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Pigmalión y Educación

Cada uno de nosotros se cree uno, sin que ello sea verdad;
(…) porque cada uno de nosotros es muchos, sí señor, muchos
Luigi Pirandello
Seis personajes en busca de autor

No señores.
Para mí yo soy la que me creen ser.
Luigi Pirandello
Así es (si así os parece) 1

He hecho de mí lo que no sabía,


y lo que podía hacer de mí no lo he hecho.
Fernando Pessoa
Álvaro de Campos, Tabaquería

El artista trágico no es un pesimista, dice sí a todo lo que es problemático y terrible,


es Dionisíaco
Federico Nietzsche

Sumario:
1. Mito de Iniciación y Transformación
2. Dilemas del Sujeto
3. ¿Hay un Individuo?
4. La tentación Mitomaniática
5. La Determinada Indeterminación del Yo
6. El Yo como Relación
7. El Mundo como Teatro del Yo
8. Identidad y Inidentidad
9. ¿Cuántos Yo hacen falta para conformar un Yo?
10. La visión Dionisíaca de la Educación

Resumen: La educación debe estar cada vez más cerca de la literatura, el arte, el teatro, el mito. Más
cerca de la comprensión como complemento indispensable del conocimiento. No hay conocimiento
verdadero sin comprensión. Frente a la crisis de la modernidad necesitamos una nueva aproximación al
sentido, porque no somos el centro del mundo y tampoco somos dioses. Nuestra razón es una pequeña
razón. A la vez, sin embargo, sigue presente el desafío de apostar por la vida y la hominización.
Pigmalión es una apuesta más por la vida. Llena de peligros, es una apuesta por la pasión de alcanzar
otras posibilidades de existir.

1. Mito de Iniciación y Transformación

Pigmalión es un mito de iniciación. Es también un mito de transformación. Platón, por

tomar un ejemplo relevante, creía que el hombre podía y, por lo tanto, estaba en el deber

de volver a ser el Dios “que es”. Si su esencia es divina, el camino del hombre no podría

ser otro que despertar y unirse a su esencia. La iniciación es pulsión del alma y los

trabajos y pruebas a que es sometido el hombre por Dios, la Vida, el Mundo,

constituyen el ejercicio transformador cuyo fin es alcanzar la condición divina o la

realización. Pero igualmente el mito puede servir para apoyar una postura que

reivindique la libertad y no la heteronomía. Veremos.


1
Jacinto Choza, Las representaciones del Yo en Pirandello, “Thémata, Revista de Filosofía”, Número
22, Concepciones y Narrativas del Yo, 1999, ISSN: 0210-8365, Página 51.
2. Dilemas del Sujeto

En esta tradición, observamos dos aspectos: Primero, el hombre, el ser humano, “es

algo”, hay una esencia que debe desenvolverse, expresarse, revelarse, realizarse. Es una

tradición esencialista y, por así decir, coincide con lo que esperamos intuitivamente que

“debe ser”, en efecto, nos parece normal que el hombre sea “algo”; Segundo, lo que

“es” es un fenómeno extra-humano, está allí por atribución de entidades no-humanas,

divinas y trascendentes, no lo ha puesto el hombre sino que éste debe tributar su

existencia y posesión a fuerzas heterónomas ajenas a él. En otras palabras, somos algo

que no hemos puesto nosotros, pero que es nuestro deber desplegar y esto constituye el

sentido de la vida humana: Un camino hacia algo superior, más allá de lo humano, una

realización trascendente. Hay que destacar, además, que si esta realización no estuviera

sujeta a leyes divinas sino naturales, su condición heterónoma se mantiene. En esencia,

que Dios sea la Naturaleza, no cambia mucho las cosas en los aspectos que nos

interesan.

Pero, ¿Puede haber otra lectura? ¿Es posible que el “yo” no responda a una esencia y ni

siquiera sea “uno” y, de cualquier modo, tampoco haya sido inducido por

intervenciones heterónomas? El profesor Jacinto Choza, en su trabajo “Las

representaciones del yo en Pirandello”2, evaluando las posibles finalidades que tendría

una existencia humana, se pregunta por qué o de quién habría recibido el hombre estas

tareas: “¿por las circunstancias?, ¿por Dios?, ¿por sí mismo?”3.

3. ¿Hay un Individuo?

2
Ibídem, Página 41 y siguientes.
3
Ibídem.
De modo que siempre estaremos cuestionando este sentido de la existencia y, de alguna

manera, la respuesta que demos a estas preguntas nos conducirá a posibilidades de

realización diferentes. No es lo mismo educarnos para encontrar la esencia, encontrar al

“yo” (¿al Dios?) que llevamos por dentro, que educarnos a partir de la idea de que no

hay un “yo” o de que ese “yo” no está “fijado”, o no es uno, sino múltiple, disolvente,

potencial, emergente, espontáneo, caótico, complejo, pero en todo caso, que es creación

pura y pura creación humana, en su devenir individuo, especie, sociedad. El debate

incluye dos aspectos muy complejos, (a) ¿somos algo? y (b) ¿lo que sea que somos se

lo debemos a algo o alguien? De alguna manera, sabemos, la crisis de la modernidad es

una crisis de identidad, crisis del yo y de la subjetividad. ¿Tiene respuesta la pregunta

¿hay un individuo??

4. La tentación Mitomaniática

Pigmalión cabe en cualquiera de las opciones, pero sus implicaciones no serán las

mismas, porque el tributo a pagar por la condición heterónoma, sea a Dios o a la Razón

(ambos con mayúscula), adquiere cualidades que sólo se sostienen por vía imperativa y

que, además, debe imponerse a todos los hombres. La verdad heterónoma exige ser

universal. En efecto, exige el establecimiento de verdades absolutas y, por tanto,

excluyentes: Un sistema de verdades que hace imposible otro sistema de verdades y

cancela el cuestionamiento. La perspectiva heterónoma es necesariamente dogmática.

Entre otras cosas, si no fuese posible definir ese universal, habrá muchos problemas que

resolver y la coerción parece ser la única vía. El dogmatismo, en cualquiera de sus

presentaciones, teológica o racional, es necesariamente coercitivo porque violenta y

conmina a su aceptación y con el no puede haber convivencia sino, a lo sumo,

persuasión y no olvidemos que la persuasión es una forma de coerción. ¿Podemos creer

que nunca habrá un disidente? ¿Qué debo hacer si no logro persuadirle? ¿Estará
enfermo? ¿Tendrá cura? ¿Hijo del Demonio? ¿Qué hacer con él? ¿Lo ignoramos?

¿Mejor suprimirlo? Aquí, decimos, Pigmalión tiene espacio para actuar. Pero su

funcionamiento no puede estar sino al servicio del poder dogmático: Dios, Religión,

Tradición, Razón, Ideología, Partido, Líder. Habrá una verdad última que revelar y

comprender o, en todo caso, seguir y esa sería la tarea educativa del hombre. Como tal,

esa verdad no es y no puede ser cuestionable. La educación, así, sería entendida como el

camino de la comprensión de una condición supuestamente trascendente que hurga en el

hombre y saca lo que ya Dios o la Naturaleza o la Razón puso allí. Es todo. ¡Ah! Si esto

fuera posible, hay que decirlo ¡sería muchísimo!

Sin embargo, después de la crisis de la modernidad, ya conocemos a qué condujo todo

esto. La crisis de fundamentos de hoy, es la cosecha de siglos de verdades absolutas de

ayer. Además, por si fuera poco, este camino cancela las posibilidades de la filosofía, la

ética y la libertad, porque si la verdad última está escrita no hay espacio para la

deliberación ética ni para el cuestionamiento filosófico. La heteronomía es el reino de la

coerción y la muerte de la libertad.

La teología, como racionalización de la divinidad o como teología racional, es la

expresión de una tendencia humana: La mitomanía. Es la inclinación a conceder a

fuerzas imaginarias lo que visto de cerca no es más humano que nuestra pequeña

existencia. Un resultado de la ansiedad de existir y saber que la muerte está allí, como

un dato simple e ineludible. Entonces, un Dios es una tentación difícilmente eludible.

La mitomanía quizá no sea superable, pero, trágicamente, es necesario intentar

superarla. Esta podría ser la única alternativa que haga viable al ser humano. Pero en

esta perspectiva será necesario reconstruir todo, incluido el pensamiento.

5. La Determinada Indeterminación del Yo


La otra opción de Pigmalión se desenvuelve como posibilidad frente a la crisis develada

por el Siglo XX: No existen esencias irreductibles o, como sostuvo Nietzsche, “la

noción de esencia no se pierde (…), sino que adquiere una nueva significación.4 No hay

un Dios, posiblemente habrá muchos, pero uno es imposible. La divinidad es que haya

muchos y nunca uno. 5 No hay fundamentos o, nuevamente, no como los hemos

conocido hasta ahora. Por si fuera poco, además, moriremos sin esperanza de

realización meta-humana posterior, no existe la transmigración del alma y el Paraíso

prometido no existe. Por cierto, tampoco hay un “yo” sino muchas fuerzas constitutivas.

Esas fuerzas, sin embargo, no pueden arar en el mar y “la propia cosa (el propio yo) no

es neutra, y se halla más o menos en afinidad con la fuerza que actualmente la posee”.

Entonces, en este contexto, ¿Cómo trabajará Pigmalión? ¿Cuáles serán sus

posibilidades? ¿Contribuirá a la hominización? Son enormes los abismos que abre esta

perspectiva, pero la primera pregunta vuelve a ser: ¿Hay un sujeto que proyectar? ¿Hay

un Yo? El Profesor Edgar Morin, nos ubica rápidamente en la complejidad del tema

“(…) en casi todas las lenguas existe una primera persona del singular” y, “(…) como lo

ha indicado Descartes: si dudo, no puedo dudar de que dudo, por lo tanto pienso, es

decir que soy yo quien piensa.” Sin embargo, “(…) si examinamos a esas personas (ese

yo) desde el punto de vista del determinismo, el sujeto, nuevamente, se disuelve,

desaparece.”6 Entonces, aunque el sujeto es determinado, no es determinable. No “es”

por naturaleza ni designio divino, sino por autopoiesis, es decir por autocreación. En

palabras del Profesor Humberto Maturana: “Un ser vivo es un sistema autopoiético

molecular”, entiéndase, “(…) el ser vivo es, como ente, una dinámica molecular, no un

conjunto de moléculas” y “el vivir es (…) esa dinámica en una configuración de

4
Giles Deleuze, Nietzsche y la filosofía, Editorial Anagrama, 1998, Barcelona, Pág. 12.
5
G. Deleuze: “Los Dioses están muertos; pero se han muerto de risa al oír decir a un Dios que él era el
único”, Ibídem, Pág. 11.
6
Edgar Morin, “La Noción del Sujeto”, en Nuevos Paradigmas, Cultura y Subjetividad, Editorial Paidós,
1992.
relaciones que se conserva en un continuo flujo molecular” y, final y contundentemente

afirma, “(…) no es que el ser vivo use esa dinámica para ser, producirse o regenerarse a

sí mismo, sino que es esa dinámica lo que de hecho lo constituye como un ente vivo en

la autonomía de su vivir”. Todo esto implica que la genética sola no es capaz de

explicar el ser vivo, “(…) porque hay un aspecto sistémico que la molécula no

contiene”7.

Entonces no hay finalismo ni propositivismo y tampoco hay determinismo posible. Un

sistema vivo puede y de hecho está determinado en su estructura y, sin embargo, no es

un sistema determinable en el sentido de que tenga una finalidad, sea determinable o

pueda predecirse. Su devenir es “epigénesis”. El ser vivo es un fenómeno sistémico y no

molecular. Toda esta reflexión del Profesor Maturana es acerca del ser vivo y quiere

decirnos que desde el más simple ser vivo, visto como organización, lo que priva es la

espontaneidad sustentada en el contexto de relaciones que lo constituyen. Son las

relaciones e interacciones las que completan el cuadro molecular y producen la vida.

Siendo así las cosas para todo ser vivo y siendo la subjetividad humana una cúspide de

la auto-eco-organización, qué queda para el sujeto humano, una entidad para la cual ha

aparecido la subjetividad en sentido fuerte. Entonces ¿cómo pretender una

determinación propositiva y finalista para el sujeto? Es esta emergencia interactiva de la

subjetividad, pensamos, la que confirma las posibilidades de Pigmalión.

6. El Yo como Relación

Las consecuencias que se derivan de esta propuesta son enormes. En primer lugar, se

confirma la imposibilidad de entender el sujeto como “ser ahí”: no hay esencia en el

sentido clásico del término. Pero, a la vez, esto no niega que el sujeto exista. Existe

como realidad sistémica. Es el resultado de relaciones, dependencias e interacciones

7
Humberto Maturana, Veinte años después, Material de Bibliografía del Diplomado. Los subrayados son
nuestros.
recurrentes, que en el tiempo van definiendo una herencia, un linaje, una historia

determinada, aunque no determinable. El sujeto nunca es “fijado”, sino que resulta de

un sistema de relaciones recurrentes que lo configuran. Es resultado recursivo de la

trinidad moriniana: Individuo, Especie, Sociedad. Es a partir de estas metáforas que

Pigmalión tendrá que medir sus posibilidades. Cuando decimos que el sujeto es el

resultado de sus relaciones, queremos afirmar, en el sentido fuerte, que el individuo “es”

sus relaciones.

7. El Mundo como Teatro del Yo

Entonces ¿Cómo se expresa la existencia del sujeto? Si las relaciones son los

constituyentes de la vida, esto es, la producen, y si, además, en estas relaciones el factor

dominante es la espontaneidad, entonces, para el ser humano y específicamente para el

ser humano, se ha configurado una metáfora sorprendente. Porque se trata de una

analogía perfecta con la representación dramática, es decir, con la representación teatral,

con el teatro. Si la existencia es relación, entonces, el Mundo es el Teatro del Yo.

Trataremos de explicarnos.

Para el ser humano específicamente la espontaneidad asume, además, la expresión de la

imaginación, el dilema ético y la libertad. Estas expresiones, inéditas, antes inexistentes

para otras formas de vida, convierten al mundo humano en un Mundo de Re-

Presentaciones. El mundo queda así convertido en un escenario donde ciertos actores

representan a ciertos personajes para cumplir una función. Cada actor es un Yo en

evolución, los Personajes son las Representaciones que, como fuerzas, se apoderan del

Yo y lo constelizan y la Función es la Vida que se produce en el Escenario del Mundo.

Así, la vida del sujeto es una “función (…) en el teatro del mundo” que le tocó vivir y

crear, además, “él, en algún punto misterioso, no es idéntico con el papel que representa
y (…) sin embargo tiene que identificarse con él para ser verdaderamente él mismo”.8

No olvidemos, siempre queda pendiente la pregunta: ¿quién asigna la función? Lo que

nos lleva nuevamente al punto 1 de este papel. Pero no regresaremos, porque para

nosotros la función no puede ser más que autopoiesis y autonomía, imaginación radical

y creación pura del ser humano, epigénesis que resulta de las relaciones de

autonomía/dependencia trinitaria, individuo, especie y sociedad. ¿No vemos aquí a

Pigmalión convocando miles de posibilidades, aunque no todas nobles?

8. Identidad e Inidentidad

Resuelta la función, el otro problema fundamental de esta metáfora dramática es “la

inidentidad entre el yo y el papel”, “no ser idéntico con el papel que se representa pero

tener que identificarse con él supone una no identidad y una mediación” y el profesor

Jacinto Choza se pregunta: “la inidentidad entre el yo y el papel, ¿requiere ser resuelta

en identidad?”.9 Para responder, consideremos nuevamente a Nietzsche, quien a su

manera afirmaba que la divinidad es “(…) que haya Dioses, que no haya un único

Dios”. Entonces, análogamente, para que exista un yo es necesario que existan muchos

y en este debate permanente entre muchos yoes, en convivencia a veces y en combate

otras, el yo se desenvuelve matizando, constelizando diferentes papeles. Es el Yo de

Harry Haller en el Lobo Estepario de Hermann Hesse. La inidentidad, entonces, sería

condición necesaria del yo y, por lo tanto, la forma en que se despliega y “es”.

9. ¿Cuántos Yo hacen falta para conformar un Yo?

Pigmalión es universal. Esto, por lo demás, es lo que ha mostrado el principio que

enseña que el todo es más que sus partes y, simultáneamente, también menos. Porque

hay cualidades de la parte que, por efecto de cierta organización, no pueden desplegarse,

pero están allí. Potencialmente, esperan su momento. En nuestra vida es posible que

8
Jacinto Choza, “Las representaciones del Yo en Pirandello”, citando a H. U. von Balthasar,
Teodramática, 1. Prolegómenos, Encuentro, Madrid, 1990, pp. 46-7.
9
Ibídem, pp. 41.
realicemos muchos aspectos de nuestro yo, pero con toda seguridad es imposible que

los realicemos todos. Una vida no puede desplegar sino una fracción de sus

posibilidades, nunca la totalidad. Entonces, vistas así las cosas, el Mito de Pigmalión, la

tendencia natural a conducirse según lo que los demás y las circunstancias esperan de

uno, es sorprendentemente obvio. No puede ser de otro modo. Pero no sólo resulta

obvio, sino también indispensable y como tal se manifiesta en el teatro del mundo

siempre. Así las cosas, debería considerarse un deber hacer algo al respecto. Trabajar a

Pigmalión se transforma en otra forma más de enfrentar el problema de la educación, el

problema de la hominización.

10. La visión Dionisíaca de la Educación

La crisis del sujeto es la crisis del binomio sujeto-objeto, es crisis de identidad y crisis

de fundamento, es una crisis de la realidad que no se deja. Es la crisis de la modernidad.

Pero quizá sea posible crear una objetividad a fuerza de subjetividades y de

intersubjetividades. A fuerza de ver metafóricamente, quizá terminemos resituando una

objetividad que le devuelva sentido al mundo. En este sentido, Pigmalión, como

metáfora de representación dramática que despliega la mayor cantidad de yoes posible,

es un camino para examinar la noción del sujeto como resultado de múltiples fuerzas y

relaciones, porque un solo yo es imposible. Si puede ser útil para re examinar el sujeto,

en consecuencia, lo será también para re examinar la noción de objeto o realidad. Un

examen no utilitarista de la realidad y que se atreva a re examinar los valores y su

origen. La pregunta de Nietzsche “¿Por qué estos valores?” debe ser recuperada e

implica reenfocar el ejercicio del pensamiento como acción y no como reacción. ¿Por

qué hoy sigue siendo necesario cuestionar los valores? Pues porque la crisis de sentido

es una crisis de valores. Intentar superar la Edad de Hierro de la que nos habla el

profesor Morin, es superar los valores de la sociedad actual. En este sentido, no


combatimos el imaginario burgués porque queramos inducir el imaginario proletario,

sino que entendemos que ambos están presos en una visión reactiva de la vida, que no la

afirma sino que se manifiesta siempre a la defensiva. Tanto la reacción burguesa, como

la llamada revolución proletaria, en el fondo, constituyen dos posturas de una misma

visión antigua y decrépita de las posibilidades de la humanidad. Ambas son

reaccionarias. Ambas están presas en la misma ingenua ilusión de progreso, en el

mismo cerco que impone el dominio de la razón positivista y cartesiana y en la misma

visión degradada de la política como el arte de mantener el poder por el poder.

Nietzsche creía “en la pluralidad silenciosa de los sentidos de cada acontecimiento” y en

que no hay acontecimiento “cuyo sentido no sea múltiple: Algo es a veces esto, a veces

aquello, a veces algo más complicado, de acuerdo con las fuerzas (los dioses), que se

apoderan de ello.” Estas fuerzas son Pigmalión constelizando y multiplicando a cada yo,

pluralizando la personalidad en sus inmensas posibilidades. El pluralismo es para

Nietzsche la única posibilidad de la filosofía. Es “su más alta conquista”. Porque el

pluralismo exige la interpretación que consiste en “en el delicado” arte de sopesar las

“fuerzas que definen en cada instante los aspectos de una cosa y sus relaciones con las

demás”.10 Sustituya usted la palabra “cosa” por “yo” y verá el poderoso significado de la

reflexión. Es un desafío, pero abre la posibilidad de alcanzar un sentido. En esta visión,

la vida existe “para ser afirmada”, no justificada ni tampoco redimida, es la visión

dionisíaca de Nietzsche. Una visión que no teme preguntar “Y, ¿quién se atreve a decir

que hay más pensamiento en un trabajo que en un placer?”11 El reto de la educación del

futuro tendrá que pasar entonces por la reivindicación del ser humano como afirmación

existencial.

10
Deleuze, Ibídem, Página 11.
11
Deleuze, Ibídem, Página 18.
Nuevamente, sin embargo, aparece el fantasma de la función, ¿quién define la función

que nos toca? Pigmalión es un instrumento de intersubjetivación fértil, pero estará

siempre inscrito en la tragedia imponderable de ser humano y de su realización y el

error y la desilusión está siempre presente, como para advertirnos. Eso es, pensamos, lo

que Fernando Pessoa nos recuerda en el siguiente poema que concluye con un giro

impactante, sorprendente y revelador de la condición trágica de la existencia humana,

pero que puede resolverse siempre con un insólito renacimiento de las posibilidades

infinitas del ser:

“Me conocieron enseguida como quien no era y no lo desmentí y me perdí,


cuando quise quitarme el antifaz,
lo tenía pegado a la cara.
Cuando me lo quité y me miré al espejo,
ya había envejecido.
Estaba borracho, no sabía llevar el dominó que no me había quitado.
Tiré el antifaz y me dormí en el vestuario
como un perro tolerado por la gerencia
por ser inofensivo
y voy a escribir esta historia para demostrar que soy sublime”

Álvaro de Campos, Tabaquería

El hombre puede perderse, pero siempre puede reencontrarse. No es un proyecto

garantizado, pero tampoco perdido y siempre podrá escribir su historia para demostrar

que es sublime, aún después del peor de los descensos. Frente a esta realidad trágica,

Nietzsche propuso “decir sí a todo lo que es problemático y terrible”12 como método de

existencia humana. No es la actitud reactiva la que humaniza, el hombre debe

desmitificar su vida y asumirla plenamente en una perspectiva activa. Nietzsche

propone una nueva imagen y es que el hombre debe someter “lo verdadero a la más

dura prueba, de donde la verdad sale tan descuartizada como Dionysos: (es) la prueba

del sentido y del valor”.13 Porque cuando alguien quiere “la verdad”, para Nietzsche lo

importante es responder qué es lo que quiere quien quiere la verdad. Es la indagación

12
Deleuze, Ibídem, Página 145.
13
Deleuze, Ibídem, Página 151.
de los valores detrás de los valores, que desnuda el supuesto objetivismo científico.

Asumiendo el problema de la verdad como intersubjetividad lo indispensable es la

prueba del “sentido y del valor”. Esta es nuestra apuesta y Pigmalión puede ser parte de

esa apuesta. Una apuesta por la pasión de alcanzar otras posibilidades de existir. Porque

“pensar no es nunca el ejercicio natural de una facultad”. Sino que “Pensar depende de

las fuerzas que se apoderan del pensar”.14 Para terminar y nuevamente parafraseando a

Nietzsche, sustituya “pensar” por “yo” y verá el poder desafiante de esta profunda

reflexión.

14
Deleuze, Ibídem, Página 151.

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