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Pluralismo religioso y diálogo ecuménico

en perspectiva de esperanza

Guión para unas palabras preliminares

Ubicación del tema a exponer:


• no enfocado principalmente sobre Colombia, sino sobre la mundialidad
mundialidad a la que también Colombia pertenece
y a la que no debe de dejar mirar por muy lacerantes que sean sus problemas internos;
pq Colombia es mayoritariamente cristiana (¿?)
• no enfocado sólo sobre el paradigma liberador sino sobre el paradigma siguiente (anotaciones)
la TP como «segunda oleada», tras la TL
La TL fue un nuevo abordaje «para superar la violencia» (Sobrino, Chiapas, Relat 062), la
«violencia de la injusticia» sobre todo. [La Teología de la Liberación combate, antes
que nada, la violencia institucionalizada, la pobreza que mata a millones].
La TP funge también como un nuevo abordaje para superar la violencia, pero ahora la
violencia del mundo en choque cultural y religioso (choque de siempre pero
acerbado por la mundialización).

«En clave de esperanza»: Hacia la justicia y la paz en el mundo (más allá de Colombia)...

• Los cultivadores de la TL hemos venido pensando que es sobre todo la injusticia la causa de
conflicto. OP=OJ, «injusticiados».
Hoy descubrimos con sorpresa la nueva relevancia que reviste la religión -y la teología- en el
conflicto mundial, el «choque de civilizaciones».
Incluso detrás de la injusticia macro está la religión (Ya la TL había descubierto que lo religioso
(la idolatría) estaba detrás de la injusticia... pero ahora es otra cosa).

• Entre religiones: No habrá paz en el mundo hasta que no haya paz entre las religiones.
• hasta ahora el mundo ha estado en compartimentos estancos,
cada uno en su tierra, en su ciudad...
Ahora la «mundialización» nos pone en la misma ciudad: nos hace «cosmo-politas»; todo
lo hace planetario, relativo a la única comunidad humana.

• los conflictos, tradicionalmente, han sido de justicia


La TL ha sido un último abordaje teológico para afrontarlos
• estamos en una era nueva en la que tenemos además conflictos de justicia están los culturales
• la religión tiene mucho que ver
No habrá paz en el mundo hasta que no haya paz entre las religiones.

• No queremos decir que los religiosos sean los únicos problemas de la convivencia planetaria...
pero sí que son importantes, y que están presentes incluso donde no lo parecen
(en las motivaciones de fondo de la injusticia, con frecuencia).
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Ése es el contenido de nuestra ponencia: tratar de encontrar qué puede aportar la TPR (o TP), a
la transformación de la sociedad conflictiva (en clave de esperanza, pues).
Lo trataremos en tres momentos:
a) La presencia de la religión en los conflictos humanos, tratando de identificar la dimensión más
conflictiva de las religiones, el exclusivismo.
b) un diagnóstico desde la TPR
c) Tareas que hay que acometer y actitudes que habría que adoptar en las religiones
d) sueño utópico final.

Texto propiamente dicho

1. Las religiones en los conflictos humanos

La conflictividad humana es tan antigua como la misma Humanidad. Y las motivaciones del
conflicto han sido, desde siempre hasta hoy mismo, muy naturales y muy materiales: las disputas por
el territorio, las tierras cultivables, el subsuelo mineral, las riquezas naturales escasas, como hoy día
comienza a serlo el agua.
Pero dado que el ser humano es cultural (hardware y software) los conflictos nunca han sido una
mera correlación de fuerzas económicas y militares, sino que siempre ha entrado en juego en ellos esa
dimensión cultural humana: la identidad de cada pueblo, la concepción que tiene de sus derechos
sobre los bienes en litigio, la legitimidad de su propiedad sobre determinados bienes, y la justificación
ideológica de su lucha contra sus adversarios en la consecución de esos bienes en conflicto. Identidad,
concepción, legitimidad y justificación ideológica, tal vez algún día puedan ser realidades enteramente
laicas y seculares, pero hasta hoy día, desde el inicio de la historia de la humanidad, han sido
realidades decididamente religiosas. Identidad, cosmovisión, moral, cultura y derecho, todo ello ha
estado mezclado indisolublemente con la religión. Todo ha sido –y en buena parte lo es, todavía-
religioso, aunque lo religioso no lo sea todo –sobre todo hoy-.
Las religiones suelen pensar que han sido siempre –y que no podían haber sido de otro modo-
fuente de verdad, de amor y de paz. Pero una visión crítica de la historia, ayudados por la antropología
cultural y por la «hermenéutica de la sospecha» aplicada teológicamente, nos descubre cada vez más
que no todo es paz y amor en las religiones, y que también hay en ellas –reflejándose a partir de la
sociedad humana en la que están- una buena dosis de intereses, afán de dominio, autojustificación,
proclividad a la violencia, etc. Es decir, históricamente hablando las convicciones religiosas han sido
también causas concomitantes de los eternos conflictos humanos. Y lo siguen siendo. Pero podrían
dejar de serlo.
La TPR tiene una especial sensibilidad para detectar los elementos de conflictividad que llevan en
su seno las religiones en su forma tradicional, antes precisamente de esta transformación o relectura
que ella postula como necesaria para que las religiones pasen a ser decididamente factores de paz en
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un mundo mundializado hoy, que ya no es el mundo parcelado y aislado en el que ellas nacieron y han
vivido toda su vida.

¿Cuál sería la dimensión más conflictiva, el elemento más belicoso que llevan en su seno? ¿Cuál
sería la dificultad mayor que las religiones tendrían hoy día para convivir mundializadamente? La TPR
no duda en afirmar que ese elemento conflictivo es una dimensión que, curiosamente, es común a la
mayoría de las religiones que conocemos. Nos referimos a su dimensión exclusivista: el exclusivismo
religioso.
El «exclusivismo» es la primera de las tres grandes actitudes que hoy día se suelen considerar
simplificadamente como características de la TPR, según la conocida clasificación originaria de J.P.
SCHINELLER. Exclusivismo, inclusivismo y pluralismo, serían las tres, hoy día, afortunadamente, ya
muy conocidas. Pues bien, como es sabido, el exclusivismo es -podríamos decirlo así- el «pecado
original» de la mayoría de las religiones –así fueron concebidas-, y el pluralismo es la «conversión» de
las religiones que postula para ellas la TPR. Se trata de una conversión que, como diremos, conllevará
la «reconversión» de todo su patrimonio simbólico, es decir, un volver a nacer. El inclusivismo, por su
parte, es un estado intermedio, un parche concebido para prolongar la vida de las convicciones
exclusivistas en una época –como la nuestra- en que ya no es viable el exclusivismo; es pues una
transición, un momento inestable llamado a desembocar en una conversión al pluralismo. (El
inclusivismo es, como sabemos, la posición dominante y oficial en la mayor parte de las Iglesias
cristianas).
Tratemos de justificar plásticamente esta afirmación que hemos hecho de que su exclusivismo
sería la dimensión más conflictiva de las religiones de cara a la convivencia humana. Ejemplifiquémoslo
con algunos elementos concretos de ese exclusivismo. Por razones de espacio y de simplicidad, nos
referiremos sólo a unos cuantos de estos elementos.

• En primer lugar el exclusivismo salvífico en sí mismo, aquella pretensión que se ejemplifica


en el conocido lema del «extra nos nulla salus», fuera de nosotros no hay salvación. De ninguna
manera esta convicción es únicamente cristiana; al contrario, lo es de la mayoría de las religiones***.
Por el exclusivismo, cada religión piensa que es «la» religión, no simplemente «una religión», no
una más entre otras muchas, sino «la religión», la única verdadera, la que salva, la querida por Dios,
la creada por Él, la única que tiene derecho a ser llamada por ese nombre.
Estas afirmaciones conllevan en sí mismas sus consecuencias: si somos la única religión
verdadera, es que las demás religiones (que forman parte de las culturas de otros pueblos) son
«falsas», o son por lo menos inferiores, «en una situación salvífica gravemente deficitaria» (DI 22) .
Tal vez en realidad son religiones naturales, o simplemente «búsquedas humanas», a tientas, de la
divinidad... por sí mismas inútiles salvíficamente, destinadas a ser complementadas, plenificadas y
salvadas por la única religión verdadera, a la que de hecho están destinadas a abocar según el
designio de Dios.
Se deja ver fácilmente la minusvaloración y hasta el desprecio hacia las otras religiones –y
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culturas por tanto- que esta actitud exclusivista comporta. En nuestro mundo actual, más o menos ya
regulado en buena parte de las relaciones internacionales, es más difícil, pero recuérdese las tropelías
y los atropellos que esta conciencia de superioridad ha posibilitado y hasta legitimado a lo largo de la
historia siempre que un pueblo poderoso se ha encontrado en su camino con un pueblo pequeño o
débil con riquezas, fuerza de trabajo, o territorios codiciables por aquél. La conciencia exclusivista ha
legitimado un sin fin de guerras, dominaciones, conquistas, sojuzgamientos y esclavizaciones a lo largo
de la historia. No hablemos en pasado: hoy también, religiones que se consideran únicas verdaderas y
únicas salvadoras, fuera de las cuales ellas mismas consideran que todo es blasfemia y perdición,
pueden despreciar a las demás religiones y culturas hasta el punto de emprender una guerra santa o el
exterminio de los que consideran enemigos de Dios (de su Dios).
(Digamos entre paréntesis que el actual inclusivismo no parece ser sino un atemperamiento del
exclusivismo, sin corrección de su verdadera esencia. En el fondo, aunque solamos pensar lo contrario,
compartimos –quienes son inclusivistas- los mismos principios que llevaron a aquellas tropelías).

• Un segundo elemento que de hecho ha venido a ser fuente de rigidez y de conflicto es la


revelación, en el sentido clásico que se ha dado tradicionalmente a este concepto. Se cree en un ser
exterior (dios, theos), fuente de la verdad, que la revela, desde fuera, a un determinado pueblo, y que
lo convierte en el depositario de la verdad (con la misión fácilmente deducible de extender esa verdad
al resto de los humanos, la «misión» de la que hablaremos luego»). Se trata de una verdad imaginada
como exterior al mundo, proveniente de Dios, revelada magnánimamente por él a unos «elegidos» (de
los que luego hablaremos.
De esta conciencia de haber recibido «la» revelación (que es también una conciencia
exclusivista, porque no se piensa que se ha recibido «una revelación, sino «la» revelación, «la»
verdad, «la única Verdad», y no la verdad para nosotros, nuestra verdad, sino la Verdad para todos) es
de la que surge la consecuente voluntad de control de esa misma verdad, la exclusión de toda verdad
que no sea la nuestra, de toda duda que le reste seguridad a nuestra verdad. La censura, las
condenas, los dogmas, las herejías, la inquisición, la persecución de los teólogos, la negación de la
libertad de búsqueda y de pensamiento, son perturbaciones conflictivas de la paz social que son
consecuencias lógicas en religiones que comparten esta visión rígida de «la revelación».
En este campo se suele establecer un cortocircuito entre Verdad y Poder. Si sólo nosotros
tenemos la Verdad, la Verdad de Dios fuente de todo poder, de ahí es fácil dar el salto a pensar que el
Poder no puede estar desvinculado de esa Verdad de Dios, que ese poder tendrá que estar relacionado
o supeditado a nosotros que tenemos esa Verdad: en definitiva, el poder tiene que ser de nuestra
religión, la sociedad debe someterse confesionalmente a la (nuestra) verdad, y la Verdad (y nosotros
con ella) deberemos compartir el poder; y si no, haremos bien en conquistarlo, porque lo merece la
gloria de la Verdad de Dios. Ser depositarios de la Verdad y ser detentadores del poder (de un cierto
poder al menos), parecen dos afirmaciones correlacionadas.
Si nosotros hemos recibido «la» revelación, los otros no han podido recibirla, y si reivindican otra
revelación, ésta no podrá ser verdadera. La verdad de los otros no puede ser verdad, sino un error, y
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el error no tiene derechos, simplemente debe ser destruido. Todos los derechos los detenta «la»
Verdad, que es nuestra verdad. Todos deben someterse a su imperio –que no deja de ser de alguna
manera nuestro imperio-.
Otra consecuencia: porque tenemos la Revelación, tenemos la verdad plena, toda la verdad. Tal
vez no hemos deducido de ella todas las consecuencias posibles; tal vez no hemos desentrañado todos
sus secretos, pero todos ellos están en nuestro haber («plenitud cualitativa»). No tenemos ninguna
pista ajena de verdad que seguir. No tenemos nada que aprender de otras religiones (pueblos,
culturas). Es un error pensar que puedan aportarnos algo las religiones y culturas de otros pueblos...
La seguridad de una revelación divina que nos proporciona el conocimiento seguro del sentido
último de la realidad toda, nos hace descubrir que el mundo es nuestra casa, que estamos en un
mundo cuya esencia más profunda comulga con nuestra propia religión: las criaturas todas alaban a
nuestro Dios, y toda la realidad nos parece «confesionalmente cristiana». Toda alma que nace es
«naturaliter christiana»*** dirá Justino, o «todo niño que nace es naturalmente musulmán», dirá el
islam***. Toda la realidad la entendemos según el «mapa» que la revelación nos proporciona, un
mapa, una interpretación que sólo tenemos nosotros, en exclusiva, que no comparte ningún otro
pueblo. (¿Nos facilitará ello la comunicación y la convivencia entre los pueblos?).

• Otro elemento característico de la posición exclusivista de las religiones es la conciencia de ser


los elegidos para una misión universal expansiva. Es una consecuencia lógica lo que venimos
diciendo. Si sólo nuestra religión en la verdadera y la que salva, es obvio que debemos llevar la Verdad
y la salvación al mundo. Por su bien. Aunque no nos lo pidan. Aunque no lo deseen. Aunque no lo
entiendan. Aunque lo rechacen. Aunque tenga que ser una misión a la fuerza. Aunque sea por medio
de la conquista, del sometimiento o de la esclavización***.
La misión universal está bien intencionada, y pretende llevar a todos los humanos al
conocimiento de la verdad (que es en este caso nuestra verdad) y al disfrute de la salvación, tal como
nosotros la entendemos.
La «forma de entender», la perspectiva cultural, ha sido algo a lo que hemos estado ciegos hasta
hace bien poco tiempo. La sensibilidad ante la pluriculturalidad y la interculturalidad es algo muy
reciente. Clásicamente la cultura ha sido invisible, como el cristal transparente a través del cual
miramos sin tener conciencia de él. Por eso la misión clásica ha sido aculturadora, destructora de
culturas, uniformizadora y mundializadora: desearía «un solo rebaño y un solo pastor». La variedad de
religiones y culturas sería negativa, una consecuencia del pecado***, a superar, a destruir: el
pluralismo religioso sería una realidad a combatir, la misión trataría de reducir el pluralismo a la
unidad.
Y esa misión es posible porque nosotros somos su sujeto, los sujetos elegidos, el pueblo elegido
por Dios para encomendarle una misión que consistirá en desplegar en el mundo el Proyecto de Dios.
No debemos sentirnos orgullosos por esta elección, porque no es por nuestros propios méritos, sino
por mera gracia de Dios, inmerecida por nuestra parte. Esa elección es más bien una fuerza que nos
asistirá para llevar a cabo ese proyecto de Dios, que asumiremos como nuestro propio proyecto.
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Esta descripción ejemplificativa que hemos hecho de algunos de los elementos cuasi-
constitutivos del exclusivismo en las religiones, resultará muy elocuente para quien recuerde los
muchos conflictos que a lo largo de la historia han sido frutos de estas visiones exclusivistas, para
quien sepa ver la relación paralela con los conflictos políticos, culturales y religiosos que hoy siguen
dándose, y, sobre todo, para quien sea capaz de echar en falta lo que debería ser una verdadera «paz
religiosa» en el mundo de hoy (positivamente, más allá de la mera “ausencia de conflictos”), relaciones
y connotaciones que no podemos aquí abordar por razones de espacio.
Hoy ya no podemos seguir pensando, ingenuamente, que las religiones son sólo amor y paz,
pureza y desinterés. Ya no podemos seguir pensando que todas las miserias y conflictos que se dan en
el mundo de los humanos, serían ajenos enteramente a las religiones, realidades en las que ellas no
tendrían absolutamente parte.
Es bien conocido el dicho: «En el mundo no habrá paz entre los pueblos mientras no haya paz
entre las religiones». Pues bien: mientras las religiones sean exclusivistas, no podrán dialogar, no
podrán vivir en paz, y no podrá haber paz entre ellas ni entre los pueblos. El exclusivismo religioso es,
sin duda, un enemigo principal del entendimiento entre las religiones, y como tal, es un enemigo
público de la paz del mundo.
Pero todo esto queda normalmente fuera del objeto de la TL. Aquí emerge la necesidad de la TPT

Hacia un nuevo paradigma: la teología pluralista.

La teología de la liberación nació hace más de tres décadas, poco después del Vaticano II, y
nació por lo tanto en un ambiente cristiano «inclusivista». El Vaticano II, felizmente, había declarado
superado el exclusivismo. Preocupada y absorbida por la perspectiva de la justicia y por la opción por
los pobres, la TL supo rehacer, reconstruir, releer todo el patrimonio simbólico del cristianismo desde
esta perspectiva. Pero no sometió a examen la perspectiva misma del inclusivismo. No era su
preocupación, no era su carisma, no era la hora histórica adecuada. La TL clásica se construyó desde el
inclusivismo. No podemos negar que, dada su sensibilidad hacia la justicia –y hacia la injusticia que se
puede cometer contra el «otro», que puede ser una forma de ser «pobre», y en el fondo
«injusticiado»- la TL llegó a formular «la versión menos exclusivista del inclusivismo», su conocido
«macroecumenismo», por el que nos sentíamos en comunión de camino y en convergencia de metas
incluso con ateos que luchaban por nuestra propia causa, la Causa de Jesús, el Reino de Dios, con
otros nombres, bajo otras banderas. Un macroecumenismo que nos ponía a todos en pie de igualdad
en este mundo, a la espera de que más allá la luz de la revelación cristiana desvelara a los no
creyentes una plenitud de conocimiento de la que nosotros ya gozábamos***.
Pero, como conjunto, la TL, que era vivida dentro de márgenes socioculturales cristianos, vivió
confiadamente inmersa en el inclusivismo. Dio por válidas –por supuestas- las afirmaciones mayores
del mismo, que, como hemos dicho, no dejan de ser afirmaciones centrales del exclusivismo, aunque
atemperadas en sus formas.
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En los años 80 se desarrolló en el mundo anglosajón la TPR, que en su mayor parte no


compartía la perspectiva liberadora de la TL. Y ha sido en los años 2000 cuando podemos decir que la
TPR ha comenzado a hacer su incursión en A.L., lentamente, un tanto promovida por el proyecto piloto
de la publicación de la serie «Por los muchos caminos de Dios» de la Comisión Teológica de A.L., que
se proponía, precisamente, «cruzar» la TL con la TPR, o producir en A.L. una TPR que fuera
simultáneamente TL. O también: hacer que la TL latinoamericana se abriera a la TPR.
De todas maneras, la TPR está descubriendo cada vez más su vocación de ser «precursora» de
una nueva etapa de la historia de la teología, la nueva etapa de la «teología pluralista» [***revista
Concilium].
Dicho esto como descripción del momento presente de la «coyuntura teológica» actual, pasemos
a presentar lo que la TPR viene a proclamar ante la correlación entre religiones y conflictos humanos a
la que nos hemos referido anteriormente.

2. Superar el «complejo de superioridad» / Diagnóstico de la TPR

La TPR no tiene dudas en su diagnóstico: el exclusivismo es un planteamiento, una forma de


entender y de autocomprenderse, un paradigma, que ya no es viable en el mundo de hoy.
En principio el exclusivismo es excusable: está ahí, ha sido el humus epistemológico en el que
han nacido las religiones, era el horizonte en el que se han desarrollado milenariamente, y no era
posible captar sus deficiencias: parecía el único horizonte real posible de comprensión. Y podemos
decir que la conciencia de exclusivismo ha acompañado a las religiones desde su nacimiento hasta hoy
día. Es decir: no conocemos prácticamente una religión no exclusivista. Diríase que el exclusivismo
forma parte de la esencia de la religión, y que, por eso, nos resulta difícil imaginar una religión no
exclusivista.
Concretamente, en cada religión las afirmaciones más exclusivistas forman parte del acervo
nuclear esencial de su doctrina, de su autocomprensión. Es decir, el exclusivismo formaría parte de la
identidad misma del cristianismo, y lo mismo de la mayor parte de las religiones.
Aquí tendría que venir la amplia y razonada reflexión de la TPR, que arrancando desde más
abajo, desde conceptos fundamentales, que están a la base de todos los demás, muestra la necesidad
de su reformulación, su nueva comprensión, que posibilite despegar a cada religión... de la
epistemología propia de un tiempo que ya no existe, pero una epistemología que sigue instalada en
nuestras cabezas.
No es el momento de hacer aquí ese recorrido, y a los manuales de TPR me remito. Pero lo que
sí quiero traer aquí es la consecuencia de esa reflexión. La TPR se atreve a afirmar que el exclusivismo
es superable. Es distinguible de las religiones, como un condicionamiento epistemológico que entonces
se dio, pero que puede ser separable de la religión misma. Se puede ser religioso de otra manera. Otra
religión (no exclusivista) es posible. Muchos lo dudan. La oficialidad lo niega. Los más tradicionales,
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también. Casi nadie es capaz de avizorar cómo será esa religión pluralista. Pero la TPR (la pluralista) lo
cree, lo intuye, y se está esforzando por mostrarlo. El nuevo ambiente cultural, el sentido común, y la
evolución natural del pensamiento humano están de su parte.

La TPR no tiene dudas en afirmar: la posición exclusivista de las religiones es un «error de


perspectiva», y es por eso que no puede ser un pecado, pero sí resulta una realidad pecaminosa una
vez que llegamos a ser capaces de discernirla. La TPR cree haber hecho ese discernimiento, (en ese
discernimiento consiste en definitiva la TPR) y quiere ayudar a las religiones en general a hacerlo. Y
una vez hecho el discernimiento quiere ayudarles a abandonar el exclusivismo, porque piensa que hoy
día, la conversión pendiente de las religiones es el abandono del exclusivismo.
Es cierto que todos esos elementos que constituyen el planteamiento exclusivista (de los cuales
hemos elencado algunos más arriba) nos han parecido realidades ciertas, verdades objetivas, más
aún, reveladas. Creímos que fue Dios mismo quien nos había revelado aquello... Pero hoy tenemos
altura y perspectiva suficiente para darnos cuenta de que todo esto fue un «efecto óptico»... Nos
pareció verlo así. Sinceramente. Nos pareció escucharlo de Dios mismo... y obedecimos (obedecieron
nuestros mayores). Pero hoy somos capaces de descubrir que en buena parte de aquello que nos
pareció escuchar, éramos nosotros mismos quienes nos lo estábamos diciendo...
Como digo, no es el momento de argumentarlo. Estoy simplemente presentando los resultados
que ofrece la TPR, que, como se deja ver, con toda humildad está pidiendo a las religiones una
revolución en su propia autocomprensión. Un verdadero cambio de paradigma, una revolución
copernicana –nunca mejor aplicado el concepto-, como ha dicho emblemáticamente John HICK.
Aunque los más miedosos sostienen que se trata de una transformación imposible, y la tachan
además de calificativos descalificadores, la TPR sostiene que es una transformación posible, y que así
como antaño –y hasta hoy- creímos sinceramente en un modo exclusivista, y llegamos a considerar
este modo como algo esencial a la identidad de nuestra fe, con la misma sencillez y sinceridad, hoy,
somos capaces de comprender que fuimos víctimas de un equívoco, de ese «efecto óptico» que nos
confundió, seremos capaces de abandonar aquella visión, por muy venerable y consustancial con
nuestra religión que se hubieran hecho con el paso de los siglos.
Sólo el abandono del exclusivismo, sólo una transformación semejante, sólo una conversión (o
reconversión) tan profunda, pondrá a las religiones a la altura del nuevo mundo en el que nos
encontramos, mundializado, un mundo absolutamente distinto del mundo en el que nacieron y
crecieron, hasta hoy. Sólo en un mundo en el que las religiones abandonen las actitudes exclusivistas,
será posible el diálogo y la convivencia y la paz entre las religiones, y sólo con ello será posible la paz
del mundo. La TPR es una teología de esperanza, que alienta la esperanza en un mundo justo y en
paz.

3. Tareas y actitudes necesarias


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Esta gran tarea de transformar las religiones -el cristianismo concretamente para nosotros- de
exclusivista o inclusivista, en pluralista consiste, en definitiva, en transformar su autocomprensión,
que, fundamentalmente, se expresa en su teología. Esa teología que durante tanto tiempo ha sido
responsable de la justificación teórica de tantas actitudes prepotentes y avasalladoras en la historia de
las religiones, debe trasformarse, muy profundamente. Pocos días antes de su muerte, en la
conferencia que se convertiría de hecho en su testamento teológico, Paul Tillich confesó su deseo de
«reescribir toda su teología». No es un capítulo nuevo, una temática nueva a añadir; es toda la
teología, todo el patrimonio simbólico de una religión lo que hay que volver a rehacer, pero desde unos
supuestos y unos axiomas diferentes.
No será una nueva rama teológica que hable de otra cosa, de alguna materia nueva. Será una
teología como la de siempre, que hablará de lo de siempre, pero desde otra perspectiva. Será la
misma teología, sólo que no exclusivista, sino pluralista.
La TPR está hablando cada vez más de que quiere dejar el paso a su sucesora natural, de la cual
ella es simplemente precursora: la teología pluralista.
La TPR ha sido un medio, una mediadora, para hacer el diagnóstico, para indicar el camino, y
para mostrar que es posible salir de las actitudes exclusivistas. Pero una vez hecho el diagnóstico e
indicado el camino, hay que recorrerlo, hay que pasar al cristianismo pluralista, en nuestro caso.
Necesitamos una teología pluralista, una eclesiología pluralista, una cristología y una misiología
pluralistas: toda la teología (exclusivista tradicionalmente, inclusivista últimamente) debe ser re-
escrita (como decíamos que dijo Tillich), como teología pluralista [Concilium 319]. La ASETT está
pensando que ahora que ya se hizo patente –más o menos- la necesidad de la teología pluralista, es la
hora de acometer la creación y publicación de una nueva colección teológica, de teología pluralista, que
será la primera de la historia.
En todo caso, la TPR no es una teología del diálogo ecuménico ni interreligioso. Muchos piensan
que la TPR es «para dialogar con las otras religiones»... Más bien, la TPR es «para dialogar con
nosotros mismos». No es para el diálogo inter-religioso, sino para el diálogo intra-religioso. Antes que
dialogar con nadie... debemos dialogar con nosotros mismos. Debemos chequear nuestra
autocomprensión, someterla a análisis, y purificarla de su exclusivismo y su inclusivismo. Sólo cuando
nuestra autocomprensión sea realmente pluralista estaremos en capacidad no sólo de dialogar
interreligiosamente, sino de colaborar y asta de creer interreligiosamente.
La TPR no es una teología especulativa gratuita... No hacemos TPR por deleite intelectual, sino
para la transformación del mundo, para la paz, para la liberación de la humanidad de sus espejismos y
de las opresiones de las ideas religiosas, de esos lastres religiosos, propios de otros tiempos, que
todavía hoy, en la época de la mundialización, nos impiden gozar de una relación plena, positiva,
armónica y proactiva entre todas las religiones, según la utopía a la que acabaremos refiriéndonos.

Esta tarea conlleva muchas actitudes en las que debe verse reflejadas. Nos referiremos a
algunas e ellas. Sería necesario:
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• “Desentronizarse”, aceptar ser destronada, bajarse de ese trono –tanto material, como social,
como simbólico- que inconscientemente se construyó para sí misma. El cristiano de una Iglesia
“pluralista” deberá “creer destronadamente”, desde el llano, bajado del trono, renunciando a un
pedestal que ahora descubre que no le corresponde.
• Aceptar con alegría que redescubrimos nuestro verdadero lugar, después de una temporada de
autoalienación por la que hemos creído ser lo que realmente no éramos. Aceptar que no estamos en el
centro, ni mucho menos somos el centro, sino que el centro está ocupado por sólo Dios. “Sólo Dios”
está en el centro. Nosotros, junto con las demás religiones, giramos como planteas en torno a él. Ésta
es la gran «revolución copernicana» que la conversión pluralista nos pide: somos un planeta, no somos
el centro del sistema.
• Aceptar el paso al teocentrismo, convirtiéndonos de todo otro “centrismo” que le haya
disputado el puesto. Ello significa pasar a una concepción teológicamente “heliocéntrica”, en un cambio
de paradigma como el que vivió la cultura y el conocimiento humano cuando descubrió que el
geocentrismo –tan percibido entonces como evidente y e incuestionable- no correspondía a la realidad.
• Aceptar que no somos “la religión única”, sino “una religión más” 1, reconciliándonos con alegría
con las religiones hermanas, y tratando de discernir cuál será la voluntad de Dios a partir de este
kairós de reconciliación, cuál será la tarea que Dios quiera que acometamos juntas todas las religiones,
para recuperar en parte el tiempo perdido en los errores del exclusivismo, del inclusivismo, del
desconocimiento mutuo, de la rivalidad, del proselitismo que trataba de convertir al otro.
• «Renunciar a la categoría de elección», como sabia y proféticamente ha comenzado a
proclamar Andrés Torres Queiruga. Esa misma categoría que él se había esforzado por justificar
teológicamente, ha llegado un momento en que ha dado un paso adelante, para decir: debemos
renunciar a ella. Hoy se nos hace inviable, inasimilable dentro de nuestra nueva autocomprensión.
• Aceptar la magnanimidad de Dios, que no ha dejado de su mano a ningún pueblo ni ha dejado
de comunicarse con todos ellos, a través de la propia religión de cada pueblo, sin dejar nunca a nadie
“en situación salvífica gravemente deficitaria”...
• Aceptar con alegría la pluriformidad de la gracia de Dios, que ha provocado –ella sí, no la
maldad del pecado de Babel– la pluralidad religiosa, y gozarnos de esa inabarcable riqueza plural
“querida por Dios”.

4. Soñando con utopía

Cuando todas éstas sean las actitudes mayoritarias de las religiones, es probable que ellas
tengan entre sí una relación muy distinta a la actual.
Los cristianos por ejemplo seguirán yendo a misiones, entre los hindúes y los musulmanes, pero
no para convertirlos al cristianismo, sino para ayudarles a ser mejores hindúes y mejores musulmanes.

1
Sin entrar ahora en las matizaciones necesarias de que la TPR no sostiene necesariamente un
“pluralismo asimétrico”: no todas las religiones son iguales, ni mucho menos, aunque todas sean
respuestas humanas al misterio de la Realidad divina.
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La primer norma de convivencia pluralista entre las religiones será no hacer proselitismo entre ellas,
proselitismo que, al dejar de tener sentido, dejará también de ser una tentación.
Las oraciones, liturgias y celebraciones de cada religión ya no serán un diálogo yo/Tú, nuestro
pueblo frente a su Dios, ignorando enteramente todos los otros pueblos y todas las otras búsquedas
religiosas del mundo, como si no existiesen, como si sólo nosotros estuviésemos ante Dios... La
oración de cada religión incluirá necesariamente en su horizonte la religiosidad y la búsqueda de todos
los otros seres humanos, se intercambiará entre las religiones su respectivo patrimonio espiritual, las
Escrituras santas de cada una de ellas, cada una se considerará dichosa de poder aprender de las
demás sus secretos en el acceso a la divinidad.
Cuando las religiones se hayan hecho realmente pluralistas y todas reconozcan a las demás
como sus hermanas, a las que Dios, a todas juntas, les ha encomendado la tarea de ayudar a la
humanidad en su autorrealización y salvación, cesará el aislamiento actual, y se pondrán todas a
trabajar juntas por la Humanidad: salvar a los pobres, que no haya más pobres en el mundo de las
religiones, como primera decisión; salvar la ecología, salvar el planeta, ahora más que nunca
amenazado en su supervivencia; y construir la paz, la paz del mundo, no la mera ausencia de
conflictos, sino la convivencia en armonía, en cuidado mutuo, en responsabilidad de todos para con
todos. Las religiones serán entonces –quizá como lo son ya ahora- las fuerzas movilizadoras mayores
de la Humanidad, sólo que entonces estarán puestas al servicio de la vida, de la humanidad y de lo
que hemos llamado el Proyecto de Dios.

Final
En esta breve intervención que he tenido el placer de dirigir a este Congreso de la Universidad
Xaveriana, en resumen he querido traer su atención hacia el hecho de que, sin abandonar el
paradigma liberador –al que considero imprescindible e imprescriptible- es urgente abrir nuestra
docencia, nuestra investigación y nuestra proyección social, a un nuevo paradigma, el pluralista, que
ya toca a nuestras puertas, y que viene para quedarse, en un mundo nuevo, mundializado,
multirreligioso, donde la teología ya no podrá ser asunto de una confesionalidad cerrada, en medio de
una sociedad humana en la que sólo se podrá ser religioso interreligiosamente, pluralísticamente.

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