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1) La primera de ellas tiene que ver con la incompatibilidad que se genera entre
ciertas formas de liberalismo político y económico –acertijo crucial que
explicaría qué modelo de desarrollo y crecimiento económico se aviene mejor
con nuestro régimen democrático–. Ambas versiones de liberalismo parecían
inextricablemente ligadas. En armonía perfecta. Apertura política y apertura
económica en convergencia plena. Pero esta relación no habría de resultar tan
armoniosa, estable y segura.
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Una propuesta colectiva y de destino, lúcidamente definida por Alfonso López Pumarejo de forma muy
precisa: “Mi liberalismo ha sido antes que todo, una actitud ante los problemas de la vida nacional, un
criterio para juzgarlos y resolverlos, más que una adhesión a determinado cuerpo de doctrinas políticas”.
Propuesta abanderada principalmente por el Partido Liberal aunque no exclusiva a su ideario.
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“delitos contra la razón”, en virtud de una psicología de emociones violentas
que no permiten un realismo en el manejo de nuestros conflictos y
necesidades. Es más: es necesario seguir insistiendo en el liberalismo como
practica y forma de vida. Finalmente, es oportuno recalcar que el liberalismo en
Colombia ha perdido mucho de su energía, de su vitalidad, de su autoconfianza
y de la capacidad de auto-comprensión de sus logros y desaciertos. Es preciso
reconstruir aquí parte de su evolución, los desafíos que enfrentaron –y
enfrentamos– los liberales aplicados que han buscado fórmulas para dar
solución a nuestros problemas sociales, económicos, de seguridad y de orden,
en un país con un importante capital liberal y democrático.
Con respecto a la libertad, los liberales han buscado lo que Thomas Jefferson y
Simón Bolívar querían para sus respectivas naciones: Independencia. Han sido
conscientes de que los individuos tienen mentes y cuerpos. Que muchas de las
limitaciones naturales y externas pueden ser removidas o usadas en beneficio
propio para un mejor desarrollo de todas nuestras capacidades; de nuestros
propios ideales. La dependencia nos hace presos del abuso. Por tanto han
considerado que “la vida autónoma es la mejor vida”. Si tenemos la posibilidad
de desarrollar todo nuestro potencial, somos dueños y responsables de nuestro
destino. Aunque ello no implica que hayan sido renuentes a reconocer que la
independencia pueda existir sin interdependencia. Al fin de cuentas somos
“constructos sociales”. No somos mónadas sin ventanas. Interactuamos y
crecemos en sociedad. David Hume dice muy bien: “el hombre nació para vivir
en sociedad pero las sociedades necesitan gobiernos”. Por tanto los liberales
no han sido indiferentes a la autoridad.
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personas hagan uso de sus libertades y derechos. Solo así ellas podrán tomar
el control de sus vidas, ser autónomas y velar por su realización personal.
A lo largo del siglo XX hemos podido ver que el punto de partida del liberalismo
ha estado del lado de la libertad positiva y de la consecución de la equidad.
Según Wolfe las “concepciones positivas de la libertad tratan de que los seres
humanos no puedan ser reducidos a sus pasiones o a sus intereses” (Wolfe,
2009: 13). Los seres humanos vivimos por un estimable propósito de guiarnos
a satisfacción de nuestros ideales, solo realizables a través de esfuerzos
colectivos. Pero este ideal también ha tomado un rumbo equivocado: el de los
totalitarismos de izquierda y derecha, los autoritarismos de viejo y nuevo cuño,
y los sistemas teocráticos, milenaristas, dogmáticos y religiosos, que con sus
utopías, visiones idealistas o esclarecidas, nos han sometido a la coerción y al
despotismo. Dicho sometimiento, a nombre de perseguir fines nobles, ha traído
consigo un sinfín de atrocidades; ha puesto un yugo que no permite el ejercicio
pleno de la libertad.
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colectivo. Si hemos de mencionar a un intelectual de claridad diáfana y notable
inspiración en el pensamiento económico y social, defensor de esta causa,
Adam Smith es el hombre indicado.
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liberales han sido muy imaginativos en esta materia. Formas que van desde el
contractualismo y el consentimiento social, hasta los famosos frenos y
contrapesos en el marco de un sistema de separación de poderes son su
horizonte mental. Tenemos que la definición procedimental del liberalismo es,
de esta forma, más un ideal moral que político. Se propone conseguir la
imparcialidad, la neutralidad y la justicia en las relaciones humanas. Su regla de
oro lo expresa así: a nadie le es dado auto-exceptuarse de las reglas que nos
gobiernan a todos y que voluntariamente a bien nos hemos dado.
Por todo ello los liberales han estado en contra de todo “absolutismo”. De todo
poder omnímodo, ilimitado e incontrolable. Todos debemos someternos a las
reglas. Sin excepción. Esto incluye, por supuesto, a quienes nos gobiernan. Y
todo ello, por mor de la cooperación, la confianza y el mismo fortalecimiento de
su legitimidad y su poder. Si las reglas se cambian por la ley y dentro de la ley,
el liberalismo es una forma de auto-contención. Que limita pero también faculta.
Nos proporciona seguridad, certidumbre y previsión. El partido en el poder o el
gobernante de turno no pueden cambiar la ley a su antojo para destruir a sus
opositores y críticos, haciendo de la ley solo una fachada. La democracia
constitucional no es un asunto superficial. Es ante todo un asunto de
responsabilidad.
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árbitro general, una justicia independiente, en donde el Estado liberal –
adecuadamente comprendido– puede “prudente y acertadamente, negarse a
enredarse en una serie determinada de disputas sociales o morales”. Eso hace
que el constitucionalismo sea la única alternativa creíble a pesar de las críticas
pertinaces de filósofos y teóricos; y muy a pesar, asimismo, de las
vulnerabilidades que acechan a una sociedad pluralista. Es más: no solo es
digno de credibilidad; también gana por W.
En este punto es preciso resaltar que los liberales no han sido utópicos, ni
timoratos u optimistas confiados. Han sido, por el contrario, distópicos,
realistas. Están seguros de que el mal puede dañar los corazones de hombres
y mujeres en muchos sistemas políticos –principalmente entre los iliberales–,
pero ello no implica que su existencia haga imposible la realización del bien. El
liberalismo se auto-diagnostica y auto-medica. Su espíritu de reforma no tiene
fin. Sus retos, desafíos, sus reclamos valederos y justos y su exhortación
perenne siguen siendo nuestra única esperanza sobre la tierra.
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De alguna forma el liberalismo en Colombia sí surge desde la debilidad pero no
desde el desconocimiento y la futilidad. Y esto es algo que aquí vamos a tratar
de sustentar; intentaremos darle sentido. Fallar no es lo mismo que fracasar.
La vergüenza, la autocompasión y la hagiografía tampoco son la mejor forma
de ser veraces. Lo mejor es apelar a la historia y su explicación. ¿Ahora bien,
qué podemos decir de nuestro Estado, la democratización y su impacto en el
régimen colombiano? Lo primero –y en ello confluyen varios autores–
(Palacios, 1999; Melo, 1980; Posada Carbó, 2006) es que nuestro liberalismo
ha surgido sin las bases materiales para el consenso. Su historia, según
Malcolm Deas, es tal vez una en donde la democracia llega primero que el
progreso económico y la modernidad. Y esa historia se ha movido también en
esa dirección: la del progreso y el consenso. Un “pluralismo asimétrico”, un
arraigado localismo, debilidades y fallas estatales, y pobreza crónica, destacan
su peculiaridad; pero también su norma. Le confieren sentido y nos revelan las
demandas básicas para su legitimación.
Una primera intuición que debe ser validada, viene a ser que la adopción de
una democracia liberal en el contexto de un irresuelto conflicto agrario e
inseguridad en los derechos de propiedad muy seguramente puede generar
anomalías en el tipo de instituciones, en el mismo Estado y en el régimen
político. Es lo que Gutiérrez, siguiendo el enfoque del sociólogo histórico
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Colombia no ha seguido el patrón latinoamericano: golpe militar, salida autoritaria y alguna forma de
gobierno populista. Su marca ha sido el civilismo y el republicanismo liberal.
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Barrington Moore, llama la “trayectoria india” para Colombia (Gutiérrez et al,
2007: 4-5). Un congelamiento de las estructuras agrarias arcaicas que impiden
la marcha a la modernización capitalista y el desarrollo, en medio de una
temprana democracia liberal, puede tener resultados funestos: debilidad del
Estado; y violencia social con ruptura como correlato. Esta afirmación merece
ser revisada y falsificada, según el autor. Necesita matizarse, evitando el
reduccionismo. Es preciso abrir un dialogo con perspectivas complementarias.
La obra de Albert Hirschman sobre la reforma agraria en Colombia es un
ejemplo de ello (Gutiérrez et al, 2007:6). Si bien las rigideces en las estructuras
agrarias son críticas porque propician serias distorsiones en la distribución y
debilidad en los derechos de propiedad, no implican necesariamente la ruptura
y la revolución social como pre-condición del cambio. Ésa es la tesis de
Hirschman. Y la experiencia colombiana es muestra de las posibilidades de
reforma, arreglos democráticos y soluciones. Aunque aquí cabe ser cautos y
prudentes, pues las especificidades históricas, las contingencias, los
mecanismos de retroalimentación y los mismos procesos de coalición política
que acompañan esta historia, nos insisten con tozudez en una tragedia genuina
que abortó una “utopía necesaria”3 para el país.
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El término es usado por el economista Alejandro Gaviria.
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Un sistema de notificación en la teoría de Hirschman consiste en un conjunto de señales económicas, a
través de las cuales los agentes escogen la mejor forma de expresar su insatisfacción política a los
tomadores de decisiones, acorde a la probabilidad de transformar su malestar en cambios observables en
la dirección deseada. (Gutiérrez et al, 2007: 33-35).
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2. La economía y la ocupación territorial. El problema principal del campo
colombiano entre 1930-1970 fue la subutilización de la tierra. La tierra más
fértil fue usada por hacendados ganaderos, un grupo muy hostil e
interesado en evitar cualquier cambio en el aparato rural productivo y, por
ende, su modernización. Después de los setentas una economía basada ya
fundamentalmente en el café favoreció dos claros patrones de ocupación
territorial: concentración geográfica y desigual distribución de la tierra. Si el
sistema de grandes haciendas dominó el temprano periodo (1870-1930),
éste fue perdiendo peso en la producción y esquema campesinos, cuando
empezó aquélla a incrementarse después de 1900 con la expansión de la
frontera agraria. Todos estos cambios ocurrieron con pasmosa velocidad en
la década del treinta, cambiando rotundamente la estructura de la
propiedad, propiciando su fragmentación, colonización y la ocupación de
terrenos baldíos.
3. Las fallas del Estado y su relación con el problema rural. Entre las
principales fallas del Estado y de política se destacan: a) Los límites
fiscales. Es evidente que una reforma tan importante necesitaba de un
componente técnico (el registro catastral es un ejemplo de ello. Su atraso y
desfase aún son patentes) y económico, que un Estado pobre estaba en
incapacidad de atender. Aunque el tamaño del Estado crecía, no era lo
suficientemente grande, y su músculo fiscal se veía empequeñecido; James
Robinson, refiriéndose con ironía a la “revolución en marcha” de López
Pumarejo, la llamó “la revolución barata”. He ahí una muestra del problema.
b) La debilidad de la reforma evidenció una falla de integración territorial
horizontal y vertical, en la medida en que el Estado no consiguió una plena
ocupación del territorio, y ejercer de ese modo el monopolio de la violencia y
de la recaudación. c) Los problemas rurales cambiaron todo el panorama y
trasformaron las preferencias de los actores políticos. El hecho
sobresaliente fue la desurbanización del Partido Liberal. Su inmovilismo e
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Para más detalles: (Gutiérrez et al, 2007: 38).
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incapacidad consecuentes con la reforma fallida trasformaron al partido
hasta el día de hoy, de manera insidiosa. Aupando el auge de los baronatos
y la “criminalización” de la política. d) Los problemas rurales se difuminaron
hasta las principales ciudades, afectando a las élites industriales que se
hicieron indistinguibles de los intereses rurales. Consecuencias naturales de
ello fueron la abdicación y privatización de la seguridad, propiciando así el
fenómeno paramilitar. e) Por último, la debilidad de la reforma nos hizo
vulnerables a los choques externos de la economía internacional, la guerra
contra las drogas y los dominios reservados de política desde EEUU.
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2. Un modus vivendi liberal.
Visto así el panorama, las “fórmulas de gobierno” ensayadas han sido diversas.
Pero han faltado los recursos políticos y económicos, necesarios para su
puesta en vigor. Ha estado ausente también una fórmula única: un gobierno de
las masas con un caudillo a la cabeza, una preponderancia de una región sobre
otra, un gobierno de junta militar, un federalismo fiscal, o un autoritarismo de
corte populista, entre otras opciones. Por eso es preciso tener en cuenta lo
complejo de importar instituciones, en el sentido de lo que Bolívar llamó en su
tiempo “repúblicas aéreas”.
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y cuáles son las formas de intervención y diseño constitucional en medio del
marasmo y la violencia. El constitucionalismo liberal ha sido pensado para
prevenir la tiranía pero también la anarquía; y en el país las mafias del
narcotráfico, las guerrillas y el paramilitarismo son un factor de
desestabilización social y desorden. En este marco la descentralización ha sido
aprovechada por los actores armados, para su expansión y su cometido de
“deconstrucción estatal” y penetración ilegal.
Sin embargo, una democracia necesita una teoría del Estado para poder
funcionar; es decir, una definición de la soberanía territorial y las fronteras, que
nos aclare quiénes son ciudadanos de esa nación con derechos y deberes. Y la
democratización paulatina necesita una forma concreta de construcción de
Estado vigorosa, que implique gobierno e instituciones políticas y económicas
principalmente. El constitucionalismo liberal debe suplir esas dos funciones. La
desintegración de la Unión soviética nos ha mostrado la faceta de la anarquía,
la criminalidad, el abuso de poder por parte de mafias enquistadas y los
problemas weberianos del orden, evidenciando una cara distinta al totalitarismo
otrora reinante. El liberalismo en su versión positiva, es decir, en su forma
creadora de poder y canalización de derechos, resulta más apremiante que su
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contraparte negativa: la prevención de la tiranía, la separación de poderes y
balanceos.
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gobierno y no logró conseguir formas de autocontrol y regulación conforme a
normas generales. La ilegalidad siguió haciendo estragos en un escenario
imprevisible en medio de la rigidez de las formas. La descentralización no
resolvió los problemas de la democracia. La expuso a la penetración ilegal y la
volvió una democracia asediada por las mafias, guerrillas y paramilitares. La
llamada democracia participativa trajo consigo la antipolítica y el pánico moral.
De otro lado el híper-presidencialismo carismático movilizó a una porción
significativa de la ciudadanía pero atrapó a la sociedad colombiana en la inercia
de los “hábitos del corazón”: apatía, miedo e indignación; emociones que
atrofian aún más el precario liberalismo y nos hacen transitar por una semi-
democracia, en donde los discursos antiparlamentarios emergen y la
licuefacción de todos los seguros institucionales, frenos y contrapesos al poder
de una ya centenaria tradición republicana se empiezan a desvanecer.
El liberalismo del miedo es ante todo una suerte de liberalismo “no utópico”. Es
realista. Busca unificar de una vez por todas las tensiones entre lo económico y
lo político. Pero no se hace ilusiones. Por encima de todo busca mitigar la
crueldad. Reconoce que el “universalismo de los derechos”, la justicia social y
la defensa de principios morales, no siempre están garantizados, pues la
democracia liberal no es obra de Cicerones sino de Sísifos. El liberalismo del
miedo busca empoderar a los ciudadanos frente a los poderosos, pero sabe de
antemano que ésta es una empresa frágil, inconsistente y muchas veces
trágica. En una genealogía histórica Williams nos dice que el liberalismo del
miedo busca hablarle a una audiencia cuyos oyentes en su orden cronológico
han sido: los príncipes, los ciudadanos y los padres fundadores de una nación
(Williams, 2005:60). En último término el liberalismo del miedo es un liberalismo
que aboga por recuperar el partido de la memoria en una sociedad. Sus héroes
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no son los mártires, ni los soldados victoriosos, ni los poderosos, sino los
débiles y las victimas.
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Bibliografía.
Deas, Malcolm. Del poder y la gramática y otros ensayos sobre historia, política
y literatura colombianas. Editorial Taurus-Pensamiento: Bogotá, 2006.
Gray, John. Las dos caras del liberalismo. Una nueva interpretación de la
tolerancia liberal. Editorial Paidós: Barcelona, 2001.
Lleras, Camargo Alberto. “El futuro de las ideas liberales”. En: Alberto Lleras
Camargo. Reflexiones sobre la historia, el poder y la vida internacional. Tomo
1. Comp. Otto Morales Benitez. Bogotá: TM editores-ediciones Uniandes, 1994.
- “El Estado liberal colombiano y la crisis de la civilización del siglo XIX”. En: la
clase más ruidosa y otros ensayos sobre política e historia. Editorial Norma-
Colección Vitral: Bogotá, 2002.
Williams, Bernard. In the beginning was the deed. Realism and moralism in
political argument. Princeton University Press: Princeton, New Jersey, 2005.
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Wolfe, Alan. The future of liberalism. Alfred A Knopf: New York, 2009.
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