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Desencriptación de la medusa

ALBER VÁZQUEZ

Ilustraciones de
FERNANDO DE LA IGLESIA

EDICIONES DEL 4 DE AGOSTO


Logroño, 2006
Me contó que fue como si alguien hubiera
levantado la tapa de la vida para mostrarle su
mecanismo.
DASHIELL HAMMETT, El halcón maltés
Salieron a respirar Durante el regreso,
y había anochecido. nadie osó hablar,
En las sombras, interrumpir la implacable
llegó el hedor cadencia del miedo.
de la tarde en descomposición.
Dos, quizás tres bocanadas,
y corrieron a refugiarse
en la honda
espesura del mar.
El monstruo
se ha posado en los hilos
eléctricos y observa:
que una niñita se acerca
danzando, que
el embalse crepita, que
las nubes del poniente
amenazan tormenta.
Siente repentinas ganas
de orinar
y de levantar el vuelo,
de migrar, perderse, olvidarse.
Y se escuchan las risas alegres
de la niña.
El diablo macho alfa
vestido de luciérnaga, despistado,
ha invadido la tarde.
Ahí mismo está Dios,
ahí. Tiene forma de pájaro negro hambriento,
tiene ojos rápidos, olfato,
especial percepción de la verticalidad.
Permanece oculto en las ramas bajas.
No guarda cautela
y se aparea mientras mira:
la luciérnaga, el pecado, la presa.
Una plaga aún innombrada
se nos acerca.
Podemos sentirla:
se ha secado el aire,
de repente todo es silencio.
No se halla lejos,
no existe medida capaz de abarcarla.
Hay fauces crueles
para todos nosotros.
Entregaremos a los niños en primer lugar,
señalaremos el parque con el dedo,
abriremos una senda hasta el lago.
Huele a grieta en la tierra.
Olor a carne recién cocinada
como reclamo para todos
los que ya deberían estar en casa.
Oh, querida, contempla mi rostro
en el fondo de la profecía.
Siente mis ojos fijos en ti.
Auguro que a partir de este instante
nada podrá separarnos jamás.
¿Quién jadea en la oscuridad?
¿A quién pertenecen
esos rumores,
esas risas,
la tiniebla?
Una respiración se mueve deprisa.
Resta tanto tiempo por vivir...
Uno, dos, ahí está,
cálido aliento indescifrable.
La luz desde el interior del pensamiento,
una transmisión química.
Buscas a tientas
el interruptor de la sabiduría.
Porque son lobos
o, al menos, seres
recubiertos de pelo grueso y oscuro.
Notas cómo descienden colina abajo.
Son rápidos, no titubean,
esquivan sin dificultad los obstáculos.
Todo está demasiado borroso.
Mira cómo ella se agacha
entre los arbustos.
Remueve la tierra, busca algo,
se conduce a tientas.
Te acercas para acariciar su pelambre
y, entonces, se vuelve.
La lluvia cae tan mansa
como estúpidamente
desde la certeza de saberse
el signo de los tiempos.
Extraño país
que se derrama sobre sí mismo
sin que nadie
alce un rostro,
se encare a la nube,
muestre cierta disconformidad.
Nada más.
Los niños se acercaron
al agujero,
miraron dentro,
sintieron un atisbo de curiosidad
y, después, se marcharon.
Anochecía.
El hueco se quedó solo,
con toda la noche caída dentro.
Ni caminantes nocturnos
de los que alimentarse,
ni suicidas ávidos de un plan.
Nada.
Los propios conejos
horadaban sus madrigueras
al otro lado del bosque.
Desencriptación de algunos rumores
internos,
de lo que llega hasta nosotros
a gran velocidad
desde el otro lado de las montañas.
Ahora están aquí,
están dentro,
adquiriendo forma,
sentido, quizás hasta presencia.
Ha accedido al templo
sin utilizar ni una sola
de las puertas.
Los hombres
en el hueco del topo.
Que aguardan turno en silencio,
que se han deshecho de la esperanza,
que llega ya el olor de la incontinencia:
Hombres encerrados en el hueco
del topo
miran hacia arriba;
una reja de tierra
evita caer en la tentación.
Aguardan en un lugar
del que siquiera saben
si es el correcto.
Que de lo que me alimente,
te destruya.
Es todo mi deseo ahora.
Un resumen y no tengo más.
Me he caído de hombre,
me he caído de ángel.
Constituyo
lo que de cóncavo
tiene el aire.
Lo cambiante
del curso de los ríos
desconcierta a los que ahí
han posado la mirada.
Depende de la incidencia
de los rayos del sol,
posiblemente de la caída
de la hierba,
quizás de la extraña manera
en la que se cierran los párpados
a medianoche.
Si bastasen un par de ojos nuevos...
Pero no, no se trata de eso.
El ruido ha de verse
para poder comprenderlo.
No, ha sido un error
que ya no podemos solventar.
Es así y tendremos que acostumbrarnos:
tanto día deslumbra.
Alguien, no sé quién,
parece interesado en privarnos
del esencial ruido de fondo.
En la parsimonia de la medusa
reside la clave del entendimiento.
Advierto por única vez:
del único entendimiento posible.
Simular la inteligencia
más poderosa
de toda la creación,
límpida, transparente, majestuosa,
y, sin embargo,
evidenciar que en tanta lentitud
no habita propósito alguno.
Tengo algunas ideas
en torno a la noción
de la existencia:
el propio hecho de negarme
a exponerlas
debe suponer la más noble
de todas ellas.
Es así, no me cabe duda:
tan maravillosamente existidas
como inútiles
en la intención.
El agotamiento
tras la euforia.
Abiertas, de par en par,
las ventanas de la casa,
todas las ventanas de la casa.
Dejar que lo de fuera
invada las estancias
con la esperanza de que,
al menos en el fondo,
un sosiego lento y ligeramente espeso
empape los restos
de la catástrofe.
Hay un destello
que brilla en los ojos
justo antes de la muerte.
Ya, entonces, la posibilidad
de contarlo ha desaparecido
para siempre.
Sin embargo, está ahí.
Es muy breve,
casi invisible.
Proviene de una dulce proteína,
de la clarividente comprensión
en torno a lo que somos.
O de ambas cosas a la vez.
Se caen los rayos
con inusitada verticalidad.
Alguien está queriendo decirnos
algo
mas quien lo observa
ni siquiera ha levantado la cabeza.
Continúa cavando un agujero
en la tierra
y espera terminar
antes de que la tormenta descargue.
Otro rayo vertical.
Otra señal desperdiciada.
Verdaderamente
resulta descorazonador
mirarnos y caer en la cuenta
de que sólo se trata de azar:
este es el momento
en el que tú y yo
reconocemos la auténtica versión de la muerte.
Es nula
la distancia entre nosotros
y cualquier punto del tiempo.
FIN

Copyright © 2006 by Alber Vázquez (de los textos)


Copyright © 2006 by Fernando de la Iglesia (de las ilustraciones)

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