Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
en perspectiva de esperanza
«En clave de esperanza»: Hacia la justicia y la paz en el mundo (más allá de Colombia)...
• Los cultivadores de la TL hemos venido pensando que es sobre todo la injusticia la causa de
conflicto. OP=OJ, «injusticiados».
Hoy descubrimos con sorpresa la nueva relevancia que reviste la religión -y la teología- en el
conflicto mundial, el «choque de civilizaciones».
Incluso detrás de la injusticia macro está la religión (Ya la TL había descubierto que lo religioso
(la idolatría) estaba detrás de la injusticia... pero ahora es otra cosa).
• Entre religiones: No habrá paz en el mundo hasta que no haya paz entre las religiones.
• hasta ahora el mundo ha estado en compartimentos estancos,
cada uno en su tierra, en su ciudad...
Ahora la «mundialización» nos pone en la misma ciudad: nos hace «cosmo-politas»; todo
lo hace planetario, relativo a la única comunidad humana.
• No queremos decir que los religiosos sean los únicos problemas de la convivencia planetaria...
pero sí que son importantes, y que están presentes incluso donde no lo parecen
(en las motivaciones de fondo de la injusticia, con frecuencia).
2
Ése es el contenido de nuestra ponencia: tratar de encontrar qué puede aportar la TPR (o TP), a
la transformación de la sociedad conflictiva (en clave de esperanza, pues).
Lo trataremos en tres momentos:
a) La presencia de la religión en los conflictos humanos, tratando de identificar la dimensión más
conflictiva de las religiones, el exclusivismo.
b) un diagnóstico desde la TPR
c) Tareas que hay que acometer y actitudes que habría que adoptar en las religiones
d) sueño utópico final.
La conflictividad humana es tan antigua como la misma Humanidad. Y las motivaciones del
conflicto han sido, desde siempre hasta hoy mismo, muy naturales y muy materiales: las disputas por
el territorio, las tierras cultivables, el subsuelo mineral, las riquezas naturales escasas, como hoy día
comienza a serlo el agua.
Pero dado que el ser humano es cultural (hardware y software) los conflictos nunca han sido una
mera correlación de fuerzas económicas y militares, sino que siempre ha entrado en juego en ellos esa
dimensión cultural humana: la identidad de cada pueblo, la concepción que tiene de sus derechos
sobre los bienes en litigio, la legitimidad de su propiedad sobre determinados bienes, y la justificación
ideológica de su lucha contra sus adversarios en la consecución de esos bienes en conflicto. Identidad,
concepción, legitimidad y justificación ideológica, tal vez algún día puedan ser realidades enteramente
laicas y seculares, pero hasta hoy día, desde el inicio de la historia de la humanidad, han sido
realidades decididamente religiosas. Identidad, cosmovisión, moral, cultura y derecho, todo ello ha
estado mezclado indisolublemente con la religión. Todo ha sido –y en buena parte lo es, todavía-
religioso, aunque lo religioso no lo sea todo –sobre todo hoy-.
Las religiones suelen pensar que han sido siempre –y que no podían haber sido de otro modo-
fuente de verdad, de amor y de paz. Pero una visión crítica de la historia, ayudados por la antropología
cultural y por la «hermenéutica de la sospecha» aplicada teológicamente, nos descubre cada vez más
que no todo es paz y amor en las religiones, y que también hay en ellas –reflejándose a partir de la
sociedad humana en la que están- una buena dosis de intereses, afán de dominio, autojustificación,
proclividad a la violencia, etc. Es decir, históricamente hablando las convicciones religiosas han sido
también causas concomitantes de los eternos conflictos humanos. Y lo siguen siendo. Pero podrían
dejar de serlo.
La TPR tiene una especial sensibilidad para detectar los elementos de conflictividad que llevan en
su seno las religiones en su forma tradicional, antes precisamente de esta transformación o relectura
que ella postula como necesaria para que las religiones pasen a ser decididamente factores de paz en
3
un mundo mundializado hoy, que ya no es el mundo parcelado y aislado en el que ellas nacieron y han
vivido toda su vida.
¿Cuál sería la dimensión más conflictiva, el elemento más belicoso que llevan en su seno? ¿Cuál
sería la dificultad mayor que las religiones tendrían hoy día para convivir mundializadamente? La TPR
no duda en afirmar que ese elemento conflictivo es una dimensión que, curiosamente, es común a la
mayoría de las religiones que conocemos. Nos referimos a su dimensión exclusivista: el exclusivismo
religioso.
El «exclusivismo» es la primera de las tres grandes actitudes que hoy día se suelen considerar
simplificadamente como características de la TPR, según la conocida clasificación originaria de J.P.
SCHINELLER. Exclusivismo, inclusivismo y pluralismo, serían las tres, hoy día, afortunadamente, ya
muy conocidas. Pues bien, como es sabido, el exclusivismo es -podríamos decirlo así- el «pecado
original» de la mayoría de las religiones –así fueron concebidas-, y el pluralismo es la «conversión» de
las religiones que postula para ellas la TPR. Se trata de una conversión que, como diremos, conllevará
la «reconversión» de todo su patrimonio simbólico, es decir, un volver a nacer. El inclusivismo, por su
parte, es un estado intermedio, un parche concebido para prolongar la vida de las convicciones
exclusivistas en una época –como la nuestra- en que ya no es viable el exclusivismo; es pues una
transición, un momento inestable llamado a desembocar en una conversión al pluralismo. (El
inclusivismo es, como sabemos, la posición dominante y oficial en la mayor parte de las Iglesias
cristianas).
Tratemos de justificar plásticamente esta afirmación que hemos hecho de que su exclusivismo
sería la dimensión más conflictiva de las religiones de cara a la convivencia humana. Ejemplifiquémoslo
con algunos elementos concretos de ese exclusivismo. Por razones de espacio y de simplicidad, nos
referiremos sólo a unos cuantos de estos elementos.
culturas por tanto- que esta actitud exclusivista comporta. En nuestro mundo actual, más o menos ya
regulado en buena parte de las relaciones internacionales, es más difícil, pero recuérdese las tropelías
y los atropellos que esta conciencia de superioridad ha posibilitado y hasta legitimado a lo largo de la
historia siempre que un pueblo poderoso se ha encontrado en su camino con un pueblo pequeño o
débil con riquezas, fuerza de trabajo, o territorios codiciables por aquél. La conciencia exclusivista ha
legitimado un sin fin de guerras, dominaciones, conquistas, sojuzgamientos y esclavizaciones a lo largo
de la historia. No hablemos en pasado: hoy también, religiones que se consideran únicas verdaderas y
únicas salvadoras, fuera de las cuales ellas mismas consideran que todo es blasfemia y perdición,
pueden despreciar a las demás religiones y culturas hasta el punto de emprender una guerra santa o el
exterminio de los que consideran enemigos de Dios (de su Dios).
(Digamos entre paréntesis que el actual inclusivismo no parece ser sino un atemperamiento del
exclusivismo, sin corrección de su verdadera esencia. En el fondo, aunque solamos pensar lo contrario,
compartimos –quienes son inclusivistas- los mismos principios que llevaron a aquellas tropelías).
el error no tiene derechos, simplemente debe ser destruido. Todos los derechos los detenta «la»
Verdad, que es nuestra verdad. Todos deben someterse a su imperio –que no deja de ser de alguna
manera nuestro imperio-.
Otra consecuencia: porque tenemos la Revelación, tenemos la verdad plena, toda la verdad. Tal
vez no hemos deducido de ella todas las consecuencias posibles; tal vez no hemos desentrañado todos
sus secretos, pero todos ellos están en nuestro haber («plenitud cualitativa»). No tenemos ninguna
pista ajena de verdad que seguir. No tenemos nada que aprender de otras religiones (pueblos,
culturas). Es un error pensar que puedan aportarnos algo las religiones y culturas de otros pueblos...
La seguridad de una revelación divina que nos proporciona el conocimiento seguro del sentido
último de la realidad toda, nos hace descubrir que el mundo es nuestra casa, que estamos en un
mundo cuya esencia más profunda comulga con nuestra propia religión: las criaturas todas alaban a
nuestro Dios, y toda la realidad nos parece «confesionalmente cristiana». Toda alma que nace es
«naturaliter christiana»*** dirá Justino, o «todo niño que nace es naturalmente musulmán», dirá el
islam***. Toda la realidad la entendemos según el «mapa» que la revelación nos proporciona, un
mapa, una interpretación que sólo tenemos nosotros, en exclusiva, que no comparte ningún otro
pueblo. (¿Nos facilitará ello la comunicación y la convivencia entre los pueblos?).
Esta descripción ejemplificativa que hemos hecho de algunos de los elementos cuasi-
constitutivos del exclusivismo en las religiones, resultará muy elocuente para quien recuerde los
muchos conflictos que a lo largo de la historia han sido frutos de estas visiones exclusivistas, para
quien sepa ver la relación paralela con los conflictos políticos, culturales y religiosos que hoy siguen
dándose, y, sobre todo, para quien sea capaz de echar en falta lo que debería ser una verdadera «paz
religiosa» en el mundo de hoy (positivamente, más allá de la mera “ausencia de conflictos”), relaciones
y connotaciones que no podemos aquí abordar por razones de espacio.
Hoy ya no podemos seguir pensando, ingenuamente, que las religiones son sólo amor y paz,
pureza y desinterés. Ya no podemos seguir pensando que todas las miserias y conflictos que se dan en
el mundo de los humanos, serían ajenos enteramente a las religiones, realidades en las que ellas no
tendrían absolutamente parte.
Es bien conocido el dicho: «En el mundo no habrá paz entre los pueblos mientras no haya paz
entre las religiones». Pues bien: mientras las religiones sean exclusivistas, no podrán dialogar, no
podrán vivir en paz, y no podrá haber paz entre ellas ni entre los pueblos. El exclusivismo religioso es,
sin duda, un enemigo principal del entendimiento entre las religiones, y como tal, es un enemigo
público de la paz del mundo.
Pero todo esto queda normalmente fuera del objeto de la TL. Aquí emerge la necesidad de la TPT
La teología de la liberación nació hace más de tres décadas, poco después del Vaticano II, y
nació por lo tanto en un ambiente cristiano «inclusivista». El Vaticano II, felizmente, había declarado
superado el exclusivismo. Preocupada y absorbida por la perspectiva de la justicia y por la opción por
los pobres, la TL supo rehacer, reconstruir, releer todo el patrimonio simbólico del cristianismo desde
esta perspectiva. Pero no sometió a examen la perspectiva misma del inclusivismo. No era su
preocupación, no era su carisma, no era la hora histórica adecuada. La TL clásica se construyó desde el
inclusivismo. No podemos negar que, dada su sensibilidad hacia la justicia –y hacia la injusticia que se
puede cometer contra el «otro», que puede ser una forma de ser «pobre», y en el fondo
«injusticiado»- la TL llegó a formular «la versión menos exclusivista del inclusivismo», su conocido
«macroecumenismo», por el que nos sentíamos en comunión de camino y en convergencia de metas
incluso con ateos que luchaban por nuestra propia causa, la Causa de Jesús, el Reino de Dios, con
otros nombres, bajo otras banderas. Un macroecumenismo que nos ponía a todos en pie de igualdad
en este mundo, a la espera de que más allá la luz de la revelación cristiana desvelara a los no
creyentes una plenitud de conocimiento de la que nosotros ya gozábamos***.
Pero, como conjunto, la TL, que era vivida dentro de márgenes socioculturales cristianos, vivió
confiadamente inmersa en el inclusivismo. Dio por válidas –por supuestas- las afirmaciones mayores
del mismo, que, como hemos dicho, no dejan de ser afirmaciones centrales del exclusivismo, aunque
atemperadas en sus formas.
7
también. Casi nadie es capaz de avizorar cómo será esa religión pluralista. Pero la TPR (la pluralista) lo
cree, lo intuye, y se está esforzando por mostrarlo. El nuevo ambiente cultural, el sentido común, y la
evolución natural del pensamiento humano están de su parte.
Esta gran tarea de transformar las religiones -el cristianismo concretamente para nosotros- de
exclusivista o inclusivista, en pluralista consiste, en definitiva, en transformar su autocomprensión,
que, fundamentalmente, se expresa en su teología. Esa teología que durante tanto tiempo ha sido
responsable de la justificación teórica de tantas actitudes prepotentes y avasalladoras en la historia de
las religiones, debe trasformarse, muy profundamente. Pocos días antes de su muerte, en la
conferencia que se convertiría de hecho en su testamento teológico, Paul Tillich confesó su deseo de
«reescribir toda su teología». No es un capítulo nuevo, una temática nueva a añadir; es toda la
teología, todo el patrimonio simbólico de una religión lo que hay que volver a rehacer, pero desde unos
supuestos y unos axiomas diferentes.
No será una nueva rama teológica que hable de otra cosa, de alguna materia nueva. Será una
teología como la de siempre, que hablará de lo de siempre, pero desde otra perspectiva. Será la
misma teología, sólo que no exclusivista, sino pluralista.
La TPR está hablando cada vez más de que quiere dejar el paso a su sucesora natural, de la cual
ella es simplemente precursora: la teología pluralista.
La TPR ha sido un medio, una mediadora, para hacer el diagnóstico, para indicar el camino, y
para mostrar que es posible salir de las actitudes exclusivistas. Pero una vez hecho el diagnóstico e
indicado el camino, hay que recorrerlo, hay que pasar al cristianismo pluralista, en nuestro caso.
Necesitamos una teología pluralista, una eclesiología pluralista, una cristología y una misiología
pluralistas: toda la teología (exclusivista tradicionalmente, inclusivista últimamente) debe ser re-
escrita (como decíamos que dijo Tillich), como teología pluralista [Concilium 319]. La ASETT está
pensando que ahora que ya se hizo patente –más o menos- la necesidad de la teología pluralista, es la
hora de acometer la creación y publicación de una nueva colección teológica, de teología pluralista, que
será la primera de la historia.
En todo caso, la TPR no es una teología del diálogo ecuménico ni interreligioso. Muchos piensan
que la TPR es «para dialogar con las otras religiones»... Más bien, la TPR es «para dialogar con
nosotros mismos». No es para el diálogo inter-religioso, sino para el diálogo intra-religioso. Antes que
dialogar con nadie... debemos dialogar con nosotros mismos. Debemos chequear nuestra
autocomprensión, someterla a análisis, y purificarla de su exclusivismo y su inclusivismo. Sólo cuando
nuestra autocomprensión sea realmente pluralista estaremos en capacidad no sólo de dialogar
interreligiosamente, sino de colaborar y asta de creer interreligiosamente.
La TPR no es una teología especulativa gratuita... No hacemos TPR por deleite intelectual, sino
para la transformación del mundo, para la paz, para la liberación de la humanidad de sus espejismos y
de las opresiones de las ideas religiosas, de esos lastres religiosos, propios de otros tiempos, que
todavía hoy, en la época de la mundialización, nos impiden gozar de una relación plena, positiva,
armónica y proactiva entre todas las religiones, según la utopía a la que acabaremos refiriéndonos.
Esta tarea conlleva muchas actitudes en las que debe verse reflejadas. Nos referiremos a
algunas e ellas. Sería necesario:
10
• “Desentronizarse”, aceptar ser destronada, bajarse de ese trono –tanto material, como social,
como simbólico- que inconscientemente se construyó para sí misma. El cristiano de una Iglesia
“pluralista” deberá “creer destronadamente”, desde el llano, bajado del trono, renunciando a un
pedestal que ahora descubre que no le corresponde.
• Aceptar con alegría que redescubrimos nuestro verdadero lugar, después de una temporada de
autoalienación por la que hemos creído ser lo que realmente no éramos. Aceptar que no estamos en el
centro, ni mucho menos somos el centro, sino que el centro está ocupado por sólo Dios. “Sólo Dios”
está en el centro. Nosotros, junto con las demás religiones, giramos como planteas en torno a él. Ésta
es la gran «revolución copernicana» que la conversión pluralista nos pide: somos un planeta, no somos
el centro del sistema.
• Aceptar el paso al teocentrismo, convirtiéndonos de todo otro “centrismo” que le haya
disputado el puesto. Ello significa pasar a una concepción teológicamente “heliocéntrica”, en un cambio
de paradigma como el que vivió la cultura y el conocimiento humano cuando descubrió que el
geocentrismo –tan percibido entonces como evidente y e incuestionable- no correspondía a la realidad.
• Aceptar que no somos “la religión única”, sino “una religión más” 1, reconciliándonos con alegría
con las religiones hermanas, y tratando de discernir cuál será la voluntad de Dios a partir de este
kairós de reconciliación, cuál será la tarea que Dios quiera que acometamos juntas todas las religiones,
para recuperar en parte el tiempo perdido en los errores del exclusivismo, del inclusivismo, del
desconocimiento mutuo, de la rivalidad, del proselitismo que trataba de convertir al otro.
• «Renunciar a la categoría de elección», como sabia y proféticamente ha comenzado a
proclamar Andrés Torres Queiruga. Esa misma categoría que él se había esforzado por justificar
teológicamente, ha llegado un momento en que ha dado un paso adelante, para decir: debemos
renunciar a ella. Hoy se nos hace inviable, inasimilable dentro de nuestra nueva autocomprensión.
• Aceptar la magnanimidad de Dios, que no ha dejado de su mano a ningún pueblo ni ha dejado
de comunicarse con todos ellos, a través de la propia religión de cada pueblo, sin dejar nunca a nadie
“en situación salvífica gravemente deficitaria”...
• Aceptar con alegría la pluriformidad de la gracia de Dios, que ha provocado –ella sí, no la
maldad del pecado de Babel– la pluralidad religiosa, y gozarnos de esa inabarcable riqueza plural
“querida por Dios”.
Cuando todas éstas sean las actitudes mayoritarias de las religiones, es probable que ellas
tengan entre sí una relación muy distinta a la actual.
Los cristianos por ejemplo seguirán yendo a misiones, entre los hindúes y los musulmanes, pero
no para convertirlos al cristianismo, sino para ayudarles a ser mejores hindúes y mejores musulmanes.
1
Sin entrar ahora en las matizaciones necesarias de que la TPR no sostiene necesariamente un
“pluralismo asimétrico”: no todas las religiones son iguales, ni mucho menos, aunque todas sean
respuestas humanas al misterio de la Realidad divina.
11
La primer norma de convivencia pluralista entre las religiones será no hacer proselitismo entre ellas,
proselitismo que, al dejar de tener sentido, dejará también de ser una tentación.
Las oraciones, liturgias y celebraciones de cada religión ya no serán un diálogo yo/Tú, nuestro
pueblo frente a su Dios, ignorando enteramente todos los otros pueblos y todas las otras búsquedas
religiosas del mundo, como si no existiesen, como si sólo nosotros estuviésemos ante Dios... La
oración de cada religión incluirá necesariamente en su horizonte la religiosidad y la búsqueda de todos
los otros seres humanos, se intercambiará entre las religiones su respectivo patrimonio espiritual, las
Escrituras santas de cada una de ellas, cada una se considerará dichosa de poder aprender de las
demás sus secretos en el acceso a la divinidad.
Cuando las religiones se hayan hecho realmente pluralistas y todas reconozcan a las demás
como sus hermanas, a las que Dios, a todas juntas, les ha encomendado la tarea de ayudar a la
humanidad en su autorrealización y salvación, cesará el aislamiento actual, y se pondrán todas a
trabajar juntas por la Humanidad: salvar a los pobres, que no haya más pobres en el mundo de las
religiones, como primera decisión; salvar la ecología, salvar el planeta, ahora más que nunca
amenazado en su supervivencia; y construir la paz, la paz del mundo, no la mera ausencia de
conflictos, sino la convivencia en armonía, en cuidado mutuo, en responsabilidad de todos para con
todos. Las religiones serán entonces –quizá como lo son ya ahora- las fuerzas movilizadoras mayores
de la Humanidad, sólo que entonces estarán puestas al servicio de la vida, de la humanidad y de lo
que hemos llamado el Proyecto de Dios.
Final
En esta breve intervención que he tenido el placer de dirigir a este Congreso de la Universidad
Xaveriana, en resumen he querido traer su atención hacia el hecho de que, sin abandonar el
paradigma liberador –al que considero imprescindible e imprescriptible- es urgente abrir nuestra
docencia, nuestra investigación y nuestra proyección social, a un nuevo paradigma, el pluralista, que
ya toca a nuestras puertas, y que viene para quedarse, en un mundo nuevo, mundializado,
multirreligioso, donde la teología ya no podrá ser asunto de una confesionalidad cerrada, en medio de
una sociedad humana en la que sólo se podrá ser religioso interreligiosamente, pluralísticamente.