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Universidad Nacional de Córdoba

Facultad de Filosofía y Humanidades


Escuela de Letras
Estética y Crítica Literaria Modernas

El n-sexualismo como utopía romántica

Baigorri Theyler Emiliano


2003744990
Guerrero Martín
2002744503
Introducción

En el siguiente trabajo nos proponemos realizar un cruce entre


nuestra utopía n-sexual y ciertos rasgos del romanticismo que nos
seducen e impulsan. Creemos que este cruce puede resultar
productivo o interesante por dos motivos: primero, porque el
horizonte que abre el n-sexualismo puede alinearse fácilmente en
continuidad o en resonancia con ciertos valores y líneas que
conforman al romanticismo. Segundo, porque estos mismos valores y
tendencias románticas nos seducen personalmente, nos atraen,
vibran con nuestras mismas convicciones, avivan nuestra imaginación
e impulsan nuestros deseos. Ea!
Nuestro trabajo consiste, pues, en desplegar este cruce posible: el
n-sexualismo como utopía romántica. Para ello, dividiremos en dos
nuestro recorrido. En la primera parte, nos detendremos en el
romanticismo y los problemas que engendra su definición.
Sugeriremos que es preferible pensar al romanticismo, antes que
como una categoría unificada y coherente, como un conjunto no
estructurado de rasgos y tendencias. Esto dejará abierta la opción de
que haya –en algunos rasgos, al menos– líneas de continuidad
contemporáneas. De este modo, será más fácil pensar que nuestra
utopía entrelaza aspectos románticos.
La segunda parte del trabajo, la dedicaremos plenamente al n-
sexualismo. Buscaremos cubrir tres zonas: a) su definición, o el modo
en que comprendemos al n-sexualismo; b) su propuesta: el conjunto
de ejes liberadores a través de los cuales se dispersa y expande
nuestra utopía; y c) su polémica: algunos nudos problemáticos,
críticos, con los que debe enfrentarse nuestra propuesta; pero que
son, al mismo tiempo, su principal motivación, su principal apuesta.
1. Sobre el Romanticismo

I. Problemas en su definición

M. –Es difícil encontrar una definición de “romanticismo” que no se


limite a enumerar una serie de rasgos tan diversos como
contradictorios, y que no alcance a delimitar otro suelo común a las
manifestaciones que lo componen que la actitud general de ruptura
con los ideales de la Ilustración y las preceptivas del clasicismo.
¿Basta esto para establecer una categoría historiográfica sólida y
unificada? Es decir, ¿podemos acceder a una definición del
romanticismo que sea a la vez: a) exhaustiva (que englobe la
totalidad de criterios y temáticas implicadas bajo el rótulo
“romanticismo”), b) coherente (esto es, que excluya contradicciones
en su enfoque y evite fusionar en un solo gesto distintos niveles de
abstracción), y c) específica (es decir, que no se diluya en la
generalidad y que permita “atrapar” de una vez al fenómeno del
romanticismo en su particularidad)?
Tenemos motivos para dudar de que se pueda conseguir una
definición de este tipo. La mayoría de las definiciones del
romanticismo oscilan más bien entre los problemas del reduccionismo
(al omitir ciertos rasgos, o excluir ciertos desarrollos) y los problemas
de la generalidad (definiciones tan amplias y vagas que pueden
trasladarse a –y confundirse con– otros fenómenos culturales). En el
medio de estos extremos, se ubican aquellas definiciones que se
debaten con las dificultades de la inconsistencia; pues, o bien
intentan retener algo unificado mediante la mención de rasgos
contradictorios, o bien aplican simultáneamente a la categoría
“romanticismo” criterios y niveles de abstracción que se excluyen
entre sí.

E. –Veamos un poco más de cerca estos problemas en torno a la


definición del romanticismo. Para empezar, ¿cómo conceptualizar al
romanticismo? ¿Como una escuela o como un movimiento; como un
fenómeno que englobaría a todo el conjunto de la sociedad, o sólo
limitado al ámbito intelectual y artístico? En general, las definiciones
no se ponen de acuerdo al respecto y terminan sugiriendo que sería
todo esto a la vez, cometiendo un error básico: se sintetiza bajo un
mismo término formas muy diversas de entender ese mismo término;
desde lo más concreto y reductor (un movimiento, a veces incluso
una “escuela”), hasta lo más amplio y difuso (una “nueva actitud”, un
cambio en la sensibilidad, etc).
Por otra parte, los límites y alcances histórico-geográficos no
siempre son claros. Las definiciones pueden coincidir en reconocer
que el romanticismo tendría sus primeras manifestaciones en
Alemania e Inglaterra (hacia fines del siglo XVIII, aunque sin fecha
precisa de “nacimiento”) y que posteriormente derivaría en el resto
de Europa (hacia finales del XIX). Sólo algunas definiciones traspasan
el límite de “movimiento europeo” e incluyen a Hispanoamérica –y
justamente a partir del momento en que terminaría en Europa.

Esta última afirmación abre otro problema: ¿“termina” el


romanticismo? ¿No se continúan hasta la actualidad algunos de sus
tópicos –la libertad artística, la originalidad, ciertas ideas de la
“interioridad” del sujeto, del poder de la imaginación, etc.? Y en
última instancia, ¿no continúa acaso en nosotros mismos? Quizá, es
allí donde también puede rastrearse su continuidad: en ciertos
valores y tendencias románticas que nos seducen personalmente,
impulsando a expandir nuestras sensaciones y nuestras experiencias
a partir de la imaginación y la pasión.

M. –Para cerrar este punto, me gustaría retomar lo que decíamos


al comienzo acerca de las dificultades de generalidad, inconsistencia
y reduccionismo a la hora de abordar el fenómeno del romanticismo.
Creemos que estos problemas pueden sortearse si evitamos la
exigencia de una definición que intente captar al romanticismo como
una totalidad coherente, unificada o cerrada. En lugar de ello,
podemos ver al romanticismo como un conjunto no estructurado de
rasgos diversos y múltiples, como líneas de tendencia reconocibles,
identificables, cuya especificidad no es lógica, sino histórica, a saber:
tener como suelo común, como génesis, la actitud general de
reacción frente a los ideales de la Ilustración y las preceptivas del
clasicismo. En efecto, nos basta esto como punto de partida para
poder acercarnos al romanticismo sin perder nada de su riqueza.
Ahora bien, una vez que optamos por este punto de vista, es
bueno empezar a preguntarse por ese conjunto de líneas y
tendencias, por ese entretejido de opciones románticas, con el
objetivo de ir delimitando poco a poco nuestras preferencias, nuestras
simpatías y resonancias con aquellos rasgos que alimentan y avivan
el fuego de nuestra utopía.

II. Ramillete de rasgos

M. –Para abordar al romanticismo como un “ramillete de rasgos”,


hemos escogido dos frentes: rasgos de oposición y rasgos de
dispersión. Podemos decir que el primero tiene que ver con el diálogo
crítico que entabla el romanticismo con la Ilustración y el clasicismo;
mientras que el segundo se relaciona con rasgos que tensionan y
esparcen internamente al romanticismo. Intentaré hablar del primero
de estos frentes.
Es común que se caracterice al diálogo entre el romanticismo y los
valores y hábitos precedentes (la Ilustración y el clasicismo), como
una “violenta crítica”, o una “radical ruptura”, etc. Ciertamente nos
simpatiza este movimiento de reacción ante el orden filosófico y
artístico establecido. Sin embargo, creemos que se trata menos de
una ruptura que de una inversión. Las ideas y valores imperantes,
cristalizados en ciertas dicotomías, no se abandonan, sino que se
invierten. Se heredan intactas las dicotomías, pero con un cambio de
énfasis (crucial para nuestro punto de vista, pues termina
revolucionando lo que se considera positivo en los términos
tensionados.) De este modo, si antes la confianza se depositaba en la
universalidad despersonalizada de la Razón, ahora será preferible
perderse en los abismos individuales de la Pasión; si en primer lugar
se buscaba lo Objetivo, común y necesario a todos los hombres,
ahora se encuentra el reinado de lo Subjetivo y particular; donde
predominaba el respeto a las normas, modelos y preceptos, ahora se
alza el mundo de la libertad, la originalidad y la creación…
En fin, los tantos se han invertido, los hábitos han cambiado de
dirección. Pero no tanto! Aun se mantiene el ideal de conciliación final
de los extremos. Sólo que mientras el racionalismo intentaba
“resolver” estas dicotomías mediante el uso de la Razón, ahora el
romanticismo apela a la fuerza infinita de la Imaginación, aunque no
ya para resolver un algoritmo de razón, sino para “fusionar” los
extremos en una experiencia subjetiva que desde el principio se sabe
imposible. Lo que nos seduce aquí no es el objetivo de armonía final
de los extremos, sino que todas estas inversiones de ideas y valores
heredados no se han hecho en nombre de la razón y la universalidad,
sino de la imaginación y las pasiones.

E. –Es turno de hablar sobre el segundo frente: rasgos de


dispersión, tanto los que esparcen como los que tensionan
internamente al romanticismo.
En realidad, muchos rasgos o elementos que pueden trazarse
como líneas comunes del romanticismo nos seducen y nos atraen.
Mencionemos algunos de ellos: la crítica a lo establecido; la
veneración del caos y lo tormentoso; la negativa a universalizar en
oposición a la valoración de lo particular; la pérdida de la certeza en
lo racional versus la convicción de que la única certeza se encuentra
en las propias pasiones; la valoración de las motivaciones más allá de
las consecuencias en relación a la entrega completa por los ideales,
aun hasta el propio sacrificio; la voluntad de expresión a pesar de que
no todo pueda ser dicho, etc.
Ahora bien, hay otra actitud que engloba lo anterior y que puede
señalarse como común a los románticos: la vacilación y la
intermitencia entre esos elementos señalados y sus opuestos. Ese
vaivén entre extremos produce tensiones que, como ya dijimos,
esparcen al romanticismo internamente. Hablemos de algunas de
esas tensiones y profundicémoslas en relación a una posible
continuidad en nosotros, enfatizando en los elementos que nos atraen
e inspiran.
En primer lugar, la exaltación de la individualidad y de las
singularidades, en oposición a la concepción iluminista de la
existencia de leyes universales que nos permitan explicar todos los
fenómenos y todas las culturas del mundo. Aquí encontramos una
clara tensión. Puesto que esa celebración de las singularidades
individuales se hace, en tanto se concibe que una mayor
profundización de lo particular nos acerca más a lo universal ideal. De
esto rescatamos el entusiasmo puesto en lo individual singular, pero
dejamos de lado cualquier búsqueda sobre lo universal.
Otra tensión que podemos señalar es la de la valoración de lo
espontáneo y la originalidad, frente a una concepción del origen,
como modelo, como tiempo en donde todo se encontraba en armonía.
La valoración sobre lo espontáneo y lo original nos vincula, pero nada
que tenga que ver con algún origen ideal nos impulsa.
Para señalar una última tensión, relacionada con la anterior,
citemos la que se produce entre un tradicionalismo que pretende una
continuidad de lo actual ligada al origen, y la necesidad, típicamente
romántica, de innovación constante. Aquí preferimos dejar de lado el
rescate de lo tradicional, siendo la pasión por lo nuevo el elemento
que nos acerca.
Finalizando este punto, sinteticemos la constante: es la valoración
sobre lo individual, lo pasional, lo espontáneo, lo no definido, lo
intermitente, lo que nos acerca y seduce; en cambio, cualquier
búsqueda universal o toda nostalgia por un origen armonioso, no nos
interesa y nos distancia.
2. Hacia el n-sexualismo

I. Su definición

M. –¿Qué es el n-sexualismo? Podemos decir que una práctica


posible. Una forma de vivir la sexualidad. Algo vago, lo reconocemos.
Lo que sucede, es que creemos que gran parte de la fuerza
revolucionaria (o expansión utópica) del n-sexualismo proviene
justamente de evitar una definición taxonómica de la sexualidad. De
allí la “n”. Una n es una variable abierta, puede asumir cualquier
valor, mantenerse estable o cambiar. No está precodificada. Aunque
no hay que confundir. No se trata de una x, una incógnita a resolver,
una esencia a develar. Todo lo contrario, intentamos dejar atrás la
noción de “esencia” en la sexualidad. La n es más bien un punto de
pasaje de intensidades mutantes. Un punto de conexión con otras
sexualidades, una coordenada abierta al deseo múltiple.
El n-sexualismo es una forma de vivir la sexualidad sin necesidad
de clasificarnos a nosotros mismos o a los demás en esta o aquella
casilla: hétero, homo, bi, o lo que sea. Estos rótulos sólo sirven –en el
mejor de los casos– para volver esperable, predecible nuestra
conducta ante los demás; y en el peor, para generar conflictos en la
formación de nuestra identidad sexual. Si alguien no se ubica en
estas categorías, si no se asigna a sí mismo un valor estable,
decimos: “¡Bueno, que se decida de una vez!”, o “Hay que tener
paciencia: aún no se ha definido”. El n-sexualismo, al contrario,
propone que no hay nada por definir, que no hay esencia que
descubrir o aceptar, pero sí mucho por experimentar, mucho por
sentir con el otro, mucho por liberar en las intensidades eléctricas que
nos atraviesan y deshacen en el torbellino sexual de la vida.

E. –¡Exacto! El n-sexualismo pretende dejar a un costado toda


objetivación de sexualidades en categorías cerradas. Muy al contrario,
su intento es la apertura de posibilidades que eliminen conflictos
típicos y angustiantes. La utopía es que cada cual viva lo sexual sin
esquemas de inteligibilidad preestablecidos.
Hablando claro y simple, el n-sexualismo intenta solucionar
muchos planteos o problemáticas actuales en relación a lo sexual. No
exige a nadie definirse (nos olvidamos de las esencias), sino que
impulsa a intensificar nuestras experiencias relativas a lo sexual.
Cerrando este primer acercamiento, podríamos decir que el n-
sexualismo se postula como una alternativa que propone desarrollar
al máximo el flujo de posibilidades en las relaciones con los otros. Una
alternativa que impulsa a vivir el devenir de nuestros deseos con
libertad y sin culpas, multiplicando nuestro goce al abrir posibilidades
para pensarnos a nosotros mismos y a los demás. Experimentar con
el otro la mayor multiplicidad de sensaciones y lo más intensas
posibles podría ser un principio fundamental de nuestra utopía.

II. Líneas de expansión

M. –Entremos de lleno en el juego. ¿Cuáles son las líneas de


expansión que abre el n-sexualismo? ¿Qué territorio de opciones
derrama ante nosotros? ¿Qué dispersión de ejes liberadores podemos
imaginar? Éstas son las preguntas que nos guían. Sin buscar agotar
las posibilidades del n-sexualismo, intentaremos recorrer algunos de
sus impulsos.
Veamos. Desde el n-sexualismo, buscamos la expansión del yo en
múltiples experiencias posibles. No su contracción, su repliegue, su
envoltura cerrada en una “coherencia” subjetiva y sexual ya dada.
Alentamos lo contrario: el despliegue abierto de las sensaciones, el
estallido de opciones que crece y nos vincula con el afuera, con los
cuerpos y miradas que nos rodean, que nos atraviesan, que nos
incendian. Abrir el yo a la exterioridad de las relaciones, a los vínculos
móviles, a las conexiones de intensidad con el otro; restar
importancia a los abismos de la interioridad, dejar que el mundo del
afuera, que el deseo incandescente nos arrase por completo.
Por eso mismo, el n-sexualismo alienta la multiplicidad antes que
la unidad. Busca que nuestras experiencias aumenten, que nuestro
deseo sea plural, que nuestro placer sea incontable. No le interesa la
moral de “la calidad vs. la cantidad”. Está más allá de esto: busca
intensidades múltiples, variadas, combinadas, diversas. No se detiene
a recoger una unidad, una coherencia en el sujeto. Descarta esta
pretensión, y propone en su lugar experiencias multiformes, plurales
a descubrir con el otro, sin necesidad de jerarquizar nada dentro de la
tormenta eléctrica de relaciones a la que nos entregamos, ni de
ordenar coherentemente lo que sentimos. Firulais!
Complementaria de la multiplicidad, es la simultaneidad. Esto es
posible porque desde el n-sexualismo no hay intensidades
“incompatibles” entre sí. Nos hemos acostumbrado a pensar que
ciertos sentimientos deben respetar una serie cronológica para ser
correctos moralmente. Por ejemplo, podemos amar (amor de pareja)
varias veces y a distintas personas en nuestra vida, pero no al mismo
tiempo. (No, al menos, sin vivir un dilema moral, o una desaprobación
social.) El eje de la sucesión temporal está permitido, pero no el de la
simultaneidad plural. El n-sexualismo propone borrar estas
distinciones, restar importancia a esta costumbre cristalizada. En
lugar de sentir culpa por la simultaneidad de nuestras pasiones, el n-
sexualismo nos alienta a festejar esta capacidad de sentir, pues
vuelve más intensa y plena nuestra vida.

E. –¡Eso es, mi estimado M.! Intensidad y plenitud de vivir


posibilidades nunca clausuradas. Justamente, el n-sexualismo
propone imaginar, en la libertad que provoca la ausencia de
categorías cerradas y de divisiones morales cristalizadas, múltiples
posibilidades de conexión y de relación. Las opciones que podemos
considerar como dadas pierden relevancia a la hora de pensarnos en
relación con los demás. La expectativa que se genera ante esta
apertura de opciones sale de la lógica de la coherencia y de la
homogeneidad. El terreno de las relaciones y de los deseos se torna
dinámico, permitiendo mutaciones constantes (y lo mejor de todo: sin
culpas).
En este andar dinámico, cualquier fijeza esencial se diluye en un
devenir abierto. Ya no buscamos descubrir o aceptar qué somos; se
trata, en cambio, de formarnos o construirnos a nosotros mismos en
la explosión del choque de los cuerpos, en el juego eléctrico del deseo
y el placer de n-relaciones. Las experiencias se abren a un futuro
imaginado sin patrones estables. Aquí, las expectativas de identidad
sexual no tienen sentido, ya que no hay definición sexual que no sea
susceptible de modificarse sin previo aviso, mutando sin necesidad de
establecer razones coherentes, sin culpas, sin crucifixiones.
El n-sexualismo no busca la sensatez moral de las relaciones, ni la
racionalidad de una coherencia de identidad sexual. Busca, en
cambio, la multiplicidad y la intensidad de las sensaciones,
posibilitando la creación de un “yo sexual” flexible como una arcilla
que pudiéramos transformar cada vez que nos venga en ganas.
En fin, desde el n-sexualismo proponemos abrir “mundos”, agrietar
estructuras, fragmentarnos en posibilidades, crearnos a nosotros
mismos en un desarrollo sin estatismos convencionales, multiplicar
sin mesuras nuestro goce, diluirnos en un deseo plural.
III. Su polémica. La apuesta n-sexual

M. –Llegamos a la última parte de nuestro trabajo. Se trata de una


serie de nudos problemáticos, críticos, con los que debe enfrentarse
nuestra propuesta; problemas que son, al mismo tiempo, el reverso
de nuestra apuesta, el impulso que nos motiva. Básicamente, el n-
sexualismo intenta disolver algunas dificultades y conflictos actuales
en torno a nuestra manera de vivir la sexualidad imaginando una
alternativa futura donde tales problemas pierden sentido.
Por supuesto, no agotaremos aquí todos los desafíos concretos del
n-sexualismo. Nos detendremos tan sólo en tres de sus zonas
polémicas, pues creemos que de este modo estaremos cubriendo los
problemas y las apuestas más relevantes, más importantes en este
momento de surgimiento y eclosión utópica.
Tendremos, entonces, los siguientes puntos: a) el n-sexualismo en
relación a uno mismo; b) el n-sexualismo en la pareja convencional; y
c) objeciones globales a la utopía n-sexual.

a) Identidad n-sexual

M. –Muchos pueden vivir sin conflicto su identidad sexual. Encajan


perfectamente en una categoría estable. Se describen a sí mismos y
ante los demás con los términos taxonómicos acostumbrados. Lo han
logrado. La propuesta de escapar a una clasificación del deseo, a una
cuadriculación de la propia identidad sexual, puede no atraerles. Hay
personas, sin embargo, que sí saborearon algunos conflictos al tratar
de formarse una identidad sexual fija, estable, normal. Tal vez
experimentaron en algún momento una chispa de deseo que
desbordaba las categorías acostumbradas. “¿Qué sucede? ¿No seré
aquello que pensé que no era? ¿Fue un desliz? ¿Debo olvidarlo? ¿O es
la punta del iceberg de mi “verdadero yo”? ¿Qué habrá sucedido en
mi pasado, en mi niñez, para tener estas dudas? Si dudo de mi
orientación sexual, evidentemente algo anda mal. Debo estar en
crisis. Ay! ¿Cómo haré para superar este trance? ¿Debo contarlo?
¿Reprimir mis impulsos? ¿Continuar normal mi vida, secretamente
expectante de un chispazo de deseo similar? También dicen que
dudar es normal, no debería preocuparme…, etc., etc.”.
Todos estos cuestionamientos, que llegan a veces a profundas
angustias por “falta de definición”, no tendrían mucho sentido si no
supusieran, como parámetro de normalidad, de ausencia de conflicto,
una identidad sexual fija, determinada, definida, circunscripta. “No
importa en qué dirección vayas, hijo –nos dice, en el mejor de los
casos, nuestra sociedad–, pero que sea una dirección determinada!
Escoge lo que quieras, pero escoge de una vez!”. El n-sexualismo no
se inquieta por esta falta de definición, al contrario, la festeja: “Hay
muchas direcciones posibles: pásala bien!”. Intenta sustituir los
conflictos en torno a la “esencia” de nuestra sexualidad: “¿Qué soy,
esto o aquello?”, por preguntas n-sexuales del tipo: “¿Cuántas
conexiones intensas, placenteras, felices puedo lograr con el otro?”.

E. –En efecto, los problemas “esenciales” (que reenvían a los


abismos del yo) pierden sentido y se desvanecen en la irrelevancia.
Como las posibilidades se abren a lo múltiple, los desafíos n-sexuales
serán situacionales (problemáticas que reenvían a lo vivido en este
momento con el otro). Así, las preguntas que planteará el modo de
vida n-sexual serán del siguiente tipo: ¿qué haré en tal situación?
¿Estoy disfrutando esto? ¿El otro querrá profundizar conmigo? ¿Me
siento cómodo así?
La identidad n-sexual es una identidad mutante. Pero no porque
nos exija cambiar a cada momento, sino porque es una identidad
susceptible de tomar cualquier dirección sin la obligación de
justificarse. Una identidad flexible que decide en situación, de
acuerdo a sus propios límites y sus deseos. El momento vivido será el
rector de la decisión n-sexual. El límite que antes establecía mi
coherencia sexual desaparece entre los pliegues de un abanico de
posibilidades siempre abiertas.
b) Amor libre

M. –El desafío más grande que enfrenta nuestra utopía es que el n-


sexualismo se libere en el corazón de la pareja convencional1. Que
nuestro amor, aun estando en pareja, sea n-sexual. “¿Es posible una
pareja de este tipo? ¿Sería realmente amor? ¿Y qué hay de la
fidelidad?”. Interesantes preguntas, que esperamos que algún día
pierdan sentido. Pero por ahora, dialoguemos con ellas.

E. –Me parece muy bien que empecemos de una vez por todas con
estos puntos tan polémicos y tan jugosos. Veamos, en principio, ese
último que nombraste: la fidelidad. La fidelidad siempre es un tema
actual, y una noción que está redefiniéndose continuamente. De
todos modos, intentaremos ver algunas constantes que permanecen
en su definición y que nos complican a la hora de entendernos en
relación al amor.
Una constante que funciona como principio básico de la fidelidad
es la exclusividad. Ser fiel es ser exclusivo de otro en el momento de
hacer explícitos nuestros deseos. En general, se lo entiende como
principio implícito del contrato de pareja. No hace falta decirlo. Es un
elemento que funciona a priori al momento de establecer una relación
“amorosa”. Sólo se explicita, justamente, cuando sucede lo contrario;
es decir, cuando una pareja establece una relación que normalmente
llamamos “liberal”, y que también normalmente no deja de producir
una sensación de extrañeza. Así, una relación que no contemple la
exclusividad, es entendida como algo que no se toma “en serio”, y
que por lo tanto queda fuera del campo del amor. Tener una relación
liberal con alguien significa que una de las partes implicadas no ama
“verdaderamente”.

1
Con “pareja convencional” no nos queremos limitar a la noción de pareja heterosexual, sino abarcar el
acuerdo más general que entiende la relación paradigmática de amor como una relación que es,
esencialmente, de a dos. Mi media naranja!
Así las cosas, cualquier deseo por un tercero es signo de peligro.
Desear a alguien más es: o no amar verdaderamente a nuestra pareja
o ya estar engañándola. Por supuesto, el engaño se produce cuando
ese deseo es concretamente liberado sin el consentimiento de la otra
parte implicada en el contrato amoroso. No engañar, o sea ser fiel, es
reprimir el deseo, esconderlo, nunca conducirlo hacia fuera con otro.
De este modo, al cercar el deseo en nosotros mismos generamos una
experiencia conflictiva. “Deseo otros, pero no quiero engañar, pero sí
amo…”
Desde nuestra utopía proponemos sustituir la pareja
fidelidad/exclusividad, por la de incondicionalidad/intensidad. Ser
incondicional con alguien no implica exclusividad de deseo.
Incondicionalidad apunta más bien a aumentar la intensidad con la
que amo, con la que experimento, con la que deseo; pero no siendo
exclusivo a alguien. De este modo, la libertad de deseo y de
experimentación con otros ya no se viviría como un engaño o como
un conflicto.

M. –Creo que has dado en el nervio del asunto. En efecto, la


fidelidad está fuertemente unida a la noción de pareja donde ambos
se respetan y aman mutuamente. Es, en la práctica, el pilar de la
confianza mutua. “Soy fiel porque amo”. Qué bello! Sin embargo,
¿qué quiere decir esto? ¿Que uno concentra el deseo tan sólo en su
pareja y por tanto los demás no importan (pasional o eléctricamente)?
En ese caso, diríamos: “Soy indiferente al resto, porque te amo”. Sería
más comprensible, y más triste también. Pero percibimos que no es
esta la idea: no se trata de ser indiferente al resto, sino de sólo
desear (legítimamente) a la pareja. De que el deseo por los demás
sea correctamente controlado, limitado, y en el extremo ideal,
eliminado, amputado. “Entre todas, te elijo”. Lindísima frase! Unimos
al mismo tiempo el amor hacia una persona, y el sacrificio del deseo
por otras personas. Creo que el problema de la “fidelidad” es que se
nos presenta como un término que parece implicar afectos y acciones
positivas, constitutivas del amor, mientras que en la práctica no es
más que una noción perfectamente negativa, limitadora del deseo:
ser fiel significa exclusividad del deseo para con nuestra pareja. De
aquí en más brotan alegremente los problemas morales: “Ay! Deseo
(incluso creo que amo!) a otras personas! ¿Algo estará fallando en
nuestro amor? ¿Qué debería hacer, reprimir, vivir lo que siento,
engañar, elegir el verdadero amor, destruir la pareja? Ah!”. Pobre y
conocido amigo. Desde el n-sexualismo esta tortura es innecesaria.
Podemos amar simultáneamente a múltiples personas, si nuestro
corazón lo resiste. Ya no se trata de “culpas” privadas, sino de flujos
de intensidades a vivir con el otro.
“Sin embargo –se nos podrá decir–, algo está mal. No estamos
respetando a nuestra pareja si amamos al mismo tiempo a otras
personas; si tenemos, incluso, otras parejas!” Esta objeción sólo tiene
sentido por haber asociado tan fuertemente “fidelidad” con
“exclusividad”. Si dejáramos atrás este último término, la fidelidad no
crearía los problemas que actualmente crea, y el respeto no tendría
que ver tanto con “no traspasar las prohibiciones acordadas
tácitamente”, sino con valorar la libertad de deseo y de relaciones de
la persona que amamos.
En fin, si como se propuso más arriba, sustituimos el par
fidelidad/exclusividad por el de incondicionalidad/intensidad,
habremos pasado de la “pareja-contrato” tradicional (cuya exigencia
de “confianza” y “respeto” sólo tiene sentido por la red de
prohibiciones implícitas en la que se sustenta), a la pareja n-sexual,
donde se festeja el amor libre e incondicional; donde se busca y se
disfruta al máximo generar intensidades especiales, pasiones
eléctricas, vínculos de fuego, vidas centelleantes, amores que nos
lleven al límite. Pero donde poco sentido tiene hablar de
“exclusividad” en las pasiones.

c) Objeciones globales al n-sexualismo


M. –Como muchas utopías que imaginan una alternativa posible a
ciertos problemas o limitaciones actuales, también nuestra propuesta
n-sexual ha recibido la desconfianza generosa del escéptico y la
crítica despiadada del moralista. No nos parece mal ser escépticos ni
preocuparse por las normas morales con las que vivimos. Eso mismo
nos llevó a imaginar una utopía, una apuesta a futuro. Lo que nos
interesa ahora, es defendernos de ciertas críticas generales, ciertas
objeciones globales que se han alzado –desde la corteza de la
doxa– contra el n-sexualismo.

E. –Para comenzar hablemos de aquellas críticas morales, que


tildan al n-sexualismo de “machista” o de “cínico”. Por un lado, se nos
dice que el n-sexualismo reduce las personas a objetos sexuales.
Creemos que nuestra propuesta se encuentra muy alejada de
considerar a los demás (mujeres, hombres, n) como objetos sexuales
en torno a nuestro deseo egoísta y tirano. Muy al contrario, el n-
sexualismo propone ver a los otros como sujetos sexuales en pie de
igualdad: libres, y seduciéndonos mutuamente, ¡hacia el festín! Se
trata de intentar ver al otro como un sujeto sexual con el cual
relacionarse, pero sin clasificaciones previas, sin relaciones
predeterminadas. Un sujeto con el cual mi relación de deseo se
encuentra abierta a una multiplicidad de opciones sin clausuras.
Por otro lado, se cree que el n-sexualismo es una alternativa en la
que “únicamente importa el sexo”, una visión reductora que
considera que “en la vida todo es sexo”. Respecto a esto pensamos,
al contrario, que “en el sexo, todo es vida”. Es decir, sin pretender
reducir toda la vida a una dimensión, en este caso la sexual,
intentamos expandir al máximo una de las dimensiones de la vida. Es
simplemente eso: una dimensión entre otras. El n-sexualismo intenta
liberar ese aspecto para expandir el propio yo en una de sus
dimensiones, para abrir el mundo, para repensarse de manera fresca
y liberadora, pero lejos, muy lejos de considerar que es la única
dimensión o de intentar jerarquizarla como la más importante de
todas.
Así, el n-sexualismo ni considera a las personas como objetos
sexuales (por el contrario, las reconoce en tanto sujetos sexuales), ni
reduce el mundo a un solo aspecto (inversamente, abre este aspecto
al mundo).

M. –Por otra parte, están las críticas basadas en la desconfianza


general hacia la posibilidad de una utopía n-sexual. “¿Es
verdaderamente factible?”, se nos dice. Tenemos dos formas de
contestar a esta pregunta. Podemos preguntarnos si el n-sexualismo
es realmente tan inconcebible en la práctica, o si, por el contrario,
poseemos ya, a nuestro alcance, formas de vida muy parecidas a la
que proponemos. Por otro lado, podemos rechazar el supuesto
implícito que late en la crítica: el n-sexualismo como algo que se
impondría de un día para otro y a todo el mundo. Responderemos
utilizando ambas estrategias.
Para empezar, ¿es el n-sexualismo algo tan irrealizable como forma
de vida? ¿Tan complicado y difícil resultaría en la práctica? Creemos
que no, por la sencilla razón de que ya existe un paradigma de
relaciones humanas que es similar, en muchos aspectos, a la
propuesta que imagina el n-sexualismo. “¿Cómo? ¿Una práctica
actual que resulta análoga a la utopía n-sexual?”. Pues sí, y esa forma
de relacionarnos, al alcance de la mano, es la amistad. En efecto,
desde la amistad se alienta la multiplicidad y la expansión de
relaciones, se festeja la incorporación de nuevos amigos a nuestra red
de afectos. No hay escándalo por la simultaneidad, al contrario, se
considera que es positivo tener más de un amigo, pues cada uno
enriquece nuestra vida de manera diferente y valiosa. También se
considera positivo que todas nuestras amistades sean lo más intensas
posibles, viendo como una virtud y no como un defecto, el que
lleguemos a amar a todos nuestros amigos. La exclusividad aquí no
tiene sentido: amar a un amigo no implica no amar a otro, o no
respetarlo en la amistad. Tampoco necesita jerarquizar moralmente
las relaciones, poniendo una amistad por encima de las otras. Puede
hacerlo, pero eso dependerá de la conexión especial de intensidades
que viva concretamente esa relación, no de una elección moral en
nombre de la “verdadera amistad”, que sacrifica vivir ese mismo tipo
de conexión con otras amistades. En fin! Las similitudes pueden
seguir multiplicándose alegremente. Los valores e ideales n-sexuales,
en gran parte, están esparcidos en nuestra manera de vivir la
amistad. No creemos, por tanto, que sea tan imposible llevar a la
práctica el n-sexualismo, que simplemente agrega la dimensión
eléctrica de las intensidades sexuales.
Por otro lado, tenemos la objeción implícita de que el n-sexualismo
sería irrealizable en tanto propuesta que se impone de una vez y
para todos. Sin embargo, ni la radicalidad inmediata del cambio, ni la
universalidad de su aceptación, son pretensiones que persigue el n-
sexualismo. Creemos que no se trata de un “todo o nada” en el
corazón de las costumbres, sino de cambios graduales, liberaciones
progresivas, según ritmos personales, de pareja y hasta grupales, por
qué no. No hay, en este sentido, “líneas a seguir” predeter-minadas,
ni “orden” n-sexual que reproducir. Simplemente proponemos
flexibilidad en la manera de concebir y vivir nuestras relaciones –con
nosotros mismos y con los demás–, a fin de aumentar el placer y la
felicidad de que somos capaces.
Conclusión

En el presente trabajo hemos intentado realizar un cruce entre


nuestra utopía n-sexual y ciertos rasgos del romanticismo que nos
seducen e impulsan. Para ello dividimos nuestra exposición en dos
partes. En la primera, atravesamos los problemas de definición del
romanticismo, con el fin de sugerir que entendiéramos a este último
como un conjunto no estructurado de rasgos y tendencias,
permitiendo enlazar de esta forma posibles líneas de continuidad
románticas con nuestra actual utopía n-sexual.
En la segunda parte del trabajo, desplegamos al n-sexualismo en
tres zonas: su definición, o el modo en que comprendemos al n-
sexualismo; luego su propuesta, el estallido de ejes liberadores de
expansión utópica; y finalmente, su polémica, sus desafíos concretos,
en torno a la identidad n-sexual, a la pareja y al amor vividos n-
sexualmente, y frente a algunas críticas generales a nuestra utopía,
que indefectiblemente se levantan cada vez que la corteza de
nuestras costumbres es sacudida por la imaginación.
Bibliografía

RITVO, Juan B. El romanticismo o un enigmático intervalo entre


extremos, en “El perseguidor”, Revista de Letras, N° 11, año 9,
primavera/verano 2003/2004.

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