariel Tenorio/La mesa de cartílago. Paco Granados( pág.10)/ Vals del rengo. Javier Solari
(pág 11) El está... Karina Macció (pág. 12) Dibujo: Missael Acosta./I. Missael Acosta (pág 15) Dibujo: Missael
Acosta.
Prosa Los cantos de Maldoror. Canto III. Isidore Ducasse (Conde de Lautreamount). Traducción de Aldo
Pellegrini. Ilustraciones de Oscar Grillo. (pág. 16).
Cuento ¡A escena, actores!. Rolando Revagliatti (pág. 22) Ilustraciones: Andrés Casciani/ Arder de su mano.
Diego L. Monachelli (pag. 27)/ Desvíos por obra. Nelo Curti. (pág. 28) Dibujos: Juan Álvaro Pernía.
Diccionario Diccionario de novedosos términos: Buenrollismo. (pág. 31) Dibujo: José Manuel Cámara Más.
Ensayo Los límites de la conciencia: energía nuclear y control social. Juanma Agulles. (pag. 32) Dibujo: Juan
Álvaro Pernía.
Nombres propios Giorgio “Il Barbone” Tagliatella. Mercader ambulante (pág. 36).
Reseña Anfitrión en el paisaje. Mónika González Ortega (pág. 38).
Contraportada Eduardo Galeano, Carlos Widmann, y otros renacuajos.

La tirada inicial de este número es limitada:


guarde celosamente su ejemplar, en el futuro será pieza de coleccionista.

Las posibles colaboraciones deberán ser enviadas a


Redacción:
Nelo Curti, Pedro Coiro, Juanma Agulles, editabano@hotmail.com, o a la dirección postal C/
Sebastián Miras, Mónika González, Eugenia del Pozo, 94 (bajo). 03004 Alicante
Coiro.
Cuadernos del Tábano es una revista indepen-
Maquetación y diseño:
diente. Y, ¿ qué quiere decir eso exactamente?, se
Pedro Coiro, Sebastián Miras.
preguntará alguien. Pues quiere decir que no res-
pondemos a ningún interés comercial o editorial y
Edita: A.J. «El tábano»
que cualquier colaboración en este sentido (venga
Depósito Legal: A-571-2004
desde el ámbito público o privado), será exclusiva-
ISSN: 1698-4706
mente como aportación desinteresada al desarrollo
Imprime: CEE Limencop S.L.
de nuestro proyecto.
Y punto.
Editorial
Pasó el verano y recién ahora, encontrando en propagandas las primeras ame-
nazas navideñas, nos recomponemos del impacto de muchachas en la playa, aca-
bamos la última cerveza, y decidimos reiniciar las labores tabanísticas, publican-
do el vigesimosegundo número de una revista que, como viene sucediendo hace
media docena de años, impulsamos desde distintos lugares del mundo escritores
y dibujantes que en los ratos libres, para no perder la costumbre, repartimos
publicidad, abrillantamos cristales, atendemos un bar o una lavandería.

Otro de nuestros entretenimientos es editar obras de autores abandonados


por el éxito (entiéndase por esto: amigos o parientes) y en consecuencia durante
el mes de noviembre* ampliaremos la colección Delirium Tremens con la
publicación de cinco títulos, entre los que se encuentra la reedición de
“La mujer de todo el mundo”, una novela de Alejandro Sawa, que no era amigo
nuestro.

Para este número nuestro querido Óscar Grillo nos envió postales de su
encuentro con el Conde de Lautréamont, Giorgio Il Barbone amplía su anecdo-
tario, aproximándose peligrosamente al mito, y cuestionamos “afectuosamente”
la relación de Eduardo Galeano con la naturaleza. Llegaron además poemas, artí-
culos y cuentos desde la otra orilla del Atlántico que el cartero, actualmente
recluido en un psiquiátrico, repartió entre Madrid, Bruselas y Alicante, cuidad
que, como decía al principio, se deja lentamente violar por el invierno.

*Diremos noviembre, sin referenciar el año, porque, conociéndonos, probablemente


no se trate de este noviembre tan cercano, y no queremos pasar por mentirosos…
para eso ya tenemos la literatura.
“Cuéntase que otra vez, en la glorieta de Ciro Rossini, un vendedor de colchas reabrió ante Samuel Tesler el mano-
seado litigio de la Cigarra y la Hormiga, y que el filósofo, no sin antes expresar su desdén por los animales inver-
tebrados y los vendedores de colchas, defendió heróicamente la bandera de la Cigarra, a cuya salud bebió en segui-
da tres copas de vino siciliano. Y como el vendedor de colchas insistiese aún en preguntarle cuál era la economía
ideal respondió Samuel Tesler que la del pájaro, único animal terrestre capaz de convertir diez granitos de alpiste
que comía, en tres horas de música y en un miligramo de estiércol.”

Adán Buenosayres, Leopoldo Marechal.

página 2
poesía
Poema de Eugenia Coiro

Cercanía

“NINGÚN tipo de tiempo pequeño Me mira


cómplice.
se agitan despojos errantes
Arbitrariedad, un patín, atrás del pulover
pero bajo quiero cuerpo
soplo, asalta hago equilibrio sobre la tensa soga
toda física. el tiempo es una línea

Y si yo te tuviera. Y si. tiemblan las manos


me vuelvo húmeda
Las artes de morir abajo
centellean, y en la boca
tú juegas, hago equilibrio sobre la línea
yo gano.” equívoca
del tiempo
Paul Celan, Los poemas póstumos
se escribe el poema
como la enamorada del muro
de noche
lento
errante sobre el papel
la lengua no dice
(no puede
no sabe
se derrite
en su boca lejana
tibias chispas de chocolate)

y el rojo tiñe
con rubores
mariposa incendiaria
Y si yo te tuviera. Y si.

Juguemos a no pestañear
a que me mires todo-seguido
en el universo tresmilcuatrocientosveintiseis
y ahí afuera que sea reflejo
del vacío de adentro

Él se esconde
estopa deseo
atrás de los ojos
enmudecimiento de labios tirantes
tan sólo tal vez quien sabe piensa
Y si yo te tuviera. Y si.

Ningún tipo de tiempo pequeño


cómplice
es posible

página 3
poesía

Poema de Diego L. Monachelli

Desperté de un sueño donde no había palabras,


sólo una piedra llorando.

Me recosté sobre la tierra a beber su gracia,


labio, lengua, sal su marea
abriendo mi rostro y sus ventanas.

Ciego de luz
busqué la distancia
y pronto fui cayendo,
gota sonriente,
manantial de tiempo,
lluvia -y ella-
el rostro posible de tus palabras.

página 4
poesía

2
Poemas de Nelo Curti Contemplo un territorio
de arboledas muertas.
Todo ha huido hace tiempo
de las empecinadas siluetas.
No soy más
que una falsa expectativa.

3
Terceto para un amanecer
De pronto viola el asfalto
1 y las tristezas de madera
un falo jugoso y palpitante,
La noche nada de su interior surgen
por las veredas sonámbulas, imágenes y seres,
moja árboles, cicatrices, salen mis padres
da con las boleterías cerradas y me traen
y vuelve un juguete de colores,
de mala gana vuelve sonriente
a oscurecer umbrales aquella bicicleta
y apagar mis cigarrillos que olvidé en la cordillera
mientras pienso y una mujer desconocida
que debería comerme las iglesias salta,
y escupir en cada papelera me besa,
un ritual asesinado. y entonces la recuerdo.
De pronto es un buzo No deja de crecer el prodigioso sexo,
derritiéndose en medio del desierto, nocturno, sonámbulo,
salpicando anuncios y semáforos inseminando soledad.
para que la luna baje Cae a gritos,
y ella sepa que la seguiré buscando. chorreando,
En cada bocacalle me asalta, mi profesora de primaria
clavo una palabra en su sien y dice:
y sobrevive, con lo bueno que eras,
cercándome, negrito,
dejando en mi saliva mirá cómo acabaste,
una mujer que no me besa. e intenta añadir algo
pero ¡plaf!,
se estampa en el cartel de un bar.
Corro por la laberíntica vagina
y me detiene
un señor que pasea
tranquilamente a su mascota:
relájese, muchacho,
¿no lo reconoce?,
es el pene de Zeus.
Me giro
y puedo ver
la majestuosa eyaculación de un sol.

página 5
poesía

Despedida

Si fuera posible abandonar estas orillas


y llevarnos el asma del mar,
los olores de la ropa
que visita el viento en los balcones
y dejar atado el miedo
a la silla del último café,
si pudiésemos irnos
sin cargar un perro en la maleta
ni una dirección
que enviude de postales,
y al volver la vista
no fingiesen infancia los recuerdos,
entonces, seguramente,
nos quedaríamos,
aquí, allá,
impasibles,
como si nunca
hubiésemos nacido.

página 6
poesía

Poema de Alfonso Rodríguez Sapiña

Así contaba un Silmarillon

La electricidad y el ingenio, un mosaico del presente, un bosque o pradera emocional con-


tra los desiertos del amor, contra las miasmas destructoras, un regalo para que los que tie-
nen oídos atentos y desprejuiciados escuchen al hombre en la cresta de la ola, que no ve
tierra y que va a hundirse en el salitre de las olas.
Para que comience una nueva época. Que aquellos que tienden sus manos recojan otras
manos, porque ni todo el dinero del mundo vale el placer de llorar con ojos amados.
Tu salud y la mía son estrellas en el mar y estrellas en el firmamento, estrellas dibujadas en
un papel por los niños del porvenir. Tú y yo también pintamos estrellas. Nos tomamos muy
en serio este juego y nos reímos sólo de la victoria de la gente noble.
Yo creo que creo y tu estas segura de crear. A lo lejos despunta el sol. Yo dibujo tu cuerpo
dibujando ramas invisibles. Un niño dibuja una ola en el camino que lleva a la ciudad.
Somos felices y eso despierta envidia. No sé si somos tantos como para repartir la felicidad
a los envidiosos y amargos transeúntes. No sé si somos tantos como para romper las alam-
bradas que separan a civilizaciones enteras.
No sé, e imagino que gente como nosotros tampoco sabe. Que nadie sabe que la victoria
está cerca porque de allá, de la ciudad más cercana, se oyen carcajadas dementes o glorio-
sas.
En el camino, gente que busca a Dios y a la cólera de ese Dios por la que ha de perecer,
gente que busca a Dios y la dicha que este ha de repartir. Pero ninguno de ellos se digna a
darnos algo de comer. Puede que no tengan, porque ya se les haya acabado o que no quie-
ran regalar…
Yo busco a los hombres y al Dios que ha de perecer tras ellos y tú buscas a la divinidad que
debe nacer tras su Dios muerto. Mientras discutimos un niño dibuja un globo terráqueo.
Yo fijo mis ojos en Panmaris, tú en Panterra. Yo buceo por las esquinas del crepúsculo. Tú
caminas por valles y montañas… al amanecer escuchamos al niño.
“ Por el cielo se ven volar las aves migratorias. ¿Es verdad que antes los niños creían que
veníamos de París atados a los cuellos de las cigüeñas?”
El silencio es de la noche.
Cópula, fornicio, coito, abrazo genital. De la ciudad resplandecen tres o cuatro casas. Troya
ha caído, la Comuna ha caído y Babilón, con su corazón extrañado palpita en el cielo noc-
turno de la primavera.
De la cabeza del niño cae una larga melena rubia que es invadida por las semillas de las flo-
res que acabarían cansando a los buenos poetas. Ni tú ni yo sabemos si tras la ciudad habrá
un desierto o una llanura verde. Pero no es Roma, ni tampoco Abisinia. Ojala –pensamos-
sea como Sils-María.

página 7
poesía
Poemas de Lucas Barale

“Me molesta mucho parecer curioso, pero ¿querría usted tener la bondad de decirme quién soy?”
Oscar Wilde, La importancia de llamarse Ernesto

el niño de la tercera edad


tiene la boca pintada con carbón

anda atado a la vida


que lame sus talones con anzuelos

regalos perentorios

él supone que el destino es una cosa rectangular


por ende una entidad tan espontánea como la combustión
con procesos reservados a los minerales puros
a los cantares de gesta
y la literatura

él tenía una lengua y la ha perdido

su metáfora se ha ido espaciando


como hermanos que la vida distorsiona

que los hace ríos rápidos


arenosos
tierra violeta bajo las uñas

y las miserables páginas que lee


ya no serán escritas
por la mano que las acunó de tarde

en la siesta áulica del cordero

página 8
poesía
“Cosas que me pasaron durante la infancia me están sucediendo recién ahora.”
Arnaldo Calveyra

cometas
escudos
juguetes

el reloj detenido hace tres días


exactamente a las veintiuna treinta y nueve

entrar despacio

para que los pasos no sean oídos


por ese nadie que duerme sobre la cama

cuando no estoy

puedo vivir sin esto

lo repito

no lidiar más con el prefijo ex - quisito

extramuros

cerrar el diccionario y notar


que a la vereda le crecieron sanguijuelas

que la madrugada desaprende los movimientos


consensuados para anotar la frase no creas que no lo sabía

sólo que hay demasiadas estrellas en este museo

desde esta nube parecen fantasmas


o personajes de video

hablando en jergas

página 9
poesía

Poema de Paco Granados

La mesa de cartílago

La sombra se derramaba poco a poco por la cara manchada de odio; el brillo se hacía con el quejido austero
del niño en el mar; la sala, hueca y sobria multiplicaba en infinito número, la navaja que yacía blanca y amarilla,
sobre la mesita, entre dos espejos gigantes y terribles.
Yo aquel día salí de la habitación oscura y noté que me había crecido entre el pelo, una espiral abierta, y un
bulto, en la base del cráneo. Las cosas, a mi alrededor, estaban muertas, pero detrás de mí, notaba la caricia de los
que vociferaron en el espacio, la herida brava de una lechuza con ojo de buey latiendo firme en el desfiladero, la
mano abierta de una mujer gorda y desnuda, espantada y hermosa, descifrando la mancha que crecía febril de su
odio y un cuchillo, elevando su anguloso perfil oblicuo, en la retina sonámbula de la noche. Fue la galería la que
engulló la muerte hambrienta y no conseguía quebrar aquel cascarón que empezaba a parecerse a una cadena mal-
dita. Me paseaba por el pasillo cotidiano de aquella casa, escuchaba mi música y notaba, veía, los tallos enraizán-
dose verdes por el salón, pero no me penetraban ya, no sé si podéis entenderme, ya las olas se detenían justo
delante de mi pecho, por más furia que viese a los lejos, por más senderos y estatuas, por más caballos azules, el
agua se transfiguraba dócil ante el ondulante ritmo de mi corazón encendido.

Y aquello, tristemente, me dejaba tan marchito como una gaviota que ya no persigue formas de pulmones ni
sábanas crepitantes en la cabina de plata, ni la raíz, ni la sombra, ni la tez oscura del orangután atado.
Es la sensación con la que viajo paralelo, y no me deja fusilar palabras ante nadie.
Por la boca sólo racimos de insectos, no palabras, no abrazos empinados hacia la montaña profusa, no un
dolor fino en la palma de una mano con otra mano y su quejido y voz corta.
Somos como el humo,
nos ponen nombres como a esqueletos, nos van invadiendo uno tras otro. Una mano gruesa y gigante, abe-
rrante, define nuestro contorno de arcilla, a su antojo. Ya no humo. Masa indiferenciada y seca, como esquirlas
por nuestro suelo cotidiano; vamos pisando los restos, con nuestro nuevo y diminuto cuerpo aún mojado en la
superficie, con la sensación aún hosca de la mano escultora.
Entonces nos convertimos en un ejército recorriendo conductos. La ciudad, queda urbanizada con canales de
acero, todos múltiples, todos paralelos, sin la posibilidad de poder confluir jamás. Nos aproximamos con la boca
exhalando insectos, golpeando de vez en cuando nuestro habitáculo redondo y estéril, y a veces escuchamos el
llanto y siempre, nos acompaña la nostalgia de cuando éramos aire entremezclado.

La navaja la guardo en la mesita y yo, por mi conducto multiplicado en los espejos simulo el aire de la ciudad
destartalada, en el dormitorio cerrado. Dibujo una señal, en las arcas metálicas y pinto de rojo la plata fina de la
hoja.

página 10
poesía

Poema de Javier Solari

Vals del rengo

Depositó el racimo de llaves sobre la superficie de madera


Suave roce con las miguitas de pan duro que esperaban desde el mediodía
Iluminadas por la naranja estela solar que se desplazaba acariciando el mundo.
Tres de sus dedos palparon billetes sucios; el universo se caía a pedazos.

Los bigotes conservaban partículas de queso cremoso,


Y ya no rozaban los ariscos suspiros de la amada menstruadora.
“Aún la noche, podría darme algo”- Pensó oliendo el cigarrillo.
Íntimamente sabiendo que nada llegaría.

Se desplomó en su lecho de papeles.


Se desplomó.
Se desplomó en el crujir de sus papeles.
Un respirar vacío…
Y la noche llegaba… sin nada… para siempre…

página 11
poesía
Poema de Karina Macció

Él está -lo veo- parado


sobre hielo fino.
Pero eso no me asombra eso lo sabía
eso lo puedo ver -creo-
aún cuando cierro los ojos me hago la dormida la muerta la nunca pasa nada y yo estoy acá
sigo acá de este lado seguro y sólido con los pies cubiertos de medias gruesas y zapatos
impermeables y nada se mueve pero yo puedo intentar germinar con la inocencia de
una flor de un yuyo
maleza
puedo ser
en esta tierra yerma
maleza
alta alta alta
hasta tocar el cielo y entonces
desaparecer
evaporarme en nubes
alejarme con el viento
ser ceniza cenicienta
y no sentir
-esto-
que me hace agitar
hoja
otoño amarillo y rojo
una hoja
de mi árbol familiar
separada
y desprendida vivir
-escribir-
en el aire...

Ella está parada sobre hielo fino.


No es hielo es vidrio
finísimo un glaceado
inerte
inconcebible la venda
en los ojos metidos los párpados
telones negros
profundo sueño doble
en ellos
se abre y se proyecta
ellos
hermanados
Dolor y Amor (salieron a pasear de la mano a la salida de la escuela, se regalan galletitas y unos
papelitos doblados, con letras y corazones de colores)
ellos
se atornillan en el camino
se empiezan a mover
los pies
mendigos violáceos ansiosos
intentan el desliz
el avance
en un campo de flores van gogh

página 12
poesía
que ven pero no
sienten
no
hay
no
son
flores
no
ves?
cuervos
espinas
acá
no crece
verde.
El congelamiento sube
incongruente
más que nada sentir
este calor desde arriba
las estrellas son soles desbordados
llueven chispas
se incendia mi pelo
mi cabeza
arde
Él
ahí
en la lejanía justa para morir
-Ella-
en el intento
para mutar inexorable
al otro lado de este pisito roto
rajado
Atrapada la venda negra de los ojos (Ella) cae haciendo círculos apretando ese cuerpo
anonadado todavía latiente por cuánto? ¿cómo medir el tiempo en este lugar inventado? ¿en
este rincón que se prende de la nuca y sale por los ojos por la boca por la nariz y el
ombligo? ¿cómo -después de tantas vendas vueltas ventosas- sigue ahí? ¿Él-Ella-ese lugar
atestado de palabras peces que se ríen inútiles del otro lado? Pirañas son——-palabras que
muestran los dientes sangrantes y ávidos———-
Veo mis palabras salir
las creo inventar
lavar y peinar tan hermosas
niñitas campestres que se hacen flores en ese campo que pugno remendar
ese otro telón de felicidad
aplastada
contra mí
Ella
yo-mí—mis-ma
voy
contra mí
hacia Él
un Ellos que puedo confiar
no me rescatará cuando
caiga
cuando sin tiempo esa capita que divide
el abajo indefinido
infernal

página 13
poesía
se abra
Él – Ella
los matadores
ya clavaron sus flechas
de Cupido y Sebastián
juntos
sus corazones agujereados
chorreantes
y entre tanta venda y tanta herida abierta
lo mejor es el frío
que detiene la acción
el morir
el no.

No hubo funerales (no puede haberlos cuando la escena queda congelada, en pausa
y los actores mueren así, viviendo)
pero todos –Él, Ella, Yo, Ellos, Nosotros, Ustedes-
puntuales asistieron para ver
el drama mudo
el paso en falso
la pérdida grandiosa
literaria
de todo lo que podría
haber sido
antes del hielo fino
antes de la rajadura en el piso
antes del encuentro accidentado
antes del ellos y el nosotros
antes del otro y los triángulos
antes
cuando todo era un campo
sin van gogh
una floresta de color primario
y unos chicos descubrían sus manos calientes
antes
todo podría haber sido
verano
felicidad.

página 14
poesía
poemas de Missael Acosta Hernández

En la cáscara del tiempo que dio frutos


la huella del dibujo lloviznado
aún incierto a las miradas
en los surcos labrados en el árbol
en lo cursi que fui ante el primer beso
por tus piernas temblorosas
Dejé mi nostalgia entre paredes
y adioses de mentira
la realidad fue escena
para creernos eslabones de los días
En la noche teñida de placeres
entre tanto lleno tanto de llenuras
en los portones
los cines oxidados
las hojas manchadas de café
en tus cenizas
dejé mi nostalgia
en el oído que escuchó lo nunca visto
el sabor que paladeó lo jamás tocado
el ojo que observó el gusto de lo amargo
el olfato que absorbió el tacto de una flor
en el calendario de mi vida
el primer y último respiro
o más allá donde vuelan golondrinas
Dónde dejé mi nostalgia en tu boca en tu espíritu
será mi mente almacén de recuerdo aglutinado
dónde cuajan tantas ganas dimensión divina
a qué sitio está convicto este fulgor
sin respuesta
enigma
vivir
donde dejé mi nostalgia.

página 15
Ducasse-Grillo

página 16
Ducasse-Grillo

página 17
Ducasse-Grillo

página 18
Ducasse-Grillo

página 19
Ducasse-Grillo

página 20
Ducasse-Grillo

página 21
cuento

¡A escena, actores!
Rolando Revagliatti
Helia Pérez Murillo, mi compañerita en las clases de friega entusiasta que me propinaras con linimento
interpretación, así como en las de expresión corporal, ense- Sloan, antes de irnos a comer Traviatas al barcito de la
ñaba literatura inglesa en un colegio religioso. Religiosa galería de la Sala Planeta. Ese calambre fue de lo más
ella, rara avis, buen humor y mal aliento, no respondía genuino, y por mí la pantorrilla hubiera podido quedar-
a los cánones usuales de quien se prepara para ejercer se agarrotada. Me dulcificaste. De qué buen grado te
de actor. Se anexaba a los grupúsculos más laburadores habría ofrecido todo mi territorio recontracontractura-
sin desestimar a los que apuntaban hacia un do. Te deseé con continuidad. Me enfebrecita-
destino de reviente. No todos la querían bas al cerrarte el sacón de vizcacha o
(nunca ocurre) y menos aún, la comprendí- cuando te instilabas el colirio.
an. Detalles simpáticos la adornaban: en Virginidad agazapada, Helia, vos, transi-
substancioso revoltijo portabas tijerita, da y amagante con tus treinta y cuatro
carreteles de hilo blanco e hilo negro, años en ristra, mientras yo, con ocho
dedal, aguja, alfileres de gancho. menos, te alcanzaba mis versos esotéricos,
Costurera ambulante, un botón me mis silvas a la metalurgia y a la agricultura,
cosiste apenas nos conocimos. Por años mi única lectora, siempre una palabra amable,
trazamos un mismo derrotero estudian- como una novia. También siempre tuviste her-
til. Realizamos, a propuesta mía, los semi- manos mayores, todos machitos, y siempre
narios de maquillaje y de foniatría. Hicimos confundía yo la voz de tu mamá con la
“de pueblo” (categoría “figurante”), bajo tuya, por teléfono. Tu padre, siempre,
contrato, en la tragedia campestre además, fue un anciano delicado de
“Donde la muerte clava sus banderas” de salud. Vivías en una mansión de ésas
Omar del Carlo, en el Cervantes. Vos, que emputecen a un pequeño burgués
como “mujer ribereña”; yo, detrás de una que como yo la otearía desde afuera y de
decena de ursos también disfrazados de noche, a bordo de su Ami a dos tonos de
montoneros, en un cuadro secundába- colorado, bien de chapa, con vos sin
mos a Venancio Soria (Alfredo Duarte) terminar de despedirse ni de
peleando a facón con su padre, el general nada, en una callejuela de
Dalmiro Soria (Fernando Labat), en el Adrogué, mucho árbol y
segundo acto. Se te veía en el escena- parejo empedrado, mucho,
rio. A mí, en cambio, como dije, muchísimo parque alrededor
cubriendo las espaldas del pelo- de la casona. Yo te dejaba,
tón, con barba y gorro, el Helia, precisamente en el portón
más bajo, sólo se me que se abría a toda esa manzana
hubiera distinguido lóbrega y rodeada por ligustro.
con la perspicacia de
la que mi padre y su Estuve casado durante los dos
primo Boche carecie- primeros años de tratarnos. La cono-
ron cuando recibíamos ciste a Viviana. Te amedrentaba su
los aplausos. De ese saludo independientismo enérgico, y su des-
en la función del estreno, con- concertante labilidad. Por entonces,
servo una foto: allí estamos: con Antonieta y Alejandro concurría-
vos, sobre la derecha, empolle- mos a los café-concert, previa presenta-
rada y con pañuelo en la cabe- ción de nuestros modestos carnés de la
za; yo, en el otro lateral, incli- Asociación de
nado, con poncho y lanza, Estudiantes de
respetuosamente. Teatro. Sucesos que
acontecían cuando
Nunca olvidaré aquella te mandaste con

página 22
cuento

Samuel Gomara esa atrevida improvisación en clase, taste de popularidad, pero tus remilgos, opiniones y
incorporando los diálogos de Ionesco en “Delirio a falta de swing te remitieron a tu primitiva ubicación.
dúo”. No te notamos más que ligeramente turbada
cuando tu ducho partenaire te lamía a través de la malla María Palacini me informó de tu presencia en una
amarronada y te besuqueaba en la nuca y se entrete- velada de gala en el Teatro Colón con un joven britá-
nía en tus nalgas y hasta en el perineo con los avispa- nico, alto y rubio, con el que platicabas en su idioma.
dos dedos de su pie derecho, el mocoso. Nos queda- Al salir, con levedad, él te había tomado del brazo,

mos boquiabiertos, y encima el texto no molestaba, según la chismosa que los siguiera hasta una parada
abstrusas líneas que habían logrado justificar, ustedes, de taxis.
el adolescente aventurado y la ex-catequista. El
recuerdo de tus desmandadas acrobacias me impulsó Nos extasiabas recitando en inglés los sonetos de
a la paja, admito, las nítidas imágenes de aquel recí- Shakespeare. Y no te hacías rogar. Ya más nacionales
proco adobe juguetón. Durante un tiempillo disfru- (Dragún, Gambaro, Monti), nos divertíamos memori-

página 23
cuento

zando escenas, tirándonos almohadones, para automa- una ropa fantástica, calzabas zapatos acordes y todo
tizar la incorporación de la letra. así.

No me gustaba ni medio que te trataras con un psi- Remanida en expresión corporal, tus progresos fueron
quiatra, que fueras a recibir consejos y medicación de magros al principio. Allí se expuso ejemplarmente tu
ese vetusto chanta catolicón, amigo de tu padre. Te confusión. El profesor soslayó la calentura larvada que
costaba dormirte, tenías sacudidas en la cama, súbita resumabas. No por tus pies planos y jirones de pinto-
sudoración, lipotimia y taquicardia de origen emocio- resquismo, menos eras un volcán. Gocé cuando me
nal. Circulabas también con la farmacia a cuestas, y el embadurnabas y desembadurnabas mientras realizabas
kiosco: pastillas de menta y mandarina, Genioles por las las prácticas cosmetológicas y de caracterización: Ratón
dudas, Efortil, antiespasmódico, Curitas, terrones de Mickey, villano, mariquita; cíclope, linyera, marciano,
azúcar, saquitos de té. ¿Qué no he visto salir de tus car- bucanero. Jamás desprovista de ahínco deslizabas tus
terones? ¡Ah, y el asma! El asma que habías superado algodones por mi cara.
tratándote con ese doctor, lo que hacía que sintieras
por él una gratitud incondicional. Eras, en cierto modo, Cuando en pleno auge grotowskiano, Guido y
su cautiva. ¿Nunca de una pasión descontrolada?... En Jorge se desnudaron recreando las circunstancias de un
tus jornadas de retiro espiritual te imaginaba incandes- cuento originariamente infantil, vos eras observada al
cente, aunque fuera por el divino Jesús, y después retor- menos por mí: impávida, simulando, negándote al
nando a mí, aún sin el alivio procurado. Retornando, impacto visual. Retaceaste, luego, el imprescindible
digo, vos, la no siempre macilenta. Cada tanto algo comentario.
ocurría y tu cabellera lucía limpia y alborotada, vestías

página 24
cuento

Vivía solo cuando me insinué y me disuadiste: con bizcochitos de anís en la cocina.


nada cambiaría entre nosotros. Yo, en broma atrope-
llaba: “Soy el hombre de tus...” Y apelabas a mi com- Durante los días subsiguientes recobré ímpetus.
postura. Me descubriste besando a un minón por el Un tropezón no es caída. Mis antecedentes de eyacu-
obelisco; y ciñendo de la cintura a una espigada pen- lación precoz habían sido aislados y en circunstancias
dejita del Bellas Artes, en la esquina de Quintana y atípicas o calamitosas. El ensayo de la obra, no obs-
Libertad. Y de esos encontrones, ni una palabra. tante lo viciado del procedimiento, nos conformaba. Y
fuimos consubstanciándonos con el texto. “Tendré una
Astuto, te sugerí preparar para el fin del cuarto año habitación grande, con postigos en las ventanas. Habrá una
lectivo una pieza corta de Tennessee Williams: temporada de lluvia, lluvia, lluvia. Y me sentiré tan agotada
“Háblame como la lluvia y déjame escuchar...” después de mi vida en la ciudad, que no me importará estar sin
Aceptaste de inmediato, conmovida. “La mujer alarga el hacer nada, simplemente oyendo caer la lluvia. Estaré tan tran-
brazo, un brazo delgado que sale de la deshilachada manga de quila. Las arrugas desaparecerán de mi cara. No se me infla-
su kimono de seda rosa y coge el vaso de agua, cuyo peso parece marán nunca los ojos. No tendré amigos. No tendré ni siquiera
inclinarla un poco hacia adelante. Desde la cama el Hombre la conocidos”: tu largo monólogo final, el poético y enrare-
observa con ternura mientras ella bebe agua.” Ensayaríamos cido clima de la pieza. El punto era cómo enajenarte,
en mi departamento una vez por semana. Con el texto cómo enajenarte y mandar, mandar la escena al carajo.
nos meteríamos cuando la etapa de improvisaciones “Sus dedos recorren la frente y los ojos de ella. Ella cierra los
estuviera avanzada. En los dos primeros sábados estu- ojos y levanta una mano como para tocarle. El le coge la mano
vimos trabados. En el tercero ubiqué mi cabeza en tu y la mira volviéndola, y después oprime los dedos contra sus
regazo y me amparaste. “En la ciudad le hacen a uno cosas labios. Cuando se la suelta ella le roza con los dedos. Acaricia
terribles cuando está inconsciente. Me duele todo el cuerpo, como su pecho delgado y liso, como el de un niño, y luego sus labios.
si me hubieran tirado a puntapiés por una escalera. No como si El levanta la mano y desliza sus dedos por el cuello y el escote
me hubiera caído, sino como si me hubieran dado puntapiés.” de su kimono a medida que se afirma el sonido de la mandoli-
En el siguiente sábado me acariciaste, no sin algún na.” Creadas las condiciones de río revuelto, pescar,
grado de entrega, breve, claro está. En el quinto, te arrebatar los numerosos peces, los peces de tu sote-
retrajiste: previsible. “Me metieron en un cubo de basura que rrada lujuria. Y así, otra vez a oscuras la escena,
había en un callejón, y salí de allí con cortes y quemaduras en impregnado, mórbido, con suavidad te bordeo, nictá-
todo el cuerpo. La gente depravada abusa de uno cuando se está lope, busco tu boca con mis dedos, rozo tu nariz, beso
inconsciente. Cuando desperté estaba desnudo en una bañera tus párpados con alevosía, me desenvaso de las incor-
llena de cubitos de hielo medio derretidos.” En el sexto sába- diosas prendas, doy contra tus dientes interceptando
do, como había mucho ruido en el palier, nos muda- mi lengua, sin arredrarme aplasto tu mano con mi
mos al dormitorio. Incluimos el borde de la cama sexo, te aplasto, tenaz y corroído, te encepo los pies,
(matrimonial). En el séptimo, y habiendo adoptado ya girás la cabeza como que te dispararías, pero yo te sigo
ese ambiente, apagué la luz y susurré, mi voz entre- en el giro sin separarme, y resistís también con las
cortada, la tuya opaca, neutra. “Recorreré mi cuerpo con las piernas, aunque tu mano no pugna por zafarse de mi
manos y percibiré lo asombrosamente delgada e ingrávida que aplastamiento. Es más: me siento aferrado; advertirlo
me he quedado. ¡Oh, Dios mío, qué delgada estaré! Casi trans- me nutre de renovadas ínfulas, no cejo, y tu boca y tus
parente. Apenas real, ya.” En el otro fin de semana nos piernas algo se distienden; yo confío, me arrellano, tu
reunimos, además, el domingo. Vos arderías subrepti- lengua soliviantada no atina a organizarse; ¿qué es
ciamente, y yo, agitado sufría y cerraba la puerta, te esto?: esto es mi nobilísimo tironeo de tu ropa, la cual
invitaba a trastornarte con el auténtico temporal que desparramo, te quito las medias, te dejo en aros y en
zarandeaba la persiana, apagaba la luz y en completa crucecita. ¿Y quién piensa en el inmenso dramaturgo
oscuridad intercalaba frases de Williams, mientras con norteamericano, si hiendo tus pezones y debajo te
impericia me libraba del gastado pantalón de corderoy tenemos, transpirada y silenciosa?; “...el viento limpísimo
(de bastones anchos) y de la polera. Algo se me anun- que sopla desde el confín del mundo, desde más lejos aun, desde
ciaba desde la médula, al tantearte; sofrenado me enci- los fríos límites del espacio ultraterrestre, desde más allá de lo
mé y desgarré de indeseado semen, todo mi ser ridí- que haya más allá de los confines del espacio”; y tus brazos a
culo y perentorio, me ofrendé al slip de nailon. los lados, como desmembrada, y a no distraerme, que
Destemplado justifiqué el recule, atiné a desdecirme y esto en cualquier momento se quema, ya adviene lo
vos te adaptabas, Helia querida, módica, en lo tuyo. superlativo, y se quemó cuando subiste las rodillas.
Me fui vistiendo con ocultado desdoro, encendí la luz, Costó un poquito pero percibí que me alentabas.
alegué desconcentración y desánimo, tomamos mate Respirabas mejor, acordáte, después de los espasmos.

página 25
cuento

Aún hoy, años después, ensayamos de vez en cuando


la escena. Nunca presentamos en el curso nuestra ver-
sión libérrima. Nunca toleraste que encendiera la luz ni
que subiera la persiana. Nunca me permitiste pasar a
los papeles sin el ritual de “el suelo de aquel departamento
junto al río...cosas, ropas... esparcidas... Sostenes... pantalones...
camisas, corbatas, calcetines... y muchas cosas más...” Nunca te
permitiste fuera de contexto un ademán extra-compa-
ñeril. Nunca aludimos al diafragma que aportaras a
nuestros encuentros. Nunca me dejaste ni un mísero
recado en la mensajería, en fin, ni un mísero recado de
tinte qué ganas que tengo, y siempre arreglaste con pron-
titud para reunirte conmigo a ensayar cuando, como
hasta ahora, te lo propongo.

Helia: siento urgencia por descristalizar esta trama.


No te amo. Todo es perfecto. Quiero más con vos.
Ansío secuestrarte. Variados argumentos. El epitala-
mio, el epitalamio. Pronto me mudo. Ensayemos otra
obra. Proponé vos: Beckett, Jean Genet, Arrabal,
Harold Pinter, Sartre, Schiller, García Lorca, Osborne,
Ibsen, Armando Discépolo, Strinberg, Pirandello,
Eurípides, Valle-Inclán, Racine, Benavente, Adellach,
Camus, Albee, Leroi Jones, Aristófanes...

página 26
cuento

sido así, siempre? Pensás y te sentís contradictoria. Él


por su parte habla y sonríe, gesticula, señala hacia afue-
ra. ¿Qué hay más allá?
El cariño resucitado – los últimos estertores del
amor – o la costumbre, te predispone a escucharlo. Sí,
son palabras que entendés pero no entendés la idea
que tejen. Sentís, ves con claridad las piedras apiladas
en una arquitectura extraña, pero no sabés nada de esa
morada que una sobre otra, construyen. Mucho menos
de puertas o ventanas. Todo es como un camino flori-
do que horroriza tu paisaje.
El sabor de su beso te contrae los finos labios que
parecen buscar lo más profundo de tu boca; y mirás la
ciudad, siete pisos más abajo, a la que hace unos ins-
tantes él le dedicaba su gesto beligerante. Él tampoco
supo abandonar tu beso, tal vez eso te gustara, pero
también sabías que jamás había perdido el sabor de
ninguno de los labios en los que él se posó. Murmuró
algo, aún no sabés qué, demasiado aterida estabas en
revisar los rostros detrás de las bocas por los que él
había pasado y conocías. Dos. Siete. Cien. Una basta-
ba para ser multitud, y él yéndose. Estruendo de puer-
ta al cerrarse y pasos escalera abajo. Ahora es la quie-

Arder de su mano
tud que horroriza tu paisaje. Detenida, como lo estás,
en medio de una casa que huele a silencio, que se aban-
dona a la fría regularidad de la mesa limpia y las sillas,

Diego L. Monachelli
los libros ordenados por alturas.

Y ahí estabas, detenida, estatua al filo de la renun-


cia, mujer entera, entera, pieza fría sobre el minúsculo
No le creíste cuando te lo dijo, como era tu cos- espacio que te merecías en el tablero del mundo. Así lo
tumbre. Cuando él se exiliaba en el silencio -y sus pupi- pensaste y volvió él a tu idea. Y su sabor, y el sabor
las se volvían grises y su aliento tenía el aroma de las detrás de su sabor, lo no dicho, y el desasosiego de
almendras amargas y regresaba al hartazgo de la coti- saber ahora – justo ahora – que ya nada queda de lo
dianeidad desde esa patria solitaria- la incredulidad que supo ser, de lo que eran o suponías que eran. El
sonreía con tus labios. Los de él se abrían ante el paso desasosiego inmóvil y súbitamente la luz de la idea, un
de las ideas. La voluptuosidad de aquellos engendros grito y el resplandor que atravesó los vidrios destro-
que él tejía jamás suscitaron el más sutil de los rechi- zándolos en tantos pedazos como multitudes creías
nares en las puertas y ventanas de los días. Aunque ver en sus labios. Y no supiste qué hacer, ni qué suce-
dicho así, te estremece la náusea. Más te gustaría escu- día. Fuera, la enajenación de los coches inmóviles que
char: él sólo es capaz de ideas. Ni siquiera así. Mejor ardían y – frenético - él corría, como un chico feliz,
sería: él delira pero jamás se atreve a hacer nada. Ahora alrededor de los que comenzaban a arder de su mano.
que lo pensás, está claro que eso fue lo que te gustó de
él, aunque aquélla noche - lejana ya – no era aún su
silencio una patria. No temblabas con cierta angustia
como ahora, mientras él desaparece dentro de sí para
ser parte de un todo que nunca comprenderás. A él
siempre le gustó regresar para ser bienvenido por tu
sonrisa y hablarte con entusiasmo de sus hallazgos.
¿Cuándo dejaste de creerle? ¿Hubo un día? ¿Cuándo
fue ese día, ese instante? Sabés que no lo sabés y pen-
sás que él sólo piensa y - al pensarlo – sentís cierta con-
trariedad, pero eso no te acerca a él, sino todo lo con-
trario. ¿Hubo un instante? ¿Por qué todo parece haber

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cuento

Desvíos por obra


Nelo Curti

Para el Vecino Miras, amigo,


en recuerdo de aquellos legendarios 6-0, 6-0, 6-0,
que colmaron de prestigio y popularidad a sus rivales

No puedo afirmar que sucedió, pero sí que estuve allí, entredormido en una de las butacas del autocar 477,
acercándome a Madrid.
Me pesaba en los ojos un día de oficina y a veces se mezclaban las imágenes de la ciudad que abandonábamos,
desintegrándose de a poco, con datos de contabilidad o muecas de compañeros de escritorio.
De pronto, la voz de una señora rompió mi somnolencia.
-Disculpe, ¿el asiento 38?
-Hacia atrás, supongo.
Contesté con indiferencia, aunque enseguida me extrañó la presencia de esa mujer que parecía acabar de subir-
se al autobús en medio de la carretera.
-¿El suyo cuál es?
-El 29, creo.
La mujer, usando de escritorio su enorme maleta, tomó nota.
-¿Tiene amigos? ¿Familia?
-Lo que tengo es sueño, de manera que si me disculpa.
Apoyado en la ventanilla fingí dormir.
-¿El asiento 38?
Me volví furioso, pero la mujer se dirigía ahora al matrimonio que viajaba detrás mío.
Contestaron que sí, y agregaron una frase inquietante.
-Esperemos que hoy nos tenga en cuenta. Un protagónico, al menos.
Culpé al cansancio y rebajé a malentendido las incoherencias que acababa de escuchar. En adelante dormí una,
dos horas, no puedo precisarlo, pero soñé una larga discusión sobre beneficios y aranceles con el gerente de una
extraña empresa, que tenía sus oficinas junto a un pantano al que rodeaban multitud de pescadores. La función
de la empresa era precisamente abastecer de peces las aguas de aquel charco maloliente. Para esto disponíamos de
kilométricas tuberías que conectaban con el río más cercano, “succionadoras”, las llamábamos, y menudo recibí-
amos denuncias por atraer junto a los cardúmenes alguna que otra embarcación.
El gerente cuestionaba mis balances y justo cuando sacaba del portafolios la carta de despido entró un petro-
lero enorme en el pantano y una jovencita comenzó a hacer palmas, entonando una copla por el pasillo del auto-
car.
Tardé en comprender. Contemplé mis manos, palpé una cicatriz de escuela, y entonces lo vi sobre mis pier-
nas. Un sobre amarillo, desgastado. En su interior, un mandato:
“A USTED LE TOCA CRÍTICO DE ARTE. EL ESPECTÁCULO NO LE GUSTA. PONGA MALA
CARA, NO SONRÍA A LOS ARTISTAS. SI LE RESULTA COMPLICADO, HÁGASE EL DORMIDO”.
Entre el comunicado y los gritos de la muchachita lo más fácil fue pensar que seguía dormido y esquivar el
malhumor y las ganas de suplicarle al conductor que detuviese la marcha y me permitiese bajar.
La copla se fue apagando y a mis espaldas se incorporó el matrimonio pidiendo que fuese más fuerte el aplau-
so para la improvisada cantante.
Una ovación brotó de los asientos y creo haber oído dos o tres bocinazos a cargo del conductor.
Cuando el marido se disponía a presentar a un afamado futbolista la mujer del 38 se acercó y murmuró una
orden, que éste trasladó a su esposa para que se encargara de gritarla.
Al parecer Sebastián Miras no era futbolista, si no tenista, y se negaba a conceder cualquier tipo de entrevista
si antes no le proporcionaban un trago de whisky o de cerveza. Se pedía al auditorio colaboración y modificaban
el programa, adelantando el número de Míster Luis, el gran equilibrista.
Me dieron ganas de fumar y fue una desgracia comprender así que estaba despierto, ya que si algo tengo claro
de mis sueños es que en ellos, pase lo que pase, nunca fumo ni siento deseos de hacerlo.

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cuento
Un anciano se levantó como pudo de las primeras butacas y la voz chillona de la esposa informó a los pasa-
jeros que se trataba del mismísimo Míster Luis. “El gran equilibrista” avanzó unos pasos y cuando presintió que
el autobús encaraba una recta prolongada abrió los brazos como si fuese a emprender vuelo y se sostuvo milési-
mas de segundo sobre una de sus piernas.
-¡Realmente pavoroso!
Gritó el marido, y exigió los consabidos aplausos.
Míster Luis se tambaleó, sin duda emocionado, y algunos espontáneos lo sujetaron por los brazos y lo devol-
vieron a su puesto.
La mujer del 38 corrió por el pasillo, dando saltitos y aplaudiendo, aplastó a Míster Luis, lo abrazó, y tras un
breve forcejeo retrocedió esgrimiendo una botella de ginebra. Al pasar junto a los presentadores dio una directi-
va y estos a dúo, como si hubieran ensayado durante meses, anunciaron la esperada entrevista al popular tenista
Sebastián Miras.
La curiosidad general se trasladó hacia el fondo del vehículo, e imité este impulso para no sentirme observa-
do.
Un cuerpo torpe y pesado llegó, pendulando entre las hileras de asientos, hasta el entusiasmado matrimonio.
La expectación era absoluta, en una maniobra el conductor dio un bocinazo y varios pasajeros le chistaron,
como si viajasen en un iglesia.
El deportista se apoyó en los dos, dividiendo la pareja, y olvidó en el suelo la mirada. Fue la esposa quien des-
embalsamó la escena inquiriendo sobre el próximo torneo en el calendario del “astro de la raqueta”, acercando,
para glorificación de la respuesta, el tubo de desodorante que hacía las veces de micrófono.
-Tengo que orinar, lo siento.
Fue todo lo que balbuceó el alcoholizado tenista, y desanduvo el camino para internarse definitivamente en
el aseo.
Semejante desatino indignó a la mujer del 38, que destronó de un maletazo al matrimonio y advirtió que sin
un poco de seriedad ella dimitía.
-¿Y usted de qué se ríe?
Me increpó.
-¡Su papel qué cuernos dice!
Necesité su reprimenda para descubrir que me estaba riendo y enseguida, por preservar la farsa, presenté mis
formales disculpas y mentí que la supuesta risa era en realidad un tic que me aquejaba desde las dos hasta las seis
de la mañana, lo que me obligó a sostener durante el resto del trayecto una sonrisa intermitente.
La mujer del 38 me compadeció, empuñó el tubo de desodorante y anunció que en solidaridad con mi pro-
blema sacaría a escena a “Los controladores del
tiempo”.
Al oír esto los pasajeros hicieron silencio y
se pusieron de pie, exceptuando a un bebé que
comenzó a llorar y por razones lógicas no logró
erguirse como los demás.
La maleta fue trasladada por dos enlutados
caballeros hacia la parte delantera del autobús y
depositada junto al conductor, quien sacó una
trompetilla y entonó el simulacro de himno que
precedía al espectáculo.
El maletón comenzó a temblar misteriosa-
mente. El público se mantuvo impávido, aún de
pie, y el bebé interrumpió su llanto.
Al cabo de unos segundos sospeché que
algo andaba mal, ya que el conductor comenzó
a hacer gestos al espejo retrovisor.
Afortunadamente los desesperados ejercicios de
mímica de nuestro piloto no tardaron en ser
interrumpidos por un grito.
-¡Quite la traba, inoperante!
El conductor obedeció y vimos aparecer a
dos enanos sudorosos, cargando un reloj y una

página 29
cuento
pizarra.
Aplaudimos, por supuesto, pero no estaban de humor para celebraciones y comenzaron su trabajo.
Repartieron papelitos numerados y simularon un sorteo del que salió favorecido el 24, correspondiente a un señor
gordo, de unos cincuenta años, que vestía traje de comunión.
-¿Qué va a querer el caballero?
Preguntaron al unísono.
-Quince de abril. La hora me da igual... cuatro o cinco de la tarde.
Uno hizo girar las agujas y otro escribió la fecha en la pizarra.
Sin demoras la mujer del 38 desafinó un “cumpleaños feliz” y avanzó hacia el agraciado con tarta y cotillón,
mientras algunos pasajeros hinchaban globos y colaboraban con el canto.
Fue un festejo por lo alto, con música bailable, regalos, y copiosas botellas de cava.
Cuando llegamos a la Estación Sur de Madrid los turistas nos miraban con evidente envidia. Recogí mi por-
tafolios, me dirigí hacia la puerta delantera, y abracé al conductor.
-¿Y, le gusto?
Antes de contestar recordé las pautas de mi personaje.
-Una porquería. Se nota la falta de ensayo y la inexperiencia general. Pero hágame un favor, no se desanime.
A mi lado la mujer del 38 guardaba a los enanos, que exigían desayuno o amenazaban con envejecerla veinte
años.
Me alejé unas calles y pedí café en el primer bar que encontré abierto. En el momento de pagar saqué del bol-
sillo, junto a un puñado de monedas, el papelito del sorteo: NÚMERO 24.
Regresé corriendo a la Estación.
El autobús ya no estaba, unos guardias se rieron cuando intenté explicarles que un señor gordo, de unos cin-
cuenta años, acababa de robarme mi cumpleaños.

página 30
diccionario

BREVE DICCIONARIO
DE NOVEDOSOS TÉRMINOS
Buenrollismo
Ser un buenrollista consiste —grosso modo— en ser una persona empalagosamente agradable, que se espeluzna
ante el conflicto siquiera verbal. Alguien que suele disfrutar con el fluir apacible de las cosas y que conjura, con
una admonición, cualquier conato de discordia.
A un buenrollista le interesa, sobre todo, pasárselo bien en armonía y concordia. Tiene un aire hippie de los
sesenta y algo de aquella espiritualidad infantiloide de la New Age. Escucha Chill Out a orillas del Mediterráneo,
luce abalorios de semillas y trencitas brasileñas, y toca un tamborcito sin ninguna noción del ritmo. Si usted, incau-
to, pregunta «¿qué estás haciendo?», invariablemente contestará «aquí, de buen rollo», y se quedará tan pancho.
El buenrollismo es una categoría espiritual a la que hay que acce-
der, pero en la que no se conocen doctrinas, ritos de iniciación,
maestros o libros sagrados: basta con guardar silencio,
mirar a cualquier punto fijamente, suspirar durante dos
segundos y exclamar «qué buen rollo» para entrar en
comunión espiritual con uno mismo.
Ser un buenrollista es tarea ardua. Imagínese:
si a un buenrollista se le frunce el ceño siquiera
un segundo ―y ciertamente en el mundo en que
vivimos hay demasiados estímulos para que
algo así suceda―, puede quedar excluido de su
círculo y ser condenado al ostracismo bajo
acusación de malrollismo, algo que lo puede lle-
var al pozo sin fondo de la depresión, e inclu-
so a optar por cortarse las rastas.
Por eso un buenrrollista debe estar siem-
pre sonriente, no discutir, mantener la com-
postura y, sobre todo, muchas veces, no
pensar.

página 31
ensayo

Los límites de la conciencia:


energía nuclear y control social
Juanma Agulles

1 mental, nadie se sintiese responsable por aquellos cien


mil muertos de Hiroshima. Ninguno de los que partici-
El seis de agosto de 1945, el piloto Claude paron directamente tuvo la necesidad de arrepentirse de
Eatherley sobrevolaba su objetivo a unos diez mil sus actos, puesto que la destrucción causada no guarda-
metros de altitud. Bajo él, las brumas de la mañana se ba proporción alguna con el gesto de pulsar el botón
iban disipando lentamente. Los aviones japoneses vola- del lanzamiento. Ninguno se arrepintió. Ninguno, salvo
ban a mucha menos altitud —a unos dos mil metros, Claude Eatherley.
calculó—, por debajo de su posición. Todo indicaba La historia de Claude Eatherley, «el piloto de
que la misión no encontraría resistencia. En pocos Hiroshima», fue a principios de los años 60 la tragedia
minutos el cielo se despejó por completo y pudo avis- moderna más aleccionadora de cuantas puedan escri-
tar claramente el puente que separaba el cuartel militar birse. Fue la tragedia de un hombre que asumió su res-
de la ciudad. Era el momento esperado. El reloj señala- ponsabilidad, que no pudo y no quiso justificar sus
ba las ocho de la mañana. Claude Eatherley se puso en actos amparándose en su posición subalterna dentro de
contacto a través de la radio con el comandante del un aparato técnico y militar que excedía su voluntad.
Enola Gay, que esperaba la señal para lanzar la bomba. No dijo «yo sólo cumplía órdenes». Al contrario, se
Eatherley dio el «adelante», y la bomba se deslizó hacia empeñó en mostrar su culpabilidad ante una sociedad
el vacío. Retardada por tres paracaídas, se desvió unos que lo consideraba inocente. No apartó la mirada ante
mil metros del lugar calculado, haciendo impacto más el horror del que había formado parte. Dijo a gritos que
allá del puente, y estallando sobre la ciudad de todos eran culpables, cometió pequeños delitos para lla-
Hiroshima. mar la atención sobre su situación, y finalmente fue
Unos segundos después, cien mil cadáveres, cien encerrado en un centro psiquiátrico. Se le juzgaba como
mil cuerpos súbitamente inertes, yacían entre los enfermo mental por no poder superar el terror del que
escombros. Muchos de ellos calcinados por las tremen- había participado, por denunciar constantemente la vio-
das temperaturas alcanzadas tras la explosión nuclear. lencia de la energía nuclear como una locura de la razón
Las radiaciones afectarían a muchas personas más y, a que condena a los seres humanos a vivir bajo la amena-
día de hoy, las secuelas de aquella explosión siguen za de su autodestrucción.
teniendo consecuencias. Los supervivientes de aquel Claude Eatherley se convirtió en crítico del arma-
holocausto, las imágenes de sus cuerpos mutilados, su mento nuclear y de la política de posguerra de los
piel abrasada y sus rostros desfigurados, serían durante Estados Unidos, denunciando el silencio cómplice de
algún tiempo la contracara del mundo de prosperidad y todos sus compatriotas ante la proliferación de las
progreso que se desarrolló a partir del final de la armas nucleares en todo el mundo. Desde su encierro,
Segunda Guerra Mundial. Hoy pocos lo recuerdan, escribió cartas a Japón tratando de explicar su arrepen-
pero lo cierto es que el «siglo americano», la edad del timiento. Se publicaron sus textos en periódicos de
desarrollo tecnológico, había quedado inaugurada con todo el mundo y logró traspasar los muros de su confi-
un acto de inhumanidad de proporciones que escapa- namiento, convirtiéndose para aquellos que fueron sus
ban a la imaginación de cualquiera. víctimas en una víctima más de Hiroshima. Su voz fue
Ninguno de los tripulantes del Enola Gay podía la voz de la conciencia que denunciaba la sinrazón de
saber con exactitud las consecuencias terribles que sus un mundo sojuzgado por su propio progreso.
actos tendrían. Cuando lo pudieron comprobar, de Claude Eatherley murió en 1978, víctima de un cán-
todos modos, ninguno se arrepintió. Continuaron apa- cer. Por fortuna, su historia y sus palabras quedaron
ciblemente su vida de héroes de guerra, en un país que recogidas en un maravilloso libro titulado Más allá de los
los recibió con los más altos honores. La era de la ener- límites de la conciencia, donde el filósofo Günther Anders
gía atómica había abierto las puertas a la barbarie técni- recogió la correspondencia que mantuvo con el piloto
camente equipada. El poder de aniquilación del ser durante dos años. En una de esas cartas. Eatherley le
humano era por primera vez en la historia mucho diría: «no pueden aceptar mi culpa, porque mi culpa es
mayor que su capacidad para imaginar si quiera las con- también la suya».
secuencias de sus actos. Eso hacía que, en lo funda-

página 32
ensayo

bomba atómica y contra la proliferación de las centra-


les de energía nuclear, que permitían la posibilidad de
2 fabricar armamento atómico. A contracorriente de su
tiempo, defendió que el progreso técnico e industrial no
podría realizar ninguna esperanza de una humanidad
«Por su trabajo, los hombres están hoy dispuestos a la mejor y que, por el contrario, acabaría aniquilando al ser
colaboración como tal. El celo del que hacen gala (del que humano bajo las ruedas de su propio desarrollo.
la época les obliga a hacer gala) es un sustituto de la El contexto mundial en que escribía Anders era el
conciencia moral que vale por un juramento, el jura- de la Guerra Fría, en el que la esquizofrenia de un
mento de no preocuparse por nada, de negarse a com- mundo bipolar amenazaba con hacer desaparecer la
prender la finalidad de la actividad en la que participan. vida humana de la superficie del planeta. La política de
Y si no pueden evitar comprender esa finalidad, este armamento nuclear conocida como MAD, cuyas siglas
celo valdrá entonces como juramento de no pensar más traducidas del inglés significan Destrucción Masiva
en ello, de olvidarlo; en resumen, de no aspirar a saber lo Asegurada, sugería que, en la medida en que se poseye-
que hacen». sen las armas nucleares necesarias como para hacer des-
Estas eran palabras de Günther Anders, recogidas aparecer a cualquier adversario, éstas servirían para
en uno de los ensayos de su libro La obsolescencia del ser disuadir todo conflicto con tal de evitar esa posibilidad.
humano, publicado en 1950, cuando regresó a Alemania Tanto el bloque Occidental como el Soviético se afana-
desde su exilio en Estados Unidos. Había salido de su ban entonces por obtener el mejor arsenal atómico para
país en 1933, tras el ascenso de Hitler al poder. Antes se poder disuadirse mutuamente, mientras la humanidad
había doctorado en Filosofía, teniendo como maestros, asumía vivir bajo una amenaza de aniquilación constan-
entre otros, a Martin Heiddeger y a E. Cassirer. te como no había sufrido nunca.
Escribió novelas y fábulas que adelantaban el terror de Ante esta sumisión y aceptación, Anders se pregun-
un Estado totalitario, y mantuvo una actitud contraria a tó por el origen de la despreocupación de quienes cola-
las consecuencias de la progresión técnica y las capaci- boraban sin querer saber a dónde conducía su actitud y
dades de destrucción humana que los pueblos, a través de la fidelidad a un orden que constantemente amena-
de sus Estados, habían acumulado. Su paso por Estados zaba con la destrucción. Al final de su vida, desespera-
Unidos, donde trabajó entre otras cosas como operario do ante la situación mundial y las tensiones de una
de una fábrica de automóviles en Los Ángeles, fueron nueva Guerra Fría, su apuesta pacifista experimentó un
años en los que fraguó lo que se ha considerado su obra último desarrollo, llegando a renunciar a la no violencia
más importante, de la que hemos extraído la cita que y a defender la acción violenta contra los responsables
encabeza el epígrafei. En ella, Anders defiende sus tesis del desarrollo de la energía nuclear. Como llegaría a sos-
principales: que el hombre no está a la altura de la perfección tener: «Los adversarios de lo nuclear estamos librando
de sus productos; que produce más de lo que puede imaginarse y una lucha defensiva contra unos amenazadores tan
responsabilizarse, y que cree que todo lo que es capaz de producir enormes como nunca antes han existido. Tenemos, por
puede hacerlo y no sólo eso, debe hacerlo. tanto, el derecho a emplear la violencia contra la vio-
La incapacidad para responsabilizarse de las conse- lencia, aunque no esté respaldada por ningún poder
cuencias de sus propios actos, hace que el hombre “oficial” ni “legal”, es decir por ningún Estado. Pero el
quede obsoleto frente al sistema técnico mecanizado, y estado de excepción legitima la defensa: la moral está
que el funcionamiento de la máquina y su eficiencia sus- por encima de la legalidad.»
tituyan al cuerpo humano y a su conciencia moral. En
ese escenario se hace mucho más urgente llevar a cabo
una resistencia a ultranza contra cualquier intento de
imponer la violencia amparada en las razones técnicas
que son, al final, razones de Estado. Tras la realidad de 3
Auschwitz e Hiroshima, los actos de violencia que el
hombre puede causar quedarán siempre más allá de los
límites de su conciencia, por eso se hace imprescindible En los últimos años viene dándose una contraofen-
fomentar una conciencia aún más fuerte y que vaya siva de los defensores de la energía nuclear que, al socai-
mucho más lejos en su capacidad de imaginar las con- re de la crisis y las expectativas de un fin de la era del
secuencias de sus actos, para que no se lleguen a utilizar petróleo barato, no han dudado en volver a plantear sus
medios de destrucción que ya han sido utilizados; para que argumentos como única forma de salir del atolladero en
no ocurra una catástrofe que ya ha tenido lugar. que el progreso de la sociedad industrial nos ha metido.
En el centro de ese compromiso de Günther Los términos de esta apología de lo nuclear ―que,
Anders, se encontró su lucha contra la fabricación de la recordemos, se lleva a cabo en un contexto mundial en

página 33
ensayo
el que más de cuatrocientos reactores funcionan actual- «Dogmas no, gracias», era un insidioso desvío del lema
mente― fueron analizados en el artículo «La propagan- «Nuclear, no gracias», presente en las movilizaciones de
da nuclear y su segunda infancia», aparecido en el los años ochenta contra la energía nuclear, y que forzó
número 8 de Los amigos de Ludd. al gobierno socialista de aquellos años a aprobar una
A grandes rasgos, se trata, por parte de los pro- moratoria sobre el desarrollo de las centrales en
nucleares, de proponer un escenario en el que los com- España.
bustibles fósiles desaparecerán paulatinamente para dar A pesar de la gran cantidad de dogmas pro-nuclea-
paso a la energía producida por centrales nucleares que, res contenidos en los artículos de Dinero, la publicación
según su asumida nueva identidad ecologista, «no gene- ―de nombre tan poco engañoso respecto a sus intere-
ran emisiones de CO2 a la atmósfera». Esta supuesta ses― no podía dejar de constatar una verdad un tanto
alternativa a un mundo sojuzgado por la dependencia incómoda: «[…] la energía nuclear supone una inver-
del petróleo es uno de los argumentos más recurrentes sión inicial mucho mayor que las centrales de carbón,
en nuestros días. de gasoil o de gas, aunque los costes de mantenimiento
La falacia de que una central nuclear es totalmente disminuyen durante la explotación. El coste actual de
independiente del uso de combustibles fósiles es tan una central de 1,15 GW se calcula aproximadamente en
evidente que casi no merecería la pena rebatirla. Sólo, 7.000 millones de dólares.» Esto quiere decir que sólo a
para empezar, habría que pensar en el proceso de largo plazo se podría hablar de una energía «rentable»,
extracción del uranio, imprescindible para realizar la en sus términos. Pero, precisamente, los plazos de las
fisión del núcleo. La cantidad de energía no-nuclear que instalaciones nucleares son uno de sus problemas más
requiere el complejo industrial aparejado a la minería y insalvables, dado lo catastrófico que puede resultar un
de todas sus industrias auxiliares haría difícil sostener la accidente provocado por su mala conservación; además
tesis de la independencia. Habría que pensar también de los problemas derivados al afrontar el cese de la acti-
de qué forma se lleva a cabo la construcción del reac- vidad del reactor. Por otro lado, que «los costes de man-
tor y la central, cómo se transportan los materiales tenimiento disminuyen durante la explotación», es algo
necesarios para la producción de la energía y cómo son obvio que también sucede en el resto de centrales gene-
transportados después los residuos generados, etc. radoras de energía respecto a la inversión inicial, por lo
Por lo demás, el argumento sobre la no emisión de que, ni siquiera desde su punto de vista estrictamente
CO2, olvida mencionar aquellos otros molestos resi- económico, queda claro qué ventaja podría tener optar
por centrales nucleares. Más bien al contrario, se nos
duos nucleares para los que no se ha dado una solución
deja ver claramente que el beneficio económico inme-
definitiva (parece bastante improbable que la haya) y
diato no es lo que hace tan «eficientes» este tipo de ins-
que, mucho menos visibles en el corto plazo, generarán
talaciones.
nuevos y graves problemas en su interacción con un
En realidad, la proliferación de esta energía en el
medio natural y humano saturado ya por los diversos
seno de una sociedad como la que ha venido tomando
venenos químicos derivados de la actividad industrial.
forma en las últimas décadas, tiene un carácter de estra-
Algunos defensores del proyecto nuclear recalcan
tegia geopolítica respecto al protagonismo de los países
que se han producido en la historia sustituciones de
productores de petróleo. La Razón de Estado es la que
unas fuentes de energía por otras, sin que eso haya
está detrás de la energía nuclear, y llevará inevitable-
supuesto ningún cataclismo. Olvidan, sin embargo, que
mente a un refuerzo de las medidas de control de la
esas sustituciones se encuentran inmersas en un mismo
población, en pos de la férrea seguridad y estabilidad
proceso de industrialización que, aunque cueste reco-
social que su generalización requiere. Los amigos de Ludd
nocerlo, hoy ha eliminado muchas de las condiciones
que lo hacían posible. La locura industrial alentada por en su artículo «Bajo el volcán»iii, desarrollan amplia-
decenios de petróleo barato, no se puede comparar en mente este aspecto, y sostienen: «la industria nuclear
sus consecuencias sociales y ecológicas a las produci- para uso “civil” merece un examen propio y específico
das por las primeras olas industrializadoras que Lewis [respecto a la militar]. Este examen está necesariamen-
te unido a la crítica de los factores que hoy hacen posi-
Mumford denominó «capitalismo carbonífero»ii. No se
ble el aparato industrial de las naciones desarrolladas,
trata, por tanto, de un progreso lineal en el que simple-
donde el empleo de energía se convierte en un instru-
mente «cambiaremos de carril», sino de una espiral cre-
mento ideológico en cuanto oculta una vez más la irra-
ciente de irracionalidad, en la que todo avance supone
cionalidad económica y los métodos de opresión».
traspasar límites irreversibles que nos condenan a un
La cuestión energética es, pues, vital para el mode-
futuro (ya un presente) catastrófico.
lo de desarrollo industrial que, en el final de la era del
La revista Dinero, en su pasado número de julio-
petróleo barato, busca perpetuar sus irracionales condi-
agosto, dedicaba su portada y un dossier especial a la
ciones de vida, reforzando las relaciones de domina-
defensa de la energía nuclear. El título del número,
ción existentes. Vivimos, como sostiene James

página 34
ensayo

Kunstler, en el inicio de La larga emergenciaiv, donde las


medidas de excepción, la guerra por el abastecimiento NOTAS
de la energía barata, y los retrocesos en la calidad de
vida, serán las constantes de unas sociedades desarro- i La traducción de este fragmento, realizada desde la
lladas que ya han traspasado límites irreversibles. edición francesa, la debemos a Javier Rodríguez
La idílica sustitución de combustibles fósiles por Hidalgo en sus «Notas sobre Günther Anders», apare-
una energía nuclear limpia y barata, no es más que una cidas en el número 1 de la revista de crítica social
forma barata de propaganda. Sus defensores se reclu- Resquicios. No tenemos noticia de edición en castellano
tan entre los tecnócratas de ayer y de hoy, siempre pres- del libro completo de Anders.
tos a expedir con suficiencia sus recetas técnicas para ii Lewis Mumford, Técnica y Civilización. Alianza.
una mejor opresión; siempre solícitos en la ayuda para Barcelona, 1979.
perpetuar el desarrollo económico en beneficio de iii Artículo recogido en el libro Las ilusiones renovables
unos pocos.
(la cuestión de la energía y la dominación social). Muturreko
Como ya hemos dicho, la energía nuclear no escapa
Burutazioak. Bilbao, 2007.
a la utilización de combustibles fósiles, tampoco resul-
iv Existe una traducción extractada del original inglés
ta más rentable en los términos economicistas en que
se mide la rentabilidad, no significará una distensión de en Ediciones El Salmón.
los conflictos provocados por el acceso a los yacimien- edicioneselsalmon@gmail.com
tos de petróleo ―los yacimientos de uranio también
son finitos―, y tampoco propiciará una mayor autono-
mía y libertad, sino todo lo contrario. La sociedad
nuclearizada necesita de unas instituciones más fuertes,
de un mayor incremento de técnicos y científicos que
midan las verdaderas consecuencias de las radiaciones
y controlen la gestión de los residuos; del personal
para el cuidado de los enfermos que trabajen en las
centrales y quienes vivan cerca de ellas; y del régimen
militarizado que asegure una estabilidad social a prue-
ba de accidentes.
Es el Estado en su forma más totalitaria lo que está
detrás del progreso de la energía nuclear. Sus grupos de
presión en España, silenciados tras su retirada en los
años ochenta, vuelven con renovadas fuerzas, en un
escenario de crisis, para cantar las bondades de la fisión
nuclear (de las delirantes pretensiones de la fusión
nuclear no podemos ocuparnos aquí).
Ciertamente, en una sociedad nuclearizada habrá
aún menor margen que hoy para el desencanto, la
inquietud o la revuelta, de modo que no nos quedará
más remedio que ser exultantemente felices; con
una felicidad muy cercana a la de aquel mundo de
Huxley.

página 35
nombres propios

Giorgio ‘Il Barbone’ Tagliatella


Mercader Ambulante

sa nota de la cumbia A mí me duele más que a vos, inter-


pretada por Pocho “el Cuatrero”. Llegados al trigé-
Tras haber regateado dos medidas de espi- simo estribillo, Pocho lleva sus manos al pecho para
ritoso allá donde el ganímedes Atilio acoda su gro- luego apuntar con el índice de la zurda a Giorgio,
sor, Giorgio Tagliatella devuelve su andar intuitivo a gesto que él entiende de grave comprensión espiri-
la mesa que comparte con Manuel Velloso, biógrafo tual y lo reconcilia de una vez y para siempre con este
y cocinero profesional, en la penumbra de la cantina. género popular, como bien demuestra su ensayo
Al alejarse de la órbita del escanciador su zancada se “Aproximación al chimichurri”. Pero entones
vuelve densa y más densa; y no es para menos, ya que Tagliatella afligía su alma con el venidero enfrenta-
su pensamiento oscila entre un château saignant, plato miento y no había maraca capaz de consolarlo.
estrella de la cantina, y el recelo que se presentaría Reposó su anatomía en el suelo y, en los prelimina-
una vez minados los caminos del sano entendimien- res del sueño, recordó haber leído acerca del ritmo
to. Hizo un freno en el recorrido para añadir un planetario que esconde la coreografía de largos rizos
aviso al panel de solicitudes: “escasani los manise”, y también él, sin tiempo, sacudió una frondosa mele-
y encontró en su mirar a doña Amanda, vecina de na. Un tirar de mangas devolvió su actuación al lugar
sillas andar por veredas, con quien mantuviera una de nuestra percepción y oyó la voz de Velloso que lo
reyerta napoleónica al internarse sus tropas infantiles reclamaba.
en el pavimento regenteado por la citada y sus chus- —Tenga, grapa para dos —ofreció Giorgio
metas dominicales en búsqueda y captura del embu- al biógrafo.
tido informe —el vellocino lanar— que de tanto en Velloso calzó al hombro a nuestro héroe, y
tanto conocía portería en la placita Lumiares, pasada a manotazo limpio sugirió al tumulto la intención de
la hora de la merienda. renunciar al baile. Al salir vio Giorgio en aquel tole
—Sepa que no ordené yo la muerte de su tole la libertad de las palomas, ¿en verdad habríamos
felino —dice Tagliatella a la Vecina. asimilado sus ritos de seducción; y siendo así, porqué
Durante segundos doña Amanda logra sos- no hicimos otro tanto con su dulce canto? ¿Podría
tener en la cavidad ocular la tristeza que asomaba; tejer los restos del gato y conseguir siquiera una
pero finalmente, asistida por el vapor alcohólico de boina que exhibir como venganza?
la cantina, expulsa el duelo en forma de injuria: Así se enfrentaron el la mesa de la penum-
—Es claro que su configuración mental bra. Velloso invitaba con la vista a inaugurar la char-
chorrea aceite a mansalva —ataca la Vecina—. Mis la; el Taxidermista, impermeable al acontecer ges-
seguidoras lo vieron aconsejar a los pequeños la can- tual. Treinta minutos hubieron de esperar el silencio
tidad de giros que debían imprimirse a un gato antes adecuado. La señal de toque la dio una embestida
de descargarlo contra un muro. contra cincuenta mililitros de grapa Los Treinta y Tres.
—Señora mía —continúa Tagliatella—, el Giorgio Tagliatella contrajo sus facciones hasta sin-
mencionado clamaba por una muerte digna, mis ins- tetizarlas en una superficie no mayor a la un dedal —
trucciones sólo procuraban hacer ínfimo el sufri- efecto que supone el subtítulo de la grappa—; Velloso
miento del animal. Y si me permite, se acercó a estiró las comisuras en señal de compasión con el
nuestro campamento base huyendo del sancocho héroe, quien despejó la humedad de su bigote y seña-
que usted llama tentempié. ló a Atilio que suspendiera el bis, que ya estaba pron-
—¡Burro! Olvídese de recuperar el balón. to. Giorgio barajó el discurso como buenamente
Ahora mismo tejeremos con él vestiditos de invier- pudo.
no. —Sabrá usted que en las madrugadas
Apenas dicho esto, asomaron las trompetas vendo empanadas rellenas —comenzó Tagliatella,
que anuncian la tormenta tropical: Giorgio y la amasando con las manos—, a cinco guitas. Monto el
Vecina son arrastrados hacia una improvisada pista tenderete a la salida del boliche Reventa, cuando sus-
de baile mientras suena la primera, única y voluptuo- penden las transacciones amorosas —Y sabrá por su

página 36
nombres propios

parte el lector la topografía ingrata que circunda al


Reventa—. ¡Empanadas verdolaga! ¡Me las sacan de las
mismas!
—Los trapicheos que emplee para ganarse el
pan provocan el sudor de mis partes —humedeció
Velloso.
—Escuche, le va a interesar. Hoy se pregonó
una directiva ministerial: las empanadas quedan regla-
das, seis centímetros el radio y tres la profundidad.
Necesito una receta nueva para la salsa blanca y un pro-
cedimiento para cortar la carne más pequeña, los tro-
zos no me caben en esas dimensiones y...
—¿Robó usted mi receta de bechamel?—
interrumpió el profesional.
—Hermano Velloso, está claro que su ver-
güenza no se activa con los mecanismos ordinarios.
Usted le afanó la receta a Magnabosco.
—¡Por favor!, ese gorila no distingue cucha-
rada de cucharadita.
—Ese gorila, señor mío, amenazó con abrir-
me un surco en el occipital si vuelve a oler alguna de
sus recetas en el Reventa. Y créame Velloso, su cráneo
no saldrá mejor parado si le informo al simio del hurto
original.
Tan satisfecho estaba ya Velloso con los
muchos accidentes que recorrían su geografía humana
que debió estirar brazos, abiertas las palmas, en señal
de stop:
—No se hable más. Aún a riesgo de mermar
la cantidad de estrellas que honran mi restaurant, le pre-
pararé un novedoso caldo.
Se pusieron de pie, estrecharon manos.
Giorgio indicó a Velloso la zona de la barra donde, al
cuidado del escanciador, había dejado su cacerola.
Hacía allí se dirigió Velloso. Calzó la cacerola entre
pecho y espalda y emprendió la vuelta a la penumbra.
En la pista de baile, doña Amanda y Pocho “el cuatre-
ro”, ilustraban el arte amatorio sin pudor. Giorgio, en
la mesa, apuraba un último trago de grappa. Desgracia
mayor, notable tragedia. Tiras de serpentinas se enre-
daron en los pasos seguros de Velloso y fue a dar al
suelo, desparramándose el contenido de la cacerola:
entrañas de lo que fue una vez un felino. Doña
Amanda presenció todo y su tristeza hizo mella en el
Pocho, amante solícito, quien clamó por venganza, y
junto a sus cumbiancheros se hicieron todos uno sobre
el pobre Manuel Velloso, biógrafo y cocinero. Giorgio,
por lo bajini, ganó la puerta al susurro de “patitas pa
que te quiero”. Fuera lo esperaban, expectantes, sus
tropas infantiles:
—Muchachos, para esta noche manises, en
un cono de periódico.

página 37
reseña

y, por tanto, de un modo de vida. La mejor definición


de haiku fue, probablemente, la que dio Bashoo: “
Haiku es simplemente lo que está sucediendo en este
lugar, en este momento.”.

Anfitrión en el paisaje Los temas cantados en este tipo de estructura poé-

por Mónika González Ortega


tica suelen considerarse antiestéticos, como la mosca
de caballo, el estiércol, los mosquitos, el sudor… No
hay asuntos que le resulten despreciables, con tal de
encontrarse relacionados con cualquier muestra de
vida natural. Basta con que ahí palpite un aliento.
El desatino de las estaciones indica estar atentos,
Un criterio estético muy vigente en el haiku, es el
con los sentidos errantes, dispuestos a posarse en cada
de hosomi (delgadez, sutileza). Se trata de que el poeta
cosa que destelle luz hasta libarles la magia por com-
se adelgaza hasta vaciarse de su “yo”, deponiendo todo
pleto. Ningún estado de fijeza promete recompensas;
orgullo y ufanía, capaz de identificarse con cualquier
lo estático tiende a esterilizarnos el alma hasta dejarnos
elemento de la naturaleza.
yermos.
Se ha vuelto un tópico decir que los japoneses no
Puede parecer imposible llevarse toda la calma de
aprecian la metáfora, y que ésta si apenas tienen lugar
un estanque en el pecho; sin embargo, sus aguas son
en el haiku. Pero sería más justo precisar qué tipo de
capaces de contenernos hasta el más insospechado
metáfora está en juego en cada caso; pues la prosopo-
reflejo.; Ccomo las ondas del estanque, que triunfan
peya, o personificación de los fenómenos de la natura-
incluso sobre el poder del azogue, han conseguido los
leza, siempre ha sido un procedimiento muy querido
haiku a través de los siglos develar aquellas líneas
por los poetas japoneses. Atribuir una intención a la
menos perceptibles del instinto..
naturaleza, o hablar con sus elementos como si fueran
En la tradición del pueblo japonés, el haiku es un personas…, son también juegos metafóricos – por la
sencillo verso que puede dividirse en tres versos meno- fuerza de las transposiciones implicadas–, y cuentan
res. Su medida son 17 sílabas, normalmente dispues- con una honda raigambre en la poesía oriental.
tasdispuestasfragmentadas en 5-7-5 sílabas. Sin rima ni
¿Escribir un haiku, es un orientalismo imposible?
título y con un término de la estación del año (kigo).
¿Será posible trasplantar a la mentalidad ibero-ameri-
Cada estación tiene su propio carácter, desde el punto
cana y a su lengua un género poético nacido en el
de vista de la sensibilidad del haijin (poeta cultivador
entorno cultural del Japón del siglo XVII tan ajeno e
de haiku) . Por ejemplo: Primavera (alegría), Verano
inaccesible a nuestras culturas? ¿Y, es posible mante-
(vivacidad), Otoño (melancolía) e Invierno (tranquili-
ner el esquema métrico 5-7-5 y el kigo o palabra de
dad). En sus inicios, el haiku formaba parte de las tra-
estación? La respuesta es, sí. De todas las lenguas y cul-
dicionales series de poemas encadenados (renga) que
turas, el español es la que está más cerca desde el punto
venía componiéndose desde el siglo XII y que podían
de vista poético y lingüístico al Japón del haiku, que
emparentarse más bien con los jeux d´esprit, juegos en
cualquier otra. Es decir, el esquema silábico del haiku
los que rivalizaban varios amigos poniendo a prueba su
se aviene perfectamente a las características formales y
pericia en el arte de expresar ciertas cosas siguiendo
rítmicas de la lengua castellana.
reglas métricas que exigían una gran capacidad de con-
densación y sutileza. Actualmente, el haiku antiguo y tradicional japonés
ha sufrido profundas transformaciones después de
El haiku se independizó de ello en el siglo XVII,
haber emigrado a Occidente y de que su práctica se
gracias a la maestría de Matsuo Bashoo (1644- 1694),
haya generalizado.
monje y poeta. Se integró el haiku de tal manera en las
prácticas del zen que llegó a ser una de las tres artes La única regla a tener en cuenta al escribir haiku sin
más apreciadas en sus monasterios junto con el tiro del un esquema silábico predeterminado (haiku libre) , es
arco y la caligrafía sumi-e (aguada); pues estas tres dis- que guarde la debida técnica, fundamentalmente la
ciplinas responden inmejorablemente a la necesidad de brevedad y la prosodia del idioma.
expresar lo fugaz con la misma inmediatez con que
puede captarse. Mucho más que un modo de expre- Muchos haiku contemporáneos, presentan innova-
sión; se trata,es ante todo, una forma de mirar, de estar ciones múltiples en su estilo y en su forma. Son aque-

página 38
reseña

llos que pertenecen al sahintai-haiku (haiku nuevo-esti-


lo) y son compuestos por poetas tanto japoneses como
occidentales. Algunos recurren a la repetición de pala-
bras, onomatopeyas, eventualmente exclamaciones y
así. En estos tiempos el haiku se escribe en 25 lenguas
que representan corrientes culturales diferentes en sus
fundamentos.

Otro aspecto en lo referente al haiku, es si es con-


veniente utilizar signos de puntuación y mayúsculas. La
tendencia actual en el haiku escrito en inglés es pres-
cindir de hacerlo. Ello se debe a que por una parte el
haiku tradicional en japonés está escrito en pictogramas
que no llevan signos de puntuación ni mayúsculas. Los
haiku no se titulan, pues se considera que todo debe
estar encerrado en el haiku en sí, siempre siguiendo la
tendencia de no destacar ninguno de sus elementos.

Se ha insistido en que el verdadero haiku es aquel


que produce “satori”, es decir el “despertar” de la con-
ciencia búdica. Algo así como un súbito relámpago que
ilumina por primera vez aquello que la mente humana
ha desatendido, omitido o distorsionado.

El haiku es una invitación a descubrir la vida misma


con los arabescos que traza a su paso por doquier. En
este sentido, nada queda al margen de la mirada del
poeta. Ni siquiera los detalles de un evento, paisaje o
manifestación. En este sentido haiku es el arte de lo
pequeño. Pues como dice el proverbio taoísta: “Quien
ve lo pequeño posee entendimiento”.

* Parte de esta información ha sido extaída de: Los


diez mandamientos del Masuda Goga.

La poesía zen de Santoka ( traducción de Vicente


Maya e Hiroku Tsuji, Maremoto. Centro de ediciones
de la Diputación de Málaga. Málaga 2002.

Un haiku para el camino, Fernando Rodríguez


Izquierdo, Universidad de Sevilla.

Cómo escribir un haiku: o el arte de bailar en un centímetro


cuadrado, por Carlos Fleitas, mayo 2002.

página 39
Ediciones del Tábano
Publicaciones
Dioses Ajenos, Pedro Coiro

Alguien encerrado en su habitación, la habitación encerrada en la ciudad y la ciudad en sus derivas mientras los
pájaros miran desde los cables la razón desconcertada de los hombres. Cada tanto crece algo del asfalto, cada tanto
cae un dios, pero nadie se detiene ante la flor ni limpia el terror del destronado.
Es bueno visitar esa ciudad, rastrear la habitación, llegar al hombre y comprender, con cierto miedo, que se tra-
taba de un espejo.

Con la lengua al cuello, Quirón Herrador


Si quiere pasar la tarde del domingo disfrutando en familia de poemas que lo lleven entre nubes a conocer mun-
dos de calma y sortilegios, no se le ocurra meter la nariz en este libro, donde lo cotidiano camina con olor a barrio
y los payasos se quitan el disfraz en medio de la pista.
Si al día siguiente lo ahoga la corbata y siente cosquilleos en las plantas de los pies, no se preocupe, mire hacia
arriba: verá que tiembla el techo y su oficina se derrumba como un cascarón enorme.

La ternura y la rabia, Juanma Agulles

Aquí hay unas páginas que cuentan y no se quedan quietas. No abandone este libro a una estantería, no se
puede. Una tarde estará sangrando, otra lo verá rozando una cola de gato entre las piernas de su esposa o almor-
zando un suicidio mientras baila en unas manos la distancia del autobús. No se apresure -tampoco-, a proclamar-
lo superior en le género: cuando termine de leer estos cuentos, comprenda que Edgar, Abelardo y James también
merecen unas horas. Sin mas que esta advertencia, lo demás es la ternura y la rabia.

Los sonidos del niño roto, Nelo Curti

Sería de agradecer que usted se adentrase en este libro con la pasión que requiere todo viaje que merezca ese
nombre. Porque hay un trayecto en sus páginas que le exigirá cierta complicidad, cierta alegría traviesa y un tanto
diabólica.
Recuerde cuando aún podía sonreír malévolamente, ensoñando con la pedrada que abriría la grieta en el cris-
tal, dejando libre la ventana por la que escapar al mundo. Se dará cuenta, sin remedio, de que todos somos ese niño
roto que duerme abrazado a un gato, y, si no le puede el hastío y la rutina -las múltiples formas de la muerte con
sus innumerables nombres-, al volver la última página no podrá dejar de añorar, aunque sea por un segundo, a aquel
pequeño demonio que, algún día -cuando todavía una mañana soleada era promesa de erotismo desbocado-, reven-
tó a pedradas certeras todos los muros.

www.eltabano.org
Para suscribirse a “Cuadernos del Tábano” visite nuestra web, allí hay instrucciones
pormenorizadas para ejecutar ese acto de heroísmo. Por sólo 12 euros podrá usted recibir
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Además, allí encontrará información de las distintas actividades del colectivo
(aquellas que podemos difundir).
Nuevas Publicaciones

Introducción al fabulismo, Nelo Curti


Al leer el título cualquiera se preguntará ¿qué es el fabulismo?, ¿una corriente artística?, ¿otro manifiesto?, ¿un
partido político?, y aumentará su desconcierto si continúa interrogándose en ese sentido, ya que no se trata de un
esquema a puertas cerradas, sino de un compromiso con el juego, la incertidumbre y el absurdo.
Ilustrado por Leo Sarralde, “Introducción al fabulismo” reúne relatos y poemas de Nelo Curti que caminan.

Non legor, non legar (literatura y subversión), Juanma Agulles


El segundo libro del autor en nuestra editorial recoge los artículos que durante cinco años se han ido publican-
do en “Cuadernos del Tábano”. Artículos sobre Sartre, Camus, Hawthorne, Bukowski... y ensayos de crítica social
que intentan aunar dos términos que actualmente (en el estadío del capitalismo espectacular) están desligados: la lite-
ratura y la subversión, la fuerza evocadora de la palabra y el pensamiento crítico sobre los hechos.

Asesinos de parto, Diego L. Monachelli


En el ejercicio de la transición, en el movimiento de la certeza que se transforma lentamente, existe un segundo
de claridad grávido de sombras. Este ínfimo vislumbre necesita desarrollarse en el caos de su centro para acuñar el
valor necesario y acometer el desentrañar la espesura de todo aquello que presiente, que intuye y no alcanza, no
puede asir. En ese instante surge la imperiosa necesidad de mutilar la inocencia, de violar el ritmo, de ahondar el
verbo hasta que sangre de él lo que oculta.
De este alumbramiento entre sombras devienen las páginas precedentes con más de una década de antigüedad,
con la misma vitalidad de entonces, con la misma urgencia de búsqueda y el mismo reclamo de poesía en transición
o metamorfosis poética.
Los que han tenido la riesgosa, dudosa ventura de leer trabajos pretéritos entenderán de que se habla. Aquellos
que no, válgales esta breve descripción de los paisajes del parto como advertencia.

¿Colaborar con Cuadernos del Táb ano?


Consulte antes con su médico o farmacéutico.
Eduardo Galeano, Carlos Widmann
y otros renacuajos.

Eduardo Galeano lo sabe, lo cuenta en “Días y noches


de amor y de guerra”: su amigo Carlos Widmann, junto
a un sapo brasilero, son al parecer los héroes responsa-
bles de que se estrellara contra la selva boliviana el heli-
cóptero en que viajaba René Barrientos, dictador que
ordenó en 1967 el fusilamiento de Ernesto Che Guevara.

Citamos textualmente: Carlos Widmann, corresponsal extran-


jero, me pidió que lo llevara al terreiro de Vovó. Yo me estaba por
ir de Río y el tiempo no daba; pero le dejé las contraseñas.

Después recibí, en Montevideo, una carta de Carlos Widmann.

Me decía que el Viernes de Pasión había estado en lo de Vovó


Desde
Catarino. Varios chivos negros habían sido asados y comidos e el
aquí agradecemos
día del ayuno obligatorio. La ceremonia había durado hasta la
la original emboscada.
mañana siguiente. Tomé había asistido, fumando, al sacrificio de
sus hermanos. Los chivos habían sido degollados de a poco, para Pero la curiosidad nos
que sufrieran todo el dolor que Dios reservaba a nosotros los hom- llevó a preguntarnos por el
bres, y nos aliviaran. Los invitados habían bebido la sangre calien- sapo.
te en el hueco de la mano.
Descartamos la posibilidad de entrevistarlo, ya que está
Ya se habían comido los chivos, cuando Vovó emborrachó con muerto y tiene la boca cosida, dos motivos por los que
aguardiente aun sapo gigante. El sapo se resbalaba en la mano de se negaría a hablar, pero pudimos conseguir, gracias a la
ovó. Después él le cosió la boca con agujas no usadas. Hilo rojo e generosidad de su viuda, los fragmentos finales de su
hilo negro, en cruz. Lo soltó en la puerta y el sapo se alejó saltan- diario personal.
do como un loco.
Citamos textualmente: Estoy sobre una mesa, algo borracho, y
Yo sé que eso significaba muerte lenta. El sapo muere por hambre. hay mucha gente alrededor. El organizador de la velada mira a un
Si se desea la muerte rápida del enemigo, se entierra al sapo en un turista y me señala, creo que soy su regalo. Este raya unos gara-
pequeño ataúd al pie de una higuera, el árbol maldito por Cristo, batos en un papel, el organizador hace con el una pelotita y me la
y el sapo muere por asfixia. mete en la boca… cómo le gustan a estos extranjeros las extrava-
gancias (…) Ahora alguien me sujeta por la espalda, debe estudiar
“Vovó me dijo que pusiera un nombre –me escribió Carlos- y no
cirugía o costura y confección, porque me está suturando la boca
se me ocurría ninguno. Pero estaba recién llegado de Bolivia. Tenía
(…) El malnacido del turista me arrojó al campo, haciéndome
muy grabadas las imágenes de las matanzas de los mineros. Así
rebotar varias veces contra el suelo, del susto me tragué la pelotita,
que escribí el nombre de René Barrientos en un papelito, lo doblé y
que abandonará mi cuerpo con las que serán tal vez la últimas
lo metí e la boca del sapo”.
heces de mi desafortunada existencia (…) Tengo hambre, espero
Cuando llegó la carta de Widmann ya el dictador boliviano se que el gringo desagradecido se arrepienta, recupere su regalo, y com-
había quemado vivo en el Cañón de Arque, envuelto en las llamas prenda que algunos animales no nos alimentamos de papel.
del helicóptero que le había regalado la Gulf Oil Company.

No esperábamos menos, sinceramente, de las amistades


de este mártir revolucionario que entre epopeya y epo-
peya se bebe una cachaza en las playas de Ipanema.

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