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La subjetividad sólo puede ser conciencia en tanto es capaz de retener la fluidez del
devenir, en tanto es capaz de recordar. Por lo tanto, la memoria precede al sujeto y es su
posibilidad.
De la memoria proviene la conciencia, y la memoria no es la facultad de un yo, el
sujeto, el yo, es un producto secundario de una memoria.
El Yo es el nombre propio de la Memoria.
La memoria no puede dar prueba del olvido, es un nudo que nada ata sino la
continuidad misma del hilo.
El nudo memoria-olvido es un proceso productivo cuyo resultado es la condensación de
una subjetividad capaz de situarse en el presente y perseverar en el pasado, un
mecanismo de conservación.
Por lo tanto, “memoria” es el nombre de la relación de un sujeto consigo mismo, la
afección de sí por sí mismo.
Cuando cumplí veinte años, mi Mujer me regaló una caja de óleos y una tela.
Desde ese día soy pintor.
(Esto no está escrito, está dibujado).
No recuerdo cuando aprendí a nadar. (Me enseñaron a los dos o tres años).
Nado desde siempre. Lo mismo me sucede con la Poesía.
Naturalmente, hablo flotando en la corriente de un lenguaje sin fondo.
Siempre las palabras me dicen más que las oraciones.
Encuentro más real el nombre de las cosas que las cosas del nombre.
Como todo poeta, vivo amenazado por dos peligros: inventar un lenguaje propio y
escribir un libro sagrado.
(Los conozco bien, sucumbí a ellos. Me detuve a tiempo).
Como el cazador que no puede evitar cerrar los ojos cuando dispara, no puedo
verme sin hablarme, que es un modo X de oírme la cara cuando digo:
Aunque después de años te encuentres
regresado a donde ibas,
en el Sur, en la misma ciudad,
y duermas en la cama de tu infancia,
no pienses que estás aquí y aquí has vuelto.
No sueñes.
No despejes las x,
no enciendas la luz,
no juegues esa carta
con la que perderás para siempre
la amnesia que era el país que más amabas.
II
Como una aguja cuya punta, su extrema agudeza, debe carecer necesariamente de toda
materia.
No hay nada escrito donde dice SER ni nada que pueda leerse.
Consecuentemente, si el Saber de lo Real es saber que determinadas proposiciones son
verdaderas o probables, entonces el objeto del conocimiento no es otro que la estructura
ideal de la proposición.
La Lógica determina que lo Necesario es anterior a lo Real.
De lo cual se infiere, tácitamente, la regla del discurso filosófico: la pregunta apela a
una respuesta que sólo puede inscribirse en la forma dictada por la pregunta.
La proposición enunciativa articula el movimiento del pensar.
Dice, representando lo presente por lo que éste no es, una sucesión articulada.
En esta representación de lo que es, representado bajo el modo según lo que es no es,
queda atrapado el pensamiento en cuanto se determina lo pensable como lo que se
puede decir.
Oscuramente puede intuirse que el Pensamiento posee una dimensión que excede a las
palabras, que el movimiento del pensar no puede ser contenido y, mucho menos,
agotado por el lenguaje.
El pensamiento, todavía no verbalizado, es un impulso extraño cercano a la inmediatez
opaca e irracional de la pulsión, la necesidad, la voluntad o el deseo.
Por lo tanto, no es sobre la filosofía lo que se debe preguntar sino sobre el pensamiento.
Y el Pensamiento tiene una naturaleza innombrable que el lenguaje sólo manifiesta en el
uso transitivo del verbo “pensar”.
El pensar no piensa sobre algo sino que piensa algo que, al no tener arraigo en la
Memoria, es el desplazamiento nómade de una capacidad de movimiento incesante que
traspasa toda conclusión.
Si hay un movimiento del pensar es porque lo Impensable que debe ser pensado reside
en la Memoria como Olvido.