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Domingo 23 de Junio de 2002 - Número 349

LA RADIOGRAFÍA | ¿POR QUÉ LOS PROFESORES ESTÁN «QUEMADOS»?

Incertidumbre...¿Es tan duro enseñar? Esto suscita escepticismo en


camioneros, enfermeras, bomberos, albañiles , pero la figura del quemado
(burnout) es ya recurrente en las quejas del docente. Se designa como
quemazón el «agotamiento de la fuerza física o emocional o de la motivación,
generalmente como resultado de una frustración o un estrés prolongados». La
frustración vendría de la imposibilidad de alcanzar las metas; el estrés, de las
demandas crecientes sobre su trabajo. Explicaciones menos inmediatas van
desde la falta de incentivos a la globalización, pasando por las reformas, la
indisciplina o la indiferencia familiar.

¿Hay tanto quemado? Según un estudio sindical, 2,6% de las bajas oficiales y
1,2% de las circunstanciales se debe a estrés, depresiones y otros
desequilibrios; un 80,4% de los docentes los considera dolencias profesionales.
Otro documento arguye que esta cifra se acerca más a la realidad. Un estudio
europeo afirma que un tercio de los trabajadores sufre estrés, pero otro español
dice que un 4,5%. La constatación se impone: no hay acuerdo sobre la
definición de estas dolencias, su medición ni su alcance.Pero crece la conciencia
de su realidad y de su utilidad como arma reivindicativa, lo que lleva a
prestarles mayor atención y a inflar irresponsablemente las cifras. ¿Y qué tienen
de especial los profesores? El síndrome del quemado es más común en las
profesiones de la salud y la educación. Comparten un trato prolongado y directo
con el cliente, la subordinación de éste, requerir su colaboración, ser parte de un
servicio público, la incertidumbre de los resultados y ser grupos muy
funcionarizados.

Quizá el secreto sea la incertidumbre. Un trabajo puede normalizarse (controlar


su calidad) por sus resultados (control final, del producto), sus procesos
(simultáneo, de las operaciones) o su profesionalización (previo, de las
cualificaciones). La diversidad del alumnado, el cambio en las políticas
educativas y la dependencia del proceso educativo de la actitud de aquél
generan una fuerte incertidumbre: ninguna fórmula aprendida ni receta llegada
de arriba superará al criterio y buen hacer del profesor y del equipo docente.
Esto es la profesionalidad y su reverso, la responsabilidad: lo que resulte
depende del profesional, por más que pueda salir inmune e impune de ello. La
impunidad se logra con poder profesional y estatus funcionarial; la inmunidad,
en cambio, es casi inalcanzable, salvo para inmorales, y ahí surge la quemazón.

El problema es que la profesionalidad docente tiene pies de barro.La formación


inicial es corta y mala en los maestros y ajena a la educación en los licenciados;
la carrera laboral es plana, sin casi otro incentivo que la movilidad espacial;
sobre todo, no hay un marco que imponga el trabajo en equipo y la
comunicación intraprofesional. El profesor precisa un marco de referencia que le
diga si hace bien o mal su trabajo, cómo mejorarlo...pero esto requiere una
cultura profesional que brilla por su ausencia. No serán ni el valium, ni más
recursos, ni una purga del alumnado los que le devuelvan la autoestima, sino
una política educativa clara, una carrera docente selectiva, una relación
responsable con su público y una cultura profesional reinventada.

Mariano Fernandez Enguita es Catedrático de Sociología, Univ. de


Salamanca. Autor de «Tiempos para educar»

CRÓNICA es un suplemento de

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