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Silvia Loustau - Ana Patricia – Michel Pérez Rizzi – Sonia Sáinz – Kebran -
Adolfo Marchena – Antonio J. Sánchez - Pablo Morales de los Ríos –
Carlos Ardohain – Esperanza García Guerrero - Bárbara López Mosqueda –
Juarma López Bonal – Jorge Santana – Raúlo Cáceres - La India – Gustavo
Galliano – Daniel Pulido Ortíz – Luis Amézaga – Fernando Sabido Sánchez

Bienvenidos al segundo número especial de


los habitantes de Groenlandia, en su tercera
edición:

Debido al éxito de las anteriores ediciones,


hemos decidido rehacer un nuevo especial,
con más aportaci ones de más autores.

Deseamos que disfruten de la lectura de


este especial que i ncluye más poesía,
relatos, cómic y fotografía.

L a j e f a d e G r o e n- l2
a n-d i a e n n o m b r e d e t o d o s s u s h a b i t a n t e s
SILVIA LOUSTAU

toda la noche
la lluvia lame los cristales
simula el olvido o las heridas del amor.
toda la noche
brillándolos/ envolviéndolos hasta los huesos
el fuego del deseo.
es la voz de la ceremonia
de las manos buscándose.
la lluvia canta /
la muda noche
los oculta
meciéndolos en un mar de sirenas insomnes.
la lluvia despierta
los cuerpos transparentes
y
resbala sobre la pieles tibias / muy tibias /
se detiene / lúbrica /
en el tibio musgo creciendo
en los arrabales del sexo.
húmedo amor en noche de lluvia.
llueve
y entre sombras
hay una palabra iluminando
los húmedos muslos
desnudos
los cuerpos se multiplican
gotas de lluvia
sobre el cristal.
la oscuridad no es temerosa
y una sombra cruza sus cuerpos
y se abrazan
para traspasar / ardiendo / la fría noche.

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3 -- Silvia Loustau
ANA PATRICIA

BAJO LÁGRIMAS DEL CIELO

Hace un sol espléndido. Caminamos por el parque, cogidos de la


mano, en silenci o. Llevábamos muchas semanas sin quedar, tenía
el presentimiento de que algo no marchaba bien, pero no tenía
ganas de cuestionar nada: sólo quería estar a tu lad o. A nuestro
alrededor, se desarrolla la vida: los perros corren de un lado para
otro, los niños juegan en los toboganes, parejitas de ancianos dan
de comer a las p alomas, las madres pasean a sus bebés en carritos,
algunos se tumban al césped, disfrutando del buen tiempo.

Te miro. ¿Qué te pasa? ¿Eres el mismo? Aprieto tu ma no para


intentar sacarte de tus pensamientos. Ni te percatas de ello: sigues
cal lado. De pronto, abres la boca:

- ¿Te apetece un helado? Te invito.


- Bueno… - pe nsaba que dirías otra cosa – Vale.

Paso a paso, decidimos seguir el camino hacía el exterior del


parque. De pronto, paras en seco. Yo también, me sorprende tu
reacción. Observo que miras hacía arriba. ¿Qué ocurre? Nubes. Las
nubes empiezan a ocultarlo todo. Un estruendo. Tormenta.
¿Tormenta? ¡Si el hombre del tiempo dijo que haría un día
despejado y soleado! ¡Qué atípico en este mes de verano!

Me ca en unas gotas sobre la cara: ha empezado a chispear.


Poco a poco, se intensifica l a lluvia. ¡Nos vamos a poner perdidos,
amor! ¡Mira como corre la gente! ¡Hay que b uscar un lugar seguro!
¡Cómo nos pille de lleno nos vamos a constipar! Te agarro con
fuerza de la mano, pero tú no te mueves de tu sitio. Estas como
maravillado ante el espectáculo de la naturaleza. ¿Por qué estás
tan raro hoy?

-4- -- 4
4 --
Sigues sin moverte. Cierras los ojos. El agua te resbala por el
rostro. La ropa se humedece. Yo, desesperada, intento llamar tu
atención. Quisiera gritar: “¡qu é nos v amos a poner malos!”, “¡qué me
d an mu c h o mie d o l as to r me n tas ! ” . P e ro d e se g u ro que no res po n des .
Nos estamos quedando solos: las personas huyen despavoridas en
búsqueda de refugios. Ya no puedo aguantar más:

- ¿Pero qué coño te pasa? – yo estoy chorreando, ahora mismo soy


una fregona andante; el agua de lluvia es muy fría y mi piel ya nota
como mi ropa ha sido calada por la humedad que cae, y cae, y ca e.

Abres los ojos. Examinas mi rostro, mi cuerpo. Sonríes. Dios


Santo, ¿te has vuelto loco? ¡Está cayendo el diluvio universal y tú
tan tranquilo, parece que te alegras verme sufrir!

Y tus labios pronuncian:

- Lo siento.

Me tomas de la mano y me arrastras hacía mí, me abrazas con


fuerza, pegas tu cuerpo al mío. Estás todo mojado; yo estoy igual.
No sé por qué pero respondo rodeándote con mis brazos. No te
comprendo. ¿Por qué? ¿Por qué lo sientes? Siento todo tu cuerpo
húmedo. Es un a extraña sensación que mezcla lo agradable con lo
incómodo. Pero poco a poco, vo y sintiendo el calor: a pesar de que
estamos hasta arriba de agua, puedo notar el c alor que pretendes
transmitir con tus brazos, con tus manos; tus labios se posan en
mi cuello. Te escucho respirar fuerte por la nariz.

Qué extraño momento: tú y yo, solos en el parque, y la lluvia.


Somos protagonistas de un cuento romántico y melancólico. Pero
algo más poderoso me llama. Es tu calor que reclama algo. Tu
aliento entrecortado y caliente roza mi mejilla, acercas tu boca a la
mía. Yo advie rto que suspiras. Acerco mis labios a los tuyos: te

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beso. Baile de lenguas. Cierro los ojos. Tú los tienes abiertos, lo sé.
Te gusta besarme con los ojos abiertos. Noto que me atraes hacía ti
con mucha más fuerza. Qu ieres devorarme por dentro. Yo también.
Quiero llegar a lo más profundo. Mis manos avanzan por tu nuca,
tocan tu pelo, las tuyas se entretienen con la parte final de mi
espalda, se cuelan por mi ropa, casi adherida a mi cuerpo. ¿Cómo
puedo senti rme así, a pesar de toda la piel insensible por la
frialdad del agua que está cayen do en ese preciso instante? Ahora
sé que la piel no es insensible cuando está casi helada: el ansía del
deseo descongelan por arte de magia.

De pronto, siento que me elevo. Me has cogido en brazos sin


ningún esfuerzo. No puedo dejar de besarte, tú no te despegas de
mis labios. Una fuerza irresistible me dice que siga con este curioso
juego de huesos calados. Me llevas a algún sitio… lo sé… ¿un
refugio? No, no estás corriendo: no hay prisas. Vamos hacía el
césped, bajo un árbol. Despaci to, me tumbas en la hierba. Te
colocas encima de mí. Sí. Un refugio. Me refugias de la lluvia con
tu cuerpo, me proteges. Mi espalda ha caído sobre un charco
pequeño , pero ya no me importa estar perdida de agua. Me importa
lo que estoy sintiendo bajo tus prendas, las reacciones de tu ser.
Lo siento. ¿Te quieres llenar de mí?

Sí . Yo también me quiero llenar de ti. Ahora…

A h or a.

El agua del cielo cae a borbot ones, la pasión de nuestros


cuerpos cae en cascada. Bajo las lágrimas del cielo liberamos el
deseo contenido de nuestro interior, ése que no salía desde hacía
ti empo y con tanta fuerza. Te libero aquello que quiere indagar en
lo más profundo. Te acaricio. Aspiras fuerte. Mis manos están frías,
las tuyas me bajan la ropa qu e parece pesar kilos. Facilito tu
entrada y tú accedes, son suavidad, sin brusqu edades. Consigo

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distinguir tres humedades: la de las gotas de lluvia, la tuya, la mía.
Me centro e n la tuya. Sólo la tuya. Mis cinco sentidos en ti. Dejo de
sentir como me resbala el agua. Ahora resbalas tú por todo mi
cuerpo. Despacio. Despacio. Me lleno de ti. E stás en mí.

Ligero baile de caderas: la tuya que me invita a gemir a tu


oído, la mía que permite que llegues lo más lejos posible. Y siento
que me parto en dos. Sí… me p arto en dos. Clavo mis uñas en tu
espalda y lo notas a pesar de todo lo que está cayen do encima.
Coges mi mano, acaricias mi rostro con la otra. Te acercas a mi
boca:

- Gracias por todo… gracias…

La última sacudida de nuestros cuerpos marca el final.

Dos gritos rotos. Tu corazón late dentro de mi pecho, el mío


late dentro del tuyo. El éxtasis del punto culminante. Nuestro amor
consumado. Apoyo mi cabeza e n tu hombro, te abrazo fuerte del
cuello. No tengo palabras. No puedo decirte nad a, no sé qué
decirte. Intentamos recuperarnos lo más pronto posible. Llueve
dem asiado… demasiado, mi amor…

Por suerte, ya está empezando a flojear y nos damos cuenta de


ello. Con apuro, me coges de la mano y me levantas. Nos subimos
las ropas. Yo estornudo. Mala señal. Con algo de ternura, pero sin
hablar, me acaricias la cara, la nariz. Salimos corriendo en
dirección para tu casa, que no queda muy lej os. Eran necesarias
las toallas.

Pero luego, llegaron los jarabes y pastillas , la fiebre de más de


cuarenta, las visitas al médico.

***

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Después de recuperarme de un auténtico resfriado de
campeonato – una suerte qu e no fuera una pulmonía - recibí una
carta tuya diciéndome que habías dejado de qu ererme.

Tu último acto de amor, tu despedida, fue lo que me ofreciste


bajo la lluvia. Ahora me explico todos tus misterios de silencios y
pocas palabras, tus poc as ganas de compartir conmigo salidas y
momentos de amor: ya no querías estar conmigo.

Sí… me amaste bajo un día de lluvia y me enseñaste una


lección que jamás olv idaré.

El amo r es ig u al q u e l a l l uvia: in te n s o, pe ro de cor ta


d ur ac ió n .

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Aroma

Tu aroma era veneno, potente veneno. Manzana.

No me resistía al ácido placer de olisquearte la nuca

con curiosidad canina. Caramelo. Sabor fuerte

en mi lengua, sabor a mentiras egoístas y excusas.

Coco. Ocultabas la verdadera cara con dulzura

y teatrales promesas, distantes y sin sentido. Melón.

Fresco, fresco como el sudor del deseo que se desbordaba

dentro de los límites de ese viejo y roto colchón,

aunque jamás llegábamos al estado de los volcanes

por las prisas de reservar energía para tus desconocidos amantes.

Fresa. Mi olor favorito, tu fruta favorita, la que devorabas

y compartías en otros lugares, en otras sábanas.

Pedazo de mierda. A eso hueles ahora: a pura mierda

y por mucho que intentes ocultarlo, el hedor es persistente.

Los antiguos aromas que regalabas a mi olfato

los llevo como un recuerdo cosido en mi cuello,

como una peculiar manera de marcar territorio:

yo soy de mí misma.

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Versos de caricias:

los poemas de tu cuerpo

en las palmas de mis manos

y la poesía de mis dedos

recorriendo todos los rincones

de tus huesos, hasta el amanecer,

indagar en el paraíso de tus entrañas

hasta el agotamiento,

el credo del amor existe

en tus labios, en tus ojos,

en tu espalda, en tus piernas

y sin palabras, sin palabras.

Tú eres un poema, un poema incompleto:

jamás termino de reconocer

todas mis huellas de tu cuerpo…

…bendita sea la lírica de tu piel.

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Soledad acompañada

L a so l e d ad e s u n e s tad o d e án i mo .

Sola. Así estoy, después de comprobar

que la fidelidad no existe:

hasta el puto consolador es infiel

cuando se le agotan las Duracell.

A mis píes,

l a mo d e r n a e nf e rme d ad

d e m i é p o c a.

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Ana Patricia Moya
MICHEL PÉREZ RIZZI

ALMA

Había llegado Marzo y la ciudad ya perfumaba su hechizo


s o b r e l o s j ó v e n e s L a s g en t e s c o r r í a n b u s c a n d o a l i e n t o s e n l a s
f u e n t e s y e l c a l o r s e s o f o c a b a c o n e l f r í o de l a n o s t a l g i a L a
muchedumbre encarnaba el desafío de la pasión y en mí todo
e r a e nc u e n t r o E s a e r a l a p r i m e r a v e z l a p r i m e r a y e s t a b a
c o n v e n c i d a d e l a v e r d a d d e l o s se n t i d o s y d e l a e s t u p i d e z d e m i
s o l e d a d S a b í a q u e e s t a b a e n a m o r a d a p e r o e l h e c h i zo d e l o s
olores no me dejaba ver lo que buscaba Un amor transparente
sin dueño y sin blanco Todo lo que veía era bello y el objeto del
d e l i r i o a m b i g u o y a s e x u a l e r a i n de f i n i d o p o r e s t a r e n t o d o p o r
s e r c o m o D i o s Y f u e a l l í e n l a c i u d a d d e l o s o l o r e s c u an d o l o v i
De una palidez ingenua sus ojos azules hacían estremecer los
t e n d o n e s de l a s c a b e l l e r a s E r a n ó r d i c o s í d e e s o e s t a b a s e g u r a
y n i s i q u i e r a ha b l a b a l a l e n gu a d e l o s se n t i d o s .

No él no era de la ciudad

Caminaba rápidamente y una pequeña brisa me hizo creer


que el chico desprendía un aroma diferente Era más dulce que
el p e r f um e c o m ú n d e m i c i u d a d y m e h i z o t e m b la r h a st a l o m á s
p r o f u n d o T o d o e r a c o n f us o . Y o y a e s t a b a e n a m o r a d a d e t o d o d e
mis amigos de mis amantes de mi amiga Sí sobre todo de ella
una pequeña gota femenina que colmaba mis deseos de amor
E l l a f u e q u ie n m e h i z o c r e e r e n l a s i d e a s e n l a s p e l í c u l a s y e n
las bellezas En ese momento pensaba en sus senos pero el olor
de la brisa me hacia llorar Y él estaba allí caminando El viento
volteaba su pelo rubio y la misma brisa acariciaba los míos
S i e m p r e m e ha n g u s t a d o l a s c a r i c i a s e n e l p e l o y a l l í m i
c a b e llo s e m ov ía t ie r n am e n t e a l c om pás d e los olor e s d e l

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perfume de la ciudad y el suave olor a frescura de su melena
L o p e r s e g u í s u d a b a y l lo r a b a c o r r i e n d o p o r l a s c a l l e j u e l a s M e
e s c o n d í a c u a n d o m i r a b a y e s o m e h a c í a s e nt i r a u n m á s t r i s t e
Las voces apagaban mi nombre alguien llamaba en la lejanía
yo se g u í a escondida llorando persiguiendo el olor de la
frescura

E l o l o r s e e s f u m ab a l e j a n o l a s p u e r t a s m u r o s d e l a c i u d a d
e s t a b a n c e r c a y t u v e m i e d o E l s u d o r y l a t ri s t e z a m e h i c i e r o n
parar Busqué un árbol y lloré Estaba feliz y angustiada y la
p re s i ó n d e l o s p u l m o n e s m e h i z o g r i t a r M i r é a l c i e l o y e r a a z u l
y b l a n c o y g r i t é c o n l as m a n o s a b i e r t a s ¡ te q u ie r o ! C o r r í d e
nuevo por las calles pensando en mi amor que no era uno sino
todo. Quería verla a mi amiga, soñaba con sus pechos y sus
labios de sangre Quería oler de nuevo su perfume marrón La
a m a b a m e s e n t í a d e l g a d a y e x c i t ad a L a m ú s i c a s o n a b a e n l a
habitación Mahler me hacía llorar y amar Y la amé Fue la
p ri m er a vez que hice el amor con mis pulmones mis
s e n t i m i e n t o s y m i s l á g r i m a s O l í a su s p e c h o s y s u s a b o r r o j o
m e hizo gr ita r Estr em ecí m is sentidos se bloq uea r on en la
nostalgia y grité grité de nuevo y el recuerdo de las puertas de
m i c i u d a d m e h i z o r e c o r d a r l a e t e r n a o r a c i ó n d e l d e s e o ¡ te
qu ie r o! Oh Dios e s t a b a lle n a d e a m or de l a m or d e la s pe líc ul a s
y l a s c a n c i o n e s e r a t o d o e n u n o . G r i t é g r i t é y a m é . Y m i c u e r po
y mis lágrimas se ensalzaron en el algodón de las sabanas Los
p e c h o s e l r o j o p e r fu m e e l s u d o r l o s g r i t o s l a n o s t a l g i a d e l a
m e l o d í a t o d o e x p l o t a b a e n m i l l a n t o … y en m i s p i e r n a s M i s
tendones paralíticos Mi amor se hacia real, la música dejó de
s on a r y l a s s á b a n a s s e s e c a r o n .

E l s o l s al ió y l a m añ an a an u n c ió u n n u e v o d í a d e o l o re s .

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Michel Pérez Rizzi
SONIA SAINZ CAPELLÁN

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Sonia Sáinz Capellán -- 1
144 --
KEBRAN

PLEXIGLÁS

Todas las tardes la misma rutina. Llegar a casa, después de una


larga jornada la boral. Cansado. De aguantar las broncas de sus
jefes. De soportar a lo s clientes . Pero TACITURNO es
inmensamente feliz, pese a todo. A TACITURNO no le gusta su
tr abajo como dependiente de ferretería. No presta demasiada
atención a su ocupac ión laboral. Y a casi nada de lo que le rodea.
Tiene a cada momento en su cabeza a PLE XIGLÁS. Siempre
recuerda como la conoció, la forma en la que llegó a su vida, por
m edio de un catálogo a todo color de productos eróticos. Allí
estaba ella, en la se cción de muñecas hinchables. Quedó
completamente seducido por sus caracterís ticas: pelo natural, tres
orificios, vagina vibradora…y esa mirada que no era, ni mucho
menos de plástico, sino demasiado real. No dudo en solicitarla
por medi o de correo ordinario. TACITURNO no es muy amigo de
tecnologías y en casa no posee televisión, ni ordenador, ni
teléfono. Considera a estos elementos una pérdid a de tiempo
precioso que él sólo dedica a PLEXIGLÁS. Cuando llega a casa
PLEXIGLÁ S le espera en su sillón, le da un ligero beso en su pelo
cobrizo y toma un refrigeri o consistente en un bocadillo de pan de
molde con caballa y mahonesa, excepto los viernes, en los que
celebra su fin de “cautiverio laboral” con un bocadillo de pa n
crujiente con salmón ahumado, tomate fresco y rúcula.
TACITURNO es hombre de c ostumbres algo peculiares. Hoy, por
cierto, es viernes. Así que toca salmón ahu mado y pan crujiente. Y
jugar con PLEXIGLÁS. Da buena cuenta del bocadillo, rega do con
una copa de vino blanco fresco. Después, escoge un libro de su
nutrida biblioteca. Siempre es el mismo texto y el mismo libro. Es
el relato EL PADRE de CARVER . Lo lee en voz muy alta. Piensa

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que PLEXIGLÁS puede oírlo y que siempre ríe con ese final tan
impactante. Él si rí e, enciende un cigarrillo y cuenta a PLEXIGLÁS
lo mucho que la quiere, lo feliz qu e se siente a su lado. Comienza
a jugar con su boca inanimada, con sus turgentes senos que a él
le ofrecen la mejor miel, con su sexo que vibra si le aprieta la
mano izquierda. Se sumerge en PLEXIGLÁS y la posee de manera
suave, sin prisas, con todo e l tiempo del mundo para su amor de
plástico, para él muy real. Derrama su fluido de ntro de ella.
TACITURNO ríe de nuevo, estentóreamente. Pregunta a PLEXIGÁS
que le ha parecido. No le contesta. La quita la válvula y
PLEXIGLÁS ahora para él está dormida. La introduce en la
lavadora: programa prendas delicadas. TACITURNO v uelve a
encender otro cigarrillo y escoge un libro cualquiera que devora
con avidez, página tras página, hasta que el sueño lo vence. Y
entonces sueña con PLEXIG LÁS. Con su VERDAD.

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K e- b16r a- n
ADOLFO MARCHENA

CUATRO POEMAS ERÓTICOS

Lo
Los ángeles esperan
en
en la cercanía de los cristales.
Un
Una tardanza inclina la balanza

más allá del paraíso.
So
Somos la sombra y la leyenda.
Ap
Apartas la sábana y el pliegue
to
toca por adentro de los muslos.

Más suave que la pluma del candor
tu
tu piel de lengua cercana a los abismos

dónde reposa el reino de la danza.
El
El hacha que me mira tiene
hu
huecos en las manos donde reposan
ci
ciertas limaduras desenmascaradas.
He
Hechuras de otros tiempos
en
en que corrían por los campos
damas desnudas de la corte.
da
Y los caballeros nombrados de aguardiente
se apresuran a los ríos en búsqueda de cálices
se
y espadas que surjan de los lagos.

Me dices “sube, traza sobre mi espalda


un mural con acrílico y semen”.
Asciendo lento como Caúcaso dormido,
la viga despierta de su construcción
y la vulva llama a carcajadas a ese
pobre borracho de mares y cantinas
donde sólo sirven jarras mojadas
de aguardiente y pescados salvajes.
-- 1
177 -- - 17 -
3

Me
Me enredo en la lectura de tu coño
y paso los pelos como páginas de un libro
ab
abierto. Los cíclopes de tus pechos
an
anuncian la tormenta y me detengo.
Ve
Ven acá, me dices.
No
No te conozco, te contesto.
No hace falta, mi sabor es el de todas
No
4
y mi trapecio te exprimirá sin
electricidades
Hay una noche en trance
pe
pero cuando vuelvas la vista
y yo despierto cerca de la

sólo te contemplarás a ti mismo
cartografía de tus senos.
co
con la mano en tu crucifijo,
Cabalga la quietud
no
no sabiendo distinguir,
en el instante
no
no sabiendo que ya me he ido.
en que formulamos
tijeras afiladas.
Hay una manera
de zafarse
más enérgica incluso
que el asesinato.
Hay una manera
de esquivar
el reflejo de los cristales.
Hay un vértice de
rodadas en el ocaso
de tu vientre.
Una voz en los jirones
de los principios reactivos.
¿Dónde el salvoconducto?
Es la pregunta
y nadie lo sospecha.
Tal vez si nos mirasen
ya no seríamos prófugos
-- 1
188 -- - 18 - de la vida.
LOS DÍAS DE CÉFIRO

Suena el despertador, como un martillazo de caracolas rotas en la cabeza. Las siete


menos cuarto, la obligada hora para desvestirse, asearse, vestirse y coger el coche. Kurt
se despoja del pijama de rayas granates y azules formando arco iris del sueño. Antes de
afeitarse se mira en el espejo y siente el viento del oeste. Un perfume de abrótano
hembra y centaurea invade el baño que, mirado del revés, se convierte en una pequeña
cocina con fogones de hierro forjado. Kurt siente que alguien le acaricia la espalda y le
besa la nuca, muy suavemente. Va perdiendo la rigidez a medida que la boca baja
hasta su pene. Siente la boca y una mano que trifulca con la parálisis y el espasmo. Se
apoya sobre el lavabo revestido de caucho. Cuando llega al orgasmo presiente que la
misteriosa figura que le proporciona tal placer es Olietta Tieta. Después de ducharse y
vestirse, excitado aún, limpia el semen que ha salpicado en la cerámica de los azulejos
y se dirige a su trabajo más rápido de lo habitual.

Olietta Tieta es una conocida que frecuenta el café - galería donde Kurt se reúne con
Geor y Orson, donde habitualmente charlan y escuchan jazz. La noche anterior Kurt y
Olietta se habían visto y sostuvieron una breve conversación que derivó en un diálogo
de sardinas. Kurt deseaba hacer el amor con una mujer no tonta, percatándose de que
él era el primer bobo del local. Tal vez siguiese excitado esa madrugada (en el trabajo
no cesó de juntar las piernas y tener orgasmos), y por olvido u omisión, no recordaba
haber soñado con Olietta, si no con niños y niñas que inflaban preservativos de colores
y sabores que se desparramaban por el cielo oscuro presagiando tormenta.
Curiosamente, cada vez que se avenía el viento del oeste, Olietta se le mostraba
desnuda, con sus pechos rígidos, firmes como las tablas del arca de Noé. A pesar del
aire acondicionado, estático y molesto, ni siquiera el hilo musical perturbó a Kurt a la
hora de sentir sus continuos orgasmos.

No es grandilocuente mezclar el amor con el sexo si bien ambos pueden ir unidos, en


algunas salvedades de mentes masculinas y femeninas. Kurt recordó que luchar con
otros cara a cara para conseguir ventajas es lo más arduo del mundo. Un pensamiento
que no era suyo sino de Sun Tzu en el libro El arte de la guerra. El amor y la guerra se
distanciaban en un traspiés tan cómico como un payaso sin sus pinturas y su nariz
postiza. Kurt tenía los calzoncillos húmedos, más bien mojados. Tuvo que acudir al

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baño para cambiárselos. Siempre lleva unos calzoncillos de repuesto, desde que
comprobara que la guerra y el amor se distanciaban de un paso, un paso muy corto. La
mañana fue, de este modo, ajetreada.

El medio del día le dio un armisticio. Pudo dormir un par de horas donde soñó que se
encontraba en la ciudad de Nueva Aspirina. Curiosamente, la ciudad se encontraba a
nivel del mar y cuando le llamaron para rescatarlo de su pérdida (entendemos que su
pérdida en una ciudad de once millones de habitantes), se hallaba a mil doscientos
metros de altitud. Se despertó con la sensación de seguir ascendiendo, con la ayuda de
un piolet y unos crampones. El teléfono le sobresaltó. Al otro lado de la línea Geor le
preguntó si acudiría esa noche al café - galería. Y allí se encontraron a eso de las siete
de la tarde.

- Te veo pálido - le dijo Geor.


- No podéis imaginar lo que me ha pasado - les contestó Kurt. También se encontraba
presente Orson.
- Anoche te masturbaste y batiste algún record - se sonrió Orson.
- Peor, esta mañana… - y Kurt les relató lo sucedido.
- Te ha afectado el Dios del viento del oeste, Céfiro - comenzó Orson -. Era hijo del titán
Astreo y de Aurora, la diosa del amanecer. Te afectaron tanto Céfiro como Aurora.
- Me aburre tu mitología - le interrumpió Kurt -. Te digo que era Olietta y sentí su
perfume. Era el mismo que llevaba anoche.
- Al menos has tenido una mañana orgásmica - se burló Geor.
- Me extraña que no hayas hablado de mariposas - le interrogó Orson.
- ¿Qué tiene que ver eso?
- Simplemente que a Céfiro se le representa como a un niño provisto de alas de
mariposa.
- Qué tendrá que ver - se quejó Kurt y bajó a por unas copas.

La nave comenzó a oscilar de una manera extraña, fo rmando un biorritmo sin


cálculos predeterminados. Kurt y Geor no detectaron ningún planeta, asteroide o
ciudad artificial en sus registros. Enarcaron las cejas y viraron lentamente hacia el
oeste. Fijaron rumbo con dirección al planeta de las Bacantes, en honor a las mujeres
de Tebas que en sus ritos eran arrebatadas por el delirio dionisíaco y realizaban

- 20 -
cánticos en trance místico, semidesnudas y presas de un furor salvaje y donde,
efectivamente, vivían hombres y mujeres semidesnudos.

- ¿Qué está sucediendo, Kurt?


- No lo sé, ningún mando responde.
- Prueba con el estrestoscopio estelar.
- Está bloqueado.
- No puede ser, Kurt, seguimos una órbita diferente. Voy a subir al mirador. Kurt… - le
gritó Geor desde el interfono - es la ciudad flotante zoológica.
- Nos están abduciendo.
- Espero que no sea con malas intenciones.
- Algunos supervivientes dicen que los clemonitas conducen a sus abducidos a un
estado de total inanición.

Un brusco golpe situó la nave de Kurt y Geor en una de las pistas de ensamblaje
de la ciudad flotante. La puerta se abrió y aparecieron dos hombres y dos mujeres
vestidos de gris chamuscado. Portaban varas eléctricas pero no hizo falta utilizarlas
porque Kurt y Geor levantaron sus manos indicando que no deseaban pelear. Los
hombres y mujeres se pusieron en paralelo apoyando las varas eléctricas sobre el suelo
metálico de la cabina. Sus ojos azules, grandes como platos de tazas para elefantes, les
chequearon de los pies a la cabeza. Uno de ellos habló.

- Mi nombre es Celeno. ¿Cuál es el vuestro?


- Somos Kurt y Geor.
- Nuestra ciudad flotante no se detecta en los mapas ni en las cartas espaciales porque
no son movibles.
- Como las dunas - dijo Kurt.
- Los humanos siempre tratáis de minimizar las cosas buscando el humor en el
hambre, el hambre en los banquetes, la desidia en la actividad. Sepan que algún día
todas las especies desaparecerán. Para eso estamos nosotros, la ciudad flotante
zoológica Clemontes y nosotros somos clemonitas (no era necesario advertirlo). Cuando
llegue ese día todas las especies habitarán en nuestra nave.

- 21 -
- He oído hablar de los clemonitas y que destrozan a los humanos y otras especies,
experimentando con ellos.
- Nada más lejos de la realidad. Seréis tratados con cortesía. La función de las especies
que abducimos no es otra que la procreación. De modo que la noche del cataclismo
nuestro planeta albergará toda vida que, por inoperancia, ustedes, entre todos los
demás, habrán suprimido pudiéndolo haber evitado.
- Por eso dicen que son un zoológico - preguntó Geor.
- Más que eso. Somos una ciudad. Ahora obedecedme. Desnudaos. - una de ellas se
acercó con dos trajes de látex. – Ponéroslo.

Geor y Kurt quedaban muy ridículos con aquellos trajes que sólo dejaban al
descubierto el pene, los ojos, los pezones, la boca y el ano. Les condujeron por un
intrincado laberinto donde olía a eríngeo marítimo y menta piperita. No podían ver
nada dentro de las diferentes salas ya que los cristales ahumados se lo impedían. Kurt
conocía algo de la lengua clemonita. Se detuvieron frente a un cartel que parpadeaba
en azul alabastro y que indicaba la sala de los humanos macho y los humanos hembra.

- Hemos llegado - volvió a decir la misma voz -. Permaneceréis cuatro días fornicando
con nuestras especies hembra y seréis devueltos a vuestra nave. Luego podréis seguir
camino.

Suena el despertador a las siete menos cuarto. Con un manotazo Olietta Tieta lo apaga
al mismo tiempo que se enciende la luz de la habitación. Se levanta girando el cuello
lentamente. Se mira en el espejo y se complace por tener un bello rostro. Huele a flor de
coronilla, de fraile coscoja y cánula de la China. Olietta siente un viento del oeste que le
azota el costado izquierdo. Cierra los ojos y siente que una mano le acaricia el pelo, los
pómulos, los labios. La mano se desliza por su cuello y se detiene en el pecho, cuyos
sonrosados pezones se erizan. Su entrepierna se encuentra húmeda y la imagen de
Kurt se posa en el espejo durante una milésima de segundo. Vuelve a cerrar los ojos y
percibe que una polla la penetra lentamente. Aprieta las piernas cuanto el orgasmo le
llega y advierte que el semen se le desliza por el muslo. Confusa y aún excitada entra
en la ducha y regula el monomando. Agua templada, casi fría.

- 22 -
Cuando Olietta sale de casa sólo el quiosco de prensa y la panadería se encuentran
abiertos. Un basurero barre las latas arrugadas, papeles, cagarrutas y esputos secos.
Antes de comprar el periódico Nenúfares y centollos coge por equivocación una revista
pornográfica, El quádruble sexo. Las farolas se apagan en ese instante y siente la
necesidad de apretar las piernas de nuevo, sintiendo una vez más el viento del oeste.
Durante el trayecto en el metro sigue orgasmando y pensando en Kurt. A punto de
pasarse en la parada baja en Torrealmohadines y llega puntual al instituto donde
imparte clases de filosofía.

“Hubiese dicho: y Cebes, masturbándose, contestó a la manera de su país: la fornicación


lo sabe. Este hecho puede parecer irrazonable, continuó diciendo Sócrates, pero quizá
tenga razón en las artes amatorias. La copulación que se nos dirige en los misterios…”
Tuv o que hacer un esfuerzo para dar la clase de esa mañana: Fedón o la Inmortalidad
del alma. Durante el descanso acudió al servicio para cambiarse de bragas. Olietta
trataba de averiguar por qué le sucedía aquello, pero no fue hasta que el timbre final
sonó cuando dejó de orgasmar, al tiempo que el viento del oeste cesaba. Algún alumno
le dijo que el maquillaje que llevaba aquella mañana era excesivo. Excesivos los calores
y los ardoríos.

Olietta regresó a casa directamente y se calentó un plato precocinado. Alubias a


la marinera. Después de comer se tumbó en el sofá y se quedó dormida. Soñó que una
gran mano volaba como un cometa y cogía estrellas que iba guardando en un saco
terrero. El teléfono la despertó en el momento en que la mano guardaba una estrella
con forma de calamar. Descolgó después de varios timbres.

- Hola, Olietta, qué tal las clases - era su amiga Amancia Quedo. Olietta le contó lo
sucedido desde la mañana hasta que el timbre anunció el fin de las clases -. Qué
gozada, ya me gustaría a mí, con mi novio no me pasan esas cosas - se carcajeó.
- La verdad es que ha sido muy placentero pero no le encuentro explicación alguna.
Parece sobrenatural. Y no me hables de Céfiro.
- ¿Y quién es ése? ¿No decías que viste a Kurt? Por cierto, eso de los olores, el perfume,
es muy curioso. Una vez vi en la televisión que pueden ser espíritus.
- Ya, espíritus recalcitrantes, salidos y, por cierto, bien dotados.

- 23 -
- No me des más envidia - le contestó Amancia Quedo -. ¿Te pasarás esta tarde por el
café –galería?
- Claro, a eso de las ocho. Además tengo ganas de ver a Kurt. No sé, es una intuición.
- Ten cuidado. Te veo muy impresionada, por decirte algo.

Kurt y Geor entraron un tanto vacilantes. Los hombres y mujeres que fornicaban
en la gran sala no les prestaron gran atención. En la zona derecha los sillones parecían
flotar, sin anclaje alguno y en la izquierda, sobre una larga mesa de zinc, reposaban
alimentos y bebidas. Numerosos cojines se desparramaban por el suelo. Dos mujeres
que no fornicaban se les acercaron. Geor se fue con una mujer morena. A Kurt le
seleccionó una pelirroja de ojos color avellana y tez blanca. Kurt se fijó en que todos los
hombres llevaban un número en su espalda.

- ¿Te apetece comer en mi espalda? - le dijo Campabella, la mujer pelirroja.


- Claro, es algo que nunca he hecho.
- El número veinticuatro que salga por la puerta dos - se escuchó por megafonía.

Kurt puso una salsa sobre la espalda de Campabella, como si se tratase de aceite
para el sol. Le lamió y tomaron un vaso de vino. Campabella hizo lo mismo y se tumbó
boca arriba. Kurt volvió a ponerle salsa y comenzó a comer. Se detuvo en sus pechos y
en su vagina hasta que sintió que Campabella orgasmaba. Ésta le tomó por los
hombros y lo atrajo hacia sí, hasta que Kurt la penetró. Giraron y Campab ella se puso
encima. Se movía en círculos, como una noria lenta.

-Córrete – le pidió ella.

Así estuvieron cuatro días, sin apenas dormir hasta que la voz del megáfono
indicó los números de Kurt y Geor. Con algo de temor se miraron y se encaminaron
hacia una puerta con forma de concha. La puerta se abrió emitiendo un sonido de
crustáceo y se encontraron con los dos hombres y las dos mujeres que vestían el
mismo traje gris, cuando les condujeron a la sala de reproducción. Fueron más parcos
en palabras. Sabían que regresaban por laberínticos pasillos porque de nuevo sintieron
el olor a Eríngeo marítimo y menta piperita

- 24 -
- Estoy destrozado - dijo Geor, ya en la nave.
- Yo no puedo más. Veamos si los mandos responden.
- ¿Crees que ésto nos afectará en la búsqueda de la Sagrada Postura?
- No, son vicisitudes, Orson.
- Cuatro días sin parar, Kurt, necesito dormir un poco.
- Cuando estemos fuera de órbita dejaremos el piloto automático y descansaremos un
rato. Mira la carta, no sabemos dónde estamos.
- Nos encontramos cerca del planeta Hesíodo.
- Tendremos que retroceder.

Cuando Kurt llegó al café – galería, Orson estaba sentado con Olietta Tieta y
Amancia Quedo. Se pidió una copa y subió las escaleras metálicas. Sobre la mesa de
mármol irisado reposaba un tablero de parchincle. El parchincle tenía ciertas
similitudes con el parchís sólo que las fichas eran hombrecillos y mujercitas. Cuando
alguno era comido el resto de las fichas humanas desnudaban al sujeto y le lamían
antes de asarlo y comérselo. Olietta le saludó mirándole a los ojos. A ninguno de los
dos se les ocurrió hablar del viento del oeste. Ante la tensión reinante, se cansaron de
jugar al parchincle y Olietta acompañó a Kurt a por más bebidas.

- La otra noche fuimos un poco tontos - le dijo Kurt.


- Es verdad, yo fui una tonta.
- No te disculpes, el bobo fui yo.
- Por cierto, Kurt, ¿has sentido un viento del oeste esta mañana?
- Sí, al despertarme. Ahora también se siente.
- Sí ¿Qué perfume usas? Aunque ya lo distingo - le anticipó Olietta.
- Es una mezcla de coronilla de fraile coscoja y canela de la China. Y tú, ¿qué perfume
usas? Aunque ya lo percibo…
- Una mezcla de abrótano hembra y centaurea. Y también lo distingo.
- ¿Nos vamos? - le propuso Olietta, y abandonaron el café - galería.

A d o l f o M- 2a5r -c h e n a
ANTONIO J. SÁNCHEZ

Desnudez

Dame tu imperfecta desnudez,

no la imagen pulcra

de colágeno y retoque fotográfico:

dame tu carne íntegra;

de frente, sin velos, a plena luz.

Dame tu piel, tapiz con nudos;

pergamino en que el dedo del tiempo

ha trazado el mapa de tu alma.

En cada cicatriz te reconozco,

en cada pliegue te encuentro,

e n c ad a r ed o n d e z te d escu b ro .

Con mis ojos, con mis manos,

con mi aliento te desnudo,

y renazco en la pureza

de tu imperfecta desnudez.

- 26 -
La 102 del Lisboa

Paso mi dedo por tu boca y dibujo en ella una sonrisa.


Desabrocho tus botas despacio; tú inicias una tímida protesta, que
tus ganas y yo ahogamos dulcemente. Tiemblas como un pajarito
cojo entre mis manos: quién lo diría, a tu edad, tan asustada. Un
pudor extraño te hace ocultar el cuerpo que me estás entregando;
pero la barrera no es tan sólida como quieres creer. Y no soy yo
quien la derriba: la temperatura sube en la caldera de tu pecho
hasta que la presión te revienta y estallas y te desbordas y te
derramas incontenible.

De pronto recuerdas lo que está pasando, vuelve el pudor e


intentas cubrir con tus manos de dedos largos eso que ya conozco,
que he memorizado y que ya es mío sin dejar de ser tuyo.

Entonces te recorro sin prisas: exploro cada pliegue de tu cuerpo


leve y pálido; descubro cosquillas en rincones inverosímiles; y,
mientras, te voy susurrado esas palabras que, durante demasiado
tiempo, es lo único que hemos tenido el uno del otro. Y en las
palabras nos reconocemos y nos estremecemos más incluso que en
las formas de la piel.

Con la de gente que, antes de nosotros, habrá pasado por esta


vieja habitación de hostal, nosotros la estamos estrenando. Nadie
la ha visto jamás como en realidad es, un hogar luminoso y
acogedor que tú y yo acabamos de fundar sobre la colcha amarilla.

Pero tú has de regresar. Nos vestimos, salimos del hostal,


atravesamos la noche. Recorremos abrazados calles recién regadas,
como en una canción de Sabina. Y en no sé qué momento hemos
perdido en alguna parte esa laboriosa colección de desengaños y

- 27 -
fracasos a la que llamamos experiencia, y creemos como chiquillos
en el amor y en la vida y en todos los tópicos que se nos vienen a la
mente, que para nosotros son novedades que brotan del centro de
la madrugada.

“ L o s ad o l e sc e n te s n o s ab e n te n e r q u in c e añ o s” d i c e s r i e n d o e n t r e
besos. Y es cierto. Para tener quince años hay que haber cumplido,
como mínimo, treinta y cinco o cuarenta. Los quinceañeros actúan
como lo hacen porque no tienen otro remedio, porque el instinto y
la ley implacable de la vida les empujan con impaciencia. Pero hace
falta tener el alma surcada de cicatrices para ser plenamente
consciente de que esta ceguera hay que vivirla con los ojos muy
abiertos, de que hay que apurar hasta el fondo cada uno de estos
instantes de estupidez transitoria.

Antes de que subas al autobús te doy un último beso y te


susurro al oído “dulces sueños”. La señora mayor que va delante
debe de haberme oído, porque se vuelve y te dedica una sonrisa
cómplice. Posiblemente, a ella la vida también le ha enseñado a
tener quince años...

- 28 -
Antonio J. Sánchez
PABLO MORALES DE LOS RIOS

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- 30 -
-- 3
30 0 --
-- 3
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1
31-- -
3- 2
-- 3 32
2 -- -
-- 3
33- 33
3 -- -
- 34 -
-- 3
344 --
---3 5
5 ---
335
-- 3
3- 6
6
36-- -

Pablo Morales de los Ríos


CARLOS ARDOHAIN

Eroticonda

No quiero abrir los ojos pero hay una orden interior, una
voz que me obliga a hace rlo, me resisto sin embargo y
por ahora logro mantenerlos cerrados.

No quiero p erder este mundo puro de sensaciones. Este


olor que me envuelve y me hace resbala r en las caricias
húmedas, tibias, demoradas que doy en tu espalda, en tu
lomo.

N o puedo perder de vista mi respiración que aspira a


tenerte completa, casi a come rte.

Te monto y siento tus movimientos espesos que vibran


debajo de mi cuerpo. T engo la sensación de estar a punto
de alcanzar lo que nunca será, una experiencia circular
que no se puede repetir, una inminencia latente, una
sinuosidad en el a ire.

No tengo más espacio entre tu cuerpo y el mío, no


alcanzo a rodearte con mis b razos, estoy adentro y
afuera al mismo tiempo, ocurre una simultaneidad
imposi ble que es como un pliegue en el tiempo, te siento
venir cuando te estás yendo, te s iento irte cuando te
acercás, tus músculos vibran como aros cilíndricos,
como o las en la orilla de la piel, como espuma recién
formada.

- 37 -
Entro en tu cuerpo caliente y sedoso, siento palpitar las
mucosas alrededor de m i carne, el sonido de nuestra
fricción parece un chapoteo viscoso, un crepitar d e
aceite, un crujir de algas debajo del agua. Amenazo con
desbordar, con romper l a presa, con inundarte, pero
sofoco el estallido un poco más. Ciega catarata
amo rdazada que empuja la marea, me pliego, me arrugo,
me expando, me sublevo, me apu ntalo, me proyecto como
un rayo.

Siento aumentar la ronquera de tu respiración , recibo el


aire caliente que exhalas en mi cara, percibo el olor
dulce y agreste d e tu aliento que hacen abrirse más y
más las ventanas de mi nariz y como un movimien to
reflejo una apertura contagia a la otra y por fin se abren
mis ojos sin que yo me d é ni siquiera cuenta, es una
relajación extrema de todas las resistencias, sien to que
ya no vale ni sirve ni se puede contener nada, en el
momento final abro los oj os y veo como una aparición la
forma cilíndrica, la gigantesca oruga verde de pie l
gelatinosa que me mira amorosa con su único ojo y su
enorme boca abierta en la que brillan afiladísimos
dientes acercándose a mi cara con indisimulables
intenc iones de devorarme de una buena y bendita vez.

- 38 -
Carlos Ardohain
ESPERANZA GARCÍA GUERRERO

Cuando Céfiro Sopla

Hoy me despertó tu sabor


y los dedos, como poseídos por ti
comenzaron a recorrer
los mismos espacios de ayer,
dibujaron las mismas líneas
y se detuvieron en el mismo vértice.
Entonces mi garganta jadeó como ayer
los dientes mordieron los labios como ayer,
y la lengua igual que siempre
se extendió comulgando contigo.
Y por un breve instante
te sentí sobre mí
noté tu saliva mezclándose con mi saliva
la brisa de Céfiro acariciándome,
y mi cuerpo, hoy como ayer…tembló.

- 39 -
Urum

Elena se ajustó bien las gafas, abrió la carta y volvió a leer parte de sus
últimas líneas:

“…has de saber que siempre debe permanecer en tu alcoba, mantenla guardada


en su cofre durante el día, y no debes sacarla hasta la hora de acostarte. No
olvides que la madre de tu tatarabuela la trajo consigo de América, y si la
cuidas igual que la cuidé yo, y la cuidó mi madre, mi abuela y la abuela de mi
abuela, tendrás la mejor de las recompensas…”

Nunca imaginó que su madre pudiera sorprenderla con semejante regalo de


cumpleaños, de muy buena gana lo habría enviado de vuelta al pueblo, pero no
quería que ella pudiera entenderlo como un desprecio a esa sangre criolla, de
la cual le gustaba tanto presumir.

A continuación volvió a guardar la carta en el buró sin comprender nada de


lo que significaba aquello, se acercó a la efigie y comenzó a deletrear
lentamente el nombre que figuraba en su base.

- U-R-U-M- murmuró

La figura era tenebrosa, oscura, con unos ojos saltones de un cristal casi
amarillo que la hacía parecer tener una permanente ictericia, sin embargo su
tacto era de un material agradable y cálido que incitaba acariciarla, una y
otra vez, produciendo una inexplicable excitación.

Elena, por respeto a su madre, decidió colocarla en la repisa del dormitorio,


y dejó de darle vueltas al asunto.

Aquella noche estaba agotada, la cena que le habían organizado los hijos
para celebrar su entrada en la década de los cincuenta se había alargado más
de lo previsto, y ella sólo deseaba sumergirse en un relajante baño. Fue a

- 40 -
quitarse el vestido que había estrenado para la ocasión, cuando observó como
aquellos inmutables ojos amarillos, la miraban como exigiendo que se
deshiciera pronto de la prenda. Inquieta se acercó a la figura para guardarla
en el cofre y al rozarla, vio como esa mirada antes pajiza, se tornó del color de
la miel.

De repente comenzó a sentir como aquella efigie conducía sus movimientos,


y poseída por un inexplicable impulso, se dirigió hacia donde se encontraba su
marido, se situó ante él, cogió el mando de la televisión como si fuera el objeto
más deseado, jugó con él sobre su pecho y ajena a la mirada atónita del
esposo, pulsó “pause”. Luego se arrodilló, mordisqueó la hebilla del cinturón,
jugó con la cremallera del pantalón, y cuando sintió en él una sumisión total,
lo condujo hacia la cama sin apenas rozar el suelo.

A continuación se entregó a las órdenes de URUM, las manos que ya sólo


obedecían a su amo, fueron despojándola de toda la ropa, hasta dejarla en una
transparente desnudez, entonces un envolvente ritmo se apoderó del cuerpo.
La cadera comenzó a balancearse con autonomía propia, los pechos
cimbreaban sin control, las piernas antes rígidas como columnas, se volvieron
de una impensable elasticidad, y las nalgas vibraban como flanes, mientras los
brazos subían y bajaban como modelando el aire. En ese instante un aroma a
almíbar impregnó su piel y Elena con movimientos cada vez más sensuales, se
abandonó a la melodía. Lo mismo bailó encima de la cama que apoyada en el
espejo, tras las cortinas, sobre la silla, dentro del ropero, debajo del buró o en
las rodillas del marido. Así durante horas, hasta terminar haciendo el amor con
un apetito casi olvidado.

Desde aquel día, cada noche, su cuerpo adquiere olor caramelo, y poseída
de un primitivo hechizo, danza a ritmo de un imaginario son, mientras URUM
preside orgulloso la alcoba.

E s p e r a n z a G- 4a1r- c í a G u e r r e r o
BÁRBARA LÓPEZ MOSQUEDA

La leyenda de la Pirata y el Tritón

Miranda, la pirata más temida y experta del mundo, estaba con él.
Ya hacía tiempo que había reconocido que amaba a aquel hermoso
sireno; aún no le había hablado de sus sentimientos, aunque lo aceptó
como guía, y él había cumplido su promesa de ya no ser tan insistente.
Y ahora, aunque sus palabras no lo dijeran, no había momento en que
ella no deseara verlo feliz, aunque a veces la nostalgia del tritón lo
invadiera por sentirse indigno de volver a los reinos marinos. Y, de
algún modo, el noble tritón tampoco quería dejarla porque no lo
consideraba pertinente. Pero todo ésto no era más que una serie de
pretextos que ellos mismos decían pues, en realidad, lo que no querían
era separarse el uno del otro: se necesitaban, se amaban, aunque no se
lo expresaran con palabras. Sólo un intercambio de miradas y ambos
sabían que todo estaba bien.

Y estando solos, conociendo el mundo y a sí mismos, era la


oportunidad para encontrar la paz, según Miranda. Aquel día habían
ido a parar a las costas del Mediterráneo. A lo lejos, el mar se
encontraba tranquilo y sereno; ya de buena mañana, habían llegado
apenas y se fueron a tumbar cerca de la playa, en la arena. Todo
tranquilo: como su vida sin la maldición que afectaba al joven tritón en
el pasado. Pero lo que más le complacía era que el tritón Sirse se
encontraba a su lado, disfrutaba como un chiquillo: se arrojó al mar.
Nadaba, jugaba con el agua. Aquellos momentos no eran canjeables ni
por todo el oro de los mundos conocidos.

Para el tritón aquellos momentos a solas con Miranda eran


valiosos, además ella le dejaba jugar y hablar con los peces y disfrutar
del agua del mar. Por medio de los pececillos les mandaba mensajes de
amor a sus familiares, anunciándoles que estaba bien, que aún no
volvería, pero tampoco promesas de regresar algún día. En ese
momento, quizá lo último que haría sería dejar a la capitana Miranda
Errante.

La joven se quitó el casco y su sombrero de tres picos y comenzó a


peinarse sus rizos negros y brillantes con un peine que había
pertenecido a su madre. Sirse dejó de transmitir mensajes y se dedicó a
contemplarla con gran dulzura, moviendo su cuerpo en el agua de un
lado hacia otro, como cuando tenía su cola, meciéndose y cantando sus
dulces melodías, llenando a la pirata de felicidad. En unos momentos

- 42 -
detuvo su canto, y la miró fijamente, y Miranda se ruborizaba, hasta
que ella decidió comentarle.

- Sirse, me avergüenza que me mires así.


- ¿Pena te da? - dijo él, sonriendo - ¿Motivo cuál? Hermosa eres.
Sentirte así no debes. Mirarte y admirarte, lo único que hago yo es.

Miranda no dijo nada más, lanzó sus botas hacia la arena y


arriscándose el pantalón, sumergió sus piernas en el agua mientras se
sentaba en una roca y continuaba peinándose.

- Sirse - preguntó ella - ¿Qué piensas de los humanos? Pero... trata de


hablar como yo... inténtalo.

Sirse pareció meditarlo algunos segundos, y luego empezó.

- De los humanos, muchas cosas. Y cada día y con cada viaje, aprendo
y pienso más de ustedes, desde que los conozco. No dejan de
asombrarme. Pero se centran en las hembras la mayoría de mis
reflexiones
- ¡Tonto! - rió Miranda - Eso que dijiste suena muy descarado.
- Verdad es - dijo el tritón, encogiéndose de hombros, riendo y nadando
hasta Miranda.

El joven tritón se recargó en la roca donde ella estaba sentada


mientras movía el agua con sus largas piernas, haciendo burbujas. Ella
lo miró, bellísimo, y ansió tocar ese cabello largo y húmedo, tocar su
rostro, besarlo.

- Increíbles las hembras humanas son. Lo siento... estoy muy


acostumbrado a hablar como tritón...pero quiero aprender a decir las
cosas como ustedes... ¿Continuar puedo?
- Adelante...
- Las admiro, pues en realidad gozan de otro tipo de atractivos muy
distintos a los de las sirenas, todo producto del ambiente en que han
sido criadas. Ustedes forman parte de las delicias de los hombres, pero
ellos suelen ser tan brutos que no saben apreciar esa efímera sonrisa,
su mirar lejano y amplio, sus vientres gozosos de recibir los dones de la
vida, su belleza sepultada en ebúrneas capas de piel y en senos
redondos que caen.

Miranda se sonrojó.

- Senos que caen. ¿Te gustan mis pechos?

- 43 -
- Me encantan. Hermosos me parecen. Redondos son, y al compás de
tus caderas se mueven. Cuando un paso das con tus piernas, todo tu
cuerpo participa de ello.

Ese tipo de palabras apasionaban a la pirata a sobremanera, y ella


suspiró profundamente. Sirse continuó.
- La brutalidad que en los hombres yo aprecio reside principalmente en
que no aprecian este tipo de cualidades, que de ustedes hacen unos
magníficos seres, mientras relegan todo el potencial de su eterna
beldad a sus atributos sensuales simplemente y a la capacidad que
tengan de recibir sus lujurias. Como si un simple objeto fueran son
vistas y tratadas, y tal pareciera que aquellas que no gozan de los
atributos requeridos por los hombres en su ceguera, las puertas
cerradas tienen a cualquier tipo de bellas palabras.
- Como por ejemplo la señora que hace los vestidos del pueblo de
Miramar. Es joven y bella, pero está gordita, y ningún hombre la
corteja.
- Si hombre yo fuera, le diría muy bonitas palabras, pues es muy
hermosa en realidad, sus mejillas dos grandes cerezas parecen, en flor
y su cuerpo se menea con la candidez de los ángeles.

Miranda quiso preguntarle qué pensaba de ella, pero Sirse siguió


reflexionando.

- Todas las mujeres, sin excepción, dignas de hermosas frases son, que
ustedes mismas inspiran al Creador, y que podemos los seres
mundanos, si tenemos suerte, atrapar en el aire.
- Pero a veces - lo interrumpió Miranda - hay mujeres que gustan de
cultivar aquello que perturba a los hombres, y que pareciera que
disfrutan de ser simplemente el objeto que mencionas.
- Es que son ignorantes, y muchas veces están motivadas por algo - dijo
él, sonriendo con un dejo de amargura -, quizá sea mucha vanidad, o
poco amor propio, tal vez. Quizá las mueva la necesidad de dinero que
sé que muchos hombres gustan de invertir para hacer suyos sus
placeres… que no tiene ni la más remota idea de lo que ellas
representan, porque muchas veces no se conocen como deberían. Y los
varones humanos no tienen el tacto, movidos por sus propios instintos,
de hacérselos saber.
- ¿Y por qué se supone que somos diferentes, y según tú, mejores que
las hembras sirena?
- Yo no he dicho que sean mejores o peores, pues a mí no me
corresponde juzgar de ese modo. Sólo soy un tritón. Ustedes las
hembras humanas cargan con el peso del vientre y del crío por más
tiempo. Sus cuerpos sufren y soportan la gravedad de la tierra. En ese

- 44 -
sentido las sirenas poseen una gran ventaja: ustedes soportan el
terrible peso del parto en seco, cosa que una sirena no experimentaría
jamás; en los humanos, un nacimiento bajo el agua sería más bello y
menos traumático para el bebé. También deben aguantar muchas veces
con heroico valor el hecho de que los hombres exigen en ustedes
comprobar virtudes de las que ellos casi siempre carecen, como la
virginidad y la fidelidad, tachando muchas veces a las verdaderas
virtuosas por pecados que en realidad son responsabilidad de los
hombres, que peor que animales piensan que su semilla no sirve,
además de para procrear, sino para demostrar su poderío ante ustedes,
que no pueden defenderse.

Miranda evocó a Comodoro, en su infancia.

- Entienden su semilla como sólo algo que va acompañado de sus


concupiscencias - prosiguió el sireno-. Las utilizan y las dañan porque
ellos no sufren el dolor y las consecuencias. Si alguna vez los varones
experimentaran el amor doloroso de los hipocampos, tengo la certeza de
que todo cambiaría.

Era cierto: los diminutos caballitos de mar machos eran quienes


daban a luz a las crías.

- Y ustedes - dijo él, aproximándose a ella, que se perdió en el negro de


sus ojos hermosos -, a pesar de todo ello, tienen corazón de hierro y la
piel de sedas exóticas, demuestran aún más coraje en situaciones
adversas aún y a pesar del hombre.

Sirse se acercaba más y más a Miranda. Aquella invasión de su


espacio personal, añadido a todo lo que él decía, le provocó una intensa
excitación. Cerró fuertemente las piernas para que Sirse no se diera
cuenta de lo que pasaba bajo el agua.

- Sus cabellos son líneas de estrellas que ondean al aire brillando con el
sol - dijo él, tocando su cabello, acercando su rostro al de ella, casi
uniendo sus alientos. Miranda jadeó un poco yo luego, tomó control
sobre sí misma - No necesitan forzosamente el agua para embellecer
cual rayos fulgentes.

Miranda no lo podía soportar. Aunque Sirse no le había dicho


precisamente que la quería, eso era demasiado para ella.

- No poseen el arma del canto destructor, pero una decisión firme de


parte de ustedes, puede incluso con la voluntad más férrea.

- 45 -
Entonces, Miranda se dio cuenta de lo que podía hacer. Ya lo
había visto. Había visto que Sirse tenía todo en su lugar, y no había
nada que evitara la inercia del momento. Lo abrazó por la espalda y le
acarició los cabellos, pero el tritón continuó.

- Sus formas son tersas, y sus movimientos gráciles - en un momento,


él también supo que deseaba a Miranda, y empezó a excitarse.

Pasó una de sus suaves manos por las piernas de Miranda y ella
gimió. Él se acercó a sus pechos y humedeció sus pezones por encima
de la blusa mojada. Subió por sus rodillas y llegó a sus ingles, donde el
agua estaba más tibia.

- Oculto y retráctil su sexo no es… - entonces subió sus dedos hacia la


intimidad de Miranda, y bajó sus bragas; ella lo abrazó más fuerte y
escondió su rostro en su cuello, gimiendo y suspirando.
- Oh, Sirse - su labios temblaban, pronunciando el nombre de su amor
imposible, sus piernas temblaban también al contacto de sus dedos
largos y suaves.
- Es suave, terso y rosado... calentito como un...como un pan...

Miranda no lo soportó, y lanzó un grito de placer al sentir los


dedos de Sirse acariciando sus labios vaginales e introduciéndose
lentamente en su intimidad. Sirse nunca había hecho eso, nunca,
estaba explorando, experimentando por completo, y en ese momento
supo que la capitana era todo para él: era su amada.

Ya no dijo nada más y entonces se hundió en el agua, y le abrió


más las piernas a Miranda. Ella se recargó en la roca, gimiendo, estaba
experimentando el placer más grande de su vida.

- Sirse, temo que venga alguien a la playa.


- No lo harán...

Ella no dijo nada más: dejó que el tritón siguiera explorándola a


su antojo. Sirse comenzó a desabrochar la camisa mojada de Miranda,
sus pezones estaban duros, y eran grandes, y rosados. Él se los había
visto siempre a las sirenas, pero no en esas condiciones, levantados,
con sabor dulce. Se aproximó a sus senos y los acarició, primero con
las manos, y luego con la lengua, y empezó a chupar sus pezones,
primero delicadamente y luego un poco más fuerte. No había más límite
que los gemidos de Miranda y sus manos, que acariciaban sus cabellos
sin cesar.

- 46 -
Se acercó a ella y le besó en los labios; él también temblaba, todo
era tan nuevo… sus labios chocaron en un beso electrizante, que él se
encargó de hacer más profundo, hasta que sus lenguas se hacían el
amor una a la otra, y sus gemidos se confundieron con el oleaje.

La joven pasó sus manos por el musculoso abdomen de Sirse, que


continuó besándola, mientras ella se quejaba de que él casi le quitaba
el aire. Bajó más su mano y empezó a acariciarlo. Sirse gimió y
entonces lamió todo el cuerpo de Miranda, que lo estrujaba con fuerza y
le arañaba la espalda. Así, se volvió a hundir en el agua y entonces
empezó a lamer su intimidad.

Miranda no lo resistió mucho y tuvo un gran orgasmo en ese


momento. Pero Sirse no cesó en su empeño y siguió lamiendo - no tenía
que preocuparse por falta de aire bajo el agua -, provocándole a
Miranda dos venidas más.

- Oh, Miranda... mi pirata errante, mi estrella de mar... en tu cuerpo


déjame entrar...

Ella asintió, besándolo sin cesar; él la depositó en un banco de


arena, y abriendo sus piernas un poco más la penetró con delicadeza.
Gimió lleno de placer y entonces comenzó a moverse al compás de las
olas. Aquello era una experiencia fantástica para ambos.

- Eres tan hermosa, Miranda... tuyo totalmente soy...


- Y yo soy completamente de ti, mi amado, cuánto ansiaba que me
hicieras el amor...

Y él tocaba y miraba a Miranda, y se movía dándole gran placer,


deseando que aquel momento nunca terminara.

-B
47á -r b a r a López Mosqueda
JUARMA LÓPEZ BONALD

Noche estrellada

Podemos endulzarnos las narices


con algunas papelas de perica,

peregrinar de bar en bar, borrachos


de besos y caricias, cantar rumbas,

bailar, sonreír, llorar, imaginar,


dormirnos debajo de las estrellas,

follar hasta que amanezca, envueltos


a la trémula quietud de un orgasmo.

Cualquier cosa mejor que estar en casa.

- 48 -
MAB

Cuando anochece me busco en tus párpados

pa ra sab e r que exis to . M ie ntra s due rm es

te observo, intento averiguar de dónde

has venido, si eres hada o princesa

o una zorra. Acaricio tus labios

y sueño que te quedas para siempre

conmigo, en esta infinita tristeza.

Mas eres etérea, como la noche.

Se muere la luna. Cuando amanece,

ella regresa a su bosque encantado

y yo a mi miseria.

- 49 -
Epigrama

Bueno, querido ex amor, no lo llevo tan mal,

aunque en mi insomnio te confunda con la almohada

e intente follarme a todas las que te parecen.

- 50 J- u a r m a López Bonal
JORGE SANTANA

Hacíamos El Amor Puse Un Ci-di

Hacíamos el amor puse un Ci-Di


de un afroamericano con voz ronca
que hace que te pongas media bronca
te vuelve teacher sexy con un gis
que escribe en la pizarra de mi espalda
la clase que perdí en el colegio
por venir a mirarme en los espejos
p r e co c e s q u e h a y a u n l a d o d e t u c a m a ,
le subes al estéreo, y tu sexo
s e v u e l v e e l t ú n e l b la n c o d e l a m u e r t e ,
autopista fatal, sin fin, se pierde
e n l o s p o r o s e r g u i d o s d e t us s e n o s .
El afroamericano está cantando
y t ú a m i d e m e n c i a e s t á s p a s a n d o.

- 51 -
En Mi Boca, Tu olor, Abre Sus Alas

En mi boca, tu olor abre sus alas


como un flamingo ansioso por la vida,
s o b r e m i bo c a , t u o l o r p o n e t i e n d i t a s
que ofrecen indecentes cosas raras.
Tu olor sobre mi boca es la corona
para la impulsividad que ahora me reina,
e s l a m a r c h a n u p c i a l q ue n o c o n d e n a ,
es la indomable gula de leonas.
Tu olor sobre mi boca es la escopeta
qu e n a l g u e a s e d u c t o r a a m i s a c h a q u e s .
Tu olor sobre mi boca es la silueta
d e l f u t u ro q u e q u i e r o m e r e g a l e s .
Es enjuague bucal que al mal aliento
l o d e j a i g u a l d e m a l o, e n o t r o a s p e c t o .

- 52 -
Jorge Santana
RAÚLO CÁCERES \ ANA PATRICIA

Lady Hostias relajada

- 53 - - 53-
La penitencia del Nazareno

Necrofilia

Las mujeres no me gustan: hablan demasiado y follan sin pasión. Me harté de las
tías de la discoteca: les invitas a copas, preparas el terreno con palabras ñoñas para
ablandarlas, intentas lo imposible para que accedan a un buen polvo… pero, como
máximo, consigues un soso magreo en la sala de apartados. De mí muchas huían
cuando proponía la marcha atrás – prometía que tendría cuidado, argumentaba que
con un preservativo no se siente lo mismo - y siempre terminaba con una erección de
campeonato sofocada en un sucio cuarto de baño. Estrechas… y putas. Un día, para
evitar los rechazos y la falta de entusiasmo femenino, descubrí un remedio para
calmar este insaciable deseo. Desenterré placeres prohibídos, ocultos en aquella gran
caja de madera rota, con desagradable olor a humedad. Todas las noches me
desahogo en aquel lugar oscuro, tenebroso y frío: la imaginación y mi polla se
liberan, eyaculo sobre carne que hace años rebosaba vida. Y acabo satisfecho. El
problema es que hago tanto ruido que mis padres, alarmados, salen en búsqueda de
la procedencia de los berridos: es en ese momento cuando yo escondo rápidamente el
cofre con la colección de revistas de modelos de la época de los cuarenta que guarda
celosamente mi padre en esa caja roñosa, y salgo corriendo del desván de la casa,
- 54 -
buscando el cobijo secreto de mis sábanas.
Sadomusas puteando al gordo

- 54 -

Golpes

Me haces daño. Un golpe. Siento la sangre correr por mi espalda, mis


muslos, mi cuello. Otro golpe. Dios. Otro. Dios Santo. Y otro. ¡Dios Santo!
Otro más. ¡No puedo más! Y otro más. ¡Me vas a matar… me vas a matar…!
Te detienes: satisfecha ante la visión de mi carne enrojecida, agarras el
brillante látigo mientras yo te miro, amordazado y encadenado, ávido de
deseo, excitado por tu traje de cuero y tus increíbles tacones. Siento un
espasmo de placer recorriendo mis testículos. Cariño, mi diosa, mi amor,
mátame, ¡mátame, mátame de placer! ¡Para que luego digan los necios que el
amor no es dolor!

R -a55
ú l- o C á c e r e s ( f o t o g r a f í a s )
- 55 -
Ana Patricia (relatos)
LA INDIA

Desgaste

Te busco por las calles sin salidas,

Por las rotondas de putas

Y por las abandonadas naves del polígono.

Aquel polígono que aún conserva tu esencia,

Tu olor y mi semen arrojado en el preservativo,

En los preservativos, porque no sólo fue uno.

Aún recuerdo el incesante taconeo de tus botas rojas

Clavándose paso a paso en el helado asfalto

Y revolviendo la dura arena del sucio descampado.

¡Házmelo con los tacones! - me decías.

Como si en ellos llevaras la seguridad de tu vida

Y el orgullo de cada uno de tus caminos.

Me gustaba morder tus labios rojos después de cada polvo

Y contemplar mi cara en el reflejo de tu brillosa mirada.

Despeinada, desmaquillada y sudorosa,

Así me gustabas.

Ahora sólo me quedan dos viejas y rotas fotografías,

El mechero con el que ardíamos nuestros pitillos

Y el fresco y agudo olor de tu corrida...

Ese que nunca olvidaré, ése que siempre vendrá conmigo.

- 56 -
Éxtasis

Bajo el fondo rojo de tus paredes

Mi mirada verde se asoma.

Dormida, relajada,

Extasiada de placer.

A orillas de tu cama te observo,

Labios rojos, pelo negro,

Rostro cansado de gozar.

Me pediste que parara y paré,

Pero aún sigo teniendo apetito de ti.

- 57 -
Halo

Con el pelo aún alborotado y la ropa medio


por poner me dirigí presurosa a por las
llaves y el bolso. Ella estaba a punto de
entrar y tenía que salir huyendo de allí
cuanto antes. Quizás mi cuerpo no
estuviera ya allí cuando ella entrara; lo que
sí estaría sería el halo de perfume que dejó
mi savia en los labios de tu boca segundos
antes de marchar.

Olor

Sí. Acabo de hacerlo. Acabo de pensar en ti


con mis manos y aún húmedas ya te
escriben este texto. Prefiero el contacto de
tu carne, prefiero que sean tus manos las
que viajen por mis montañas y valles
rompiendo así en mil jirones mis sucias
telas que te anhelan y que aún conservan el
olor de ti, el aroma de tu último embiste.

- 5I8n- d i a
GUSTAVO MARCELO GALLIANO

De cumbres y goces

Irrumpo en la cima

turgente de tus pechos,

y me deslizo

bañándote de luna.

Por la planicie marfil,

donde tu vientre,

desemboca afiebrado

en plena tundra.

Y a paso de machete,

embisto enceguecido,

contra la húmeda oscuridad

del Gran Deseo.

Y en el vórtice fugaz

de lava y fuego,

inundo de semillas tu caverna,

con vértigo ciclópeo, jadeos.

-- 5
599 -- G- 59
u s -t a v o M a r c e l o G a l l i a n o
DANIEL PULIDO ORTIZ

Hasta que el fastidio os separe

“Por el poder que me conf iere la f alsa madre iglesia,


y o l o s d e c lar o m ar id o y mu je r , h as ta q u e l a mu e r te l o s s e p ar e …
en nombre de la Mentir a, la Rutin a y los Convencionalis mos,
amén.”

Sonrieron cuando el cura los bendijo. Los invitados a la ceremonia


admiraron cuánto amor brillaba en los ojos de aquella joven pareja.
Aunque él y ella intuían el inicio de un largo acecho mutuo al
término del cual, el más fuerte de los dos podría, por fin, ver morir
al otro y disfrutar de ese sublime momento.

II

Sucedió lo que dicen todas las malditas revistas de modas: una vez
saciados los apetitos carnales vino el nacimiento del fastidio.
Comenzaron a brotar, como pústulas, los defectos del cónyuge: él
inunda de flatulencias la estancia mientras duerme, ella ronca, él
tiene manías con la comida, ella con el café, él con la ropa, ella con
los horarios, él con los programas de televisión, ella con la brillantez
obsesiva del piso. Él tiene la maña de orinar por fuera de la taza del
inodoro; ella, cuando usa el inodoro por las mañanas, deja un hedor
tal, que hay que esperar al menos tres minutos para usarlo de nuevo.
Él se levanta demasiado temprano y hace mucho ruido, ella dilata
una hora maquillándose, él media hora afeitándose y deja pelos por
todas partes; ella tiene hábitos de higiene de dudosa reputación, él
no se cambia los calcetines ni los calzoncillos con la debida
frecuencia, ella tiene pésimo gusto para la música, él se saca la
carne de los dientes con las uñas, ella hace gestos demasiado

---6
660
0 ---
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grotescos cuando se cepilla los dientes y además escupe la espuma
sin ningún respeto.

- No lo había notado, pero su voz es bastante chillona y monótona…


- Siempre que habla cree que tiene la razón…
- No me había fijado en esa verruga horrible que tiene en la
espalda…
- Quiere aparentar lo que no es…
- ¿Será que por una puta vez en su vida puede dejar las chinelas en
su lugar?
- Vive cansada, nació con pereza…
- No es capaz de doblar ni una camisa…
- No es la misma persona cuando estamos solos que cuando estamos
en grupo…
- Es terco y envidioso…
- Nadie le gana a vanidosa y frívola…

El fastidio nació de un parto de pareja, ambos sintieron cómo les


crecía en las entrañas, ambos sudaron, sufrieron contracciones,
pujaron, sangraron, vivieron el dolor y, al final, nació la criatura,
amorfa, nauseabunda, densa. Después ninguno quiso asumir la
maternidad o paternidad del engendro; inició la rutina de culparse
mutuamente. El engendro comenzó a crecer, su presencia llenó todos
los espacios, contaminó los acercamientos, agigantó los vacíos. Se
tornó aburrido estar en casa, las amistades cada vez reemplazaron
más la vida de pareja. La vida familiar dejó de existir o, al menos, se
transformó en territorio para la instauración del gran fastidio, quien
comenzó a mover sus tentáculos ágilmente, alegremente malignos,
buscando cualquier rincón para acechar, mimetizándose en cualquier
objeto cotidiano: una taza, un tenedor, una almohada, un jabón, un
papel higiénico, un zapato… hasta que por fin se hizo sentir en la
cama, se les metió en la piel.

- 61 -
- Ya no la deseo…
- Ya no me dan ganas de besarlo…
- Se le han caído las tetas…
- Le apesta la boca…
- ¡Qué celulitis!
- ¡Es un desnalgado!

¡Y aquí viene señores y señoras el momento espectacular de esta


cópula de trío: él, ella y el fastidio metido en medio del asunto… los
tres totalmente desnudos! Noche cualquiera, la mujer se acuesta de
medio lado dándole la espalda al marido, tiene un leve deseo sexual
que se ha despertado, no gracias al amor ni mucho menos, sino al
natural alborozamiento de las hormonas. El anda en una de esas
raras ocasiones donde confunde amor con ardor y procede a
acariciarle la espalda monótonamente. Ella lo esperaba y se da la
vuelta aparentando indiferencia, con los ojos cerrados busca la ingle
de él. Él, a distancia, le acaricia un seno, le aprieta el pezón. Ella
capta la erección y comienza a manipular aquello que alguna vez
fuera el mayor anhelo de su cuerpo joven. Él estira lentamente una
pierna y la frota contra los muslos de ella; ella los separa y permite
que los dedos de él paseen aburridos sobre su monte de Venus. Sigue
un beso seco, un intercambio de lenguas insípidas que se entrelazan
mecánicamente. Él estampa un par de besos reglamentarios, uno
para cada pezón hundido, seguidamente debe mojarse los dedos con
saliva para humedecerle el sexo pues la excitación de ella no alcanza
para tanto. Unos años atrás, a estas alturas del campeonato, aquella
vagina estaría como un manantial. Ella hace lo mismo con el falo de
él: su boca ya conoce el sabor desabrido, el grosor de un miembro
poco entusiasta, longitud, temperatura, olor, tipo de vellos genitales,
color del escroto, flacura de piernas, gemidos. Como respuesta él
sabe que debe corresponder lamiendo y chupando aquella oquedad
que en los viejos buenos tiempos no quería dejar de saborear. Ya
sabe que ella lo acometerá con el pubis mientras gime como si fuera

- 62 -
a llorar, por lo demás ya conoce el tamaño del clítoris, sabe cómo
jugarlo con la lengua. Igual no se sorprende ni emociona mucho con
los olores, ni con los pliegues genitales, ni con el color rosado tierno
de la flor que tiene entre los dientes. Una vez concluida la respectiva
ceremonia oral, ambos saben que viene la penetración, a veces de
lado, otras él arriba, algunas veces ella. Aparece el consabido vaivén,
el roce sonoro de los vellos, el palmoteo, el sudor, uno que otro
quejido y la abrupta salida del semen como señal inequívoca de que
el fastidio ha triunfado una vez más. Sigue el beso riguroso, post
coital, máxima expresión del desamor, prueba irrefutable de que
ambos se acaban de alejar, aun más, de cualquier posibilidad de un
mínimo aprecio mutuo. Ella le da la espalda y se duerme
amargamente. Él se pone el calzoncillo, halla el control remoto del
televisor, que ha quedado perdido entre las sábanas, busca una
película de sexo.

El gran fastidio se acomoda entre los dos acaparando la mayor parte


de la cama y se dedica a dormir plácidamente.

III

Ella tuvo que aguardar más de medio siglo para ver morir a su
marido y disfrutar de este momento. Él agoniza con una mueca
mezcla de amargura y derrota en su rostro, con los ojos abiertos,
mirando a la mujer fijamente. Ella, con gesto de triunfo, agita la
mano donde luce el anillo matrimonial. Casi amablemente le dice
“ ad ió s ” m i e n t r a s s o n r í e y l o c u b r e t o t a l m e n t e c o n l a s á b a n a .

Cuando a él le llega la parca, tiene los ojos abiertos y llorosos. Lo


último que ve es una mortaja blanca que le cubre el rostro.

D a n i e l P u- 63
l i d- o O r t i z
LUIS AMÉZAGA

Soledad en compañía

Tumbado en la cama, un cuerpo se


le abraza por la espalda. Pero no es
consuelo. Al inteligente pocas
excusas le sirven. La calidez del
afecto sincero desdiciendo a la
noche desangelada se aferra a su
glande mortecino con la gloriosa
aspiración de apañar el adjunto
morcillesco. Un goteo deplorable de
semillas improductivas llena su
ombligo. El semen, por lo que a mí
respecta, no es filosofía licuada,
aunque sepa que no sabe a nada.

- 64 -
Sólo para hombres en proyecto

Reflexión de serie C. Cariño y Costumbre es lo que se


produce en mi relación con la mujer cuando el tiempo se
acuesta a nuestro lado. Un día me levanto y me siento
cómodo y tranquilo con las ces. El sexo ha perdido fuerza
en un par de años de atracción fatal, y queda el Café
reposando. Pero ella se levanta a media noche y tiene
nostalgia de chispa. Y claro, chispa se escribe con Ché y
yo sólo entiendo de ces. Y quiere saberse única a mi lado,
y quiere un hombre al que intuyó pero que no existe.
Entonces te da una oportunidad para que cambies o
vuelvas a la inspiración del romanticismo. Pero las
personas no cambiamos, sólo interpretamos diferentes
papeles para salir del paso. Y a mí me gusta la
Comodidad de no tener que replantearme el amor cada
mañana. Pero como bien me decía no hace mucho un
buen amigo: - Hay que follársela - . Hay que seguir en la
brecha, en la conquista diaria, en la pasión. Pero es tan
agotador que estoy por Casarme o Cansarme, que dicen
es lo mismo. Además no consigo evitar que el sexo y el
am or vivan en compartimentos estancos. Tendré
problemas en mi relación porque soy muy despistado, y
me gusta la Cama para dormir.

-- 6
655 -- - 65 - Luis Amézaga
FERNANDO SABIDO SÁNCHEZ

Te he sido infiel

Me resisto a escribir con tiza


sobre la cal de tu fotografía
y enviar a buscarte al aeropuerto
un impostor
que repita el abrazo rutinario
de nuestros encuentros

tengo la impresión de poder lastimarte


porque te he sido infiel
so ñando co n la Venus d el Louvre
de la que presumías parecerte
imitando su posado

lo cierto es que esta tarde


giran con furia los orgasmos
y considero obsceno tu desnudo
al trasluz del vestido

- 66 -
travestido

En el ceremonial íntimo del solitario


las lágrimas se confunden con la cobardía
es un proscrito por su realidad de lo distinto
maquillaje que juzga la sociedad
de irreverente

ya en la calle cruza la frontera


misántropo en sus sentimientos de mujer
y la noche le sorprende
saldando su deuda con la naturaleza

allí donde nadie conoce su secreto


le han visto del brazo del mendigo
sufriendo por amor en la prisa de las horas
mordiéndose el deseo en la esquina del coraje
aprendiendo a convivir en los sueños
con las brasas

hoy se siente el protagonista de su vida


encerrada en el baúl de la infancia tantos años
y en la acera del placer prohibido
comparte con las putas
la desgarrada melodía de un blues
que estalla en el silencio de un destino encadenado
a la ambigüedad maldita de su sexo

- 67 -
En la soledad del sexo

En la oscuridad, sobre un lecho de abenuz


el deseo dormita a trasmano entre caricias
imaginadas, erótico trasiego y lascivia,
mientras, el alacrán del sexo despierta
evocando nocheviejas frenéticas

Entreacto, un rumor de sábanas de seda,


una antología de manuscritos rompe el maldito
silencio y cede el aliento cuando explotan
los sentidos, esquirlas, retazos de lluvia
que apaga el fuego entr e psicofonías
y el grito final, preludio de una vacilante
duermevela

Son las cinco y la madrugada se ha perdido


en la clausura de la habitación, sin conversar
con nadie, sólo la ilicitud del solitario placer
apacigua mi soledad,
soledad que no alcancé siquiera a compartir

-- 6
688-- - 68 - Fernando Sabido
Edita: Groenlandia ÍNDICE
Diseño: Ana Patricia Moya
Silvia Loustau
Rodríguez
Poema del Espejo de los días 3
Imágenes: las obras de arte
utilizadas para el diseño de
este especial corresponden a Ana Patricia
Magritte, (portada) Schiele, Bajo lágrimas del cielo (relato) 4
(introducción, contraportada, Aroma (poema) 9
páginas 16 y 29), Klimt Sin título (poema) 10
(páginas 4, 8, 47), Courbet Soledad Acompañada I (fotografía y poema) 11
(13), Kirchner (43), Munch
(14), Utamaro (17 y 18),
Delvaux (23-24), Man Ray (3 y Michel Pérez Rizzi
28), Lempicka (10), Burne-
Alma (relato) 12
Jones (26), Tom Wesselman
(68, 70-71), Leigthon (39),
Toulousse-Latrec (38), Rivera
(48), Dix (41), Grosz (50), Sonia Sáinz Capellán
Rodín (51-52), Dalí (56), Oscar Tu olor, anoche (poema) 14
Dominguez (58), Pablo
Morales de los Ríos (59 y 66),
Picasso (60), Freud (64) y Kebran
Gauguin (63). La fotografía de Plexiglás (relato) 15
la página 11 pertenece a Ana
Patricia Moya Rodríguez. Las
fotografías de las páginas 53, Adolfo Marchena
54 y 55 son de Raúlo Cáceres. Cuatro poemas eróticos 17
Los días de Céfiro (relato) 19
Autores de las obras: Silvia
Loustau, Ana Patricia Moya
Rodríguez, Michel Pérez Rizzi,
Sonia Sáinz Capellán, Andrés Antonio J. Sánchez
Ramón Pérez Blanco, Adolfo Desnudez (poema) 26
Marchena, Antonio J. La 102 del Lisboa (relato) 27
Sánchez, Pablo Morales de los
Ríos, Carlos Ardohain,
Esperanza García Guerrero, Pablo Morales de los Ríos
Bárbara López Mosqueda, De mis partes íntimas (poema) 29
Juarma López Bonal, Jorge Crónica de una relación sexual tardía (cómic) 30
Santana, Raúlo Cáceres,
India, Gustavo Galliano,
Daniel Pulido Ortíz, Luis
Carlos Ardohain
Amézaga, Fernando Sabido.
Eroticonda (relato) 37

Esperanza García Guerrero


Cuando Céfiro Sopla (poema) 39
URUM (relato)
- 69 - 40
-- 6
699 --
Bárbara López Mosqueda
La leyenda de la Pirata y el Tritón (fragmento) 42

Juarma López Bonal


Noche estrellada (poema) 48
Mab (poema) 49
Epigrama (poema) 50
Queda totalmente
prohibida la
Jorge Santana
reproducción total o
Haciamos el amor puse un Ci-di (poema) 51
parcial de los
En mi boca, tu olor abre alas (poema) 52
contenidos de esta
publicación digital. Este
especial forma parte de
Raúlo Cáceres \ Ana Patricia
la edición de la Revista
Lady Hostias Relajada (fotografía de Raúlo) 53
de Literatura, Opinión
La penitencia del Nazareno (fotografía de Raúlo) 54
y Arte en General
Sadomusas puteando al gordo (fotografía de Raúlo) 55
Groenlandia número
Necrofilia (relato de Ana Patricia) 54
uno. Todos los textos /
Golpes (relato Ana Patricia) 55
fotografías /
ilustraciones
pertenecen a sus
India
respectivos autores.
Desgaste (poema) 56
Éxtasis (poema) 57
PRIMERA EDICIÓN:
Halo (relato) 58
Julio 2008
Olor (relato) 58
SEGUNDA EDICIÓN:
Noviembre 2008
TERCERA EDICIÓN:
Gustavo Marcelo Galliano
Marzo 2009
De cumbres y goces (poema) 59
Direcciones de interés:
yosoyperiquillalospalotes
Daniel Pulido Ortíz @gmail.com (directora)
Hasta que el fastidio los separe (relato) 60 revista.groenlandia@gmai
l.com (dudas sobre la
Luis Amézaga revista)
Soledad en compañía (relato) 64 tierra.verde.de.hielo@gm
Sólo para hombres en proyecto (relato) 65 ail.com (participaciones)

www.revistagroenlandia.
Fernando Sabido Sánchez com
Te he sido infiel (poema) 66
Travestido (poema) 67
En la soledad del sexo (poema) - 70 - 68 Depósito legal:
CO-686-2008
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