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LA VIDA URBANA EN EL

UMBRAL DE LA MODERNIDAD

FUNDAMENTOS DE LA MODERNIDAD

MARIA TERESA PEREZ

ALEJANDRO CASTILLO

ESTUDIANTE III SEMESTRE DE HISTORIA

UNIVERSIDAD DEL CAUCA


FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS Y SOCIALES

POPAYÁN, 28 DE MAYO, 2004


Introducción

L a sociedad de los siglos XIV, XV y XVI se inscribe en un contexto histórico


que goza de expresiones múltiples desde todo ámbito, y giros drásticos en
las estructuras de ordenamiento del mundo y de comprensión del mismo, claro,
desde una perspectiva socio-cultural cuyo eje nodal es el “ser humano”, que a su
vez se encuentra imbuido en un tiempo que determina de una u otra manera su
acción; rupturas paradigmáticas que trazarán los caminos por donde actualmente
caminamos. Una de estas, y la que pretendo abordar brevemente en el presente
trabajo, es la abisal incidencia del surgimiento de la vida urbana y su concreción
en la ciudad, con algunas de sus implicaciones directas en el funcionamiento de
la economía, la política, y las mentalidades.
Así pues, considero prudente aclarar que se tratará aquí el análisis de la
ciudad occidental en resurgimiento aproximadamente desde el Siglo XI, ya que a
lo largo de la alta edad media, el debilitamiento de la organización estatal
conllevó a la ruralización (y por lo tanto la relativa desaparición de los centros
urbanos tal como los conocieron los griegos y los romanos a través de las Polis)
de la sociedad, sumergida en las particularidades socio-económicas de un sistema
feudal. Inclusive, el término de ciudad puede ser ocasionalmente problemático
por su inminente ambigüedad; sus límites demográficos, geográficos y
mercantiles cambian a través del tiempo. Sin embargo, se puede hacer de manera
muy general una jerarquización dependiendo del rango territorial de dominio que
ejerza sobre otras ciudades, pueblos o aldeas; de la comunicación y vinculación
con otras ciudades de su misma categoría; de la cantidad de individuos que
agrupe en su seno; de la dinámica productiva que establezca con el área rural,
entre otros rasgos, cuyas regularidades podemos denominar provisionalmente
como de primer o segundo orden. Además, la ciudad también ofrece al sujeto un
nuevo cuadro axiológico y normativo que se forjara al calor de la dinámica
cultural del momento, que le brindará todo tipo de contradicciones; coacción y
libertad simultáneamente. En este orden de ideas, podemos ver la vida urbana
como todo un universo casi autosuficiente, que vincula todos y cada uno de los
individuos que a ella se aproximan de cualquier manera. Como una entidad que
se desarrolla lentamente, pero con paso firme; que en una paulatina expansión
llega a ser inclusive idealizada con un sentido a veces sobrenatural.
Ruralidad & Urbanidad

L a ciudad y el campo se nos presentan como una realidad multifacética; no


podemos tratarlas como elementos antagónicos, pero tampoco son
absolutamente paralelos y sin embargo, se influencian mutuamente. La
diversidad de relaciones entre el campo y la ciudad se niegan a una
categorización cerrada, y a la vez, se prestan al estudio de ciertas recurrencias.
Considero pertinente esta aclaración para evitar el compromiso absurdo de una
tipificación absoluta que intente encerrar la conducta humana en modelos; si bien
encontramos algunas regularidades, también se nos presentan fenómenos que
rompen con cualquier molde.
La repartición poblacional entre el campo y la ciudad es muy diversa.
Casos como el de Rusia, cuya población urbana alcanza solamente un 5% de la
población total, se enfrenta con el caso de Holanda, donde la población urbana
iguala a la rural (50%). Fuera de estos des extremos podemos establecer un
equilibrio habitual, donde la población rural supera a la urbana. También
debemos tener en cuenta que no podemos hablar tampoco de una comunidad
estática, pues en época de cosecha, algunos ciudadanos (bastantes, comúnmente)
se ofrecen como mano de obra en alquiler en el “mercado de hombres” para las
labores de los cultivos; igualmente, en el lapso improductivo (invierno), algunos
campesinos migran a la ciudad a contratarse en talleres y manufacturas. Así pues,
la división claramente delimitada del trabajo, una de las supuestas diferencias
insorteables entre la ciudad y el campo, queda desvirtuada. Además es bien
conocido el fenómeno de las grandes manufacturas campesinas (normalmente de
trabajo en hierro y madera, por las condiciones tan adecuadas para la
infraestructura) y la agricultura y la cría de animales dentro de la ciudad, tal
como se presentó en Milán (cuyo caso se destaca por ser ciudad y campo
simultáneamente); recordemos las prohibiciones parisinas que recalcaban con
ahínco no criar cerdos en Notre Dame. Las condiciones históricas del momento
no le permitían al sujeto una especialización laboral, pues la diversidad cada vez
mas grande lo atropellaba. Durante el período que analizamos, algunas ciudades
se abastecieron de fuerza de trabajo barata con las migraciones de campesinos
comúnmente provenientes de regiones pobres. Dentro de este proceso de
crecimiento urbano, la nobleza que habitualmente residía en los castillos de sus
feudos, se vieron obligados, si querían pertenecer y articularse a la nueva
dinámica, a trasladar sus domicilios a la ciudad. El campo (cuando había) se
dedicaba a abastecer a la ciudad de los productos de consumo diario (trigo, vino,
leche, carne, etc.), demanda que en la mayoría de ocasiones, el gran comercio no
podía satisfacer a cabalidad. Algunas ciudades de occidente (y también algunas
del próximo y el lejano oriente) recurrieron a la muralla como medio de
protección; sin embargo este intento de división con su espacio inmediato se vió
varias veces reconstruido y ensanchado para enfrentar la expansión inminente de
la ciudad. Si bien la muralla podía convertir la ciudad en una suerte de
fortificación, se presento también como una línea divisoria entre el campo y la
ciudad. De ahí que encontremos un mayor índice (demográficamente hablando)
de mortalidad en la ciudad y de natalidad en el campo, regularidad paradójica.
Dentro De La Ciudad

L a ciudad en si misma, se muestra como todo un universo lleno de formas,


olores, costumbres... algunas de las particularidades de las ciudades merecen
ser mencionadas.
Como ya hemos dicho, la ciudad occidental revive lentamente desde
aproximadamente el Siglo XI, después del estancamiento ocurrido durante la
Alta Edad Media, por todo un conjunto de condiciones que son dignas de un
estudio muy minucioso, que lógicamente no le podemos dar aquí. La ciudad en
resurgimiento se estructura en caminos entrecruzados que dirigen a un mismo
punto, y de este a su vez, sale otro que se dirige a otro punto mas importante
donde confluirán otros caminos similares, y así sucesivamente; podemos decir
que se forman una suerte de aureolas cuyo núcleo (normalmente construcciones
de alta concurrencia como mercados, parques o capillas) se conecta a un centro
social mas importante (grandes iglesias, grandes monumentos, grandes parques)
que a su vez se conecta con otros centros de igual categoría. Este estructura de
caminos citadinos de la baja edad media se asemeja a un sistema circulatorio
(anatómicamente hablando), donde es normal encontrar todo tipo de callejuelas y
callejones, que juntos todos forman un intrincado y complejo armazón que dará
vida al monstruo urbano; lógicamente, este armazón se inscribe en un lento
proceso de desarrollo. Ya para el renacimiento, la organización de las ciudades se
empieza a pensar de una manera muy diferente. Es aquí donde surgen los planos
estructurados geométricamente, en forma de damero (semejante a una
cuadrícula), donde se pretende trazar las calles únicamente en forma vertical y
horizontal para dotar la ciudad de cierto “orden”, que también podría responder a
la necesidad militar de la época, de vigilar los cuatro puntos cardinales para una
mejor defensa. Si bien algunas ciudades europeas se adecuaron a este molde de
manera incompleta, otras, por su tamaño colosal, por la gran cantidad de
construcciones y por el entramado ya inamovible de las calles, mantuvieron su
forma original en la mayor parte de su espacio, hasta como las vemos
actualmente. Esta forma geométrica de organización espacial fue aplicada
principalmente a las ciudades del Nuevo Mundo, cuyos vestigios podemos
también apreciar en la actualidad. Así pues, nos damos cuenta de la inmensa
importancia que tiene la organización del espacio, no solo dentro, sino también
fuera de la ciudad, donde la localización geográfica y el buen aprovechamiento
de esta, puede significar tanto ventajas como desventajas en la vinculación
comercial y comunicativa con otras ciudades.
La muralla, en varias ocasiones se convirtió en una frontera fija de la
ciudad, y esta, en su proceso de paulatino crecimiento, la vió como un obstáculo.
Sin embargo, los conocimientos arquitectónicos de la época estaban lo
suficientemente desarrollados y permitieron la construcción cada vez mas
frecuente de casas de cuatro, seis y hasta diez pisos; en palabras de Braudel,
cuando la ciudad no puede crecer hacia los lados, empieza a crecer hacia arriba.
La construcción de monumentos, catedrales, y palacios de gigantesco tamaño y
de belleza y decoración exquisita en la ciudad, es típico del período conocido
como renacimiento, donde cada vez mas arquitectos dejan su nombre a la
posteridad en la creación de obras que llegaban a convertirse en íconos
característicos de cada ciudad, tradición que aún conservamos. Pero dentro del
universo urbano el espacio se encuentra claramente sectorizado; según esta
división, su ubican las diferentes actividades y los sujetos que se inscriben en
ellas. Entonces, si bien hay lugares que sobresalen por sus diversas expresiones
artísticas y estéticas, paralelamente encontramos un “lado oscuro”, donde se
expresan las pulsiones humanas mas perversas (que a la vez son las más
sublimes): los burdeles, las tabernas, y todo tipo de sitios de “relajación de las
costumbres”. Además, la falta de una infraestructura de desagüe y de
abastecimiento de agua, volvía algunas partes de la ciudad, verdaderos núcleos
de insalubridad, cuyas condiciones lógicamente eran excesivamente precarias y a
veces se convertían en lodazales intransitables. Es el mundo urbano la cuna de la
familia (la unión monogámica, los hijos como perpetuación del nombre, la casa
que se convierte en hogar, etc.), privilegio antes solo asequible a la nobleza.
Esto es la ciudad: un punto de encuentro de los extremos y también de los
antagonismos; un prisma donde un rayo de luz se transforma en todo tipo de
colores.

El Nuevo Poder

L a ciudad de la Baja Edad Media y el Renacimiento, va a ser escenario y


testigo simultáneamente de toda una transformación mental de la que estarán
impregnadas todas las relaciones sociales y sus participantes. El debilitamiento
de los antiguos lazos feudales de poder le hace un cuestionamiento al tradicional
estaticismo, pues la nueva fuerza del dinero (la circulación) permitía al individuo
una mayor movilidad y una suerte de emancipación, a diferencia de la tierra, que
al ser un patrimonio en cierta medida inalterable y cuya producción agraria o
ganadera no era susceptible de un incremento acumulativo considerable; las
relaciones comerciales en cambio abrían nuevas posibilidades y cada vez
involucraba en sus redes mas y mas ciudades que tendrían que sufrir algunos
cambios para introducirse en la nueva dinámica, en cierta medida progresista.
Este nuevo ritmo del capital creador, se difundió rápidamente por toda Europa y
en cada lugar se infiltró con más facilidad a influenciar el comportamiento de
cada individuo. El capital-mercantilismo se consolidaba en las bases firmes de
una sociedad de mercado; de producción, circulación y consumo. Dentro de este
orden de ideas, el individualismo del hombre que no está atado ya a la tutela de
su señor o su Dios, cobra formas de individualismo también empresarial, donde
el objetivo principal es el ascenso dentro de las jerarquías económicas.
Este fenómeno se concretó a través de múltiples expresiones; por ejemplo,
en la Florencia del Siglo XIV se legitima por vías legales la libertad comercial y
adquisitiva del individuo, lógicamente por causas del poder circulatorio del
metálico. También encontramos otra característica en la sociedad del momento
que ilustra muy bien la concreción del fenómeno: la paulatina supresión del
sistema laboral corporativo, es decir los gremios, que se presentaban como una
traba a la libertad empresarial del individuo y a la competencia (necesaria para la
subsistencia del mercado) pues se instalaban en un orden tradicional que limitaba
en cierta medida una apertura comercial; estos son cambiados y transformados
lentamente por los talleres artesanales y las manufacturas, cuya producción
normalmente está dirigida a un mercado inter-regional de compleja organización.
Pero todo un entramado de intercambios comerciales y redes mercantiles
necesitaban individuos que se encargaran de supervisar la efectiva circulación de
los productos y que a su vez fueran los intermediarios activos entre la producción
y el consumo. Estos sujetos, a través de su oficio lograban conseguir grandes
cantidades de dinero, y por lo tanto trastornar también la organización jerárquica
de la sociedad. La nueva clase social en ascenso se le ha denominado burguesía,
y su influencia en la sociedad de la época causo una suerte de revolución en
muchos elementos antes inalterables. Lógicamente, desde su origen entra en
conflicto con la nobleza que vio su posición social amenazada, e hizo lo posible
por obstaculizarle el ascenso socio-económico a la burguesía; pero el dinero ya
había cobrado suficiente fuerza como para ser aplacado con esfuerzos
tradicionalistas. Sin embargo, muchos nobles también tuvieron que adecuarse a
la dinámica comercial para no perder sus privilegios de clase, y a su vez muchos
burgueses utilizaron el dinero para intentar ennoblecerse, adquiriendo costumbres
típicas de la clase de sangre como el lujo y la ostentación. Además, no podemos
desprender el poder económico del poder político. La burguesía se va instalando
en su afortunada alianza con el Estado absolutista en los títulos nobiliarios antes
solo asequibles a la nobleza; empieza a patrocinar guerras alquilando
mercenarios con el fin de conseguir parte del botín, como invirtiendo en
acciones.
La burguesía es el fruto de toda una transformación de la ratio de orden
estático y en cierto sentido sobrenatural, por una donde las relaciones humanas y
metafísicas se objetivan, donde la vida y sus expresiones son sometidas a un libre
examen calculador y mas humano. La relación entre hombre y Dios se convierte
en una suerte de pacto, un contrato donde los dos cumplían con sus obligaciones
respectivas, y si el hombre pecaba, podría a través de las indulgencias plenarias
curar sus culpas y equilibrar el contrato. La relación con la sociedad es también
una aventura individual de ascenso social y económico (por lo tanto competencia
y conflicto), donde la defensa de los propios intereses lleva a los individuos a
agruparse con otros semejantes cuyos intereses se identifican. La ciudad entonces
es en este caso el escenario donde se desenvuelven todas estas representaciones.
Dentro de este orden de ideas, el mundo urbano es la mas clara expresión
racional del hombre que vive en sociedad: es la creación de todo un sistema de
normas, prohibiciones y coacciones que a la vez le otorgan cierta libertad al
sujeto; por esta razón, la ciudad somete todos los elementos de la vida a una
regulación “racional”, de cuestionamiento.
La idea del tiempo mismo se ve ahora como un valor, como algo que se
tiene que aprovechar y que además, es corto y escaso en la vida; “el tiempo es
oro”. El burgués se vale de estas dos herramientas, el tiempo y el dinero, para
transformar la vida de la sociedad renacentista, creando todo un entramado social
que cobrará sus formas extremas a lo largo de lo que llamamos modernidad.
La Gran Ciudad

L a convergencia de todos los factores mencionados a lo largo de este trabajo,


(y otros que serían merecedores de otro estudio), serán los determinantes
fundamentales para la concreción de la gran ciudad, de la metrópoli, donde
toman forma y se concentran toda la diversidad de las relaciones sociales,
económicas, y políticas. En este punto se centraliza el poder de todos los dichos
factores, y los cambios que se decidan desde la ciudad tendrán consecuencias en
todo su espacio dominado, en el caso de la economía-mundo europea, todo el
territorio de la actual Europa y gran parte del continente americano y africano. Es
en este núcleo donde se dan cita las grandes bolsas y las ferias, que determinaron
en gran medida el curso de la economía de mercado intercontinental, comercio
que mueve la mayor parte del capital de la economía-mundo. Pero estos grandes
movimientos de moneda (ya sea esta metálica, fiduciaria, o escrituraria) se
realizan porque tienen amplias bases en el límite inferior del intercambio: el
mercado (que distribuye las mercancías del comercio local en algunos sectores de
la ciudad) la tienda y el buhonero (que surgen para complementar el mercado y
llegar a las áreas donde este no puede distribuir efectivamente) que vienen a
satisfacer la inmensa demanda de una población normalmente abundante. Las
grandes ciudades están un una constante pugna por el dominio del poder
económico, y se suceden las unas a las otras dependiendo de su papel jugado
dentro de los ciclos económicos trend secular. Dentro de esta categoría de
ciudad super “desarrollada” se encuentran Venecia, Génova, Amberes,
Ámsterdam, Londres, y actualmente, Nueva York.
Por ser la gran ciudad la concreción del desarrollo de la economía de
mercado, la vida cotidiana dentro de esta asumirá todas sus bondades, y
simultáneamente, todas sus contradicciones y todos sus derroteros; es esta la
cuna del actual capitalismo y de la sociedad de mercado, donde las luchas entre
las distintas clases sociales se intensifica y cobra las formas mas atroces. Donde
el producto se convierte en fetiche y enajena el individuo. Donde la alineación
llega a un extremo incomprensible y la sensibilidad humana queda objetivada.

Bibliografía Consultada

BRAUDEL Fernand, Civilización material, economía y capitalismo, Madrid,


Alianza editorial, 1984, 3 volúmenes.
VON MARTÍN Alfred, Sociología del renacimiento, México, Fondo de Cultura
Económica, 1984.
ROMERO José Luis, La Revolución Burguesa En El Mundo Feudal, México,
Siglo XXI Editores, 1984.

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