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Emilio Ravignani”
Tercera serie, núm. 27, 1er. semestre 2005.
MARÍA E. BARRAL*C
RAÚL O. FRADKIN***
* Una versión anterior de este trabajo titulada “Redes y sedes de poder institucional en la campaña
bonaerense (1785-1836)” fue presentada en las jornadas de la Red de Estudios Rurales realizadas en el
Instituto Ravignani el 15 de agosto de 2003. Agradecemos las críticas y sugerencias de los participantes y de
los evaluadores anónimos de el Boletín.
** (UNLu - ANPCYT - CONICET) Becaria Posdoctoral CONICET, Subsidio IM40-2000 ANPCYT.
*** (UNLu - Instituto E. Ravignani, UBA)
1 Juan C. Garavaglia, “Paz, orden y trabajo en la campaña: la justicia rural y los juzgados de paz en Buenos
Aires, 1830-1852”, en Desarrollo Económico, Buenos Aires, N°146, 1997, pp. 241-262; Ricardo Salvatore,
“Los crímenes de los paisanos: una aproximación estadística”, en Anuario del IEHS, N°12, Tandil, 1997, pp.
91-100; Fabián Alonso, María E. Barral, Raúl Fradkin y Gladys Perri, “Los vagos de la campaña bonaerense:
la construcción histórica de una figura delictiva (1730-1830)”, en Prohistoria, N°5, Rosario, 2001, pp. 171-202.
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del mundo rural. Una renovada historia política analizó la construcción de la ciu-
dadanía, las formas de representación y la participación electoral.2 La historia
rural puso en evidencia la existencia de una sociedad rural compleja y dinámica,
protagonista de una expansión de la producción agropecuaria con fuertes oscila-
ciones y marcadas diferencias regionales 3 y que se sustentaba en un rápido cre-
cimiento de la población rural.4
Estos desarrollos historiográficos advierten acerca de la necesidad de buscar
una mayor integración de ambas perspectivas de análisis. Este trabajo constituye
un intento en este sentido pues nos proponemos explorar el proceso de construc-
ción del poder institucional en el mundo rural bonaerense. Sin duda, un propósito
de tal magnitud implica considerar una gama de niveles de análisis que sería im-
posible desarrollar en este artículo. Por tanto en esta oportunidad hemos consi-
derado conveniente circunscribirnos al proceso de construcción de estructuras
de poder institucional en la campaña. Este proceso fue parte central de la forma-
ción del nuevo estado provincial y se expresó en su creciente ramificación terri-
torial, la centralización de los mecanismos de ejercicio del poder y el desarrollo
de nuevos medios de coacción y control institucional. Se trataba de un proceso
pleno de dificultades, obstáculos y ambivalencias que estuvo lejos de completar-
se en el período aquí analizado, aunque durante este medio siglo se sentaron las
bases para la progresiva inclusión de las relaciones sociales agrarias en los ámbi-
tos del poder institucional. Sin embargo, la necesidad de resaltar las líneas cen-
trales del desarrollo institucional puede llevar a una imagen equívoca, suponerlo
dominado por una lógica externa al proceso social y haber sido impulsado por un
actor (el estado) dotado de una voluntad unívoca. Esta perspectiva debe ser radical-
mente descartada. En su lugar conviene adoptar un enfoque que pueda dar cuenta de la
dinámica de la construcción estatal en la campaña, de sus apoyaturas y limitaciones.
Para ello es preciso atender, al menos, a dos dimensiones de análisis: por un lado, las
2 José C. Chiaramonte y otros, “Vieja y Nueva Representación: los procesos electorales en Buenos Aires,
1810-1820” en A. Annino (comp.), Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX, Buenos Aires, FCE,
1995, pp. 19-64; Oreste C. Cansanello, “De súbditos a ciudadanos. Los pobladores rurales bonaerenses entre
el Antiguo Régimen y la Modernidad”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr.
Emilio Ravignani, N°11, Buenos Aires, 1995, pp. 113-139 y Marcela Ternavasio La revolución del voto.
Política y Elecciones en Buenos Aires, 1810-1852, Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores Argentina, 2002.
3 Juan C. Garavaglia, Pastores y labradores de Buenos Aires. Una historia agraria de la campaña
bonaerense, 1700-1830, Buenos Aires, Ediciones de la Flor-IEHS-Universidad Pablo de Olavide, 1999 y Raúl
O. Fradkin y Juan C. Garavaglia (eds.), En busca de un tiempo perdido. La economía de Buenos Aires en “el
país de la abundancia, 1750-1865”, Buenos Aires, Prometeo Libros, en prensa.
4 Raúl Fradkin, Mariana Canedo y José Mateo (comps.), Tierra, población y relaciones sociales en la
campaña bonaerense (siglos XVIII y XIX), GIHRR/UNMDP, Mar del Plata, 1999.
LOS PUEBLOS Y LA CONSTRUCCIÓN DE LAS ESTRUCTURAS DE PODER... 9
5 Charles Tilly, Coerción, capital y los estados europeos, 990-1990, Madrid, Alianza Universidad,
1990, especialmente pp. 44-45 y “Cambio social y revolución en Europa, 1492-1992”, en Historia Social,
N°15, 1993, pp. 71-98.
6 Michel Mann, “El poder autónomo del Estado: sus orígenes, mecanismos y resultados”, en Zona
Abierta, N°57-58, 1991, pp. 15-50 y Las fuentes del poder social. Una historia del poder desde sus comien-
zos hasta 1760 d.c., Madrid, Alianza, 1991, especialmente pp. 32-36.
7 Para un análisis de los planteos de Mann, véase: Pablo Sánchez León, “La lógica del Estado:
autonomía política y naturaleza social”, en Zona Abierta, N°61-62, 1992, pp. 29-80 y Christ Wickham,
“Sociología histórica, materialismo histórico”, en Zona Abierta, N°57-58, 1991, pp. 217-242.
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8 António M. Hespanha, Vísperas del Leviatán. Instituciones y poder político (Portugal, siglo XVII),
indígenas con sus propios oficiales y a soldados destinados coercitivamente al servicio. La red eclesiástica
estaba integrada tanto por curas que eran parte de una burocracia clerical profesional como por otros religio-
sos y laicos que colaboraban en la administración de los servicios espirituales. La red judicial y policial no
sólo reclutaba sus miembros entre los vecinos de la campaña sino que tanto los Alcaldes de Hermandad
como luego los Jueces de Paz cumplían sus funciones apelando al concurso y colaboración de otros vecinos.
LOS PUEBLOS Y LA CONSTRUCCIÓN DE LAS ESTRUCTURAS DE PODER... 11
10 Juan C. Garavaglia, Pastores y labradores de Buenos Aires..., op. cit., pp. 41 y 46.
11 José Mateo, Población, parentesco y red social en la frontera. Lobos (Provincia de Buenos Aires) en
el siglo XIX, Mar del Plata, UNMdP-GIHRR, 2001, pp. 89-93.
12 A. Giddens, La constitución de la sociedad. Bases para la teoría de la estructuración, Buenos Aires,
fronteras de la provincia de Buenos Aires en la primera parte del siglo XIX”, Jahrbuch Für Geschichte
Lateinamerikas, N°35, Böhlau Verlag Köln Weimar Wien, 1998, pp. 159-187. Carlos Birocco, “Morón de
las Doce Casas. El poblado de Morón en la etapa tardocolonial (1780-1810)”, en Revista de la Facultad
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Un enfoque de esta amplitud nos ha obligado a trabajar con una gran diversidad
de fuentes de información. Por una parte, hemos apelado al relevamiento cuidado-
so de la información contenida en la bibliografía existente. Por otro, a una serie de
fuentes éditas como los Acuerdos del Cabildo de Buenos Aires, los cuadernos co-
piadores de los Acuerdos del Cabildo de Luján, el Registro Oficial de la Provincia
de Buenos Aires y los Almanaques de 1826 y 1834. Pero también hemos empleado
documentación inédita: el archivo de Policía, los legajos de los Juzgados de Paz
y las Listas de Revista de 1823, 1824 y 1836 y los archivos parroquiales, para
señalar las más utilizadas.
14 María Elena Barral, Sociedad, Iglesia y religión en el mundo rural rioplatense, 1770-1810, Tesis
Mondadori, 2000.
17 También las órdenes religiosas contaban con sus establecimientos productivos destinados a abastecer
cada complejo de unidades urbano-rurales, aunque merece destacarse la presencia de otras instituciones
del clero regular sólo complementariamente productivas como el Convento franciscano de la Recolección
de San Pedro o el Hospicio mercedario de San Ramón de Las Conchas. María Elena Barral, “La Iglesia en la
sociedad y economía de la campaña bonaerense. El hospicio mercedario de San Ramón de las Conchas
(1779-1821)”, Cuadernos de Historia Regional, N°19, Luján, UNLu, 1996, pp. 95-135.
18 Esto es particularmente visible en el caso de los mercedarios y la parroquia de Morón y de los
franciscanos del Convento de la Recolección de San Pedro con varias de las parroquias del norte como
San Pedro, Arrecifes y Baradero.
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19 Hemos dividido a la campaña en cinco zonas: Campaña norte (San Nicolás de los Arroyos,
Arrecifes, Baradero, Pergamino, Rojas, Salto, San Pedro y Mercedes –Colón–); oeste (San Antonio de
Areco, Fortín de Areco, San Andrés de Giles, Exaltación de la Cruz, Luján, Pilar, Guardia de Luján,
Navarro y Lobos); cercana (Morón, Quilmes, Flores, Las Conchas, San Fernando, San Isidro y Santos
Lugares), sur (Cañuelas, San Vicente, Ensenada, Magdalena, Chascomús, Ranchos, Monte) y nueva
frontera (Dolores, Azul, Tapalqué, Tandil, Bahía Blanca, Carmen de Patagones, 25 de mayo, Guardia
Constitución, Las Saladas, Las Mulitas, Martín García, Junín, Fortín Colorado, Laguna Blanca,
Kaquelhuincul).
20 Miguel Angel Palermo y Roxana Boixadós, “Transformaciones en una comunidad desnaturalizada:
los Quilmes, del Valle Calchaquí a ”, en Anuario del IEHS, N°6, Tandil, UNCPBA, 1991, pp. 13-42; José
Craviotto, Historia de Quilmes desde sus orígenes hasta 1941, La Plata, AHPBA, 1961 y Guillermina
Sors de Tricerri, Quilmes colonial, La Plata, AHPBA, 1937.
21 Cayetano Bruno, Historia de la Iglesia en la Argentina, Buenos Aires, Don Bosco, 1958.
22 La confección de este gráfico ha tenido en cuenta la propia lógica del proceso de ramificación
institucional eclesiástica: las primeras parroquias de 1730 y las sucesivas parroquias y viceparroquias
creadas como desmembramientos de las mismas. Por esta razón este gráfico no ha seguido la
regionalización que se propone en este artículo.
23 A diferencia de las viceparroquias para cuya instalación interviene el obispo de la diócesis, las
ayudas de parroquia surgen más directamente ligadas a la autoridad del párroco y administradas por un
sacerdote en calidad de teniente de cura. Para su funcionamiento se debía contar con la autorización del
obispo, como en el caso de cualquier oratorio público, y una vez concedida la licencia, el cura párroco
nombraba al teniente de cura y le cedía parte de sus rentas. Roberto Di Stefano y Loris Zanatta, Loris,
Historia de la Iglesia..., op. cit., p. 59.
LOS PUEBLOS Y LA CONSTRUCCIÓN DE LAS ESTRUCTURAS DE PODER... 15
24 En el caso de Dolores la parroquia se instala en 1817, luego el poblado es destruido en 1821 por una
entrada de grupos indígenas. Se necesitará un nuevo impulso unos años más tarde para instalar una
población fija.
25 En Carmen de Patagones si bien la presencia eclesiástica –y obviamente la militar– es anterior con la
hizo en 1812, aunque ya durante las últimas décadas del siglo XVIII su condición de pueblo de indios no
tenía demasiada relevancia.
16 MARÍA E. BARRAL-RAÚL O. FRADKIN
En cambio, Luján, San Isidro, Matanza, Conchas y San Antonio de Areco fijaron su
sede parroquial en oratorios de algunas de las familias “principales” de cada pobla-
do en formación.27 De modo análogo, años después otras capillas situadas en tie-
rras de particulares fueron el origen de parroquias y viceparroquias, como sucedió
en San Nicolás de los Arroyos,28 Cañada de la Cruz, Nuestra Señora del Pilar,29
Magdalena30 y, varias décadas después, San Andrés de Giles.
Hasta por lo menos la década de 1820 en las parroquias rurales transitaban
intensamente religiosos de las distintas órdenes –mercedarios, franciscanos, do-
minicos y, en menor medida, agustinos y betlemitas– que, sin estar integrados a las
parroquias como párrocos o tenientes de cura, eran autorizados por éstos a admi-
nistrar sacramentos.31 También es el caso de los sacerdotes seculares ordenados a
título de capellanías u otras fundaciones similares –los “clérigos particulares”–
que no tenían la obligación de prestar servicios pastorales en las estructuras de la
diócesis.32 A comienzos del siglo XIX, en su visita, el obispo Lué advertía esta
situación y la planteaba en estos términos:
Persuadido SSI de que la escasez de Ministros que hay en estas campañas que ayuden a los
párrocos en sus ministerios les obliga a éstos más veces a tolerar en sus feligresías algunos
sacerdotes seculares y regulares que contra las disposiciones de los Sagrados Cánones y
repetidas Reales Ordenes del Soberano viven errantes y vagos sin adscripción ni residen-
cia fija abandonando aquéllos a la que deben tener por sus beneficios o títulos de órdenes.33
27 Entre otros ver: Juan A. Presas, Nuestra Señora de Luján y Sumampa. Estudio Crítico-
histórico, 1630-1730, Buenos Aires, Ediciones Autores Asociados Morón, 1974; Jorge M. Salvaire,
Historia de Nuestra Señora de Luján: su origen, su santuario, su villa, sus milagros y su culto, 2
tomos, Buenos Aires, ed. Pablo Coni, 1885. Pedro Kröpte, La metamorfosis de San Isidro 1580-
1994, San Isidro, 1994. José Burgueño, Contribución al estudio de la fundación de San Antonio de
Areco, Areco, 1936.
28 Mariana Canedo, Propietarios, ocupantes y labradores. San Nicolás de los Arroyos 1600-1860,
Mar del Plata, UNMdP-GIHRR, 2001; José De la Torre, Historia de la ciudad de San Nicolás de los
Arroyos, La Plata, AHPBA, 1938.
29 Aldo Beliera, “Basamento histórico de la Capilla Nuestra Señora del Pilar y del Pueblo del mismo
nombre”, en Primeras Jornadas de Historia del Partido del Pilar-1990, Buenos Aires, ed. José
Sánchez, 1991.
30 Francisco Cestino, Apuntes para la historia del partido de la Ensenada, 1821-1881, La
Plata, Dirección de Impresiones Oficiales, 1949. José Craviotto, “La atención del pago de Magdale-
na (1738-1765)”, Separata de Investigaciones y Ensayos, Nº 42, Buenos Aires, 1992; Fernando E.
Barba, “Los orígenes del pueblo de Magdalena”, Separata de Investigaciones y Ensayos, Nº 38,
Buenos Aires, 1988.
31 Este tema puede verse desarrollado en María Elena Barral, Sociedad. Iglesia.... En el capítulo 5 de
la tesis se analiza el clero rural a nivel de las parroquias y se advierte sobre esta situación.
32 Roberto Di Stefano y Loris Zanatta, Historia de la Iglesia..., p. 90.
33 Centro de Historia Familiar, Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, Libro de
Bautismos de Capilla del Señor (microfilm 0672842, int. 8073). El destacado es nuestro.
LOS PUEBLOS Y LA CONSTRUCCIÓN DE LAS ESTRUCTURAS DE PODER... 17
34 María Elena Barral y Roberto Di Stefano, “La diócesis de Buenos Aires a principios del siglo
días de fiesta y costear y organizar determinadas funciones religiosas: María Elena Barral, “Iglesia,
poder y parentesco en el mundo rural colonial. La cofradía de Animas Benditas del Purgatorio, Pilar,
1774”, en Cuadernos de Trabajo, N°10, UNLu, pp. 17-56.
18 MARÍA E. BARRAL-RAÚL O. FRADKIN
36 Puede verse: Di Stefano, Roberto, El púlpito y la plaza, Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores
Argentina, 2004.
37 Ricardo Salvatore, “Fiestas federales: representaciones de la República en el Buenos Aires
rosista”, en Entrepasados, N°11, Buenos Aires, 1997, pp. 45-68 y Juan C. Garavaglia, “Escenas de la
vida política en la campaña: San Antonio de Areco en una crisis del rosismo (1839/1840)”, en Juan C.
Garavaglia, Poder, conflicto y relaciones sociales. El Río de la Plata, XVIII-XIX, Rosario, Homo
Sapiens, 1999, pp. 157-188.
38 Comando en Jefe del Ejército, Reseña Histórica y Orgánica del Ejército Argentino, Tomo I ,
Buenos Aires, Círculo Militar, 1971; Fernando Barba, Frontera ganadera y guerra con el indio. La
frontera y la ocupación ganadera en Buenos Aires entre los siglos XVIII y XIX, La Plata, UNLP, 1995;
Carlos Mayo y Amalia Latrubbesse, Terratenientes, soldados y cautivos: la frontera (1736-1815), Mar
del Plata, UNMDP, 1993; Carlos Mayo (ed.), Vivir en la frontera, Buenos Aires, Biblos, 2000.
39 Un análisis señero de los comienzos de la militarización es el de Tulio Halperin Donghi,
mimeo, 2003.
41 Comando General del Ejército, Política seguida con el aborigen (1820-1852), Buenos Aires,
suboficiales y soldados.46 Otros datos indican que en 1825 el total de efectivos era
de 3840 hombres, de los cuales tenían asiento en la campaña al menos 1800 pertene-
cientes a los Regimientos de Húsares (en Salto), de Blandengues (en Lobos) y de
Coraceros (en Kaquel).47 A ellos hay que agregar las Comandancias de Marina que se
encontraban en Conchas y Ensenada aunque no sabemos sus dotaciones. Por su parte,
la estructura miliciana estaba integrada por una Milicia activa de infantería compues-
ta por unos 3960 ciudadanos y 89 veteranos, una o dos compañías de milicia activa de
infantería en cada pueblo y los cuatro Regimientos de Milicia activa de Caballería,48
cada uno de los cuales estaba conformado por cuatro escuadrones y cada uno de ellos
por dos compañías de 100 soldados cada una.49 De este modo, antes del gran es-
fuerzo militar que supuso la guerra con Brasil, el estado provincial contaba con una
fuerza de línea de unos 4000 hombres y con alrededor de 3200 milicianos. En
1826 se agregó un 5º regimiento con jurisdicción el partido de Monsalvo y a fines
de ese año se dispuso que todos los regimientos de caballería tuvieran agregados
un escuadrón de milicias de 200 plazas, por lo que el número de milicianos de
caballería debe haber rondado los 5000.50
A mediados de la década de 1830 la estructura de poder militar se había ex-
tendido mucho más.51 En la campaña, hacia 1836 la línea de fuertes se había am-
pliado con la incorporación de Federación (o Junín), Cruz de Guerra y Bahía Blan-
ca en 1828, Azul y Tapalqué en 1832, Fortín Colorado en 1833 y Las Mulitas en
1836.52 Silvia Ratto ha demostrado en el estudio más sólido y preciso de la
estructura militar hacia 183653 que en los fuertes de frontera (Federación, 25 de
Fernando, Las Conchas, Santos Lugares y San José de Flores). El Regimiento 2º se reclutaba en los partidos
del oeste de Buenos Aires (Morón, Villa de Luján, San Antonio de Areco, Pilar y Capilla del Señor). El
Regimiento 3º tenía jurisdicción sobre los partidos del sur de la provincia hasta el línea del Salado (Quilmes,
Ensenada, Magdalena, Chascomús, San Vicente, Cañuelas, Ranchos, San Miguel del Monte y Lobos). El
Regimiento 4º comprendía los partidos del noroeste (Guardia de Luján, Fortín de Areco, Salto Rojas, Pergami-
no, San Nicolás, Arrecifes, San Pedro y Baradero).
50 Dado que hacia 1824 las milicias reunían 4942 hombres; Oreste C. Cansanello, “Las milicias...”, p. 25.
51 Juan José María Blondel, Guía de la Ciudad y Almanaque de Comercio de Buenos Aires para el año
áreas de frontera: el funcionamiento de los fuertes al sur del río Salado”, mimeo, 2002.
53 Silvia Ratto, “Soldados, milicianos e indios de “lanza y bola”. La defensa de la frontera bonaerense a
mediados de la década de 1830”, en Anuario del IEHS, N°18, Tandil, 2003, pp. 123-152.
LOS PUEBLOS Y LA CONSTRUCCIÓN DE LAS ESTRUCTURAS DE PODER... 21
1820 cuando la provincia contaba con una fuerza armada de unos 7.200 hombres;
de ellos en la campaña había unos 1.800 regulares y más de 3.000 milicianos. Ha-
cia 1836 hemos podido constatar que en la campaña había 3.065 hombres en las
tropas de línea y 1.415 milicianos movilizados aunque ese número podía elevarse a
unos 4.800 en caso de necesidad; además, ahora era también posible recurrir a más
de dos millares de contingentes indígenas. Este panorama puede ser completado
con los datos de Garavaglia para 1841: por entonces el estado disponía de una fuer-
za armada de 10.367 hombres de los cuales el 32% eran milicianos. Si considera-
mos los datos desagregados que suministra para las principales unidades militares
podemos ver que el 35% de las tropas regulares y el 39% de las milicianas se
encontraban asentados en la campaña.54
Esta estructura de poder institucional tuvo un precario desarrollo hasta bien entra-
do el siglo XVIII y una organización cambiante a lo largo del período. Aunque sus fun-
ciones eran distintas las hemos agrupado en una sola red considerando que uno de los
rasgos claves de su estructuración fue el fallido intento de organizar dos agencias ins-
titucionales diferenciadas, al menos en el ámbito rural.55 Como es sabido, hasta 1821
la justicia y la policía rural fueron ejercidas principalmente por los Alcaldes de la Santa
Hermandad designados por el Cabildo de Buenos y desde 1756 también por el de
Luján; pero además efectuaba designaciones el Alcalde Provincial de la Santa Herman-
dad, un oficio vendible que mantuvo tensas y conflictivas relaciones con el cuerpo
capitular porteño. En un principio las designaciones del Cabildo de Buenos Aires se
efectuaban inicialmente sólo para dos grandes jurisdicciones aunque en 1766 se in-
tentó infructuosamente aumentar su número a cuatro. Recién a fines de la década de
1770 comenzó a haber un sistemático incremento de designaciones que se consolidó a
mediados de la década siguiente56 cuando llegaron a ser 16 las jurisdicciones delimita-
das sin considerar las que se efectuaban para la Banda Oriental. Con todo, su poder efec-
tivo seguía siendo muy limitado: no disponían de cárceles ni con una fuerza propia bajo su
54 Sobre una tropa regular de 4.446 hombres 2.395 estaban asentados en la campaña y sobre un total
de 2.251 milicianos 1448 estaban en la campaña. Juan C. Garavaglia, “Ejército y milicias...”, p. 181.
55 Para analizar las implicancias históricas de esta cuestión ver Osvaldo Barreneche, Dentro de la Ley,
TODO. La justicia criminal de Buenos Aires en la etapa formativa del sistema penal moderno de la
Argentina, La Plata, Ediciones Al Margen, 2001.
56 “Alcaldes de la Hermandad. Sobre su jurisdicción”, AHPBA, Real Audiencia, 7-2-109-13 y 7-2-109-14.
LOS PUEBLOS Y LA CONSTRUCCIÓN DE LAS ESTRUCTURAS DE PODER... 23
57 Según el Alcalde de los Arroyos en 1795 “la guardia de los soldados que se le imparte de auxilio por
los oficiales militares es de milicianos voluntarios que estos hacen lo que quieren y al mismo tiempo es
menester que el Alcalde Juez los gratifique y mantenga”: AGN, IX-19-7-7.
58 El mejor estudio disponible sobre los Alcaldes de Hermandad es el de Carlos Birocco, “La
Buenos Aires”, en Investigaciones y ensayos, N°31, Buenos Aires, ANH, 1981, pp. 263-273; Dedier N.
Marquiegui, Estancia y poder político en un partido de la campaña bonaerense (Luján, 1750-
1821), Buenos Aires, Biblos, 1990.
60 Abelardo Levaggi, “La seguridad de la campaña bonaerense entre los años 1821 y 1826. Esta-
61 Este proceso ya se había dado en la ciudad donde los Alcaldes de Barrio que desde 1772 eran
dieciséis se habían elevado a veinte en 1794 y a treinta y tres desde 1812, cuando además se dispuso
que debían contar con cuatro Tenientes cada uno. El dato es bien sugerente de las prioridades oficia-
les: sólo para la ciudad se había previsto una retícula más densa que la que se disponía para el
conjunto de la campaña.
62 Marcela Ternavasio, “La supresión del cabildo de Buenos Aires: ¿crónica de una muerte anun-
ciada?”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, N°21,
2000, pp. 33-74.
63 AGN, X-14-5-4, Policía, 1827.
64 “Decreto del Gobierno. Buenos Aires 28 de febrero de 1825”, en Manual para los Jueces de Paz de
de los jueces aunque terminó por perder su existencia diferenciada.67 De este pro-
ceso emergen algunas cuestiones claves.
La formación de las fuerzas policiales, es decir de una fuerza armada dotada de
capacidad de coerción sobre la propia población y diferenciada de las fuerzas especí-
ficamente destinadas a la defensa, no resultó una tarea sencilla. A lo largo del perío-
do se organizaron dos tipos de “partidas” policiales: unas centralizadas y móviles
(bajo el comando directo de la jefatura) y otras que tuvieron a sus órdenes Comisa-
rios de Sección, Alcaldes de Hermandad o Jueces de Paz. Las primeras tuvieron una
existencia inestable pero persistente. Desde 1799 había una partida que contaba con
35 hombres y mantuvo esa dotación hasta 1812 aunque en 1809 se había dispuesto
que fuera de 50 efectivos; en 1812 se estipuló que debía estar compuesta por 100
hombres pero pocas veces llegó a contar efectivamente con esa dotación y en 1822
apenas contaba con 50; hacia 1831 se organizó una nueva fuerza policial, la Compa-
ñía de Caballería Auxiliar, que contaba con 80 hombres pero en 1836 su número se
había reducido a 60. De este modo, las autoridades contaron permanentemente con
una fuerza policial centralizada y militarizada, cuya misión primordial era asegurar el
orden en la ciudad y sus arrabales, aunque también esta fuerza era empleada para
realizar incursiones en las profundidades del mundo rural. Además, desde 1822 se
había formado una Compañía de Peoneros de Policía integrada por tres secciones,
cada una de las cuales debía integrarse con un sargento, dos cabos, 46 soldados y un
tambor68 aunque su dotación efectiva rondaba los 130 hombres.69 En 1823 fue sus-
tituida por los Celadores de Policía, una fuerza urbana mucho más reducida que re-
unía unos 32 efectivos y perduró hasta 1834 cuando fueron reemplazados por dos
nuevos cuerpos de vigilancia urbana: los Serenos y los Vigilantes de Día. De esta
forma, se fue configurando una trama policial que se adosó a la estructura creciente
de Alcaldes de Barrio y que buscaba asegurar el control del territorio de la ciudad y
sus zonas aledañas, la preocupación por excelencia de la policía.
En la campaña mientras existieron las comisarías de sección se estableció
que cada una debía contar con su propia partida celadora. Pero, además, las auto-
ridades recurrieron a diversos mecanismos para forzar la activa colaboración de
los vecinos de los pueblos y que eran un modo de ampliar la capacidad de acción
policial del estado exigiendo prestaciones a los vecinos. En julio de 1823 un decreto
dispuso que todos los ciudadanos estaban obligados “a prestar su cooperación
67 Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires; Francisco Romay, Historia de la Policía Federal
Argentina, Buenos Aires, Biblioteca Policial, Tomo II, 1820-1830, 1964. Adolfo Rodríguez, Cuatrocien-
tos años de policía en Buenos Aires, Buenos Aires, Editorial Policial, 1981.
68 Ver Francisco Romay, Historia de la Policía..., tomo I, p. 178 y tomo II, pp. 120-121 y 172-175.
69 AGN, X, 35-10-13, Policía, 1822.
26 MARÍA E. BARRAL-RAÚL O. FRADKIN
para evitar cualquier atentado o crimen por vía de hecho o para aprender a su
perpetrador”, so pena de 24 horas de arresto.70 Para incentivar esta colaboración
se introdujo otra modalidad que terminaría por ser práctica rutinaria: las personas
que detuvieran al autor de un delito serían remuneradas con sumas que oscilaban
entre 25 y 100 pesos.71 Otra de las formas que adoptó esta colaboración vecinal
fue organizar patrullas armadas.72 En consecuencia, podemos ver que a nivel local
funcionaron partidas estables y remuneradas y otras extraordinarias y ocasionales
que implicaban la movilización de los vecinos y que en los pueblos de campaña
debían cumplir las funciones de los celadores o serenos de la ciudad.
No sabemos aún los efectivos que integraban efectivamente estas “partidas
celadoras” de cada comisaría de sección, pero en 1825, cuando se reinstalaron
las comisarías de sección, se dispuso que cada una debía contar con un cabo y
cinco soldados, lo que haría un total de 48 efectivos; y, cuando a fin de año se
aumentaron a 10 las comisarías se dispuso que cada partida se integrara con un
cabo y 12 soldados, la fuerza disponible habría pasado a ser de unos 130 hom-
bres. A su vez, entre fines de 1826 y de 1827 se organizaron dos “comisarías
extraordinarias”, con 25 hombres cada una, lo que llevó la fuerza de la policía
rural a unos 180 hombres. Si las partidas de cada sección mantuvieron esta dota-
ción cuando en 1830 las comisarías pasaron a ser 21, el total de efectivos puede
haber llegado a ser entonces de 273. ¿Qué sucedió con ellas cuando las funcio-
nes de comisario fueron transferidas a los Jueces de Paz? No lo sabemos con
precisión, pero algunas referencias dispersas inducen a pensar que siguieron exis-
tiendo.73 Más aún, es probable que hubiera otro tipo de colaboradores policiales:
en Arrecifes hacia 1832 además de los Alcaldes y tenientes el Juzgado disponía de
44 “auxiliares”, de los cuales sólo seis estaban pagos y deben haber sido los miem-
bros de la partida.74 Si suponemos una partida de cinco hombres para cada uno de
los 35 partidos, esa fuerza habría contado hacia 1836 con al menos 175 hombres.
Estas estimaciones son demasiado inseguras como para extraer de ellas conclusio-
nes precisas y requieren de una indagación de mayor alcance; pero sugieren que el
proceso de intensa ramificación de la estructura policial parece haber significado
1852, AGN, X-21-5-3 y Juzgado de Paz de Salto, 1831-1851, AGN, X-21-5-4. En Tandil hacia 1840
operaba una partida compuesta de un sargento y cuatro soldados: Juzgado de paz de Bahía Blanca y
Tandil 1831-1852, AGN, X-20-10-4.
74 Juzgado de Paz de Arrecifes, 1831-1851, AGN, X-20-9-7.
LOS PUEBLOS Y LA CONSTRUCCIÓN DE LAS ESTRUCTURAS DE PODER... 27
eran unos vecinos, que no durando más que un año en su judicatura, ni podían absoluta-
mente desatender sus labores, ni perseguir con empeño a los criminales, a cuyos tiros
quedan expuestos lo que transcursase un año: que en calidad de vecinos tenían, y debían
tener ciertos miramientos aun con los mismos que acaso deberían perseguir, pues que en
ciertas épocas del año los necesitaban para los trabajos del campo, y que un comisario, o
un agente de policía con cualquier otro nombre, era absolutamente independiente de to-
das estas circunstancias.76
ejercían una jurisdicción sobre varios partidos y el gobierno buscaba que no tuvieran
una sede fija de actuación sino una constante movilidad, aunque pocas veces lo logra-
ba. De este modo, los comisarios expresaban una forma de poner en marcha la for-
mación de una agencia institucional coercitiva destinada a la seguridad y diferenciada
de las fuerzas militares y milicianas de defensa. La solución adoptada de fusionar
ambas funciones aparece en consecuencia como un intento de establecer un sistema
de control directo pero firmemente asentado en poderes locales socialmente cons-
truidos y llevaba a la construcción de una red de poder con profundas ramificaciones
locales y con marcado carácter policial sin generar una burocracia profesional cen-
tralizada aunque convertía a los jueces en personal remunerado, dotado de subalter-
nos y de una partida armada. No extraña, por tanto, que en esta segunda fase de su
historia la duración de los jueces en sus funciones se acrecentara.78
A fines del período colonial se estaba conformando una red de pueblos rura-
les aunque en su mayor parte no alcanzaron el estatuto jurídico de villas que sólo
obtuvieron Luján –desde 1756– y efímeramente San Nicolás, en 1819. Este esta-
tuto era una aspiración de los vecinos y una dimensión muy valorada por una men-
talidad que prefería que la población viviera “bajo cruz y campana”. La propia
legislación discriminaba taxativamente entre los delitos según fueran cometidos
en “poblado” o en “despoblado” y, más aún, la intención de “reducir” a la población
rural dispersa a vivir en los poblados fue varias veces intentada entre las décadas de
1780 y 1820.79 Este ideal social se materializaba en una serie de pueblos en los
cuales tuvieron sus sedes las estructuras de poder institucional y desde donde in-
tentaban desplegarse sobre el medio rural.80 En parte, las disímiles historias de
78 Jorge Gelman, “Crisis y reconstrucción del orden en la campaña de Buenos Aires. Estado y sociedad
en la primera mitad del siglo XIX”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio
Ravignani, N°21, 2000, pp. 7-32.
79 María E. Barral, Raúl O. Fradkin y Gladys Perri, “¿Quiénes son los ‘perjudiciales’? Concepciones
tico, a los pueblos en lo que se designaban Alcaldes de Hermandad o Jueces de Paz como sedes de poder
judicial y policial y las sedes de poder militar y miliciano son los fuertes, fortines, comandancias militares
y de marina y los pueblos donde se localizaron a diversos piquetes y destacamentos.
LOS PUEBLOS Y LA CONSTRUCCIÓN DE LAS ESTRUCTURAS DE PODER... 29
estos pueblos se explican a partir del ejercicio de estas funciones de poder. Así,
algunos llegaron a tener transitoriamente una jerarquía institucional mayor a los otros
como, por ejemplo, aquellos que fueron sede durante su corta vigencia de los tres
Departamentos Judiciales de Campaña entre 1822 y 1824.81
La distinción decisiva y más perdurable entre los pueblos fue la de transfor-
marse en pueblos cabecera de partido. Por eso, conviene atender primero al
proceso de formación de los 35 partidos existentes en 1836. Sin tomar en cuenta
las designaciones transitorias82 podemos observar que 26 de ellos habían sido
hasta 1821 sedes de Alcaldías de Hermandad. Con todo entre ellos había dife-
rencias dado que tenían antigüedades muy diferentes: 13, que dependían del
Cabildo porteño,83 existían ya en 1785 –y en algunos casos eran muy anterio-
res–84 y 6 más se agregaron en los años siguientes;85 por su parte, del Cabildo
lujanense dependían otros 6 partidos.86 Cuando los Alcaldes de Hermandad fue-
ron sustituidos por los Jueces de Paz se incrementó el proceso de formación de
partidos y de transformación de pueblos en cabeceras. Sin tomar en cuenta las designa-
ciones provisorias87 podemos registrar que en 1822 se incorporaron cuatro nuevos
partidos88 y que transitoriamente desaparecieron Patagones (repuesto en 1824) y
Matanza (en 1825); más tarde se agregaron cuatro partidos más.89 Esta multiplicación
de jurisdicciones respondía tanto a la intención del poder urbano de lograr un control
más efectivo del medio rural como a iniciativas de los vecinos por adquirir el im-
preciso –pero no por ello menos significativo– estatuto de partido. Así sucedió, por
ejemplo, con los Alcaldes de Hermandad que estableció el cabildo lujanense una
vez superada su disputa jurisdiccional con el porteño en 1796 y que dieron lugar a la
81 En el norte San Nicolás y luego Arrecifes; en el sur San Vicente y luego Chascomús; en el oeste la Villa
de Luján, que además de haber sido la sede del único cabildo en la campaña era también la sede de la
Comandancia de Fronteras.
82 Por ejemplo, desde 1796 en algunos años el cabildo porteño designó un Alcalde de Hermandad para
Areco Arriba, entre 1800 y 1804 lo hizo para la Cañada de la Paja y en 1821 lo hizo para Patagones. También
designaba a dos Alcaldes para la “banda norte” y la “banda sur” de la ciudad y desde principios de siglo a
otro para Palermo pero estos tampoco perduraron.
83 San Nicolás, San Pedro, Baradero, Pergamino, Arrecifes, San Isidro, Morón, Conchas, Matanza, San
década de 1750.
85 Lobos (1805), Chascomús (1809), Flores y San Fernando (1812), Salto (1816) y Patagones (1821).
86 San Antonio de Areco, Cañada de la Cruz y Pilar (1793), Navarro (1799), Guardia de Luján y Fortín de
Areco (1812).
87 Como la que se realizó en 1827 para Areco Arriba.
88 Monsalvo, Cañuelas, Monte y Ranchos.
89 Dolores (1829), San Andrés de Giles (1831), Bahía Blanca (1834) y Azul (1835).
30 MARÍA E. BARRAL-RAÚL O. FRADKIN
jerárquico que durante siete décadas tuvo la Villa de Luján. En este proceso, hubo
algunas jurisdicciones que no perduraron, poblados que no adquirieron en este perío-
do la condición de cabecera (como Santos Lugares) u otros (como la capilla de Merlo)
que sólo lo fueron por poco tiempo. Sólo excepcionalmente algunos partidos no
tuvieron un pueblo cabecera, como Matanza o Monsalvo.
93 En algunos casos (Lobos, Chascomús, Pergamino, Salto, Ensenada, Monte, Ranchos y la Guardia de
Total
Años/Sedes de poder E JP MM
1785 15 12 16
1815 27 23 27
1825 29 29 20
1836 34 33 32
Referencias: E: sedes red eclesiástica; JP: sedes red judicial y policial; MM: sedes
red militar y miliciana.
Años/Sedes de poder Una red Dos redes Tres redes Cuatro redes
1785 11 8 5 27
1815 5 8 19 32
1825 5 15 15 34
1836 11 11 22 44
exclusivamente sedes del poder eclesiástico o militar, en ningún caso hubo pue-
blos que hayan sido únicamente sedes del poder judicial y policial.
La historia diferente de estos pueblos aún debe ser indagada y es obvio que
ella no estuvo marcada sólo por las funciones de poder que en ellos se ejercie-
ron, que es el aspecto que hemos considerado en esta oportunidad. Sin duda
otros factores fueron también decisivos. Buena parte de esas diferencias debe
haber respondido a la capacidad que tuvieron algunos de esos pueblos para con-
centrar circuitos de intercambio y financiamiento, pero aún es muy poco lo que
sabemos al respecto.94
94 Carlos Mayo (dir.), Pulperos y pulperías de Buenos Aires, 1740-1830, Mar del Plata, Grupo
fía histórica en la historia económica y social”, en Anuario del IEHS, N°12, Tandil, 1997, pp. 35-56.
Cfr. Jorge Gelman, Crecimiento agrario y población en la campaña bonaerense durante la época
de Rosas. Tres partidos del sur en 1839, Buenos Aires, Cuadernos del Instituto Ravignani, N°10,
FFyL-UBA, 1996.
36 MARÍA E. BARRAL-RAÚL O. FRADKIN
96 Agradecemos la generosa colaboración de Fabián Alonso, Carlos Birocco, Valeria Ciliberto, Jorge
los “peores” (todo depende del color del cristal con que se mire...) son los de
Bahía Blanca o Patagones... pero alcanza con saber la dotación militar con que
contaban para revisar esta conclusión meramente matemática y advertir que en
estas zonas de la nueva frontera el sistema de control pasaba centralmente por
otros mecanismos. Aún así el promedio de la región no es de los “peores”. En
todo caso, suponiendo unidades censales de 6,3 miembros en promedio, 97 cada
Alcalde o Teniente debería haber tenido bajo su vigilancia unas 24 unidades. Es
esta última estimación la que sugiere la capacidad potencial de acción del perso-
nal subalterno de los juzgados.
Pero, además, esta capacidad no había dejado de acrecentarse: entre 1825 y
1836 la relación de alcaldes y tenientes por habitante se había reducido de 223,1 a
149,5. Si intentamos extender esta estimación hacia 1816 podríamos ver que en-
tonces esa relación pudo haber sido de 506,6 o de 394 según consideremos una
dotación de 84 o de 108 auxiliares. En cualquier caso, se habría operado en una
década un sustancial incremento de la capacidad de control, una tendencia que se
profundizó aún más en la década de 1830. Y no estamos incluyendo en estas esti-
maciones las fuerzas que componían las partidas policiales.
¿Cuál era la relación entre personal y población en las otras estructuras de po-
der? Los datos de Garavaglia dejan claro que la magnitud de la estructura de poder
militar y miliciana en la provincia era incomparablemente mayor y que también
tendió a acrecentarse. Y aunque no suministra datos desagregados para la campa-
ña, la información que brinda permite estimar que en toda la provincia se ha pasa-
do de un soldado cada 35 habitantes en 1823 a uno cada 21,6 habitantes en 184198
y que, en ese año, el 85,8% del personal estatal estaba compuesto por personal
militar. 99 Esto era, sin duda, una novedad completa para la sociedad bonaerense.
La performance de la estructura eclesiástica de poder había sido sustancial-
mente diferente. Así en 1815 podemos estimar que había un párroco cada 1.013
habitantes; hacia 1825 la relación había pasado a ser de un párroco cada 1.442
habitantes y en 1836 era de un sacerdote cada 2.181 habitantes. Frente a una po-
blación en notable crecimiento, el establecimiento –e incluso retroceso– del nú-
mero de efectivos de la red eclesiástica se traducía en una capacidad de acción
sustancialmente menor. Ello puede explicarse por distintas razones, algunas de las
97 Jorge Gelman y Daniel Santilli, “Distribución de la riqueza y crecimiento económico. Buenos Aires
en la época de Rosas”, en Desarrollo Económico. Revista de Ciencias Sociales, vol. 43, N°169, 2003, p.
75-101, cuadro 3.
98 Juan C. Garavaglia, “Ejército y milicias...”.
99 Juan C. Garavaglia, “La apoteosis de Leviatán: el estado de Buenos Aires durante la primera mitad del
siglo XIX”, en Latin American Research Review, vol. 38, N°1, pp. 135-168, especialmente cuadros 5 y 11.
40 MARÍA E. BARRAL-RAÚL O. FRADKIN
6. CONCLUSIONES
Como hemos visto, cada una de las estructuras de poder institucional adoptó dife-
rentes formas de organización y tuvo distintos ritmos de desarrollo, una ramificación
regional específica y adquirió una capacidad potencial de actuación de diferente inten-
sidad. De este modo, el proceso de construcción del poder institucional en la campaña
fue el resultado de la centralización de mecanismos de poder por parte del estado y del
despliegue de nuevos medios de coacción y control institucional. En consecuencia, a
lo largo de este medio siglo el desarrollo del “poder infraestructural” del estado le
permitió penetrar vastas dimensiones de la vida social rural pasando a ejercer un modo
de “control más directo”. Sin embargo, a mediados de la década de 1830, todavía se
trataba de una transformación en curso, inacabada y plena de limitaciones y obstáculos.
Estas estructuras institucionales no hubieran podido implantarse sin unas sedes
que las fijaran. Ellas tuvieron asiento en los pueblos rurales y desde allí desplegaron
su accionar. En forma convergente, estos poblados en parte se constituyeron en tor-
no al ejercicio de esas funciones de poder y la mayoría de los que existían hacia 1836
terminó por convertirse en cabecera de su respectivo partido; algunos veían ratifi-
cada así una condición adquirida hacia tiempo; otros, habían alcanzado de este modo
el máximo estatuto que el sistema de poder les asignaba y se autonomizaron de su
antigua cabecera; sólo la Villa de Luján vio en este proceso perder su jerarquía de
cabecera jurisdiccional y su condición igualada a la del resto. De este modo, para la
mayor parte de la población rural los pueblos se fueron transformando en los esce-
narios privilegiados para la acción política en la campaña.
Se expresaba así un proceso ambivalente. Por un lado, los pueblos converti-
dos en sedes de estructuras de poder hacían factible su accionar sobre el espacio
“El juzgado de Areco durante el rosismo (1830-1852)”, en R. Fradkin, M. Canedo y J. Mateo (comps.),
Tierra, población y relaciones sociales en la campaña bonaerense (siglos XVIII y XIX), Mar del Plata,
GIHRR-UNMdP, 1999, pp. 211-236.
104 Daniel Santilli, “Población y relaciones en la inmediata campaña de la ciudad de Buenos Aires. Un
estudio de caso: Quilmes, 1815-1840”, en Anuario IEHS, N°15, 2000, pp. 315-352.
105 Valeria Ciliberto, “Los agricultores de Flores, 1815-1838. Labradores ‘ricos’ y labradores ‘pobres’
Buenos Aires. Expansión espacial y crecimiento demográfico entre 1869 y 1991, Buenos Aires,
Eudeba, 2000.
42 MARÍA E. BARRAL-RAÚL O. FRADKIN
107 Ver José Mateo, “Bastardos y concubinas. La ilegitimidad conyugal y filial en la frontera pampeana
bonaerense (Lobos 1810-1869)”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio
Ravignani, N°13, Buenos Aires, 1996, pp. 7-34 y José L. Moreno, “Sexo, matrimonio y familia: la ilegitimi-
dad en la frontera pampeana del Río de la Plata, 1780-1850”, en Boletín del Instituto de Historia Argen-
tina y Americana Dr. Emilio Ravignani, N°16-17, 1998, pp. 61-84.
108 Esta idea que se desarrolla en: Di Stefano, Roberto, El púlpito..., op. cit.
LOS PUEBLOS Y LA CONSTRUCCIÓN DE LAS ESTRUCTURAS DE PODER... 43
ción del poder estatal en una sociedad rural en expansión: el acceso a la justicia civil en la campaña
bonaerense (1800-1834)”, ponencia presentada en las Terceras Jornadas de Historia Económica,
Montevideo, julio de 2003.
111 Juan C. Zuretti, La enseñanza y el Cabildo de Buenos Aires, Buenos Aires, FECIC, 1984; José
Bustamante, “La escuela rural. Del Caton al arado”, en Carlos Mayo (ed.), Vivir en la frontera. La casa,
44 MARÍA E. BARRAL-RAÚL O. FRADKIN
la dieta, la pulpería, la escuela (1770-1870), Buenos Aires, Biblos, 2000, pp. 123-159; María E. Barral,
“Buenos cristianos, ciudadanos y vasallos”. Los tempranos esfuerzos civilizatorios en el mundo rural
bonaerense” , en CD IX Jornadas Interescuelas/departamentos de Historia, Córdoba, UNC, 2003.
112 María E. Barral, “Iglesia, poder y parentesco en el mundo rural colonial. La cofradía de
Animas Benditas del Purgatorio, Pilar. 1774”, en Cuadernos de Trabajo, N°10, Luján, UNLu, 1998,
pp. 15-56 y “¿‘Voces vagas e infundadas’? Los vecinos de Pilar y el ejercicio del ministerio parroquial,
a fines del siglo XVIII”, en Sociedad y Religión, N°20-21, CEIL-PIETTE/CONICET, pp. 71-106.
Patricia Fogelman, “Elite local y participación religiosa en Luján a fines del período colonial. La
Cofradía de Nuestra Señora del Santísimo Rosario” en Cuadernos de Historia Regional, N°20-21,
Luján, UNLu, 2000, pp. 103-124.
113 Raúl O. Fradkin, “¿Fascinerosos contra cajetillas? La conflictividad social rural en Buenos Aires
durante la década de 1820 y las montoneras federales”, en Illes i Imperis, N°5, Barcelona, 2001, pp. 5-33.
LOS PUEBLOS Y LA CONSTRUCCIÓN DE LAS ESTRUCTURAS DE PODER... 45
ä ROJAS ROJAS
Cda. de la CRUZ ä C. del SEÑOR C. del SEÑOR C. del SEÑOR C. del SEÑOR
ä C. de ARECO C. de ARECO
ä GILES GILES
ä Stos. LUGARES
MATANZA
MATANZA
o CONCHAS o CONCHAS ä MORÓN MORÓN MORÓN
MORÓN MORÓN
NAVARRO NAVARRO
ä MONTE MONTE
ä DOLORES DOLORES
ä RANCHOS RANCHOS
ä CAÑUELAS CAÑUELAS
Referencias AZUL
PATAGONES
46 MARÍA E. BARRAL-RAÚL O. FRADKIN
1000
5000
6000
2000
3000
4000
0
San Nicolás
San Pedro
Arrecifes
Baradero
Pergamino
Salto
Norte
Rojas
V. Luján
Gráfico Nº 2: Habitantes por partido, 1825 y 1836
C. del Señor
G. de Luján
Pilar
Lobos
F. Areco
S. A. Areco
Navarro
Oeste
S. A. Giles
San Isidro
Quilmes
Flores
San Fernando
Matanza
Cercana
Morón
Conchas
Chascomús
Cañuelas
Ranchos
Monte
San Vicente
Ensenada
Sur
Magdalena
Patagones
Monsalvo
N. Frontera
Dolores
Azul
Bahía Blanca
1836
1825
LOS PUEBLOS Y LA CONSTRUCCIÓN DE LAS ESTRUCTURAS DE PODER... 47
10
20
30
40
50
60
0
San Nicolás
San Pedro
Pergamino
Arrecifes
Baradero
Norte
Salto
Rojas
Gráfico Nº 3: Alcaldes y Tenientes por partido, 1825 y 1836
V. Luján
G. de Luján
C. del Señor
S. A. Areco
Navarro
Pilar
Lobos
Oeste
F. Areco
S. A. Giles
San Isidro
Morón
Matanza
Quilmes
Conchas
Cercana
San Fernando
Flores
San Vicente
Cañuelas
Magdalena
Monte
Chascomús
Ranchos
Sur
Ensenada
Monsalvo
Patagones
N. Frontera
Dolores
Azul
Bahía Blanca
1836
1825
48 MARÍA E. BARRAL-RAÚL O. FRADKIN
RESUMEN
ABSTRACT
1. I NTRODUCCIÓN
El tema de las elecciones durante el siglo XIX, que en los últimos años varios
libros han planteado en sus variables más generales para el conjunto de
Iberoamérica,1 había sido hasta ese momento dejado casi completamente de lado
para el período inicial del siglo (se lo tomaba como un ejercicio “inútil” y “no
democrático” en el marco de una sociedad férreamente dominada por caudillos).
Siguiendo el camino trazado por los estudios antes mencionados, trataremos de
mostrar de qué forma una visión local de esas elecciones puede contribuir a enri-
quecer nuestro acercamiento al tema de la representación política y la ciudada-
nía en el ámbito rural durante esos primeros años posrevolucionarios rioplatenses.
La perspectiva local –tanto en sus aspectos demográficos, como sociales y políti-
cos– nos permite una aproximación microhistórica que enriquece mucho la posibili-
dad de un conocimiento más profundo de algunos aspectos de las luchas políticas
y los conflictos sociales en la primera mitad del siglo XIX.2 Este trabajo es, ade-
más, la continuación de una serie de estudios que hemos venido desarrollando so-
bre el pueblo de San Antonio de Areco desde hace cierto tiempo.3
Dado que la vacatio regis ocasionada por los hechos de Bayona había dejado
a las sociedades hispanoamericanas sin cabeza, toda construcción político-insti-
tucional novedosa que la reemplazara debía tener como base de sustentación la
representación de los pueblos4 (aun cuando la opinión monárquica fue más re-
levante de lo que la historiografía de inspiración patriótica generalmente ha
aceptado). 5 Pero, llegar a determinar qué englobaba exactamente ese término
de los pueblos no fue tarea simple –y ese larguísimo camino aún en nuestros
días está lejos de haberse acabado–.6 De todos modos, muchos de los elementos
que se repetirán, una y otra vez, en la historia posterior sobre este tema aparecen
ya desde ese momento inicial: ¿quiénes deben votar? ¿Cómo se debe ejercitar
2 Un estudio desde esta perspectiva local: Deas, M., “La presencia de la política nacional en la vida
J.C. y Moreno, J.L., Población, sociedad y familia, familia y migraciones en el espacio rioplatense.
Siglos XVIII y XIX, Ediciones Cántaro, Buenos Aires, 1993; “El funcionamiento del Juzgado de Areco
durante el rosismo (1830-1852)”, en Fradkin, R., Canedo, M. y Mateo, J., (compiladores), Tierra, pobla-
ción y relaciones sociales en la campaña bonaerense, 1700-1850, Universidad Nacional de Mar del
Plata, Mar del Plata, 1999; “Escenas de la vida política en la campaña: San Antonio de Areco en una
crisis del rosismo (1839/1840)”, y “Los Martínez: la complejidad de las lealtades políticas de una red
familiar en el Areco rosista”, ambos en Poder, conflicto y relaciones sociales. El Río de la Plata, XVIII-
XIX, Homo Sapiens, Rosario, 1999, pp. 157-183 y 189-201.
4 Acerca de este aspecto de la cuestión, ver el estudio ya clásico de François-Xavier Guerra, Moder-
nidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, FCE/Mapfre, México, 1993.
5 Sobre el tema sigue siendo de lectura obligada el casi centenario libro de Adolfo Saldías La evolu-
7 Remitimos a la presentación que hace José Carlos Chiaramonte de esta problemática en su “Estudio
eleccionario en el período [Civilité et politique aux origines de la nation argentine. Les sociabilités à
Buenos Aires, 1829-1862, Publications de la Sorbonne, París, 1999, en especial, las pp. 112-116]. Un
artículo posterior de José Carlos Chiramonte con la colaboración de Ternavasio, M. y Herrero, F., [“Vieja y
nueva representación: los procesos electorales en Buenos Aires, 1810-1820”, en Historia de las eleccio-
nes, pp. 19-63] ha marcado las líneas fundamentales de este problema en el ámbito de la ciudad de Buenos
Aires –y en menor medida, también de la campaña– durante los años 1810/1820 y el trabajo de Marcela
Ternavasio [Ternavasio, M., “Nuevo régimen representativo y expansión de la frontera política. Las elec-
ciones en el estado de Buenos Aires: 1820-1840”, en Historia de las elecciones, pp. 65-105] señala las
líneas generales de desarrollo del período que llega hasta 1840 en el ámbito rural bonaerense. Chiaramonte
y Ternavasio volvieron sobre el tema en el libro, coordinado por Hilda Sabato, Ciudadanía política
[Chiaramonte, J.C., “Ciudadanía, soberanía y representación en la génesis del estado argentino (c. 1810-
1852)”; Ternavasio, M., “Hacia un régimen de unanimidad. Política y elecciones en Buenos Aires, 1828-
1850”, ambos en Ciudadanía política, pp. 94-116 y pp. 119-141]. Finalmente, Ternavasio publicó en 2002
su libro La revolución del voto. Política y elecciones en Buenos Aires, 1810-1852, Siglo XXI Editores
Argentina, Buenos Aires, 2002 [en adelante La revolución del voto].
9 La Revolución de Mayo a través de los impresos de la época, compilados por Augusto E. Mallié,
Comisión Nacional Ejecutiva del 150º Aniversario de la Revolución de Mayo, Buenos Aires, 1965,
tomo I, p. 353.
52 JUAN CARLOS GARAVAGLIA
Lampérière, A., et al., Los espacio públicos en Iberoamérica. Ambigüedades y problemas. Siglos XVIII-
XIX, FCE, México, 1998.
12 “Se apeló a los hombres de poncho y chiripá contra los hombres de capa y de casaca”; Núñez, I.,
13 Artículo 2º de las adiciones al reglamento de la asamblea, Buenos Aires, 9/3/1812: “Los veci-
nos de la Campaña con las calidades requisitas, tienen derecho à ser electores y electos en la
Asamblea, del mismo modo qe. los de esta Capital y demas Pueblos delas Provas. Unidas con tal
que puedan asistir pa. el tiempo de la apertura”, en Archivo General de la Nación, Buenos Aires [en
adelante AGN], sala X-6-6-1.
14 Estos eran los de Pilar, Cañada de la Cruz, San Antonio de Areco, Fortín de Areco, Navarro y
Guardia de Luján, ver Archivo Histórico “Estanislao Zeballos”, Luján [en adelante AHEZ], Actas del
Cabildo de Luján, 1813, acta del 11/1/1813.
15 AGN-X-3-8-8.
16 Una comunicación del alcalde del Fortín de Areco al cabildo de Luján de marzo de 1815, consulta
acerca de la inclusión o no de los europeos (“españoles europeos”) entre los votantes, ver AHEZ,
Juzgado de paz, caja 1.
17 AHEZ, Actas del Cabildo de Luján, 1813, acta del 15/1/1813.
54 JUAN CARLOS GARAVAGLIA
18
Comunicación del “presidente” del cabildo al poder ejecutivo, Luján, 16/1/1813, AGN-X-3-8-8.
19
AHEZ, Actas del Cabildo de Luján, 1813, acta del 16/1/1813.
20 Ver Sesiones de la junta electoral de Buenos Aires (1815-1820), Documentos para la Historia
Areco incluía también en esta ocasión al Fortín de Areco (recordemos que en 1815, Areco Arriba tenía
926 habitantes, San Antonio de Areco 1.605, y el Fortín 526 habitantes, según AGN-IX-8-10-4).
23 Nos hemos ocupado de ellos en “Los Martínez: la complejidad de las lealtades políticas de una red
marcado que en las elecciones posteriores y si bien es evidente que ha habido una
clara concertación en el pueblo respecto al nombre de Manuel Antonio Vicenter,
unos once electores consideraron que se hallaban en libertad de preferir otros nom-
bres. Y tampoco es de despreciar al hecho de que todos los candidatos sean “laicos”
–la presencia de curas párrocos o vicepárrocos entre los elegidos en otros distritos
es bien perceptible– y miembros sin excepción de la pequeña elite de notables de
Areco (casi todos ligados a la ya mencionada red familiar de los Martínez). Señale-
mos que en el cercano pueblo de San Nicolás de los Arroyos, otra votación realizada
ese mismo año para decidir sobre la renuncia de uno de los diputados electos, da
lugar a una reñida elección en la que participan 10 candidatos, obteniendo los prime-
ros tres 134, 56 y 49 votos, respectivamente. Habiendo votado 331 personas, sobre
un total de 2.560 habitantes.25 Si contabilizamos sólo los varones mayores de 25
años (sin incluir a los esclavos), únicos habilitados para votar según el Estatuto de
1815,26 los porcentajes de participación son del 37% del padrón potencial para la
jurisdicción de Areco y alcanzan a un alto 80% para San Nicolás.27 Es decir, estas
primeras elecciones de los pueblos de la campaña muestran ya un grado apreciable
de participación en relación al padrón respectivo.
Pero, antes de continuar con las elecciones posteriores a 1820 (cuando los cam-
bios en el cuerpo electoral se harán evidentes), veamos de qué hablamos cuando nos
referimos a San Antonio de Areco y a su entorno rural.
25 AGN-IX-19-6-8, fjs. 862-863 y 865-865 vta.; San Nicolás contaba con 1.241 hombres y 1.315 mujeres,
ver AGN-IX-8-10-4.
26 “Todo hombre libre, siempre que haya nacido y resida en el territorio del Estado es Ciudadano, pero
no entrara al exercicio de este derecho, hasta que haya cumplido 25 años o sea emancipado”, art. II, cap.
III, del Estatuto Provisional de 1815, en Galletti, A., Historia constitucional argentina, tomo I, Librería
Editora Platense, La Plata, 1987, p. 597.
27 Según los censos de 1813 y 1815, hay 611 varones libres de 25 años para arriba en Areco, Areco
Arriba y Fortín de Areco; en San Nicolás hay 415 varones de esos grupos de edad, ver AGN-X-7-2-4
y AGN-IX-8-10-4.
56 JUAN CARLOS GARAVAGLIA
Ahora bien, ¿de qué vive esa población rural? Según los censos de 1813 y
1815, ésta presenta un perfil similar al del resto de la campaña en el área de
vieja colonización, es decir, nos hallamos con un número mayoritario de la-
bradores y pastores de ganado que trabajan con mano de obra familiar. 28 Según
esos datos, tenemos en 1813, 86 UC de labradores y 84 UC de estancieros y
hacendados; la mayoría de estas UC cuenta con mano de obra familiar y ex-
cepcionalmente, uno o dos dependientes –libres o esclavos–. Un 14% de la
población está constituido por trabajadores dependientes (peones, jornaleros
y esclavos varones); un puñado de ellos se halla laborando con los 13 comer-
ciantes y pulperos que tiene el poblado; si los descontamos, descubrimos que
hay apenas 1,2 dependientes por unidad agraria. Al lado de las unidades do-
mésticas campesinas, también encontramos unas pocas grandes estancias que
ocupan así mismo esclavos y jornaleros.
En los censos de 1836 y 1838 este cuadro se repite29 –con una presencia
ahora menor de los labradores por efecto de la crisis de la agricultura–. La mayor
28 AGN-X-7-2-4 y AGN-IX-8-10-4.
29 AGN-X-25-2-4 y AGN-X-25-6-2.
ELECCIONES Y LUCHAS POLÍTICAS EN LOS PUEBLOS DE LA CAMPAÑA... 57
parte de las 123 unidades domésticas rurales que contabilizan esos censos si-
guen perteneciendo a los pequeños y medianos pastores de ganado (vacuno y ovi-
no) y a los labradores. Y continúa existiendo un grupo de grandes estancias con
jornaleros y peones –los esclavos son ya escasos por efecto de la ley de Liber-
tad de Vientres de 1813–. De todos modos, si en 1813 y 1815 los jornaleros y
esclavos eran un 14% de la población total, en 1836, los jornaleros han descen-
dido al 10,6% y es probable que hayan vuelto a crecer un poco en 1838 (los datos
censales no permiten hacer este cálculo en esa fecha). Como ocurre en el resto
de la campaña, la mayor parte de estos jornaleros son migrantes del Interior y el
Litoral. En 1854, este crecimiento de los trabajadores dependientes se confir-
ma: hay un 16% sobre el total de la población de ese año. Para esa misma fecha,
tenemos 94 individuos (no se trata ahora de UC pues los datos del Registro
Estadístico 30 están ordenados de otro modo) que son propietarios rurales y otros
86 que son arrendatarios. De estos individuos, 151 son ganaderos (se trata aquí,
en gran parte, de propietarios y arrendatarios orientados a la cría del lanar) y 33
se dedican a la agricultura31 –confirmando la notable disminución de la actividad
agrícola en esos años para Areco.
Sea como fuere y pese a los diversos criterios censales, si quisiésemos es-
bozar a partir de estos datos –bastante pobres, por cierto– una aproximación a la
estructura productiva del área, veríamos que hay una mayoría de pastores y la-
bradores que se apoyan fundamentalmente en la fuerza de trabajo familiar, frente
a una minoría de hacendados. Lamentablemente, la falta de otras fuentes nos
impide poseer más datos y comparar más profundamente con otros estudios
regionales recientes, pero, es indudable que este cuadro es similar al que nos
presentan esos estudios.32 Además, la relación entre el peso predominante de la
producción familiar y la de los trabajadores dependientes es también semejante a
la que nos muestran esos mismos trabajos. Este es un mundo de campesinos pas-
tores y labradores, salpicado con un puñado de hacendados en varias estancias
medianas y, excepcionalmente, dos o tres “grandes”.33
30 Registro Estadístico del Estado de Buenos Aires, segunda época, números 3 y 4, Imprenta del
balance historiográfico de la historia rural platense (1750-1850)”, Historia Agraria, 15, Seminario de
Historia Agraria, Universidad de Murcia, 1998, pp. 29-50. La abundante producción posterior no ha
hecho más que confirmar esta visión.
33 Entrecomillamos porque, en este marco regional, una “estancia grande” alcanza muy raramente
las 10.000 hectáreas; un gran establecimiento como “La Porteña” de los Guerrico, poseía en 1856 un
total de 9.670 ha. [Archivo de la Dirección General de Geodesia y Catastro, La Plata, Mensura 10 de
San Antonio de Areco].
58 JUAN CARLOS GARAVAGLIA
Otro hecho importante: el peso del poblado en el total. Si bien hay un leve
descenso relativo entre 1836 y 1838, el pueblo tiene en esta época una buena
parte de los habitantes del partido y esto se acrecienta hacia fines del rosismo;
según los datos de 1854, la mitad de los 2.030 habitantes de Areco vivían en el
pueblo. 34 Si en 1813 se contabilizaban 13 UC de pulperos y comerciantes (amén
de unos pocos artesanos), en 1854 existen 25 comerciantes y 28 artesanos en el
poblado, con varios almacenes, cafés y billares, además de las infaltables pulpe-
rías. No le escapará al lector la relevancia de este hecho y su relación con los
cambios en las formas de sociabilidad, 35 especialmente, si comparamos estas
cifras con la humilde aldea que nos presentaba Alexander Gillespie, militar in-
glés que vivió en San Antonio de Areco en 1806.36
El año 1820 verá la caída del poder central en el Río de la Plata y la instau-
ración, por más de tres décadas de una confederación de estados provinciales
autónomos. Este hecho será acompañado por grandes cambios en el sistema de
representación en lo que ahora constituye la provincia de Buenos Aires.37 Se
trata ahora de elecciones de tipo directo para elegir los miembros la Sala de
Representantes de la Provincia de Buenos Aires y no, como en los casos ante-
riores, indirecto (o sea elección de un elector). En este período, esas eleccio-
nes eran el objeto de un seguimiento, elección por elección, por parte de la
Comisión de Peticiones de la Sala y no olvidemos que las elecciones eran anua-
les, dado que el mandato de los representantes duraba sólo un año. 38 Gracias a los
34 En efecto, según Registro Estadístico del Estado de Buenos Aires, cit., el pueblo alberga en ese
momento casi el 50% de la población total, pero, estos datos de población no coinciden totalmente con
los del censo de 1854.
35 Sobre esto, cf. Cansanello, C., “De súbditos a ciudadanos. Los pobladores rurales bonaerenses
entre el Antiguo Régimen y la modernidad”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana
Dr. E. Ravignani, 3ª serie, N 11, pp. 113-139.
36 Gillespie, A., Buenos Aires y el interior, Hyspamérica, Buenos Aires, 1986.
37 Para un análisis pormenorizado de este momento, remitimos a Ternavasio, M., La revolución del
Buenos Aires, La Plata [en adelante AHPBA], Sala de Representantes; un ejemplo típico: en 1824 se
hace un recuento general de los votos de toda la campaña y la comisión dice que “la pratica de la ley de
elecciones apenas mejora en la campaña. De las nueve actas que la comision ha examinado, solo una
encuentra sin reproche: esta es la de los Arrecifes”, en AHPBA 48-4-34, 1824, nº 269.
ELECCIONES Y LUCHAS POLÍTICAS EN LOS PUEBLOS DE LA CAMPAÑA... 59
El cuerpo electoral
Segun las leyes en vigor, 41 el cuerpo electoral estaba ahora compuesto de todos
los varones mayores de 20 años, tuvieran o no bienes de fortuna (y en la Asamblea
Constituyente de 1826 se entabló una discusión muy ardua sobre ese tema en lo
que respecta a la futura constitución; sólo los “federales doctrinarios”, como Ma-
nuel Dorrego y otros, estarán de acuerdo con un sistema tan abierto, bastante inédi-
to en el panorama que presentaban en ese entonces las nuevas repúblicas), 42 es
39 Los datos de 1825, 1833 y 1838 ha sido tomados de AGN-X-30-7-7; las elecciones de 1844 en
y Fortín de Areco formaban parte de la misma sección, AHPBA 48-4-40, 1825, nº 17. Los cambios de
jurisdicción de 1832, en AHPBA 48-5-48, 1832, nº 10 y 14. En 1833 y 1838, el juez de paz de Areco
fungía como presidente de la mesa central de la VII Sección electoral, AGN-X-30-7-7. Esta jurisdicción
eleccionaria duraría hasta después de 1852.
41 El artículo 2 de la ley electoral del 14 de agosto de 1821 dice “Todo hombre libre, natural del país o
avencidado en él, desde la edad de 20 años y antes si fuera emancipado, será hábil para elegir”, ver
Recopilación de la Leyes y Decretos promulgados en Buenos Aires desde el 25 de mayo de 1810 hasta
fin de diciembre de 1835, Buenos Aires, 1835, p. 173.
42 Ver Medrano, S. W., “Los aspectos sociales en el debate sobre la ciudadanía en 1826”, en Revista
del Instituto de Historia del derecho, 5, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Buenos Aires, 1953.
Hay que señalar que en 1824, una Comisión Especial ad hoc de la Sala recuerda que la disposición de
la ley de 1821 que dice “Todo hombre libre, natural del país o avencidado en él, desde la edad de 20 años
y antes si fuera emancipado, será hábil para elegir”; “Y esta amplitud ha hecho tomar parte en nuestros
comicios publicos a toda clase de hombres que tubiesen solo la calidad de libre, natural del pais o
avecindado en él, mas la comision observa que las circunstancias actuales del dia... no permiten conti-
nuar en esta franqueza pa. la gravisima, importante y delicada nominacion de diputados a congreso, muy
distinta y de superior consideracion y responsavilidades à la de diputados de provincia, mucho mas
cuando la experiencia ha mostrado que la liberalidad de dicho articulo no ha sido la mas a proposito para
el acierto de las elecciones, ni la mas aceptable en el concepto publico. Cree por esto la comision
proponer a VH qe. quedando el articulo 4to. del proyecto en los terminos en que esta concebido [el que
decía que las elecciones debían hacerse en arreglo a la ley de 1821] se inserte un quinto en los siguientes
‘Solo podran votar los Españoles Europeos que tengan carta de ciudadano’...”, AHPBA 48-4-34, 1824,
nº 251. Para un contemporáneo como Esteban Echeverría, este sistema electoral abierto constituye una
de las causas de la anarquía y propone claramente un sistema censitario (aunque moderado), ver Ojeada
60 JUAN CARLOS GARAVAGLIA
decir, los “ciudadanos pasivos”43 serán únicamente los esclavos (y las mujeres,
obviamente). Pero, ¿se cumplía efectivamente esta norma? Como es de imaginar,
la pregunta está lejos de ser retórica y tiene una importancia muy grande para
comprender el fenómeno electoral en sí mismo y para captarlo como elemento
de sociabilidad en el marco de la vida del pueblo en esos años.
En 1825 hay 327 votantes y el escribiente se ocupó de anotar los “dones”,
siendo éstos un 14,4% del total. No sorprende hallar la notabilidad local en este
reducido grupo; decimos “reducido”, pues se trata de un uso del “don” mucho
más restrictivo que el aplicado en gran parte de los censos de los años 1813/
1816; esta forma de utilizarla nos remite a su uso habitual en los censos colo-
niales. De todos modos, es evidente que hay “pardos” y “mulatos” que participan
en la votación, pues al menos en dos casos hemos podido localizarlos,44 pero, la
falta de otro censo cercano nos impide decir mucho más acerca del cuerpo electo-
ral en esta votación. En 1833, los votantes han descendido a 30345 y ese descen-
so debe estar en relación con la gran sequía de los años 1828/1832 y sus efectos
sobre la población de la campaña. El uso del “don” es ahora muy poco útil, pues
se lo atribuye a unos pocos nombres iniciales y se abandona su uso después de las
primeras líneas, quizás por cansancio del escribiente. Nuevamente aparecen aquí
algunos pardos entre los votantes (al menos en cuatro ocasiones, según los datos
de población del censo de 1838).
En el caso de la elección de 1838, el hecho de contar con el censo realizado
ese mismo año nos permitirá un conocimiento bastante profundizado del cuerpo
electoral arequense en esos tiempos difíciles del rosismo (ya ha comenzado el
bloqueo francés, se ha disparado la inflación, hay guerra con la Confederación
Peruano-Boliviana y los rumores de conspiración en Buenos Aires tornan el clima
cada día más pesado). Votan en esta elección unos 359 individuos. Vimos que la
población de la jurisdicción46 es de 1.667 habitantes según el censo de ese mismo
año y si aplicáramos una tasa de masculinidad de 110 –ésta es la de 1813, último
retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata desde el año 37 [1846] en Dogma Socialista
de la Asociación de Mayo, Perrot, Buenos Aires, 1958; algunos comentarios sobre este sistema electo-
ral, bastante excepcional en el panorama iberoamericano del período, en González Bernaldo, P., Civilité
et politique..., cit. y Ternavasio, M., La revolución del voto, pp. 75-98.
43 Sobre este concepto, ver Rosanvallon, P., Le sacre du citoyen. Histoire du suffrage universel en
46 ¿Estamos realmente seguros de que ambas fuentes (censo y actas eleccionarias) cubren idénticas
jurisdicciones? No podemos asegurarlo, pero nos parece plausible.
ELECCIONES Y LUCHAS POLÍTICAS EN LOS PUEBLOS DE LA CAMPAÑA... 61
censo con datos diferenciados por sexo– habría en ese entonces unos 917 varo-
nes. Ahora, si aplicamos el mismo porcentaje que tenemos de Areco en 1813
para los varones mayores de 20 años,47 tendríamos un cuerpo electoral potencial
de ca. 462 varones. Es decir, si han votado 359 hombres, lo ha hecho algo más de
tres de cada cuatro varones en edad y aptitud de votar. 48 Lo que no está nada mal y
supera bastante las posteriores cifras conocidas para Buenos Aires 49 y hasta las
contemporáneas europeas y norteamericana.50 Es sabido de todos modos que la
experiencia electoral de América ibérica fue desde sus inicios mucho más am-
plia que la europea en este sentido. 51
Pero, la relación nominal de todos los votantes comparada con los nombres
de cabezas de familia del censo de 1838, nos permite profundizar un poco más
este aspecto capital del problema. Veamos. Si comparamos todas las unidades
censales [UC]52 observamos que hay 81 nombres de votantes que no pertenecen
a ningunos de los apellidos de las familias censadas en el partido. 53
47 Ese año hay 426 varones de 20 años para arriba sobre un total de 844 individuos.
48 Señalemos que no sabemos exactamente cuántos esclavos hay todavía en Areco –conocemos la
cantidad total de pardos y mulatos, pero no se hallan discriminados los esclavos– por ello, decimos “algo
más de tres de cada cuatro varones”, pues los esclavos no están legalmente habilitados para votar.
49 Ver H. Sabato y E. Palti, “Práctica y Teoría del sufragio, 1850-1880”, Desarrollo Económico, vol. 30
XIXe siècle, Editions du Seuil, París, 1991. Pero, hay que recordar que la Revolución había instaurado
realmente un sufragio “cuasi universal” masculino y es durante la Restauración que se establece el sistema
censitario (cf. Rosanvallon, P., Le sacre du citoyen, op. cit.). En Inglaterra en 1824 votaban 487 mil personas
sobre 24 millones de habitantes y en los Estados Unidos 350 mil sobre una población que no llegaba a los
10 millones. Pero, los cambios serán bastante rápidos en estos años, pues en Inglaterra se reforma la ley
electoral en 1832 [Reformbill Act de 1832] y los electores llegan a ser unos 800 mil y en Estados Unidos, se
amplía considerablemente el cuerpo electoral, pues votan más de 2,7 millones sobre 17 millones en la
elección presidencial de 1848 (ver Dreyfus, F., L’invention de la bureaucratie. Servir l’Etat en France en
Grande Bretagne et aux Etats Unis, Editions de la Découverte, Paris, 2000). En España en 1834 estaban
habilitados para votar sólo 16.000 varones sobre una población total superior a los 12 millones de habitan-
tes (Artola, M., La burguesía revolucionaria (1808-1869), Alianza Universidad, Madrid, 1973).
51 Consultar Annino, Historia de las elecciones; Sabato Ciudadanía política; Posada Carbó, E.,
unidades productivas agrarias y señalemos que hay 11 nombres de jefes de familia repetidos –se trata en
este caso de personas que poseen casas en el pueblo y estancias en sus alrededores.
53 Para comprender esto, hay que recordar que el censo está realizado a partir de los jefes de familia,
es decir, cada UC está encabezada por el(la) jefe(a) de familia, el resto de los integrantes de la UC no
aparece con su nombre y apellido.
62 JUAN CARLOS GARAVAGLIA
54 Nos encontramos así con los Coronel, Almada, Herrera, Maciel, Cornejo, Covián, Avallay, Fonse-
Buenos Aires; en este sentido, también es notable que un hombre como Plácido
Guerrico lo haga en Areco, al igual que José Antonio Terry (padre del economista
del mismo nombre que actuaría años más tarde en Buenos Aires). Esto nos indica
ya formas de sociabilidad diversas en estos hombres que pertenecen a la elite porte-
ña, es decir, a la elite que se extiende más allá de los límites del pueblo. Otro hecho
interesante: varios extranjeros, como el ya mencionado Alvaro de la Riestra, Caye-
tano Calvo –un español que había llegado en la década del 1810–, Patricio Islas,
irlandés, o Tomás Taylor –inglés o irlandés– votan en las elecciones (al igual que
los dos Lanusse y Sabatté, que también son extranjeros).58 Esto es congruente con
la ley electoral de 1821 (se trata de individuos “avecindados” como dice el artículo
2 de la ley), pero, debe ser señalado pues nos indica de qué modo el acto elecciona-
rio es considerado un rito cívico que confirma derechos ciudadanos.
En una palabra, el cuerpo electoral de Areco en esos años abarca la gran mayo-
ría de los varones adultos residentes (es decir, incluso, va bastante más allá de esa
categoría que Carlos Cansanello ha llamado “los vecinos domiciliados”) sin distin-
ción notable de grupos sociales, adscripción étnica o categorías laborales, alcan-
zando el total de los votantes efectivos cifras bastante altas en relación al cuerpo
electoral legalmente habilitado (Tulio Halperin Donghi llamará a este sistema “su-
fragio casi universal” y comprobamos que la fórmula es más que certera). La elec-
ción es entonces un rito cívico en el que participan claramente la mayor parte de
los varones mayores de edad del pueblo y de su hinterland rural. Es, si se nos
permite la fórmula, el acto público más evidente –pero, obviamente, no el único–
que expresa la pertenencia política en tanto ciudadano en esos años.
En el caso de la elección de 1844, el hecho más destacado es la desaparición
casi total de los opositores y los federales “tibios” del cuerpo electoral. Para en-
tender lo que ha ocurrido es necesario evocar brevemente los hechos sucedidos en
el pueblo en los años 1839/1840, que hemos tratado extensamente en otros traba-
jos.59 Después del paso del general Lavalle por Areco a la vuelta de su frustrado
ataque a Buenos Aires a mediados de septiembre de 1840, el pueblo será escenario
de los embargos a los opositores (unos 50 opositores serían embargados en
58 Jean y Philippe Lanusse eran originarios del Béarn, llegaron probablemente al Río de la Plata en
los años veinte o en los inicios de los treinta y habían esposado a dos hermanas Fernández, hijas de
José Fernández, vecino de Areco; Joseph Sabatté era también bearnés y sería socio de uno de los
Lanusse; cf., Miguel R. Lanusse Los Lanusse. Más de 150 años de historia argentina, Sudamericana,
Buenos Aires, 1991.
59 Ver “Escenas de la vida política en la campaña: San Antonio de Areco en una crisis del rosismo
(1839/1840)”, Poder, conflicto y relaciones sociales..., op. cit., pp. 157-183 y “Los Martínez: la comple-
jidad de las lealtades políticas de una red familiar en el Areco rosista”, en ibídem, pp. 189-201.
64 JUAN CARLOS GARAVAGLIA
Areco,60 aun cuando no todos ellos eran vecinos del pueblo y esta ola de embar-
gos es una de las más graves, en lo que hace a sus consecuencias económicas, en
comparación con otros pueblos de la provincia) y una decena de estos opositores
terminarían incluso en prisión; muchos de ellos buscarían refugio posteriormen-
te en la Banda Oriental. Y bien, en la lista electoral de 1844, sólo tres, como
máximo, de la lista de los embargados en 1840, votan ese año (hay entre los
embargados apellidos muy comunes en la campaña y de ello deriva nuestra duda
en relación a su número exacto). Es decir, los notables de Areco –y en especial,
los miembros de la familia Martínez– han sido literalmente borrados de la esce-
na pública, aun cuando es probable que algunos siguieran viviendo en el poblado.
Pero, pese a ello, el cuerpo electoral ha crecido a ojos vista, pues hubo 436
votantes en 1844 (el juez da un número aún superior, de 442 votantes, en su in-
forme final al cierre de la mesa). Este crecimiento es bastante sorprendente,
visto que la evolución demográfica del pueblo no será excesivamente dinámica
entre 1838 y 1854, pues si teníamos 1.667 habitantes en 1838, llegamos a los
2.030 en 1854, pero, está plenamente confirmado por los datos de ese último
año, pues según el Registro Estadístico hay en Areco 434 “ciudadanos”. Y al
parecer, gran parte de los nuevos votantes de 1844 está constituida por jóvenes
migrantes, pues hemos podido identificar con relativa certeza a unos 87 apelli-
dos que podemos considerar “típicos” de estos jóvenes llegados del Interior y el
Litoral.61 Si esta operación fuera correcta (y tenemos una certeza suficiente como
para tomarla como un hipótesis valedera) ello podría querer decir que ha crecido la
cantidad de peones y jornaleros con que cuentan las estancias y chacras de Areco.
¿Es ésta en parte una consecuencia indirecta de los embargos? Sabemos que en po-
cos lugares de la campaña de Buenos Aires fue tan golpeada la elite local de propieta-
rios: el 56% de ellos fueron embargados y esto afectó al 42% del capital sometido al
pago de la contribución directa en la jurisdicción de Areco, según los datos de Gelman
y Schroeder del trabajo citado.62 Probablemente –y esto también es sólo una hipóte-
sis– muchas de estas unidades productivas embargadas, al ser administradas di-
rectamente por el juez de paz, albergan ahora una cantidad más alta de trabajadores
60 Debo agradecer a Jorge Gelman y a Daniel Santilli el haberme facilitado una copia de la lista más
completa que tenemos de esos embargos; sobre las consecuencias en la provincia de este hecho, cf.
Jorge Gelman y María Inés Schroeder “Juan Manuel de Rosas contra los estancieros: los embargos a
los ‘unitarios’ de la campaña de Buenos Aires”, Hispanic American Historical Review, 83 (3), Duke
University Press, 2003.
61 Hemos tomado en cuenta exclusivamente los apellidos de ese origen que no aparecen en las
listas electorales de los años precedentes, es decir, se trata de migrantes que han llegado al menos
después de 1838.
62 Gelman y Schroeder “Juan Manuel de Rosas contra los estancieros: ...”, op. cit.
ELECCIONES Y LUCHAS POLÍTICAS EN LOS PUEBLOS DE LA CAMPAÑA... 65
El acto eleccionario
Presidente, el Alcalde de Barrio D. Atanacio de la Cruz Sosa y los Tenientes, D. Pasqual Rodriguez, D.
Ignacio Casas, D. Juan Grego. Carrasco, D. Celedonio Fernandez, D. Dámaso Flores y D. Remigio
Gomez y un numero competente de vecinos en el Pueblo de S. Antonio de Areco, en la casa del
Juzgado, hoy diez y ocho de Diziembre se procedio con arreglo a la Ley de Elecciones a hacer la
apertura de la Asamblea y al nombramiento de los quatro escrutadores de la mesa Electoral qe. previe-
ne el arto. nueve de la citada ley, resultando electos para dho. cargo, D. Eduardo Durand, D. Jacinto
Bogarin, D. Fernando Hernandez y D. Patricio Islas. Acto continuo el Presidente recibio a los expresa-
dos individuos el juramento... y en su consequencia procedio a darles posecion de su cargo, pa. la
devida constancia se extiende la presente firmada pr. el Presidente y los individuos de la mesa”. Esta
fórmula, con algunos cambios que señalaremos, se repite en casi todos los casos.
64 El juez de paz interino, Hermógenes Martínez, en su informe de 1831 sobre las opiniones politicas
de los vecinos más importantes, es lapidario con Arriaga: “Unitario empedernido, natural de Buens.Ays...
tiene una estanzuela en el Partido de Baradero... y su casita en el citado Pueblo donde reside, es
dedicado a la bebida... ha sido Juez de Paz en años anteriores; ha sido Capitán de la Compañía de
infantería de Milicia actiba de este pueblo habiendo sido destituído de su empleo hace poco tiempo;
es en extremo hablador...”, AGN-X-21-5-7.
65 Veamos cómo lo describe Hermógenes Martínez: “Unitario malo, Ingles de nacimnto. casado... ha sido
Alcalde de Barrio en años anteriores, despues alferes de la compañía de Milicia de infanteria de este
pueblo... [tiene] un puesto con un poco de ganado ...en el Partido de Baradero, a sido despojado del
empleo ase poco... siempre está reunido con el anterior...”, AGN-X-21-5-7; moriría degollado por Oribe
después de la batalla de Quebracho Herrado en noviembre de 1840.
66 JUAN CARLOS GARAVAGLIA
que sería juez de paz en el crucial año de 182866 y formaría parte más tarde del
núcleo selecto de los federales duros en el largo período de la judicatura de Tiburcio
Lima en Areco.67 Todos los integrantes de la mesa llevan el “don” –tanto en el do-
cumento inicial, como en el acto eleccionario mismo– que indicaba, como ya vi-
mos, un claro sentido de pertenencia a la elite de notables del pueblo. A las cuatro
de la tarde se cierra el registro, después de hacer constar la votación de los 327
participantes y de anotar los nombres de la lista ganadora –¡unánimemente votada,
por supuesto!– Como vemos, la constitución de la mesa, es una expresión evi-
dente de lo que llamaríamos el grupo “ministerial” o del Partido del Orden en el
pueblo –dejando de lado a Bogarín, que tendría una clara evolución hacia los fe-
derales “netos” más tarde–. Se trata en general, de un grupo de vecinos cuya rela-
ción con las actividades agropecuarias es bastante desdibujada, si bien algunos de
ellos son medianos o pequeños propietarios agrarios y arrendatarios. Y también,
es llamativa la ausencia total del clan de los Martínez en esta mesa electoral.
El 28 de abril de 1833, se reúne en el atrio de la iglesia de San Antonio de
Areco la mesa electoral presidida por el juez José Vicente Martínez; la elección
de los componentes de la mesa escrutadora recaería en un tal José González y
en... tres miembros más de la familia del juez de paz: su medio hermano Norberto,
su sobrino, Eufemio, el padre de su concuñado, Manuel J. Vicenter –se trata de
ese mismo que ya conocemos y que había sido elegido en 1815 como representan-
te del partido; sería unos años más tarde juez de paz, sucediendo al propio José
Vicente Martínez. Señalemos primero una diferencia respecto al caso precedente:
la reunión se hace ahora en el atrio de la iglesia de San Antonio (y no en la casa del
juez)68 –detalle nada despreciable, pues este desplazamiento simbólico de la casa
del juez a la iglesia parroquial, es indudablemente un signo de los nuevos (viejos)
tiempos del rosismo–.69 Uno podría con justicia preguntarse: ¿es más o menos
66 Jacinto Bogarín, que ocupaba el cargo de juez de paz, quiso enviar los milicianos a defender al
gobernador Dorrego, pero el ex juez y capitán de las milicias, el ya mencionado Patricio Arriaga, se
opuso; en 1831 ha reemplazado a Arriaga en el cargo de capitán de milicias (ver los informes de H.
Martínez, AGN-X-21-5-7).
67 Ver “Escenas de la vida política...”, en op. cit. Tiburcio Lima es hijo de Felipe Vidal de Lima (uno de
aquellos vecinos que recibieron votos en la elección de 1815 –fue alcalde de la hermandad y después,
juez de paz) y casó con la hija de Pedro Pablo Genes, otro de los votados en esa fecha, siendo también
Vicenter –el elector que resultó elegido en 1815– un pariente político suyo. Ver nuestro trabajo “Los
Martínez: la complejidad de las lealtades políticas de una red familiar en el Areco rosista”, en Poder,
conflicto y relaciones sociales..., pp. 189-201.
68 Pese a que la fuente de 1825 dice “juzgado”, no existía tal juzgado y se trata, muy probablemente,
de 1812, ver Guerra, F.-X., “El soberano y su reino. Reflexiones sobre la génesis del ciudadano en
América Latina”, en Ciudadanía política.
ELECCIONES Y LUCHAS POLÍTICAS EN LOS PUEBLOS DE LA CAMPAÑA... 67
Ayer ha tenido lugar en este Pueblo las elecciones el Juez tubo papeletas en que debian
nombrarse al Dr. Ugarteche y al Dr. Saenz Peña: el mismo Juez de Paz escrivio dias pasados
al Dr. Masa diciendo qe. le diera direccion en esta parte y Masa me escrivio ami diciendome
le digese a Salas, qe. con respecto a los qe. se devian nombrar hiciera lo qe. quisiera, qe. los
nombrados por la ciudad no le gustaban y tampoco los de la Campa., qe. el en este caso se
retiraba y no tomaba parte alga. Salas me dijo qe. hasiamos le dije qe. repartiera las papeletas
qe. la Policia le havia mandado, así lo hizo por medio de los Alcaldes y Tentes. Y al nombrar
los escruatdores [sic] y demas de la mesa, me presente yó en la Sacristia de la Iglesia qe. es
donde se han hecho las eleccions. y al empezar a tomar los votos fui yo el primo. qe. dige doy
mi voto por el Sr. General dn Juan Manuel de Rosas y el Sr General Dn Angel Pacheco todos
me miraron y me preguntaron si ese era el voto qe dava lo ractifique y dije qe si y lo qe lo
asentaron me sali, pero sucedio qe todos los qe estaban con las papeletas en las manos para
entregar, unos las guardaban y otros las rompian y los qe estaban presentes y fueron biniendo
despues, sin qe nadie le advirtiera y les digera nada, todos votaron por Rosas y Pacheco, es
tanto qe ni con el Juez de Paz ni con nadie havia yo conversado sobre esto, pues este fue un
golpe de mis cavilaciones en ber lo que havia dicho el Dr Maza y al menos qe no se pudiese
remediar, qe conozcan lo qe bale el nombre de Rosas y Pacheco en el Monte, pues los mismos
forasteros qe ahigan estado presente habran visto qe a nadie se le ha dicho vote V. pr Fulano,
los votos han pasado de seiscientos en favor de V. y de Pacheco.70
Como podemos observar, hay aquí un detalle interesante (hay diversas listas
impresas que circulan en la campaña). Ya habían sido utilizadas antes, al menos en
70 Carta a Juan Manuel de Rosas del 29 de abril de 1833, el Celesia, E., Rosas. Aportes para su historia,
[el envío de listas tiene como] objeto de qe. si V. lo cree necesario dirija cada uno de ellas a la
persona que considerase conveniente, bien por ser comandante de compañía [de milicias] ó
por cualquiera otra causa qe. pudiera influir al mayor numero de la votación...
Esto muestra nuevamente la importancia relevante que podían tener los “for-
madores de opinión” y no casualmente se menciona en primer lugar a los coman-
dantes milicianos. Es decir, no hay que confundir la “unanimidad” en el momento
de votar, con una opinión unánime, en especial en estos momentos de gran ten-
sión política, como es el período 1828/1840.
Pero, volvamos a la constitución de la mesa en los distintos actos electorales.
El 2 de diciembre de 1838, el entonces juez don José Vicente Martínez reúne a la
71 Véase el envío de las listas “federales” para las elecciones en abril de 1831, en Archivo del juzgado
de paz de San Antonio de Areco, San Antonio de Areco [en adelante AJPSAC], año 1831; también en
Luján, en AHEZ, Juzgado de paz, caja 1.
72 Balcarce gobernó hasta noviembre de 1833; le siguió Viamonte que lo hizo hasta octubre del año
siguiente y de allí, hasta la asunción definitiva de Rosas en abril de 1835, gobernó Manuel Vicente
Maza. Esos escasos dos años fueron de gran actividad y Rosas realmente vio peligrar su dominio
sobre la política local.
73 Rosas tenía la costumbre de difundir las gacetillas de noticias por toda la provincia mediante los
correos que las leían o las hacían leer en las postas (y probablemente, se repetía esa lectura en las
pulperías y en la misa dominical); el lenguaje de estas hojas sueltas impregnaba así rápidamente el
discurso popular; un ejemplo típico es la gacetilla impresa con motivo de la “conspiración” de los Maza
en septiembre de 1839 y que lleva el título “Noticias que debe comunicar el correo extraordinario de la
carrera de Cuyo en su tránsito”, en Pelliza, M., La dictadura de Rosas, La Cultura Argentina, Buenos
Aires, s/f, pp. 131-133. En 1840, en ocasión de unas fiestas “federales” en Areco, se queman unas
“papeletas celestes” que había distribuido Hermenegildo de la Riestra durante la ocupación del pueblo
por parte de Lavalle, ver nuestro trabajo, ya citado, “Escenas de la vida política...”.
74 Envío de las listas al juez de Areco por Manuel Corvalán, Buenos Aires, 23/11/1836, en AJPSAC,
75 Tiburcio Lima diría de él unos años después, que pese a su proximidad con José Vicente Martínez “...en
su emigración no quiso seguirlo y se conserba desde aquella epoca desempeñando la pluma a mi lado...”,
AGN-X-21-5-7, 1842.
76 Ver sobre esto, Ternavasio, M., “Nuevo régimen representativo... “, cit., en Historia de las elecciones y
ellos son los mismos que, una vez sucedidos los hechos relacionados con el paso
de Lavalle por el pueblo, serían la cabeza de los federales “netos” de Areco hasta
el momento de la caída de Rosas.
En 1844 la mesa se reúne en la iglesia, como ya era habitual; la composición
de la misma expresa nuevamente el total dominio de los federales “netos”, pues
amén del juez Tiburcio Lima nos encontramos con nuestro conocido Jacinto
Bogarín, entonces comandante de las milicias locales y otros dos vecinos; pero,
paradójicamente (¿o no?), uno de ellos, Juan Francisco Font, sería uno de los suce-
sores de Tiburcio Lima después de la caída de Rosas... La lista está encabezada de
nuevo por el cura Feliciano Antonio Martínez, seguido de Santiago Casco y Cle-
mente Lavallén, ya mencionados precedentemente.
Pero, existe otro aspecto del acto eleccionario que debemos subrayar: el
acto representa indudablemente un momento de sociabilidad culminante en la
vida del pueblo. Casi todos los varones del “pago” se hallan presentes a un mismo
tiempo77 y ello debió haber dado rienda a reuniones festivas en las tiendas y pul-
perías del pueblo (el pueblo poseía varias y entre ellas, una que es llamada café,
¡cuyo propietario es otro viejo conocido, don Manuel Antonio Vicenter! Proba-
blemente, su condición de propietario de un café, ámbito de nuevas formas de
sociabilidad, haya sido una de las razones de su desgracia en 1840)78 y es posible
que también las mujeres acompañaran a sus maridos y compañeros en este trance
electoral. Así, con esa tendencia innata hacia la fiesta que esta sociedad había
heredado del Antiguo Régimen, es muy probable que el acto electoral estuviese
rodeado de una serie de expresiones lúdicas que, obviamente, lo hacían todavía
mucho más atractivo. Canchas de bochas, riñas de gallos, carreras de caballos,
sortijas, pato y otros juegos, más los inevitables bailes nocturnos con payadas y
comidas, deberían acompañar a este rito cívico reforzando intensamente la so-
ciabilidad de ese pequeño ámbito pueblerino.
Veamos un ejemplo de unos pocos años más tarde. Ya después de la caída
de Rosas, en 1854, Pastor Obligado, entonces gobernador de la provincia y en
camino al vecino pueblo de Capilla del Señor (éste se halla a unas pocas leguas
77 Por supuesto, el lector podría suponer que la presencia física de los electores fuese simulada, pero
todo indica que los electores efectivamente se desplazan ese día hacia el pueblo. En las elecciones de 1836
en Dolores, por ejemplo, el juez de paz informa que a causa de unas partidas que estaban reclutando gente
en forma forzosa, muchos vecinos no acudieron a votar por medio a ser reclutados “...devo haser presente
qe. [ese hecho] tuvieron [sic] mucha parte en qe. la concurrencia a la votacion de las Elecciones no fuera
mas numerosa, pr. qe. muchos no concurrieron a votar el dia prefijado de temor de ser agarrados como lo
havian sido otros...”, AGN-X-21-1-2.
78 Se lo acusa de ser unitario y va en prisión, aunque brevemente, ver “Escenas de la vida políti-
de Areco), resume así el ambiente de las elecciones en esos pueblos del área
de vieja colonización:
Hoy salimos para Capilla del Señor, después que han bailado todos, gente decente y chusma
hasta sacarse la frisa. Ya se sabe que el programa de todos estos pueblos es misa por la
mañana, gran jarana de mesa que, por más que la resistimos no se puede evitar, y baile a la
noche en donde se sacuden duro las muchachas79
No hay dudas que votar –y participar en la milicia– eran los dos componen-
tes que el rosismo consideró claves como elementos de fidelidad a su proyecto
político. La diferencia entre la condición de votante y la de miliciano es tanto
cuantitativa como cualitativa –hay el doble de votantes que de milicianos 81 y
estos últimos deben ser de una lealtad a toda prueba– pero, ambas funciones for-
man parte central de la fidelidad al régimen.
79 Citado en Irigoin, A., “Del dominio autocrático al de la negociación. Las razones económicas del
renacimiento de la política en Buenos Aires en la década de 1850”, Anuario de IHES, 14, Tandil, 1999.
80 Ver Fernández Latour, O., “Poesía popular impresa de la colección de Lehmann-Nitsche”, Cuader-
5. CONCLUSIONES
82 Ver las reflexiones de François-Xavier Guerra en “ Le peuple souverain: fondements et logique d’un
fiction (pays hispaniques aux XIXe siècle)”, en L’avenir de la démocratie en Amérique Latine, CNRS,
Toulouse, 1988.
83 Evidentemente, no solo del pueblo de Areco, sino de la vida política de toda la provincia durante ese período.
84 En efecto, una parte de esta red familiar optó por un federalismo tibio y otra por la total fidelidad a
Rosas con trágicas consecuencias para sus parientes, ver “Los Martínez: la complejidad de las lealtades
políticas de una red familiar en el Areco rosista”, en Poder, conflicto y relaciones sociales..., op. cit.
ELECCIONES Y LUCHAS POLÍTICAS EN LOS PUEBLOS DE LA CAMPAÑA... 73
85 Recordemos lo que dice Durkheim: “C’est, en effet un postulat essentiel de la sociologie qu’une institution
humaine ne saurait reposer sur l’erreur et sur le mensonge: sans quoi elle n’aurait pu durer. Si elle n’était pas
fondée dans la nature des choses, elle aurait rencontrer dans les choses des résistances dont elle n’aurait pu
triompher” [“Existe un postulado esencial de la sociología que afirma que una institución humana no puede
reposar sobre el error o la mentira: si no no podría durar. Si aquélla no estuviera fundada en la naturaleza de
las cosas, habría sin dudas hallado en esas mismas cosas, resistencias que la habrían vencido”], Durkheim,
E., Les formes élémentaires de la vie religieuse, PUF, París, 1998.
86 No olvidemos que la relación entre el cuerpo electoral y la condición de ciudadano, central en la
Giuseppe Civile en Bollettino del diciannovesimo secolo, 6, Università degli Studi di Napoli “ Federico
II ”, Nápoles, 2000.
88 Murilo de Carvalho, J., “Dimensiones de la ciudadanía en el Brasil durante el siglo XIX”, en
RESUMEN
El objetivo de este artículo es el análisis desde una perspectiva local de las di-
versas alternativas de las elecciones sucedidas en la campaña de Buenos Aires en el
período posrevolucionario. Esta perspectiva, centrada en la vida política del pueblo
de San Antonio de Areco, nos permite una aproximación microhistórica que enrique-
ce la posibilidad de un conocimiento más profundo de las luchas políticas y los con-
flictos sociales en la campaña durante la primera mitad del siglo XX.
ABSTRACT
INTRODUCCIÓN
* Agradezco a los evaluadores anónimos del Boletín y a Daniel Campi por las críticas y sugerencias
que realizaron a las primeras versiones de este trabajo.
** CONICET - Universidad Nacional de Tucumán.
1 Daniel Campi y Rodolfo Richard Jorba, “Las producciones regionales extrapampeanas”, en Marta
Bonaudo (comp.), Nueva Historia Argentina. Tomo IV. Liberalismo, Estado y orden Burgués (1852-
1880), Sudamericana, Buenos Aires, 2000.
76 MARÍA PAULA PAROLO
2 Tucumán desde comienzos del siglo XIX era el territorio más densamente poblado del espacio rioplaten-
se, siendo su densidad en 1801 diez veces mayor a la media del resto de las provincias; mientras que el ritmo
de crecimiento sostenido arrancó en 1800 para alcanzar su máximo nivel del 28,6 por mil en el período 1845-
1858, el que no será superado en ningún otro momento de la historia provincial (Roberto Pucci, “La población
y el auge azucarero en Tucumán”, en Breves Contribuciones del Instituto de Estudios Geográficos, N°7, pp.
74-76, Tucumán, Facultad de Filosofía y Letras, UNT, 1992).
3 Cf. Eric Langer, “Espacios coloniales y economías nacionales. Bolivia y el norte argentino (1810-1930)”,
en Siglo XIX, Año II, N°4, Monterrey, 1987, Eric Langer y Viviana Conti, “Circuitos comerciales tradiciona-
les y cambio económico en los Andes Centromeridionales (1830-1930)”, en Desarrollo Económico, Vol. 32,
N°121, Buenos Aires, 1991; Silvia Palomeque, “Circulación de carretas por las rutas de Santiago (1818-
1849) (elementos cuantitativos)”, en Cuadernos FHYCS, N°5, Jujuy, UNJu, 1995; Ramón Leoni Pinto, “El
comercio de Tucumán (1810-1825)”, en Actas Quinto Congreso Nacional y Regional de Historia Argen-
tina y Regional, Tucumán, 1971; Esteban Nicolini, “El comercio en Tucumán 1810-1815: Flujos de merca-
derías y dinero y balanzas comerciales”, en Población y Sociedad, Nº2, Fundación Yocavil, Tucumán,
1994; Esteban Nicolini, “Circuitos Comerciales en Tucumán entre 1825 y 1852. Tensión entre el mercado del
Pacífico y el del Atlántico”, en DATA, N°2, La Paz, Bolivia, 1992; López de Albornoz, Cristina, “Arrieros y
carreteros tucumanos. Su rol en la articulación regional (1786-1810)”, en Andes, N°6, 1993; López de
Albornoz, Cristina, “Hacendados y comerciantes de San Miguel de Tucumán en la segunda mitad del siglo
XVIII: origen de la elite comercial”, mimeo, Tucumán, 1992.
CATEGORÍAS OCUPACIONALES Y ACTORES ECONÓMICOS... 77
COMERCIANTES Y MERCADERES
4 Si bien las actividades mercantiles de comerciantes, pulperos y troperos abarcaban también el área
rural, la mayor parte de ellos residían o tenían su centro de operaciones en la ciudad. Este estudio se
circunscribe, por lo tanto, al análisis del uso y evolución de dichas categorías en los censos y padrones
de la ciudad de San Miguel de Tucumán.
5 Para el período que estudiamos disponemos de un padrón de habitantes de dos cuarteles de la
ciudad del año 1812; otro padrón de similares características de 1818; padrones de contribuyentes
a empréstitos extraordinarios clasificados por gremios (años 1806-1830); padrones del pago de
patentes y composiciones de tiendas y pulperías (1795-1869); y por último del recuento general del
Primer Censo Nacional de 1869 y una muestra aleatoria elaborada a partir de las cédulas censales de
la ciudad capital (urbano).
6 Cristina López de Albornoz, “Hacendados y comerciantes...”, op. cit., p. 9.
78 MARÍA PAULA PAROLO
7 Aparte de ser una de las principales plazas redistribuidoras de los “efectos de Castilla”, Tucumán poseía
una importante explotación maderera que surtía de materia prima a un importante artesanado urbano dedica-
do a la fabricación de carretas y muebles rústicos; la agricultura (arroz) alimentaba al rubro mercantil ya que
se distribuía por varios mercados regionales; la ganadería se orientaba hacia dos tipos de actividades y
destinos: como ganado en pie hacia el tradicional mercado altoperuano, y como actividad conexa, las curtidurías
convertían los cueros en suelas para el mercado del litoral argentino; por otra parte la producción textil era
destinada al consumo local (Cristina López de Albornoz, “Hacendados y comerciantes...”, op. cit., pp. 3-9).
8 Cristina López de Albornoz, “Hacendados y comerciantes ...”, op. cit., p. 9.
CATEGORÍAS OCUPACIONALES Y ACTORES ECONÓMICOS... 79
9 Esteban Nicolini, “Circuitos Comerciales en Tucumán entre 1825 y 1852. Tensión entre el mercado del
Tucumán (en adelante AHT), Sección Administrativa (en adelante SA), Vol. 22, Año 1812.
11 En la bibliografía sobre el comercio y los comerciantes durante la colonia, los autores denomi-
nan indistintamente como mercader o comerciante a los individuos dedicados a la compra y venta
de bienes generalmente al por mayor y a larga distancia. Ver Jorge Gelman, De mercachifle a gran
comerciante: los caminos del ascenso en el Río de la Plata colonial, p. 13, Universidad Internacio-
nal de Andalucía, Sede Iberoamericana de la Rábida, España, julio 1996. Carlos Mayo (comp.),
Pulperos y pulperías de Buenos Aires, 1740-1830, Facultad de Humanidades, UN Mar del Plata,
Buenos Aires, 1995.
80 MARÍA PAULA PAROLO
12 Si bien los testamentos registran el patrimonio de un individuo al final de su vida y poco nos
hablan de la actividad que desarrolló, utilizamos este tipo de documento en tanto permite identi-
ficar variantes en los patrones de acumulación e inversión del capital entre las distintas catego-
rías que nos ocupan.
13 Testamentarias de: Cayetano Rodríguez (AHT. Protocolo. Serie A. Vol 19. Año 1815. F. 111v.);
Pedro Rodríguez (AHT. Sección Judicial Civil. Caja 90. Exp. 29. Año 1852); José Mur (AHT. Sección
Judicial Civil. Caja 66. Exp. 22. Año 1827); José Antonio Carmona (AHT. Sección Judicial Civil. Caja 68.
Exp. 2. Año 1828); Manuel Posse (AHT. Sección Judicial Civil. Caja 76. Exp. 17. Año 1839); Bernabé
Piedrabuena (AHT. Sección Judicial Civil. Caja 82. Exp. 4. Año 1844); José Manuel Monteagudo (AHT.
Protocolo. Serie A. Vol 20. Año 1821. F. 37v.); Pedro José Velarde (AHT. Protocolo. Serie A. Vol 22. Año
1832. F. 32). Manuel Monteagudo (AHT. Protocolo. Serie A. Vol 22. Año 1836. F. 61v.). Embargo de
bienes: José Manuel Figueroa (AHT. SA. Vol. 27. Año 1819. F. 35v.).
CATEGORÍAS OCUPACIONALES Y ACTORES ECONÓMICOS... 81
cinco de los inventarios consultados oscilaba entre los 519 y los 16.766 pesos;
aunque el valor mínimo apuntado resultó excepcional ya que los cuatro restantes
superaban los 5.000 pesos.14
A su vez, de las transacciones protocolizadas en los registros notariales entre
1800 y 1860, las más frecuentes fueron la compra de esclavos, la de sitios, casas y
tierras, y, con menor frecuencia, las adquisiciones de cuartos, de estancias, chacras
o potreros. En tales registros se asentaron, además, poderes, compromisos, obli-
gaciones, hipotecas y fianzas,15 operaciones que denotan ciertas pautas de inver-
sión fuera del ámbito estrictamente comercial, tendientes a capitalizarse econó-
micamente y a mantener una posición social de prestigio.
La coyuntura bélica de las primeras décadas del siglo pasado (las invasio-
nes inglesas en 1806 y 1807, la guerra por la independencia a partir de 1810 y
los posteriores conflictos civiles que se extendieron hasta más allá de 1850)
provocaron una constante presión por parte del gobierno revolucionario que
buscaba satisfacer sus necesidades mediante contribuciones extraordinarias.
Estas recayeron sobre todo en los comerciantes a través del aumento de tasas o
nuevos impuestos al tránsito y a las ventas, o por medio de las contribuciones
extraordinarias o empréstitos.16
El análisis de siete de estos requerimientos fiscales permitió detectar los
diferentes niveles de riqueza dentro de este amplio grupo de comerciantes.17 En
1806 no fue la guerra la que exigiría la colaboración de todos los “vecinos”, sino
14 Hasta las últimas décadas del siglo XIX la mayor parte de la masa monetaria circulante en las
provincias del norte consistía en moneda acuñada con plata boliviana. Si bien existieron ensayos de
emisión de moneda “provincial” (como la que puso en circulación la Casa de Moneda de Tucumán en
1820 durante el gobierno de Bernabé Aráoz), la moneda en vigencia era aquella de aceptación más
generalizada, con más porcentaje de plata en su acuñación y de más difícil falsificación (Esteban
Nicolini, “El comercio en Tucumán...”, op. cit., pp. 51-52). Por lo tanto, hasta 1881 la unidad monetaria
era el peso boliviano, que valía 8 reales y cuyo valor respecto al peso fuerte nacional era: en 1874, de
1,35 a 1,38 y en 1881, de 1,70 a 1,75; Manuel Lizondo Borda, Historia de Tucumán (siglo XIX), Univer-
sidad Nacional de Tucumán, Tucumán, 1948, p. 169.
15 AHT. Protocolos. Años 1800-1860. En un estudio sobre la composición ocupacional de los com-
pradores de tierras en Tucumán entre 1800 y 1850, Cecilia Fandos y Patricia Fernández Murga confirman
las teorías sobre la diversificación de actividades por parte del sector económico más importante de la
sociedad tucumana y de la inversión del capital comercial en la tierra, aunque aclaran que, si bien la
propiedad rural significó una fuente complementaria de ingresos, en esta etapa la actividad principal
seguía siendo la mercantil. (Cecilia Fandos y Patricia Fernández Murga, “La estructura ocupacional de
los compradores de tierra. Tucumán, 1800-1850”, inédito, Tucumán, 1994).
16 Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina
estas recaudaciones, como el relevamiento de los habitantes del Cuartel de la Merced realizado en 1808
o el de los cuatro cuarteles de la ciudad de 1818.
82 MARÍA PAULA PAROLO
cuando a otros qe. indudablemente podrían (permítaseme el decirlo) comprarme sin apurar-
se, se les ha tratado con tanta consideración. Bien notorios son los fondos qe poseen y
manejan los Sres. D. José Pose, D. José Mur, D. Pedro Velarde y D. Pedro Garmendia; y
yo creo qe. ninguno con una mediana tintura de comercio sera capaz de afirmar imparcial-
mente qe. los míos lleguen a la mitad de los de cualquiera de dhos. Sres.; pues; como es qe.
se les asigna: al primero cuatrocientos noventa: al segundo y tercero de a docientos ochen-
ta: al último doscientos cuarenta y cinco, y a mi setesientos? [...] ¿por qué principio de
equidad y justicia [...]? ¿Es proporción esta Sr? [...] si es cierto lo qe se dice qe el tres y
medio por ciento ha sido lo que se ha puesto sobre los fondos de los individuos prestamistas,
pa imponerme lo que se me ha puesto ha sido necesario calcularme un capital de veinte
mil pesos [...] En la actualidad sólo hay en mi poder trescientos y esto los ofrezco [...] me
será imposible entregar más.22
En ninguno de los dos casos los capitulares hicieron lugar a los reclamos y,
por el contrario, exigieron que se ejecutara el empréstito so pena de embargo y
prisión; agregándose en la presentación de Pedro Cayetano Rodríguez la adverten-
cia de que cambiara su “estilo” por imprudente e irreverente. Cabe destacar que los
capitulares que firmaron esta determinación eran justamente Garmendia, Mur,
Velarde y Posse, a quienes el suplicante tomó como ejemplo de los “grandes” co-
merciantes tratados con benevolencia al fijarse las contribuciones.
Otro pedido fue el de Juan Bautista Bergeire, un francés residente en la ciudad
que se excusó de pagar 550 pesos, lo que fue aceptado por el Cabildo:
hazen seis meses qe llegado a ésta trato de realizar [...] el establecimiento de fábricas, ya de
sombreros, ya de curtiembres, sin otros fondos opulos que manifiesta la tienda pública qe se
abrió al efecto, su producto a sufrido sucesivamente la inversión en utensilios, muebles y
demás útiles qe exige un nuevo y tan complicado establecimiento, aun no esta en el estadio de
que sus labores y productos reemplazen los impendidos gastos.23
tierra” y sobre los “contratos públicos”. La siza consistía en un derecho de 12 pesos por carga de
aguardiente importada en la provincia, el impuesto al aguardiente era un derecho del 12 y ½ por 100
sobre el valor estimativo o aforo del aguardiente introducido de otra provincia. El nuevo impuesto
provincial, que se estableció a partir de 1823 y quedó abolido en 1852, encerraba en un solo cuerpo
varios impuestos de naturaleza muy distinta: derechos de exportación –que antes no existían–, por
aperturas de tiendas y pulperías, pasaportes para troperos y peones que acompañaban las tropas. En
los depósitos en especie quedaban asentadas aquellos efectos que eran provistos para las tropas –
suelas, telas, alimentos–. Las patentes, licencias o derechos de apertura pesaron –a partir de 1823–
sobre los beneficios de industrias, profesiones, oficios, etc. (Alfredo Bousquet y otros, Memoria
histórica y descriptiva de la Provincia de Tucumán, Buenos Aires, 1878).
CATEGORÍAS OCUPACIONALES Y ACTORES ECONÓMICOS... 85
fiesta sierren las puertas de sus tiendas” mientras los “pulperos” harían lo propio
con las de sus “pulperías”.26 Del mismo modo, en la Nómina de Tenderos y
Pulperos qe. pagaron ocho reales en la visita general, figuraban como tende-
ros aquellos nombres que en el padrón de habitantes del año anterior fueron re-
gistrados como comerciantes.27
En 1823 la reglamentación del Nuevo Impuesto Provincial –al que ya se hizo
referencia– estipulaba claramente en su artículo 22 que “Los mercaderes, pulperos,
villaristas y cafeteros quedan obligados a renovar sus licencias anualmente...”;28 y
una lectura detenida del pedido y pago de licencias en los libros de contaduría per-
mite observar que en su mayoría los que pagaban por pulperías figuraban en los
padrones como pulperos –aunque también hemos citado el caso de comerciantes
que abrieron este tipo de negocios–, mientras que los que pagaban por tiendas
fueron registrados como comerciantes o mercaderes.
Desde 1827, el registro del pago de patentes para la apertura de tiendas, pul-
perías, canchas, almacenes, villares, etc., confirma esta tendencia, aunque se puede
notar que los comerciantes o “tenderos” diversificaban sus inversiones.
A partir de 1820 las actividades relacionadas con la nueva red de intercambios
–surgida de las transformaciones en los circuitos mercantiles provocadas por la
revolución y la guerra– cobraron mayor peso: la construcción de carretas; el curti-
do y elaboración del cuero; la producción tabacalera y la de azúcares y aguardien-
tes; mientras subsistieron otras como las artesanías textiles y productos
agropecuarios para consumo interno. En este proceso habría colaborado de manera
contundente la finalización de las guerras por la independencia y el consecuente
retiro del Ejército del Norte de la jurisdicción de Tucumán, hecho que alivió las
presiones recaídas sobre la economía de la provincia y sobre la población por los
permanentes empréstitos y contribuciones, así como por las levas militares. Asi-
mismo, a partir de 1832, el gobierno de Alejandro Heredia se tradujo en la promo-
ción y protección de las actividades económicas –como la del azúcar y las cur-
tiembres– y el marcado interés por reglamentar y ordenar todos los aspectos de la
vida política, económica, laboral y social. Si bien las actividades agrícola e indus-
trial no contaban con la misma tradición de prosperidad que la ganadera, también se
aplicaron sobre ellas medidas de fomento y protección, especialmente al cultivo
de trigo, así como al de la caña dulce y su transformación fabril.29
Sociedad, Tucumán, Fundación Banco Comercial del Norte (Colección de Historia), 1981, p. 12.
86 MARÍA PAULA PAROLO
30 Muchos autores, como Giménez Zapiola (1975), afirman que en los años que estudiamos se
industria artesanal y doméstica como arroz, pellones, riendas, aperos, carretas, bateas y quesos.
Recibía de Buenos Aires exclusivamente artículos de ultramar (tocador, ferretería, lencería, loza,
cristalería, etc.).
32 Para 1853, los azúcares y aguardientes constituían el 10% de la producción tucumana, porcentaje
que se elevó al 37% en 1865 (Daniel Campi, “Aproximación a la génesis...”, op. cit., p. 10).
CATEGORÍAS OCUPACIONALES Y ACTORES ECONÓMICOS... 87
pulperías las que abastecían a la ciudad de una gran variedad de productos, sino
que habría surgido una suerte de especialización en la venta de ciertos efectos y
como consecuencia una multiplicación de negocios. De este modo se observa la
existencia de “pulperías, casas de comestibles al por menor, panaderías, tiendas
de calzados, almacenes por mayor, billares, zapaterías, cafeterías y confiterías,
reservándose a las tiendas la venta de mercaderías extranjeras al por menor”.33
En las décadas siguientes la actividad azucarera experimentó un marcado cre-
cimiento. Se fueron perfeccionando los métodos de producción e importando alam-
biques, fondos y trapiches, con lo cual se inició el equipamiento de los ingenios
con maquinaria de avanzada, de origen europeo. Ya en 1876, año en que se inauguró
el ferrocarril que une a Tucumán con el litoral, el valor de la producción azucarera
triplicaba al de la industria del cuero, y constituía más del 45% del producto pro-
vincial, iniciándose de este modo el auge de esta actividad. Este auge azucarero
coincidirá con el ocaso definitivo de los vínculos mercantiles que daban vida al
“espacio económico peruano”, un complejo de circuitos dinamizados por la pro-
ducción argentífera altoperuana del cual formaba parte todo el norte argentino.34
Mientras se iba modificando el perfil productivo de la provincia y los circuitos
comerciales en los que se hallaba inserta, las categorías ocupacionales con que se
identificaban los actores mercantiles de la primera mitad del siglo XIX sufrieron
notables transformaciones. Entre 1864 y 1871 se detectaron 29 pedidos de inscrip-
ción y rubricación de libros de comercio, de los cuales diez especificaban dedicarse
a la compra y venta de mercadería de ultramar por mayor y menor; nueve corres-
pondían a negocios de compra y venta de mercadería de ultramar y frutos del
país; y los ocho restantes –ya que dos no aclararon el tipo de negocio– eran de
comerciantes dedicados a despacho de tropas; venta de mercaderías generales;
fabricación y venta por mayor y menor de azúcar y aguardiente; compra-venta
de hacienda y cría de ganado; panadería; tienda; almacén; y, por último, comi-
siones y carretajes.35 Cotejando los nombres de los matriculados con las patentes
del mismo año en que solicitaron la inscripción, se observa que pagaban por una gran
diversidad de negocios (tiendas, curtidurías, “despacho de carretas al exterior”, “es-
tablecimientos de destilación”, almacenes y “barracas”, entre otros).36
dientes destinadas, especialmente, al mercado del litoral. Las “barracas” funcionaban como centros de
acopio de frutos del país donde se cargaban las carretas. Las tiendas y almacenes comercializaban efectos
de ultramar y frutos del país (Campi, Daniel, “Aproximación a la génesis...”, op. cit., p. 10).
88 MARÍA PAULA PAROLO
37 Ley N°263 de Patentes para el año 1867. En Cordeiro y Viale, Compilación Ordenada de Leyes, Vol.
estudio, nuestro análisis fue realizado a partir de una muestra aleatoria de 3.618 registros (20% de la
población total de la ciudad), extraídos de las cédulas censales correspondientes a las ocho secciones en
que se dividió a la ciudad para el relevamiento.
39 Tal era el caso de Vicente Gallo, quien figuraba como comerciante en el censo y pagó en ese mismo
año de 1869 por una tienda, una barraca, por introducción de efectos de ultramar y por envíos de carretas
al exterior; Luis Chambeau figura pagando por un establecimiento de destilación y por un almacén;
mientras que Napoleón Maciel lo hizo por una tienda y por venta de cueros.
CATEGORÍAS OCUPACIONALES Y ACTORES ECONÓMICOS... 89
PULPEROS
1930)”. En revista Siglo XIX, Año II, N°4, Monterrey, 1987. Silvia Palomeque, “Circulación de carretas
por las rutas de Santiago (1818-1849) (elementos cuantitativos)”. En Cuadernos FHYCS, N°5, Jujuy,
UNJu, 1995. Ramón Leoni Pinto, El comercio de Tucumán (1810-1825). En Actas Quinto Congreso Na-
cional y Regional de Historia Argentina y Regional, Tucumán, 1971. Cristina López de Albornoz,
“Arrieros y carreteros tucumanos...” y “Hacendados y comerciantes...”, op. cit. Esteban Nicolini, “El
90 MARÍA PAULA PAROLO
me hallo todavía en descubierto con mis acreedores: mis fondos deben ser muy conocidos
qe no llegan a quatro mil ps. Pues el año pasado de la esfera de pulpero entre al rango de
comte. Y en el día no soy ni uno, ni otro, pues me e quedado sin dino., y sin tienda [...] por
no tener ni el valor de doscientos ps. entre los clavos qe. han quedado qe. desde entonces
mantengo mi puerta cerrada.42
Por otra parte fueron varios los casos de comerciantes que habilitaban a sus
hijos con una pulpería o los colocaron como administradores de las mismas; así
como los casos de pulperos que fueron testigos en los testamentos de comercian-
tes o a la inversa.43
María Carmona y de Juan de Dios Aguirre; y a la inversa (de comerciante a pulpero) Patricio Acuña y
Mariano Artaza.
CATEGORÍAS OCUPACIONALES Y ACTORES ECONÓMICOS... 91
44 Datos obtenidos de las Testamentarias: Francisco Sosa (AHT. Protocolo. Serie A. Vol. 17. Año 1808. F.
43 a 45); Bartolomé Flores (AHT. Protocolo. Serie A. Vol. 18. Año 1812. F. 91v.); José María Carmona (AHT.
Protocolo. Serie A. Vol. 20. Año 1818. F. 123v.); Mariano Levy (AHT. Protocolo. Serie A. Vol. 20. Año 1819. F.
53 ); Patricio Acuña (AHT. Protocolo. Serie A. Vol. 20. Año 1822. F. 44v.); Santiago Helguero (AHT. Protocolo.
Serie A. Vol. 22. Año 1836. F. 24); Fancisco Javier Frías (AHT. Sección Judicial Civil. Caja 67. Exp. 22. Año
1828); Juan de Dios Aguirre (AHT. Sección Judicial Civil. Caja 80. Exp. 16. Año 1842); Nicasio Cainzo (AHT.
Sección Judicial Civil. Caja 110. Exp. 5. Año 1859).
45 Tratándose de una muestra muy pequeña debido a las limitaciones de las fuentes, no se puede
afirmar que los niveles de riqueza alcanzados por algunos pulperos hayan sido un fenómeno generalizado
del sector o si se trató, en realidad, de casos excepcionales.
92 MARÍA PAULA PAROLO
46 AHT. Protocolos, Años 1800-1860. El trabajo ya citado de Cecilia Fandos y Patricia Fernández Murga
sobre la compra-venta de tierras en este período, si bien incluye en un mismo grupo ocupacional a comer-
ciantes y pulperos, citan dos casos de pulperos que participan activamente en este tipo de transacciones.
Se trata justamente, de Lorenzo Domínguez y Juan de Dios Aguirre. (Cecilia Fandos y Patricia Fernández
Murga, “La estructura ocupacional de los compradores...”, op. cit.).
CATEGORÍAS OCUPACIONALES Y ACTORES ECONÓMICOS... 93
uno de los que traen de San Juan Aguardientes y vinos a espenderlos en esta plaza, en
perjuicio de los pulperos que pagan [...] anualmente el dro. de composición y alcavala a
reventa, vendio por lo menos en los seis primeros meses de este año sin licencia aquellos
licores, pan, velas, y otras cosas que tenía en la tienda esquina en qe. vive 49
Del mismo modo, las pulperías expendían al público artículos para cuyo expen-
dio no estaban autorizadas, según se desprende de un reclamo formulado por el far-
macéutico Hermenegildo Rodríguez en 1833:
48 Carlos Mayo y otros, “Anatomía de la pulpería porteña”, pp. 43-44, en Carlos Mayo (comp.), Pulperos
ningún pulpero en días de fiesta benda bebida alguna hasta después de la misa mayor, y
porque sea experimentado que los avituados en este vicio tienen por menos empeñar la
ropa de vestir para hacer estas compras con perjuicio dela sociedad, mandamos proivir y
proivimos esta especie de ventas, spre que se dirijan a la vevida o juego [...] ningún pulpero
concienta sobre su mostrador aun que sea con pretesto de gasto, juegos de naipes ni en lo
interior de su pulpería.52
Por cuanto la mayor parte de los latrocinios, riñas, heridas, y muertes, que con grave dolor y
escandalo de toda la Provincia, experimenta esta ciudad [...] en los días en que ntra. Madre
Iglesia, nos obliga [...] a oír misa [...] y proviniendo tan graves delitos, y desgracias del abomi-
nable vicio de la embriaguez, a que se abandonan [...] y debiendo tomar quantas Providencias
dicte la razón, y la justicia capases de remediar tan total desorden en su origen, y causa,
porque quitando esta, desaran los efectos, he determinado mandar y mando que de aquí
adelante ningún pulpero sea osado ha tener en los días Domingos, y de mas festibos del año,
abierta su Pulpería, ni venda aguardiente, ni vino atal especie de gente.53
Pero las prohibiciones no parecen haber sido respetadas. Así lo demuestran las
numerosas multas y los expedientes judiciales iniciados a pulperos que fueron de-
nunciados por haber aceptado objetos en empeño, por permitir juegos prohibidos
51 AHT. SA, Vol 10. Año 1784. Fs. 94-97 y 272-273, Vol. 13. Año 1799. Fs. 442-443, Vol. 17.
Fs. 4 y 5.
52 AHT. SA, Vol. 13. Año 1799. Fs. 442-443.
53 AHT. SA, Vol. 11. Año 1784. Fs. 177 y v.
96 MARÍA PAULA PAROLO
en sus trastiendas, o por haber dispensado bebidas que embriagaron a sus clientes
desencadenando episodios de violencia.54
Por todo lo expuesto se puede afirmar que, tal como lo sostiene Angela Fer-
nández para el caso de Buenos Aires, también en Tucumán los pulperos “eran quie-
nes se encontraban frente a las pulperías en las que se abastecía de alimentos, ves-
timentas y de bebidas, suerte de taberna y al mismo tiempo lugar de ocio y recrea-
ción de los sectores populares”.55 Sin embargo, aunque –como se ha señalado– las
pulperías no gozaban de muy buena reputación, sus propietarios no parecían com-
partir con los pulperos porteños el desprestigio del que estos últimos eran vícti-
mas, “producto de desempeñar una ocupación denigrada públicamente considerada
un ‘oficio despreciable’ ”.56 Por los datos recogidos sobre los pulperos en la ciu-
dad de Tucumán, no se reconoce en ellos al “otro español, el español oscuro, po-
bre, desprestigiado socialmente que se mezclaba con la plebe, que trataba cara a
cara con la población criolla de la ciudad” que Mayo observó en los pulperos de la
ciudad de Buenos Aires.57 Si bien se detectaron situaciones diversas, los pulperos
gozaron en gran medida del “don” (apelativo que indicaba su condición de vecino
y un reconocimiento social); fueron algunos de los principales contribuyentes
de los empréstitos; algunos llegaron a poseer bienes valuados por encima de los
de algunos comerciantes mayoristas, y se vincularon familiar y comercialmente
con estos últimos, lo que les permitió, en muchos casos, transitar por las dife-
rentes esferas del comercio y ocupar cargos públicos.58
54 Cobro de multas a los pulperos José Mur, Pedro Millán y otros por haber recibido dinero de un
mulato esclavo y haber consentido su participación en juegos prohibidos (AHT. Secc. Judicial Civil.
Caja 14. Exp. 15. Año 1802). Juicio a Patricio Acuña por haber herido de muerte a Jacinto Ortíz // Ortiz ?/
/ en una pelea por dinero producto de juegos prohibidos en la trastienda de una pulpería, a quien se lo
condena por embriaguez, por juegos prohibidos y por portar cuchillo. Otros delitos bastante generaliza-
dos eran los asaltos a pulperías y robo de bebidas, como les sucedió a los pulperos Manuel Acosta y
José Pomares (AHT. SA.Vol. 39. Año 1832. F. 177, Vol. 40. Año 1832. F. 462)
55 Angela Fernández, “Perfil de los pulperos en Buenos Aires, 1744-1810”, en Carlos Mayo (comp.),
Buenos Aires”, en Carlos Mayo (comp.), Pulperos y pulperías de Buenos Aires..., op. cit., p. 130.
58 Según algunos estudios recientes sobre los sistemas de representación en Tucumán en las prime-
ras décadas del siglo XIX, los Alcaldes de Barrio (estrato político intermedio entre la capa superior de la
elite y el común de los vecinos) fueron a menudo reclutados entre los pulperos (Gabriela Tío Vallejo,
“Procesos electorales y representación en Tucumán, 1810-1820”, p. 17, Presentado en las VI Jornadas
Interescuelas/Departamentos de Historia, Santa Rosa, La Pampa, 1997.
CATEGORÍAS OCUPACIONALES Y ACTORES ECONÓMICOS... 97
Se llama en general comerciante, toda persona que hace profesión de la compra o venta de
mercaderías para vender por mayor o menor, en almacén o tienda. Son también comerciantes
los libreros, merceros y tenderos de toda clase que venden mercancías que no han fabricado.59
TROPEROS
mente de las fuentes, las pulperías siguen ocupando un lugar importante en la estructura mercantil de la
ciudad. En 1869, por ejemplo, pagan patente 75 de ellas a pesar de que ya en la ley de 1857 no se las incluía en
el listado de negocios que debían pagar el impuesto.
98 MARÍA PAULA PAROLO
circulaban por los caminos que unían Paraguay y Córdoba, los vecinos tucumanos
encontraron en la fletería una actividad muy lucrativa cubriendo la ruta Potosí-
Buenos Aires y circuitos conexos.
Durante los siglos XVI y XVII esta actividad estaba en manos de familias
de encomenderos y hacendados locales. El incremento del tráfico comercial
en la segunda mitad del siglo XVIII habría permitido a dichas familias consoli-
dar sus fortunas.61
Este aumento de la fletería a partir del siglo XVIII quedó plasmado en los pro-
tocolos notariales –donde se asentaron numerosos contratos de fletes de algunos
vecinos–, en los testamentos –que consignaban entre los bienes numerosas carre-
tas y centenares de bueyes de tiro–, así como en descripciones de época.62 Sin
embargo, los “troperos”, “fleteros” y “carreteros” registrados en los padrones de
fines del siglo XVIII y comienzos del XIX son muy escasos.
En 1806, el relevamiento por gremios a fin de recaudar los donativos para el
“Ramo Hospital”, contabilizó sólo diez individuos, con el capital en carretas y bue-
yes del que disponían en ese momento.63 En el padrón de 1812 fueron dos los
troperos registrados en los dos cuarteles cuyos registros se conservan –Pedro
Nolasco Moyano y Domingo Villafañe–, mientras que en el de 1818 se cuenta en-
tre “troperos”, “fleteros” y “carreteros” nueve individuos. Se trataba de hombres
casados, mayores de 30 años (excepto uno de 25), la mayoría tucumanos (seis) y
una minoría mendocinos (tres); todos eran llamados “don”, excepto uno que figura
como tropero de arrieros.64
61 Cristina López de Albornoz, “Arrieros y carreteros tucumanos. Su rol en la articulación regional (1786-
entre quienes se encontraban “los hombres más distinguidos de Mendoza, San Juan de la Frontera, Santiago
del Estero y San Miguel de Tucumán” (citado por Roberto Zavalía Matienzo, “Las carretas tucumanas. Su
importancia en la economía argentina”, en Investigaciones y Ensayos, Núm. 17, pp. 247-248, Buenos Aires,
Academia Nacional de la Historia, 1974).
63 AHT. SA, Vol. 17. Año 1806. F. 234.
64 De las fuentes consultadas se desprende que los términos “fletero”, “tropero” y “carretero” se
utilizaron indistintamente para designar a los dueños de carretas que por lo general viajaban dirigiendo
personalmente las tropas que transportaban mercaderías a diferentes destinos. Sin embargo los “arrieros”
aparecen definidos en algunos documentos como “transeúntes que por pocos días hacen mansión en las
ciudades con sus caldos y frutos del país” por lo que se los eximía del pago de derechos de apertura de
tiendas, almacén o pulperías (AHT. SA. Vol. 13. Año 1797. F. 214). López de Albornoz, por su parte, los
identificó como “peones encargados de cuidar las mulas, caballos y ganado vacuno que acompañaban a
la tropa”, o sea como parte del personal que acompañaba a la tropa, muy diferentes de los propietarios de
las mismas (Cristina López de Albornoz, “Arrieros y carreteros tucumanos...”, op. cit., p. 93).
CATEGORÍAS OCUPACIONALES Y ACTORES ECONÓMICOS... 99
Si bien estos recuentos arrojan cifras muy reducidas de troperos, otras fuen-
tes, permiten identificar un número mayor. A través de las guías de comercio se
pudo detectar –entre 1786 y 1810–, 125 nombres correspondientes a carreteros,
de los cuales una decena eran originarios de otras jurisdicciones. Entre ellos
sólo se incluyen 48 tucumanos, reunidos en 16 apellidos, que tuvieron continui-
dad durante el período y que, a su vez, eran miembros de las familias que consti-
tuían la elite local y que hicieron sus fortunas a través de sus haciendas ganaderas
y/o el negocio de fletería, tales como las familias de Domingo Villafañe, Marcos
Ibiri, Solano Caínzo o Eduardo Sosa. Las rutas que dominaban incluían: Buenos
Aires-Jujuy-Potosí; Tucumán-Santa Fe y el circuito Tucumán-Córdoba-Buenos
Aires. Algunos de ellos contaban con sus propias carpinterías para la fabricación
de las carretas, así como con estancias para la cría de bueyes y demás ganado
necesario para las largas travesías.65
Algunas testamentarias demuestran que se trataba de un sector económicamente
muy dinámico. Los bienes de las tasaciones incluían casas y solares en la ciudad,
carpinterías, esclavos, ropas, muebles y joyas, así como estancias con todo tipo de
ganado. Se declaraban también bienes en Buenos Aires, y numerosas operaciones
mercantiles (como el alquiler de carretas y bueyes a vecinos y “forasteros” dedica-
dos a la fletería; el pago de salarios a capataces de tropa y a peones; la venta de ganado
y de carretas o partes de ellas; etc.). Los cuerpos generales de bienes (entre 10.000
y 25.000 pesos a los que se suman, en algunos casos, las deudas pasivas) traslucen
que se trataba de sectores pudientes dentro de la estructura socio-económica del
San Miguel de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, ya que para ese mo-
mento una fortuna valuada en 20 o 25 mil pesos era muy respetable, consideran-
do que los giros comerciales y capitales de los comerciantes mayoristas más
poderosos económicamente oscilaban entre los 10 y los 35 mil pesos.66
Se encontraron también troperos participando en la compra-venta de tierras,
sitios y potreros. En los Protocolos Notariales aparecen algunos de ellos com-
prando, entre 1818 y 1850, propiedades rurales en más de una oportunidad.
De la misma manera que los comerciantes y los pulperos, los troperos no
pudieron escapar a la presión fiscal. En todos los requerimientos de donaciones
o empréstitos figuraron aportando diferentes montos en proporción a sus bienes
el metálico suficiente para pagar los salarios del personal necesario para movilizar
la tropa y para afrontar los gastos del viaje. De allí que la mayoría de los carreteros
cobraban por adelantado el flete o utilizaban el crédito o la “habilitación” de los
comerciantes, razón por la cual debían contar con el respaldo suficiente para ofre-
cer garantías al prestamista o a quien los contrataba.
Con esta modalidad de funcionamiento recaía sobre los transportistas una gran
responsabilidad. Debían garantizar la llegada a destino de la mercadería en tiempo
y forma y cumplir con la devolución de los créditos, préstamos o anticipos reque-
ridos para iniciar el viaje. De allí que en más de una oportunidad los troperos se
hayan visto envueltos en pleitos y demandas judiciales –iniciadas por parte de los
comerciantes mayoristas o por otros carreteros– por la avería de mercaderías, por
la demora en la llegada de la misma a destino, o por deudas impagas.69
Si bien los riesgos del negocio eran considerables, los beneficios económi-
cos del mismo fueron evidentes, como puede apreciarse a través de los testamen-
tos, la recurrente presión fiscal sobre el sector, 70 y la modalidad de las transaccio-
nes de algunos carreteros tucumanos. Efectivamente, los “dueños de tropa” acumu-
laron estimables fortunas con las ganancias de la fletería.71
69 En 1804 un comerciante de Salta presentó una queja ante al Consulado de Comercio contra un
“conductor y dueño de carretas” por “la avería que án padecido los efectos conducidos...” y reclamó
el pago del importe de la regulación de dicha avería (AHT. SA, Vol. 15. Año 1804. F. 235). En 1808 se
desató un pleito entre la testamentaria de un importante tropero, Marcos Ibiri, y Jacinto Guevara por
unos bueyes y carretas que este último compró y no recibió (AHT. SA, Vol 19. Año 1808. Fs. 36 a 51).
En 1832 Don Sebastián Medina, tropero de carretas, participó de un pleito con su apoderado en Salta
y el comerciante que lo contrató en dicha ciudad por no haber podido llevar a destino la mercadería
por los problemas políticos del momento, exigiendo el contratante que se le devolviese el adelanto del
flete que dijo haberle pagado al apoderado de Medina, pero que este último nunca percibió (AHT. SA,
Vol 40. Año 1832. Fs. 359-375). En la década de 1860 siguieron los conflictos judiciales contra troperos,
tal es el caso de la sociedad Gramajo Hnos. contra el tropero Tomás Rosa, a quien se le adelantó el
flete pero no llegó a destino por haber sido detenido por otra causa judicial pendiente (AHT. S.
Judicial Civil. Caja 136. Expte. 10. Año 1863).
70 Ya desde fines del siglo XVIII los Autos y Bandos del Cabildo establecían para los troperos la
obligación del pago de impuestos por la entrada y salida de la jurisdicción. Hacia 1821 se estableció el
derecho de tránsito que recaía sobre las mercaderías (suelas, azogue, aguardiente) que ingresaban a
la provincia. Con la creación del Nuevo Impuesto Provincial, en 1824, apareció el pago del derecho a
la exportación que recaerá directamente sobre a las carretas que salieran de la jurisdicción provincial.
En la década de 1840 ya no figuraba en los Manuales de Contaduría este Nuevo Impuesto, los troperos
pagaban a partir de esta fecha por la “estracción de frutos de la provincia”, por “pasaportes” para el
personal de la tropa y por “derecho de tránsito”. En 1850 apareció concretamente el pago de un
impuesto por “carretas puestas a la carga” que en la década siguiente tomará el nombre de “carretas
para el tráfico exterior”.
71 En un artículo de la Nueva Revista de Buenos Aires del año 1852 sobre la ciudad de Tucumán se
define a los troperos como “verdaderos capitalistas constructores de carretas, las que vendían también
102 MARÍA PAULA PAROLO
en el mercado del litoral” (“La ciudad, la provincia y la encantadora sociedad tucumana de 1852”, en La
Nueva Revista de Buenos Aires, 1884, Año IV. Nueva Serie. Tomo X. Para la década de 1860 se estimó
que los beneficios que dejaban los fletes eran elevados: una tropa de 29 carretas que unía Tucumán con
Rosario en 60 días dejaba una utilidad “en término medio” de 3.372 $b, a los que habría que sumar las
utilidades que deparaban los productos que exportaban en calidad de propietarios (Daniel Campi, “Aproxi-
mación a la génesis...”, op. cit., p. 22).
72 Cristina López de Albornoz, “Arrieros y carreteros tucumanos...”, op. cit., p. 112.
73 Daniel Campi, “Aproximación a la génesis...”, op. cit., p. 22.
CATEGORÍAS OCUPACIONALES Y ACTORES ECONÓMICOS... 103
CONCLUSIONES
RESUMEN
ABSTRACT
ANAHÍ BALLENT*
3 “Nuestro turismo necesita caminos ...y buenos cocineros - Una entrevista con el presidente de la DNV”,
indicara el “kilómetro cero”, pero, algo más tarde, a propuesta del Automóvil
Club Argentino (ACA), el mojón se trasladó a la Plaza de los dos Congresos,
donde sería posible materializarlo de manera autónoma, convirtiéndolo en un mo-
numento al sistema vial nacional.4
Las lecturas simbólicas del mojón eran recurrentes. Como indica el texto
que le dedicara Enrique Amorím, el “kilómetro cero” era también valorado en
términos metafóricos que superaban su carácter técnico, porque se lo percibía
como un disparador de imágenes capaces de evocar ecos de toda la patria en el
centro de Buenos Aires:
Huellas de la Argentina para los hombres de pie caliente y fresca canción en los labios.
Huellas para siempre, nacidas al pie del mojón de la Plaza del Congreso, hormiguero inagota-
ble de kilómetros. En los confines de la patria, quiebran sus bracitos y escuchan el sumar del
tiempo y el fatal crecimiento de la patria.5
4 “El punto cero en los kilometrajes”, en Automovilismo N°167, mayo de 1933, p. s/n.
5 Enrique Amorín, “Kilómetro cero”, en El Hogar N°1465, 12/11/1937, p. 24.
6 Raúl García Heras, Automotores norteamericanos, caminos y modernización urbana en la Ar-
gentina, 1918-1939, Buenos Aires, Libros de Hispamérica, 1985. También ver: María Silvia Ospital,
“Autos y caminos para la modernización de Argentina. Comerciantes importadores de automóvi-
les, 1920-1940”, en XVIII Jornadas de Historia Económica, Mendoza, 18 al 20 de septiembre de
2002 (Versión CD de Actas).
110 ANAHÍ BALLENT
7 Eduardo Archetti, El potrero, la pista y el ring. Las patrias del deporte argentino, Buenos Aires,
Fondo de Cultura Económica, 2001. Juan Carlos Torre y Elisa Pastoriza, “La democratización del
bienestar”, en Juan Carlos Torre (dirección de tomo), Los años peronistas (1943-1855), Tomo VIII de
la Nueva Historia Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, pp. 257-312, sobre todo pp. 267-273.
Sobre las imágenes territoriales construidas por el avance del turismo popular y sus relaciones con las
posteriores políticas peronistas, puede verse Eugenia Scarzanella, “El ocio peronista: vacaciones y
turismo popular en Argentina (1943-1955)”, en Entrepasados N°14, comienzos de 1998, pp. 65-86.
8 Anahí Ballent y Adrián Gorelik, “País urbano o país rural: la modernización territorial y su
crisis”, en Alejandro Cattaruzza (director de tomo), Crisis económica, avance del estado e
incertidumbre política, tomo VII de la Nueva Historia Argentina, Buenos Aires, Sudamerica-
na, 2001, pp. 143-200.
KILÓMETRO CERO: LA CONSTRUCCIÓN DEL UNIVERSO SIMBÓLICO... 111
11 “El ACA desde su fundación hasta la fecha”, Automovilismo N°85, noviembre de 1925, p. s/
n. “La fundación del ACA, hace treinta años fue una verdadera aventura”, en El Hogar N°1258,
24 /11/1933, p. 40.
12 Automovilismo N°79, mayo de 1925, p. s/n.
KILÓMETRO CERO: LA CONSTRUCCIÓN DEL UNIVERSO SIMBÓLICO... 113
los llamados a licitación de las rutas Buenos Aires-Rosario-Córdoba y Buenos Aires-Bahía Blanca,
además de la creación del impuesto a la nafta en 1931. Ver Raúl García Heras, Automotores norteame-
ricanos, caminos y modernización urbana en la Argentina, 1918-1939, op. cit., pp. 56-65.
15 Proyecto de Carlos Moret (h), Alejandro Castiñeiras y Rufino Inda, Cámara de Diputados, Diario
por parte del estado nacional, con carácter de servicio público que enfatizaba la integración de las
obras en un único plan nacional. Tales características, según la argumentación del poder ejecutivo,
reclamaban la intervención directa del estado nacional en la materia, ya que los particulares serían
incapaces de ejecutarlas.
17 La ley estableció un impuesto de pesos m/n 0,05 por litro de nafta y de un 15% del valor de venta
por mayor del kilogramo de aceites lubricantes (Fondo de Vialidad). Encomendó al nuevo organismo
creado (DNV), la planificación y construcción de la red vial troncal o nacional y estableció una “ayuda
federal” que se repartía entre las provincias, para que aumentaran sus propias inversiones en caminos
provinciales. Las provincias debían adherirse a la ley, creando sus propias direcciones provinciales
de vialidad. En general, las provincias se adhirieron al sistema entre 1932 y 1933. Poder Ejecutivo
Nacional, Obra de gobierno..., op. cit., p. s/n.
18 J. Allende Posse. Ingeniero y empresario cordobés, nacido en 1886. Formado en la Facultad de
representaba en el directorio a las zonas Centro y Norte del país, mientras que el
resto del mismo se componía de vocales representantes de la zona Sur y el Lito-
ral (dos ingenieros funcionarios de la DNV), de las empresas de transporte (1),
de asociaciones agrarias (1), entidades automovilísticas (1, recaería sobre el ACA)
y el Ejército (1). En este esquema corporativo –usando el término en sentido
laxo– los intereses privados, aunque en minoría, eran incorporados al organismo
estatal en un directorio mixto. En efecto, el control estatal se imponía desde el
punto de vista numérico; además, la elección de una figura sumamente prestigio-
sa desde el punto de vista técnico, como Allende Posse, era un signo de que lo
que estaba en juego no era la cesión de las decisiones estatales al campo de los
intereses privados, sino una concepción de acción estatal de nuevo tipo. La pre-
sencia de empresas privadas e instituciones públicas en el directorio era presen-
tado como garantía de que la repartición “se mantendría alejada de la política”.19
En tal sentido, recordemos que “política” era considerada una “mala palabra”,
sinónimo del depuesto yrigoyenismo: la oposición a esta imagen denostada en su
vinculación con el estado guió numerosas decisiones de la nueva repartición,
entendida como el modelo de un aparato estatal administrador, moderno y efi-
ciente, profundamente diferente del heredado.20 Por supuesto, éstas eran las re-
presentaciones de la política que sustentaban el discurso público estatal, aunque
otro tipo de análisis saca rápidamente a la luz los puntos de continuidad que vin-
culan la nueva creación con experiencias previas: desde la actuación del personal
técnico dentro de elencos estatales, hasta las semejanzas entre la ley de vialidad de
1932 y el proyecto del mismo asunto presentado al Congreso por Ortiz como mi-
nistro de Obras Públicas de Alvear en 1925. Lo importante, en este caso, es desta-
car que este discurso público operaba en la construcción de políticas estatales.
“Nuestra obra no es espectacular pero sí eficiente”.21 Esta expresión, que
podría considerarse el leitmotiv de Allende Posse en la construcción de la DNV,
indicaba que se hacía cargo de su orientación con ideas precisas y con una clara
conciencia de la magnitud e importancia de la tarea a emprender. La figura públi-
ca de este nuevo constructor de políticas estatales se delineaba como la de un
poderoso líder del organismo y de su personal, pero también dirigía su mensaje a la
19 León Tourrés, diputado por San Juan, “Consideración de la ley de Vialidad”, en Cámara de Diputa-
asociaciones y empresas en el directorio: Anahi Ballent, “Estado, acciones públicas y ámbito privado en
la construcción de políticas estatales: La DNV y el ACA, 1932-1943”, en XIII Jornadas de Historia
Económica, Mendoza, 18 al 20 de septiembre de 2002 (Versión CD Actas).
21 “Nuestra obra no es espectacular pero sí eficiente, dice el Ingeniero Justiniano Allende Posse”, en
sociedad en lo que hoy llamaríamos una alta exposición pública y mediática: una
vez creada la DNV, Allende Posse, en persona, o a través de sus colaboradores,
hegemonizó la voz del estado en la materia.
Esta voz, en primer lugar, resaltaba la figura de ingeniero –tradicional emblema
de los aspectos técnicos de la modernidad– como protagonista de una nueva gesta
patriótica: sobre los ingenieros de vialidad recaía el deber de realizar esta obra como
“[ejerciendo] un apostolado”, porque trabajaban “para asegurar el progreso de los
argentinos y la grandeza de la Nación”.22
consistían, por un lado, en fotos paisajísticas que tomaban como centro la vincu-
lación entre camino y paisaje, agregando generalmente a su indiscutido protago-
nista, el automóvil. A diferencia de la natura naturans de las postales argenti-
nas, la natura naturata de las fotografías de la obra vial se presentaba como
operación de montaje, como articulación de técnica moderna y naturaleza. Más
que la patria, lo allí representado era la acción humana –el estado conduciendo la
técnica– en la construcción de la nación.
“Camino de acceso a la Capital Federal”, “Camino de Salta a Jujuy por el Abra
de Santa Laura”, “Camino de Nonogasta a Vinchina por la Cuesta de Miranda, a
través del Famatina”, “Camino de Mendoza a Chile. Túnel en construcción (Cordi-
llera de los Andes)”: esta sucesión u otra similar, alternando lo próximo con lo
remoto, acercando en el plano simbólico centros y fronteras, puede encontrarse en
los epígrafes de fotografías en folletos de difusión o constituir una serie de
diapositivas de una conferencia dedicada el tema, ya que la sucesión de imágenes
de caminos y automóviles irrumpiendo en los diversos paisajes patrios formaba
parte de una retórica conocida que parecía imponerse para difundir la obra camine-
ra, pero también para pensarla.25
En los discursos de Allende Posse, al remitirse a términos territoriales, la
empresa presentaba otros aspectos. Mostraba la gravedad de una obra verdadera-
mente titánica, cuya enunciación no podía evitar cargarse de acentos sombríos:
Meditemos un instante sobre la variedad infinita, sobre la extensión inmensa del territorio de la
patria, en el que debemos realizar [...] una obra vastísima y urgente. [...] Selvas impenetra-
bles, [...] llanuras anegadizas, calor y plagas en el Norte; planicies inmensas [...], hielo, vien-
tos [...] en el Sur; montañas escarpadas, [...] torrentes, aludes [...] nieves permanentes al
Oeste. [...] Escasez de recursos y de hombres; soledad frente a la cual la humana impetuosi-
dad reclama lo que la técnica no aconseja, las finanzas no permiten y la falta de vehículos y de
tráfico hacen innecesario [...]26
27 El ministro de Obras Públicas Octavio S. Pico (1930-abril 1931) seleccionó un conjunto de cami-
nos a ser ejecutado por el sistema de peaje; posteriormente Pablo Calatayud (abril 1931-febrero 1932)
creó el Directorio Central de Consorcios Camineros. Estas iniciativas fueron sustituidas un poco más
tarde por la DNV y su propio plan.
KILÓMETRO CERO: LA CONSTRUCCIÓN DEL UNIVERSO SIMBÓLICO... 119
Siempre soñaron nuestros automovilistas con ver transformados los caminos del país, hacién-
dolos correr entre amigas hileras de árboles y verde obscuro de setos vivos, de tanto en tanto
un cottage, de inclinada techumbre y humeante chimenea; y otras imágenes de caminos di-
chosos, umbrosos, flanqueados de poesía.28
el ACA a su principal protagonista, carácter que no haría sino crecer a partir del
mejoramiento de los caminos, pero también de la incorporación de la asociación
al directorio de la DNV, teniendo en cuenta que la dirección había pasado a ser el
organismo estatal que autorizaba la realización de competencias. Por otra parte,
el automovilismo servía de propaganda a la DNV, ya que demostraba que las ca-
rreras ganaban en extensión y ampliaban su radio de realización a causa del mejo-
ramiento de los caminos: la alianza entre organismo estatal y asociación pública
tenía bases sólidas y de mutua conveniencia.
Además, la incorporación del ACA al directorio de la DNV consolidó la pri-
macía de la asociación sobre el Touring Club, creado en 1907 como desprendi-
miento del ACA. Aunque se trataba de dos instituciones con rasgos en común, en
realidad, en la década del veinte el Touring había tenido un mayor protagonismo
en relación con las demandas de una ampliación de la participación estatal, y una
mayor vinculación con las asociaciones de ingenieros, organizando, por ejem-
plo, el Primer Congreso Argentino de Vialidad entre 1922 y 1925. Mientras que
el Touring parecía contar con un aparato técnico más afinado en cuanto a sus
propuestas sobre vialidad y a información complementaria –como la estadística–
, el ACA iba creciendo en popularidad apoyando el automovilismo deportivo.
Como se planteó anteriormente, el mejoramiento de los caminos permitió, en
primer lugar, que los premios nacionales abarcaran mayores extensiones y reco-
rrieran regiones geográficas que anteriormente le estaban vedadas. Este aspecto
constituiría una base para numerosos discursos, referidos al “descubrimiento” del
país, tanto en el plano físico como en el cultural, ya que las competencias ponían
en primer plano sectores del país que en otros aspectos distaban de ocupar tales
espacios. Así, el Gran Premio Nacional de 1934 llegaba hasta Resistencia y colo-
caba, aunque fugazmente, al Chaco en primer plano. Según aseguraba la prensa, esa
exposición fugaz y precaria tenía la capacidad de dejar huellas en el imaginario
social, cambiando representaciones consolidadas:
Mucha, muchísima gente, que creía que el Chaco era solamente una selva inhospitalaria con
muchos indios y algunos blancos, ha recibido una verdadera sorpresa al enterarse de que ese
territorio es tal importante y civilizado como las primeras provincias argentinas y mucho más
que algunas de ellas.32
Sin embargo, la ampliación de la extensión del Gran Premio Nacional fue sólo
un promisorio inicio. El avance de la DNV sobre la transitabilidad de las rutas pronto
permitió pensar en un Gran Premio Internacional como el de 1936, segunda prueba
32 “Consideraciones sobre el último Gran Premio Nacional”, en Revista del Touring Club Argentino
de su categoría, que llegaba hasta Chile recorriendo la insólita cifra de 7000 kilóme-
tros en nueve etapas. Organizado por el ACA, contó con el auspicio de YPF y del
propietario de la fábrica de cigarrillos Particulares –Virgilio Grego–, quien aportó
los fondos requeridos para los premios.
En línea con la cita anterior sobre la competencia nacional de 1934, la revista
Sintonía afirmaba que “el Gran Premio Internacional Virgilio F. Grego 1936 [‘des-
cubría’] a los argentinos la Patagonia”.33 En efecto, los diarios y revistas, pero sobre
todo la radio, seguían con avidez los derroteros del evento: la transmisión por radio
Splendid durante los catorce días de duración de la carrera, bajo la dirección del
popular relator Luis Elías Sojit, era considerada en sí toda una proeza organizativa y
técnica. La radio constituía el corazón mediático del evento, pero la prensa escrita,
ya fuera deportiva o no especializada, colaboraba también activamente en la difusión.
Cabe destacar que la revista Sintonía, que dedicó un suplemento al evento, era pro-
piedad del periodista chileno radicado en Argentina Emilio Karstulovic Bonaci, co-
nocido “raidista” y exitoso corredor de carreras –ganador del Gran Premio Nacional
de 1934–, a la vez que uno de los principales impulsores del premio.
Retomando el nivel de las representaciones construidas por la prensa es-
crita, sorprende la combinación de niveles que se desplegaban en los discur-
sos. Por ejemplo, La Nación recogía la narración de las impresiones de Raúl
Riganti, ganador de la competencia, quien combinaba una cantidad de aspectos
tan amplia, que el centro natural del evento, es decir el automóvil y su rendi-
miento, parecían perder tal carácter, mientras que, en cambio, el foco de aten-
ción del relato se iba desplazando alternativamente hacia el estado de los cami-
nos, la labor de los funcionarios de la DNV, las técnicas de transmisión de la
información o la infraestructura turística:
Hay en Comodoro Rivadavia un funcionario de la DNV, que ha hecho proezas [...], a quien a
mi llegada a esta ciudad no pude sino felicitar por lo que fue capaz de hacer en tan poco
tiempo [...] Pero lo que me maravilla es el telégrafo [...] En la ciudad del turismo [Bariloche],
el acogimiento fue entusiasta: hubo calor en la muchedumbre, aplausos no interrumpidos y
cordialidad en las autoridades. No así en los hoteles, donde se cobra cuatro pesos por una
botella de vino común.34
33 Suplemento especial dedicado a la transmisión radiofónica del Gran Premio Virgilio Grego de 1936,
La carrera está llenando una función patriótica evidente al difundir por todo el país los
aspectos más salientes de las regiones más distintas, para bien de ellas mismas y para que
sea más vigoroso el sentimiento colectivo al advertirse en la unidad geográfica tantos mati-
ces de la vida argentina.35
Pueblos enteros que no figuran siquiera en los mapas de la república estarán en los labios y
oídos de millares de lectores y radioescuchas, y de oscuros villorrios y poblaciones pasarán a
ser puntos conocidos y por ende, fáciles de traslados hacia ellos gracias a la difusión que se
hará de los medios a que ello converge.36
Esta localidad conocida por sus características pintorescas fue escenario de uno de los
pasajes de mayor interés en la tercera etapa y posiblemente de todo el curso de la carre-
ra hasta ahora disputada. Todo el pueblo se circunscribió con su atención y presencia en los
puntos allegados al camino por donde debían pasar fugazmente los participantes [...] La llega-
da de los primeros fue verdaderamente épica. Todo el mundo barajaba nombres sobre
quién sería el primero en cruzar este control pero cuando iban a ser las ocho horas treinta
y cinco minutos, se avistó a lo lejos una gran nube de polvo. Es que se trataba de nada
menos que de cuatro coches juntos que de forma impresionante brindaron una emoción
incontenida entre los asistentes al pasar por aquí con vertiginosa velocidad. Pasaron como
bólidos sin cejar un instante con el fierro a fondo. 37
Con rumbo al Noroeste se inicia la etapa hasta la Cordillera, retrocediendo hasta Lautaro y
tomando franco rumbo Oeste, o sea hacia Lonquimay. Hasta Curacautin el camino es más o
menos viable, algo suelto y en ese punto hasta Pino Hachado se inicia una zona montañosa
tortuosa, de caminos irregulares, con algunos pasos como ser las numerosas alcantarillas que
requieren precaución.38
37 Crítica, 19/2/1936, p. 5.
38 Crítica, 21/2/1936, p. 4.
124 ANAHÍ BALLENT
Representa ello un rápido esfuerzo, que, aunque no consumado con mucha habilidad
técnica, despierta legítimamente la atención y se hace acreedor del aplauso por la idea
moderna latente en él, de trasladar lo palpable, lo que apasiona a la colectividad, la reali-
dad cercana, a la pantalla. 43
44 Bólidos de acero (1950), dirigida por Carlos Torres Ríos; Fangio, el demonio de las pistas (1950),
de Román Viñoly Barreto; Turismo de carretera (1968), de Rodolfo Kuhn; y Piloto de pruebas (1972),
con Carlos Pairetti, de Leo Fleider.
45 “Mis impresiones”, en “En automóvil por la huella de los chasquis”, suplemento especial de
En efecto, hacia los últimos años de la década, el avance de la DNV hacía vis-
lumbrar el alcance latinoamericano y continental de las carreras de automóviles,
que introducía una nueva escala de percepción en la dimensión territorial. Esta am-
pliación de la pasión deportiva se vinculaba, entre los promotores, con un senti-
miento panamericanista (asociado, por otra parte, al sistema de carreteras desde la
década de 1920) presente tanto en la DNV como en el ACA. En el ACA, el principal
promotor del panamericanismo carretero fue el ing. Carlos Anesi –presidente de
la asociación entre 1940 y 1956, vicepresidente entre 1936 y1939 y activo organi-
zador de competencias en ese mismo período–, quien proponía realizar el “Gran
Premio de las Américas” entre Nueva York y Buenos Aires en octubre de 1942,
inaugurando la Carretera Panamericana en la conmemoración del noveno
cincuentenario del Descubrimiento. Dicha competencia estaría precedida por even-
tos de menor extensión, aunque también notablemente ambiciosos: el “Gran Pre-
mio de la América del Sur”, Buenos Aires-Caracas en 1941 y el “Gran Premio
Internacional del Norte”, que efectivamente recorrió Argentina, Bolivia y Perú en
1940. Como se observa en las competencias realizadas o planeadas, el
panamericanismo carretero argentino era más “andino” que “tropical”, y Argentina
consideraba tener un papel líder en el Sur del continente, en simetría con Estados
Unidos en el Norte.46 La Guerra Mundial interrumpió estos sueños, pero el ACA
no cejó en su empeño a escala latinoamericana, hasta que los casi 10.000 Km entre
Buenos Aires y Caracas se constituyeron en escenario del Gran Premio de 1948.
Este panamericanismo que hablaba también de la grandeza argentina se vio
particularmente estimulado en los últimos años de la década, a medida que el
programa vial argentino se extendía, tal como indicaba Allende Posse en el te-
legrama enviado al presidente del Bureau of Publics Roads de los Estados Uni-
dos, con motivo de la inauguración del camino a Córdoba en 1937, parte de la
ruta 9 (Panamericana):
del Descubrimiento de América. El Gran premio de las Américas, Buenos Aires, Compañía General
Fabril Financiera, 1938.
47 “Telegramas cambiados con el presidente del Bureau of Publics Roads en los estados Unidos”,
48 Eduardo L. Edo, “El turismo y su influencia en la política caminera del país”, en La Ingeniería N°7737,
marzo de 1936, pp. 198-199.
128 ANAHÍ BALLENT
requería.49 Por un lado, el país podía permitirse esa inversión, y por otro, se tra-
taba de consolidar un sector como el turismo, al que se atribuían enormes posibi-
lidades de crecimiento. Pese a estos cambios, a las presiones estatales y socia-
les, Allende Posse como presidente de la DNV nunca modificó radicalmente su
discurso sobre la primacía del sistema nacional y de los caminos de tierra, aun-
que la estructura de la repartición se adaptó parcialmente a la nueva realidad,
como debió adaptarse, muy a su pesar, a la incorporación puntual de la vialidad
urbana –los accesos a las grandes ciudades, en 1937–, a partir de que el Congreso
Nacional le asignara el proyecto y construcción de la Avenida General Paz en la
Capital Federal. Sin embargo, las huellas de la rigidez inicial, del panorama de ca-
minos rurales, ásperos pero transitables, nunca desaparecieron por completo.50
Si la ley de elevadores de granos hacía pareja con la ley de vialidad en el
momento de su sanción, esta nueva etapa de la red vial se vinculaba directamente
con otro instrumento legal: la ley de parques nacionales 12.103/1934.51 Se tra-
taba de una iniciativa del Poder Ejecutivo que el ministro de Agricultura (Luis
Duhau) presentaba como un estímulo al turismo, cuya creación “favorecería la
economía nacional”. Estos argumentos abundaban en la época y se referían sobre
todo al turismo de elite: se calculaban los montos que los argentinos gastaban en
el imprescindible “viaje a Europa”, y el proyecto, decía Duhau, “contribuiría a
que [quedara] en el país la considerable suma que representa el turismo en capita-
les argentinos gastados en el extranjero y en una previsible concurrencia extran-
jera a los parques nacionales”.52
Aunque en el turismo de elite se centraban las más grandes esperanzas econó-
micas, también se estimulaba el turismo de las capas medias, y a través de algunas
medidas, el popular. La ley de sábado inglés, la de vacaciones pagas, las rebajas
49 Los fondos de vialidad se ampliaron en 300 millones entre 1936 y 1938, y en 1939 la ley 12.625
en los caminos vinculados a la producción, pero de relevancia vital en el interés de los caminos de
turismo– fue una limitación que la repartición, regida por los dictados de una única rama de la ingeniería,
nunca superó por completo: los ingenieros podían ser “apóstoles”, pero estaba lejos de convertirse en
diseñadores sensibles al “aspecto estético de las obras viales”. Algunos casos en que los proyectos
viales desarrollaron valores paisajísticos, como el caso de la Avda. General Paz, diseñada por el arq.
Ernesto Vautier o los caminos de Parques Nacionales, a cargo de técnicos de la repartición, no fueron
realizados por ingenieros de la DNV.
51 La Dirección General de Parques Nacionales, creada dentro del ámbito del Ministerio de Agricul-
tura, aunque gozando de una amplia autonomía, administraba y gestionaba parques o reservas nacio-
nales, definidos como porciones del territorio de la Nación, que por su extraordinaria belleza o en
razón de algún interés científico determinado fueran dignas de ser conservadas para uso y goce de la
población de la República.
52 Cámara de Diputados, Diario de Sesiones, 1934, tomo VI, p. 1022.
KILÓMETRO CERO: LA CONSTRUCCIÓN DEL UNIVERSO SIMBÓLICO... 129
Hay muchos lugares hermosos, próximos a la ciudad, que usted y su familia no conocen.
Compre un Ford y adquiera cabal conocimiento de todos los barrios de la ciudad y de sus
pintorescos alrededores. Guíe usted mismo. Vaya por la calle o el camino que le parezca más
interesante. Si un objeto o un paisaje llama su atención, deténgase. Sin violencias, sin apuros,
con toda comodidad, con toda tranquilidad. Usted es el dueño de un Ford. Usted manda.54
53 Sobre el turismo popular, en relación con las políticas posteriores del peronismo, ver: Eugenia
Scarzanella, “El ocio peronista: vacaciones y turismo popular en Argentina (1943-1955), op. cit.
54 “Paseos saludables, económicos e instructivos” (Publicidad Ford), en Femenil N°1, 14/9/1925, p. s/n.
130 ANAHÍ BALLENT
55 Los lugares de camping se encontraban en Luján, Quilmes, Punta Chica y Chascomús. “El cam-
ping del ACA en Quilmes”, en Automovilismo N°166, abril de 1933, p. s/n.; “Campamentos”, en
Automovilismo, febrero de 1933; “A orillas del río Cavalango se realizó con éxito el tercer campeonato
del ACA”, en Automovilismo N°165, marzo de 1933, p. s/n.
56 “A orillas del río Cavalango...”, op. cit.
57 “En la estancia Santa Rita”; Ernesto Baldrich,“Turismo con acampamento”, en Automovilismo
1934, p. s/n. Entre otros elementos, se controlaban concurrencia de invitados, horarios de activi-
dades y vestimenta.
KILÓMETRO CERO: LA CONSTRUCCIÓN DEL UNIVERSO SIMBÓLICO... 131
la red vial. Un ejemplo reiterado por varias publicaciones del momento fue el de
Carlos A. Pueyrredón, impulsor de la ley de vialidad en el Congreso, quien toma-
ba la iniciativa en la materia haciéndose construir “íntegramente en el país” una
casa rodante para seis personas que era mucho más que un capricho: “Amun-rucá”
(piedra que rueda) señalaba el rumbo de la técnica del futuro, sin olvidar la apela-
ción a la historia; dos temas particularmente adecuados para recorrer, en los años
treinta, los caminos argentinos.59
En este mismo sentido, y también a partir de 1933, promocionando la cons-
trucción del llamado Camino de la costa, la asociación relevó y contribuyó a la
explotación de lugares turísticos inexplorados por el tren, como ciertos parajes
de la costa Atlántica:60 San Clemente y Mar de Ajó, afirmando, además que aún
“[quedaban] todavía muchos que [podían], por su topografía, constituir núcleos de
concentración de veraneantes: Claromecó, Reta, Arroyo Parejas, Monte Hermo-
so e Ingeniero White”.61 En la década de 1940, el estímulo del ACA llegaría a
Villa Gesell,62 eligiendo en la costa siempre lugares que pudieran construirse de
acuerdo a nuevas modalidades turísticas, más individuales, relajadas y próximas a
la naturaleza que el ocio mundano de balnearios tradicionales como Mar del Pla-
ta. En efecto, el tipo de turismo promovido parece construirse como la inversión
del desarrollado en esa ciudad: “Veranear no es agotarse en una actividad social
abrumadora; es descansar, y para ello se requiere tranquilidad”.63 Aun para quie-
nes se mostraran incapaces de renunciar al encanto de Mar del Plata, el ACA
aconsejaba dirigirse a Chapaldmalal, cuya constitución celebraba, ya que a Mar
del Plata le faltaba “el gran barrio apartado y espacioso de las personas que, sin
dejar de participar en sus atractivos, desean venir a orillas del mar en condicio-
nes de tranquilidad e independencia”.64 En la década de 1940, este perfil turísti-
co alternativo se marcaría con mayor fuerza. Así, Gesell se definiría por sus pla-
yas amplias, sin piedras, menos frías, como un “bello y tranquilo paraíso [...] don-
de el turista amante de la naturaleza, el mar, el cielo, los árboles y los pájaros
[encontraba] exactamente lo que [buscaba]”.65
59 “La casa rodante del Dr. Carlos A. Pueyrredón”, en El Hogar N°1402, 28/3/1936, p. 44.
60 Benjamín Muñiz Barreto, fallecido en 1933, era considerado el “padre del camino de la costa”: miembro
de la Comisión Directiva del ACA, integraba la Dirección Provincial de Vialidad como representante de la
Sociedad Rural. El camino, construido por la dirección indicada e inaugurado en 1936, atravesaba su
establecimiento “La Magdalena”; en Automovilismo N°170, agosto de 1933, p. s/n. Conducía a Mar del
Plata, saliendo de La Plata, por Magdalena, Punta Indio, General Conesa, General Madariaga y Mar Chiqui-
ta. El ACA instaló a lo largo del camino varias casillas de servicios camineros. “Fue inaugurado oficialmen-
te el camino de la costa”, en Automovilismo N°195, enero de 1936, p. s/n.
61 “Balnearios de la costa atlántica”, en Automovilismo N°229, enero de 1939, p. s/n.
62 “El ACA establecería un recreo en el balneario Gesell”, en Automovilismo N°320, 1 de julio de 1946, p. 45.
63 “El Barrio Jardín en San Clemente”, en Suplemento de Automovilismo N°300, enero de 1945, p. s/n.
64 “Playa Chapaldmalal, nueva residencia marítima”, en Automovilismo N°241, enero de 1940, p. s/n.
65 “Villa Silvio Gesell. Naciente balneario atlántico”, en Automovilismo N°332, mayo de 1947, p. s/n.
132 ANAHÍ BALLENT
Si por un lado el ACA proponía nuevos espacios al turismo, por otro cambia-
ba la modalidad de aproximación a los existentes. Esta propuesta se observa en la
forma en que la asociación recreaba la relación con una región tradicionalmente
vinculada al turismo de invierno, como era la constituida por las provincias del
Norte, en la medida en que, a lo largo de la década, el estado de los caminos
mejoraba, como se observó en puntos anteriores:
Fuera del verano, se hacen excursiones al Norte en forma de excursiones por ferrocarriles,
ya sean individuales o colectivas, generalmente organizadas por sociedades comerciales, que
forman caravanas de turistas [...] Esta clase de excursiones no son precisamente las más
indicadas para hacer turismo propiamente dicho; son excursiones regimentadas y a horarios
fijos, sin esa libertad de recorrer, estar o descansar cómodamente y que no permite al turista
observar con detenimiento, y por ende, tener una mejor impresión de todo aquello que está a
su alrededor. El turismo al Norte debe ser individual y en automóvil.66
La promoción del turismo efectuada por el ACA fue muy amplia: dentro de
ella, pueden destacarse el relevamiento de caminos, la información a los asocia-
dos, la confección de cartas de turismo y guías de hoteles, hasta producir, en 1943,
el plano caminero completo, a nivel nacional.67 El ACA fue también exitoso en la
incorporación de temas y figuras al aparato estatal en relación con el turismo, ya
que el presidente de la asociación (Camilo Idoate) fue nombrado también director
de la Dirección Nacional de Turismo, poco después de su creación, en 1938.68
Entre la incorporación del ACA al directorio de la DNV y su llegada al organismo
de Turismo, medió la firma de un convenio entre la asociación e YPF que ocuparía
un rol central en la construcción de una imagen para las rutas argentinas: las de las
estaciones de servicio ACA-YPF.
66 “El turismo a las provincias del Norte”, en Automovilismo N°208, marzo 1937, p. s/n.
67 Los relevamientos sobre estados de caminos eran realizados por el ACA desde la década del veinte. A
lo largo de la década de 1930, fue perfeccionado las cartas de turismo, sobre todo a partir de 1938. En 1940
publicaba cuatro, referidas a distintas regiones. En 1940 publicó su guía de hoteles (“Tres cartas de turismo
y otras publicaciones afines ha editado el ACA”; “El ACA publica su primera guía de hoteles”, en Automo-
vilismo N°242, febrero de 1940, p. s/n.). A fines de 1943 comenzó a distribuir su plano caminero nacional (“Del
esquema mimeografiado del camino al gran plano vial de la Argentina”, en Automovilismo N°276, enero de
1943, p. s/n.). Poco después organizó concursos para mejorar las condiciones de hospedaje (“Concurso para
mejoramiento de los hospedajes”, en Automovilismo N°279, abril de 1943, p. s/n.).
68 “El general Camilo Idoarte, presidente del ACA fue designado Director de la Dirección Nacional de
retribución por este “privilegio de exclusividad”, la empresa otorgaba al ACA una bonificación ex-
traordinaria por la nafta vendida, que debía destinarse a la construcción de estaciones de servicio u
otro tipo de instalaciones afines; Benjamín Villafañe, YPF y el ACA. Su significación en la economía
del país, folleto, s/f, c. 1942. No todos los observadores del período acordaban con esta presentación
del vínculo. En 1942 el director del períodico Basta! realizó una presentación ante la justicia solicitan-
do una investigación sobre las relaciones contractuales YPF-ACA, considerándolas de incurrir en
prácticas monopólicas, de dumping y competencia desleal con otros intermediarios de la comerciali-
zación de hidrocarburos. El tema también fue discutido en el Congreso y generó una amplia polémica,
aunque finalmente, a fines de 1943, la justica desestimó la presentación; en Automovilismo N°275,
diciembre 1942, 276, enero 1943, p. s/n.
70 “Entra en su fase definitiva el Plan ACA-YPF”, en Automovilismo N°212, julio 1937, p. s/n.
Sobre la relación ACA - YPF y su arquitectura, ver: Adrián Gorelik, “La arquitectura de YPF: 1934-
1943. Notas para la interpretación de las relaciones entre Estado, modernidad e identidad en la
arquitectura argentina de los años treinta”, en Anales del Instituto de Arte Americano N°25, Bue-
nos Aires, 1987, pp. 97-106. Su ubicación dentro de un contexto más amplio: Anahi Ballent y Adrián
Gorelik, “País urbano o país rural: la modernización territorial y su crisis”, Alejandro Cattaruzza
(director de tomo), Crisis económica, avance del estado e incertidumbre política, tomo VII de la
Nueva Historia Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2001, pp. 143-200.
134 ANAHÍ BALLENT
No es aventurado decir que en los últimos treinta años lo único grande que se ha hecho y se
sigue haciendo por el progreso material del pueblo argentino es la obra de YPF, la de la
DNV, y la del ACA. Podría agregarse también la de Parques Nacionales [...]. En todas
71 “Desenvolvimiento del Plan ACA-YPF al 31-12-43”, en Automovilismo N°291, abril 1944 p. s/n.
72 “El Gral. Farrell se refiere a la trascendencia del Plan de telecomunicaiones y pistas de aterrizaje”,
en Automovilismo N° 292, mayo de 1944, p. 10; “Estafetas postales funcionarán en las estaciones del
ACA”, en Automovilismo N° 298, noviembre de 1944, p. 30.
73 Automovilismo N° 291, abril 1944, p. 49.
KILÓMETRO CERO: LA CONSTRUCCIÓN DEL UNIVERSO SIMBÓLICO... 135
estas reparticiones se alienta un amor de patria, que nace de la convicción que experi-
menta hasta el último empleado de que se encuentra al servicio de una obra grande en
bien de la colectividad.74
Como se observa en la cita, en los años cuarenta puede verse ya claramente defi-
nida y articulada una trama de instituciones estatales y privadas lideradas por el esta-
do, centradas en el vínculo entre automóvil y camino y sólidamente asociada a la
perspectiva de integración nacional en el plano simbólico.
Este trabajo ha tratado de reflexionar sobre las complejas relaciones entre esta-
do y sociedad que construyeron esa trama en los años treinta, la forma en que el
estado llegó a liderarla y las representaciones sociales que ella generó. Para ello, el
análisis partió de la década anterior, observando el avance del transporte automotor y
la aparición de demandas a favor de la construcción de una red vial como procesos
que crecían en la primera posguerra, momento en el cual la presión del conjunto de
asociaciones y empresas que hemos considerado como una “coalición carretera” en-
contró respuesta en ciertas iniciativas estatales, aunque ellas no llegaron a materiali-
zarse de manera inmediata. En tal sentido, el trabajo destaca que la necesidad guber-
namental de responder a la crisis desatada en 1929 jugó un rol central, ya que llevó a
que el estado asumiera un rol activo en la materia. En efecto, la ley de vialidad de
1932 y la creación de la DNV formaron parte del incremento de la intervención esta-
tal registrado como respuesta a la crisis, en tanto la red caminera era entendida sobre
todo como un medio de abaratar los costos de la producción agrícola.
Sin embargo, a través del análisis de la forma en que la obra de la DNV era pre-
sentada y de los distintos usos que registraba su desarrollo, el trabajo ha tratado de
mostrar que la acción sobre el territorio nacional no era entendida en términos ex-
clusivamente productivos, sino que también era explotada en tanto escenario de emo-
ciones y pasiones colectivas. Así, el automovilismo y la expansión del turismo cons-
tituyeron temas forjadores de imágenes sustentadas en una promesa de integración
nacional basada en la red caminera. Tal promesa encontraría finalmente una imagen
arquitectónica en el Plan de estaciones de servicio ACA-YPF. Como se observa en la
cita que inicia este punto, dicho plan, producto directo de la trama entre estado y
sociedad tejida alrededor del automóvil y del camino, puede ser entendida como cul-
minación de una serie de procesos y como condensación de sus representaciones.
El anhelo y la promesa de integración del territorio nacional que la red cami-
nera y su equipamiento inspiraban no eran elementos nuevos, aunque sí lo eran las
técnicas y modalidades con que tales expectativas eran sostenidas en la década de
1930. En tal sentido, la combinación de preocupaciones tradicionales de la con-
formación del país y elementos modernizadores (automóvil, tecnología, nueva
arquitectura, turismo, deporte, etc.) puede considerarse una clave de lectura de la
RESUMEN
ABSTRACT
The article focuses on the creation and the initial works of the National Agency
for Roads within the Ministry of Public Works in order to examine several aspects of
the social process of construction of representations of the road and highway system
in the 1930s. In the first place, the article analyzes the agents –aboye all the State and
the non government public organizations– and the public polices which intervened in
it. Second, it examines the territorial dimension of those representations, taking as
its center the relationship between the automobile, the road, and the national territory.
Key words: architectural history - history of the territory - highway and road
system - autornobile culture
KILÓMETRO CERO: LA CONSTRUCCIÓN DEL UNIVERSO SIMBÓLICO... 139
CATOLICISMO Y PERONISMO:
DEBATES, PROBLEMAS, PREGUNTAS
MIRANDA LIDA*
Han sido dos las preocupaciones que han predominado en la historiografía re-
ligiosa que comprende las décadas que preceden al arribo del peronismo; ellas han
marcado el rumbo de las diversas interpretaciones a las que dio lugar la relación
entre Perón y la Iglesia católica. En primer lugar, se cuenta la compleja y por mo-
mentos conflictiva relación que la Iglesia sostuvo con el Estado, donde se ha desta-
cado principalmente la preocupación por estudiar los debates en torno a las leyes
laicas de la década de 1880.1 En este contexto pudo advertirse el desarrollo de una
opinión católica sobre cuya debilidad todos parecían coincidir: la “batalla” de los
años ochenta concluyó en una derrota que, para algunos, sólo podía anunciar la
necesidad de estrechar filas a fin de preparar la “revancha”;2 para otros, permitía
en cambio entrever la tímida presencia de un discurso antiliberal que encontra-
ría más tarde su plena maduración.3 De cualquier forma, la Iglesia se presenta-
ba como una entidad bastante escuálida, más vinculada al pasado que al presen-
te, poco consolidada institucionalmente e incluso podía considerársela en re-
troceso, bajo el impulso de la secularización; el Estado en cambio hablaba un
lenguaje típicamente moderno y se hallaba en franco proceso de expansión. En
* Becaria posdoctoral Universidad Torcuato Di Tella - CONICET. Agradezco los comentarios y observa-
ciones de Luis Alberto Romero, Lila Caimari y Roberto Di Stefano.
1 Néstor Tomás Auza, Católicos y liberales en la generación del ochenta, Buenos Aires, 1981; Carlos
Floria, “El clima ideológico de la querella escolar”, en Gustavo Ferrari y Ezequiel Gallo, La Argentina del
ochenta al Centenario, Buenos Aires, 1980, pp. 851-869.
2 Cayetano Bruno, La década laicista en la Argentina (1880-1890). Centenario de la ley 1420,
formación del mito nacional argentino, 1880-1910”, en Marcello Carmagnani (ed.), Constitucionalismo y
orden liberal (1850-1920), Torino, 2000.
140 MIRANDA LIDA
segundo lugar, cobró relevancia para los historiadores el modo en el cual la Igle-
sia católica, aún con grandes contratiempos dada su ingénita debilidad institucio-
nal, hizo frente al desarrollo de la cuestión social, desde la formación de los
Círculos de Obreros hasta la creación de la UPCA; esta preocupación abrió un
abanico de problemas donde se destaca particularmente la relación entre la Igle-
sia y la sociedad, relación que se teje a través de las múltiples asociaciones de
laicos que se involucraron en dar respuesta a la cuestión social.4 En este contex-
to, la relación con el Estado no mereció particular atención; tal es así que el
conflicto que involucró la designación de De Andrea para el arzobispado de Bue-
nos Aires en 1923 ha permanecido prácticamente sin ser estudiado. 5 Pero a me-
dida que nos adentremos en el período de entreguerras la cuestión social comen-
zará a perder relevancia en la historiografía religiosa, no sólo porque la Iglesia,
en abierto contraste con la debilidad heredada, se sumergió en un proceso de
consolidación institucional que sin duda tenía otras prioridades; sino también
porque el Estado comenzó a ganar terreno ante la cuestión social, entre otras, y
terminaría, en los años peronistas, por quitarle a la Iglesia lo que aún conservara
de protagonismo. Para cuando arribemos a los años peronistas, pues, la historio-
grafía religiosa tendrá que lidiar nuevamente con el Estado, presencia que Auza
sin embargo había podido casi pasar por alto en sus estudios sobre el catolicismo
social de las primeras décadas del siglo XX. Y tendrá que aceptar, quiera o no, la
presencia de una Iglesia institucionalmente consolidada y robustecida. En este
contexto se inscribe el amplio espectro de interpretaciones que se han desarro-
llado en torno a la relación entre el catolicismo y el peronismo, a cuya revisión y
discusión dedicaremos las siguientes páginas.
No existe otro período de la historia de la Iglesia argentina que en los últimos
años haya concitado tanta atención por parte de los historiadores como el conflic-
to desatado con el gobierno de Perón a partir de 1954, y es por ello que este tópico
concentra la más amplia variedad de interpretaciones. Entre ellas, y en pocas pala-
bras: hay quien ha investigado el tema porque veía en el peronismo la más clara
expresión de una tradición regalista, de profundas raíces en la historia política ar-
gentina, que no podía sino conducir al más desembozado conflicto con la Iglesia
dado que aspiraba a someter bajo su órbita a la propia jerarquía eclesiástica;6 por
otro lado, se ha estudiado el modo en que la Iglesia contribuyó a forjar un mito de la
“nación católica” que sirvió de argamasa ideológica capaz de sellar su aproximación
4 Néstor Tomás Auza, Aciertos y fracasos del catolicismo argentino, Buenos Aires, 1987; del mismo
autor, Corrientes sociales del catolicismo argentino, Buenos Aires, 1984 y Los católicos sociales. Su
experiencia política y social, Buenos Aires, 1984.
5 Sólo mereció la atención de una muy documentada tesis de licenciatura: José Luis Kaufmann,
Beligerancia del gobierno nacional con motivo de la provisión del arzobispado de Buenos Aires
(1923-1926), UCA, 1993.
6 Roberto Bosca, La Iglesia nacional peronista. Factor religioso y factor político, Buenos Aires, 1997.
CATOLICISAMO Y PERONISMO: DEBATES, PROBLEMAS, PREGUNTAS 141
7 Loris Zanatta, Perón y el mito de la nación católica. Iglesia y Ejército en los orígenes del
peronismo 1943-1946, Buenos Aires, 1999; y del mismo autor, “La reforma faltante. Perón, la Igle-
sia y la Santa Sede en la reforma constitucional de 1949”, Boletín del Instituto de Historia Argen-
tina y Americana Dr. Emilio Ravignani, Nº20 (1999), pp. 111-130. También, Roberto Di Stefano y
Loris Zanatta, Historia de la Iglesia argentina. Desde la conquista hasta fines del siglo XX,
Buenos Aires, 2000, tercera parte.
8 Mariano Plotkin, Mañana es San Perón. Propaganda, rituales políticos y educación en el régi-
Buenos Aires, 2001; de la misma autora: “La conformación de la Iglesia católica como actor político-
social: el episcopado argentino 1930-1960”, en S. Bianchi y M. E. Spinelli, Actores, proyectos e
ideas en la Argentina contemporánea, Tandil, 1997, pp. 17-48; “La conformación de la Iglesia
católica como actor político-social. Los laicos en la institución eclesiástica: las asociaciones de
élites (1930-1960), Anuario IEHS, 17 (2002), pp. 143-161, y “La construcción de la Iglesia Católica
argentina como actor político y social, 1930-1960”, ponencia, coloquio Católicos en el siglo: cultu-
ra y política, Universidad Nacional de Quilmes, 27 y 28 de mayo de 2004.
10 Lila Caimari, Perón y la Iglesia católica. Religión, Estado y sociedad en la Argentina 1943-1955,
Buenos Aires, 1994; y de la misma autora, “El peronismo y la Iglesia católica”, en Nueva Historia
Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2002, vol. 8, pp. 443-479.
142 MIRANDA LIDA
conflicto con el peronismo podrá, según Bosca, encontrar sus raíces en el propio
Constantino: no es azaroso el “excursus histórico” con que el autor nos introduce en
su libro. Semejante reafirmación de una concepción más próxima al primer Concilio
Vaticano que al segundo hace que en el libro de Bosca el peronismo se confunda con
cualquier eclesiología que haya disputado la autoridad de Roma en la Iglesia univer-
sal; no es casual que el autor insista en subrayar que el peronismo “prefiguraría” la
teología de la liberación. En este sentido Bosca señala que Perón aspiraba a que la
Iglesia católica recuperara sus más puras raíces evangélicas, al igual que lo han hecho
tantos otros movimientos reformistas a lo largo de la historia de la Iglesia, pero este
tipo de argumentos poco nos explica en definitiva acerca del peronismo, y menos
todavía acerca de las particulares relaciones que éste sostuvo con la Iglesia. Claro
está que desde su concepción no hay necesidad de explicar demasiado, en verdad,
dado que la Iglesia sólo puede ser concebida como una entidad siempre igual a sí
misma. Y ni siquiera el peronismo es sometido a una interpretación de naturaleza
histórica: si el peronismo se convirtió en una religión política que construía sus pro-
pios rituales –argumento que el autor retoma a su modo de Plotkin– ello es explica-
do por Bosca por su naturaleza eminentemente cesarista, sin ninguna otra considera-
ción acerca de la historia de la consolidación del régimen y su lucha por conquistar
crecientes dosis de poder. La explicación, entonces, del conflicto desencadenado
entre Perón y la Iglesia es tan universal y ahistórica como las premisas de las que
parte el autor: en definitiva, ha sido producto de la sempiterna vocación de los pode-
res seculares por invadir la esfera de los asuntos eclesiásticos, al riesgo de provocar
un cisma. Así, para Bosca la confrontación entre la Iglesia y el peronismo era inexo-
rable, y si la Iglesia no tuvo una actitud hostil en los primeros años de Perón ello se
debería a una siempre ahistórica –y escasamente explicativa– apelación a la caridad
cristiana que le impediría adoptar tal actitud, aún en la adversidad.
A diferencia de Bosca, bien distinta es la interpretación de Loris Zanatta, que se
halla lejos de renegar del Concilio Vaticano II. El autor nos presenta una Iglesia dis-
puesta a llevar adelante, a toda costa y prácticamente sin medir las consecuencias, un
proceso de recristianización de una sociedad moderna que ha ingresado en un franco
proceso de secularización que Zanatta da por descontado; cuenta para ello con el
respaldo de la Santa Sede, dado que a lo largo del siglo XIX la Iglesia argentina habría
entrado, más tarde o más temprano, en un vasto proceso de romanización: no casual-
mente es éste un objeto de discusión por lo demás frecuente en la historiografía
posconciliar. El argumento de Zanatta y su interpretación acerca de la relación entre
la Iglesia y el peronismo se deduce de estas premisas. Con una clara actitud revanchista,
a fin de revertir las consecuencias del proceso de secularización que trajo consigo la
modernidad, la Iglesia estuvo desde la década de 1930 dispuesta a todo, y buena prue-
ba de ello es que haya adoptado una “vía militar hacia la cristiandad”, según nos ha
revelado Zanatta en sus trabajos. Pero en 1943, cuando todo parecía indicar que la
meta había sido exitosamente alcanzada, esta vía habrá de revelarse crecientemente
CATOLICISAMO Y PERONISMO: DEBATES, PROBLEMAS, PREGUNTAS 143
problemática dado que colocará en jaque la propia autonomía de la Iglesia, cada vez
más incapaz de guardar distancia con respecto al orden político. Si este problema
fue apenas advertido a la hora en que Perón asumía el gobierno, a medida que el
peronismo se consolide en el poder la balanza habrá de desequilibrarse en detri-
mento de la Iglesia. Tal es así que la reforma constitucional de 1949 constituyó
según Zanatta un punto de inflexión en esta historia dado que mantuvo intacto, con-
tra las expectativas de la Santa Sede, el siempre polémico sistema de patronato. Así
comenzó a manifestarse un fuerte deterioro en las relaciones con el papado que
habría sido difícil de imaginar en 1934, y que según Zanatta contribuyó decidida-
mente a erosionar las relaciones entre Perón y la Iglesia católica. La reforma de
1949 puso en marcha, pues, una bomba de tiempo. No puede negarse que la inter-
pretación de Zanatta se desprende a todas luces de sus premisas: la importancia que
el autor le atribuye a aquella reforma constitucional, a la que considera un hito que
señala un antes y un después, es un producto del papel clave que la romanización
juega en su argumento. No casualmente, son tres los principales actores que Zanatta
tiene en cuenta en su análisis: la Santa Sede, la Iglesia argentina y el Estado.
Pero bien podemos preguntarnos si la harto reiterada tesis de la romanización
no encubre más de lo que explica. Veamos algunos ejemplos: mucho se ha insis-
tido en la importancia que el Congreso Eucarístico Internacional de 1934 tuvo
para la historia de la Iglesia dado que entre otras cosas lo trajo a Pacelli a la
Argentina fortaleciendo de este modo los vínculos con el Vaticano; pero se ha
pasado por alto que fueron laicos los que se ocuparon de organizar aquel Congre-
so; fue especialmente una destacada dama católica –Adelia Harilaos de Olmos–
la que más contribuyó a preparar la recepción del futuro Pío XII, en una propor-
ción todavía mayor que la del propio presidente Justo, esfuerzo que le fue retri-
buido con creces por la Santa Sede dado que le concedió un título pontificio de
nobleza, por entonces prestigioso. No era simplemente la relación entre el Esta-
do argentino y la Santa Sede lo que estaba en juego en aquella ocasión; el presti-
gio que los laicos de familias distinguidas esperaban ganar para sí con tales obras
no es menos significativo, pero no puede ser explicado mediante la tesis de la
romanización. Una segunda consideración: siquiera la radicalización del discur-
so católico en la década del 30 –del cual es buena prueba la construcción del mito
de la nación católica que Zanatta nos presentó de manera tan convincente– puede
explicarse por la simple obra de la romanización, que habría contribuido a acentuar
el sesgo revanchista de la Iglesia. ¿No ocurrió más bien que el discurso revanchista
adquirió creciente significación para la sociedad porque ésta se hallaba inmersa
en un profundo proceso de transformación? En 1919 fueron pocos los que se toma-
ron seriamente la advertencia formulada por De Andrea de que los bárbaros se halla-
ban a las puertas de Roma; hacia fines de la década del 30, en cambio, se desarrolló un
vasto proceso de polarización de la sociedad que fue importante caldo de cultivo para
que calara hondo una fórmula como “Dios o Lenin”, desde hacía tiempo difundida.
144 MIRANDA LIDA
La sociedad fue polarizándose de tal modo que el discurso católico cobraría pleno senti-
do para ella, y así, en 1943 ya no se podía ser indiferente ante el catolicismo: o se estaba
a favor o se estaba en contra. No es pues de extrañar que en el propio Perón se sintieran
los ecos del discurso católico; no obstante, no debe interpretarse que Perón buscara
congraciarse con la Santa Sede: quizás sólo buscara congraciarse con sus eventuales
interlocutores. En fin, cabe preguntarse si la tesis de la romanización no se convierte
en una explicación que corre el peligro de sobredimensionar el papel desempeñado por
la Santa Sede, a riesgo de perder de vista las transformaciones sociales y el sentido que
el discurso –sea político, sea católico– adquiere en un determinado contexto.
Por un camino diferente incursiona Mariano Plotkin a la hora de indagar algunos
de estos problemas, si bien debemos comenzar por señalar que no ha sido su propó-
sito elaborar una interpretación acerca de las relaciones entre la Iglesia católica y el
peronismo. Lejos de ello, Plotkin se propuso estudiar los diversos rituales que die-
ron forma al “imaginario político peronista” –inspirado en buena medida en la obra
de Mona Ozouf–, prestando particular atención a las transformaciones sufridas por la
relación entre el Estado y la sociedad en los años de Perón. Síntoma de estas trans-
formaciones fue la multiplicación de las tareas que se arrogó el Estado, ocupando
todos los espacios de la vida social: en este sentido Plotkin señala que Perón tenía
una concepción totalitaria de la política; y sobre la base de esta concepción, Perón
terminaría por calificar de enemigos a todos aquellos de los que podía dudar acerca
de su lealtad. En este contexto, la construcción de un imaginario político peronista –
que en especial habrá de verificarse en la politización de la escuela, en los diversos
rituales políticos y en las organizaciones de las mujeres y de la juventud– se tornaría
crecientemente excluyente, al precio de restarle legitimidad a cualquier otro sistema
simbólico que apelara a valores que ante todo no expresaran abiertamente la lealtad al
régimen. En este último caso quedaría comprendido, claro está, el catolicismo. Se-
gún Plotkin, Perón había podido presentarse en 1946 como el “candidato católico”;
no obstante más tarde la doctrina peronista reemplazaría a la católica provocando un
cortocircuito entre ambas. De este modo, y dado que Plotkin considera al peronismo
como una “religión política” que puso en marcha diversos mecanismos para sacrali-
zar el poder, su estudio termina por ofrecer, aunque el autor no se lo haya propuesto
explícitamente, una interpretación acerca de las relaciones crecientemente conflic-
tivas entre el peronismo y la Iglesia católica; así el autor concluye que la construc-
ción de una religión política peronista, convertida en un sucedáneo del catolicismo,
no podía sino desembocar en una fuerte tensión entre la Iglesia católica y el peronis-
mo. Es éste el punto en el cual el argumento de Plotkin resulta menos convincente: la
peronización del discurso político y la formación y consolidación de un hermético
imaginario político peronista, con sus consabidos rituales, ¿bastan para explicar por
qué la Iglesia Católica pasó a quedar crecientemente identificada a partir de 1954
con el antiperonismo, que es el nudo de la cuestión? ¿Cuál es el camino que nos
conduce de la causa a la consecuencia?
CATOLICISAMO Y PERONISMO: DEBATES, PROBLEMAS, PREGUNTAS 145
Según Bianchi, por su parte, este camino es largo y está atravesado por una mul-
tiplicidad de tensiones y disputas que se manifestarán en diversos planos y se irán
acumulando unas sobre otras; en este sentido, Bianchi se halla lejos de suscribir la
idea de Zanatta de que es posible identificar un único punto de inflexión en la his-
toria de la relación entre Perón y la Iglesia católica. Origen de estas múltiples, y
por momentos casi imperceptibles, tensiones era según Bianchi el hecho de que
tanto la Iglesia, embarcada en su proyecto de recristianizar la sociedad, como el
peronismo, compartían el mismo afán por controlar bajo su órbita la totalidad de la
vida social: la enseñanza, la familia, la beneficencia, las diversas expresiones cul-
turales, las costumbres, las propias prácticas religiosas... en cualquier rubro que
consideremos los roces y las tensiones se multiplicarían por doquier. La Iglesia,
que aspiraba a transformar de raíz la sociedad en un sentido cristiano, contaba se-
gún Bianchi con firmes bases sobre las cuales sustentar tamaña aspiración dado
que había sido protagonista desde los años 30 de un fuerte proceso de
reordenamiento institucional impulsado por el arzobispo Copello, que la convirtió
en un actor social y político que ya no podrá ser pasado por alto. Una serie de
transformaciones permitió que la Iglesia se convirtiera en un actor de importantes
proporciones: la consolidación del cuerpo episcopal de la Iglesia argentina que,
luego de la multiplicación de diócesis que se verificó en 1934, se vio súbitamente
ampliado y fortalecido; el propósito de constituir un cuerpo eclesiástico sólido y
sin fisuras, reduciendo el peso de los particularismos, en pos de fortalecer el “es-
píritu de cuerpo” de un actor que, según Bianchi, debe ser concebido –en los térmi-
nos de François-Xavier Guerra– bajo una forma antigua, premoderna; el
disciplinamiento de los laicos, y su sujeción a la autoridad, es otro problema que
opera en este mismo sentido: así, tanto los “Cursos de Cultura Católica” como la
revista Criterio se vieron coartados en su autonomía cuando la autoridad eclesiás-
tica sometió aquellas iniciativas al control estrecho de la jerarquía; el retorno a una
forma medieval de liturgia bajo la forma del canto gregoriano, que habría contri-
buido a resaltar la solidez y el carácter jerárquico de la Iglesia. En fin, según Bianchi,
la Iglesia se convirtió en un actor social y político compacto, ordenado bajo una
forma de gobierno que lindaría cada vez más con la monarquía, una vez que el poder
quedó depositado en las férreas manos de Copello. Una vez así constituida, es com-
prensible que la Iglesia se hallara poco dispuesta a hacer concesiones de ningún tipo.
Entre una Iglesia que gozaba de un renovado espíritu de cuerpo, y que era capaz de
elaborar un proyecto destinado a cristianizar la sociedad con el cual pretendía transfor-
marla de raíz, y un Estado cada vez más controlado bajo la férula de Perón, la relación
no podía de ningún modo ser amable; el desenlace final no es difícil de imaginar.
Pero, ¿cuán antiguo puede ser un actor que no vacila en elaborar un proyecto
para transformar de raíz una sociedad, sea en el sentido que sea? Los actores de
tipo antiguo tienden más bien a respetar los usos consuetudinarios y las costum-
bres inmemoriales, en los que hallan la fuente de su legitimidad; son los actores
146 MIRANDA LIDA
modernos los que pretenden barrer con esos hábitos, a los que consideran vetustos, o
incluso degradados por el propio uso. ¿Era de por sí antiguo el proyecto de
recristianizar la sociedad, una sociedad moderna y secularizada que no podía sino
hallarse en sus antípodas? No necesariamente. Para el caso no importaba cuánto hu-
biera avanzado la sociedad en su marcha hacia la secularización, pero era necesario
hacer como si se tratara de un hecho consumado para que aquel proyecto tuviera
sentido, y proceder entonces a barrer con el pasado; lo sorprendente del caso es que
este gesto de negar el pasado es bien propio de todo revolucionario moderno... En
fin, el proyecto de cristianizar la sociedad era el fruto de una actitud moderna, aunque
esta última estuviera formulada en un lenguaje arcaico. ¿Era a su vez antigua la forma
de gobierno sobre la que se vio calcada la Iglesia en los años de Copello? Un poder
unipersonal casi “monárquico” puede tener como contracara, si se quiere paradójica,
una sociedad democrática e igualitaria, en la cual se tornan difusas las distinciones
que la atraviesan. En este contexto cabe preguntarse si la Iglesia, con Copello a la
cabeza, no demostró acaso una fuerza democrática sin precedentes para integrar a las
masas: no fueron los fieles adscriptos a cada parroquia y a cada congregación, sino
las grandes masas católicas, homogéneas e indiferenciadas, las que le dieron su
tono al Congreso Eucarístico de 1934. ¿Puede decirse que esto fuera antiguo? Asi-
mismo, no hay paradójicamente nada más “moderno” e igualitario que el uso que se
le quería dar al canto gregoriano en el siglo XX: en él todas las voces se confundían
en la masa sin ninguna de ellas destacarse plenamente; de allí que haya sido consi-
derado desde temprano como el género de liturgia más apropiado para una Iglesia
donde ningún laico debía ocupar el centro de la escena: sólo la masa casi anónima
de fieles que al unísono lleva adelante los cánticos. Si tenemos en cuenta que este
tipo de prácticas, bien propias de una Iglesia de masas, se repetía en cada procesión
y en cada peregrinación en el espacio público, ¿no era éste un excelente ámbito de
aprendizaje para forjar una cultura política a todas luces moderna? Más que en
cualquier otra parte, allí se aprendía a salir a la calle, a marchar y cantar al unísono.
Cabe preguntarse si Perón, acaso, no tenía mucho que envidiarle a la Iglesia, o
incluso que aprender de ella. ¿Qué tan extraño, o incluso antitético, era el peronis-
mo con respecto al catolicismo? ¿No hablaban acaso un mismo lenguaje de masas?
Y si la relación entre ambos presenta tantas aristas complejas, ¿cómo se explican
entonces los virulentos conflictos de 1954-55?
A esclarecer este problema contribuyó Lila Caimari, cuyo trabajo se propone
explicar cómo fue que la construcción de una identidad política antiperonista re-
sultó inseparable del catolicismo en el último trecho del gobierno de Perón, con-
virtiéndose la Iglesia de este modo en el blanco hacia el cual Perón dirigiría sin
ningún prurito todos sus dardos. Según la autora, las raíces de este proceso no se
encuentran más que en la agudización del conflicto político desencadenado en los
últimos años de Perón, y en este sentido Caimari descarta cualquier explicación
que pretenda identificar las causas del conflicto entre el peronismo y la Iglesia
CATOLICISAMO Y PERONISMO: DEBATES, PROBLEMAS, PREGUNTAS 147
ocurrió con el discurso católico, que cobró importancia por la relación que tenía
con el discurso político. Que la jerarquía eclesiástica y el Estado se hayan convertido
en los casi exclusivos protagonistas de la historia de la Iglesia que se ha escrito para
el período peronista no es un dato menor: el Estado se manifestaba como una reali-
dad tan fuerte e inobjetable, que la Iglesia por la cual cabía preguntarse parecía cons-
truida a su imagen y semejanza. De este modo, Perón, Copello y sus respectivos
séquitos, pasaron a ser los protagonistas de aquellas interpretaciones; sin embargo
salta a la vista que ni el arzobispo Espinosa ni el Estado lo eran en la historia de la
Iglesia que reconstruyó Auza para las primeras décadas del siglo XX. Se pone énfasis
así en la existencia de una discontinuidad radical en la historia de la Iglesia, y esta
discontinuidad entre la Iglesia de las primeras décadas del siglo y la que se construyó
en la década de 1930, suele ser presentada en la historiografía como una certeza tan
evidente que en gran medida no mereció una discusión ulterior. 11 ¿No será acaso
necesaria esta discusión? La propia trayectoria de Copello parece sugerirlo: su pasa-
je desde la muy pujante diócesis de La Plata, en las primeras décadas del siglo XX, a
la arquidiócesis porteña quizás no sea casual; la diócesis de La Plata, en la que se
hallaban emplazadas las estancias de los grandes terratenientes, vivió en las primeras
décadas del siglo un proceso de desarrollo institucional tanto o más impresionante
que el que tuvo décadas más tarde la arquidiócesis de Buenos Aires.12 ¿Qué tan débil
era la Iglesia que se hallaba a caballo del cambio de siglo? No se trata simplemente de
medir –¿con qué vara?– los éxitos o fracasos en el proceso de consolidación de la
Iglesia; tanto o más importante es considerar quién es el artífice de este proceso.
Cuando arribemos a los años 30, el papel del Estado estaba ya ingresando en una
profunda redefinición en relación con la sociedad, y ello habrá de redundar en el
modo en que se configura la Iglesia: el Estado tenía herramientas con qué hacerlo,
dado que podía intentar modificar mediante leyes las jurisdicciones eclesiásticas, así
como también incrementar las partidas del presupuesto destinadas al culto. Para avan-
zar sobre la sociedad, el Estado necesitaba transformar una Iglesia que tenía lazos a
veces más estrechos, a veces más débiles, pero siempre múltiples, con la sociedad.
En fin, a pesar de los importantes esfuerzos que se han hecho en los últi-
mos años, la historia de la Iglesia en el período peronista todavía permanece
abierta: no sólo al debate historiográfico –que exigirá por parte del historiador
el compromiso de no transformarlo en un debate teológico o ideológico–, sino
también a su reinterpretación.
11 El único trabajo que sugirió la necesidad de indagar las transformaciones en el largo plazo en la
historia de la Iglesia desde fines del siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX es el de Luis Alberto
Romero, “Una nación católica 1880-1946”, en Carlos Altamirano (ed.), La Argentina en el siglo XX,
Buenos Aires, 1999, pp. 308-313.
12 Un cuadro de situación de las transformaciones sufridas por la diócesis de La Plata puede verse en
la compilación de documentos extraídos del Boletín Eclesiástico de la diócesis de La Plata, que elaboró
José Luis Kaufmann, Dos nombres para una historia (1898-1921), Arzobispado de La Plata, 2001.
CATOLICISAMO Y PERONISMO: DEBATES, PROBLEMAS, PREGUNTAS 149
RESEÑAS
alteridad cultural. Si bien por las fuentes elegidas (y disponibles) tal reconoci-
miento se produce en una sola dirección, el análisis de Di Liscia resulta un
aporte revelador y novedoso. Así, si por un lado el otro cultural es menospre-
ciado por bárbaro e ignorante y relegadas sus prácticas médicas al terreno de la
pura magia, en otro plano, queda al descubierto una valoración selectiva de los
saberes subalternos y, sobre todo, una apropiación de los mismos por parte de
quienes dicen detentar la “verdadera” ciencia. Como sostiene la autora, es a
través de los informantes indígenas que los jesuitas aprenden las cualidades
curativas de ciertas plantas (no obstante insistan en la “falsa ciencia” ) y es la
valoración positiva de los saberes médicos, de la higiene y de determinadas
terapias la que sustenta las posturas integracionistas (finalmente derrotadas en
la segunda mitad del siglo XIX) así como la admiración no velada de algunos
viajeros por las sociedades indígenas de la pampa.
Si en los primeros tres capítulos el “otro” es el indígena, en los cinco si-
guientes la atención se concentra en los multiformes sectores populares, en cuya
composición pesa cada vez más la diferenciación entre nativos y extranjeros.
Unos y otros son sujetos que se transforman históricamente, así como también
va cambiando la sensibilidad de quienes los juzgan. Di Liscia registra en su libro
algunas de esas transformaciones, tan apegadas a la suerte y el lugar de aquellos
“otros” en la sociedad colonial primero y en la Argentina independiente después.
Es así que entre los capítulos II y III el lector puede recorrer un camino en que
las prácticas médicas indígenas despiertan cuanto menos curiosidad, otro sende-
ro paralelo en que desde el estado provincial se propone la variolización como
arma de control político de algunas tribus, para llegar a una nueva imagen de las
sociedades indígenas y de su patrimonio cultural en general: la de un cuerpo sus-
ceptible de ser estudiado (como lo entienden los positivistas y sus sucesores del
siglo XX) o a lo sumo tratado como un “alma para salvar” (tal el objeto funda-
mental de los misioneros destacados en los lazaretos indígenas”). En cualquier
caso, del flagelo que implican ciertas enfermedades mortales –la autora desarro-
lla el caso de la viruela y las explicaciones que fueron dadas acerca de la morta-
lidad diferencial de los indios– termina por responsabilizarse a las mismas vícti-
mas (por desalmadas, poco higiénicas, ignorantes, etc.). Que estas cambiantes
percepciones están atadas al papel que desempeñan las sociedades indígenas en
cada momento, bien lo destaca la autora. El libro se inicia en un momento en que
las sociedades indígenas están compitiendo por un territorio, atraviesa su derro-
ta militar (y su correlato en su conversión en “fósiles vivientes”) para concluirse
con su desaparición demográfica (o más bien estadística) y su reivindicación (par-
cial) por algunos sectores nacionalistas. Por cierto, tal reivindicación llega de-
masiado tarde: no se trata ya de sujetos reales sino de fantasmas.
Una vez “resuelta” la cuestión indígena después de la campaña al desierto de
1879, la otredad se traslada a los sectores populares, que en el siglo XIX reúnen
RESEÑAS 151
las puertas a la eugenesia como nueva ciencia que permitiría aprovechar la afluencia
de población extranjera y mejorar la “atrasada” demografía nativa y mestiza, la cual
era percibida como conducente a la disgregación nacional.
La solución científica frente al curanderismo dependió de diversos factores.
Por un lado del acceso a instituciones estatales que facilitaron la legitimación de
su autoridad y por su mayor capacidad para enfrentar problemas de salud social
como sucedió con las epidemias. La autora desarrolla con visión amplia el modo
en que tal autoridad se afirmó a principio del siglo XX, y cómo la eugenesia y el
higienismo brindaron nuevas posibilidades de actuación y de pedagogía social
frente a las “masas” incultas. Pero un indicio del buen juicio en este análisis
consiste en enfatizar que la tensión médico-curandero no debe verse como una
lucha corporativa sin cuartel, sino que implica la transformación de una mirada
culta sobre las prácticas populares, relacionada a su vez con la organización del
Estado y la función de los expertos dentro del tejido social.
Será entonces en el seno de estas tensiones, dinámicas y multiformes, en la
que se establecerá la polaridad médico-curandero en términos de modelo y
antimodelo, la cual servirá como plataforma para que avance la crítica de las “otras
medicinas” frente a las actitudes de mayor tolerancia. Y será este discurso el que
articulará la lógica que permitirá, finalmente, ver en la eliminación de las prácticas
indígenas y populares en términos del triunfo de la ciencia y la razón. Tal elimina-
ción encontrará como elemento privilegiado la condena legal del curanderismo, a
pesar de afectar la libertad individual de curar y de no siempre contar con el apoyo
de la prensa (la cual por otra parte nunca abandonó el lucro proveniente de publicitar
los métodos y promesas terapéuticas más diversas). Tal sanción obliga a abandonar
el terreno epistemológico y pasar al ético-político, de lo “no científico” a lo “ile-
gal”. El destino del curandero, reconceptualizado como “débil mental” y “carente
de juicio”, será en definitiva ser recluido en una institución psiquiátrica.
Finalmente nos parece interesante destacar la propia posición de la autora que
le permite discurrir ordenadamente en el tratamiento de un tema, el cual que se
beneficia del hecho mismo de no evitar su complejidad: “Caciques indios, científi-
cos, políticos, clérigos, curanderos, médicos e intelectuales –por citar sólo algu-
nos agentes–, mantienen una lógica particular que les permite dar sentido a sus
percepciones y relaciones, a asumir determinadas estrategias, considerando las ac-
ciones del interlocutor y reinterpretando las bases sobre las que éstas se fundan. La
racionalidad de los otros coincide o se opone a la occidental, mientras que esa valora-
ción implica a la vez un reconocimiento de la propia lógica, de sus aciertos y errores,
y de las convergencias entre varios sistemas de ordenamiento corporal y espacial”.
JUDITH FARBERMAN
U. N. de Quilmes - CONICET
Fernando Tula Molina
U. N. de Quilmes - CONICET
154 RESEÑAS
En los últimos años, las investigaciones sobre el mundo eclesiástico han de-
jado de ser patrimonio casi exclusivo de la historiografía católica para consti-
tuirse en un campo de análisis renovado que despierta el interés de muchos histo-
riadores. Roberto Di Stefano es, sin dudas, uno de los responsables de esta reno-
vación y el libro aquí reseñado es una clara muestra de ello. Sus aportes
historiográficos, la rigurosidad académica con que son tratados los temas, la no-
vedosa información que proporciona –a partir de un amplísimo corpus documen-
tal– y las perspectivas metodológicas bajo las cuales aborda dicha información,
hacen de El púlpito y la plaza... un texto de referencia obligada para toda la
comunidad académica. Pero es preciso destacar también que se trata de un libro
que no habilita solamente a los especialistas; por la forma que adopta el relato y
por su estilo amable y directo invita a ser leído por un público mucho más amplio
que el constituido por los colegas de la disciplina.
Uno de los grandes méritos del texto de Di Stefano es ocupar un vacío,
que no debe pensarse en términos historiográficos –puesto que desde hace
dos décadas, tal como señala el autor en su introducción, la historiografía
argentina ha dado pasos importantes en la tarea de incorporar la dimensión
religiosa a sus planteos y de abordar a ésta como objeto– sino desde una pers-
pectiva diferente: la de proporcionar al lector una interpretación más
abarcadora sobre la cuestión eclesiástica, tanto por las dimensiones que in-
cluye como por la amplitud del período que aborda.
El objeto del libro es mostrar los cambios que se dieron en el catolicismo
rioplatense entre 1767, con la expulsión de los jesuitas, y 1835, cuando Rosas
asumió su segundo mandato con la suma del poder público. Que el recorte pase
por observar los cambios en el “catolicismo rioplatense” y no en la “Iglesia rio-
platense” no es un simple problema nominal, sino que se vincula a una de las
hipótesis centrales del libro: tal es el hecho de que “la Iglesia” no fue dada a luz
hasta después de la revolución y que el proceso de su constitución, entendida
como la construcción de una esfera diferente de la sociedad, va a ocupar gran
parte del siglo XIX. El punto de observación de todo este proceso constituye una
de las tantas originalidades del libro puesto que se desplaza desde la perspectiva
del centro (la Santa Sede) a la de la periferia, entendida ésta como la construc-
ción de la Iglesia local. En tal sentido, tal como afirma el autor, el texto aborda
los orígenes de la Iglesia Argentina.
Desde la definición misma del objeto, entonces, el autor está desplegando su
hipótesis central a la vez que se posiciona historiográficamente. En primer lugar,
para decir lo que no va a hacer: tratar a ese objeto como algo preconstituido y
externo a las tramas sociales, políticas, económicas, ideológicas y culturales de su
RESEÑAS 155
habitual hasta hace unos años. El hecho de tomar como unidad de análisis el perío-
do tardo colonial y las primeras décadas posrevolucionarias le permite ponderar
algo imposible de ser ponderado cuando la periodización se detiene en la revolu-
ción o toma a ésta como punto de partida. Así, pues, los conceptos de reforma y
revolución aparecen anudados en un continuum: si bien las reformas no produje-
ron la revolución, dejaron en disponibilidad un conjunto de nuevos lenguajes, y aun
cuando la revolución irrumpió como algo totalmente nuevo capitalizó en gran parte
el zócalo que dejaba por herencia la experiencia reformista.
Por esta razón, la segunda parte del libro, destinada a la década revoluciona-
ria, no está planteada en términos bipolares de ruptura o continuidad. La estrate-
gia que adopta el autor es observar los cambios ocurridos a partir de 1810 sin
poner en juego ninguna grilla clasificatoria. El análisis es, sin duda, muy sutil en
la medida en que aun reconociendo la profunda conmoción que la revolución pro-
dujo en toda la sociedad y en el clero en particular, gran parte de las estrategias
adoptadas por parte de ese clero se inscribieron en las huellas dejadas por las
reformas. Cabe subrayar, además, que el clero no es pensado aquí como un actor
que apoyó o combatió la revolución (como si se tratara de algo externo a la so-
ciedad), sino como un conjunto de hombres que vivieron las mismas alternativas
y contradicciones que el resto de los mortales y que midieron de igual manera las
alternativas que se les abrían o cerraban con ella.
Di Stefano analiza en la segunda parte del libro el papel jugado por el púlpito
y el confesionario en el proceso abierto en 1810. Adhesión a la causa o conspi-
ración contra ella fueron los móviles que llevaron a las nuevas autoridades a po-
ner su mira en estos dos espacios religiosos. La interpretación se desliza en este
punto hacia un aspecto crucial de la revolución: tal es la dimensión social de la
política y el carácter simbólico de los lenguajes. El lenguaje del cristianismo –
herramienta de transmisión, según el autor, de los nuevos valores revoluciona-
rios hacia sectores sociales que sólo podían comprender éstos en aquella clave–
es objeto de un refinado análisis por parte de Di Stefano.
El impacto revolucionario en el plano institucional es otro de los temas que
aborda el autor inscribiendo su objeto en los aportes que, en los últimos años, se
han realizado tanto en la historia política como en la historia económica y social.
Sólo basta decir que en el plano de la dimensión política, el análisis se centra en
los conflictos que generó la redefinición del sujeto de imputación soberana al po-
ner en discusión el problema del patronato y al producirse un fuerte desajuste entre
las viejas jurisdicciones eclesiásticas y las nuevas jurisdicciones políticas. En el
plano económico, estudia la crisis de las rentas y las contradicciones que implicó
para las imposiciones eclesiásticas una economía cada vez más volcada a las activida-
des pecuarias. Y en el plano social se detiene a estudiar las estrategias de elección
profesional y, dentro de ellas, la crisis de reclutamiento del clero. Aunque el autor
expone aquí varias explicaciones, vuelve a anudar el problema a la hipótesis central
RESEÑAS 157
capitalizó los lineamientos que en materia religiosa tendieron los Borbones, Ro-
sas supo capitalizar los lineamientos fundamentales de la reforma rivadaviana
pero, en este caso, en alianza con la Santa Sede. Una alianza que le resultaba
conveniente en esa coyuntura en la medida que le permitía desactivar el control
corporativo del clero sobre el gobierno de la diócesis, en manos, por otro lado,
del grupo identificado con el partido galicano con notorias simpatías unitarias.
Sin dudas, Rosas no podía medir las consecuencias que en el largo plazo tendría
la alternativa por él adoptada. Pero, de hecho, el golpe de timón que le dio a la
cuestión eclesiástica con su acercamiento a Roma significó, más allá de su opor-
tunismo político, la conformación de una institución eclesiástica como entidad
separada de la sociedad.
El epílogo, además, deja en evidencia la gran capacidad que posee el autor
para combinar elementos de muy diversa procedencia: ideas y lenguajes con cur-
sos de acción; principios que guían estas acciones y motivaciones coyunturales y
hasta oportunistas; contexto local con tendencias más universales... Di Stefano
une allí los fragmentos de una trama sumamente compleja y va despejando posi-
bles deslizamientos interpretativos. La política religiosa de Rivadavia emerge
entonces como un fenómeno menos novedoso que la operación efectuada por el
rosismo y la creación de una Iglesia más romana en la época de Rosas no signifi-
có una restauración del catolicismo colonial, sino todo lo contrario.
El púlpito y la plaza... resulta, pues, un libro muy compacto y agudo en sus
interpretaciones. El autor no se deja tentar, en ningún momento, por exponer pers-
pectivas lineales del proceso histórico en estudio ni por crear cadenas de equiva-
lencias que simplificarían en extremo el análisis. Por el contrario, prefiere dejar
abiertas ciertas preguntas y proporcionar un arco de alternativas que seguramen-
te serán retomadas en futuras investigaciones. El libro de Di Stefano invita en-
tonces a un recorrido por sus páginas en las que el lector descubrirá tanto o más
de lo que su título evoca.
MARCELA TERNAVASIO
(UNR)
El estudio de Ricardo Salvatore sobre las clases populares de Buenos Aires du-
rante el rosismo viene a ocupar un lugar significativo en la historiografía sobre ese
período que, recién en los últimos años, comienza a ser objeto de una revisión
158 RESEÑAS
capitalizó los lineamientos que en materia religiosa tendieron los Borbones, Ro-
sas supo capitalizar los lineamientos fundamentales de la reforma rivadaviana
pero, en este caso, en alianza con la Santa Sede. Una alianza que le resultaba
conveniente en esa coyuntura en la medida que le permitía desactivar el control
corporativo del clero sobre el gobierno de la diócesis, en manos, por otro lado,
del grupo identificado con el partido galicano con notorias simpatías unitarias.
Sin dudas, Rosas no podía medir las consecuencias que en el largo plazo tendría
la alternativa por él adoptada. Pero, de hecho, el golpe de timón que le dio a la
cuestión eclesiástica con su acercamiento a Roma significó, más allá de su opor-
tunismo político, la conformación de una institución eclesiástica como entidad
separada de la sociedad.
El epílogo, además, deja en evidencia la gran capacidad que posee el autor
para combinar elementos de muy diversa procedencia: ideas y lenguajes con cur-
sos de acción; principios que guían estas acciones y motivaciones coyunturales y
hasta oportunistas; contexto local con tendencias más universales... Di Stefano
une allí los fragmentos de una trama sumamente compleja y va despejando posi-
bles deslizamientos interpretativos. La política religiosa de Rivadavia emerge
entonces como un fenómeno menos novedoso que la operación efectuada por el
rosismo y la creación de una Iglesia más romana en la época de Rosas no signifi-
có una restauración del catolicismo colonial, sino todo lo contrario.
El púlpito y la plaza... resulta, pues, un libro muy compacto y agudo en sus
interpretaciones. El autor no se deja tentar, en ningún momento, por exponer pers-
pectivas lineales del proceso histórico en estudio ni por crear cadenas de equiva-
lencias que simplificarían en extremo el análisis. Por el contrario, prefiere dejar
abiertas ciertas preguntas y proporcionar un arco de alternativas que seguramen-
te serán retomadas en futuras investigaciones. El libro de Di Stefano invita en-
tonces a un recorrido por sus páginas en las que el lector descubrirá tanto o más
de lo que su título evoca.
MARCELA TERNAVASIO
(UNR)
El estudio de Ricardo Salvatore sobre las clases populares de Buenos Aires du-
rante el rosismo viene a ocupar un lugar significativo en la historiografía sobre ese
período que, recién en los últimos años, comienza a ser objeto de una revisión
RESEÑAS 159
subalternas). Para ello, el autor ha recurrido a una amplia variedad de fuentes pro-
ducidas por y durante el régimen rosista, entre las que se destacan las filiaciones y
clasificaciones de presos, soldados y milicianos, como ejemplo de narrativas en
las que las voces (utterances) de los subalternos se cuelan por entre los discursos
oficiales (oficial transcripts, en la terminología de Scott adoptada por Salvatore).
La presentación se despliega en doce capítulos que apuntan a cubrir cuatro
dimensiones que el autor considera fundamentales para la experiencia subalterna
de la era de Rosas, a saber: las del mercado, la ley, la vida militar y la política; las
que se encadenan en el devenir del texto en ese orden. En esas cuatro dimensiones,
la relación entre el Estado y los subalternos se estructura a partir de diferentes
combinaciones de coerción y consenso, o dominación y hegemonía –los dos pares
son utilizados como sinónimos en el texto–. En el continuum entre esos dos po-
los, la dimensión del mercado (tanto el de bienes como el de fuerza de trabajo) se
presenta como aquella en la que las relaciones de dominación, contra lo que pre-
tendía la visión tradicional, están menos presentes. En el extremo opuesto, en la
esfera de la vida militar, atravesada como está por su relación con las formas de
punición estatal, la coerción se ejerce más abiertamente.
La exposición, como dijimos, se abre con los capítulos correspondientes a la
experiencia de los subalternos en el mercado y las endebles tentativas del estado
de establecer su presencia en ese ámbito. La lógica de esa ubicación inicial se
advierte al notar la fuerza que adquiere la descripción de la autonomía relativa de
los sujetos en esa dimensión de la vida social (autonomía condensada en la idea de
subaltern’s agency), fuerza que subtiende la construcción de la noción de “libera-
lismo popular”. Esta se articula a partir de las reacciones de los subalternos frente
a los intentos estatales de regular el funcionamiento de los mercados. La propuesta
de un reglamento alternativo al propuesto por el gobierno, en el que los participan-
tes del abasto urbano defienden la libre concurrencia en el mercado, es la piedra de
toque de la formulación inicial. No obstante, aunque no siempre la categoría se
haga presente en el texto, ésta parece atravesar, de un modo u otro, todas las otras
instancias de experiencia subalterna de cara al que aparece como tímido Leviatán
de las pampas. Los mecanismos de evasión pergeñados por quienes pretenden es-
capar a la garra del estado provincial necesitado de reclutas, así como la
reelaboración “subalterna” del legado revolucionario, por tomar dos ejemplos sa-
lientes, parecen confluir en la construcción de esa nueva ideología popular.
La agency de los subalternos, aparece reforzada por su autopercepción en
tanto individuos, más que en tanto miembros de ningún colectivo. Este individua-
lismo que Salvatore halla en la esfera de las representaciones de los propios sub-
alternos (y que reforzaría la hipótesis de su ideario liberal), ofrece un potencial
disruptivo frente a la voluntad clasificadora (class-ifying) del Estado en su inten-
to de encuadramiento de esos sectores, a quienes pretende asimilar –por razones
operativas–, al concepto de “clase de peón de campo”.
RESEÑAS 161
posrosista (tema del último capítulo del libro), será capaz de “subalternizar” rápida-
mente a quienes, por su misma “agencia”, habían permitido el ascenso del propio
Rosas al poder en 1829.
Quizá la referencia a la era de Rosas como un bloque homogéneo dificulte la
posibilidad de dar respuesta a estas aparentes contradicciones. No sería justo, no
obstante, desconocer que, probablemente, las limitaciones impuestas por las fuen-
tes disponibles hayan jugado un papel importante en la construcción de esa apre-
ciación global. Vale aclarar que, allí donde pudo establecer una “serie” documental,
como en el análisis de la criminalidad rural, el autor desagregó períodos en los que
es posible apreciar cambios en la relación entre Estado y subalternos. Asimismo,
cuando fue posible a lo largo del resto del trabajo, estableció contrastes entre
momentos distintos de la historia de esa relación a partir del análisis cualitativo de
las fuentes. Por lo general, pese a todo, esos contrastes tienden a ser obliterados.
En suma, si la construcción de un “contrato” social y político impuesto por la
agenda (liberal) de los subalternos, resulta menos convincente que la innegable
capacidad de acción autónoma (agency) de los mismos, ello no autoriza a soslayar
una obra que realiza un aporte significativo a un campo historiográfico que no pue-
de sino enriquecerse con su publicación.
posrosista (tema del último capítulo del libro), será capaz de “subalternizar” rápida-
mente a quienes, por su misma “agencia”, habían permitido el ascenso del propio
Rosas al poder en 1829.
Quizá la referencia a la era de Rosas como un bloque homogéneo dificulte la
posibilidad de dar respuesta a estas aparentes contradicciones. No sería justo, no
obstante, desconocer que, probablemente, las limitaciones impuestas por las fuen-
tes disponibles hayan jugado un papel importante en la construcción de esa apre-
ciación global. Vale aclarar que, allí donde pudo establecer una “serie” documental,
como en el análisis de la criminalidad rural, el autor desagregó períodos en los que
es posible apreciar cambios en la relación entre Estado y subalternos. Asimismo,
cuando fue posible a lo largo del resto del trabajo, estableció contrastes entre
momentos distintos de la historia de esa relación a partir del análisis cualitativo de
las fuentes. Por lo general, pese a todo, esos contrastes tienden a ser obliterados.
En suma, si la construcción de un “contrato” social y político impuesto por la
agenda (liberal) de los subalternos, resulta menos convincente que la innegable
capacidad de acción autónoma (agency) de los mismos, ello no autoriza a soslayar
una obra que realiza un aporte significativo a un campo historiográfico que no pue-
de sino enriquecerse con su publicación.
de ellos propone una lectura de los debates que mantuvo Bartolomé Mitre con
Dalmacio Vélez Sarsfield primero y con Vicente Fidel López después. El texto
privilegia el análisis del rol desempeñado por la crítica historiográfica en el pro-
ceso de profesionalización de la historia en la Argentina de las últimas décadas
del siglo XIX. La crítica es considerada aquí como uno de los modos privilegia-
dos por los historiadores para afirmarse frente a las elites políticas y al conjunto
de la sociedad. El análisis de la naturaleza de las relaciones entre poder político
y mundo intelectual está situada en el centro del artículo. Así, la figura del histo-
riador se construye a partir de un diálogo permanente con el mundo de los escri-
tores y con el de la política. La crítica historiográfica aparece entonces todavía
aquí estrechamente subordinada a las reglas de la práctica política y del mundo
literario. El capítulo 2 está centrado en la figura de Paul Groussac y en su papel
en la constitución de la historiografía como una disciplina profesional. El estu-
dio parte de una indagación en torno al lugar de Groussac en el campo intelectual
y en la cultura argentina de finales del siglo XIX. Se muestra cómo el entonces
director de la Biblioteca Nacional instala con fuerza la distinción entre las prác-
ticas del historiador y las del abogado a partir de su conocida polémica con
Norberto Piñero. El capítulo tercero aborda, en principio, nuevamente el estudio
de la figura de Groussac y de la polémica que con él establecen los historiadores
de la llamada Nueva Escuela Histórica. A partir de allí se profundiza el análisis
del espacio ocupado por los historiadores pertenecientes a dicha tradición en el
mundo universitario y académico. La relación entre el proceso de profesionali-
zación y los vínculos entablados por los historiadores con el aparato del estado
constituye uno de los núcleos de este estudio.
La segunda parte contiene dos artículos elaborados por Alejandro Cattaruzza.
El primero de ellos está centrado nuevamente en los procesos de profesionaliza-
ción de la historia y en el perfil de la comunidad de los historiadores en la Argen-
tina de entreguerras. El autor analiza las distintas orientaciones y tendencias, fun-
damentalmente de los historiadores de la Nueva Escuela Histórica, sus vínculos
con el estado y el aparato de enseñanza pública, y su relación con los movimientos
renovadores en la historiografía europea de aquellos años. El trasfondo del desa-
rrollo de la actividad académica de estos historiadores aparece dominado, en este
caso, por la debilidad de la barrera técnica que diferencia a la práctica historiográfica
profesional de la amateur. El segundo capítulo está consagrado al estudio del
revisionismo histórico argentino. Esta tradición está analizada a partir de su estre-
cha vinculación con la política y también se asume una perspectiva que privilegia la
inserción de los historiadores revisionistas en el campo intelectual, su participa-
ción en las instituciones del estado y su articulación con las agrupaciones políti-
cas. Aquí se reconocen distintas etapas. En la primera de ellas, situada a partir del
surgimiento de este movimiento en los años treinta, se subraya la inserción de los
historiadores revisionistas en un mundo en el que las tradiciones ideológicas y los
164 RESEÑAS
una visión un tanto rígida del campo historiográfico, de sus tensiones y del
devenir de las trayectorias académicas que, entendemos, un análisis más deta-
llado develaría provistas de un grado mayor de apertura y flexibilidad. El análi-
sis de las controversias vinculadas con el revisionismo probablemente también
merecería prestar mayor atención a la misma evolución del clima político. La
irrupción del peronismo quiebra finalmente un clima de cierta tolerancia y plu-
ralismo político e ideológico y es, en realidad, el discurso histórico el que
empieza a ser comprendido de manera diferente.
También podrían hacerse algunos comentarios formales sobre la propia organi-
zación y concepción del libro. Esta edición permite el acceso a los textos de un
público que no consulta en forma periódica las revistas especializadas. En este
sentido contiene trabajos de indudable interés, pero tal vez debiera advertirse
también que no innova sustancialmente en relación a trabajos ya conocidos de
los mismos autores. Algunas secciones giran, además, en forma recurrente, so-
bre las mismas temáticas abordadas con perspectivas conceptuales similares. Por
otro lado, adolece de cierta falta de unidad, presentando así un panorama hasta
cierto punto fragmentado. La historiografía brinda aquí solamente un marco de
referencia general. De todos modos, cabe reconocer también que las dos prime-
ras partes conservan cierta unidad que se pierde en la última. Pero, en definitiva,
esto no altera en lo esencial la importancia del trabajo, que resulta de lectura
imprescindible para todos aquellos interesados en los complejos itinerarios de
la historiografía argentina de los siglos XIX y XX.
PABLO BUCHBINDER
(UBA-UNGS)
una visión un tanto rígida del campo historiográfico, de sus tensiones y del
devenir de las trayectorias académicas que, entendemos, un análisis más deta-
llado develaría provistas de un grado mayor de apertura y flexibilidad. El análi-
sis de las controversias vinculadas con el revisionismo probablemente también
merecería prestar mayor atención a la misma evolución del clima político. La
irrupción del peronismo quiebra finalmente un clima de cierta tolerancia y plu-
ralismo político e ideológico y es, en realidad, el discurso histórico el que
empieza a ser comprendido de manera diferente.
También podrían hacerse algunos comentarios formales sobre la propia organi-
zación y concepción del libro. Esta edición permite el acceso a los textos de un
público que no consulta en forma periódica las revistas especializadas. En este
sentido contiene trabajos de indudable interés, pero tal vez debiera advertirse
también que no innova sustancialmente en relación a trabajos ya conocidos de
los mismos autores. Algunas secciones giran, además, en forma recurrente, so-
bre las mismas temáticas abordadas con perspectivas conceptuales similares. Por
otro lado, adolece de cierta falta de unidad, presentando así un panorama hasta
cierto punto fragmentado. La historiografía brinda aquí solamente un marco de
referencia general. De todos modos, cabe reconocer también que las dos prime-
ras partes conservan cierta unidad que se pierde en la última. Pero, en definitiva,
esto no altera en lo esencial la importancia del trabajo, que resulta de lectura
imprescindible para todos aquellos interesados en los complejos itinerarios de
la historiografía argentina de los siglos XIX y XX.
PABLO BUCHBINDER
(UBA-UNGS)
en el amplio abanico de trabajos puntuales para ofrecer una imagen global del
problema con sus regularidades y sus matices. El libro de Devoto constituye el
primer intento de salvar este vacío del que paradójicamente adolecía una histo-
riografía que contaba con una profusa y calificada producción.
Por supuesto que el mérito de esta obra no radica en haber venido a cubrir un
espacio vacante. Las virtudes del libro están en su reflexión y en la densidad de sus
argumentos, que resumen el pensamiento de Devoto sobre el impacto de la inmi-
gración en la Argentina desde la colonia hasta mediados del siglo XX, y dan cuenta
de la lectura minuciosa de un enorme volumen de fuentes y de trabajos sobre el
caso argentino y sobre el de otras latitudes migratorias con las que, en algunos
pasajes, el autor ensaya comparaciones.
En las primeras páginas del trabajo, Devoto nos advierte que la inmigración
es una sumatoria demasiado diversa para englobarla en una historia en común. Sin
embargo, el libro desvela esa historia en toda su complejidad pues, el autor, en-
cuentra un punto de equilibrio entre la multiplicidad y las tendencias generales,
alternando una mirada de perspectiva más lejana que se ocupa de las aristas es-
tructurales del fenómeno y otra, que escruta a los inmigrantes en su inserción e
integración en la sociedad local.
En esta primera parte del trabajo, el autor desovilla una intrincada madeja de
decisiones, motivos, racionalidades e incertidumbres a través de una trama argu-
mental que parte de las críticas a ciertas miradas reductivas que asimilaban al
inmigrante con un homo economicus, para mostrar la complejidad que encerraba
tomar la decisión de emigrar, financiar el viaje y contar con la información que
asegurara, aunque más no fuese parcialmente, un resultado positivo a la empresa.
La información como capital del inmigrante es un tema retomado en varias
ocasiones a lo largo del libro, sin embargo, su análisis más detallado es abordado
desde una perspectiva micronalítica en el tercer capítulo, que está configurado a
partir de una evidencia empírica densa y de unas inteligentes (aunque por momen-
tos un tanto enmarañadas) reflexiones. Aquí, las cadenas y las relaciones interper-
sonales ocupan un lugar preeminente, puesto que en las redes sociales, que mostra-
ron tener perdurabilidad y capacidad de reactivación, se articulan los argumentos
más adecuados para comprender la experiencia de migrar e insertarse en la nueva
sociedad, aun cuando, como nos advierte el autor, las decisiones se tomaran en
contextos de “racionalidad limitada” , información escasa, e incertidumbre.
Esa información, contenida en la propaganda de los agentes, en las cartas de
los parientes y amigos establecidos en la Argentina, en los relatos de los que
retornaban, o de los que visitaban su lugar de origen con miras a regresar al país
de inmigración, forjó una imagen de la sociedad argentina para una masa de euro-
peos que evaluaban la posibilidad de abandonar sus aldeas y sus ciudades. En tan-
to que esos europeos llegaban al puerto y se insertaban de manera temporaria o
permanente, la sociedad local iba cambiando su textura y su color. Hacia fines de
RESEÑAS 167
los años 1880, cuando la Argentina aluvial empezaba a hacerse más evidente
para todos, la clase dirigente dio comienzo a un debate que reflejaba sus preocu-
paciones sobre la inmigración, debate que con nuevos contenidos, significados e
intensidades atravesaría el paso de los ochocientos a los novecientos para perdu-
rar en las primeras décadas del nuevo siglo. El problema de la integración de una
identidad argentina que había quedado sumergida en la heterogeneidad, el dilema
de la nacionalización de los inmigrantes, y los resultados (los esperados y los no
deseados) de una sociedad que se había fraguado al amparo de la diversidad, ocu-
paron en diferentes momentos a políticos e intelectuales en un debate que fue
virando de la inmigración como preocupación o problema, a la integración de la
sociedad argentina amenazada por la emergencia de la conflictividad social y
política, y por el “cosmopolistimo”.
El viraje de la contienda verbal, que por momentos se avivaba, para adorme-
cerse en otros y luego resurgir, y que era más bien la respuesta a coyunturas
determinadas, paralelamente dio lugar a la definición de políticas migratorias en
las que el autor se detiene a lo largo del libro y para cuya exposición ha utilizado
una estrategia muy apropiada. En cada uno de los períodos por los que esta histo-
ria atraviesa, Devoto ha entramado la retórica de la clase dirigente y las políticas
de la época sobre la colorida urdimbre de las experiencias de los inmigrantes.
Esta mirada en perspectiva que se proyecta hasta los años 1950, cuando el ciclo
europeo llegaba a su fin, desvela la continuidad de las tradiciones y las percep-
ciones positivas que concebían a la inmigración como un factor beneficioso que
en buena medida reflejaba la prosperidad (o la falta de ella) en el país, y que
remitía a las ilusiones de un destino de grandeza que los mentores de la Argenti-
na moderna imaginaron en el siglo XIX.
Esta historia, que remata con un apéndice de Roberto Benencia sobre la inmi-
gración de los países vecinos que desde mediados del siglo XX prosiguió al ciclo
europeo, contiene una mirada final a modo de balance. La sociedad argentina es
vista a través del prisma de la inmigración, un fenómeno que quizá algo exagerada-
mente, Devoto liga de manera “indisoluble” a las percepciones del éxito y del fra-
caso del país. En cualquier caso, el autor revisa el pasado y los aportes de la expe-
riencia migratoria modulando entre las ventajas y los inconvenientes. Ello resulta
en la imagen de una sociedad que coexistió en la diversidad y a la que la movilidad
social hizo relativamente abierta y democrática, lo que no es lo mismo que decir,
sin prejuicios étnicos, como bien nos lo recuerdan los pasajes sobre judíos y “tur-
cos”, y el ensayo de Benencia cuando se refiere a la falta de políticas de
multiculturalismo como proyecto político de una sociedad cuya sustancia está he-
cha en buena medida de la pluralidad cultural.
Como todo trabajo, éste también presenta algunos flancos débiles. En mi opi-
nión, la propuesta del autor de contarnos la historia de la inmigración combinando
dos registros: en la primera parte del libro, analítico, y en la segunda, narrativo, no
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está plenamente lograda. Creo que, si los cuatro capítulos iniciales se correspon-
den con una historia analítica, el resto de la obra transcurre en una difusa frontera
entre el análisis y la narración que desdibuja las prácticas y las experiencias de los
inmigrantes. Por otro lado, el estilo general del libro no respeta del todo los postu-
lados de la colección en la que se inserta, cuyo objetivo es captar la atención de un
público no especializado. Envuelto en juegos de escalas y simulaciones, en espe-
culaciones tan sofisticadas como abstractas, por momentos, Devoto parece olvidar
que no está escribiendo tan sólo para académicos. Sin embargo, estas falencias en
nada deslucen a una obra sustentada en dos sólidos pilares: una laboriosa investiga-
ción y unos argumentos que resultan de la reflexión crítica y refinada.
MARÍA M. BJERG
U. N. DE QUILMES - CONICET
está plenamente lograda. Creo que, si los cuatro capítulos iniciales se correspon-
den con una historia analítica, el resto de la obra transcurre en una difusa frontera
entre el análisis y la narración que desdibuja las prácticas y las experiencias de los
inmigrantes. Por otro lado, el estilo general del libro no respeta del todo los postu-
lados de la colección en la que se inserta, cuyo objetivo es captar la atención de un
público no especializado. Envuelto en juegos de escalas y simulaciones, en espe-
culaciones tan sofisticadas como abstractas, por momentos, Devoto parece olvidar
que no está escribiendo tan sólo para académicos. Sin embargo, estas falencias en
nada deslucen a una obra sustentada en dos sólidos pilares: una laboriosa investiga-
ción y unos argumentos que resultan de la reflexión crítica y refinada.
MARÍA M. BJERG
U. N. DE QUILMES - CONICET