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En estas cortas consideraciones, pretendo hacer la comparación de dos escritos de viaje, el

primero de Jhon P. Hamilton (1824), diplomático británico, y el segundo de Carl A.


Gosselman (1838), diplomático sueco. Considero pertinente hacer una salvedad: las hipótesis
aquí planteadas no dejan de ser meras suposiciones, pues me he valido únicamente de dos
cortos fragmentos, (el primero llamado Santa fe de Bogotá, y el segundo Informe #19 La
República de Nueva Granada)1 que para nada se prestan para valoraciones generalizadas
respecto a uno u otro autor. Por lo tanto, me remitiré a resumir lo contenido, dando cuenta de
sus diferencias y matices estilísticos.
En primera instancia, el escrito de Hamilton, como su nombre lo dice, es un informe desde su
diario de viaje personal, que da cuenta de lo más representativo o llamativo (para él,
lógicamente) dentro de la ciudad de Santa fe de Bogotá. El británico nos dice que el clima es
maravilloso, las mujeres muy bonitas, y los caballos muy adiestrados, aunque
paradójicamente prefiera no usarlos; la ciudad tiene una policía ineficaz, muchos mendigos y
gallinazos, y unas canales públicas que ocasionalmente son limpiadas por los aguaceros.
Respecto a las mujeres, profundiza algunas líneas en su forma de vestir, acopladas para
preocupación de los sacerdotes a las modas europeas, y en su forma de bailar, según él, llena
de gracia. Nos habla también un poco acerca de la vida cotidiana y las costumbres de los
bogotanos, como por ejemplo, las riñas de gallos y otras heredades españolas. Su texto está
lógicamente escindido por la estereotípica forma de ver el mundo de un inglés de la época:
los ideales del desarrollo, el liberalismo, la valoración de la inferioridad, y hasta la
minuciosidad de la descripción de detalles que solo cobran relevancia para un extranjero
letrado, hacen parte de la estructura discursiva del texto, que es en últimas el reflejo de su
mismidad. Estos elementos se vuelven evidentes al lector en la medida en que su escrito parte
de la mera intención de describir lo vivido; no tiene la más mínima pretensión ni científica, ni
diplomática, como sí es el caso de Gosselman, comisionado por el ministro de relaciones
exteriores de su país para brindar información de las posibilidades comerciales con las
naciones de la anterior Gran Colombia, es decir, Venezuela, Nueva Granada y Ecuador. De
objetivos muy precisos, el texto del sueco es diametralmente opuesto al de Hamilton, ya que
se reduce a un informe contratado por el Estado, y que tiene por lo tanto, además de aquella
pretensión de objetividad en la descripción (particularidad que marca y hace característico el
pormenorizado relato de Gosselman) unos parámetros claramente definidos que limitan al
diplomático a dar cuenta de lo que se le pide. Estos son: a) obtener información detallada
acerca del comercio de dichas naciones; b) obtener informes “fidedignos” de la situación
política de cada Estado; c) descripción de los puertos (navegación, geografía, aduanas, fletes,
comerciantes reputados, etc.); y c) enviar gráficos o muestras de los objetos que se podrían
fabricar y vender según su experiencia en aquellos lugares. Así pues, el informe del sueco se
compone de los siguientes acápites: Situación política (donde da un resumen de la
constitución y de la historia política de los últimos años, describe las políticas arancelarias, la
fuerza militar y los principales puertos), Fletes, Aduana, Informes náuticos, Tratados (donde
esboza las relaciones internacionales de la Nueva Granada), Muestras, modelos y dibujos, y
Cónsules (donde expone en algunas líneas la situación consular). Como vemos, el informe
del sueco está atravesado por la misma visión desarrollista y progresista que pregona la
apertura de la economía de mercado, compartida con el inglés, siendo ésta al parecer la única
semejanza entre los dos autores de dichos fragmentos.
Para concluir podríamos afirmar sin temor a equivocarnos, que ambos textos son fuentes
históricas muy valiosas y completas, dependiendo del sistema de referencia desde donde se
los interprete.

1
José Luis Díaz Granados, Viajeros extranjeros por Colombia, páginas 15-45.

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