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wath ated MISHIMA LECCIONES ESPIRITUALES para LOS JOVENES SAMURAIS Pees eee oR an ene Sete remo nett nectar etry entender la vida y el pensamiento del autor, en los que la belle~ za,la muerte y el erotismo envuelven el secular cédigo nipén del honor. Entre ellos cabe destacar: Lecciones espirituales para los j6venes samurdis, el mas extenso, es un ensayo en el que se subraya la necesidad de ciertos valores para construir una ética valiente y comprender cuestiones clave del mundo en que vivimos, como el valor de la lealtad, el coraje, la educacién y el respeto a los demis, el cuidado del cuerpo, el buen uso del placer o el pudor. La Sociedad de los Eseudos es un manifiesto que explica el origen Perr Mean Cm ene eC soc m ons tarios samuriis al servicio del emperador, creada por el propio etn nen tn erect cree een Rees Se cetera Oe eee ee ae eee SSD eee oe Gen eto cece ae ee nce eget oer ae Un valioso testimonio pata descubrir el complejo e inmortal Pare remics 10) palmyra 7S003 YUKIO | MISHIMA LECCIONES ESPIRITUALES PARA LOS JOVENES SAMURAIS Traduccién Martin Raskin Gutman jalmyra @ palmy (Cuarta edici6n: mayo de 2006 Quedlan rigurosamente prohibidas sin la autorizacién escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproduccién coral o parcial de esta obra por cualquicr método o provedimiento, comprendidos la reprografia y-el tratamiento informético, y la distribucién de ejemplares de ella mediante alquiler 0 préstamo puiblicos. Tieulo original: Wakaki samurai no tame no seishin Kowa © Herederos de Yukio Mishima, 1968-1969 © Dela traduecién, Martin Raskin Gueman, 2001 © Del Préogo: Clara Sénchez, 2001 © Dela introduccién: Isidro-Juan Palacios © La Esfera de los Libros, $.L., 2001, 2006 ‘Avenida de Alfonso XIII, 1, bajos 28002 Madrid Pig, web: wrwpalmyralibros.com Disefio de cubierta: Rudesindo de la Fuente Ilustracin de cubierta: Getty Images ISBN: 84-935003-6-4 Depésito legal: M-16.270-2006 Fotocomposicién: Star-Color Impresién: Anzos Encuadernacién: Ménder Impreso en Espafia iNDICE =) Introduccién de Isidro-Juan Palacios 19 Prélogo de Clara Sanchez LECCIONES ESPIRITUALES PARA LOS JOVENES SAMURAIS La vida Sobre el arte . La politica. Los valientes . La etiqueta........... Sobre el cuerpo....... Sobre el mantenimiento de la palabra dada... Sobre el placer........... wees 106 Sobre el pudor...... 20-006 e eee 2AM La urbanidad eee ee 118 La vestimenta. . . 123 El respeto por los ancianos. . .. 2. 129 Los intelectuales afeminados ........... 2 135 El esfuerzo. ... 141 LA SOCIEDAD DE LOS ESCUDOS ......- +--+ + 147 INTRODUCCION A LA FILOSOFIA DE LA ACCION . . . 161 Qué es la accion eee 164 La accién militar 170 Psicologia de la accién 175 Los modelos de la accion «20.0... 180 El efecto de la accién . . - 185 La accién y la espera del momento propicio . . . . 193 Proyectar la accién .... 00. eee e eee eee ees. 198 La belleza de la accién . = 202 La accion y el grupo... 0... eee eee 208 214 221 227 La accién y la ley. . La acci6n y la distancia La conclusién de la accién MIs ULTIMOS VEINTICINCO ANOS . . ca PROCLAMA DEL 25 DE NOVIEMBRE ........... 243 PROLOGO, Puede que no exista en el mundo album de fotos menos aburrido que el de Yukio Mishima. Es como si el desarrollo de su personalidad, desde aquellos prime- ros retratos infantiles junto a su madre o a su abuela Natu, hubiera sido fijado en imagenes. El serio joven Mishima con aspecto de chico aplicado el dia de su graduacién, © posando con su padre, un sefior con gafas muy occidentalizado (s6lo aparentemente, a tenor de lo que cuenta sobre él en las paginas que siguen). O con toda su familia, una familia de nivel social alto, A partir de aqui ya empezamos a verle en una sala de musculacién. Y algo después, exhibiendo el nuevo cuerpo con un taparrabos minimo sobre la nieve. En plan san Sebastién con flechas en los costados. Con el torso descubierto y brillante, una espada en Ja mano y una cinta en la frente, Desnudo y con una rosa en la boca. Pero también nos Jo encontramos el dia de su boda con Yoko Sugiyama (con quien iba a tener tres hijos). Jugando carifiosamente con estos nifios. Senta do ante una fachada, la de su casa, que no recuerda en Prilogo absoluto la arquitectura japonesa. Vestido de riguroso y elegante traje oscuro. Trabajando en el estudio. ¥ jc6- mo nol, envuelto en el risible uniforme de la Sociedad de los Escudos, su ejército privado. Entre foto y foto viajé mucho y escribié paginas literarias, que constitu- yen la delicada «estética Mishima», Son sus libros, pre- cisamente, los que revisten de interés su biografia. Sin ellos, las firertes contradicciones y el narcisismo que marcaron su vida, e incluso su aparatosa y ridicula muerte, no serian nada més que acciones de un excén- trico comprometido absurdamente con el suicidio. Parecfa vivir una lucha constante entre Jo que era: un hombre moderno, conquistado por el mundo occi- dental (echemos otra ojeada a su casa), y el que hubie- 1a deseado ser: un samurai o un guerrero del empera~ dor. Por eso se declara a favor de la emancipacién de las mujeres al mismo tiempo que le agradaria que ellas mismas fuesen guardianas de la tradicién. Por eso rei- vindica la accién frente al ensimismamiento del esci tor y confiesa que «para un autor acumular escritos equivale a acumular excrementos. La literatura no me ha ayudado en absoluto a ser mas sabio. Y/ni siquiera a transformarme en un maravilloso idiota» (pig. 238). Y sin embargo, por encima de todo fue escritor, nun- ca pudo dejar de serlo, formaba parte de su naturaleza y era consciente de ello: eSé que debo mantener un Prblogo equilibrio constante entre mi actividad en la Sociedad de los Escudos y la calidad de mi trabajo literario. Si este equilibrio se quebrara, la Sociedad de los Escudos degeneraria hasta convertirse en la distraccién de un artista, 0 bien yo terminaria por transformarme en un politico» (pig. 151). Lo cierto es que nadie (tal vez ni siquiera él mismo) lleg6 a tomarse en serio este ejér~ cito de «soldaditos de plomo», que debian de pasearse como modelos mostrando os uniformes de invierno, de verano, las botas, al gusto efectista de Mishima. Co: mo tuvo que divertirse vistiendo a sus chicos con un uniforme de combate que, segan cuenta: «Es extraor= dinariamente vistoso y fue disefiado por Tsukumo Iga rashi, el nico estilista japonés que creé uniformes para De Gaulle» (pag. 149). De todos modos, si estas palabras se Ieen con una sontisa, las siguientes la borran: «Cuando pienso en mis liltimos veinticinco afios me maravillo de cuan vacios han sido. No puedo decir que realmente he “vivido”. Sélo los atravesé tapindome la narizy (pig. 237). O: «No amo mucho la vida» (pig. 240). En general, es agotadora la sensacién que transmite de estar esforzin- dose por hacerse forma a través de su literatura y de la transformacién de su propio cuerpo: «Mi proyecto era conceder el mismo valor a mi cuerpo y a mi espiritu y ofrecer una demostracién prictica de ello» (pag. 239) a Prblogo Lo cierto es que tal exigencia de demostracién pricti- ca le llevé a crear un especticulo tragicémico, en que la parte trigica gané la partida, Pero detras dejaba su forma literaria, aquella que habia empezado para él antes que la experiencia de vivir. A los dieciséis afios. A esta temprana edad publica —entre la admiracién de los compaiieros y profesores de la Escuela de Nobles— Un bosque en flor, donde ya nos presenta fundidos sus temas obsesivos de erotismo, belleza y muerte, algo que a otros escritores les cuesta un buen recorrido legar a descubrir. Se puede decir que empez6 pronto y terminé pronto, a los cuarenta y cinco afios, con un balance de cuarenta novelas, veinte libros de cuentos, poesia y teatro. Los bidgrafos pronto se interesaron por su figura. Yo he recurrido a dos que le trataron profiandamente y que han escrito magnifi- C05 libros sobre él, son: John Nathan (Seix Barral) y Henry Scott Stokes (Muchnik Editores). En esta primera publicacién ya adopta el seudénimo de Yukio Mishima.Y es con la eleccién de un nombre tras el que ocultar el verdadero de Kimitake Hiraoka como quizi da el primer paso hacia un proceso de construccién de todos los aspectos de su vida: su ex tensa produccién literaria, su cuerpo, su’ ejército, su familia, su seppuku (suicidio ritual japonés). Todo ello hecho como si buscara en el ordenexterno la organi- Prilogo zacion y clatificacién de su compleja imaginacién. Sin embargo, Kimitake Hiraoka y Mishima discurririn en Ja misma vida hasta esa sintesis del final, del tiltimo acto de yoluntad, en que la personalidad anclada en el pasa~ do remoto de su abuela Natsu y devota del emperador, de has tradiciones y de una heroicidad imposible, absor- be al hombre cosmopolita, aspirante al premio Nobel, buen relaciones pablicas y profundo admirador de escritores europeos como R. Radiguet, J. Cocteau, O. Wilde y T. Mann. decidié que la imagen que nos queria legar fuese su cabeza decapitada, ceftida por una cinta con el simbolo rojo del sol naciente. El presente volumen recoge la Proclama del 25 de noviembre, el texto que ley6 unos momentos antes de su desestroso seppuku. En fin, el macabro disparate —que llevaba un afio planeando— ocurrié en una ofi- cina de la base militar de Ichigaya. El siempre habia sentido delirio por la muerte gloriosa de un hombre joven, idea contemplada en un cédigo de ética samurai del siglo xvm llamado Hagakure, y que dejé plasmada en sus novelas, cuentos y teatro de muchas maneras. La cuestién es que Mishima queria dirigirse a las tropas y para ello secuestré a un general. Le permitie~ ron hablar, pero ante el griterio de los soldados en seguida comprendié que habia fracasado estrepitosa- mente. Asi que tuvo que retirarse y volver dentro, don- 3 Prego de esperaba atado a una silla el general, cuatro tateno- kai, una sobrecogedora espada con empuiiadura de nacar y diamantes y varios pufales. Mishima debia abrirse el estmago con una daga como en la pelicula Rito de amor y muerte, en la que él mismo protagoniza un crudo seppuku, basada en su cuento Patriotismo, Pero ahora se trataba de la realidad, y la realidad es muy apa~ ratosa y ademis se complicé extraordinariamente por la inexperta intervencién de Morita, uno de los cuatro tatenokai y seguramente su amante, que, tras un buen haraquiri por parte de Mishima, no acertaba a cortarle la cabeza con la espada, Pero ya no habia vuelta atris. Asi que tuvo que hacerse cargo de la operacién otro tatenokai, el mismo que luego decapité a Morita. El especticulo era nauseabundo, El general no podia creer- se lo que estaba viendo, Con su violenta forma de morir (aunque Mishima la imaginase mis gloriosa y no tan chapucera), pasa a engrosar la lista de los escritores nipones suicidas, de la que también forma parte su mentor y premio Nobel Yasunari Kawabata. Al fin y al cabo se trata de una prictica que se encuentra dentro de su cultura y tradi- cién y que a Mishima legé a obsesionarle. No la muerte natural, sino la violenta y heroica, la muerte como liberacién. En Confesiones de una mascara, escrita a los veintitrés afios, declara que cuandé en su infancia 4 Prblogo leia cuentos de hadas: «Me enamoraba por completo de cualquier joven que fuera muerto.» Lo que nos conduce al pequefio Kimitake Hiraoka (1925), el que leia cuentos de hadas, aquél de quien habria de surgir el escritor: «Para el que escribe, no sélo Ia adolescencia sino también Ia infancia suponen una preciada ciudad natal. Durante esos perfodos, la vida no ¢s experiencia sino suefio, no es raciocinio sino sensi- bilidad» (pag. 70). De aquel conocimiento del mundo que se inicia en él interior en penumbra de la alcoba de su abuela Nat- su nace su pasién por el emperador y los samurais. Ella, siempre sumida en el dolor, la enfermedad y la nostal- gia del lejano mundo aristocritico del que provenia, fasciné al pequefio Kimitake, encerrado entre aquellas cuatro paredes, con el teatro kabuki y los cuentos de misterio del siglo xix. Ali aprendié a escapar median- te fantasias de gloria, heroismo y violencia de fantasti cos guerreros, y quizé entonces descubrié el infinito poder de imaginar mundos e imaginarse en ellos. En realidad, Mishima empez6 a ver ese «mundo virib, al que tan a menudo se refiere, a través de los ojos de una mujer, y accedié al mundo de la literatura gracias a las influencias y al apoyo de otra, su madre. Gracias a ella alcanz6 en parte un éxito que tuvo su gran apogeo en la década de los cincuenta, en que 15 Prblogo publica Confésiones de una mascara (1949), Sed de amor (1950), Colores prohibidos (1951 y 1953), Muerte en el estéo (1953), El rumor de las olas (1954), Seis piezas no (1956), BI pabellin de oro (1956), Los siete puentes (1958) y muchisimo més. Hay que tener en cuenta que mien- tras creaba literatura seria también escribia la destinada a revistas femeninas. En la década siguiente, La casa de Kyoko no tiene el éxito esperado, las ventas son bajas y ademis le rodea un comportamiento escandaloso, que no le favorece: sus posiciones ultranacionalistas —cuya postura queda reflejada en el ya mencionado relato Patriotismo—, el posado para el album fotogrifico Torturado por las rosas, al que pertenece la fotografia de la rosa en la boca a que me referi al principio. ¥ tuvo que responder ante los tribunales por difamacién. Aun asi publicd, entre otras novelas, El marino que perdid la gracia del mar (1963), El sol y el acero (1968) y la tetralogia, iniciada en 1965 y concluida el afio de su muerte (1970), El mar de la fertiidad. En 1968 podria haber sido premio Nobel, pero lo obtuvo Y. Kawabata que, siguiendo los pasos de Mishima, se suicidé en 1972. Fue entonces cuando cre6 su Sociedad de los Escudos (Tate No Kai) con cien hombres, bandera y uniformes. Fanatismo, locura © la aterradora sensacién de no pertenecer a ningiin sitio. 16 Prilego Los escritos reunidos en el presente libro los redac- t6 en el transcurso de los afios 1968, 1969 y 1970. El liltimo del libro también es el iiltimo de su vida, Estin cargados de expresividad, de energia. Se dirige a los j6- venes samurdis,a todos nosotros, de un modo que reve- la que quiere hacerse comprender, que quiere enten- derse a si mismo. Declara con fascinante sinceridad que casi ha acabado siendo como aquellos estudiantes mili- taristas que, en su juventud, le atacaban a él y a sus compatieros diciendo que era vergonzoso que en su escuela «existieran algunos literatos afeminados de tez palida», Escribe Nabokov en una de sus novelas que el mun- do es un perro que pide que jueguen con él. Y Mishi- ‘ma vivid como si jugara, hasta las iiltimas consecuen- cias, hasta perder la camisa © la cabeza, como fue el caso. Sélo parecié tomarse en serio la literatura. Me lo coniirma una anécdota que cuenta en la pagina 152 de este libro: «En mayo de este afio fui invitado a una reu- nién de estudiantes de la izquierda mis radical, con los que me enzarcé en un emocionante debate. Cuando transcribi tal encuentro en un libro, la edicién se con- virtié en un best-seller. Decidi, de acuerdo con los estu- diantes, repartir a partes iguales los derechos de autor. Probablemente con ese dinero habrin comprado cascos y fabricado cécteles molotov; yo, por mi parte, com- ” Prélege pré los uniformes estivales para la Sociedad de los Escudos.» Asomarse a estas piginas es asomarse a Mishima, un gran escritor, que nos ha legado la cara y la cruz de un espiritu que zozobré peligrosamente en la marea que nos Ileva. Clara Sanchez 8 INTRODUCCION Aquella soleada mafiana del 25 de noviembre de 1970, apareci6 en el centro de todos los telediarios el escritor Yukio Mishima, La noticia no era su literatu- 1a, sino un gesto protagonizado por é que verdadera- mente conmocionaria al mundo. Se le vefa en la imagen vistiendo un extrafio uniforme con doble botonadura y el hashimaki en la frente: la banda blanca con leyen- das que se colocaban los viejos guerreros japoneses antes de entrar en combate 0, mas recientemente, los, pilotos kamikazes antes de volar hacia la muerte. El suyo tenfa un sol rojo y, a simple vista, algo impercep- tible escrito en su idioma Mishima pronunciaba un discurso, de pie sobre el parapeto de una terraza alta. Parecia una arenga, pero sus palabras apenas se ofan debido al ensordecedor rui- do de los helicépteros sobrevolando la zona y las sire nas de los coches de policia y ambulancias que iban y venian. Los congregados alli, en el exterior, tampoco le escuchaban, y algunos se lo tomaban a broma o le insultaban, pensando que se trataba de otra de esas bra~ 19 Introduccién vatas o llamadas de atencién en las que tiltimamente venia prodigindose. El informador del telediario afia~ dio entonces: «Ante la imposibilidad de hacerse ofr, el esctitor guardé silencio y, desplegando una iltima mirada, dio media vuelta y entré de nuevo en el edifi- cio. En el despacho, delante del retenido general Kane- toshi Masuda y de algunos miembros jévenes de la Sociedad de los Escudos (Tate No Kai) fundada por el propio Mishima, se hizo el haraquiri’ en compaiifa de otro de los suyos, que también murié.» Fue, en efecto, el acontecimiento mundial de aquel 25 de noviembre de 1970. No se hablaba de otra cosa, En Japon, desde lucgo, pero igualmente en Europa y América. Entre nosotros, en efecto, la noticia no fue la litera tura de Yukio Mishima. La mayoria, incluso la gente Tetrada, ni siquiera habia oido hablar de él, y casi nadie lo habia leido. Las traducciones de sus obras eran esca~ sas en Occidente, y en Espafia apenas existian. Qué duda cabe, la informacién de la jornada fue —una vez mis— la espada japonesa. ¥ todo sucederia conforme Mishima lo habia planeado. Sabia que su actitud llama- ria mis la atencién si el destello frio y azulado de un "Cuando se habla de suiciio ritual de acuerdo a las normas establecidas por el cédigo de honor samuri, nos estamos refisendo a un verdadero acto lixirgico, por eso es mejor decieseppuku, kup o k-sumgo-bu, 20 Introduccién acero bien templado brillaba en el centro de la escena. Como en aquella ocasién en que, tiempo atris, con- versaba con una elegante dama de la nobleza inglesa sobre las espadas japonesas. Mishima cuenta la anécdo- ta eneste libro. Intrigada, le pregunt6: «Como se com- bate con esta arma?» Mishima —a la saz6n maestro de kendo— le hizo una demostracion al instante. Desen- vaind y, con rapidez, rasgé el aire imitando un golpe oblicuo. La dama se estremeci6, Escribe Mishima: «La sefiora palidecié y estuvo a punto de desmayarse. Entonces comprendi que lo que impresiona a los occi- dentales no es nuestra literatura sino nuestras espadas.» Esa es la raz6n, No nos sorprendia, ni siquiera sabja~ mos que el hombre que tenfamos delante habja escri- to més de un centenar de libros*, que habia sido poe- ta, autor teatral, director de escena y actor, que habia dominado como pocos el estilo arcaico japonés de los siglos x y Xl, que escribia en el barroco modo del Bn Occidente, a bibliografia mas completa que se conoce es la pubicada por su amigo Henry Scott Stokes, en su Vida y muerte de Yuio Mishima, Much= nik Editres, Barcelona, 1985, Scott proporciona la cronologia de 102 tialos del escrtor y la de sus obras completas (36 voliimenes) Juan Antonio Vallejo- Nigera, por su lado, proporciona una fotografia en su libro Mishima o l placer de mori, Planeta, Barcelona, 1991, En el pie dice: «Obras publicadas hasta noviembre de 1970, Doscientos cuarenta y cuatro volimenes. a Introduccion kabuki 0 que era un experto en actualizar el distante y hermético teatro no, que el popular drama de mario- netas no tenfa para él secretos, que intercalaba con pericia los diferentes estilos literarios modernos en varios niveles, y que Yasunari Kawabata —el primer premio Nobel de la literatura japonesa— dijo de él: «Un genio como el suyo Gnicamente lo produce la humanidad cada doscientos o trescientos afios»... Nada de eso nos impresionaba de Mishima aquel 25 de noviembre de 1970. Lo que nos hizo enmudecer fie su accién. Tal como quiso. En semejante hecho, tam- bién Yukio Mishima habia logrado su propésito. Por- que —y sin haber dejado munca las letras y el arte— ante todo habfa querido ser un hombre de accién: vivir y morir como el samurai que encarnd, Con este ademén, por tanto, se dio a conocer al orbe entero. «Dividi mi vida en cuatro rios —explicé—: El rio de los libros, el rio del teatro, el rio del cuerpo y el rio de la accién, y esos cuatro rios desembocan en el mar de ha fertilidad.» El mar de la fertilidad era una expresin clave y deci- siva en la vida y obra de Mishima. No sélo porque con ella auné el titulo de su preciada tetralogia (Nieve de primavera —una de las mejores novelas de la literatura universal—, Caballos desbocados, El templo del alba y La comupcién de un éngel —cuyo iiltimo capitulo entregé a 2 Introduccion su editor la mafiana del 25 de noviembre de 1970, cuando se encaminaba hacia el «incidente» en su coche blanco—, sino porque el mar de la fertilidad era para él Ja muerte que, sin embargo, tenia un auténtico signifi- cado vital. Lo habia tomado de la antigua selenografia de los astronomos Kepler y ‘Tycho Brahe. Parad6jica~ mente, el Mar de la Fertilidad es una zona desértica, sin vida, sin agua, sin aire... en la Luna, pero como lo es también el Sol o cualquier otra regién del cielo, a medida que remontamos las nubes y nos alejamos de aqui. La Tierra esta circundada por la muerte (El sol y el aceoP, y a medida que «ascendemos» (en todos los sentidos) nos encontramos con ella. Al escribir caia en la cuenta de que las palabras des- gajadas y solas corroen y desunen. Es cierto que ponen orden en el caos a fuerza de golpear contra su miste- rio, pero para domesticarlo y dominarlo por el mero hecho de satisfacer la voluntad de poder. Ligadas al ins~ tinto de sobrevivencia, manifiestan un desmedido deseo de vivir —que es lo contrario de lo que la vida Lis cits que hacemos de esta obra en el texto las extraemos de nucstras fichas,obtenidas de la edici6n italiana (Ciarrapico Ealtore, Milén, 1982). De EI sol yelaceo (Tyo 10 tetsu, 1968), existe una reciente versin castellana publi- cada ea la coleccién dirigids por Fernando Savater en Citculo de Lectores, Madeid, 2000. 3 Introductibn enseiia—... jAh, las palabras! Vela Mishima cémo en si mismo le decepcionaban, cémo eran gérmenes lentos de una enfermedad hacia la disipacién, cémo le hora- daban por dentro hasta el derrumbe que provocan las termitas. Advertia que le hacia falta algo mas que lo recondujera todo por el camino debido. Y en su inquietud descubre la accién. Ella le enseiia, le transfi- gura, le cambia. Decisiva, asi es, pero no sélo porque la accién le proporcionaba el sentido a su obra, sino porque en Mishima la accion recobraba su significado ultimo, el significado trigico y limpio de ropajes que ésta tiene: el verdadero, Para mi, dird: «La esencia de la accién era la muerte.» ¥ afiadi6: «Si las palabras se han corrompi- do es necesario ser fiel a la ética de los samurtis, actuar en silencio.» Morir. Pues... «morir joven es la cultura de mi pais», 2Es 0 habia sido? Mishima, desde Inego, notaba la diferencia, En el Jap6n moderno, que habia nacido de Ja posguerra, el presente de indicativo del verbo «ser» se habia trocado ya en pasado y comenzaba a olvidarse. Mas para dejar testimonio de lo contrario hizo Yukio Mishima lo que hizo y murié como murié. Esta trans~ formaci6n del escritor en el circulo de su vida fue lo que ya hace afios me inspir6 estos hai-kai: 4 Introduccion ¥ cuando la sangre se tifle del color de la tinta. Y cuando la tinta se tifte del color de la sangre. ALLA SOMBRA DE LAS HOJAS (HAGAKURE) Mishima reconoce en Confesiones de una mascara’ su primera novela autobiogrifica—, «desde mi infancia siento en mi un impulso roméntico hacia la muerte». :De donde le venia esta inclinacién que pre- maturamente confesaba? En su Arbol genealégico, el escritor y hombre de accién poseia dos ascendencias nitidas, dominantes, al menos en las que parecié verse mejor reflejado. Por via paterna (Azusa Hiraoka), campesina la una y samurai la “Kamen no kokuhaku (Confesiones de una méscan), escrito en 1948 y publi- cado en 1949..No es la primera novela de Mishima, pero si su verdadero pun to de partids, uno de los extremos del puente. Fundamental, en efecto, para centendelo y contrasar Ia transmutacién que experiment® su persona desde entonces hasta sa mute, 25 Introduccion otra, Su abuelo Jotaro, que provenia de una familia de campesinos, se licencia en Derecho por la Universidad Imperial, llegando a primer gobernador no militar de la colonia japonesa de la isla de Sajalin. Con esos estu- dios, Jotaro contrae matrimonio, en 1893, con una despierta joven Hamada Natsu Nagai, la futura abuela de Mishima, que tan importante huella educativa im- primira en la nifiez del escritor. Natsu pertenecia a un clan de renombrados samurdis, cuyo abuelo paterno habia sido un daimyo (sefior feudal), emparentado por casamiento con los Tokugawa. La vena literaria, en cambio, la presentia Mishima por su lado materno (Shizue Hashi), casada con Azusa en 1924. Un afio mas tarde —el 14 de enero de 1925— nacer4 el primogénito de este matrimonio, y a quien se le impone el nombre de Kimitake, «un nom- bre que —como sefiala John Nathan, uno de sus bid- grafos— reflejaba las pretensiones aristocriticas de la familia’ Shizue era hija de unos enseitantes de Con- facio; en este ambiente culto, la madre de Mishima pronto se aficionaria a la literatura, Fue a ella a la que el joven Kimitake, desde que éste comenz6 a escribir a los doce afios, y Inego ya con el sobrenombre de Yukio * eKimitakes queria decie sprincipe guerrero» (EI so y el acer). 26 Introduccién Mishima (Nieve sobre las Islas), Mevaba cada hoja de papel que escribja, primero —en sus afios adolescen- tes— para someterse a su juicio, después —en la pos- guerta— antes de salir publicadas, y siempre para conocer su parecer. Estas tendencias las reflejé en toda su literatura y en. el resto de sus obras. Y, entre otras, anot6 su sintesis y expres el entramado de su urdimbre en el Catilogo Tobu de la Exposicién de Tokio (del 12 al 19 de noviembre de 1970), poco antes del seppuku. «{Cémo se parecen literatura y agricultural —escribe—.Yo tra~ bajo como un jornalero, pero permanezco fiel a la éti- »'Y en Nieve de primavera enuncia la ca de los samur: nobleza que él defiende, una nobleza de campo, que por sencilla y austera, sin afectaciones, se muestra siem- pre inmune a la decadencia que entra por el refina~ miento, la vida cémoda y consumista, por el espiritu de los negocios y no por el de la donaci6n o la entrega. El campesino ve morir y renacer a diario las semillas que se corrompen, y él mismo aprende también a morir en la vida al enraizarse y proyectarse en sus cultivos. El samurii tiene a la muerte por compaiiera; mientras que la literatura y el arte van dando fe y s6lo muestran algo de lo que sucede por dentro. Los genes, la sangre, la educacién y también el ali- mento... Evidentemente era un samurdi de los de 27 Introduccion «pobreza noble», de los de alabanza de aldea y menos- precio de corte, mas, zestaba dispuesto de verdad a ser- lo, sobre todo después de haber sido su estamento sola- pado por el ejército de servicio militar obligatorio recién creado en las reformas acometidas por la restau- racién Meiji, en 1867, y definitivamente sentenciado tras el fracaso de la revuelta de Saigo Takamori y sus contra la adversidad?Y en el caso de decidirse, de comprometerse a ello, como quince mil samursis en 1877 logratlo en plena modernidad sin anacronismos o fan- tochadas, absurdos o fanatismos? Y es mis, za qué pre- cio? giba a poder estar a la altura del costo que un sauiurdi pagaba siempre por serlo? En suma: estaria dispuesto a vivir su condicién de ser actuindola con el ejemplo o simplemente a gustarla como una talentosa pieza literaria, a saborearla como una bonita interpreta- cién artistica? He aqui el dilema que se le planteaba: ser © aparentar. En una palabra: zqueria ser un samurii o un intelectual?, gpretendia concebir la vida como sacrificio © como el que se divierte con juegos diletantes ¢ irres- ponsables? En seguida iba a saber lo que suponia ser tuna u otra cosa. En esta opcién, en esta encrucijada y en su desenlace aprenderia Mishima a escribir, inter- pretar y consumar toda su tragedia. Tragedia al estilo Japonés, por supuesto, aunque también al estilo griego, como el propio Mishima reconocer mas tarde. 28 Introduccién Hemos hablado de genes y de sangre, hemos men- cionado la impronta educacional de su abuela, pero no hemos hablado del ambiente en el que el joven Mishi- ma se desenvuelve. Esos afios son los de la exaltaci6n imperial, los de la preguerra contra Estados Unidos y sus aliados, y los de Ja segunda guerra mundial. Reina por doquier en la sociedad japonesa un culto a lo heroico, a las viejas gestas, estin de moda las artes mar- ciales y los libros que hablan de samurdis 0 los escritos por ellos. Se les otorga a los oficiales del ejército de tie~ ra, mar y aire el honor de portar la (eclipsada) espada japonesa (katana) en lugar del sable con que se la habia sustituido. Eran momentos en los que los jovenes leian con admirada fruicién el texto que el miembro de la Academia Imperial, Inazo Nitobe, habia escrito con el titulo El Bushido (El alma del Japén), sobre el espiritu y el cédigo de conducta de los bushi © samuriis, los caballeros de Ia tierra del sol naciente. Y eran los afios en que, por encima de las lecturas que circulaban, se leia y celebraba el Hagakure, de Josho Yamamoto. Josho fue un samurai que vivi6 entre los siglos xvit y XVIIL. Servia a Mitsushige Nabeshima, segundo sefior del clan Nabeshima. Cuando Josho Yamamoto tenia cumplidos cuarenta y dos afios sintié la necesidad de morir mediante seppuku para acompafiar la muerte de su sefior. Pero algo se lo impidié. Mitsushige Nabeshima, 29 Introduccién antes de su partida, habia firmado una orden prohi- biendo a sus samurdis que se dieran muerte para acom- pafiar la suya. El fiel y leal Yamamoto, entonces, trocé la muerte ritual del seppuku de los guerreros por la muerte en vida de los monjes, se rasuré la cabeza y se retiré a una cueva, donde vivi6 hasta el final de sus dias. Alli, en la hondura de su gruta, comenz6 a ensefiar el renunciante Josho Yamamoto la esencia del Hagakure Kikigaki (abreviado, Hagakure) que, traducido, quiere decir: A Ia sombra de las hojas. Sus discipulos se encar- garian de recoger por escrito tales ensefianzas y luego publicarlas, lo que se produjo el séptimo aiio de la era Hoci, en 1710. Lo que —en resumen— sostenia el Hagakure era esto: «He descubierto —dice Josho— que la via del samurai (el bushido) es mori»; que entre la vida y la muerte «debemos escoger» esta segunda; que ante una situacién de crisis y entre dos caminos nos decantare- mos por «aquél en el que se muera mas deprisav; que «nunca la muerte es vanay; que «para ser un samurdi perfecto es necesario prepararse para la muerte mafia~ na y tarde, durante todo el dia», con lo que «debemos comenzar la jornada —sostiene Josho— pensando en la muerte» (...), «iniciar cada amanecer meditando tranquilamente, pensando en el dltimo momento e imaginando las diferentes maneras de morir, con 30 Introduccién cabsoluta lealtad hacia la muerte»; y por eso hay que permanecer atentos, pues «todos los oficios deben ser ejercidos mediante concentracién». «Uno debe tener la clarividencia de lo que va a ocurrit.» ¥ lo que nos va a pasar, tarde o temprano, es la muerte. De ahi que resul- te «absurdo aferrarnos a la vida, pues la perderemos»; y en ella ser bellacos con los demas. Entre las condiciones de los samurdis, menciona ‘Yamamoto en primer lugar ela devocién» y después la necesidad de «cultivar la inteligencia, la compasion y la valentia». «La inteligencia no es mas que saber con- versar... con los demis.» La «compasion consiste en actuar en bien de los demés comparindose con ellos y dandoles la preferencia (maltratar a alguien es una con- ducta digna de un lacayo)», sefiala en otro pasaje del Hagakure, Y «la valentia es saber apretar los dientes». Notamos en este texto cémo el amor y la muerte se parecen, ya que en ambas dimensiones siempre preva lece disposicién a la entrega absoluta, no permitien- do esa actitud que el egoismo prenda ni prospere. Sélo en el amor y en la muerte se esfuma la dialéctica, que es el origen de la division del mundo. Quien se apres~ ta a ganar la vida en seguida nota que al lado del prin- cipio que se afirma brota el que lo niega, ya que en la vida hay una pugna innegable por el poder, a veces sor- da, a veces manifiesta; y de ahi nace el antagonismo, el Introduccion conflicto y la exclusién. En cambio, si vivimos la vida aprendiendo en ella a amar y a morir, percibimos cémo por el amor y la muerte se superan los contrarios, no por su negaci6n sino por su unién, por la coincidencia de los opuestos (coincidentia oppositorum). A este respecto afir- ma el Hagakure: «Es malo cuando una cosa se divide en dos.» Para Josho Yamamoto los hombres deben llegar a la superacién de la dialéctica, trabajar la unidad y la ver- dadera paz, es preciso que los opuestos coincidan no por Ja negacién o la neutralizacién de los polos, sino por la aceptacién de aquello que somos: viriles los varones y femeninas las mujeres. Por el reconocimiento y cultivo de la polaridad que nos constituye. Ya que —segiin el Hagakure— no sélo tenemos cuerpos distintos, tam- bién son diferentes nuestros espiritus. Josho asegura que en su época las almas de los hombres se confundian y que el varén japonés se afeminaba, en tanto que la mujer también perdia identidad. Esto —el olvido del yin y el yang en cada uno— indicaba para el Hagakure el fin del mundo y la ruina. Frente a lo que no habia mejor antidoto que amar locamente 0 morir locamente (shinigurui). De todos modos amar y morir es lo mismo. Alimento de la juventud de aquella época, el Haga- kure lo seria igualmente de Kimitake Hiraoka. «Fue el we Introduccién libro de mi juventud solitaria (...), lo lefa desde los veinte afios (...), es el tinico que permanece en mir Mishima hace estas confidencias en la extensa intro- duccién (Hagakure Nyumon) que le dedicari a la obra de Yamamoto, en 1967, cuya reedicién es impulsada por él, pese a que en esta década el Hagakure sigue sien- do un texto maldito (en la posguerra fue prohibido). Su afecto hacia él, no obstante, se mantuvo después de Ja guerra, como declara expresamente en Las vacaciones de un excitor (1950). «Siempre al lado de mi escritorio.» 4] Hagakure es la matriz. de mi literatura», y sera final- mente el acicate de su transformacién y el padre de su accion. De un tipo de accion que «no puede expresar~ se con palabras» (Lecciones espirituales para los jévenes samurdis), que desde el alfa a su omega lleva implicita, en su esencia la muerte» (EI sol y el acero, 1968). ‘LA UNIDAD DE LOS CONTRARIOS En ha vida hay una tendencia a diversificar. Esto no es malo, El problema comienza cuando sometemos el orden de las diferencias a categorias, y més tarde Heva- mos todo a su enfrentamiento para, finalmente, hacer de la dispersion y de Ia quiebra la ley final. Dividir, separary chocar, he aqui la cuestién, Pensamos que este 3B Introduccion mundo esta sometido a esta logica de forma natural. Lo aceptamos como la condicién del vivir, tanto dentro como fuera de nosotros mismos, Mishima admite que éste es igualmente su punto de partida. En El sol y el acero escribe: «Lo antagénico... constituia (en mf) la verdadera esencia de las cosas.» EI hechizo es roto por el amor y Ia muerte. Mishi- ma parte del dato de saberse dividido, y eso no le gus- ta, adivina que debe actuar, buscarle las vueltas a este proceso que a todos termina destruyendo y siembra el odio en nosotros. Blige la vida como arte marcial en la que practicar el amor y la muerte: «El instante de Ja lu- cha en el que nace la victoria» La victoria de la reu- ni6n de los contrarios, la recomposicién de lo deshe- cho: un sendero de paz. Por la accién guerrera, gpor qué no? Sigfrido crea su ejército de Jeales con los ad- versarios que ha vencido, Cristo supera la dialéctica amando a sus enemigos, no respondiendo a la provoca~ cién, y muriendo. Mishima se inclina por la via del cuerpo y del kendo (via de la espada o véa que corta... las ilusiones), en el cerco, en el dojo del amor y la muerte. Sabe que es accién lo que puede vencer sus antagonis- mos, y accién de samurdi, cuya palestra es el sactificio, el dolor, el servicio, la donacién, el olvido de sien afe- rratse a vivir, y cuya amante «profesin es morir». Por- que en nuestros egoismos y apegos a la vida se dispa- 4 Introduccion ran y potencian los males de la dialéctica que nos asti- lan y desgarran. «En algiin lugar —me decia a mi mismo (en El sol y el acero)— ha de existir un principio superior que con- siga unirlos a los dos (contrarios) y reconciliarlos. »Este principio —me golped en la mente— era la muerte.» (.) «Vivimos en una época de existencias absolutamen- te... ambiguas —escribe Yukio Mishima en Lecciones espiriuales para los jévenes samurdis—. Rara vez nos enfrentamos con la muerte (...). La vida humana esta estructurada de tal modo que sélo si tenemos la opor- tunidad de mirar de frente ala muerte podemos medir nuestra auténtica fuerza y comprender el grado en que nos aferramos a la vida... (y) para probar la resistencia de la vida es inevitable encontrarse con la dureza de la muerte (...). El valor de un hombre se revela en el momento en el que su vida se enfrenta con la muerte.» Esta es la razén por la que ama y muere Mishima. En su accién, el amor y la muerte son fieles a su her- mandad honda. Escribir’ en El marino que perdié la gra- cia del mar: «Como le sucede a un hombre que se sabe moribundo, sentia la necesidad de oftendar su ternura 35 Introduccién a todos por igual.» Pero Mishima ama y muere no por un ideal ajeno, sino porque est4 enamorado del amor y de la muerte. Nos daremos cuenta de que no es una frase hecha. Entre otras, cuatro son las fracciones dialécticas pri- mordiales que enfrentan a Yukio Mishima consigo, y que él se plantear4 resolver. Evidentemente, sus diso- ciaciones internas adquieren el signo que toman desde el justo momento en que nuestro hombre se decanta u otorga su preferencia a una de sus pulsiones personales. Es un samurii por educacién, sangre y genética, y anhela sentir aquello que es: ser fiel a su identidad. Ahora bien, esta predileccién de énimo hace de inme- diato que su ser se acople conforme a una serie de polaridades y contrarios que a renglén seguido irin cobrando presencia en él, y que, en conjunto, configu arin su personalidad tanto interna como externa, Crecerin, como nos sucede a todos, hasta alcanzar la categoria de verdaderos gigantes que vencer. El como y el modo de esa victoria serin las auténticas claves de nuestro triunfo o de nuestro fracaso.Y ya hemos sefia- ado dénde radica uno y otro. En la integracin sin fisuras o en la definitiva descomposicién de nuestra compleja y variada realidad. Ya hemos dicho que Mi- shima buscara el primero de los caminos, algo por otra parte muy japonés, al vivir los japoneses desde 36 Introduccion tiempos inmemoriales y de modo tan acendrado el signo de la unidad y del grupo, frente a las disgrega- ciones y los individualismos occidentalistas. Por consi- guiente, Mishima procederi a la rectificacién de sus contradicciones por el ejercicio y la asuncién de la via del samurai. Desde esa decisién, todo adquiriri en él os tintes propios de semejante vocacién, de semejante carne. la muerte, como en todas las vias, configuraba Ia esencia de la suya. La mayoria de los hombres soslayan sus ecuaciones internas y no someten su persona a examen. Pasan la existencia midiendo y radiografiando la vida de los demis, perdiendo su tiempo y dafiando. No hay modo asi de mejorar. Transcurren por el mundo con inercia. Pero, como se lee en el Hagakure, «a energia es el bien, la inercia es el mal». Mishima pues va directo a lo que importa. Por eso sus gestos, ademanes, obras y escritos nos offecen una riqueza extraordinaria de matices psi- colégicos y espirituales. Un conflicto dialéctico que s6lo lt accién resolvera. Hace de su vida, por ello, un simbolo. «Quiero hacer de mi vida un poema», respon- deri. Atrae nuestra atencién sobre estas cuatro contrarie- dades. Primero: quiere ser un samurai clisico, pero sus inclinaciones adolescentes y juveniles predominantes le niegan expresamente esa posibilidad. Segundo: no hay ” Introducci6n unién, hay una zanja entre el espiritu y el cuerpo, lo que para Mishima es malsano, como para cualquier mistico, cualquier enamorado, cualquier guerrero 0 cualquier verdadero poeta. Tercero: el escritor se da cuenta de que las palabras aspiran a sobrevivir por enci- ma de todo, que el arte se quiere un fin en sf mismo, y que ambos —sin percatarse de su irresponsabilidad— tienden a sustituir la realidad por la ilusién; zcémo lograr entonces que las palabras y la belleza sean ve- hiculos leales, no traicionen su accién escogida y, to- davia més, se conviertan en fieles transmisores de ella? Cuarto: siempre Io de dentro se complementé con lo de fuera, el misterio de la creacién se daba a conocer mediante su manifestaci6n exterior, todo ello sin dispu- tas; pero leg un momento en que, por una parte, las culturas tradicionales empezaron a considerar una ba- jeza el espectaculo o el teatro, y, por la otra, las culturas modernas comenzaron a profanar lo sagrado y a vaciar la intimidad con la hipertrofia de lo pablico; ajeno y equidistante hacia ambas posturas, Mishima consigue de nuevo que lo de fuera exprese lo de dentro sin man- charlo, logra la restauracién del mito antiguo median- te la exhibicién de una estética moderna sin herir su sactalidad, y sostiene que hay un punto donde la quie- tud y el movimiento se unen, gcémo lo consigue? La singularidad de Mishima, su inteligencia, su cor- 38 Introducci6n dura, su fuerza es no dejarse levar ni envolver por las trampas de la dialéctica, que fragmentan y disuelven el mundo, y nos zarandean. Lo hemos dicho. Quiere vol- ver ala unidad, no se conforma con la disociacién: la padece, sabe que le tiene sometido, pero anhela supe- rarla, Nada mejor, entonces, que enfrentarse a ella por la esgrima, por el arte marcial, por la accion. No se tra~ ta de abismar definitivamente esta division que a la dia léctica le agrada generar por doquier, no se trata de matar a una de las «partes»; se trata de reunir otra vez en ha fragua los componentes de un solo metal, los tro- z0s rotos en un nico acero. Por consiguiente, habri que descubrirlos, mostrarlos cruda y sinceramente, sin autoengatios, sin cegueras, para de inmediato, a fuego vivo, fundirlos y templarlos después. Desplegar ese panorama, indicar su accién y acometerla es la vida y obra de Yukio Mishima. PERO NO SABIA MORIR Queria ser un samurdi desde mucho antes de su adolescencia. «El objetivo de mi vida era alcanzar todos los atributos del guerrero», escribe Mishima en El sol y el acero; pero desde su més tierna infancia ya portaba en él todos esos ingredientes de la neutralidad 39 Introduccién que se lo impedian, y que el Hagakure denostaba sin paliativos. ‘Apenas con cuatro afios de edad —cuenta en Con- fesiones de una méscara—, qued6 cautivado por una ilus- traci6n maravillosa: un caballero blandfa su espada montado sobre un caballo blanco. «La coraza de plata que levaba el caballero ostentaba un hermoso escudo de armas (...). Crefa que lo matarian al instante —sigue escribiendo toda seguridad lo veré morim... Concluye: «Parece un : si vuelvo la pagina rapidamente, con hombre, pero es una mujer. Verdad. Se llamaba Juana de Arco.» ¥ unos parrafos mis arriba puntualiza: «Sus~ piraba por una vida que me permitiera contemplar la durante todo el dia.» Cuando Mishima ter- mina de escribir este libro (1948) tiene veintitrés afios. ilustraci No son recuerdos lejanos los que tiene. Es un joven en el que atin permanece una ambigiiedad no decidida, con ciertos y confesados afectos homosexuales. El Hagakure, que tan poderosa influencia ejerce en él, le muestra lo que debe hacer si pretende ser un verda- dero samurai: debe estar dispuesto a no sustraerse a los sacrificios, no eludir los sufrimientos, fortalecerse en el dolor, vivir aprendiendo a morir instante a instante y, sobre todo, estar suficientemente preparado para, lega- do el caso, ser capaz de hacer sepukku. Para ello —y Jo- sho Yamamoto (su maestro distante) también lo repi ” Introduccién te—, todos los samurdis saben que han de ser podero- sos y firertes en sus cualidades viriles, estar provistos de una energia especial, de un espiritu distinto, ya que como «mujeres» u hombres afeminados fracasarian. No en la muerte, ciertamente, porque las mujeres también saben morir; pero no estarfan a Ia altura del seppuku, como los varones no estan a la altura de los partos. Para el seppuku —recuerda Yosuke Yamashita— hace falta una fuerza increfble. Por otro lado, es verdad que Mishima sentia desde su infancia un impulso romantico hacia la muerte; no obstante, igualmente aqui habia una enorme distancia entre el dicho y el hecho. En esos afios, y ya tomando en sus manos el lenguaje de los simbolos, confiesa que sentia una franca hostilidad hacia el sol, que para él jams se habia disociado de la imagen de la muerte» (El sol y el acero). Al contrario, «deseaba ardientemente la noche y el crepisculo» (El sol y el acero). Eso indica~ ba que la muerte que le rondaba en su mente no era, ni mucho menos, la muerte de un samurdi sino la de tun desesperado, de un joven que anhelaba verse de in- mediato aliviado y liberado sin esfuerzo «del pesado fardo de la vida». Sofaba con morir «sensualmente», conforme «al credo de la muerte que era tan popular durante la guerra», dice Mishima en Confésiones de una mascara, Paradéjicamente, sin embargo, «cuando sona- ” Introductiin ban las sirenas me lanzaba hacia los refuugios antiaéreos mis rapido que ninguno». En esta misma linea, admiraba a los pilotos suicidas, (kamikazes) del Cuerpo de Ataque Especial creado por el almirante Onishi, en una de cuyas fibricas de pro- duccién de Zeros trabajaba. Confiaba morir en el fren- te de cualquier forma heroica y répida. (Seguia con «mi esperanza de morir de una muerte facil».) Hasta que un 15 de febrero recibié un telegrama con la orden de alistamiento. En breve, ctuz6 el umbral del cuartel con una entusiasta despedida de sus amigos y las secuelas febriles de un resfriado recién cogido en la fabrica y curado precipitadamente la vispera. Llegé la hora del reconocimiento médico. Desnudo, mientras aguardaba, iba estornudando sin parar. «La fiebre, que s6lo habia sido contenida, volvi6.» El zumbido de sus bronquios, la alta temperatura, un pafiuelo manchado de sangre de la nariz y un anilisis condujeron a un médico inexperto al «diagnéstico equivocado de tu- berculosis». Sin el menor énimo de deshacer ese en- tuerto, Mishima call6 hasta cierto punto satisfecho con el equivoco. Con lo que ese mismo dia fue mandado ade vuelta a casa» con la indicacién militar de no ser apto para el servicio. «Una vez que dejé atris las puer- tas del cuartel, eché a correr —relata Mishima en sus Confesiones...— por la desnuda y ventosa cuesta que 2 Introduccion bajaba... mis piernas me Ievaban a toda prisa hacia algo que de todos modos no era la Muerte; fuera lo que fiuese, no era la Muerte.» Desde luego, no era todavia un samurai. ¢Cémo lle- 6 a serlo y a hacer lo que hizo: morir, veintidés afios ms tarde, por seppuku? Como él mismo indica en este libro de sus confesiones —auténtico punto de parti- da— cl trecho entre su desarreglada adolescencia y su acabamiento babria de ser atin largo. Le faltaba el coraje fisico suficiente para soportar el sufrimiento y asumir el dolor dentro de si, adecuados inherentes al rito de transformacién, de muerte y resu- rreccin, que conlleva toda iniciacion antigua (El sol y el acer). Tenia que hallar el medio. Llegaba a la de- terminacién de que su impulso romintico hacia la muerte le exigia un cuerpo estrictamente clisico como vehiculo». flaccida 0 débil y la muerte era inapropiado» (. caquella inadecuada relacién me habia _permitido pues «el encuentro entre una carne sobrevivir a la guerra», sentenciaba en El sol y el acer. Ni el pensamiento, ni la palabra ni la literatura aislados, que para Mishima pertenecian a a noche, eran sufi- cientes para proveerle de un cuerpo apropiado, antes al contrario seguian siendo los garantes de su flaccidez y a la larga, permitiendo el desarrollo de vientres blandos y prominentes, serfan los favorecedores de las ilusiones, 8 Introduccion las emociones débiles, los egoismos y la indolencia espiritual. Las palabras precedian al lenguaje de la car- ne¥ para redondearlo habia que proporcionar al cuer- po el mismo valor que tenia el espiritu. Esto lo apren- deria de los griegos en 1952. «A pesar de ser un hombre —escribe en Lecciones espirituales para los jéve- nes samurdis—, me parece del todo natural pensar que un cuerpo perfecto contribuya a elevar el espiritu y que, al mismo tiempo, se deba ennoblecer el cuerpo perfeccionando el espiritu.» Sin duda, la idea era arcai- cay era griega, mas para Mishima realizable a través de una versién olimpico-oriental, ciertamente novedosa en su entorno japonés; mediante Ja unién simultanea de la palestra atlética y las artes marciales. Hasta ese momento, los cultivadores de artes marciales —segan a ~ no se ejercitaban para el cuerpo, sino «como una forma de afirmacién de los principios (0 energias) espirituales», Pero para Mishima los musculos adqui- rian el valor de ser «fuerza» y eformay; y al emerger, tanto hacian sus paces con el sol como emparentaban con el acero. Desde 1955 practica por igual la gimna- sia y el kendo.Y mis adelante escribira, extrayendo de sus experiencias, estas palabras: «Al ejercitar la propia faerza, los misculos se convertian en los rayos lumino- sos que daban su forma al cuerpo.» El sesgo de los acon- tecimientos le obsesiona y va sacando tiempo hasta Ile- “ Introduccion gar a escribir: «De la palestra a la escuela de esgrima, de Ia escuela a la palestra» (El sol y el acero). La accién que emprendia le era valida a Mishima para afrontar conscientemente su pulsién femenina que, como artista, sentia desmesurada, asi como sus den- sos apegos homosexuales. Asumiidas ambas por él como defectos de su personalidad juvenil, puso todo el empe- io debido, su voluntad férrea, para reconducitlas. Su feminidad hasta el término justo de no sobrepasar y anular su virilidad como var6n, integrindose a ésta; y su homosexualidad hasta disiparse completamente como tendencia tentadora. Literariamente, en seguida abordé cara a cara el asunto en su célebre novela Colores prohi- bidos, 1951 y 1953, atin no editada en Espafia. Mientras que por el lado de su accién y el cariz que ella iba tomando, pronto desaparecieron como si nunca hubie- ran estado ahi. Mas adelante, cuando algdin que otro periodista occidental replanteaba —persistente— la homosexualidad de Mishima, su mujer, Yoko, quedaba muy extrafiada, Reconocida esta pretendida inclina~ cién homosexual por el propio Mishima en Confesio- nes de una méscara, pronto quedé disuelta en el proce so de transformacién heroica al que el autor sometié su vida. A ese respecto, tienen un enorme valor testi- monial las declaraciones de Akihiro Maruyama, des pués Miwa, actor «femenino» de fama mundial del tea~ 6 Introduccion tro japonés, y a quien se le atribuia una relacién amo- rosa con su amigo intimo Yukio Mishima. Cuando a su paso por Espaiia, en junio de 1987, fue preguntado por Jos profesionales de los medios sobre esa presunta rela- cién entre ambos, Miwa —desmintiéndolo como «un invento de la prensa sensacionalista-— afiadi6: «Mishi- ma era un hombre con muchas caras, tanto en lo pri- vado como en lo piiblico. Creo que la persona que mejor le conocié fii yo, pero no, nunca hubo sexo entre nosotros» (Diario 16, Madrid, 10 de junio de 1987). Igualmente, carecen de fandamento, sin que lle- garan a probarse jamis, las hipotéticas relaciones homo- sexuales entre Mishima y el lugarteniente del Tate No Kai (Sociedad de los Escudos), Masakatsu Morita. Ni siquiera lo pudo probar el extenso informe policial que siguié al «incidente». En este caso, toda la confusién proviene de que Morita muriera con Mishima aquel 25 de noviembre, también por seppuku; y que aquel joven de veintitrés afios tuviera cierto parecido fisico con Oni, el personaje de Confesiones... de quien se enamora carnalmente el protagonista del libro. Es necesario desmentir, por tanto, que el seppuku de Mishima contuviera cualquier tipo de insinuacién en este supuesto. 6 Introduccion EspinITUY CUERPO En los procesos inicidticos no se concibe la persona sino como una entidad, como un ser, nunca desgajada En virtud de su realizacién, cada persona, mediante tuna simbélica y real sucesién de muertes y renaci- mientos, va paulatinamente acabandose, termindndose 0 cincelandose conforme a su destino. Es asi cémo des- de h adolescencia el iniciado llega a la meta de su carrera en la vida, encontrandose al final con la dltima de esas iniciaciones —esta vez decisiva— en la que la muerte y el renacimiento que se producen dan por concluida aquella sucesién de iniciaciones vitales. Por esa causa, en el seno de las concepciones tradicionales primigenias, o atin no contaminadas, nunca se hablaba de «cuerpo» y «espfrituy como de dos cosas distintas, sino —como decimos— de un ser. De ahi que en cada iniciacién (muerte y renacimiento) cuerpo y espiritu fueran siempre juntos, no desligados, de modo que morian «ambos» y renacian «ambos», siempre a la vez, al unisono.¥ esa es la raz6n por la que Ia doctrina de la resurreccién nacié de ta realidad iniciética, mientras que la de la reencarnacién lo hizo de su negacién. Sen cillamente, porque con la resurreccién el cuerpo y el espiritu del ser permanecen unidos, en tanto que con Ja reencarnacién queda sancionada su separacién, "7 Introduccién viniendo en este caso el espiritu después de la muerte a encarnar en otro cuerpo diferente del que tuvo en la vida anterior. ‘Como guerrero, como samurdi, Mishima crefa que la vida era una escala de acciones iniciaticas, las cuales iria traspasando. Al hacerlo, no sélo se vefa renacer en «espi- itu» sino también en «cuerpo». Moria enteramente y renacia enteramente. Resucitaba.¥ en el nivel que iba adquiriendo su maduracién —hay que seguir releyén- dolo en El sol y el acero—, Mishima considera inadmisi- ble seguir viviendo una dualidad semejante, o que ésta adquiera —como sucede en nuestro partido mundo— una forma absoluta. «El enigma estaba resuelto; la muer- te era el inico misterio.» Sélo la muerte une cuerpo y espiritu; de hecho es el cruce —en la prueba limite— donde ambos se encuentran mis juntos que nunca.Y asi renacen. Mishima, al recuperar la pristina idea del gue- rrero, del mistico o del poeta mis pegados al origen del mundo, sabe que no esti lejos de la Grecia prehelénica, pero no se ha dado cuenta de hasta qué grado se mues- tra aqui cristiano. Es cierto que en El mar de la fertlidad recurre a la reencarnacién de su personaje principal para hacerle vagar —en espiritu— de una novela a otra; sin embargo, no era mis que un recurso literario. Eso seguia perteneciendo a la noche de la literatura, a las imaginativas y engafiosas palabras solas. El, merced a la 8 Introduccion accién que lo estaba madurando, no crefa en la reen- carnacién para si: declaraba que su espfritu y su cuerpo eran intercambiables, y que su espiritu no seria nada sin su cuerpo y que su cuerpo no seria nada sin su espfri- tu.¥ como unidad debia morir. No comparte la idea del cuerpo que rige en el ‘Japon de la posguerra, ni en la dominante de los afios siguientes. Ni en a budista, que en favor del espiritu dice que el cuerpo no cuenta; ni en la americanista, para la que lo espiritual no existe, Que el espiritu ascen- diera y trascendiera solo, en las regiones de lo supremo ¢ inefable, dejando atrés u olvidado al cuerpo, era inad- misible para Mishima. Era insatisfactorio y sentenciaba la dicotomia dialéctica que devora el mundo. El budis- mo no ve la unién del cuerpo y el espiritu. Tampoco el americanismo. Dolientes escaloftios le producen a Mishima el mito americano de Marilyn, da mujer cuya imagen fisica fue brutalmente vendida sin la menor consideracién hacia su espiritu». ¢Quién no Mora por esto? En su Japon actual conviven, pues, la mentalidad budista que desprecia el cuerpo con la difusién del hedonismo materialista que llega de América... Lo auténtico japonés para Mishima es lo que no se ve’s “Michel Random, Jap la eststepia de to invisible, Eyras, Madrid, 1988, 0 Introduccién pero que él exhibe con su cuerpo. Esa exhibicién saca a la luz el verdadero y eterno espiritu japonés. Mishi- ma no es espiritualista como los gnésticos, para quie- nes el cuerpo es la carcel del alma y el espititu s6lo esti bien cuando se presenta desligado de la carne o del mundo; tampoco es de los materialistas que han decre- tado la ausencia del espiritu —o de lo sagrado— en todos los rincones de la vida, desde la politica a los genes. Para Mishima no es suficiente con que el espiritu se Ievante solo a los cielos, porque en ese caso la muerte no se revela claramente. Es ficil adivinar la causa, ya que por inmortal puede experimentar los cambios, pero no la muerte en si. Al contrario que el cuerpo, el espiritu puede seguir respirando en los ambitos donde reina lo irrespirable, la muerte. Si el espiritu asciende solo, el «principio unificante rechaza mostrarse», lo que es atin peor que cualquier otra cosa. No obstante lo dicho, Mishima no se conforma con proporcionar al cuerpo una mera compaiiia al lado del espiritu, aqui y lo que es més dificil— en las regiones de ultratum- ba. No, busca comunicar a la carne una trascendencia necesaria, busca «transferir al mundo del cuerpo lo que éste ya tenia en el mundo del espiritu». Esto es: su per- fecci6n, su incorruptibilidad, su presencia volétil, su inefabilidad, su materia inmaterial, su lugar sin espacio, 50 Introduccion en suma, su milagro, :Descabellado? No tanto, cuando los catélicos admiten a la Virgen Maria y a su divino Hijo en «cuerpo y alma en el cielo. A lo mejor es por- que era asf antes, gquién sabe? Por tanto, Mishima no se conforma con que el cuerpo sobreviva a la muerte, quiere que trascienda, que el cuerpo se espiritualice y que el espiritu se corporeice. No es ésta la primitiva religién? ;No dijeron los Padres griegos de la Iglesia gue Dios se hizo hombre para que el hombre se hicie- ra Dios? ‘Yukio Mishima encuentra un modelo cabal sobre el que meditar y al que imitar en la figura de san Sebas- tin del pintor Guido Renzi. Le persigue desde su ado- lescencia. Es la belleza del cuerpo martirizado por sus enemigos, pero su imagen es la de un cuerpo negado y afirmado a la vez. Mishima se retratara y se mostrara como ese san Sebastian en las exposiciones que hace de su cuerpo, como anuncio de su muerte ahora ya difun- dida a los cuatro vientos, si bien con una variante: las flechas clavadas en el San Sebastién Mishima indican el recorrido que necesariamente hard la espada cuando ésta corte su carne en el seppuku. El espiritu hace el sacrificio del cuerpo para que éste suba con él a las regiones de aquél. Una experiencia de vuelo en un F104 le resultaré iluminadora. Quiere Ilevarla a cabo porque intuye que, st Introduccion con ella, lo comprendera todo. Alli encontrar la res- puesta, una respuesta que, sin embargo, lleva dentro de si como Mishima declarara. El reactor deja la atmésfe- ray penetra en las regiones del cielo donde Gnicamen- te el espiritu puede seguir viviendo y donde el cuerpo no tiene aire para respirar. El avién brilla al sol como el acero, Se asemeja a una espada que surca la muerte, y él esta dentro de ella, bafiada por los rayos. Destella En esa altura se da cuenta de que el espiritu y el cuer- po estin unidos, unidos jen los mbitos de la muerte! La alegoria es oportuna. Y entonces Mishima escribe: «Mira aqui, cuerpo —decfa el espiritu—. Hoy ta vie- nes conmigo, sin quedarte atrs ni un milimetro, hasta los mas elevados confines del espiritu.» «Fue en ese momento cuando vi la serpiente, aque- Ila enorme serpiente (...) de nubes blancas circundan- do el globo, que se mordia la cola, moviéndose conti- rnuamente, eternamente ( »Si el gigantesco anillo serpentino que resuelve todas las polaridades entré en mi cerebro, es natural suponer que existiera ya (...). Era un anillo mas gran- de que la muerte... era sin duda el principio de uni- dad, que se fijaba en el cielo resplandeciente» (El sol y el acero) 32 Introduccién Logré esa unidad, Antes de morir y después. De ella da fe la vida de Mishima y la aparicién que tavo Yasu- nari Kawabata de su amigo una vez muerto. LO BELLO ES MI MORTAL ENEMIGO Hemos Ilegado a una situacién en que las palabras apenas pueden algo frente a las contradicciones del mundo. Bastante tienen con sobrevivir. Mas que sélo palabras, lo que el mundo necesita ahora es otro len- guaje que permita una mayor fuerza expresiva. Una segunda lengua mis auténtica que la primera. De nuevo se enfrentari aqui ante otro dualismo sobre el que se debatira largo tiempo. Reconocia que las palabras son termitas e ilusiones, aparentes realida- des, cuando se presentan desligadas de la accién. («Me identificaba con las palabras; y ponia al otro lado la rea~ lidad, la carne y la acciém», El sol y el acero). Pero la acci6n, la realidad y la carne no son nada si, por si mis- mas, no dan lugar a la inspiracién de un poema que perdure, a un mito eterno. Se encuentra con que el Hagakure sostiene que el arte y el verdadero samurii son incompatibles. Con esto discrepari Mishima. Entre una y otra tirantez (siempre la coincidencia de los opuestos), Mishima cree dar con la soluci6n en la pric 33 Introduccién tica del bunburyodo, en la «doble vida de las letras y las artes marciales», De esta suerte, ni el arte se presenta desprovisto de accién, ni la accién de arte. «Para mi —seribe en El pabellin de ore—, la accién era algo esplendoroso que debia ir acompafiado de un len- guaje esplendoroso». Inseparables, por tanto, al igual que lo fueron el dltimo dia sobre el parapeto, la accion y la palabra; aquel 25 de noviembre en el que una proclama escrita pendia a los pies del Mishima que hablaba, poco antes de morir. Sus libros, ya novelas, teatro 0 ensayo, fueron un constante cortejo con la muerte, una muerte, por otra parte, a cada instante amplificada en su expresividad estética durante la dltima década de su vida. En Uitimas palabras de Mishima, de Furubayashi Takashi y Kobayashi Hideo (Feltrinelli, Milin, 2001) ya no hay dudas. Saliendo al paso de esa pregunta, responde a los dos critics literarios: «Pienso después de todo que pluma y espada no pueden sepa- rarse. La via de la pluma y de la espada es un dualismo muy dificil de interpretar. La pluma y la espada han sido momentineamente desligadas, pero finalmente deberin unirse en una Gnica direccién.» :En la del doncel?, gen la del Amadis? zen la de la muerte caballeresca? gen el seppuku? Gracias al bunburyodo, el pensamiento, la literatura, el arte «nocturnos» del espfritu intelectual sin cuerpo y au Iutroduccién compromiso van cediendo el puesto a esta otra segun- da lengua que brota vigorosa y a pleno sol. («Emerger s uns tarea solar, dir), Resucitaba una lengua muer~ ta posefda de una locuacidad superior.Y en ello habia tenido mucho que ver la «disciplina del acero». Hablaba ahora no Gnicamente la pluma en sus manos, hablaba el gesto, la mirada, el ademén, la corporeidad entera, su voz e, incluso, su silencio. Sobre todo su silencio. Era Mishima palabra total. Se habia operado en él un gran arquetipo: lo efimero era capaz de expresar lo eterno, Jo natural lo sobrenatural... lo moderno la tradici6n. Conseguia ser, como ningéin otro lo ha sido en nues- tro tiempo, el arquetipo de la posmodernidad. La modernidad quiso matar lo antiguo y Jo antiguo no quiso saber nada de aquello que se le oponfa. En la posmodernidad, en cambio, conviven los contrarios como si quisieran vivir pacificamente a fuer de indife- rentes uno del otro. Lo antiguo aqui sigue estando pre~ sente, latiendo en la modernidad, aunque no reparemos en ello, hasta el punto de que puede darse el caso de que se comuniquen mutuamente sin contradicciones, en armonia, finalmente. Eso es lo que consiguié Mishi- ma con su sacrificio, con su arte. Mishima no dejé de ser moderno para lograr expresar el mito arcaico, origi- nario, antes a la inversa. No se manifesté en él una «con version» sino la transmutacién del héroe. En nuestro 35 Intreduccién presente es donde hemos de descubrir lo sagrado, no en el pasado ni esperar que nos sobrevenga en el futuro. Aqui y ahora. Si no somos capaces de encontrarnos ahi, en el presente, con lo divino, dentro de nuestro ser y de nuestra propia condicién, no nos lo encontraremos nunca. Por eso es nuestra época, para nosotros, la mejor y la mis divina, como lo fue para Mishima la suya, de todas cuantas ha habido y habri. Permanecemos en el origen. Dios no va ni viene; el Ser sigue en su sitio, y nada ni nadie ha dejado de estar en él. El exhibicionismo de Mishima es espectaculo mo- dermo, su estética parece narcisista, su seduccién cos- mética. Mis que predicar y Hamar a la meditacién tras- cendental interiorizada, de espaldas al mundo o de ser anacr6nico, teatraliza, hace mascaradas, escandaliza en los escenarios, inaugura exposiciones fotogrificas de si mismo. ;Cémo hace esto un samurdi? Ni los de dere- cha ni los de izquierda lo entienden. :Es de verdad lo que dice ser y encarnar, un bushi? Es moderno y, sin embargo, desde su modernidad a ultranza hace sobre- salir el mito perenne de extrema pureza. Se hace foto- grafiar desnudo, con las joyas de su mujer, con una espada del siglo xvt sobre la nieve, la misma que por tard el dia de su muerte... El espejo, la joya y la espa~ da son los simbolos de Japén. Los plasmaba Mishima, los resaltaba, los actualizaba, como si nos estuviera 56 Introduccién asi son hoy! jahi estin! jvedlos! «Conseguir que esto que nosotros llamamos vicio vuelva a quedar- se en lo que originariamente fue, es decir, que vuelva a pasar de Ia energia al estado puro...» (El pabellén de oro). Es la tradicion, es lo puro, que vuelve con renglo- nes torcidos, sobre Ia blanca nieve, sobre la muerte. EI Shinto nos relata algo sobre el origen de Japén, allé en los tiempos en que también los dioses y sus islas resplandecientes tuvieron que atravesar por una crisis. ‘Amaterasu, la Diosa del Sol, la antepasada directa del linaje imperial, se oculté en una cueva, despechada. La tierra qued6 en tinieblas. Todos sin luz, hasta los dioses. Entristecidos, hicieron lo que pudieron para que Ama- terasu saliera de sus reclusién voluntaria y el sol volvie~ ra a lucir. Pusieron reclamos: aves, piedras preciosas, lienzos blancos; hicieron oraciones. Nada. Hasta que comenzé la danza de una diosa desnuda... Los alaridos de los dioses ante ese baile despertaron la curiosidad de Amaterasu, que asomé su cabeza fuera de Ja gruta para ver qué sucedia. Un espejo fire colocado entonces ante ella y viendo su puro resplandor sali6. Las oscuras som- bras se retiraron y torné el sol naciente a iluminar la tie rra japonesa cual una joya... Luego, mis tarde aparece- ria la espada en el vientre de un dragén. Es que quiso Mishima que Amaterasu volviera a salir? La alegoria es tentadora, pero Mishima ni siquiera pensaba en eso. 3” Introduccion Sencillamente era su explicita modernidad, su arte, su accién que daba a conocer el «estado puro». No sélo vefa —y nos lo dejaba ver a nosotros— que en lo superficial sale a flote el hondo misterio sin nece- sidad de hacerse monje, ni de ser un espeledlogo del pensamiento; notaba que la rosa al abrirse no hace dife- rencia entre el adentro y el afuera; y en lo mis alto, a bordo y en solitario de su F104, percibia cémo no hay diferencia entre el movimiento vertiginoso y el reposo © la quietud... La vida es asi, tan cerca se halla de la muerte, que no es otra su condicién mis que el morir. Siempre a vueltas con la paradoja.Y cuando apreciamos en propia piel que lo limitado e insignificante, lo efi- mero y tangible... el cuerpo, expresa lo ilimitado y lo grande, lo eterno ¢ invisible... el espiritu; cuando vemos que nuestros ojos ven lo que antes no vefan y que nues- tro intelecto advierte lo ignoto y vetado, que lo oscuro es luz, y lo cerrado se abre, entonces tengamos la certe- za de que la muerte no esta lejos, que esta cercana, jus- to al lado, en nosotros. En esta ocasién vivimos en ple- na vigilia el trance de los misticos, sin necesidad de adormecimientos, en estado zénico. Todo es espiritual; el alma y el cuerpo, el ser por entero es ya espiritu. Ha Ilegado la obra de arte, el poema, la vida a su final. La cara de la muerte es bella y seria, ha legado el momento de abrazarla, estamos en el punto en que 38 Introducién debe arder el templo dorado. Trascender. Las afueras de Ulises dejan de entretenernos para entrar de nuevo en a casa donde aguarda Penélope nuestro linaje, nuestra cultura. Por el sol y el acero ha aflorado el cuerpo, y éste se ha embellecido; «pero aho- ra —escribe Mishima— todo lo bello es mi mortal uestra morada real, enemigo.» En Oriente existia la costumbre de destruir los tan- kas una vez habian cumplido su servicio iluminador en a meditacién; en Japén también los templos estaban destinados, una vez construidos, a ser destruidos; toda~ via se hace eso hoy con el pabellén donde el futuro tenno (emperador) recibe Ja visita de Amaterasu, en el transcurso de las ceremonias —Daiyosai— que aconte- cen «una vez en la vida», con ocasién de su entroniza~ cién. No nos extrafiemos. Si la vida esta hecha para la muerte, si la propia divinidad creadora es la consuma~ dora del mundo y lo hace desaparecer, si «vivir y des~ truir son sinénimos» y si adestruccién y negaci6n estan en el orden natural de las cosas» —reflexiona Mishi- ma—, en ese caso, todo tiene explicacién. La belleza del arte no dispone de finalidad en si misma aunque los hombres apegados deseen conservarla. Sélo la belleza realmente acabada transmuta y encuentra su fin, con~ cluye; tinicamente cuando la hermosura material es espiritu ha dado con su meta y debe ya vivir en el cie~ 39 Introducciin lo, Mishima, por esa razén, sabe que ha legado al limi- te de este mundo y que ha de morir. «Las artes predi- cen la visién més grandiosa del final —sefiala en El templo del alba—; antes que ninguna otra cosa ellas anti- cipan y encarnan el finaly. El cuerpo, que todavia no atraviesa mutos compactos, ha de conseguir traspasar- los, y para eso ha de ser «espiritu, que es el hombre total.Y para hacerse el milagro, ha de morir. Es el paso culminante, el dltimo antes de coronar la cima. Ha de incendiarse, tal como el monje quema el pabellin de oro, titulo de la novela donde Mishima plantea y resuelve esta trigica confrontacién con la belleza. Tiene que arder para que el legendario animal que hay en su cenit, en el tejado del Pabellén de Oro, el Ave Fénix, resucite de sus cenizas. En Yukio Mishima, esta ave lo es todo, lo personifica y lo engloba todo: él mismo, al emperador, a Japon. «Si eta lo mis probable que majiana el Pabelln de Oro ardiera; que sus formas que llenaban el espacio se esfumaran... Entonces, el fénix de su techo reviviria y emprenderia un nuevo vuelo, como el inmortal y legendario p§jaro... rompia sus amarras.» (.) «Indudablemente, era para vivir que yo queria pren- derle fuego al Pabellén de Oro; pero lo que estaba aho- 60 Introduccion ra a punto de hacer se parecia mis bien a unos prepa- rativos para morir» (El pabellén de oro). MoRIR SIN OBJETO, PURAMENTE Si para muchos resulta incomprensible lo que hemos dicho hasta aqui, mas sera atin lo que todavia resta. Por doquier se expande el criterio que hace de la muerte una desgracia. Ya no hay razones por las que moriz.Todas son causas por las que vivir. No prima otra cosa que el «aferrarse a la vida». Ni el Hagakure ni Mishima comparten las premisas de esta ideologfa, antes al contrario, y mas alli de sus antipodas, més allé de la muerte por causa justa, com- parten la doctrina de la muerte sin causa, de la muerte sin objeto: la accién de la muerte en sf. Eso hace que la actitud de Mishima sea para nosotros mucho mas incomprensible de lo que ya lo es, de lo que ya se supuso. No es raro que psiquiatras famosos se hayan apresarado a poner el nombre de Mishima en el elen- co de sus «locos egregios». En realidad, egregios 0 no, todos deberfamos estar en esa lista, porque todos segui- mos naciendo sélo para morir. Para Mishima no es suficiente morir por esto 0 por aquello. El objeto hace impura la accién, gpor qué 6 Introduccion entonces morir impuramente? Para Mishima, como para Josho Yamamoto, una vez que se ha resuelto morir, hay que abrazar la muerte sin escusas. En el fondo, muy pocos somos los que escogemos causas (justas 0 injus- tas) por las que morir; Ja mayoria morimos sin causa, cuando menos lo esperamos, por sorpresa, arriesgada~ mente, de forma tranquila o sin conciencia.¥ tampoco importa demasiado si morimos voluntaria o involunta- riamente; casi todos morimos a la fuerza, sin querer. Por ello, y ya que hemos de morir, Mishima observa: lo importante en el acto de la verdad no es la «razén» del hecho, que se produce a la fuerza, sino cémo se muere. Desde el dia en que acepta encarnar la profesion del samurai, que es la muerte, decide prepararse adecuada- mente para ella. Lo asume y lo advierte en sus escritos, en su arte escénico, en su cine, en sus exposiciones. Sélo quiere dar testimonio de la muerte de Ja manera mis pura, sin objeto, ni causa. Le duele que el empera~ dor haya dejado de ser del linaje divino de Amaterasu por la amarga ley de la derrota, le duele que Japén vaya olvidando poco a poco sus principios espirituales, le duele que sobre las ramas del perenne pino de Japén haya nieve doblegindolas... sabe que hace falta Sol... y Acero; pero, con quedar justificado, no es por eso por lo que muere. Si lo hubiera hecho por tales motivos todos habrian entendido mejor su accion. Pero no a Introduccion muere por dar un golpe de Estado, ni por cambiar al ejército, ni por las tradiciones que se esfuman, ni con~ tra la adulteracién americana. Va a morir porque si, independientemente de cudl sea el resultado que su accién provoque; va a morir por nada; y al hacerlo por nada muere por todo y por todos: por el tenno y por el Dai Nipon, por la fidelidad y la piedad filial, por el de- ber y las tradiciones, por el derecho a la identidad y a la memoria; por el Emperador Cultural, por quienes le son fieles, pero también por quienes le traicionan. ;No surge el universo de la nada? Es mejor designar no una causa por la que morir, sino una forma de morir (Mis hima, en su introduccién del Hagakure lo intuye con nitidez meridiana), eque englobe todas las causas» en tuna, las buenas y las malas. Por eso el testimonio de su muerte necesita de la maxima propaganda, del maximo relieve: que el mundo sepa —y no sélo Japon— que sobre la vida sigue mandando la muerte. Morir por todos es Jo que se Hama una muerte sin causa y sin objeto, una muerte pura, una muerte loca. Fue la muerte de Yukio Mishima. Isidro-Juan Palacios 6 LECCIONES ESPIRITUALES PARA LOS JOVENES SAMURAIS La vipa Porlo general, uno comienza a dedicarse al arte des- pués de haber vivido, Aunque creo que a mi me suce- di6 lo contrario, pues tengo Ja impresién de que me dediqué a la vida después de haber comenzado mi ac~ tividad artistica, De todos modos, lo normal es ocupar- se primero de vivir para luego entregarse al arte. A modo de ejemplo puedo presentar el caso de dos es critores como Stendhal y Casanova, cuya ttayectoria nos podri aclarar el paso de la vida al arte. Stendhal, in- satisfecho consigo mismo porque no agradaba a las miujetes, y por haber fallado repetidas veces en sus in- tentos de conquistarlas, se dio cuenta de que s6lo la li- teratura podia ayudarle a hacer realidad sus suefios. Por el contrario, Casanova, tras haber retozado entre las mujeres y de pasar numerosas veces de una a otra gra~ cias a sus dotes naturales, y después de haber gozado hasta la saciedad de las dulzuras de la vida, decidié es- cribir sus memorias cuando ya no tuvo nada mas que experimentar. Observamos, por tanto, que existe un enfrenta- o Yiukio Mishima miento, una lucha entre el arte y la vida. A menudo, nos ilusionamos con saber mis acerca de la vida de los escritores, cuando en realidad la mayoria de las veces éstos vegetan con una pasmosa laxitud, mientras que son mucho mis numerosos los hombres comunes que evan existencias ricas ¢ intensas. Sin embargo, es pro- bable que s6lo el uno por ciento de ellos sienta deseos de escribir su biografia. Por otra parte, para escribir también se necesita talento, técnica y prictica, igual que para cualquier disciplina deportiva, por ejemplo. Y es imposible gozar de la vida y al mismo tiempo prac~ ticar una disciplina, del mismo modo que no se pue- de escribir mientras se vive una aventura. Por ello, cuando un hombre decide redactar sus memorias, es decir, transformar lo que ha vivido en una narracién suficientemente interesante como para legarla a la pos- teridad, la mayoria de las veces ya es demasiado tarde. Son escasos los ejemplos de hombres que, como Ca- sanova, lograron a tiempo hacer realidad semejante proyecto, Del otro lado estin aquellos que, como Stendhal, se sienten decepcionades por Ia vida y con- centran en una novela toda la insatisfaccién, la rabia, los suefios y la poesia que son capaces de sentir; pero incluso en este caso es necesario poser un magnifico talento. En efecto, habré que crear partiendo de la nada y construir un universo entero sobre la nica 68 Leciones espirituales para los jévenes samursis base de la fantasia, La mayor parte de las veces esta fan- tasia nace de la insatisfaccion o del aburrimiento. Cuan- do enfrentamos un peligro y, en consecuencia, nos concentramos en la accién, cuando dirigimos todas nuestras energias hacia el acto de vivir, casi no queda Tugar para la fantasia. Si se considera que la fantasia f2- vorece el surgimiento de las neurosis, se puede afirmar que en Japén se establecieron durante la guerra las condiciones menos propicias para el desarrollo de ta~ les disturbios psiquicos. En aquella época hasta los hurtos eran escasos, los delitos casi no existian y las fantasias cotidianas de la gente se limitaban esencial- mente a la guerra, una empresa que no puede tener éxito sino se concentra en ella toda la energia de un puebio. Como he afirmado, mi vida comenzé después de haberme dedicado al arte. Asi, quien comienza a es- cribir una novela a los veinte afios no tiene otro re- curso que basarse en las experiencias y los sentimien- tos que puede haber acumulado con anterioridad y hacer trabajar sobre ellos su fantasia. En realidad, mas que en nuestras experiencias nos basamos en nuestra capacidad receptiva: nuestra vulnerable y delicada sen- sibilidad descubre la desarmonfa de nuestra vida; en- tonces jugamos en el mundo de las palabras para ver si en él podemos superar el abismo que ha abierto en 6 Yukio Mishima nosotros tal desarmonfa. De este modo se forman mu- chos escritores: concentran en la redaccién de una no- vela toda la energia de su voluntad, toda su capacidad de resistencia y toda la fuerza que otros seres humanos utilizan en su intento de mostrarse hombres; en el caso de los escritores, estas cualidades indispensables para vivir se sacrifican en aras de la actividad literaria. Si, el esctitor se convierte inexorablemente en un trabaja- dor que sélo puede buscar las experiencias mas inten- sas en el recuerdo de su adolescencia, esa etapa de la vida en la que prevalece la sensibilidad. A menudo, se dice que un escritor puede madurar en su arte si tie- ne siempre presente su primera obra, lo que significa simplemente que para un escritor su primera crea- cién, una creacién no bien definida y construida sobre la base de experiencias imperfectas y de la més aguda sensibilidad, constituye la esencial e insustituible ciu- dad natal a la que puede regresar varias veces durante su existencia, Para el que escribe, no sélo la adolescencia sino tam- bién Ia infancia suponen una preciada ciudad natal. Durante esos periodos, la vida no es experiencia sino sutefio, no es raciocinio sino sensibilidad. Y ademas, el hombre atin no carga con las responsabilidades que de- ben soportar los adultos. Cambiando de tema, la actividad politica del movi- 70 Leccionesesprituales para los jovenes samuris miento estudiantil el Zengakuren' no parece exenta de tuna especie de tensién artistica. En realidad, los estu- diantes que se adhieren a ese movimiento mezclan sus suefios infantiles con el mundo de los ideales y de la po- litica, Nadie puede dar el primer paso en la vida y expe- rimentar inmediatamente una sensaci6n de satisfaccién, De hecho, son muy pocos los que se consideran satisfe- chos. Ademés, la insatisfacci6n es comin a todas las re~ voluciones, incluso las que terminan coronadas por el éxito. ¥ es en esa insatisfaccién donde se origina el arte. SOBRE EL ARTE Ayer encontré a un amigo, un ex oficial de unos cincuenta afios de edad, que hoy es un empresario de bastante éxito. Durante su vida, este hombre se enfren- t6 con la muerte en mis de siete oportunidades. Por ejemplo, se embarcé seis veces en naves de transporte pertenecientes a convoyes que siempre fueron hundi- dos por el enemigo. " Movimiento escudiantl surgido en 1948 como expresién del desconten- to por el aumento de ls tasas de intcripeim a los cursos y al que se adhirie= zon cientos de miles de estudiantes, en su mayoria bajo a inuencia de hs ideo- logs marsstas. n Yukio Mishima Un dia, durante un ataque, oyé gritar: «|Enemigo a la vistal», y cuando levanté los ojos al cielo vio algunos aviones que se acercaban por la proa. Se volvié hacia la derecha y pudo observar que por alli legaban mis aviones. Miré hacia atris y vio el mismo especticulo: atacaban por tres direcciones. Si el ataque hubiese ve- nido s6lo por dos lados la nave habria podido virar en U y ello le habria permitido huir, pero en este caso el enemigo se acercaba en tres direcciones, por lo que na- die tenia salvacién, Alrededor de la nave las bombas le- vantaban grandes columnas de agua que parecian que- dar inméviles, como los chorros de una fuente en un cuadro, como si la forma del agua se hubiese solidifica- do en el aire. Lo primero que hizo mi amigo fae po- ner a salvo la bandera del regimiento colocindola en una chalupa, y después ordené a los otros hombres que se arrojaran al mar. El permanecié a bordo hasta el dil timo momento en compaiiia del contramaestre, que temblaba de miedo. Gradualmente, el casco, que habia recibido el impacto de las bombas, se incliné. El sexa- genario capitin se encadené a la nave para poner fin a su vida junto a ella. En el dltimo momento, cuando el casco estaba comenzando a voltearse, mi amigo se arro- 6 al mar saltando desde una altura de sesenta metros. Durante largo rato se debatié bajo el agua, conven- cido de que no lograria subir a la superficie, Pero des~ n Leccones espirtuales para los jvenes samuris pués de luchar con todas sus fuerzas logré emerger y vio el mar iluminado por un sol esplendoroso. Floté sobre las olas durante treinta y seis horas antes de que lo salvaran, y durante todo ese tiempo luché desespe- radamente entre la vida y la muerte junto a otros supervivientes. Cuando finalmente lleg6 a socorrerles un darco militar, subieron a bordo en primer lugar las prostitutas y las enfermeras, que imploraban ayuda aga~ rradas a unos flotadores, pues en la Marina se seguia la regh de «mujeres primero». Luego, uno por uno, se res caté a los hombres. Para impedir que los supervivien- tes se desmayaran o se abandonaran hasta el punto de morir, los marinos les golpeaban en e] hombro con un bastén. Mi amigo logré evitar estos golpes mostrando su grado de oficial, testimoniando con ello hasta qué punto estaba licido. Repitié experiencias similares. Y siempre le sucedia lo mismo: cuando ya no tenia duda de que la muerte iba a alcanzarlo, ésta se le escapaba de entre las manos. La vida humana esté estructurada de tal modo que sélo si tenemos la oportunidad de mirar de frente a la muerte podemos medir nuestra auténtica fuerza y com- prender el grado en que nos aferramos a la vida. Del mismo modo que para probar la dureza de un diaman- te es necesario frotarlo contra un rubi o un zafiro sin- tético, también para probar la resistencia de la vida es 3 Yukio Mishima inevitable enfrentarse con la dureza de la muerte. Una vida a la que le basta encontrarse cara a cara con la muerte para quedar desfigurada y destrozada quiz4 no sea mas que un fragil cristal. Peto nosotros vivimos en una época de existencias, absolutamente débiles y ambiguas. Rara vez nos enfren- tamos con la muerte. La medicina ha logrado enormes progresos y los jévenes ya no temen a la tisis, que diez- maba los organismos més débiles, ni el reclutamiento, que intimidaba a los veinteafieros en épocas pasadas. A falta de peligros mortales, los ‘inicos medios que tienen a su aleance los jévenes para saborear la sensacién de estar vivos son la biisqueda enloquecida del sexo y la participacién en movimientos politicos, motivada sim- plemente por el deseo de ser violentos. Nace asi una impaciencia en la que hasta el arte termina por perder todo significado. En efecto, el arte es algo que la perso- na debe gozar con tranquilidad, sentada a la vera de un sendero, Es del todo imposible apreciar una pintura hermosa, una miisica tranquilizadora o una novela bien escrita sino se dispone de tiempo para permanecer en soledad. El placer de la literatura se puede manifestar, por ejemplo, en la lectura de una novela sobre las aven- turas de James Bond que un anciano politico, después de haber conocido las amarguras y las dulzuras de la vida, saborea lentamente famando la pipa junto al ca- Leciones esprituales para los jévenes samurdis mino. Como en Inglaterra toda existencia es privilegia~ da, el arte representa casi siempre, desde los tiempos de Dickens, algo que debe apreciarse de ese modo. En los cuadtos ingleses dominan los paisajes tranquilos y Jos re- tratos serenos; jamés se ve algo estimulante 0 audaz. E incluso cuando en la literatura inglesa aparecen elemen- tos mis inquietantes, éstos, en definitiva, no son més que un estimulo para inducir a los espiritus adultos a sonreit y saborear las historias narradas en esas paginas como un_ preludio para el recuerdo de experiencias pasadas. Esta caracteristica es la causa de nuestra dificultad para com- prender adecuadamente la literatura inglesa. En cambio, en las sociedades mas inmaduras se manifiesta cierta ten~ dencia a condensar en las novelas tramas mucho mas violentas y a representar las angustias ideol6gicas juve- niles, Por ejemplo, una novela que trasunta una profunda y aterradora intuicién psicolégica como Los hermanos Karamazoy, de Dostoievski, no es desde luego la litera tura adecuada para el politico retirado del que hemos hablado. Esta es una obra literaria creada para angustiar, torturar y estimular a los jévenes. Como afirmé con profinda intuicién Heine, las obras de Goethe no ejer- cen un acicate especial sobre la juventud, y su perfecta forma clisica deja traslucir cierta esterilidad. Todo ello nos lleva a afirmar que, respecto al arte, es posible ob- Yukio Mishima servar dos exigencias relacionadas con la vida que son contradictorias. En cierto sentido, los periodos de paz y aburrimiento dan origen a un arte mas maduro, pero Ja contradiccién esta dada por el hecho de que ese arte no pose el atractivo suficiente para atraer a los espiri~ tus incapaces de tolerar el desasosiego de semejante vida, La Pouitica La misma contradiccién que puede hallarse en el arte se manifiesta en los problemas de la existencia del hombre. Hay épocas y formas de sociedad en las que es imposible actuar libremente y descubrir la fuerza, la dureza y el esplendor de la propia vida a través del en- frentamiento directo con la muerte. Para emplear pa- labras mds explicitas, existen periodos en los que la sociedad no se agita a causa de las guerras, las explora~ ciones 0 las aventuras, En estos casos, la prolongacién de semejante estado de estancamiento provoca que los instintos que deberian dirigirse hacia el arte, insatisfe- chos ante lo que éste pueda ofrecer, traspasen inmedia- tamente sus limites y se expresen, como es natural, en una violenta accién politica. El hombre se cansa en se- guida de una sociedad demasiado ordenada y, enfermo 76 Lectiones espirtuales para los jévenes samurtis por la realidad, experimenta un gran disgusto ante el estéril infierno que representan las grandes y animadas metropolis de luces centelleantes, tan anheladas duran- te la guerra; entonces comienza a detestarse todo or- den establecido y a amarse las escudlidas ruinas. Surge, asi, el problema del arte y de la politica. A mi modo de ver, cuando el arte no sabe dar respuesta a al- gunas exigencias éstas terminan por desbordarse hacia la esfera de la existencia y sobre todo hacia la actividad politica, que es la accién més completa de la vida hu- mana. En cierto momento, la actividad politica se ex- presaba también de un modo diferente. Existen dos formas de accién politica. Una obedeve a una concep- cién bondadosa y positiva, respeta el orden civil e in- tenta conquistar la confianza de los ciudadanos y man- tener un equilibrio, pues considera que tales objetivos deben constituir un deber de todo hombre politico que crea necesario enmendar con clemencia los defectos del pueblo, suscitar el consenso y escuchar las diversas opiniones para renovar la sociedad dentro de un clima de tranquilidad. La otra forma de actividad politica es la revolucién: resolver de golpe y con métodos violen- tos todos los problemas en los que se debate el pueblo causa de las contradicciones de la sociedad y,a la vez, sofiar con un orden ideal que se instauraré después de la revolucién. Pero semejante pasion revolucionaria 7 Yukio Mishima exige inequivocamente, como premisa, la existencia de tensiones vitales irrefrenables, de miseria, de graves con- tradicciones sociales y de eventuales condiciones espe- ciales. En nuestra época, ambas formas de actividad politi- ca han terminado por despreciarse reciprocamente. La figura del hombre politico esclavo del mantenimiento del orden ha degenerado en el simbolo de un tedioso y gris conformismo, absolutamente privado de todo atractivo. Por otra parte, la pasién revolucionaria ha dado origen a una actividad violenta dentro de una anarquia caética que ya no se basa en la necesaria pre- sencia de atroces contradiccioncs sociales 0 de una efectiva miseria, Se afirma que el nazismo fue una revolucién nibi- lista, pero en realidad no nacié simplemente de la insa~ tisfacci6n psiquica de la burguesia intelectual, si bien se desarroll6 sobre una base social ¢ hizo hincapié en la terrible crisis econémica y en los ejércitos de deso- cupados. Por contra, la revolucién que han propugna- do recientemente los estudiantes no esti inspirada por ningiin principio capaz de suscitar la simpatia de las masas. ¥ sin embargo, esta idea revolucionaria se ha propagado por todo el mundo, arrastrando a todos los Pafses en la vorigine de la confusién y de la rebelién, Como se deduce de la definicién «evolucién nihi- 8 Lecciones espirtuales para los jévenes sanurdis listae referida al nazismo, existe cierta tendencia a pro~ yectar en el mundo de la accién concreta aspiraciones que estarfan orientadas al arte, pero como quiera que de todos modos es incapaz de satisfacerlas, aunque al mismo tiempo refleja sus inquietudes existenciales so- bre las angustias sociales, entonces el hombre tiende a probar la vida produciendo artificialmente un enfren- que intenta manifes- tamiento con la muerte, es deci tar tales exigencias mediante una accién de lucha. Se- mejante conducta politica artificiosa no se limité sélo al nazismo aleman, sino que se halla difundida en todo el mundo. Se trata, como ya he afirmado otras veces, de la wansformacién politica del arte; es decir, de la metamorfosis artistica de la politica. No puedo prever cual seri su éxito, pero es eviden- te que si en la dimensién artistica matar a un millon de personas significa s6lo eliminarlas del mapa, en el am- bito de la accién real semejante matanza se configura como un crimen dificil de borrar de la historia del hombre. Consecuentemente, el arte pertenece a un sis- tema que siempre resulta inocente mientras que la ac- cién politica tiene como principio fundamental la res- ponsabilidad. Y dado que la accién politica se valora sobre todo a la vista de los resultados, es posible admi- tir en ella también una motivacién egoista e interesa- da, siempre que conduzca a buenos resultados; si, por el ” Wukio Mishima contrario, una accién inspirada en un principio alta- mente ético lleva hacia un resultado atroz,no exime de asumirlo a quien haya cumplido las responsabilidades que le correspondan. El problema es que la situacién politica moderna ha comenzado a actuar con la irresponsabilidad propia del arte, reduciendo la vida a un concierto absolutamente ficticio; ha transformado la sociedad en un teatro y al pueblo en una masa de espectadores, y, en definitiva, es la causa de la politizacién del arte; la actividad politica ya no alcanza el nivel del antiguo rigor de lo concreto y de la responsabilidad. Los enfrentamientos frente a las barricadas en el edificio de Yasuda, en la Universidad de Tokio, suscita~ ton el interés de una multitud de telespectadores ya cansados de los mismos temas. Fue, como comenté un inglés, un gigantesco especticulo. Los actores de ese melodrama hicieron su testamento escribiendo en las paredes: «Moriremos magnificamente»; mostraron una gran resolucién para llevar a cabo el acto extremo pero ninguno murié, pues todos alzaron las manos y se dejaron capturar por la policia. Cayé el telén, la gente olvid6 esa representacién y regresé a su vida co- tidiana. Algunos dias después, el 11 de febrero, en el aniver- sario de la Constitucién, un joven se suicidé prendién- 80 Leationes espirituales para los jévenes samurdis dose fuego en la oscuridad de su lugar de trabajo, lejos de cualquier mirada y de las cimaras de televisién. Fue una accién solemne y plenamente responsable. En ese suicidio se revela la fuerza de la accién politica,a la que el arte jams podra llegar; pero como en la actualidad es raro que la politica asuma tal intensidad, se permite al arve vanagloriarse de su propia independencia y de su propio poder. Yo soy uno de los que, en la esponta~ neidad de la accién de ese joven suicida llamado Ko- zaburo Eto, vieron un sueiio, o todavia mas preciso, la critica més vehemente que se haya dado contra la po- Iitica entendida como arte. ‘LOS VALIENTES Hace algin tiempo se proyecté en los cines una pelicula, EI silencio de un hombre (en la version france sa, Samurdi) interpretada por Alain Delon; fue enton- ces cuando comprendi, no sin cierto fastidio, hasta qué punto los japoneses hemos sido idealizados por los occidentales a causa de esa palabra. En Japon cree- mos ilusamente que la cultura japonesa es conocida a la perfeccién en Europa y en América, y en cambio en la mente de los occidentales el hombre japonés se identifica casi siempre con el samurai. % Yukio Mishima Si bien algunas de mis novelas se han publicado en el extranjero, siempre he tenido la impresién de que los occidentales se limitaban a acariciarme la cabeza como se hace con los nifios, pensando con cierto es- tupor: «Pero. mira! jPara pertenecer a un pueblo oriental tan remoto escribe cosas bastante interesan- tes!» Jamds he tenido la impresién de haberlos con- quistado realmente. Un dia conversaba sobre espadas japonesas con una dama de la nobleza inglesa. La sefiora me pregunté: «¢Cémo se combate con esta arma?» Entonces desen- vainé mi espada ante ella y le enseiié un golpe oblicuo. La sefiora palidecié y estuvo a punto de desmayarse. Entonces comprendi que lo que impresiona a los occi~ dentales no es nuestra literatura sino nuestras espadas. Para los japoneses el samurai es la imagen de un ante- pasado, Para los occidentales es la figura de un noble salvaje. Y debemos sentirnos orgullosos de ser unos salvajes. Segiin una tesis del psicélogo Carl Gustav Jung, los norteamericanos, incapaces de hallar en si mismos un modelo atractivo de héroe, lo buscaron y lo descubrie- ron entre los indios contra los que combatian. La palabra samurdi recuerda inmediatamente, por asociacién de ideas, el término evalor». :Pero qué es el valor? ZY quiénes son los valientes? & Lecciones espirituales para los jévenes samurdis Hace tiempo, cuando se produjo el caso Kinkiro’, lo que mas me asombré no fue la figura del protagonista © el panico que ese hecho ocasioné entre la gente. Lo que avivé mi fantasia fueron los jévenes veinteafieros que permanecieron como rehenes de Kinkiro. Ellos ran, sin duda, muchachos japoneses de veinte afios en la cumbre de su fuerza, esto es, lo que un occidental habria podido identificar con un «samurdiv, Pero du- rante los cuatro dias de su cautiverio estos jévenes no tuvieron el valor de alzar una mano contra Kinkiro, ni siquiera mientras se baiiaba. Vivimos en una época en la que la gente teme in- cluso hacerse un rasguiio, y Kinkiro, que desafiaba la concepcién comin, y el difundido terror de herirse aunque fuera levemente, me parecié un excelente ac- tor. En cambio, los cuatro jévenes fueron para mi los tipicos exponentes de la moderna juventud japonesa, temerosa hasta del més inocuo rasguiio. Se dice que la actual época Showa’ es similar a a *B120 de febrero de 1968, un coreano residente en Japén llamado Kinkiro focupé una hosteria y mantuvo como rehenes a veinte personas durante cuatro dias, Sespechoso de homicidio, quso protestar asi contra los métodos com los ‘que a policia japonesa ertaba 2 los coreanos. En iniciada en cl afio 1925 con el ascenso al trono del emperador Hiro: hito. % Yukio Mishima época Genroku'; respecto a ello, he aqui lo que Yuzan Daidoji’ escribe sobre la figura del «samurai cobarde» en su Conversién a las artes marciales: «El guertero co- barde se entrega sobre todo a su capricho y a su egois- mo. Permanece acostado hasta bien entrada la mafiana, le agrada quedarse ocioso por la tarde y detesta el es- tudio. En cuanto a las artes marciales (que ahora se lla~ man deportes), no sobresale en ninguna; en cambio se enorgullece de ser artista, dilapida dinero con las mu- Jeres, en almuerzos y en cenas, entregando en prenda incluso libros y cuadros que deberia conservar y cuidar, derrocha el dinero ajeno con gran facilidad, es extre- madamente reacio a pagar sus deudas, arruina su salud, se alimenta excesivamente, bebe sake en gran cantidad y se dedica con fervor a los placeres sexuales; al actuar de ese modo no hace mas que consumir su propia vida y precipitarse hacia una condicién fisica que le impide cualquier esfuerzo; ya no soporta nada y su énimo dé- bil y cobarde se debilita cada vez mis.» Este es el mo- delo del samurai medroso, del cobarde Cuando la paz dura demasiado tiempo se terminan por dejar de lado los recuerdos de la guerra y olvidar “fipoca de una especial prosp sd comprendida entre 1688 y 1704 *Tratado sobre ef arte marcial eserito entre 1716 y 1735. 4 Leaciones esprituales para los jévenes samurdis como debe comportarse un hombre ante las situacio~ nes ¢e peligro. El asunto Kinkiro no fue més que un modesto acontecimiento local, pero tal vez en el fatu- ro Janén seri testigo de hechos mucho més graves y generalizados, y no todos nos encontraremos en con- diciones de enfrentarnos a situaciones como las que vi- vieron los rehenes de Kinkiro. Pero todo esto es sdlo una suposicién mia, una fantasia; en el Japén actual no hay ningtin indicio que justifique el temor de que ocu- rran sucesos similares. En efecto, en nuestra época son las mujeres las que Mevan la voz cantante y ellas tien- den a preservar la sociedad de todo peligro. Intentar alejar de nosotros la idea del riesgo es una caracteristica fundamental de la mentalidad femenina: Ja mujer necesita perentoriamente tener un nido tran- quilo en el cual poder amar, casarse, traer hijos al mun- do y criarlos, El deseo de vivir en paz es una necesidad primaria en la vida de las mujeres, y ellas estan dispues- tas a realizar cualquier sacrificio con tal de satisfacerlo. Pero este estilo de vida no es el adecuado para los hombres. El hombre debe prepararse para la eventuali- dad de que se presente algan peligro, dado que es su fuerza la que garantizara la proteccién necesaria a la mujer, Sin embargo, las mujeres modernas se conside- ran capaces de defenderse s6lo con sus propias fuerzas, tal vez porque se han dado cuenta de que los hombres 8s Yukio Mishima ya no estin en condiciones de protegerlas como en épocas pasadas, y porque no han encontrado en toda su vida un solo hombre valiente. En el Japén moderno, adaptarse a los criterios de a mayoria ya no significa someterse a la vida militar, como atin sucede en Estados Unidos, un pais que esta continuamente en guerra. En Japén significa simple mente tratar de sobrevivir con habilidad, recorriendo el camino mis ficil para la cimentacién de una casa y una familia. ZY qué significa no adaptarse a los criterios de la mayoria? Uno de los ejemplos mis radicales nos lo ha propor- cionado el Zengakuren, el movimiento estudiantil, con- tra el que por otra parte no se tomaron medidas de Tepresién suficientemente serias. Los estudiantes pueden agitarse, mostrarse audaces y enfrentarse con energia a los policias, que se limitarin a reaccionar con calma, como en un juego deportivo, casi como si fiaesen maes- tros de escuela dedicados a cuidar a los nifios a su cargo, Pero en el Japén moderno no existe ninguna po- sibilidad de que un hombre pueda demostrar realmen- te su coraje, como tampoco el cobarde tiene razones Para temer que se descubra su condicién. Al fin y al cabo, el valor de un hombre se revela en el momento en el que su vida se enfrenta con la muerte, pero nues- tro modo de vida es tan pacifico que jamais nos brinda 86 Lectiones espirtuales para los jévenes samurdis la oportunidad de dar testimonio de nuestra resolucién para enfrentarnos a la muerte. Es facil declarar que se esti listo para morir, y ofrecer la propia vida, pero no es tan ficil demostrar la veracidad de lo que se afirma Cada vez que releo la Conversién a las artes marciales pienso que para juzgar si un joven es valiente 0 cobar- de siempre es necesario hacer una consideracion preli- minar, Me refiero a que hay que configurar una teoria particular de la accién, que proceda linealmente y de- fina el limite entre una situacién normal y otra de emergencia, Considero que es necesario recuperar algo que me parece fundamental en la vida de un hombre: una fuerza espiritual continua que debe manifestarse en el curso de los acontecimientos cotidianos, la fuer- za tipica del que sabe esperar con énimo vigilante el momento del peligro. Cuando la razén de vida de un hombre ¢s la paz, entonces no le queda otra salida que someterse a la mujer y adoptar una posicién subalterna respecto a ella, Pero si stu meta ideal es el peligro, el hombre ex- perimenta la necesidad de tensar denodada e incesan- temente su propio cuerpo y su propia vida como un arco. Sin embargo, tengo la impresién de que actual- mente existen demasiados hombres con mirada apaga~ da y privados de esta fuerza; aunque quiza el mio sea un temor excesivo. & Yukio Mishima Hace algtin tiempo vino a visitarme Alberto Mora- via, el famoso novelista italiano, y me dijo: «Las ciudades Japonesas estan Hlenas de jévenes. He visitado varios pai ses de Asia oriental, pero lo que mas me asombra de Ja~ pén es ver a todos estos jvenes que parecen guerreros.» LA ETIQUETA Es cierto que el kendo comienza y termina con una reverencia, pero después de la primera inclinacién el nico objetivo de cada contendiente es golpear al ad- versario. Este es un sisbolo egregio de la realidad del Universo viril. Antes del combate es necesario observar una determinada etiqueta que representa la premisa basica del propio combate. :Pero qué es més importan- te, la etiqueta o el combate? Segiin los principios del kendo prevalece la cortesia, la etiqueta. :Por qué moti- vo? Desde los tiempos mis remotos, como se ve clara~ mente en los torneos de los caballeros, es la etiqueta Ja que regula las contiendas en el universo viril. En la etiqueta se inserta con naturalidad un cédigo moral que se expresa también en las reglas deportivas, Una disciplina deportiva practicada sin el respeto por las re- glas ya no es tal, y se convierte en algo despreciable. Ademis, violar los cédigos conduce a la derrota. 88 LLecciones espirituales para los jévenes samuis Las buenas maneras no presuponen la obediencia a la voluntad ajena. Si bien para un hombre la etiqueta es tuna premisa esencial, a la cual debe someterse integra mente, en nuestros dias se ha difinndido la extrafia creen- cia de que una actitud sincera y espontinea puede lle- gar més directamente al espiritu del que escucha. Es sobre todo el hombre ambicioso el que debe respetar la etiqueta més que cualquier otro; si lo hace, ella le permitira incluso exhibirse bailando desnudo mientras bebe sake, pues ya habri conquistado la confianza de st interlocutor que considerar su baile como un acto extremadamente espontineo y tranquilizador. Sin em- bargo, esta tictica no funcionaria si el hombre se com- portara habitualmente de forma desordenada. Es preci- samente para dar cierto orden a las relaciones por lo que existe la etiqueta, que es capaz de mantener la dig- nidad del hombre, y s6lo dejando traslucir a través de la etiqueta Ja naturaleza, la inmediata espontaneidad de la naturaleza humana, es como se aumenta el pro- pio poder sobre el préjimo. El modo, por ejemplo, que en a actualidad emplea- ‘mos para expresarnos por teléfono causa, simplemente, stupor: incluso respecto a la eleccién de las palabras se ha difandido en Jap6n una absoluta falta de delicadeza hacia los sentimientos de los demis. El lenguaje, en todos sus matices, es el eje de la eti- 89 Yiukio Mishima queta, y si imaginamos que la etiqueta es una puerta, un lenguaje apropiado y cuidadosamente adaptado al interlocutor asume las funciones del aceite con el que se untan los goznes. Lamentablemente, en los tiempos modernos éstos chirrian demasiado pues ya nadie se preocupa de suavizarlos. Es absolutamente erréneo suponer que los demis estin en condiciones de comprender nuestros senti- mientos mis profiandos. El espiritu humano conserva siempre una parte desconocida, incluso para el amigo mis intimo o para Ja persona que vemos con mayor frecuencia, Las palabras son el puente que nos une a los otros seres humanos, pero deben constituir un puente completo, provisto de parapeto y de giboshu. Todo ello Jo provee la etiqueta. Precisamente es por esa razon que el ejército se rige por una firme etiqueta y esta im- pregnado de ella. Pero la etiqueta no sirve s6lo para el ejercicio de la vida militar: todo comportamiento dic- tado por la buena educacién contribuye a exaltar la vi- rilidad en los hombres. Si nuestras acciones jamés estuvieran dirigidas a un objetivo de conquista no tendriamos necesidad alguna Adomo metilico con forma de flor de ajo colocado sobre la cispide de los pilates de los puentes 90 Leccionesesprituales para los jovenes samundis de comportarnos de acuerdo con la etiqueta. O si nos rebeliramos contra la sociedad y decidiéramos aislar~ nos completamente, rehusando toda relacién con los dems seres humanos, serian superfluos los agradeci- mientos y los saludos. En cambio, los estudiantes que participan en las manifestaciones politicas y se oponen al gobierno se rebelan contra el poder, aunque en sus relaciones reci- procas exigen un riguroso respeto a las diferencias je~ rirquicas entre los estudiantes de las clases superiores y las inferiores. En efecto, los estudiantes aprenden esponténeamente que, dondequiera que haya una am- bicién de poder, o una voluntad de afirmar un domi- nio, se impone una etiqueta, un cédigo de comporta- miento que habré de ser respetado para que asi pueda verse incrementada la propia autoridad. En esta vertiente, la disciplina de los reformistas no es diferente a la de los conservadores, pues aquéllos tam- bién exigen con absoluto rigor el respeto a determina- das normas de comportamiento. Incluso ciertos cienti- ficos ilustres que acostumbran a criticar ferozmente al gobierno imponen en sus laboratorios un severo respe- to a ciertas normas ceremoniales que los alumnos deben cumplir-¥ sus ayudantes ni siquiera sospechan hasta qué punto la desidia al preparar el té de sus superiores pue- de influir negativamente en su carrera. 9 Yukio Mishima De ello se puede deducir que el mundo masculino tiene gran afinidad con el deporte. En éste se disputa la victoria siguiendo determinadas reglas, que sirven para disimular el latente y radical antagonismo entre los par- ticipantes. En el mundo femenino, por contra, son es- casas las luchas totalmente comprometidas, la competi~ cién denodada, y es por ello que la mayoria de las veces ‘as mujeres no se atienen a reglas, pues saben perfecta- mente que renunciando a ellas no perjudican sus posi- bilidades de sobrevivir. La etiqueta es, por consiguiente, una coraza para de- fender al hombre. Quien no necesita recurrit a esta defensa no tiene, en definitiva, ninguna obligacion de sujetarse a una etiqueta. A estas personas se las consi- dera, segtin los casos, animales 0 criaturas absoluta- mente espontineas. En lo que a mi concierne, tengo la firme conviccion de que la belleza viril se ve exaltada justamente por el autocontrol y por la aceptacién de las normas de com- Portamiento, del mismo modo que es agradable ver a un hombre elegantemente vestido con un quimono de ceremonia almidonado a la perfecci6n. Un afio, al final del verano, fui al Ryu kan, un fa- moso gimnasio de artes marciales de Kumamoto, don- de me ejercité en el kendo con algunos jévenes. Con- servo un indeleble recuerdo de uno de ellos, un joven 2 Leccinesespirituales para los jévenes samurdis del éltimo curso que, chorreando sudor, se arrodilld con el busto recto hacia un pequefio altar y con voz re- sonante ordené a los demés: «Saludol» Ello me provo- cé una sensacion de frescura, como si en ese instante se hubiese rasgado la cortina de temor que me oprimia. Me parecié que acababa de ver un ejemplo perfecto del modo en que un saludo ceremonial puede embe- ecer a un joven y hacerle mucho mis fascinante que cualquiera de los otros muchachos que viven de un modo desordenado y confuso. SOBRE EL CUERPO Originariamente, el cuerpo constituia para los japo- neses un concepto de importancia secundaria. En Ja- pon no hemos tenido ni Venus ni Apolos. La belleza de las mujeres japonesas, incluso prescindiendo de la ima- gen asexuada de la diosa Kanoon, asumié un atractivo sensual s6lo en la ultima época Edo’, en los retratos de pescadoras de Utamaro. Con ello no pretendo afirmar que a los japoneses no les gustasen las mujeres sensuales. Desde la época Asu- Period comprendido entre 1603 y 1868. 8 Yukio Mishima kka hasta la época Heian’ reiné la belleza sana y carnal de las mujeres floridas. Sabemos que las imagenes fe- meninas que exalta la Recolecién de una mirfada de hojas? evocan la fresca y robusta belleza de las campesinas de aquella época. A continuacién, en la época Heian, el cuerpo femenino parecié hacerse mucho mis delicado y hasta innatural, y esto nos leva a la comparacién de aquel Japén con la Francia del periodo Rococé en el siglo xvur: cuando la cultura alcanza un grado extremo de maduracién se aprecia la artificiosidad de la belleza femenina. Los vestidos demasiado sobrecargados y los bustos oprimidos de las damas nobles de la época Ro- cocé parecen grotescos si se los compara con la natu- raleza de un cuerpo desnudo. Sin embargo, la diferencia de Francia respecto a Ja- p6n, © mejor dicho de Europa respecto a Japén, con- siste en que alli se considera al cuerpo humano como una metéfora de algo que trasciende lo fisico. El filéso- fo griego Platén afirmé —como seguramente todos sabrin— que aquello que nos atrae en un primer mo- “El periodo Asuka esti comprendido entre el final del siglo Vi el ato 710, Bl periodo Heian comenzé en 749 y terminé en 1185 * Manyoshu, recopilacion antoligica de la poesia japonesa compilada en el siglo vin por Otomo no Yakamochi, poeta y politica Leccionesespirituales para los jévenes samurdis mento ¢s la belleza fisica, pero que después, a través de ella, Hegamos a percibir el encanto mucho més noble de la Idea. Uno de los fndamentos de a filosofia grie~ ga es la conviccién de que es imposible acceder a la esencia de la Idea sin atravesar la puerta de la belleza fisica. En cambio, en Japén, el budismo niega el mundo de los fenémenos y desprecia el cuerpo, que no sélo no es apreciado como tal sino que ni siquiera es considerado la manifestacion de algo que lo trasciende. Para expli- carlo con més claridad, el budismo no contempla nin- guna forma de veneracién por el cuerpo. Para los ja~ poneses, la belleza surgia de las facciones de un rostro, de un estado de énimo, de la elegancia en la vestimen- ta: se trataba de una belleza espiritual, en algunos casos s6lo un tenue perfume difandido en la penumbra por los vestidos de una encantadora dama, como esta escri- to en el Genji monogatari", en donde se afirma que a los Jjaponeses les atrae sobre todo la atmésfera de una per- sona, que se excitan mas por el encanto que emana de ella que por sus formas. De acuerdo con la peculiari- dad de la estirpe y de la cultura japonesas, la obra lite- Romance de Gey, de Murasaki Shikibu, una obra cumbre de la literatura el periodo Heian. 95 Yukio Mishima raria de Junichiro Tanizaki, por ejemplo, si bien co- mienza exaltando el cuerpo segiin la tradicién occi- dental, llega a ensalzar —por ejemplo en Ashikari— el encanto de una belleza femenina oculta en la penum- bra, encerrada en Ja antigua pesadez de las sedas del quimono: y esta transformacién es un retorno irrefre- nable a la tradicién japonesa. El cuerpo masculino ha recibido menos atencién. Por lo menos el femenino fue objeto de algunos elo- gios, aunque entre éstos no figurara un auténtico sen- timiento de veneracién por el cuerpo, lo cual evits que los japoneses transfiguraran en simbolos poéticos todas las partes intimas del cuerpo femenino, como se obser- va por ejemplo en el Céntico de Salomén. Con mayor raz6n, el cuerpo masculino se consideré una realidad que habia que ocultar, que era necesario disimular con el espiritu. Para manifestar su autoridad, el hombre se veia ante la exigencia de vestir ropa que le ayudara a hacer ostentacion de su dignidad. En esta mentalidad se nota la influencia preponderante de la cultura china: también en Japén los ‘inicos hombres que se podian ver desnudos pertenecian a las clases sociales inferiores. Se trata de una mentalidad difundida en toda Asia has- ta los tiempos modernos, segtin la cual los hombres con miisculos fuertes se consideraban obreros o traba- Jadores de clase muy humilde, mientras que los nobles 96 Lecciones espirituales para los jvenes samuriis eran inevitablemente presentados como griciles cria- turas con los miisculos atrofiados. Afirmar la belleza vi- ril del cuerpo desnudo habria requerido un extenuan- te ejetcicio fisico, pero cualquier esfuerzo corporal estaba prohibido para los nobles y para quienes perte- necian a las clases més altas. Se puede afirmar que éste es uno de los motivos que ha llevado a exaltar el espi- titualismo de la filosofia de la accién concebida por los Jjaponeses. En Grecia, el cuerpo se consideraba una realidad esencialmente hermosa y acrecentar su atractivo signi- ficaba desarrollarse humana y espiritualmente. En Jap6n, en cambio, los cultrvadores de las artes marciales con- sideraban el ejercicio de estas disciplinas un acto com- pletamente alejado del embellecimiento del cuerpo, pues para ellos era una forma de afirmar los valores es- pirituales No es ni siquiera posible imaginar qué aspecto fisi co tenia Musashi Miyamoto". Este nombre evoca sélo Ih imagen de un héroe que reunia en si tanto un talen- to filoséfico, surgido de una excepcional y profunda biisqueda espiritual, como una sobrehumana maestria " Miyamoto, que vivié entre 1584 y 1643, se dedicd a la pintura y a las ” Yukio Mishima en las artes marciales. Su cuerpo, que oficiaba como lazo de unién entre estos dos polos, es totalmente des- conocido para nosotros, casi como si no hubiera existido. Esta concepcién japonesa del cuerpo cambié radi- calmente después de la tltima guerra debido a la in- fluencia de la concepcién norteamericana que, si bien no representa necesariamente un renacimiento del es- piritu griego, se configura como una visién nacida de una sociedad totalmente materialista que confiere la maxima importancia al aspecto fisico. Cuanto mis se extiende la televisin, con mayor ra pidez se transmiten y asimilan las imagenes humanas, y mis se determina el valor de un individuo exclusiva- mente por su aspecto fisico. Esta es la l6gica conclusién del culto al cuerpo que triunfa, por ejemplo, en Esta- dos Unidos: todas las sociedades acabarin por determi- nar el valor de un ser humano a partir de su aspecto, convirtiéndose de forma inevitable en sociedades ma- terialistas. En Jo que a mi concierne, considero que se~ mejante culto al cuerpo es una aberracién de las teo- rias de Platén. Quien posee un fisico atractivo no esté necesaria- mente dotado de valores espirituales. Una version in- exacta de una maxima griega dice asi: «Una mente sana hhabita en un cuerpo sano.» Deberia ser concebida, en cambio, de esta otra manera: «Puede una mente sana ha- 98 Lecciones espirituales para los jévenes samurdis bitar en un cuerpo sano.» Este malentendido demuestra que desde la época de la civilizacién griega la contra diccién entre el cuerpo y el espiritu jamais dejé de atormentar a los hombres. El culto a la belleza fisica, que aparentemente con- fiere al cuerpo el maximo valor, al mismo tiempo que Io envilece, hace posible ponerlo a la venta como si fuera una mercancia. Sin ningdn culto preliminar, el cuerpo se offece en publica subasta enfangado por el es- piritu mercantil. La muerte de Marilyn Monroe repre- senta el trigico destino de una espléndida mujer cuya imagen fisica fue brutalmente vendida sin la menor consideracién hacia su espiritu. Actualmente, los japoneses nos encontramos en un punto equidistante entre los estereotipos extremos de dos civilizaciones completamente diferentes. Mientras que en nuestra anima quedan atin algunos vestigios de Ja espiritualidad japonesa que desprecia el cuerpo, se difunde también cada vez mas el hedonismo materia~ lista importado de Estados Unidos. ¥ nosotros nos sen timos desgarrados continuamente, sin saber con qué estereotipo quedarnos. A pesar de ser un hombre, me parece del todo natural pensar que un cuerpo perfecto contribuya a elevar el espiritu y que, al mismo tiem- po, se deba ennoblecer el cuerpo perfeccionando el espiritu. 9 Yukio Mishima En El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde escribié tuna frase que cuando la lei por primera vez hace afios, me parecié una vil paradoja, mientras que ahora estoy en condiciones de valorar su verdad. En ella, su autor afirmaba que las enfermedades del espiritu se curan con el cuerpo y que las enfermedades del cuerpo se sa- nan con el espfritu; lo cual equivale a decir que la sen- sualidad supone el remedio para las enfermedades del espiritu, y que el espiritu es el antidoto para los vene- nos de la sensualidad. A menudo, los hombres se ven inducidos a concebir una idea errénea del cuerpo, pues parten de la conviccién de que la belleza fisica es inse- parable del atractivo sensual, y que esto no se refiere s6lo a la humanidad sino que es una caracteristica tipi- ca de toda belleza, dentro de los limites en que puede set concebida por la mente humana. SOBRE EL MANTENIMIENTO DE LA PALABRA DADA. Es imposible no sorprenderse al observar qué poco les importa la puntualidad a los jvenes modernos. Y €s asombroso ver con qué frecuencia no cumplen las promesas, Para ellos, las citas y las promesas no tienen en si mismas un significado particular. Encontrarse a las tres y media y no a las tres, como se habia convenido, 100 Lecciones espirituales para los jvenes samurdis no provocaré ningiin trastorno en Japén. He aqui un aspecto tipico de la mentalidad de un estudiante que atin no tiene conciencia de ser un engranaje de la so- ciedad.¥ sin embargo, cuando ese mismo estudiante se haya sumergido en el proceso productivo se dara cuen- ta de la importancia de su funcién dentro de la socie~ dad, ¢ incluso tendera a valorarla de modo excesivo. Es asi como nacen los prototipos de los burécratas, esos hombres que a pesar de desarrollar una tarea mediocre y subalterna tratan a los demas con una arrogancia des- medida. Por lo general, son precisamente los jévenes que de estudiantes no respetaban los compromisos quienes Iuego se transforman en hombres orgullosos de su fancién de simples engranajes de la sociedad. Es cierto que el hecho de cumplir las promesas 0 de ser puntual no tiene en si mismo una importancia de- terminante. No influye en los destinos del mundo. Distinto es lo que sucede en el universo de los mi litares: la puntualidad para ellos es esencial puesto que equivocarse en una hora o en un minuto puede signi- ficar perder una batalla; establecer de antemano, por ejemplo, que a las tres de Ia tarde deberd conquistarse una colina determinada significa que ésa es la hora ide- al para hacerlo, elegida sobre el conjunto de todas las informaciones recogidas por los comandantes, del calcu lo de la distancia que puede recorrer la tropa y del 101 Yukio Mishima tiempo necesario para colocar en su sitio a los hombres y sus medios de combate: aquel que no logre derrotar al enemigo a la hora establecida seri probablemente derrotado por el adversario a la hora que éste haya fi- Jado. En el ejército, la puntualidad se observa muy es- crupulosamente dado que tiene una finalidad bien pre- cisa y es de vital importancia. Por supuesto que el caso del ejército es un ejemplo que supone una excepcién, pero también la vida civil se mueve por los horarios. Cuando un hombre participa en alguna competi- cién para alcanzar un objetivo, siempre es el tiempo el que determina su victoria o su derrota. Y todo ello esta regulado por medio del «contrato escrito», la formula mis exigente para ratificar una promesa. En Occiden- te todo depende y esté limitado por los contratos, y esa es la causa de que sea considerada como una wociedad contractual». En Japén se utilizan contratos sumamente detalla~ dos, sobre todo para el alquiler de apartamentos; en cambio, entre los escritores y las editoriales la costum- bre consiste en el intercambio de promesas puramente orales, mientras que en Estados Unidos se redactan es- crupulosos contratos de muchas paginas, en los que se recogen hasta las mis improbables eventualidades a fin de prever cualquier clase de bajezas o traiciones. Creo 102 Lecciones espirituales para los jévenes samurdis que s6lo en el paraiso no habré necesidad de estipular contratos. En todo contrato subyace implicita una desconfian- za hacia el ser humano y la presuncién de malicia y culpabilidad de todos los hombres. La finalidad real de todo contrato es impedir, por medio de determinadas cliusulas, la posibilidad de que uno de los participantes actiie de manera nociva para el otro; pero, al mismo tiempo, permite cualquier otro comportamiento igual- mente peligroso e inhumano siempre que no viole la validez del contrato. Existe un modo diferente de considerar esta cues- tion, una teoria segin la cual no serfa necesario sellar tuna promesa con un documento: el convenio se esta~ blece en el mismo momento en que se manifiesta el consenso recfproco. Semejante ideal seria realizable si todos los seres humanos tuvieran la firme determina- cién de cumplir sus promesas, con independencia de la existencia de los contratos escritos. No intento afirmar que la puntualidad es necesaria porque el tiempo es el gobernante supremo de la so- ciedad. Cuando un empleado marca la hora de llegada al trabajo en su ficha lo hace porque tal precaucién tendra un efecto directo en su valuacién personal a fi- nal del mes, y por tanto sobre la gratificacion que reci- bird a finales de afio; es decir, que su accién le propor- 103 Yukio Mishima cionard beneficios pricticos. Lo que me preocupa no es Ia cuestién del interés personal sino el de la lealtad. El tiempo, en si mismo, no tiene significado alguno, y una promesa puede ser algo vago hasta el momento en que entra en juego el concepto de lealtad Una promesa es siempre un compromiso y tiene la misma importancia independientemente de la persona con la que se contrae. Lo tinico que cuenta es la bue- na fe de quien la pronuncia. En un relato de Akinari Ueda" referido a la belle- za de la lealtad, titulado El juramento entre las flores de crisantemo, un hombre hace todo lo posible para cum- plir una promesa que realiz6 afios atrés a su fiel ami- g0, y como no puede presentarse fisicamente en el lu- gar de la cita a la hora establecida, decide suicidarse para llegar hasta alli al menos en espiritu. La finalidad del pacto que habia convenido con su amigo era pu- ramente la amistad, la lealtad; no habia en juego nin- giin interés material. Sacrificar la vida por algo extra- fio a un interés material podra parecer hoy insensato, pero una de mis ideas fundamentales es que la esencia de las promesas no debe buscarse en el espiritu de la "Eseritor, poeta y estudioso dela literatura antigua (1734-1808), fue autor 4e los famosos Cuentos de lviay de hana y La luna de ls tvs. 104 Lecciones espirituales para los jévenes samurdis actual sociedad contractual sino en la lealtad de los se- res humanos. En la vida del hombre el tiempo no re- torna. Este dia determinado del mes de junio de 1968, ademas de ser irrepetible en la historia de la humani- dad, es un momento que no se presentari més en la vida de aquellos que lo estin viviendo. Incluso la pro- mesa mas modesta tiene en realidad una importancia enorme. Es triste que s6lo cuando hemos dejado atras la juventud nos demos cuenta del valor del tiempo. En un drama titulado Yuya, imaginé a un industrial que, ansioso por ir a toda costa a admirar la campifia florida en compaiiia de su encantadora concubina, la obliga a seguirle a pesar del dolor que siente la mu- chacha por la grave enfermedad que aquejaba a su ma- dre, Para el industrial, este viaje era la altima ocasion de contemplar las flores ese afio, en el momento en que 41 alcanzaba el apogeo de su propia existencia, y representaba también la posibilidad de admirar la be- lleza de la muchacha en su momento mis sublime. ara su mentalidad de hedonista, la enfermedad de una madre no revestia importancia alguna. Pero es eviden- te que el placer es similar a la sombra de un pajarillo que, si no se atrapa, volara lejos de nosotros y jams re- gresar’. La cita con una persona de otro sexo es una de las 105 Yiekio Mishima formas més comunes de que las promesas tengan el placer como objetivo. Desde la época de Ovidio se han inventado muchos métodos para acentuar el placer del encuentro, como por ejemplo retardar la aparicién en el lugar de la cita para aumentar el efecto. Sin embar- g0, desde joven siempre he detestado a las mujeres in- capaces de cumplir la palabra dada, ya que en mi opi- nién también la voluntad debe ser conquistada lentamente, conservando la fidelidad a las promesas. SOBRE EL PLACER Cuando era nifio descubri por primera vez la pala- bra placer al leer una versién infantil de Las mil y una noches. Desde ese momento quedé obsesionado por él. El libro hacia alusién a fastuosos banguetes, a mujeres, 4 exquisitos alimentos y a bebidas embriagadoras, cosas todas ellas prohibidas a los nifios.Y ademis, por si esto fuera poco, los personajes de aquellas historias estaban dispuestos a sacrificar hasta su propia vida con tal de lograr alcanzar el placer. Esa palabra se grabé, por tanto, por primera vez en mi espiritu asociada a un ambiguo sentido de prohibi- cién. Tenia la intuicién inconsciente de que el niicleo de la voluptuosidad estaba relacionado con el sexo. 106 Lecciones espirituales para los jévenes samurdis Durante largo tiempo la razén de esa extrafia alianza entre el placer y el sexo fiae un enigma para mi. Pero nadie, sobre todo en la sociedad contempori- nea, puede saborear la voluptuosidad que trasuntaba la vida de la festiva atmésfera de Las mil y una noches. Para el ser masculino, el sexo no es placer sino que implica suftir la agresion de la angustia, del miedo y de la so- ledad, es decir, de sensaciones siniestras ¢ incompren- sibles. Es necesario que se desarrolle un prolongado proceso antes de que tales sensaciones puedan transfor- marse en placer. En la sociedad moderna, una de las condiciones esenciales del placer es la intervencién del dinero. Es probable que todos trabajemos, nos esforcemos y tratemos de lograr el éxito guiados por el deseo incons- ciente de unir el sexo con el placer. La sociedad mo- derna hace que el sexo se transforme en un deber, en algo fio y muerto, y para lograr convertirlo en una fuente de placer es necesario, en primer lugar, salir ai- roso de la severa competencia por la supervivencia. ‘A veces tengo la impresién de que los jvenes mo- dernos dirigen todos sus esfuerzos a privar al sexo de su dimension voluptuosa. Recientemente, un semana- rio publicé una entrevista con una mujer que vive con dos hombres; su modo de concebir la comunicacién entre los seres humanos me parecié realmente intere- 107 Yukio Mishima sante, Esta mujer afirma que en un mundo donde las revistas reemplazan las charlas con alguna amiga, la te- levision las escenas domésticas de la vida familiar y la radio una amable conversacién, no es cuestién de con- siderar de modo diferente la relacién sexual. Su opi- nién me impresioné profundamente. Més adelante re- tomaré este tema. Hace tiempo asisti a la proyeccién de una pelicula muy hermosa, Romeo y Julieta de Franco Zeffirelli. Yo, que irreverentemente no logro reprimir el aburri- miento cuando asisto a un drama de Shakespeare, ya sea representado en el teatro © proyectado en la panta~ lla, me apasioné con esta pelicula que desbordaba es- plendor y movimiento vital. Esa fue quizé la primera vez que vi representada en imagenes la epasin amoro- sav de Stendhal. Tal vez me atrap6 también porque los protagonistas eran un joven de dieciséis afios y una muchachita de quince que formaban una gorjeante pa- reja de encantadoras avecillas en las que no habia ras- tros de placer sino que estaban dominadas por la pa- sién.¥ es precisamente la pasién ciega y despreocupada el mayor privilegio de la juventud con relacién al sexo, uuna pasién que los adultos consideran hermosa porque ya han olvidado el suftimiento que entrafia. Respecto al sexo, la pasion equivale tal vez al exac- to contrario del placer. Y a lo mejor es por ello que el 108 Leciones espirtuales para los jévenes samuris deseo sexual, cuando Mega a su apogeo en los jovenes, se transforma en pasion, mientras que en los adultos se convierte en placer. Sin embargo, cabe agregar que los jjévenes modernos intentan liberar al sexo incluso de la pasién. El placer requiere dinero y éste esta fuera del alcance de los jévenes. La pasién no lo necesita, pero impone la determinacién de arriesgar la vida. Para Jos jévenes que, a pesar de no tener el valor de arriesgar la vida y de no disponer de dinero, desean probar las de- licias del sexo slo queda ese consuelo conceptual del sistema nervioso denominado anticonceptivos. Hay hombres adultos que definen el movimiento estudiantil del Zengakuren como una consecuencia inevitable de la abolicién de las casas de citas, pero esto es un error. Cuando existian los barrios de huces rojas los japoneses atin eran sencillos ¢ ingenuos. Los jove- nes que buscaban en esos lugares un desahogo a sus de- seos sexuales sabjan cémo purificarse y cmo dejar in- tacta su pasion potencial. Vetadas hoy las raices de la pasién, a los jovenes no les queda otra salida que con- formarse con un éxtasis poco costoso, con el placer de evadirse de la realidad ingiriendo alguna pildora blan- ca;y éste es uno de Jos fendmenos mas perniciosos del mundo actual. gBn qué consiste entonces la voluptuosidad? En com- paracién con los paises occidentales, Japon ain man- 109 Yukio Mishima tiene la caracteristica profundamente asidtica de consi- derar el placer como algo que puede adquirirse con di- nero. El amundo de las flores y de los sauces» es la ex- presién més excelsa de esta idea. Alli las geishas valoran a Jos hombres segiin su posicién social y su riqueza, di- vidiéndoles en tres categorias: los clientes, los clientes amables y los amantes. A los clientes les ofrecen el pla~ cer, los clientes amables les proporcionan también un poco de pasién, reservando para los amantes la gran pa- sién y,a veces, hasta el dinero. Esta sociedad en la que los placeres se encuentran tan perfectamente organizados esti cambiando gra~ dualmente en Japon. La atmésfera clegante del «mun- do de las flores y de los sauces», la conversacién exqui- sita, el maquillaje extremadamente elaborado de esas el arte de entrete- espléndidas mujeres, su vestimenta, ner al cliente, la atraccién especial que ejercen las gei- shas de cierta edad dotadas de un encanto que trascien- de la sensualidad: estos son los elementos esenciales que componen el placer. Un placer que se puede adquirir con seguridad gracias al dinero. Podemos invitar a sen~ tarse a nuestro lado a una geisha de edad avanzada, a tuna de edad madura, a una joven y a una muchachita, rodeandonos asi de las miiltiples formas de la feminei- dad, de la gracia, la pureza, la belleza, la madurez, el es- piritu malicioso y picaro, de la elegancia que trascien- Lectiones espirituales para los j6venes samuriis de al sexo. Y embriagindonos de bebidas deliciosas, en el centro de este «espejo de las mil flores», podemos sa~ borear la sensacién de explorar el niicleo del placer. Es necesario contar con autorizadas recomendacio- nes para lograr ser admitido en una «casa de té> de Kioto: o sea, tener posicién social y riqueza. Para un joven existe una sola posibilidad de acceder a esos pla~ ceres prohibidos: convertirse, gracias al encanto de su edad, en el amante de una geisha. Conozco algunos de esos jovenes. No es dificil imaginar el particular placer que ellos experimentan. Se trata del gusto de observar cinica~ mente ese mundo desde su interior, de explorar la di- mensién mis recéndita y humillante del poder y del dinero y, al mismo tiempo, de dejar aflorar en la inti- midad Jos sentimientos mis sinceros de una mujer que comercia con el poder y con el dinero. Pero estas son voluptuosidades sumamente perniciosas para un joven. SOBRE EL PUDOR Por lo general, el pudor se considera una caracteris- tica femenina. Ya se ha transformado en una remota le- yenda, pero hubo una época en la que se pensaba que la virtud y el encanto femeninos estaban relacionados Yukio Mishima con el pudor y alimentados por él, como demuestra la imagen de Venus en el gesto de ocultar con vergiienza el seno. El pudor masculino, por el contrario, siempre ha sido despreciado por todo el mundo. Durante algin tempo, slo los ingleses competian con nuestro pueblo por la primacfa en la timidez y en el pudor. Por ejemplo, es proverbial la actitud de elegante tur- bacién que adoptan los ingleses cuando permanecen durante horas sentados sin hablarse porque nadie les ha presentado, Probablemente en ese comportamiento haya un ingrediente de orgullo, pero la causa principal es su peculiar timidez. Me doy cuenta, no obstante, y con cierto dolor, de que después de la guerra desaparecié en Japén no s6lo el pudor femenino sino también el masculino. ¥ no puedo por menos que lamentar esta tendencia del mundo moderno. Sin embargo, yo mismo, sin saberlo, recibo la influencia de la época en que vivo y estoy perdiendo gradualmente mi pudor. Lo supe el dia en que mi mujer dio a luz por pri- mera vez; yo estaba en Ia clinica esperando ansiosa- mente y, cuando finalmente nacié el nifio, me preci- pité a un teléfono piiblico para comunicar a mi padre el nacimiento de su primer nieto. Tal era mi nervio- sismo, que olvidé repetidas veces introducir la mo- 12 Lecciones espirituales para los jévenes samurdis neda de diez yenes y no lograba comunicarme con él Cuando al fin me acordé de colocar la moneda y pude hablar con mi padre, quedé sorprendido por su voz inesperadamente dspera. No parecia feliz por la noticia. En seguida comprendi el motivo: mi padre es un. hombre nacido en la era Meiji" y conserva el pudor de otra época. Se avergonzaba del hecho de que su hijo hubiese ido a la clinica a esperar a que su mujer diera a luz. Y, como si esto fuera poco, su hijo habja llegado al punto maximo de falta de pudor al telefonearle con voz emocionada desde la clinica. Para mi padre, cuan- do la mujer de un hombre japonés da a luz éste debe ocultar sus sentimientos y salir con los amigos o fingir de algiin modo indiferencia. No hay que ver en ello, segtin creo, un sentimiento de desprecio hacia la mujer sino la muestra de cierto temor y receloso respeto ha- cia un asunto puramente femenino, a la vez que una actitud de desafio que disimula cierta timidez viril. Los hombres de la época Meiji no se atrevian a caminar al lado de una mujer. Muchos de ellos precedian siempre en algunos pasos a sus compaiieras para no ser consi ® fpoca que comenz en 1867 cuando ascendié al trono el emperador Mutwthito, y que terminé cuando murié en 1912. 43 Yukio Mishima derados viciosos, avergonzindose incluso de caminar al lado de su propia esposa. Es posible que esta costumbre no sea tan nuestra, tan japonesa, Durante la posguerra, la mayoria de nosotros atribuia tal comportamiento a las inveteradas costum- bres feudales de nuestro pais pero recuerdo un episodio que retrata la misma fingida indiferencia en una inol- vidable y antigua pelicula norteamericana. No recuer- do el titulo pero si el intérprete, Gary Cooper. La pe- licula narraba la vida simple y despreocupada de un hombre de! lejano oeste. El protagonista rechazaba re~ petidas veces las propuestas amorosas de una muchacha caprichosa y prepotente y, a pesat de estar enamorado de ella, fingia indiferencia, hasta el punto de limpiarse los labios con el dorso de la mano cuando ella le daba tun beso, En la iltima escena, la muchacha besaba los la~ bios ya exangiies del amado moribundo, y su dolor quiz4 se acrecentaba con el pensamiento de que la muerte impedia al hombre limpiarselos con el dorso de Ja mano, Supongo que entre los jévenes japoneses mo- dernos no existe ninguno tan necio como para apresu- rarse a limpiarse los labios después de recibir el beso de una mujer. Sin embargo, esta forma de pudor se halla estrecha- mente relacionada con la virilidad. Un elemento indis- pensable del amor roméntico consistia en que el hom- 14 Leccionesesprituales para los jévenes samurdis bre y la mujer mantuvieran rigurosamente las distancias y que, aunque estuvieran profundamente enamorados, no Ilegasen a mostrar sus sentimientos. Tal comporta- miento ejercia una notable influencia en toda la gama de lo emotivo: en la antigtiedad se consideraba que mostrar una intolerancia clara era Ja maxima expresion del amor. En nuestra época, un comportamiento seme- jante sobrevive sélo entre los nifios, que inconsciente- mente tienden a manifestar hostilidad precisamente ante hs nifias que més les atraen; pero ello dura hasta los seis siete afios, cuando ya se convierten en hom- bres de nuestra época, tan alejada de la era Meiji. A causa de la influencia norteamericana, las relacio- nes entre el hombre y la mujer en Japén se han hecho attificiosamente igualitarias, lo cual se manifiesta en una reciproca y absolutamente desinhibida expresion de los propios sentimientos amorosos. Incluso el pudor femenino se considera una reminiscencia feudal capaz de perjudicar esa igualdad entre los sexos. Cuanto mas desaparece el recato femenino, mis se desvanece tam- bién el pudor viril, como la huella del aliento sobre el vidrio, y de este modo, tanto los hombres como las mujeres, tan desenvueltos para manifestar los propios deseos, llegan a perder sus caracteristicas sexuales sim- bélicas. A este paso, nuestra época va camino de con- vertirse en la época de la denominada neutralidad. us Yukio Mishima E] pudor no se manifiesta sdlo en el ambito de la se- xualidad. Los japoneses estamos perdiendo poco a poco la costumbre de ofrecer regalos diciendo: «No es nada importante» 0 «es un objeto insignificantes. ‘Ciertos habitos del estilo norteamericano se han di- fandido por doquier. Y creemos que vivimos en un tiempo de amplia libertad y de grandes derechos indi- viduales, La nuestra es una época en Ia que, sobre la base de la libertad de expresién, todos se sienten auto- rizados a sostener en voz alta las propias opiniones in- maduras o insulsas, dejando de lado toda reserva. Hoy, Ia gente expresa sin discrecién alguna las propias ideas, incluso sobre politica. Cuando los jévenes nacidos después de la guerra vomitan arrogantes sentencias, los adultos los escuchan con admiracién creyendo que ellos representan la nue- va imagen del hombre japonés; también nosotros, de jovenes, tenfamos ideas similares a las suyas pero un in- confesable pudor nos impedia expresarlas y, ademas, no teniamos el descaro de mostrar ante los adultos nues- tras adolescentes e inmaduras opiniones. Nuestra tenta- cién de pavonearnos contrastaba con cierto sentimien- to de inferioridad, y un profundo orgullo combatia con el irrefrenable deseo de ser valorados. Si observamos el modo en que los jévenes moder- hos expresan sus opiniones, se hace evidente que su 46 Leciones esprituales para los jévenes sarmudis falta de pudor obedece a su escasa aptitud para refle- xionar. Una muchacha me envié un dia una tarjeta con el siguiente mensaje: «Para ser un escritor eres un igno- rante y un inculto: has acumulado mis de veinte erro- res de ortografia en una sola pagina. Corrigelos inme- diatamente.» Esa muchacha no sélo no conocia la ortografia clisica"* sino que, ademés, no se detuvo ni un instante a reflexionar sobre su propia ignorancia. En cambio, segiin el marqués de Sade, el pudor se~ xual seria una simple cuestién geogrifica. En efecto, en ciertas regiones del mundo las mujeres se avergiienzan de mostrar el seno, en otras, las partes intimas y en. otras, los pies. Relacionado con este asunto recuerdo un episodio de las Memorias de Casanova: que una vez, cuando se encontraba en un pais rabe, traté indtil- mente durante toda una noche de conquistar a una mujer del lugar sin lograr tan siquiera quitarle el velo negro para robarle un beso. Pero cuando se lamentaba ante un amigo de lo que él consideraba el gran fracaso de su vida, debié soportar las burlas por su ignorancia: "Mishima, al contrario que la mayoria de los escritores de posguerra,pre- {Grié no adopta las formas abreviadas de los ideogramas y el criterio de selec- ‘ién de los kana, Jos signos del alfbeto slsbico que se usilizan en las escuelas moderns. a7 Yiskio Mishima no sabia que las mujeres érabes aceptaban oftecer con facilidad la parte inferior de su cuerpo pero rehusaban con firmeza dejarse besar. Incluso las mujeres japone- sas, cuando el pudor atin estaba arraigado entre ellas, no dudaban en amamantar en pablico 0 bafiarse desnudas junto a los hombres. Pero el pudor no se refiere sélo a alguna parte del cuerpo, sino que es un problema cul- tural y espiritual, Estoy convencido de que el amor ro- mintico se disipa con la desaparicién del pudor; por otra parte, mientras exista un ser humano, el sentido del pudor reaparecerd cada tanto, antes 0 después, bajo una forma imprevisible. LA URBANIDAD Una sefiora, hermana del propietario de uno de los mejores hoteles de Tokio, muy conocida en la alta so- ciedad desde la época anterior a la guerra, y acostum- brada a vivir en el extranjero, exigia que todos los hombres la tratasen con el mismo respeto que los oc~ cidentales dedican a las mujeres. Un dia se le ocurridé probar la cocina japonesa del hotel de su hermano y, aunque en el comedor imperaba un estilo rigidamen- te japonés, se dirigié con marcada ostentacién a sen- tarse en el lugar de honor, indignindose cuando se dio 18 Lectiones espirtuales para los jévenes samurdis cuenta de que no la servian primero. Entonces pre- gunté por qué en ese hotel, que en todos los demas aspectos se adaptaba por completo a las costumbres occidentales, s6lo en el momento de presentar los ali- mentos de la cocina japonesa se imponia la antigua costumbre de servir en primer lugar a los hombres. Esto era para ella una cuestién de la maxima impor tancia.Al fin logr6 convencer a su hermano de que se sirviera primero a las mujeres, incluso en el comedor japonis. Pero creo que ése es el tinico hotel donde tal cosa sucede. Por mi parte, he concertado un pacto con mi mu- jer. Cuando entramos en un restaurante japonés yo voy delante y, viceversa, ella hace Jo mismo en un lugar de estilo occidental. Es ficil, basta con considerar la urba~ nidad como un juego. Pero se trata de un juego en el que se entrelazan complejas cuestiones de orgullo. Puede parecer que dejar pasar primero a una mujer es una importante manifestacién de respeto pero, en realidad, el significado es muy diferente y me sorpren- de que ninguna mujer se haya indignado jamis por se- mejante norma, en la que se manifiesta una forma de protecci6n hacia el mas débil. Hasta el final de la guerra imperaban en nuestro pais costumbres similares a las de la antigua Greci jeres cuidaban la casa y era perfectamente natural que 9 Yukio Mishima os hombres se dedicaran a la vida social fuera de los Ambitos domésticos sin la compaiiia de sus esposas. Esta costumbre no es exclusivamente japonesa ya que es fi- cil comprobar hasta qué punto se halla arraigada en Es- paiia y en otros paises latinos. Las mujeres, sobre todo las japonesas modernas, sa~ ben que su liberacién, esto es, la facultad de actuar a su gusto, se debe atribuir solamente a la pérdida de nues- tra tradicién. En efecto, algunos consideran que la tra~ dicién japonesa limitaba la libertad femenina. Gracias a la emancipacién femenina, de origen occidental y so- bre todo norteamericano, nuestras mujeres han comen- zado a salir libremente y a actuar segin su voluntad, Sin embargo, éste es un fenémeno que no esti ex- tendido en todas las sociedades occidentales sino s6lo en las mas desarrolladas. En América central y meri- dional, por ejemplo, las mujeres que caminan por la ca- le después de las ocho de la noche son tomadas por prostitutas. No es admisible que una muchacha de buena familia salga a esa hora sin la proteccién de un hombre. Si bien es cierto que la libertad sexual ha disgrega- do la tradicién en Japén y en los paises occidentales desarrollados, es necesario admitir que fireron precisa~ mente las mujeres, generalmente més conservadoras, las que se batieron en primera linea en la lucha contra 120 Lecciones espirituales para los jévenes samundis las antiguas costumbres. {No es ésta, acaso, una intrin- seca contradiccién del espiritu femenino? Las «medias azules, aquel grupo de mujeres modernas que hacia fi- nales de la era Meiji influyé tan poderosamente en la moda japonesa, organizaban manifestaciones para afir- mar el derecho de las mujeres a la emancipacién, a la libertad de casarse con el hombre que amaban sin es- tar sujetas a las costumbres feudales, y a desenvolverse de forma auténoma dentro de la sociedad. En la pos- guerra, las mujeres de nuestro pais conquistaron, natu- ralmente gracias a la ocupacién norteamericana, el de- recho al voto, un derecho que sélo recientemente han conseguido en un pais victorioso como Francia. La mujer japonesa asumié siempre una actitud pasi- va frente a la tradicién y jamis se sintié obligada a con- servarla activamente. Tengo la impresion de que esta realidad ha ¢jercido una sutil influencia incluso en las modernas reglas de urbanidad. Si la mujer es verdade- ramente un sujeto y no un simple objeto, gpor qué no se convierte en una guardiana activa de la tradicién? Cuando no se realiza ningjin esfuerzo para conservar- 1a, la tradici6n se resquebraja esponténeamente y ya no ¢s posible reconstituirla. Por lo general, el hombre comprende el significado de la tradicién y se une acti- vamente a quienes la protegen pues siente el deber de defenderla, ya sea considerada buena o mala. Esta es la 121 Yukio Mishima zaz6n por la que los hombres japoneses siempre han parecido mis conservadores de lo deseable. Pero tuvie- ron constantemente la oposicién de sus mujeres, que buscaban su liberacién en el aniquilamiento de todas las costumbres tradicionales. Nos encontramos aqui ante una paradoja. Si la mujer contintia con su activi- dad de resquebrajamiento de la tradicién, terminars, sin embargo, por encontrarse en la misma situacién a la que estaba sometida cuando debia obedecerla, Y dado que sobre la nada no se puede establecer ningin cziterio de accién, la mujer japonesa ha comenzado a imitar, cual simio, a las mujeres occidentales, impo- niéndole también al hombre un comportamiento si- milar, El ejemplo mis claro es el de la sefiora de la alta sociedad a la que me he referido: al imponer las cos- tumbres occidentales en la cocina japonesa lo tinico que logré fue hacer desagradable su sabor. Desde el momento en que, no por su propia fuerza sino por la autoridad del ejército de ocupacién, es de~ cir, de los hombres norteamericanos, la mujer japone- sa obtuvo la plena emancipacién y la libertad no le quedé otro modo de demostrar su poder que partici par en las manifestaciones pacifistas, basadas en el sen- timiento y en palabras de orden tan sugestivas que re sisten toda logica. Pero en realidad, es en su propia dimensin de la pasividad donde las mujeres son tan 122 Leciones espirituales para los jévenes samurdis furertes como para rechazar toda l6gica. Los defectos de Jos movimientos pacifistas japoneses son, por un lado, Ia extrema propensién a la demagogia basada sobre el sentimiento y, por el otro, la negacién radical de la 16- gica; y son precisamente estos defectos los que revelan su sello totalmente femenino. Si las mujeres estin de verdad emancipadas y son tan auténomas como pretenden, me gustaria que no sdlo en las costumbres relacionadas con la urbanidad sino también en su participacién en los movimientos paci- fistas y politicos, descubrieran un nuevo significado en la tradicién, hoy ya no tan temible para ellas, y asu- mieran esponténeamente el deber de mostrar al mun- do la belleza de las costumbres tradicionales japonesas. LA VESTIMENTA Quien haya estado en la India habri observado que Jas mujeres hindiies atin se obstinan en usar el sari, Esa es una costumbre maravillosa. Cuando alguien ve apa- recer a una mujer asi vestida en el umbral de un lujo- so hotel se sorprende de su elegancia y hasta tiene la impresion de que se halla en presencia de una hetera a punto de ir a una fiesta. A los ojos de un extranjero to- das las vestimentas tradicionales parecen hermosas. 13 Yukio Mishima Pero existe cierta diferencia entre belleza y comodidad. El japonés es un pueblo mis bien sensible a la co- modidad. No dudé lo més minimo en abandonar el quimono tomando como pretexto su escasa practicidad, pero en realidad su actitud se debié a un sentimiento de veneracién hacia Occidente tipico de la era Meiji. Después de la guerra, cuando la mayor parte de los quimonos quedaron destruidos o inutilizables, hubo un perfodo durante el que fue muy raro ver personas ves- tidas con los trajes tradicionales. En cambio, reciente mente, hasta los quimonos masculinos han recuperado su auge, pero es evidente que surgen mis como la ten- dencia de una nueva moda; los que se usan ya no son os quimonos de otros tiempos, aquéllos que se leva- ban con la naturalidad que daba la costumbre. El dia de ailo nuevo todas las muchachas visten quimonos con dibujos sobre fondo blanco y mantones de tejido sin- tético igualmente blancos y uniformes. Ademés, no son capaces de ponerse el quimono sin que alguien las ayu- de. También los hombres han olvidado el antiguo sig- nificado de vestir los trajes tradicionales, eligiéndolos con una inapropiada artificialidad, por un sentimiento de anticonformismo o por seguir la moda. Sélo aque- los que ejercen profesiones especiales, como los maes- tros del arte del té 0 los que trabajan en el mundo del no y del kabuki, han conservado la costumbre de ves- 14 Leaciones espirituales para los jévenes samuriis tir cotidianamente el quimono, que se ha transforma- do para ellos en una especie de uniforme. ‘Tengo la impresién de que con la conquista de cier- ta seguridad econémica y social la gente ha aprendido que el verdadero placer de la vestimenta no consiste en vestir lo que gusta y resulta comodo dénde y cuindo se desea. La alegria de vestirse nace, como la belleza, de la obligacién. El ejemplo mis evidente es el uniforme militar. Pero también con relacin al esmoquin se pue- de afirmar que es precisamente la imposicién de usar lo en situaciones especiales lo que le confiere su im- portancia, tanto al traje como a sus accesorios. Supongo que la tendencia de los hippies modernos de reducir toda forma de vestimenta a un simple jue~ go, inspirindose en modas arbitrarias y liberando a la vestimenta de todo concepto de autoridad, de orden o de costumbre, se debe a la influencia del turismo, de los intercambios internacionales y de la nivelacién que surge de ellos. Ahora no nos maravillamos al encontrar en la Ginza'® a una mujer japonesa que Meve un sari hindd. La nuestra es una época en la que a uno ya no le sorprende ver que se adopte una costumbre arbitra- riamente, fiaera del contexto de su tradicin y de su "Una de las calles mis elegantes del centro comercial de Tokio ns Yukio Mishima historia; pero, justo por ello, estamos en condiciones de comprender que la vestimenta tiene significado s6lo en el 4mbito de un estilo impuesto por una determinada sociedad. En cierta época imperaban severas reglas dic tadas por un escrupuloso respeto hacia cada estacion del afio que se manifestaba tambign en el cambio de los vestidos: en primavera, por ejemplo, incluso con tem- peraturas bajas, no estaba permitido usar los quimonos forrados. Esta norma se mantuvo con rigidez hasta la época de mis abuelos. Este habito significaba discipli- na, distinci6n, deber social y hasta ética. Otro ejemplo: las mujeres casadas tenfan la costumbre de ennegre- cerse los dientes demostrando asi su condicién social. Si se limita el problema a la esfera masculina, se ob- serva en primer lugar que vivimos en una época en la que se han introducido en nuestro pais incémodas cos- tumbres occidentales, y ello tiene su origen en la con- viccién de que gaponés equivale a barbaro». En los hoteles mas lujosos de Japon esti prohibido el acceso a la piscina a quien use el fundoshi® o esté ta- tuado.Tal prescripcién testimonia el prejuicio que afir- "Esta prenda fncima masculina, ue se usa bajo el quimono, es una larga {ja que se envuelve alrededor de la cintura como un cinto y pasa por entre as piernas 126 Lecciones espirituales para los jévenes samuardis ma que lo que es tipicamente japonés resulta vulgar. ‘demas de lo dicho, ahora somos incapaces de conferir un sello de rigor y de elegancia a nuestra vida cotidia- na usando el quimono segiin las normas de la etiqueta De lo que deriva, naturalmente, una especie de doble vida. El quimono se convierte, por suerte, en el pri- vilegio de la gente cansada de usar ropa occidental, esto ¢s, en una especie de lujoso segundo acto. En efecto, mientras que el traje occidental mas costoso tiene un precio que no supera los cien mil yenes, para el qui- mono no existen limites, pues no es extrafio encontrar alguno que cueste trescientos 0 cuatrocientos mil ye- nes. Hasta los quimonos de espeso algodén azul de ku- ume, que en una época usaban por lo comin Jos estu- diantes, cuestan ahora, si son de buen género, cuarenta © cincuenta mil yenes, lo que significa un gasto que un joven no esti en condiciones de afrontar. Me encanta ese tipo de quimono y me he esforzado mucho por procurarme uno para agregar a los hakama” de Ogura. Creo que en el pasado, cuando reinaba el orden, un hombre de mi edad vestido de ese modo habria sido considerado un loco, mientras que ahora, dado que el precio del quimono ha aumentado hasta el punto de " Amplisimos calzones que se usaban con el quimono. 127 Yukio Mishima hacerse prohibitivo para los jévenes, ya nadie se sor- prende al ver a un hombre maduro usar un quimono de algodén espeso de kurume y un hakama de Ogura. Ademis, los quimonos siempre han servido para po- ner de manifiesto las grandes diferencias derivadas de la desigualdad de clases y de las diversas posibilidades econémicas. Hubo una época en que cualquier hote- lero sabfa medir la riqueza de un cliente dando una ri- pida ojeada a su quimono. Como cada vez es mayor el niimero de jévenes que no compran libros y ahorran hasta en la comida con tal de reunir dinero para gas- tirselo en a vestimenta, resulta muy dificil juzgar a una persona basandose tinicamente en el modo en que vis- te, Respecto a este asunto también se puede decir que Jos simbolos que marcan la condicién social, los deno- minados simbolos de estatus, se han transferido de las prendas de vestir a otros objetos. La vestimenta actual est sujeta a una extrema confusién, que simboliza a una sociedad en la que no existen mis distinciones so- ciales. Podemos por eso gustar de los placeres clasistas sin dejamos condicionar mas por los prejuicios de clase. Hoy vivimos en un mundo en el que un hombre puede pasar del mono de trabajo al esmoquin sin sen- tirse incémodo. En el Japén moderno y en Estados Unidos todo esta estructurado de tal modo que, gas~ tando cierta suma de dinero, cualquiera puede saborear 128 Lecciones espirituales para los jévenes samurdis Jos mismos placeres que s6lo podian disfrutar anterior mente los exponentes de las clases mis altas, y en los mismos lugares donde ellos solfan divertirse. Pero qué tristeza! Por todas partes nos rodean los falsos aristécratas, los que, no perteneciendo a una ele vada clase social, se encuentran totalmente alejados del antiguo y tormentoso juego feudal que pesaba en una época sobre los auténticos aristécratas. EL RESPETO POR LOS ANCIANOS Hace poco he descubierto una frase impresionante en una seleccién de pensamientos de Sainte-Beuve, un famoso critico francés del siglo X1x, titulada Mis vene- nos. Dice asi: «Al ver a personas famosas que, entorpe- cidas por la edad, se equivocan, se pierden en digresio~ nes y realizan acciones locas viles, pienso que la juventud, aun en su imprudencia y en su impaciencia, es mas honesta y sabia. Es sobre todo en la segunda par- te de la vida cuando nos hacemos frivolos y perdemos Ih direccién correcta.» Se tata de la afirmacién que mas me ha impactado en estos tiltimos tiempos. Yo tenia la costumbre de su- brayar los fragmentos que me gustaban, pero he obser- vado que en ese libro, que lei por primera vez hace 129 Yukio Mishima veinte afios, no habia ninguna linea subrayada, lo que me hace suponer que en aquel momento no me im- presioné la frase. Sin embargo ahora, después de haber atravesado el umbral de los cuarenta, veo perfectamen- te la malicia que subyace en esa afirmacién. gEn qué consiste el respeto debido a los ancianos? Segiin Sainte-Beuve, en la deferencia que jévenes hon- rados ¢ inteligentes estin obligados a tributar a perso- nas frivolas e incapaces de distinguir los valores correc- tos, En nuestra época, quedaron casi completamente abandonados los armoniosos sentimientos de devoto respeto que en un tiempo existian entre el maestro y el discipulo, y entre los jévenes y los ancianos, siendo cada vez mayores las profundas divergencias entre ellos. No hace mucho, junto a algunos exponentes de las, tres facciones del movimiento estudiantil Zengakuren, ademés de algunos profesores y ex alumnos, he partici- pado en un debate relacionado con los problemas de la Universidad de Tokio. Mientras que un docente suma- mente serio hablaba en representacin del ateneo con tono cortés y conciliador, declarindose incluso dis- puesto a aceptar la autocritica, los exponentes de las tres facciones del movimiento estudiantil se burlaban de él y le insultaban. Incapaz de tolerar semejante es- pecticulo, invité al profesor a que usara el mismo len- guaje que el de los que le insultaban. Y entonces ese se~ 130 Lecionesespirituales para fos jévenes samurbis rio docente enrojecié de célera y cambiando de tono bruscamente grité: (Ahora os diré lo que pienso: el vuestro es un comportamiento de patanes!» ‘Una terrible caracteristica de la vida es el hecho de que nada puede garantizarnos la madurez y la evolu- cién. Aunque acumulemos una gran cantidad de cono- cimientos, ellos no le daran necesariamente seguridad y estabilidad a nuestra existencia. Tengo la impresién de que el concepto de respeto por los ancianos es més fir- me cuanto menor es la diferencia de edades. Es her- moso ver que por fortuna en el mundo del deporte se mantiene una rigurosa deferencia hacia los compafieros mayores, incluso hacia los que tienen s6lo un afio mis. En has artes marciales, sobre todo, basta un pequefio olvido del cédigo de comportamiento frente a los ma- yores para que se corra el riesgo de recibir duros casti- gos, como sucedia en otro tiempo. La norma que im- pone el respeto a la edad se asienta, por tanto, en el temor ; pero es una norma que en la sociedad moder- na ha asumido un caracter ficticio. Ahora los ancianos no se limitan a exigir respeto, sino que han aprendido el método para dominar con habilidad a los jévenes adulindoles y reprimiéndoles con astucia. A su vez, los jévenes, intuyendo esta téctica, han aprendido a mos- ‘rar deferencia hacia los ancianos por simples motivos de conveniencia social y de interés personal. No obs- a3 Yukio Mishima tante, cabe aclarar que este fenémeno no es una pre- rrogativa de nuestro tiempo sino que ya existia en la época de la preguerra. El concepto de que debe tributarse respeto a los an- cianos ¢s tipico de las sociedades agricolas. En la agri- cultura sélo tiene valor la experiencia: tinicamente acumulando experiencia durante meses y afios es posi- ble comprender las leyes que rigen los cambios del cli- ma, la abundancia o la escasez de las cosechas, el mo- mento mas oportuno para la plantacién y todos los otros fenémenos que parecen irregulares e inescruta- bles. De ahi que deban transcurrir muchos aiios, esto es, es necesario envejecer para que al fin tales fenéme- hos se transformen ante nuestros ojos en leyes eternas y nos sea posible acumular experiencias y obtener de ellas resultados técnicos. Por eso los jévenes aprendieron a escuchar las pala~ bras de los ancianos y a respetarlos, haciéndose reve- rentes hacia una jerarquia establecida por la edad. Pero en la sociedad moderna es imposible que los ancianos sean omniscientes y los jévenes ignorantes. Es mis probable que los ancianos sepan més que los jéve- nes s6lo en lo que se refiere a los chismes sobre el mundo que transmite la television. Vivimos en una sociedad en la que la comunicacién de masas adquiere una importancia cada vez mayor; 432 Lexcionesesprituaes para los jévenes samurdis podria suceder que a los ancianos les correspondiera el deber de recibir, pasivos, as informaciones transmitidas mientras que, paralelamente, los jévenes irfan progre- sando cada vez mis en la tecnologia, ampliando sus do- minios; asi, ls nociones acumuladas por los ancianos se irfan haciendo poco a poco més anticuadas hasta per- der finalmente su valor informativo. Sera muy dificil mantener el respeto por los ancianos en una sociedad de ese tipo. Como ya he indicado, también la deferencia tribu- tada en el mundo del deporte hacia quien es mayor de edad es ficticia y se basa en el temor. Sin duda, los mas jovenes soportan estoicamente los suftimientos pues se consuelan con el pensamiento de que al afo si- guiente serin ellos quienes someterin a los novicios. Este modo de tolerar el sufrimiento era comin en los militares del ejército de hace algin tiempo, que era un modelo de sociedad sin diferencias de clase. Los re~ clutas soportaban todas las vejaciones sofiando con el dia en que, ya convertidos en oficiales, podrian ator- mentar a los soldados. Si no hubiesen respetado a los superiores, habria sido imposible que algiin dia ¢jer- cieran la misma autoridad que habian sufrido. ‘Amis de uno podra parecerle extraiio que haya de- finido el ejército como una sociedad sin diferencias de clase, pero en la época anterior a la guerra, mientras Ja~ 133 Yukio Mishima p6n estaba dividido en castas cuyos extremos eran la nobleza y la plebe, solamente en el ejército, gracias a Ia rigida jerarquia en la que se basaba su particular for- ma de sociedad cerrada, se habia creado un mundo dis- tinto en el que las habituales diferencias de clase desa- parecian. En el Japén moderno, al no existir ya clases sociales, la tinica diferencia est ahora determinada por la edad, asentindose con ello las bases de la actual ge- rontocracia. Por otra parte, como ya sefialé, cuando las rebelio- nes sociales ponen en crisis la supervivencia de las re- glas que imponen el respeto a los ancianos, podemos pensar que se avecina un mundo en el que no existira nada més que la total libertad individual, como propo- ne el movimiento estudiantil. Pero puedo afirmar, sin ninguna duda, que incluso la sociedad més libre termi- naria pronto por aburrirse, constituyéndose en conse~ cuencia una nueva escala social, en donde cada uno intentaria subir mas alto que los demés. La tinica dife- rencia seria, en definitiva, la amplitud o la estrechez de la escalera, la posibilidad de subirla en grupo o en fila india, La deferencia hacia los ancianos es la ética de una escalera estrecha: mientras el hombre continiie desean- do que exista una escalera, nosotros podremos ampliar~ la pero no abolirla. 134 Leccionesesprituales para los jovenes samurdis LOS INTELECTUALES AFEMINADOS Cuando iba al instituto —naturalmente en tiempos de guerra—, algunos de los estudiantes mis osados, per- tenecientes a la linea militarista, nos atacaron a mi y a algunos de mis compafieros durante un debate, sin pro- nunciar nuestros nombres, afirmando que en ese perio do de crisis en el que Japén corria el riesgo de quedar aniquilado era vergonzoso que en nuestro instituto existieran algunos literatos afeminados de tez pilida. Sus palabras me parecieron sumamente necias y deci- di, atin con mayor determinacién, dedicar mi vida a la literatura, Jamas habria podido imaginar que veinte afios después yo mismo denunciaria el afeminamiento de los jévenes literatos. Desde luego no deseo imitar a aquellos que se escu- daban tras el poder y la guerra para censutar a los j6- venes dedicados a Ia literatura. Simplemente, en esta época donde la flaqueza de espiritu de los escritores se ha difandido por todo Japén, experimento el urgente deseo de mostrar qué astuta es la estructura psiquica del intelectual. La literatura es la profesién ideal para quien desee refugiarse en una zona segura, como un cangrejo se oculta en su hoyo. Porque, en efecto, la li- teratara se basa en la premisa de que su mundo no tie~ ne relacién alguna con la realidad, de modo que pue- 135 Yukio Mishima de escapar a todo criterio de valoracién. Los verdade~ 10s intelectuales son aquellos que no tienen otros inte- Teses © compromisos fuera de la literatura, y que tienen como ideal de vida una inmortalidad y una disolucién admisibles slo en una obra literaria. Advierto constantemente sobre el peligro de que la literatura termine con la moral. Varias veces he anali- zado Jas trampas en las que caen inconscientemente aquellos que tratan de encontrar una ética y un objeti~ vo de vida en la literatura, Por tanto, sé perfectamente cuan peligrosa puede resultar la fascinacién que ejerce sobre los javenes. De hecho, quien busca un objetivo de vida en la li- teratura en cierto modo se siente insatisfecho con la existencia real. Pero en lugar de luchar concretamente contra su insatisfaccién dentro del ambito de a reali dad anhela un mundo diferente, con la esperanza de poder resolver en él sus problemas, ¢ intenta descubrir en [a literatura un objetivo de vida o una moral. Pero inevitablemente la literatura que satisface tales reque! mientos es de segunda categoria, aunque cabe aclarar que por fortuna los jévenes que reciben su influencia s6lo suften leves daiios. No deseo citar ningiin nombre de escritor en particular, pero no hay duda de que se- mejante literatura ha existido y ha sido utilizada en to- das las épocas, Ella incita al hombre a vivir una espiri- 136 Lecciones espirituales para los jévenes samuriis tualidad més elevada, y est hecha con gran habilidad para ilusionar al ser humano dandole la impresin de elevarlo, aunque sea un poco, del nivel de la moral co- min, y de dar luz a su vida, aunque se trate de una luz muy débil. Pero los novelistas que se dedican a esta li- teratura actdian con astucia. Consuelan a los jévenes desilusionados por el amor e infunden nueva energia a aquellos que han fallado para convencerles de que pue- den volver a intentarlo. A quien esta perdidamente enamorado y en el umbral de la desesperaci6n le dicen: «Asi es la mujer, y lo conducen a una visién del amor levemente més trascendental. A quien se encuentra atormentado por la pobreza le ensefian que no es sélo el dinero lo que tiene importancia en el mundo, que también existen los valores del espiritu. Quien se con- sidera débil, ya sea fisica o espiritualmente, recibe co- mo consuelo la afirmacion de que cuanto mis débil se es mis se acerca uno a la verdad. Se trata de ensefian- zas a veces amables y otras veces severas, semejantes a la mano de una madre o de un maestro, y no pocas personas han despertado a la vida frecuentando una li- teratura similar. dems, tal literatura est provista por lo general de un espiritu humoristico y de cierto en- canto vulgar, que se mezclan habilmente, de modo que atrae la atencién: una ensefianza que ni la escuela ni los padres saben dar. El nivel mas bajo de esta literatura 137 Yukio Mishima est4 representado por la mayoria de los cuentos infan- tiles. Las nifias comienzan a leerlos en los primeros afios de colegio y se acostumbran a imaginar que sus vagos sueiios se cristalizarin en amores puros que de- bern enfrentar luego las vicisitudes de la existencia, La verdadera literatura es completamente diferente. Y deseo advertir a los jévenes intelectuales sobre el pe- ligro que encierra. La literatura auténtica nos muestra con dureza y sin el menor eufemismo el horrible des- tino que pesa sobre el ser humano. Pero no lo hace mediante el recurso de provocar un estremecimiento de temor como en Ia «casa de los espiritus» de los jar- dines de infancia. La literatura no utiliza trucos simila- res, sino maravillosas frases y descripciones encantado- ras, que arrebatan el espiritu, por medio de las cuales nos revela que la vida humana no tiene significado al~ guno y que en el hombre se oculta una maldad que ja- més seri perdonada. Cuanto mis alta es la calidad de la literatura, tanto. mayor es la intensidad con que nos transmite la idea de que el ser humano esti condena- do. Quien hace de ella el objetivo de su vida no se ve impulsado hacia el reino de la religién, que ocupa sin duda una posicién discretamente mis elevada, sino que termina por darse cuenta de que ha ido a parar al bor- de del mas terrible precipicio y que ha sido abandona- do alli. Quien se dedica a leer la terrible literatura de 138 Lectiones espirituales para los jévenes samurdis alta calidad y se deja conducir por ella hasta el abismo —a excepcién del que esté en condiciones de crear con talento anélogo obras literarias del mismo valor—, termina preso de la ilusion de haber llegado a ese pre- cipicio s6lo con la ayuda de sus fuerzas. Semejante milagro da origen a sentimientos varios. Se llega a comprender la propia impotencia, pues se da cuenta de que forma parte del grupo de los intelec- tuales faltos de fuerza y de que no puede cambiar la propia vida y participar en ninguna revolucién aunque, sin embargo, considera que la posicién alcanzada le per- mite tomarse todo a la ligera, Se trata de una conquis- ta obtenida gracias a la literatura y, aunque se tenga conciencia de la propia inferioridad fisica, del despre- cio de los demis, de la ausencia de principios morales y de la falta de algin talento especial, se posee la ex- traiia presunci6n de tener derecho a burlarse del mun- do entero. Todo es considerado con cinismo, se toma a Ja ligera cualquier compromiso, se descubren grotescos defectos en los que dedican todas sus energias a algiin ideal, se ataca la sinceridad y la pasién, y se atribuye el privilegio de despreciar todo lo que es hermoso y su- perior: las acciones puras ¢ impetuosas que son una es- pecie de cristalizacién del espiritu humano. Esta actitud se manifiesta inconscientemente en el rostro y en el gesto. Me basta una mirada para identifi- 139 Yukio Mishima car entre la multitud a un muchacho posefdo por tales conviccion : suis ojos parecen limpidos, pero en el fondo estin privados de luz y se encuentra por entero desprovisto de naturalidad pura y de fuerza animal, las principales prerrogativas de la juventud: no es mas que una especie de cript6gamo. No es sorprendente, por tanto, que haya tratado de sustraerme a este tipo de literatura al conocer su vene- no més que otros. Sin embargo, como no dejo de ser un hombre de letras, continto suftiendo su persecu- cién; no es extraiio pues que desee al menos mostrar su peligrosidad a quien no ejerce esta profesion. ¥ es con Tespecto a este punto por el que dirijo mi reproche ha- cia los jévenes intelectuales. En los ltimos afios he comprendido que basta practicar el kendo y blandir una espada de bambit para evadirse, aunque sea por breves instantes, del pantano del nihilismo. Necesité muchos afios para poder comprender que la accién mis simple tiene el poder de curar el morbo de la lite- ratura, aunque esa revelacién me llegé cuando éste ya habia envenenado la mitad de mi juventud. Espero que los jévenes intelectuales atormentados por la fiebre de la literatura puedan despertarse antes que yo. Confio en que haya alguno capaz de escribir al menos una obra no contagiada por el veneno ajeno, sino empapada ge- nuinamente en el propio. 140 Leccones esprituales para los jérenes samurdis EL ESFUERZO «El genio es fruto del esfuerzo», dice el proverbio, pero también el talento debe valorarse como una joya pues de otro modo corremos el riesgo de quedarnos sin conocerlo. Esta puede ser una sabia sentencia, ade cuada para una sociedad cuya finalidad es el éxito. El hombre se esfuerza sin tregua en su competencia con Jos otros para demostrar la propia fuerza y el propio va~ lor, es decir, para ganar. Los japoneses, sobre todo, ja~ mis hemos dudado del valor del esfuuerzo. Desde la época de la restauracién Meiji, Japon ha sido sacudido por ripidos y violentos cambios. Hubo un tiempo en que imperaba el sistema de la separacién entre las clases sociales que, sin embargo, no Hegaba a tener la rigidez del sistema de la sociedad inglesa: en- tre nosotros cualquiera que se hubiera esforzado habria podido tener acceso a las mejores universidades y des pués sentido, nada ha cambiado en la posguerra. Los japo- a las mis elevadas posiciones de mando. En este neses no hacen mas que moverse con prisa vergonzo- samente, todos guiados por el tinico objetivo de cons truir la prosperidad del tercer pais industrial del mundo. Los cien millones de hombres amontonados en este pequefio archipiélago luchan todos los dias, tra- bajan, se esfuerzan y mueven a todo Japén. Wt Yukio Mishima En cierto sentido, el cardcter democritico de la socie~ dad japonesa se revela en la absoluta seguridad respec- to al valor del esfuuerzo. De hecho, el esfuuerzo es abso- lutamente antiaristocrético. La tradicional educacién feudal de los nobles ingleses los inducia a no depositar un fervor particular en el estudio y a leer pocos libros; incluso estos nobles sentian cierto desprecio hacia quien se excedia en el estudio y en la Jectura. Todavia, Jos retofios de la nobleza inglesa frecuentan Eton, don- de reciben la educacién y la instrucci6n fandamentales para un noble, reducida a lo esencial, porque de ellos se requiere sobre todo que se dediquen a las disciplinas deportivas y concentren sus energias en la formacién de una personalidad y un caracter autoritarios que son los rasgos tipicos de los aristécratas. Por tanto, en ese ambiente, mas que el esfuerzo se privilegia aquello que es innato o aquello que se toma de las costumbres. El esfuerzo es, por consiguiente, despreciado porque significa el cruento emperio de quien, desprovisto de dinero y de poder social, no tiene otro medio mis que éste para Hegar a ser reconocido. La mentalidad aristo- critica de los ingleses ha quedado superada y en el ol- vido, pero me parece util recordar la existencia de un modo de pensar diferente de aquel que pone en el es- fuerzo la finalidad de la vida humana. Consider sumamente necesario diferenciar el pla- age LLecciones esprituales para los j6venes samuniis cer del esfixerzo. A veces, el ser humano encuentra mis penoso divertirse que esforzarse. Quien ha nacido po- bre y ha pasado su vida esforzindose, cuando se libera al fin de la obligacién de trabajar se encuentra perdido, como un poseido abandonado por el espiritu que lo atormentaba. Quien se dedicé durante décadas a reali- zar alguna tarea humilde, descubriendo s6lo en esa ac tividad una ética conforme a la que orientar su vida, al poco de jubilarse se transforma en un cadaver vivien- te. Lamentablemente, nuestra sociedad hace vivir todos Jos dias ese drama tan cruel a una multitud de seres hu- manos. Estos fingen divertirse dedicando el resto de su vida a la jardineria 0 a otras ocupaciones, pero en rea~ lidad actitan de esa manera porque no saben cémo afrontar el vacio de una existencia ya privada de es- fuerzos y prefieren vivir hasta tltima hora acumulando otros iniitiles cansancios. Pero el mayor tormento no es trabajar. La tortura mis dolorosa e innatural es la que sufre quien, a pesar de tener talento, se ve obligado a no usarlo 0 a em- plearlo en una medida inferior a sus posibilidades. El ser humano posee una naturaleza extrafia: se siente vi- tal slo cuando puede dar el mayor vuelo posible a su capacidad, En nuestra sociedad, quien deposita su ética en el esfurerzo no se da cuenta casi nunca de la tortura especial a la que esa ética somete a quien pose cierta 143 Yukio Mishima capacidad, obligindole a usarla parcialmente y con un ritmo mis lento del que él es capaz de evar. Las dotes intelectuales y fisicas del ser humano se desarrollan hoy prematuramente: un muchacho de quince aiios puede considerarse un adulto, Pero nuestra sociedad ya no dispone de guerras que le permitan emplear inmedia- tamente a los jévenes; nos encontramos asi encerrados cn las férreas garras de la gerontocracia. En este aspec- to se manifiesta la otra cara hipécrita de una sociedad que basa su ética s6lo en el esfirerzo y en la construc cién, es decir, una sociedad que obliga al ser humano a realizar lo que le resulta mas penoso. Desde este punto de vista se podrian interpretar también los movimientos estudiantiles. En las socieda- des avanzadas se impone a los jévenes una ética que puede sintetizarse de la siguiente manera: «Si avanzais con moderacién y respetéis el orden que desea el mundo de los adultos os garantizamos una vida feliz: tendréis una esposa atractiva, nifios y un apartamento comodo, y un dia transferiremos a vuestras manos el privilegio de gobernar la sociedad. Pero deberéis espe- rar atin treinta afios; asi que, de momento, estudiad con tes6n y no corrtis demasiado aprisa.» En general, pues, los tiempos que impone la socie~ dad exigen que las personas con posibilidades de co- rer avancen con lentitud y que, viceversa, quien tiene 144 Lecciones espirituales para los jévenes samurdis dificultades para avanzar velozmente se vea obligado a correr. Tal vez sea ésta la causa principal de las contradic~ ciones en las que se debate la sociedad japonesa. Se est acumulando la energia reprimida de los que podrian correr largas distancias sin fatigarse, esto ¢s, los jovenes, que a cambio sélo reciben desprecio a causa de su edad. Pero no pretendo sostener que todos los jévenes se hallen dotados de espléndidas cualidades. Simple mente afirmo que desde la era Meiji, y debido al ca- acter peculiar de la sociedad japonesa, los jévenes se han visto obligados a esforzarse denodadamente. Aun que todos sus esfuerzos no han sido suficientes para de- rribar los muros entre los cuales los ha encerrado la sociedad. (Junio de 1968-mayo de 1969.) 145 roca LA SOCIEDAD DE LOS ESCUDOS (TATE NO KAI) La Sociedad de los Escudos que he formado esti compuesta por menos de cien miembros, no dispone de armas y es el ejército mis pequefio del mundo. A pesar de acoger a nuevos miembros todos los aftos, he decidido no superar los cien afiliados, pues no deseo mandar a mis de cien hombres. No se les paga nada. Slo se les proporciona un uni~ forme estival y otro invernal, birretes, botas y un unifor-~ me de combate. Este tiltimo es extraordinariamente vis- toso y fue disefiado por Tsukumo Igarashi, el Gnico estilista japonés que creé uniformes para De Gaulle. La bandera de nuestra Sociedad es simple: un blason rojo sobre seda blanca. Yo disefié personalmente nues- tro emblema, que consiste en un circulo que encierra dos antiguos yelmos japoneses. El mismo dibujo apare- ce en los birretes y en los botones. Para ser miembro de la Sociedad de los Escudos es conveniente ser estudiante universitario. Ello obedece a una raz6n bastante obvia: se es joven y se dispone de tiempo. Quien trabaja no puede concederse arbitra~ 149 Yukio Mishima riamente largos petiodos de vacaciones. Para ser admi- tido en Ja Sociedad se requiere ademas cumplir un mes de ejercicios militares en un regimiento de in- fanteria del Bjército de Defensa y luego aprobar un examen. Una vez convertido en miembro de la Sociedad, se Participa en una asamblea mensual donde se consagra a alguna actividad encomendada a grupos de diez; al aiio siguiente se pasa un nuevo periodo de adiestra- miento en el Ejército de Defensa. Actualmente, los miembros de la Sociedad se estan ejercitando para la marcha que se Hevard a cabo sobre la terraza del Teatro Nacional el 3 de noviembre. La Sociedad de los Escudos es un ejército preparado para intervenir en cualquier momento. Es imposible prever cuindo entrar en accién. Tal vez nunca. O tal vez mafiana mismo. Hasta ese momento, la Sociedad de los Escudos no cumpliré ningin otro cometido. Ni siquiera participa- 14 en las demostraciones piblicas. No distribuiré octa- villas. No lanzara cécteles mélotov. No arrojara pie- dras. No hard manifestaciones contra nada ni nadie. No organizari comicios. Sélo participard en el encuentro decisivo, Este es el ejército espiritual mas pequeito del mun- do, compuesto por jévenes que no poseen armas sino 150 La Sociedad de los Escudos misculos bien templados. La gente nos insulta lamn- donos «soldaditos de plomor. Como comandante de los cien hombres, cuando me toca pasar tn mes junto a los miembros del Ejército de Defensa me levanto como todos al toque de diana de las seis de la mafiana, o a veces a las tres, cuando hay una convocatoria de emergencia, y corro con ellos cinco kilémetros... «y pensar que yo habitualmente no me despierto antes de la una de la tarde». En efecto, en la vida civil me dedico a la redaccién de largas, larguisimas novelas, que me parecen intermi- nables. Durante la noche selecciono las palabras una a una, sopesindolas igual que haria un farmacéutico con sus drogas sobre una balanza sumamente sensible para después unirlas. Logro conciliar el suefio s6lo cuando ya ha llegado Ia mafiana. Sé que debo mantener un equilibrio constante entre mi actividad en la Sociedad de los Escudos y la calidad de mi trabajo literario. Si este equilibrio se quebrara, la Sociedad de los Escudos degeneraria hasta convertirse en la distraccién de un artista, o bien yo terminaria por transformarme en un politico. Cuanto mas comprendo las sutiles fianciones de las palabras, con mayor claridad veo que frente a la realidad el artista es absolutamente irresponsable, como un gato. En mi calidad de artista, 15 Yiukio Mishima no me sentitia responsable ni siquiera aunque el mun- do se derritiese como un helado. Pues he sido yo, en efecto, el que le dio el gusto que deseaba a ese helad En cambio, asumo toda la responsabilidad en lo que res- pecta a la Sociedad de los Escudos. Es una obligacién que me he impuesto libremente. ¥ es imposible que yo pueda sobrevivir a todos sus miembros. Después de haber findado esta pequefia agrupacién comprendi que la ética de un movimiento, cualquiera que éste sea, se halla condicionada por el dinero. Jamis he aceptado de nadie ni un sélo céntimo para nuestro grupo. Los fondos de que disponemos provienen en su totalidad de mis derechos de autor. Esta es la raz6n eco- némica por la que no puedo permitir que los miembros sean mis de cien. En mayo de este afio fii invitado a una reunion de estudiantes de la izquierda més radical, con los que me enzarcé en un emocionante debate. Cuando transcribé tal encuentro en un libro, la edicién se convirtié en un best-seller. Decidi, de acuerdo con los estudiantes, repar- tir a partes iguales los derechos de autor. Probable- mente con ese dinero habrin comprado cascos y fabri- cado cécteles molotov; yo, por mi parte, compré los uniformes estivales para la Sociedad de los Escudos. Todos me dicen que no hice un mal negocio. La Sociedad de los Eseudos La hipocresfa del Japon de posguerra me provoca njuseas. No creo que el pacifismo sea una hipocresia en si mismo, pero estoy convencido de que a causa del abu- so que han hecho los exponentes de izquierda y de de- recha de nuestra pacifica Constitucién, usada como un pretexto politico, no existe en el mundo un pais donde el pacifismo se haya convertido tan perfectamente en si- nénimo de hipocresia como en Japén. En este pais, la condicién de vida més segura y respetada es la de los pa~ cifistas, que reniegan de la violencia y asumen posicio- nes parecidas a las de los partidos de izquierda. Es cierto que en ello no habria nada de censurable, Pero cuanto mis crece el conformismo de los intelectuales més me pregunto si un intelectual no tiene el deber de someter a critica este conformismo y de clegir una existencia mis aventurada. Y, por si esto fuera poco, hoy se difian- de estipidamente, entre otras cosas, el denominado «so- cialismo de salon» de la elite intelectual, cuya influencia social es notoria, Las madres gritan que no es licito po ner armas de juguete en las manos de sus nifios y que la obligacién de colocarse en fila y de ser reconocidos por un niimero en la escuela son reminiscencias del milita~ rismo, y por ello ahora los escolares se redinen en ocio- so desorden, como parlamentarios. Alguien objetara: «;Pero por qué ti, que eres un in telectual, no te limitas a realizar una actividad verbal?» 153 Yiukio Mishima Como hombre de letras sé demasiado bien que en Ja~ pén todas las palabras han perdido su peso y se han convertido en elementos filsos y sin trascendencia, como ese plistico que imita al marmol. Ademis, se las utiliza de modo que un concepto oculta otro, pues asi, quien las escribe, se procura una coartada para abrirse cualquier posibilidad de fuga. En cada palabra se ha in- filtrado la falsedad, como el vinagre en las verduras. En mi condicién de hombre de letras creo nada més que en las palabras perfectamente falsas de las obras litera rias; como ya indiqué, estoy convencido de que la lite- ratura es un mundo absolutamente alejado de la lucha y de la responsabilidad. Y éste es el motivo que me in- duce a amar, de la literatura japonesa, sobre todo la tra~ dicién del refinamiento. Si todas las palabras que se re- fieren a la accién se han corrompido, es necesario, para resucitar la otra tradicién de Jap6n, es decir, el mundo de los guerreros y de los samurais, actuar en silencio, sin Ia ayuda de las palabras y corriendo el riesgo de que se produzca alguna confusion. En mi 4nimo anidaba des- de hacia tiempo la conviccién de que, como conside- aban los samurdis, justificarse a si mismo es un acto de bajeza. Impulsado por una fuerza interior comencé a dedi- carme al kendo. Lo practico desde hace trece afios. Este 134 La Sociedad de los Escudos arte, modelado sobre el de los antiguos guerreros, con~ siste en el dominio de una espada de bambi y no re~ quiere palabras; gracias a él he sentido renacer en mf el antiguo espiritu de los samurdis La prosperidad econémica ha transformado a los ja~ poneses en comerciantes y el espiritu de los samurdis se ha extinguido por completo. Ahora se considera anti- cuado arriesgar la vida para defender un ideal. Los idea~ les se han convertido en una especie de amuletos ade- cuados tinicamente para proteger la vida de los peligros que la acechan. Sélo cuando los estudiantes, errénea~ mente considerados los tranquilos continuadores de la ‘obra de los Maestros, se entrentaron a los intelectuales con una violencia aterradora, éstos se dieron cuenta (aunque ya era tarde) de que para defender las propias ideas es necesario estar dispuesto a sacrificar la vida. Los actuales desérdenes estudiantiles recuerdan el pe~ iodo en el que los sofistas, los antagonistas de Sécrates, aislaron a los jévenes en el agora y éstos se rebelaron. Pero yo creo que la vida de los jévenes —y no sélo de los j6venes sino de todos los intelectuales— debe trans- currir entre el gimnasio y el 4gora. Defender la propia opinién con opiniones representa una contradiccién de método: yo soy de los que creen que un pensamiento debe defenderse con el cuerpo y con has artes marciales. 155 Yiukio Mishima Mediante este razonamiento legué espontinea- mente a entender la nocién que en la estrategia militar se conoce como «invasion indirecta». Vista desde el ex- terior, ésta parece una lucha ideol6gica encubierta diri- gida por una potencia extranjera, mientras que esen- cialmente es (al menos respecto a Japén) una batalla entre quien intenta violar la identidad nacional y quien se esfiuerza por defenderla, Tal estrategia asume las for- mas mis variadas y complejas, pues a veces provoca una lucha popular que adopta la mascara del nacionalismo y en otras se convierte en un combate de milicias irregu- lares contra un ejército regular. Sin embargo, se puede afirmar que en Japon la mo- dernizacién del siglo x1x eché por tierra el concepto de milicias irregulares y que fue asi como el ejército regu- Jar asumié una importancia exclusiva. En la actualidad, una tradicién similar se ha extendido incluso al Ejérci- to de Defensa. A partir del siglo x1x Japén dejé de te- ner una milicia popular, a tal punto que en la segunda guerra mundial el Parlamento aprobé una ley para en rolar voluntarios s6lo dos meses antes de la derrota. Los Japoneses consideramos que los ejércitos irregulares, que son las fuerzas adecuadas para las nuevas formas de guerra del siglo xx, deben emplear las simples estrate- gias del ejército convencional, Mi concepcién de la mi- licia popular recibi6 siempre las criticas de todos aque- 156 La Sociedad de los Escudos llos con los que he conversado sobre el tema, que que- rian convencerme de que en Japén tal milicia no podria evarse a la practica. Les rebatia ese argumento afir- mando que yo crearia una, solo con mis fuerzas.Y éste fue el origen de la Sociedad de los Escudos. En h primavera de 1967, a los cuarenta y dos afios, obtave un permiso especial para participar durante dos meses en las maniobras del Ejército de Defensa, siendo admitido en una divisién de infanteria como alumno oficial. Mis compafteros eran todos jévenes de poco mas de veinte afios. Comparti hasta el limite de mis posibilidades su adiestramiento; corti, marché y parti cipé incluso en un entrenamiento para rangers, Fueron experiencias muy duras, pero logré superarlas. Se me ocurrié entonces que era imposible que jéve- nes de veinte aftos no lograran realizar aquello que ha~ bia sido capaz de hacer un hombre de cuarenta y dos. De mis experiencias deduje que, con un mes de pric ticas, los jvenes ignorantes de cualquier disciplina militar estarian en condiciones de conducir pequeiios pelotones de hombres, y con la ayuda de expertos es- tudié y perfeccioné en seis meses un plan racional de ejercicios. En la primavera de 1968 realicé mi primer experi- mento: me dirigi a un cuartel en las laderas del Fujiya- 157 Yukio Mishima ma con una veintena de estudiantes y comencé el adiestramiento. Los militares nos recibieron con un evi- dente escepticismo. Pensaban que esos jévenes, cuya educacién de posguerra les habia ensefiado a evitar todo estiuerzo fisico y a sustraerse a toda disciplina, no podrian sobrellevar un mes de severa vida militar Pero, para su sorpresa, esos jévenes superaron la prueba comportindose como espléndidos jefes de pe- lotén durante simulaciones de combate en las que, des~ pués de una marcha de cuarenta y cinco kilémetros y una carrera de dos kilémetros, habia que desarrollar di- versas estrategias de ataque a una posicién enemiga, ‘Transcurrido ese mes nos separamos con gran pesar de Ios oficiales instructores y de los suboficiales, estre- chandonos las manos con lagrimas en los ojos. En los afios siguientes volvi a llevar una vida de cuartel con los nuevos inscriptos en la Sociedad, y ad~ quiri el habito, para mi insdlito, de participar en sus ejercitaciones més dificiles. A continuacién, en el oto- fo de 1968, bauticé nuestro grupo con el nombre de Sociedad de los Escudos. En Europa, un fendmeno semejante seria inconcebi- ble. En Japon, como he dicho, aparte de los miembros del Ejército de Defensa, no existen jovenes civiles que hayan recibido adiestramiento militar, ni siquiera de un 458 La Sociedad de los Escudos mes, a excepcién de los inscriptos en la Sociedad de los Escudos. Por tanto, a pesar de ser s6lo cien, la impor- tanciz militar de nuestro grupo es relativamente grande. En caso de necesidad, cada uno de ellos podria poner- se ala cabeza de cincuenta hombres y ocuparse de cum- plir servicios auxiliares o de vigilancia, o de realizar in- cursiones © dedicarse a la informacién. Pero el objetivo fandamental de mi esfuerzo al crear esta Asociacién fue volver a encender la llama del es- piritu de los guerreros, que en el Jap6n moderno se esté extinguiendo, Por iiltimo, deseo narrar un episodio que me parece adecuado para reflejar el caricter de nuestra Sociedad. Ese verano fiti huésped del cuartel que se halla em- plazado en la ladera del monte Fujiyama en compaitia de una treintena de estudiantes. El primer dia nos de- dicamos a cumplir un arduo entrenamiento bélico, bajo un cielo de fuego. Al regresar al cuartel cenamos y tomamos un bajio, y después algunos estudiantes se reunieron en mi habitacién. Sobre la Ilanura reverbera- ban relimpagos violiceos, se ofan truenos lejanos y nos egaba mas cercano el canto de los grillos. Después de haber conversado sobre la dificultad de conducir un pelotén, un estudiante de Kioto extrajo una flauta tra~ vesera de un elegante estuche con forma de bolsa. Se trataba de un antiguo instrumento de Gagaku, la mi- 159 Yukio Mishima sica de la corte; en la actualidad son muy escasas las Personas que saben tocarlo, Fl estudiante confes6 que habia comenzado a estudiarlo alrededor de un afio an- tes y que a menudo lo tocaba cuando Iegaba el pri- mero al lugar donde solia encontrarse con su novia, en un antiguo templo en los alrededores de Kioto, pues era la sefial para que ella pudiese saber donde estaba él. Vibraron las primeras notas de la flauta. Era una melo- dia antigua, melancélica y encantadora, una miisica que evocaba la imagen de un campo otofial rociado de es- carcha. Habja sido compuesta en la época del Genji mo- nogatari, en el siglo x1, y habia acompaiado a la danza Olas del mar azul en la que se exhibid el protagonista de la obra, el Principe Esplendoroso. Escuchando ab- sorto el sonido de esa flauta, tuve la impresin de que el Japén de la posguerra jams habia existido, y que en ¢sa mtisica se hacia realidad (i bien por unos instantes) lh feliz y perfecta armonfa entre la elegancia y la tradi- cién guerrera, Era exactamente eso lo que mi alma ha- bia buscado desde hacia muchos aiios. (Manifiesto en conmemoracién del primer aniversario de la Sociedad de los Escudos, noviembre de 1968.) 160 INTRODUCCION ALA FILOSOFIA DE LA ACCION Exie libro puede considerarse como una de mis obras més sencills. No se trata de un ensayo en el verdadero sentido de la palabra. Pero, a menudo, el hecho de expresamos en un tono leve revela con mayor profundidad nuestras intenciones mas auténicas. Un lector atento hallard en este escrito (atin mds di- rectamente que en mis novelas) el eco de mis experiencia, de mis anhelos, de mis angustias, de mis pasiones, de mis creen- cias y de mis presagios. Y tal vez un dia comprenda mis me- tiforas y diga: «Ah, era esto lo que querta deci!» Si se desea encontrar una formula precisa para definir la Introduccién a la filosofia de la accién, se podria decir «Bl autor ha intentado aclarar con un medio inadecuado, es decir, con el lenguaje, lo que sélo se podia expresar de otro modo» Esta ha sido, desde el principio, una busqueda en vano, Tal vez puede ser elegante explicar de la forma mds com- prensible el tema més incomprensible, y yo me avergiienzo (profundamente por no haberme expresado, a causa de mi ca- récter, con tal elegancia 163 Yukio Mishima CAPITULO PRIMERO La accién posee una légica peculiar, Cuando una accién ha comenzado, su légica procede implacable hasta el final. En cierto sentido se asemeja a un jugue- te de esos que tienen cuerda, cuyo movimiento no cesa hasta que ésta se agota. Para un intelectual esta légica propia de la accién es temible. En efecto, si se carece de Ja astucia para mantenerse alejado se corre el riesgo de quedar envuelto en algo que, una vez iniciada la carre- 1a, ya no es posible detener. Recientemente, Akiyuki Nozaka', que habia declarado su apoyo moral a las tres facciones del movimniento estudiantil, cambié de pron- to de opinién y anuncié que habia abandonado su pos. tura de simpatizante. En realidad, se alejé de la accién no porque ignorara en qué direccién era capaz de arrastrar a un ser humano, sino més bien porque se ha- bia dado cuenta del destino que le aguardaba. Desde este punto de vista se comporté de una forma muy prudente, aunque pienso que cuando logré sustraerse a ese mecanismo recapacité de que en realidad no se tra- taba de una verdadera y propia accién, porque cuando "Escritor contemporineo. Introducci6n a ta filosofia de la accion una accién de este tipo comienza no permite la menor posibilidad de fuga. La espada japonesa, una vez extraida de la vaina, ini- cia un movimiento caracteristico, exactamente como sucede con una bala en el momento preciso en que se dispara: recorre una trayectoria inexorable una vez pro- yectada contra el enemigo. Sin embargo, por alguna extrafia intervencién del destino, puede darse el caso de que golpee en el casco colocado sobre la frente, que penetre en su interior, que se deslice y que salga sin provocar dafio alguno. En muchos casos la accién pue- de terminar sin haber logrado el objetivo para el que estaba destinada, pero siempre debe obedecer a la ley y a la logica que la obligan a dirigirse en linea recta ha- cia ese mismo objetivo. Imaginemos que le hablamos a la bak en vuelo y que le preguntamos: «;Ad6nde vas?» La bala nos responderia: «Voy a matar al enemigo», y para ello ni siquiera habrfa detenido un instante su ca~ rrera, Seria imposible para ella distraerse en una activi- dad secundaria. Esto mismo cabe decir también de la espada japonesa. Aunque no tan rapida como las balas, una vez desenvainada no puede ser guardada sin haber cortado © matado. Cuando no se la extrae de la funda con este fin, la espada japonesa es derrotada y humilla- da ficilmente. Esto queda perfectamente demostrado en lo que su~ 165 Yukio Mishima cedié en la Universidad de Tokio cuando un grupo de estudiantes del club de gimnasia irrumpié blandiendo espadas japonesas, quedando en seguida desarmado y reducido, Parece increfble que estos jévenes se hayan dejado quitar las espadas sin tan siquiera hacer un ras- guilo a sus adversarios. Es probable que no las hubie- ran desenvainado con la intencién de matar, sino sélo para amenazar. Sin embargo, éste es un objetivo ajeno a la naturaleza de las espadas japonesas, y cuando un arma se utiliza para un fin diferente de aquél para el que ha sido forjada pierde instintivamente su fuerza. El gjemplo de la espada japonesa nos permite compren- der cémo una operacién militar a gran escala puede resultar ineficaz si se lleva a cabo slo con fines intimi- datorios. Me parece que en todo ello se revela la mis- teriosa naturaleza de las armas. La accién no siempre coincide con el uso de las ar- mas. No obstante, desde los tiempos antiguos, «accién» ¢s sinénimo de «actividad bélica» y su principio es la identidad entre el hombre y su arma, en su avance en linea recta hacia un objetivo definido. En efecto, es in- concebible que exista una accién cuando no hay un objetivo y es imposible que la accién fisica de un hom- bre esté centrada en algo que no sea la lucha. Por su- puesto, arrojarse a un rio para salvar a un nifio también es realizar una accién, lo mismo que intervenir, como 166 Introduccién a la filosfia de la accién hace el Ejército de Defensa nacional, en caso de catis- trofes naturales. Pero incluso en estos ejemplos, la ac cién consiste en combatir contra la naturaleza para salvar vidas humanas y, por tanto, se encuentra completamen- te focalizada sobre un fin bien definido. Dado que no puede existir una accién sin un fin, las personas que viven sin ningéin objetivo en particular, esclavas de las circunstancias, detestan y temen la pala~ bra «accién». Cuando un pensamiento 0 una teoria co- mienza a estructurarse en torno de un objetivo, natu- ralmente termina por convertirse en una accién. Pero no todas las acciones son peligrosas y temibles. Es in nato en nuestro cuerpo un caracteristico placer en el movimiento, que se expresa en Ja danza y en los de- portes. Si el movimiento no tiende a un objetivo, si esti inspirado por impulsos estéticos, se diferencia de la ac- cién y se acerca al arte progresivamente. Como ya in- diqué en otro lugar, la gimnasia es la forma mis proxi- ma al limite entre el arte y la accién. Una caracteristica de la accién es Ja minima inver- sién de tiempo que requiere. Un ejemplo. Cuando fui invitado a participar en un debate, que terminé siendo tun choque verbal, durante el periodo de las manifesta~ ciones estudiantiles en la Universidad de Tokio, la dis cusién duré s6lo dos horas y media. Yo no me habia preparado en absoluto, y lo tinico que hice fue ir a la 167 Yukio Mishima universidad en taxi, participar en el encuentro y regre- sar a casa, también en taxi. Todo ello no me lev mas de cuatro horas. ¥ sin embargo, esa accién mia se hizo de dominio piblico, dio mucho que hablar y despertd interés y atencién durante cierto periodo. Durante al- giin tiempo, las personas con las que me encontraba no dejaban de hacerme preguntas acerca de ese episodio. Cuatro horas bastaron: un breve periodo comparado, por ejemplo, con el total de un mes; también se nece- sitan cuatro horas para asistir a una representaci6n tea~ tral, y a veces a un cine. Pero el interés general se con- centré en un lapso insignificante durante el cual realicé esa accion, y todas las personas que encontré mostra- ron una indiferencia casi total por el modo en que ha- bian trascurrido para mi las otras setecientas dieciséis horas de ese mes. La mitad de ese tiempo lo habia de- dicado a Ja humilde y agotadora tarea de escribir, lo que, como no es una auténtica accién, requiere un tiempo ilimitado: ya he sacrificado cuatro afios para es- ctibir los primeros tres libros de una obra y no sé cuin- do podré terminar el cuarto y ailtimo volumen. La ac- cién es ripida, mientras que el trabajo intelectual y artistico impone tiempos extremadamente largos.Tam- bién la vida exige una larga paciencia, mientras que la muerte puede consumarse en un instante; :a cual de las dos le atribuyen mayor importancia los seres humanos? 168 Introduccién a la flosofia de la accién El nombre de Saigo Takamori’ sera recordado eter- namente por su seppuku en Shiroyama, y el cuerpo de ataque especial (kamikaze) lo sera por sus falgurantes actos de heroismo. Las dems horas de su vida, las cen~ tenares de horas de adiestramiento, permanecerin en el anonimato 0 en el olvido. La accién tiene el misterio~ so poder de compendiar una larga vida en la explosin de un fuego de artificio. Se tiende a honrar a quien ha dedicado toda su vida a una Gnica empresa, lo cual es justo, pero quien quema toda su existencia en un fue- go de artificio, que dura un instante, testimonia con mayor precisién y pureza los valores auténticos de la vida humana. Laaccién més pura y esencial logra retratar los va- lores de la vida y las cuestiones eternas de la humani- dad con una profundidad mucho mayor que un es- fuerzo humilde y constante. Siempre he tenido la » Samurfi de Sattuma, nacido en 1827, que apoy6 el golpe de estado que cculmind con la restauracién del poder imperial. Nombrado ministro, prefrié retiatse de la politica cuando fue rechazada su proposiciOn de invadir Corea y regres6 au lejana provincia donde organizé academias de artes militares. En 1877 encabezé una rebelidn de cientos de jovenes samurdis puesto 2 Ia poli- tica de modemizacign y occidentalizcién del gobierno; fue derrotado en combate y se hizo seppuku,pidiéndole a uno de sus compatieros que le cora- 1a la cabeza, Algunos miembros de su ejtcto siguieron el ejemplo de su jefe 1 se abrieron el vient, 169 Yukio Mishima costumbre de meditar sobre la accién y el pensamien- to, sobre los problemas del cuerpo y del espiritu, y es por ello que deseo presentar aqui algunas de mis con- clusiones respecto a este asunto. CaPiTULO SEGUNDO LA ACCION MILITAR El término militar» se ha convertido en un térmi- no tabi para el Bjército de Defensa nacional. Por si esto fuera poco, la expresién emarchar» ha sido reem- plazada por la de «avanzar dado que en nuestra pacifi- ca Constitucién se evita todo lo que pueda recordar al militarismo, Por supuesto, esta terminologia se emplea para no herir la sensibilidad de la gente, pero en reali- dad ya nadie duda de que el Ejército de Defensa na- cional es un ejército. Ha vuelto a ser un privilegio de nuestro pueblo el poder pronunciar impunemente la palabra «military. Este término, cuidadosamente evita- do hasta hace pocos afios, reaparece ahora en los mo- vimientos estudiantiles de izquierda, que usan hasta la saciedad expresiones como «accién militar» y «estrate- gia militan. ePeto qué se entiende por accién militar? Simple- mente actuar de manera organizada para lograr un de- 170 Introduccién a la filosofia de la acién terminado objetivo bélico. Para tal fin no siempre es necesario disponer de una estructura compleja ya que también pequefios grupos de guerrilleros pueden rea- lizar acciones bélicas, aungue incluso ellos reciben 6r- denes de una organizacién mas amplia, a la que per tenecen. En una accién militar es indispensable que exista un perfecto sistema de mando, una relacién vertical entre los oficiales que imparten las érdenes y los soldados que les reciben. En la accién militar no son concebi- bles ciertas expresiones como «conversacién» 0 «de acuerdo», tipicas de la democracia. Todo se transforma en un imperativo y quien ha recibido una orden debe cumplirla al pie de la letra. De ahi que cumplir las r- denes recibidas sea el principio fundamental del ejér- cito y del arte militar. En este punto surge el problema de la relacién entre la parte y el todo, Este problema se refiere no s6lo a Ja accién militar sino también a las re- laciones entre el director y los actores dedicados a la puesta a punto de una obra teatral 0 cinematogrifica, y tiene analogias con las relaciones que se intercam- bian entre el duefio de una gran hacienda y sus em- pleados, si bien en este caso son necesarias, en nuestro actual sistema democritico, estructuras que transmitan las érdenes que emanan de los niveles més altos. Por tanto, es slo en la organizacién o en la accién militar im Yukio Mishima donde la relacién entre la parte y el todo, entre lo ver- tical y lo horizontal, se purifica y adopta su forma mis distintiva. Por Io general, cuando hablamos de accién imagi- amos un cuerpo en movimiento proyectado hacia una finalidad. Basindome en mi experiencia puedo afirmar que cuando estamos en movimiento los hom- bres tenemos la impresién de que nuestro cuerpo es «todo», y no somos conscientes de aquello que existe fuera de él. En efecto, en la accién fisica se alcanza el nivel més alto de intensidad y de eficacia cuando se concentran todas las fuerzas en lo que se esti hacien- do, olvidando la totahdad. se realiza es una accién colectiva debe poseerse la ca~ pacidad necesaria para intuir y secundar las tendencias de la totalidad. Incluso la persona intelectualmente mis in embargo, cuando lo que dotada, cuando participa por ejemplo en una manifes- tacion ya no se siente individuo sino una parte de la ‘masa, que lo arrastra como un remolino. Por tanto, es necesario que exista un centro que dirija los movi- mientos de esa masa. Los hombres que constituyen ese centro cumplen las finciones de los ojos y del cerebro enun cuerpo, y deben moverse lo menos posible pues- to que un conjunto es dificil de dominar cuando el punto central cambia de lugar continuamente. Aqui observamos que surge una contradiccién. La we Introduaién a la flosofa de la accion accién requiere la participacién fisica. Pero cuando se desea que una accién resulte eficaz es necesario reunit las fuerzas de muchos protagonistas hasta provocar un poderoso movimiento de masas dirigido hacia un ob- jetivo. Esto significa reducir en la mayor medida posi- ble la participacién directa de quien dirige la accién, con lo que éste pierde la sensacién fisica de pertenecer a la totalidad y se transforma en un ditigente de escri- torio, El hombre que partiendo de la idea de la accién asume el deber de conducirla y de impartir érdenes € instrucciones, termina por perder toda posibilidad de accién fisica directa. Ello conforma una extrafia ecua- cién, Cuando decidimos actuar deseamos que nuestro cuerpo aumente su energia. Templamos y potenciamos nuestras fuerzas. Pero el cuerpo humano tiene limites que nosotros reemplazamos con la inteligencia. Logra- mos gradualmente aumentar la calidad y la eficacia de nuestras acciones y hacernos més _poderosos. Pero cuanto mis poder adquirimos, mis nos alejamos de nuestra fuerza fisica.Y, al fin, quedamos reducidos a ge- nerales de escritorio que conducen las operaciones bé- licas desde una pantalla de television. También en las acciones militares —es mis, sobre todo en ellas— es necesaria, como en un hormiguero, la presencia de una blanca, inflada y enorme hormiga reina, que perezosa- mente contintie procreando en una inmovilidad abso- 173 Yukio Mishima uta. Un gil sistema nervioso motor, misculos fuertes, Juventud, fuerza, pasion, pureza... Un joven, en el que todo esto se concentre, queda sepultado por la autori- dad, y de febril hormiga obrera se transforma en una ‘obesa y grotesca hormiga reina. Esta caracteristica le revela al ser humano las contradicciones entre la accién y la autoridad, entre la parte y el todo. El militar que muere sin haber alcanzado los niveles mas altos de mando tal vez habré comprobado, quién sabe cudntas veces, la ineficacia de acciones sobre las que él no te- nia ninguna autoridad, y hasta la inutilidad de su pro- pia existencia, Muchos soldados han offecido impe- tuosamente su joven vida después de haber suportado mortificaciones similares y de haber legado incluso a dudar del objetivo final de su lucha. Sin embargo, las tuacién es diferente para los guerrilleros. Cada uno de ellos es un combatiente completo, perfectamente adies- trado y dotado de capacidades fisicas, rapidez de ac- cién, facultades del intelecto y conocimiento de las Jenguas, de los métodos de comunicacién, de la elec- trénica, del pilotaje, de los explosivos y de cada aspec- to de las técnicas militares. Se podria creer que el cam- po de accién de semejante hombre es ilimitado pero, en cambio, esta controlado severamente por la totali- dad de la organizacién: cuanta mayor capacidad de ac- cién adquiere «un combatiente en todos los campos, 174 Introduccién a ta filosofia de ta acién mayor es la obediencia inhumana que exige de él la or- ganizacién. Por tanto, esta contradiccién entre la es- tructura militar y el combatiente individual es cons- tante ¢ inevitable. Pero nosotros intentaremos aislar la belleza de las acciones individuales para descubrir el encanto de la accién humana en general. En cuanto 2 Jos obesos y exhaustos jefes, su inhumana técnica sirve ‘inicamente para favorecer, por contra, Ia sacralizacion y veneracién de los jévenes héroes muertos. CAPITULO TERCERO PSICOLOGIA DE LA ACCION La accién se realiza con una prontitud que no deja espacio para el pensamiento. La actividad mental es po- sible s6lo antes y después de la accién. Sin embargo, es inherente al hombre pensar en el futuro y meditar so- bre el pasado estimulado por la fantasia, ese talento que tanto nos atormenta y que no poseen los animales. {Cuinto mis ficil habria sido la tarea de los kamikazes si no hubiesen tenido que sufrir la tortura de su propia fantasia! Cuando la imaginacién humana se proyecta hacia el futuro no se detiene hasta legar a la «muerte que le espera mis alli de lo desconocido, y cuando la mente se ditige hacia el misterio del pasado puede le- 175 Yukio Mishima gar hasta las existencias anteriores, al fondo de los os- curos y abismales recuerdos de la humanidad. La fanta~ sla destruye la accién, reduce el valor del hombre y le Provoca ansiedad, mientras que es precisamente ella la que genera a la vez la fuerza e incita al ser humano a emprender el acto y la aventura, Imaginemos que debemos participar en un ejercicio de ascenso y descenso de un helicéptero. Por sus ca- tacteristicas, el helic6ptero slo puede aterrizar en una zona plana, sin asperezas y suficientemente amplia: du- ante los combates es dificil que pueda efectuar un ate~ trizaje forzoso en territorios inaccesibles 0 en zonas urbanas en conflicto. Es por esa causa que las pricticas prevén la posibilidad de tener que descender del heli- Céptero o rescatar a los soldados desde el aparato sus- pendido en vuelo sobre el centro de las operaciones. Para descender se utiliza un método semejante al que emplean los alpinistas, mientras que para subir al apa- rato desde tierra se debe trepar por una escala de cuer- da de una veintena de metros, resistiendo la presién del viento. Cualquier persona experimenta una sensacién de rechazo mental cuando decide arriesgarse por prime- ra vez a una accién audaz que otros, sin embargo, es- tin acostumbrados a realizar cémodamente, Cuando nos hallamos a punto de enffentarnos a una nueva ex- 176 Introducci6n a ta filosofta de la accion periencia intentamos comprenderla en todos sus deta~ Iles algunas horas antes. La fantasia nos dibuja de una manera vivida los aspectos mis siniestros y angustiosos de a accién que emprenderemos. Los temores nos asaltan con una rapidez fulminante y con fuerza ex- traordinaria, y agrandan, a partir de los detalles mas in significantes, la accion desconocida que nos aguarda. Entonces pensamos que veinte metros equivalen a la altura de un edificio de seis 0 siete pisos e imaginamos que nos deslizamos por una cuerda desde el techo de semejante edificio, Nuestro pensamiento se detiene en el duro suelo listo para recibirnos y analiza todas las dificultades y los peligros que podran presentarsenos. No obstante, en esos momentos decisivos seri sdlo nuestra fuerza muscular la que podra sustentarnos, aunque no deberemos aferrarnos espasmédicamente a lh cuerda sino, al contrario, descender apretindola con la dactil sensibilidad que se emplea cuando se empuiia una espada de bambi para el kendo, a veces con dulzu- ra, a veces con firmeza, regulando la velocidad de des- censo sdlo con la presién de las palmas de las manos. Si por el contrario intentamos imaginar la subida por ha oscilante escala de cuerda, nos resultari imposi- ble calibrar la fuerza del viento. Se puede imaginar el remolino en que nos envolveri el aire cuando nos en- contzemos bajo el helicéptero, pero no la sensacién 7 Yukio Mishima que experimentaremos cuando subamos por la peque- iia escalera de cuerda con el viento en contra, Lo des- conocido atrapa y éste es el concepto principal sobre el que se asienta la psicologia de la accién, del mismo modo que el miedo a lo desconocido es la base de la angustia que provoca tal accién. En la psicologia de la accién —tal como yo la con- cibo—, la fuerza positiva equilibra la fuerza negativa, La mente no es esencial ni necesaria para la accién. Pero actiia, agrediéndonos, y las angustias que nos pro- voca se convierten en la fuerza motriz de la accién Pensindolo bien, la mente es absolutamente superflua para el cuerpo. ¥ sin embargo, cs precisamente la men- te la que protege y estimula al cuerpo. Es un fenéme- no inevitable que yo definiria como la «psicologia de la accién». Por fin comenzamos el adiestramiento. Durante el ejercicio y los lanzamientos desde la supuesta torre nos asaltan muchas sensaciones desconocidas que alejan de nosotros la ansiedad. Nos ayuda, por ejemplo, el sudor. Cuando el cuerpo esta empapado de sudor la ansiedad desaparece, la turbacién psiquica se reduce y uno pue- de concentrar todo su esfuerzo en la accién y hacer frente, una tras otra, a las exigencias de cada momento. Lega asi el dia de la acci6n. El helicéptero esta sus- pendido a quince o veinte metros de altura y produce 178 Introduccibn a ta filosofia de la accion un remolino que inclina maravillosamente la hierba. Nos hallamos en la cabina, con la espalda hacia el va~ cio, la mano derecha apoyada en el lado derecho y la izquierda en Ja cuerda, Nuestros pies se afirman sobre el borde del helicéptero y nuestras rodillas estin libres de tensidn, elasticas, preparadas para el salto al vacio. Nuestra mirada esté fija sobre el oficial instructor, que de pronto abre los brazos y grita: «/Fueral» El estruen- do del motor cubre casi por completo su voz. En ese instante echamos una ripida mirada al suelo, extende- mos las piernas preparados para saltar y, al fin, nos arro- jamos al vacio, La mano derecha fija la cuerda en posi ion perfecta bajo el lado derecho, con una tension leve y bien medida. En un abrir y cerrar de ojos, casi sin darnos cuenta, hemos Ilegado al suelo. En los tres, cuatro 0, como maximo, cinco segundos necesarios para la accién, hemos descendido tranquilamente del helicéptero suspendido en el cielo azul sobre el verde tapete de hierba sin pensar en nada. Entonces aparece por primera vez en nuestros rostros la sonrisa del hom- bre de accién y corremos hacia nuestros compafieros. 179 Yukio Mishima CAPITULO CUARTO LOS MODELOS DE LA ACCION A grandes rasgos, la accién puede ser ofensiva o de- fensiva. Del mismo modo que en los deportes de equi- Po existe la formacién de ataque y la de defensa, en la accion bélica, al menos segin la antigua estrategia, existen el asalto a la posicién enemiga y la defensa de 1h propia. Sin duda que es mucho mis facil atacar que defenderse. Durante el asalto al salén de conferencias Yasuda, en el recinto de la Universidad de Tokio, la ig- norancia de los estudiantes del movimiento Zengaku- ren sobre estrategia militar se puso de manifiesto en el hecho de que dejaran cerrada toda via de escape, lo que habria podido significar que estaban dispuestos a morir, aunque en realidad no lo estaban en absoluto. La acci6n ofensiva es clara y resuelta, y presupone el impulso de motivaciones validas, la legitimacién de la autoridad y el beneplicito de la opinién pablica. Co- mo he indicado, también en los deportes de equipo existen la defensa y el ataque y, por lo general, la accién deportiva se realiza con entusiasmo y se caracteriza por la espontaneidad. De este modo se comportaban tam- bién los antiguos combatientes, Pero desde el momen- to en que se establecié el enrolamiento obligatorio, los Jovenes se sienten arrojados contra su voluntad al cam- 180 Introducci6n a ta filosofia de la cin po de batalla. Por ello, contrariamente a lo que sucedia en la época de las guerras de conquista, cuando por un egoismo infantil de la nacién, que superaba los limites del humanismo y de la ética los jévenes eran enviados en masa a la muerte, ahora la guerra asume, para justi~ ficarse, la forma de la inexorable coercién del destino. Todas las guerras modernas adoptan un aspecto de- fensivo. Los gobiernos tratan de evitar a toda costa que las guerras parezcan motivadas por el imperialismo, por el deseo de conquista de territorios © por una volun tad de colonizacion. Este sentido de «inevitabilidad» da por sobreentendido el de «repugnancia». Pero detris de Ia falta de entusiasmo se oculta una especie de curiosi- dad y de deseo. No sabemos hasta qué punto es since- ra nuestra repugnancia a realizar ciertas acciones. Detengimonos en este tipo de accién inevitable, que aparentemente llevamos a cabo sin entusiasmo. En ella se encuentra latente la extrafia ironia tfpica de la accién. Ya he dicho que no siempre se emprende la ac- cién con una alegria manifiesta y a la luz del sol, como sucede con la persona que corre impulsada por el pro- pio deseo y por la ambicién de vencer; por lo general, el instinto biolégico de la autoconservacién nos indu- ce a evitar los peligros. Nadie puede saber cudl es el verdadero estado de dnimo de los combatientes que avanzan hacia el campo de batalla resueltos y aparente- 181 Yukio Mishima mente animados por el entusiasmo, considerando que de ese modo dan prueba de su valor. Pero, sin inter- narnos demasiado en tales aspectos psicologicos, es im- portante observar que la accién tiene su propia légica particular que a veces nos obliga a dirigirnos hacia donde no deseamos, y nos leva a realizar justamente lo que més detestamos. Vivimos en una sociedad mezquina, tratando de no crearnos conflictos entre nosotros y de armonizar nues- tros intereses egoistas para vivir plicidamente. Y sin embargo, albergamos en nuestro interior una secreta intolerancia por este tipo de moral, sobre todo en los periodos en Jos que la paz dura mucho tiempo a causa de la permanencia de un gobierno democritico. El pueblo sufre a causa de su deseo insatisfecho de accién y de lucha, y vive atormentado por las contradicciones entre ese deseo secreto y la moral cotidiana.Tiene mie do de escoger, pues desea conservar ambos estados.Y si se ve en la obligacién de tener que elegir uno, desea contar con motivos que parezcan «inevitables» a los ojos de todos. Un hombre comin no se atreve a in- fringir la ley si no esti seguro de contar con el respal- do de una undnime simpatia. El piblico de los cines esté compuesto por personas comunes que, después de haber asistido a las continuas violencias y humillaciones que sufte el protagonista de la pelicula, se convencen de 182 Introduccion a ta filosofia de la accién que no le queda otra salida que desdefiar la moral co- tidiana. Una vez conquistada la simpatia del piiblico, el héroe de la pantalla también obtiene su consenso total y de ese modo su violencia se convierte en un acto de justicia. Este es un modelo estudiado para atrapar a los espectadores, pero si se analiza la psicologia de seme- jante héroe se comprende que en su espiritu anida la violencia. En efecto, se trata de un hombre desbordan- te de energia y vitalidad que, pese a todo, logra, al me~ nos hasta cierto punto, controlarse eficazmente. La opinién publica no aprueba los actos de violen- cia irreflexiva que realiza aquel que no sabe expresar su propia fuerza: los considera simplemente locuras. En cambio, la accién cuyo comienzo se posterga, la que surge como reaccién a infinitos padecimientos y se emprende sélo con fines defensivos, es la que goza de los favores de las multitudes. En ese caso la accién vio~ lenta de un individuo representa los deseos de decenas, de centenares de miles, de millones de hombres.Y se convierte en la manifestacién concreta de una especie de ejusticiar. En el fondo, ésta es la tictica bélica de los revolu- cionarios. Ellos basan siempre la legitimidad de sus ac- ciones en el principio de que «rebelarse es justor. Por tanto, deben crear situaciones de rebelién, provocando la opresion y la represién cuando haga falta. 183 Yukio Mishima Tal modelo es el que adoptaron y persiguieron de forma radical los movimientos estudiantiles del Zenga- kuren y el mis reciente, el Zenkyoto. En efecto, los es- tudiantes provocan constantemente la intervencién de las fuerzas policiales. Desean el choque frontal con el poder, de modo que asi puedan demostrar su esencia autoritaria, es decir, desenmascararlo ante el pueblo mostrando que su fundamento es la represién. En este comportamiento se manifiesta la intencién profunda de influir sobre la opinién pablica mostrando la legiti- midad de su lucha contra el poder. Por ironias del des- tino, cuanto mds justa y solitaria es una accién, més atencién recibe de la opinién popular, Por tanto, la accién del movimiento estudiantil debe tener en cuenta los sentimientos del pueblo. Esta es la mayor dificultad con la que se enfrenta. Seria preferi- ble que la opinién piblica apoyara eespontineamenter alos estudiantes. Pero la gente intuye la attificiosidad y la estrategia de los movimientos estudiantiles, que pro- vocan a toda costa a la policia para obligarla a reaccio- nar y poder asi demostrar la esencia autoritaria del go- bierno. Y el pueblo da la espalda a este ardid attificioso. 184 Introduecién a la flosofia de la axcién CAPITULO QUINTO EL EFECTO DE LA ACCION Dado que las manifestaciones me apasionan, la tarde del 21 de octubre de 1969 me puse un casco y me di- rigi hacia Shinjuku’. Contrariamente a lo que habia sucedido el mismo dia del afio anterior, la calle que da acceso por el este a Shinjuku estaba rigurosamente controlada y no habia rastros de la habitual aglomeracién de personas. El lu- gar parecfa mas bien un paramo, bordeado por nego- cios con las persianas bajadas y rascacielos con los pos tigos cerrados. A la espalda de los grupos de policias s¢ abria un siniestro espacio vacio. No habria sido dificil entrar en ese espacio, pero ningtin manifestante lo in- tent6. Quien dirigia las fuerzas del orden habia calcu- lado bien que, segén una regla férrea de la guerrilla, es imposible actuar individualmente sin la proteccién de la muchedumbre, que es la que prove la posibilidad de fuga, y que en este caso, incluso en un espacio de ficil acceso, se hace demasiado peligroso. Después de haber vagado sin rumbo fijo por la pla- Barrio de rascacielos que tiene una gran plaza de varias plantas en el 185 Yukio Mishima za inundada de gases lacrimégenos vi las cimaras de te- levisién y a los periodistas apostados sobre el puente de hierro de la salida oeste y pensé que aquél era el me- jor punto de observacién. No podia entender por qué los manifestantes no se habian apostado sobre las vias del ferrocarril. Desde alli habrian podido subir sin dificultad a Okubo, el punto donde el terraplén era mas bajo. Pero después de Ja dura represin que habfan suftido poco antes a manos de las fuerzas de la policia era muy probable que hu- bieran perdido el valor para subir hasta las vias del fe- rrocarril, que ya no recorrian los trenes de largo reco- rrido y tenfan un aspecto desolado en el crepiisculo. Soplaba un viento precursor de luvia que destacaba en a penumbra los cascos azulados y los uniformes de combate de las fuerzas de seguridad. Sélo era posible distinguir sus siluetas, semejantes a sombras chinescas, y las solitarias ¢ interminables vias centelleantes de des- tellos grises Desde nifio me resulté divertido caminar sobre las vias. Logré un punto de observacion 6ptimo en el lado occidental del puente de hierro, que por lo general s6lo pueden atravesarlo los obreros dedicados al man- tenimiento del ferrocarril. Las fuerzas de policia custo- diaban Ja amplia subida cuya amplia curva abierta con duce a la entrada oriental de Shinjuku. Pude ver una 186 Introduccion a ta flosofia de la acciin tanqueta y tres blindados estacionados alli, aunque los hombres apostados eran pocos. Entonces divisé a unos cincuenta guerrilleros que pasaban bajo el puente en orden disperso y observé que, cuando Ilegaron a un de- pOsito cercano, comenzaron a moverse febrilmente, como hormigas, arrancando planchas de hierro que usaban como escudos a la vez que arrojaban piedras antes de retirarse. Los guerrilleros eran escasos, pero los envolvia una muchedumbre que en los momentos de peligro se dispersaba al instante. Cuando la policfa per~ manecia tranquila, la multitud se volvia a agrupar con cautela, como si fuese un muchacho que, aprovechan- do el momentaneo adormecimiento del padre cansado de haberle reprendido mucho le introdujera en la na- riz un trocito de papel enroscado. Los manifestantes construfan una barricada en medio de Ja subida utili- zando todo el material disponible. Tal vez nadie habia dado la orden de erigirla, pero en el momento en que todos comprendieron su utilidad se observé una eficaz cooperacién. En un brevisimo tiempo la habian levan- tado, aunque era bastante rudimentaria. La rociaron con gasolina, Las llamas se habrian elevado a gran altu- ra si las primeras gotas de Iuvia no hubiesen apagado las mechas. Entre los manifestantes distingui a un joven que se las daba de valiente. Le vi avanzar los treinta metros que 187 Yukio Mishima separaban esta barricada del primer contingente de la policia y me pregunté con curiosidad qué intentaba hacer, pero cuando estaba a pocos pasos de los policias el chorro de agua de una manguera le embistid y le hizo rodar por el suelo. En ese momento retrocedié y atraves6 la barricada sin dejar de temblar, hasta que un compaitero Je puso una camisa seca; después de ponér- sela asumié nuevamente un aire jactancioso, volvié a atravesar la linea de su posicién y avanz6 una vez mis hacia los policias para encontrarse otra vez con el cho- tro de la manguera, que le arrojé por tierra. Su accién Parecia totalmente privada de sentido, pero sin duda estaba animado por una especie de heroism. Enton- ces, la policia comenzé a disparar gases lacrimégenos contra Ja barricada. Un joven fie alcanzado en una pierna y sus comparieros le sacaron del lugar. Casi des- pertando de un largo sopor, los policias comenzaron a dirigir los chorros de agua de las mangueras contra la muchedumbre, que se vefa impulsada contra los toldos de las tiendas. El modo en que se dispers6 esa masa tes- timoniaba la oscilacién de intenciones y el asombro Pasivo de una multitud que habia perdido el sentido de Ia individualidad. En un abrir y cerrar de ojos los policias, que habian esperado tranquilamente la ocasién propicia, destruye- ron la barricada. Alguien les arrojé una botella lena de 188 Introduccén a ta flosofla de la accion Kiquido explosivo, pero fall6. La accién se estaba tras- ladando gradualmente hacia el lado oeste, pero no hubo una lucha cerrada entre la policia y los manifes- tantes. Mis bien las tornas cambiaron y la gente de la calle comenzé a atacar a estos Gltimos: un comercian- te de mediana edad volcé el contenido de una cubeta sobre los manifestantes y una mujer se puso a discutir airadamente con un grupo de guerrilleros excitados; ello basté para hacetles retroceder como perros con el rabo entre las patas. La fluidez de sus movimientos y la rapidez con que se juntaban y se dispersaban demos- traba que habian recibido un adiestramiento bastante més cuidadoso que en ocasiones anteriores, pues era evidente que evitaban de modo cobarde el choque frontal y se alejaban de las situaciones mis peligrosas como si se destizaran sobre una superficie aceitosa. El especticulo era bastante irritante en el fondo, y los ataques reiterados concluian antes de que se produje- ra algin choque abierto en un circulo vicioso ener- vante. Mientras observaba, meditaba en la eficacia y la in utilidad de la acci6n. Y pensaba en la accién colectiva y en la accién individual. Cuando la psicologia de la muchedumbre tiene un caudillaje, la propia multitud adquiere una fuerza enorme, pero abandonada a si misma, esto es, privada de un niicleo, se dispersa offe- 189 Yukio Mishima ciendo un panorama de una increible tristeza. Tal vez sea indtil decir que la accién de una multitud debe te- ner como ee la capacidad directiva de un individuo en particular. Tal energia individual no debe manifestarse s6lo a través de un plan elaborado en un escritorio con instrucciones impartidas desde lejos, pues la mu- chedumbre requiere una fuerza individual que sepa orientar sus ciegos impulsos en una direccién determi- nada. Todo ello se hizo evidente ante mis ojos cuando vi que la masa de los manifestantes se movia con vio- enta resolucién debido a la imprevista aparicién de un grupo de guerrilleros provistos de cascos. Por otra parte, también habia algunos que preferian el juego aislado, como ese muchacho del que he habla- do, que se lanzaba a realizar acciones saturadas de vani- dad para demostrar su valor a una muchedumbre dis- traida. Para tener éxito, la guerrilla exige un nucleo de ind6mitos combatientes que no teman arriesgar la vida Y que sepan arrastrar a las masas, las cuales, por natura- leza, no tienen valor, infundiéndolas seguridad, audacia y determinacién para alcanzar el objetivo definido, Sila propia fuerza de quien conduce el grupo se dis- persa, también se disuelve la energia de la masa. Pero, Por otra parte, la historia de la lucha guerrillera nos en- sefia que ésta, si bien exige una denodada voluntad in- dividual, tiene también la absoluta necesidad de un am- 190 Introduccion a la filosofia de la accién plio apoyo de las masas. Sin embargo, en la guerrilla, el individuo, ademis de no preocuparse por su propia vida, ni siquiera puede dejarse vencer por el sentimen- talismo hacia los compafieros, y debe ser despiadado con el enemigo y no tener escripulos en emplear in- cluso los medios mis viles. Aquel 21 de octubre, en cambio, asisti a una «seu- doguerrilla». Desde el principio, los manifestantes ha bian renunciado a la esperanza de obtener un resultado decisivo: simplemente buscaban crear una situacin de perturbaci6n y darse publicidad a través de la televisién y los periédicos. Si los medios de comunicacién no hubieran recogido el hecho su accion habria resultado totalmente fitil y Ja guerrilla urbana se habria visto obligada a revisar sus ticticas. Y entonces habrian comprendido que no existe una accién mis eficaz que el terrorismo, que se propone re- sultados mucho mis radicales y se asienta en el sacrifi- cio individual. Pero es imposible para un ser humano concebir un beneficio individual que supere los limites de la propia muerte; por tanto, es necesario concen trarse desde el principio en obtener un éxito politico que trascienda la individualidad.Y si es cierto que el éxito politico se puede lograr s6lo cuando el individuo esti dispuesto a sacrificar su vida, todos los otros me- dios intentados anteriormente habrin sido intitiles. 191 Yukio Mishima No obstante, en este punto surge una paradoja: tal vez sea posible lograr un auténtico resultado politico s6lo en las acciones que nos habiamos resignado a con- siderar imatiles. De hecho, aquel 21 de octubre lo que nosotros consideramos politicamente ineficaz les pare~ cid en cierto modo itil a los autores de la manifes- tacién. Pienso que la esencia de una accién pura consiste en alcanzar el objetivo después de haber bordeado el abis- mo de la derrota, y que esto representa precisamente el cardcter antipolitico de los movimientos que se inspi- ran en la justicia, y su auténtica separacion de la politi- ca. Porque esta tiltima confunde el resultado total con el resultado exclusivamente politico, como lo demues- tra el comportamiento del partido liberal, que hace propaganda del tratado de seguridad con Estados Uni- dos utilizando cémicos y profesionales en la radio, la television y otros medios de comunicacién, y que hace coexistir en la gran piscina de Ia «eficacia» los efectos nobles con los viles. La accién pura, es decir, los movi- mientos que se inspiran en la justicia, deben basarse en- tonces en principios radicalmente opuestos a los de la politica. Introduccion a la flsofa de ta acion CAPITULO SEXTO LA ACCION Y LA ESPERA DEL MOMENTO PROPICIO Quien ha tenido alguna experiencia de accién sabe gue ésta no ¢s, como imaginamos muchos, una suce- sién incesante de emociones. Durante una navegacin, el peligro se presenta por vez primera después de una larga serie de jornadas monétonas cuando de pronto se desata una tempestad. Asi sucede también en nuestra vida: el nivel de riesgo no se eleva hasta que no nos en- contramos cara a cara con el peligro. La vida es un bai- le en el criter de un volcén que en algin momento har4 erupcién. Por tanto, también en la accion corres- pondiente a la aventura estin presentes el tedio, la mo- notonia y la trivialidad de la vida cotidiana. Sin em- bargo, y a diferencia de ella, la accién posee un objetivo definido, perseguido por una voluntad que trata de eli minar en la mayor medida de lo posible los elementos que impone el destino y que se prepara para la larga es- pera de la ocasi6n propicia. Un cazador de jabalies me conté que cuando uno descubre a su presa en la mon- tafia permanece varias horas a la espera de que des- cienda.Es imposible imaginar lo penosa que puede re- sultar semejante espera, ademis, en el intervalo entre Ja aparicién de la presa y el momento en que ésta se encuentra a tiro, uno debe soportar el asalto de milti- 193 Yukio Mishima ples impulsos y mantener el dedo sobre el gatillo sin disparar. En esa espera se condensa la eficacia de la ac Gién. Si se renuncia a tal eficacia, se puede disparar a tontas y a locas con Ia esperanza de que al menos una bala alcance al jabali. Pero el orgullo del auténtico ca- zador, su objetivo, ¢s dar el golpe mortal a la presa con una sola bala. Para lograrlo es necesario saber esperar la ocasién propicia, Prolongamos la espera para asestar un nico golpe victorioso. No habria necesidad de espe- rar la ocasién propicia si no quisiéramos obtener la vic~ toria de un solo disparo. El que no tiene este fin, y acu- mula acciones sobre acciones, ve disminuir su eficacia, su fuerza y su oportunidad, a la vez que ve diluirse la energia concentrada en repetidas explosiones que no provocan ningéin efecto. Esperar la ocasién propicia equivale a concentrar el tiempo y enfocarlo hacia un instante decisivo. La ocasién esperada es el momento en el que la ac- cién alcanza la méxima eficacia, en el que se manifiesta el valor auténtico de la apuesta. Tal valor se hace evi- dente en las acciones en las que nos esforzamos comple- tamente, en cuerpo y alma, como si arrojéramos sobre Ja mesa de juego un millén de yenes de una sola vez. Apostar con prudencia no tiene significado. Es necesa- rio dejar madurar la ocasi6n y condensar al limite nues- tra voluntad y nuestra accién para concentrarlas en ese Introduccin a la filosofia de la accién instante en el que pondremos en juego todo lo que poseemos. El término «accién» se convierte asi en si- nénimo de «pacienciay. En nuestra historia aparecen como modelos de hombres de accién figuras como la de Nasu no Yoichi. Su imagen surgié de pronto de las olas de la historia en el instante en que tiré con fuerza de la cuerda del arco y desaparecié de nuevo entre las olas para nunca mas emerger cuando su flecha alcanzé el centro de la dia~ na. El instante en el que dio en el blanco fae apenas una fraccién infinitesimal de su larga vida, pero en él se concentré y se consumé toda su existencia. Por su- puesto, para cumplir tal hazafia fueron necesarios adies~ tramiento y paciencia y la capacidad de esperar el mo- mento propicio. De otro modo, Nasu no Yoichi no habria podido, ni siquiera al cabo de mil afios, desper-~ tar la admiracién de la posteridad emergiendo de las olas de la historia que todo lo nivelan y revuelven. A juzgar por la situacién que se establecié después del 17 de noviembre de 1969, tengo la impresin de que las manifestaciones del ala extremista de los estudian- tes, sobre todo del Zenkyoto, terminaron. A pesar de que proclaman que en los 70 librarin la batalla decisi- va, contintian tratando de anticiparla: lamaron «combate final» a la manifestacién del 28 de abril, a la del 21 de ‘octubre y a la mis reciente de noviembre. Su impe- 195 Yukio Mishima tuosidad fisiol6gica tipicamente juvenil los impulsa constantemente a la accién, y de ese modo explotan en Ia violencia sin lograr encontrar la ocasién favorable. Al obrar asi han caido en la trampa de las fuuerzas del orden, que hicieron todos los esfuuerzos posibles para inducir a los estudiantes a realizar una sublevacién an- ticipada a fin de poder resolver la situacién cuanto antes. La policia calculé con exactitud que cuanto mas impacientes se vuelven los estudiantes més se debilitan sus energfas, més manifestaciones hacen y menos posi- bilidades tienen de despertar simpatias en la sociedad; el voltaje de sus movimientos masivos decrece y resul- ta mis facil restablecer el orden. Ni el Zengakuren ni la «faccién del Ejército Rojo» han logrado producir la fuerza espantosa que se expande sin previo aviso en el momento decisivo en una accién impecable preparada durante la paciente espera del momento adecuado, Por el modo en que fueron capturados los estudian- tes de la efaccién del Ejército Rojo» en Daibosatsuto- ge se comprende que, a pesar de su abuso en el empleo de términos militares, no contaban con el mas elemen- tal adiestramiento bélico. Preparaban los explosivos en su refugio, donde organizaban ademas reuniones para decidir la estrategia que habia que seguir, olvidando sin embargo apostar centinelas en el exterior, lo que sirve para demostrar de modo fehaciente el enorme abismo : 196 Introduccién a la filosofia de la accién entre su modo de pensar y su capacidad de actuar, en~ tre las palabras y los hechos. Siempre es peligroso exci- tarse con las palabras. Cuando los jévenes se estimulan a si mismos diciendo, por ejemplo, «moriremos en no- viembrey, es necesario que a las palabras le sigan los he I perro bien chos.La accién es como un perro de caza: adiestrado le basta una mirada del amo para actuar de Ja manera requerida, encontrar la presa y regresar. En cambio, el perro mal adiestrado no obedece, y cuanto mis lo azuza y lo reprende su duefio para sacarlo de su sopor mis se atemoriza y se paraliza. El tiempo de la larga espera de la ocasién propicia no se aviene bien con las palabras. Quien aguarda el momento oportuno para actuar concentrindose Gni camente en las palabras y en los pensamientos inevita~ blemente fracasa. Puedo ilustrar esta verdad estable~ ciendo una comparacién con el zazen, un ejercicio espiritual en el que hay que permanecer sentado du- rante horas frente a una pared: es en esta represién ra~ dical de toda accién, de todo movimiento, en la que se descubre la capacidad de ejercer una presién sobre un resorte espiritual que lega a la verdad esencial de la vida humana. Tal como la accién, también la espera del momento propicio difiere de la palabra. Se trata sélo de un tiempo denso y uniforme, el mis atroz de la vida humana. 197

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