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¿Qué significa en la actualidad hablar de pobreza?: Pobreza y exclusión social
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¿Qué significa en la actualidad hablar de pobreza?: Pobreza y exclusión social

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La pobreza está muy ligada a la distribución de los recursos económicos, con lo cual, algo falla cuando después de un período prolongado de crecimiento de la economía y, sobre todo del empleo, las cifras de pobreza moderada y severa apenas han cambiado. En la opinión de algunos expertos , los que fallan son los canales que deberían haber traducido esa mejora de las rentas en una igualdad mayor. La lucha contra la pobreza avanza, pero a un ritmo lento. Las entidades que trabajan en este campo agradecen que se fomente su participación en el desarrollo del futuro Plan de Inclusión Social, pero exigen, una vez más, que la pobreza esté “en el centro de la agenda política”.  
LanguageEspañol
PublisherSelect
Release dateAug 6, 2023
ISBN9791222433523
¿Qué significa en la actualidad hablar de pobreza?: Pobreza y exclusión social

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    ¿Qué significa en la actualidad hablar de pobreza? - Cabyfy Pardo

    jj

    Libro pobreza y exclusión social

    UUID: e5dd25bd-772b-49ab-8131-11edfd9c4e22

    This ebook was created with StreetLib Write

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    Table of contents

    ¿Qué significa en la actualidad hablar de pobreza? 

    ¿Qué significa en la actualidad hablar de pobreza? 

    Pobreza y exclusión social

    INDICE

    INTRODUCCIÓN

    TEMA 1. Definición de pobreza

    TEMA 2. Cómo se calcula la pobreza

    TEMA 3. Consecuencias de la infravivienda

    TEMA 4. Erradicar la pobreza

    TEMA 5. Lucha contra la pobreza

    TEMA 6. Nuevos habitantes urbanos: los pobres

    TEMA 7. Apoyo a colectivos en riesgo de exclusión social

    TEMA 8. Exclusión social, ¿una amenaza para la comunidad gitana?

    TEMA 9. Cuarto Mundo: pobreza en los países desarrollados

    TEMA 10. La pobreza en el cine

    TEMA 11. Inmigrantes pobres

    DESARROLLO

    INTRODUCCI ÓN

    Hay personas que, a pesar de nacer y vivir en situaciones adversas, se desarrollan psicológicamente sanas, e incluso salen reforzadas. Es lo que se conoce como resiliencia. La psicología y la ingeniería de materiales, aunque pueda parecer extraño, tienen algo en común: el término resiliencia. Esta palabra hace referencia al fenómeno por el que los cuerpos retornan a su forma inicial después de haber sido sometidos a una presión que los deforma. La creatividad , el sentido del humor y la independencia ayudan a superar contratiempos.

    El concepto se ha aplicado a la psicología para descubrir por qué niños y niñas que viven en la miseria, o personas que experimentan situaciones límites son capaces, no sólo de superar las dificultades, sino incluso de salir fortalecidas de ellas. Logran resistir, sobrevivir y acceder a una vida productiva para sí y para su sociedad.

    La resiliencia es una capacidad que se manifiesta:

    Frente a la destrucción, mostrando una gran facultad de proteger la propia integridad bajo presión.

    Frente a la adversidad, estableciendo una actitud vital positiva pese a circunstancias difíciles.

    Rasgos que potencian la resiliencia de las personas

    La vida diaria está sujeta a acontecimientos duros: la muerte de un ser querido, una enfermedad complicada, experiencias laborales difíciles, problemas serios de relación de pareja, la soledad, el aislamiento social, la competitividad por ocupar un puesto, el desempleo, los problemas económicos… Ante estas situaciones las personas reaccionan de distinta manera según su grado de vulnerabilidad, o dicho de una manera más actual: según su grado de resiliencia.

    Hay rasgos que potencian esa habilidad.

    La introspección: Faculta a la persona a entrar dentro de sí misma, a observarse, reflexionar y hacerse preguntas. Ayuda a preguntarse a sí mismo y darse una respuesta honesta.

    La independencia: Ayuda a establecer límites entre uno mismo y los ambientes adversos. Potencia el establecimiento de una distancia emocional y física ante determinadas situaciones, sin llegar a aislarse.

    La iniciativa: Capacita para afrontar los problemas y ejercer control sobre ellos.

    El humor: Conduce a encontrar el lado cómico en las situaciones adversas.

    La creatividad: Lleva a crear orden y belleza a partir del caos y el desorden. En la infancia se expresa en la creación y los juegos que son las vías para disfrazar la soledad, el miedo, la rabia y la desesperanza.

    La moralidad: Invita a desear una vida personal satisfactoria, amplia y con riqueza interior. Incluye la conciencia moral, el compromiso con valores y la separación entre lo bueno y lo malo.

    La habilidad para establecer lazos íntimos y satisfactorios con otras personas. Capacita a brindarse a otros y aceptarlos en la propia vida.

    Factores que favorecen la resiliencia

    Apego parental. Los estudios realizados destacan que una relación cálida, nutritiva y de apoyo, aunque no tiene por qué ser omnipresente, con al menos uno de los padres, protege o mitiga los efectos nocivos de vivir en un medio adverso. Es decir, se precisa una relación emocional estable con al menos uno de los padres, o bien alguna otra persona significativa.

    Desarrollo de intereses y vínculos afectivos externos. Las personas significativas fuera de la familia favorecen la manifestación de comportamientos resilientes cuando, por ejemplo, en la propia familia se viven circunstancias adversas. Se trata de que haya algún tipo de apoyo social desde fuera del grupo familiar.

    Clima educacional sincero y capaz de establecer límites claros en la conducta.

    Modelos sociales que motiven poder enfrentarse de manera constructiva a las adversidades.

    Vivir experiencias de autoeficacia, autoconfianza y contar con una autoimagen positiva.

    Tener posibilidad de responder de manera activa a situaciones o factores estresantes.

    Asignar significados subjetivos y positivos al estrés, describiendo a las crisis como la oportunidad de ofrecer respuesta a las circunstancias adversas.

    A cualquier edad se puede cambiar

    Las habilidades y los factores que potencia la resiliencia se muestran de una manera desigual en los distintos tipos de personalidades, pero se puede trabajar para lograr potenciar los rasgos que conducen a gozar de esta capacidad de superarse. La mayor dificultad a la que nos enfrentamos cuando se busca esa mejora es la convicción de que no se puede cambiar. Nos escudamos en afirmaciones como es que yo soy así, cada cual es como es, a mis años yo ya no puedo cambiar. Éste es el gran error. Más o menos, a cualquier edad se puede cambiar si uno se lo propone.

    Nunca es tarde para hacer el correspondiente cambio de las propias actitudes, entrenándose en técnicas de modificación del pensamiento, aprender a interpretar los acontecimientos de otra manera, recuperando la capacidad de reflexionar sobre sí mismo, trabajándose la valoración de la propia personalidad, adquiriendo habilidades sociales como la asertividad, aprendiendo a hablar positivamente… Para todo ello se puede contar con profesionales de la psicología a los que se debe acudir no sólo cuando se padecen crisis emocionales o psicopatologías, sino cuando alguien quiere entrenarse para vivir adecuadamente cada acontecimiento vital.

    La resiliencia, la capacidad para resistir y no venirse abajo, para salir airosamente de los baches, si es posible con más bríos aún, también se aprende.

    El aprendizaje es posible

    La resiliencia la podemos favorecer en nosotros mismos y, en especial, en la educación de las personas sobre las que tenemos influencia, sobre todo si son niños o niñas.

    Es cierto que hay condiciones personales que tienen mucho que ver con los factores hereditarios, pero no cabe ninguna duda de que la personalidad se educa. Los hijos no se improvisan. Es un error decir este niño ha salido en el genio a su padre o esta niña tiene el carácter de su abuela a quien no conoció. Los niños y niñas que viven en condiciones de marginalidad y gozan de las características que les hacen ricos en resiliencia no la heredaron genéticamente. La vida, las circunstancias, el entorno les educaron.

    Por eso, es importante afirmar que es posible educarse y educar en la resiliencia. Es posible cambiar actitudes en sí mismo y en otras personas.

    Los padres y madres, y la sociedad en general, están cada vez más preocupados por los comportamientos y actitudes de parte importante de niños y jóvenes. El consumo de drogas, la proliferación de la violencia, la falta de respeto, el acoso en las aulas o los malos resultados académicos son problemas evidentes, y crecientes, que llevan a hablar de una crisis de valores. Aunque sus causas y factores varían, los expertos coinciden en que la familia juega un papel crucial en su solución. Por lo tanto, a pesar de las dudas que se ciernen sobre ella, la familia sigue siendo el nudo esencial de la constitución de la personalidad y de la socialización de los hijos en los valores comunes de la colectividad.

    ¿Qué son los valores?

    Los valores son elementos centrales en el sistema de creencias de las personas y se relacionan con estados ideales de vida. Responden a nuestras necesidades como personas, nos proporcionan criterios para evaluar a los otros, a los acontecimientos que nos rodean y a nosotros mismos. Los valores nos orientan en la vida, nos hacen comprender y estimar a los demás. El primer contexto de su aprendizaje se halla en la familia, que no sólo va a ser transmisora de esos principios y reglas: en ella se comparte un proyecto vital en el que se da un compromiso emocional; se ofrece un contexto de desarrollo de las personas, sean hijos, padres o abuelos, y posibilita un encuentro intergeneracional; y sin duda, es una red de apoyo para los cambios y las crisis. Pero no sólo supone esto para los niños y niñas. Ellos son asimismo agentes activos en el proceso de su construcción, en la medida en que la relación padres-hijos es una relación transaccional, esto es, de ida y vuelta, aunque sea de carácter asimétrico.

    Esto significa que no sólo cambian o se influye en los valores de los niños, sino también en los de los adultos. Por ejemplo, después de tener hijos una persona puede dar más valor a la seguridad que al reconocimiento social. Las reglas familiares son en general implícitas, se transmiten de generación en generación y pueden funcionar como vehículos de expresión de los valores, pero deben ser consideradas como flexibles, puesto que han de cambiar a lo largo del ciclo familiar y estar al servicio del crecimiento de los miembros del grupo. Por eso, el cultivo de los valores no sólo se hace modificando las conductas de los hijos o la de los padres, sino con la transformación de los tipos de relación en la estructura familiar.

    El estilo de familia con autoridad recíproca

    Más allá de la forma que adquiera, la familia sigue siendo la institución cuya función fundamental es responder a las necesidades y las relaciones esenciales para el futuro del niño y su desarrollo psíquico. Según las investigaciones actuales, el modelo de autoridad recíproca aparece en la actualidad como el más indicado para favorecer el crecimiento del hijo en todas las dimensiones. Los cambios operados en el interior de la familia desde los años 70 han dejado de lado el modelo tradicional, con una fuerte y rígida división de roles entre hombre y mujer, y entre padres e hijos. Los padres y madres optan hoy por una educación para la libertad en la que se da más valor a la comunicación, el diálogo y la tolerancia. La familia aparece como la primera instancia donde se experimenta y organiza el futuro individual, donde se dan las contradicciones entre pertenecer a un grupo y a la vez mantener la autonomía, parecerse y diferenciarse. En el seno familiar se construye la identidad y constituye el primer paso importante hacia la cultura, la organización del sistema de valores, la manera de pensar y de comportarse de acuerdo a la pertenencia cultural.

    De cualquier forma, más allá de la estructura, la historia, la cultura y la composición de la familia, sus funciones principales siguen siendo las mismas: favorecer lo mejor posible las relaciones y las condiciones necesarias para que los hijos maduren en el respeto hacia sí mismos y hacia las otras personas. Y no hay duda de que la relación padres/madres-hijos a través de la educación en valores constituye la primera y fundamental escena para lograr esta meta.

    El proyecto educativo de la familia

    Todo este proceso pasa por llevar adelante el proyecto educativo de la familia. Se trata de un acuerdo no escrito que define la forma en que se organizan las familias, cómo se dividen las tareas y qué expectativas generan sus miembros. Estos valores, actitudes y confianzas se materializan bajo un método que determina sus señas de identidad, plasmadas en un estilo con el que se transmiten los contenidos del aprendizaje y que diferencia a unas familias y a otras. Así, se distinguen varios estilos educativos que vienen determinados por la presencia o ausencia de dos variables fundamentales a la hora de establecerse la relación padres/madres-hijos: la cantidad de afecto o disponibilidad de los padres y madres; y el control o exigencia paterna/materna que se plasma en la relación padres/madres-hijos.

    De esta forma, según se combinen el afecto y la exigencia, surgirán cuatro tipos de familias:

    Familias con autoridad recíproca. En ellas estas dos dimensiones están equilibradas: se ejerce un control consistente y razonado y a la vez se parte de la aceptación de los derechos y deberes de los hijos, y se pide de estos la aceptación de los derechos y deberes de los padres y madres.

    Padres y madres autoritarios-represivos. Si bien el control existente es tan fuerte como en el caso anterior, no está acompañado de reciprocidad, por lo que se vuelve rígido y no deja espacio a los hijos para el ejercicio de la libertad.

    Padres y madres permisivos-indulgentes. En este caso no existe control por los progenitores, que no son directivos, no establecen normas. De todos modos, estos padres y madres están muy implicados afectivamente y atentos a las necesidades de sus hijos.

    Padres permisivos-negligentes. En este caso la permisividad no está acompañada de implicación afectiva y se parece mucho al abandono.

    La pobreza está muy ligada a la distribución de los recursos económicos, con lo cual, algo falla cuando después de un período prolongado de crecimiento de la economía y, sobre todo del empleo, las cifras de pobreza moderada y severa apenas han cambiado, los que fallan son los canales que deberían haber traducido esa mejora de las rentas en una igualdad mayor.

    Hay que hablar de una mezcla de circunstancias que ha dado lugar a un truncamiento del proceso de reducción de la desigualdad. Esto es, la desigualdad no ha aumentado, sino que se ha quebrado una tendencia de reducción continuada desde los años 70 u 80, aproximadamente. Las causas más importantes de esta situación son los cambios que se han producido en el mercado de trabajo, ya que buena parte del empleo generado ha sido temporal e inestable y los salarios han crecido muy poco. Por otro lado, una clave fundamental para explicar lo que ha pasado es también la gestión de las políticas sociales, que han sido mucho menos expansivas que en etapas anteriores.

    Los resultados dan algunas pistas de que podía ocurrir lo que está pasando estos días en términos de desigualdad, pero nuestro informe no considera el último año y medio, sino que ha coincidido con una etapa de crecimiento económico que se ha cerrado muy bruscamente. Si en un período de crecimiento económico tan intenso no hemos conseguido reducir la desigualdad, lógicamente, cuando cambian las condiciones y cada vez es más difícil acceder a un empleo para muchas familias, que además están hipotecadas, es lógico que los problemas se agudicen. Hace falta una regulación que proteja más los trabajos, crear empleos estables y mantener una ecuación muy básica que defiende que los países con mayor nivel de gasto social son los países con menor desigualdad y pobreza. Eso es así. No quiere decir que todo el gasto se redistribuya, pero sí que los países que más gastan en servicios y prestaciones sociales tienen menores niveles de desigualdad y pobreza. En algunos países es muy llamativo en este sentido, porque su nivel de gasto social es más bajo que el de la Unión Europea y ahora mismo existe una tendencia a la baja. Estamos a un nivel muy por debajo de lo que deberíamos estar de acuerdo a nuestro PIB.

    Hay muchos flancos abiertos. En el caso de las personas mayores, el problema está bien diagnosticado si sólo nos fijamos en sus recursos económicos, en sus ingresos. Hay un problema de adecuación de las prestaciones. Habría que mejorar el nivel de las prestaciones sociales para mejorar la situación de las personas mayores.

    En el caso de los inmigrantes, el problema es mucho más complejo porque se cruzan factores culturales, familiares y demográficos. No obstante, hay una serie de elementos sobre los que sí se puede actuar. Se pueden garantizar trabajos más dignos, un acceso más completo a los derechos sociales e intentar pequeñas cosas. Por ejemplo, una de las fuentes de desahorro de la población inmigrante son las remesas . Simplemente, buscando estrategias que rebajen los costes de las transferencias, se avanzaría algo. Seria un peldaño pequeño, pero la suma de varios peldaños puede hacer que la situación mejore notablemente.

    Una de las cuestiones que más nos preocupa es saber por qué en un momento dado una familia entra o sale de una situación de pobreza. En este sentido, creemos que el factor que mejor explica esto es el mercado de trabajo. Los niveles de desigualdad y pobreza en nuestro país son mucho más sensibles al mercado de trabajo cuando va mal, que cuando va bien. El empleo no se traduce directamente en reducción de desigualdad y pobreza, pero el desempleo sí. Este factor explica las transiciones, sobre todo, en hogares de cualificación media o baja con cargas familiares y que están por encima o justo por debajo del umbral de pobreza.

    Estos riesgos tienen que ver, sobre todo, con una caracterización que se hacía en informes anteriores y que planteaba una dicotomía entre nuevos y viejos pobres. Con el paso del tiempo, se ha demostrado que esa dicotomía es poco útil. Como viejos pobres se caracterizaban las familias numerosas, las personas mayores y las personas que viven en un entorno rural. Gracias al sistema de transferencias, parecía que todas ellas iban corrigiendo esa situación. Sin embargo, algunos de esos riesgos han cambiado, lo que parecía que estaba controlado no lo está tanto. Por otro lado, han emergido otros riesgos como la inmigración, las familias monoparentales o las nuevas necesidades en los ámbitos rurales, de las que a menudo nos olvidamos. Son muchas realidades para las que no tenemos una respuesta eficaz por parte de las políticas sociales.

    El fin de la pobreza es un objetivo muy complejo, muy complicado. El contexto actual nos hace ser relativamente pesimistas, pero lo cierto es que hay países que han evolucionado peor que otros en cuanto a crecimiento económico y, sin embargo, han mejorado sus cifras de pobreza, en algunos casos espectacularmente, como el Reino Unido en materia de pobreza infantil. Cuando hay un compromiso público y es aceptado por los ciudadanos, cuando se ponen recursos encima de la mesa, hay situaciones que se pueden mejorar. Pero sin una inversión mayor de recursos es muy difícil que cambie la situación. Se necesita otro tipo de actitud política, de cambio social. Creemos que nuestra sociedad es mucho menos madura en temas de solidaridad y sacrificio que otras sociedades, porque con mayor gasto se reduciría la desigualdad y la pobreza, pero mayor gasto significa mayores impuestos, mayores costes para los ciudadanos y, sinceramente, tenemos dudas de que en el actual contexto haya ese deseo generalizado de mejora de los derechos sociales.

    La lucha contra la pobreza avanza, pero a un ritmo lento. Lo primero que se debe hacer es potenciar políticas de cooperación al desarrollo y codesarrollo. Hay que impulsar cambios globales en el ámbito de la Organización Mundial del Comercio, apoyar el comercio justo. Actualmente, emigra quien puede, no quien quiere, por lo que se tienen que producir procesos de desarrollo para que las personas puedan llevar una vida digna en su país. La emigración en los países en vías de desarrollo aumenta hasta que el país se desarrolla lo suficiente como para sujetar a su propia población y ésta no tiene necesidad de emigrar. La primera dicotomía que se encuentran al llegar es la concepción del menor que tenemos aquí. Se consideran totalmente capacitados para trabajar, no tienen la conciencia de ser menores. Por otro lado, muchos saben de manera inmediata cuáles son los recursos de los que se pueden beneficiar porque se relacionan con otros menores que les informan. En otros casos, vienen como parte de una estrategia personal y familiar o se les acoge hasta que cumplen la mayoría de edad. Hay muchas casuísticas. Es un tema bastante delicado.

    Primero hay que hacer una reflexión: no hay niños ricos en familias pobres. Son las consecuencias de la transmisión intergeneracional de la pobreza. Éste no es un fenómeno que se pueda comprender aislado de su propio contexto: la familia, la escuela, el barrio. Tampoco es un fenómeno que se pueda abordar unilateralmente, es decir, haciendo transferencias monetarias a las familias o aumentando los servicios multidimensionales a estos hogares. No se puede tratar de eliminar la pobreza infantil pensando solamente en la familia o en el niño, tiene que haber una estrategia de lucha contra la pobreza en su propio contexto, porque si no, estaríamos hablando de medidas paliativas contra la pobreza. Vemos una relación clara entre pobreza y actividad, entre pobreza y empleo. Vemos cómo cada vez hay más trabajadores pobres. Sin embargo, esta situación afecta a determinados tipos de familias, especialmente, familias numerosas o monoparentales, jóvenes, niños, mayores y mujeres. No conseguimos que desciendan estas cifras e, incluso, pueden empezar a repuntar. Vivimos en lo que se denomina Cuarto Mundo . A partir de 65 años, el nivel de ingresos está unido al nivel de las prestaciones. Si esas prestaciones están por debajo del umbral de pobreza, automáticamente, tenemos a gran parte de la población mayor de 65 años por debajo de ese umbral. En la actualidad, un 30% de estas personas ha llegado a esa situación, un dato especialmente

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