Вы находитесь на странице: 1из 2

Páginas 251-252 del libro El cuento de uno mismo

(Víctor Alba de la Vega, EUCR: 2009)

Ver noticia de publicación


El libro se puede adquirir en Librería Universitaria, UCR

Escribir, la propia voz

¿Puede uno recordar la voz de alguien? ¿Cómo se recuer-


da una voz? Porque es común recordar ojos, labios, manos,
¿pero una voz? La voz es lo primero que se olvida y lo último
que se recuerda.
Algunos dicen que la mirada refleja el alma. Yo no creo
en el alma, pero si lo hiciera diría que el alma es más bien la
voz.
Cuando uno intenta recordar la voz de alguien a quien uno
quiso mucho, debe recordar palabras, frases precisas que dijo
esa persona. Porque no hay voz vacía de palabras. Pero no
bastan las palabras, también son necesarias las entonaciones,
el timbre, los ritmos particulares y quizá hasta la manera en
que esa persona economizaba los silencios. Es que una perso-
na es en buena medida su manera de hablar. Quizá por eso
quienes hablan poco provocan desconfianza o incluso miedo:
si no habla –piensa la gente– ha de ser por “raro”, o porque
tiene algún problema, es antisocial, es decir, no es cabalmente
una persona… No es así, claro. Yo siempre he sido tímido y
acostumbro guardarme muchísimas palabras, pero no creo por
ello esconder un monstruo en mis silencios. Por otro lado,
hablar por hablar me parece una necedad.
Quizá todo esto sea trivial… En realidad me interesaba
escribir sobre algo distinto: ¿qué pasa cuando en lugar de
hablar, se escribe? ¿Qué tipo de voz es la escritura? Dicen que
una persona llega a ser escritora cuando encuentra “su propia
voz”. ¿Pero cómo se encuentra semejante cosa? ¿Acaso apare-
ce por ahí, de pronto, en medio de una oración subordinada o
en la elección de un adverbio? ¿Y por qué escribir no es algo
que se haga, desde el principio, con “la propia voz”?
Lo que pasa, tal vez, es que ni siquiera hablando lleva uno
consigo su propia voz. La gente cree que cuando una persona
habla es ella misma, pe-ro que cuando escribe ya no es ella
misma, como si escribir –a diferencia de hablar– ficcionalizara
al instante no sólo lo escrito sino a uno mismo. El problema es
otro: no es que uno se pierda a sí mismo (su propia voz) cuan-
do empieza a escribir, es que ya estaba perdido de antemano.
Lo que sucede es que oírse a sí mismo hablar genera la ilusión
de que uno es uno mismo siempre, una identidad inmutable,
ajena al tiempo. Pero es sólo una ilusión, y la función de la
escritura es desengañarnos. Es decir, la escritura sólo pone de
manifiesto algo que normalmente pasa velado: que las perso-
nas no tenemos una definición, una descripción, un concepto,
una frase o una palabra donde quedaría expresado “uno mis-
mo”. La escritura introduce el tiempo en la voz, es decir, es el
velo que se levanta no para mostrarlo a uno –a quien escribe–
tal cual es, sino tal cual no puede ser: uno mismo como algo
definitivo. Al levantar el velo no vemos el rostro, el rostro era
el velo, y es sólo al levantar ese velo que nos descubrimos
otros. Y hasta empezamos a ver de otra manera también a los
otros.
Al escribir uno se desconoce y sólo por eso se encamina –
aunque es un camino interminable– a conocerse. Es decir, lo
que encuentra finalmente quien escribe no es su propia voz,
sino su particular manera de buscarla.

Вам также может понравиться