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Chile

Desde una edad muy temprana, Chile, como nación independiente, había logrado cierto
grado de estabilidad política basada en un pluralismo democrático, razón por la cual fue
uno de los primeros “beneficiarios” del liberalismo comercial acicateado por Inglaterra,
basándose en la producción de cobre y trigo. Sin embargo, es solo en el último cuarto
del Siglo XIX, donde Chile alcanza unos niveles de desarrollo económico inusitados
gracias al surgimiento de la producción salitrera. El salitre, o nitrato sódico, era un
mineral producido naturalmente en los yacimientos de “caliche” localizados en el
desierto de Atacama, al norte de Chile, y en las regiones de Antofagasta y Tarapacá,
pertenecientes a Bolivia, y en parte a Perú; estas dos últimas son usurpadas por Chile en
la II guerra del pacífico (1879-1883), con la intención de monopolizar la explotación de
dicho mineral, usado normalmente como abono o en la producción de la pólvora. Esto
le permitió a Chile convertirse en el principal productor se salitre en el mundo,
acumulando de esta forma ciertos excedentes (ya fuera directa o indirectamente). Sin
embargo, las condiciones particulares de la infraestructura productiva conllevaron
inexorablemente a la consolidación de un movimiento social típicamente obrero,
caracterizado con una ideología de visos izquierdistas, que marcará los parámetros de
acción e inspiración, en los partidos políticos influenciados por el marxismo a lo largo
del siglo XX.
La producción del nitrato mantuvo una demanda sostenida y creciente hasta 1914,
donde a la caída ocasionada por la primera guerra mundial, siguen otras coyunturas
sumamente fluctuantes. Así pues, si consideramos que las empresas explotadoras de
nitrato contrataban su fuerza laboral de acuerdo a la producción que les era posible
vender, podemos inferir que la contratación de mano de obra era igualmente fluctuante,
pasando a veces de un total de 60.000 empleados en un año, a 8.000 dos años más tarde.
Teniendo en cuenta que este sector es el motor principal de la economía nacional, el
desempleo masivo afectaba tanto las regiones salitreras, como las del centro y sur, agro-
ganaderas. Ahora bien, es necesario hacer una salvedad: las productoras de nitrato en un
principio no fueron propiedad chilena, todo lo contrario, fueron en su mayoría
inversionistas británicos quienes sembraron su capital en estas explotaciones, y si bien
podríamos considerar negativo este aspecto, era un mal necesario ya que los chilenos
carecían de ese capital necesario para dar inicio a la explotación; mientras tanto, el
erario nacional tendría que conformarse con los ingresos indirectos por impuestos y
aduanas, para nada deleznables. El Estado aprovechó esta coyuntura para invertir en su
proyecto nacional, es decir, en obras de beneficencia pública, educación, aparato militar,
y sobretodo, la activación de un mercado doméstico que abriera paso a una dinámica
comercial entre el sector agrícola, el ganadero y el manufacturero, expandiendo y
diversificando rápidamente su economía.
En las productoras de nitrato (también denominadas “oficinas”), el contingente de
trabajadores era principalmente chileno; si bien peruanos y bolivianos migraban en
busca de mejores oportunidades de vida, los trabajadores chilenos, (de toda
proveniencia) mantuvieron su preponderancia numérica. La migración era ocasionada
por la altísima movilidad laboral existente en la pampa salitrera, y esta ocasionada a su
vez por el carácter cíclico de la producción, y por la abundancia de oficinas para
trabajar, lo que hacía del obrero un trashumante a perennidad en busca de la mejor
satisfacción de sus intereses. Este aspecto particularmente, va a ser efecto (e incentivo
simultáneamente) del desarrollo de una compleja infraestructura de comunicación
(ferrocarriles, telégrafos, caminos carreteables, etc.) utilizada por hombres
mayoritariamente (casi todos solteros). Las condiciones laborales eran pésimas: la
insalubridad y la inseguridad se encarnaban en las oficinas, que además de esto,
pagaban en “fichas”, que servían como moneda en los almacenes de la misma
compañía; ante tales situaciones, los obreros se vieron impelidos a agenciar
organizaciones de ayuda mutua que brindaran niveles básicos de salud, educación y
entretenimiento. Pronto, estas organizaciones se vindicarían como protectoras de los
intereses de la clase obrera, en virtud de lo cual adquieren pronto unos marcados visos
políticos, llegando en ocasiones a una estructura típicamente sindical.
Tanto las compañías como el Estado mostraron su reticencia frente a los grupos de
protesta que se estaban formando, y procedieron a reprimirlos. Sin embargo, las
llamadas “mancomunales” continuaron su labor logrando una activa movilización, y
ejerciendo hasta cierto punto una influencia política en el parlamento. Una de las
características de estas organizaciones que más despertaba reticencia entre los sectores
conservadores y liberales ortodoxos era su radicalismo izquierdista, efectivamente
difundido a través de la prensa y la divulgación oral; sus actividades huelguísticas y en
ocasiones militantes, se extendieron por todo Chile, al igual que sus actividades de
beneficio social de clase. Su componente ideológico estaba profundamente marcado por
un patriotismo crítico ante las compañías (por ser foráneas) y el conservadurismo (por
ser ortodoxo y parasitario). Los obreros comienzan un proceso de formación como
partido, donde partiendo de un anarquismo desordenado se evoluciona a un socialismo
programático.
La situación económica y laboral mundial de post-guerra se presentó favorable a la
consolidación del partido socialista, con aproximadamente 20.000 integrantes que se
encargaron de difundir la Foch (Federación de obreros de Chile) por todo el territorio
nacional, logrando así un papel importante de la izquierda como sufragante, gracias al
cual se posiciona en el año 20 Alessandri (el “león de Tarapacá”), representante de una
alianza entre socialistas y liberales que promueve una serie de reformas a favor de la
nacionalización salitrera y la sindicalización obrera; sin embargo, bajo el régimen de
Ibáñez, se asume un control autoritario con los sindicatos y una política de represión
contra las militancias de influencia marxista, lo que implicó el decaimiento casi total del
movimiento obrero.
Después de la depresión mundial de 1929, la economía salitrera cae en picada de forma
irremediable, pero paralelamente, surgía un “nuevo” sector minero: el cobre, cuya
estructura laboral y productiva era muy similar a la anterior. Los 20 años siguientes,
Chile vive un período de resurgimiento económico acompañado de una rápida
industrialización, donde el movimiento obrero se extiende parcialmente bajo las
imposibilidades y las posibilidades de las restricciones de los años 20, en una inexorable
alianza con la clase media. Esta fase llega a su fin cuando las políticas anticomunistas
estadounidenses de posguerra invaden todo Suramérica. Sin embargo después de los 50,
la izquierda recobra su ímpetu revolucionario e ideológico, agenciando programas de
nacionalización de la industria en general. El socialismo se abre campo paulatinamente
entre los sufragantes, dando paso al posicionamiento de Salvador Allende, cuya
presidencia se vio afectada por un estancamiento de la producción que alía los grupos
no marxistas con Estados Unidos en un golpe de Estado que entrona la dictadura de
Pinochet.

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